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5,2
14.483
8
4 de abril de 2011
4 de abril de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Dalarna, Suecia, Jack es encontrado y perseguido mientras cumple una misión como asesino a sueldo. Pese al frío y a la nieve, Jack logra salir bien librado de la trampa, mientras la película se sacude con la intensidad de un buen thriller. Estoy hablando de una buena película titulada El americano: El ocaso de un asesino (2010), dirigida con estilo propio por el fotógrafo holandés: Anton Corbijn.
Insisto en su condición de fotógrafo, para apreciar mejor la riqueza visual de la película: su relato es llevado con dominancia de los planos cortos y es notable el intercambio de primeros planos de los personajes con panorámicas del paisaje italiano, donde transcurre el resto de la historia.
En efecto, los jefes envían a Jack a un pueblo en las montañas de Italia para preparar una nueva misión. Sin embargo, el asesino a sueldo decide retirarse, lo que provocará un cambio de planes que obligará –al mismo Jack– a hacer uso de su experiencia en defensa propia, mientras se enamora de una prostituta del lugar.
Aquí, el filme no solo cambia de tono, también altera su ritmo: ahora más pausado y estudioso con ayuda de los planos de la cámara. Entonces, el cálculo de los tiempos tiene un compás más moroso y lo encendido de la acción cambia, oportunamente, hacia un meticuloso análisis de personajes.
De esa manera, El ocaso de un asesino deja de ser un thriller convencional y se acerca más a las características del viejo cine negro (film noir), pero las luces y sombras se afirman dentro de los personajes y la rigurosidad se da con el relato y con su cuidada puesta visual. Hay un definido acento crítico, porque se insiste en el determinismo para los sujetos que entran a los espacios de la criminalidad: para ellos, todo es un callejón sin salida.
El director Corbijn se muestra meticuloso y los enigmas se abren desde la mesura narrativa del filme. Hay buen gusto e inteligencia. Hay una atmósfera bien diseñada y subrayada con música oportuna. Y, sobre todo, lo mejor de la película, la gran actuación de George Clooney sacada desde adentro de él mismo y bien expresada con su rostro lleno de incógnitas.
Al margen, debo señalar lo bien que aprovecha el director Corbijn la gran belleza de la actriz italiana Violante Placido, incluso en los momentos eróticos del filme y con los desnudos de ella. Espero verla de nuevo en otras cintas. Igual, es importante el ambiente recogido por lo escenográfico (pueblo típicamente italiano). Pienso que este filme determina cada uno de sus elementos y respondiendo a esta cabal exigencia, el decorado (real, en este caso) se convierte en una suerte de glosa plástica del argumento y del estado de ánimo del personaje principal.
wílliam venegas
crítico de cine de periódico La Nación, Costa Rica.
Insisto en su condición de fotógrafo, para apreciar mejor la riqueza visual de la película: su relato es llevado con dominancia de los planos cortos y es notable el intercambio de primeros planos de los personajes con panorámicas del paisaje italiano, donde transcurre el resto de la historia.
En efecto, los jefes envían a Jack a un pueblo en las montañas de Italia para preparar una nueva misión. Sin embargo, el asesino a sueldo decide retirarse, lo que provocará un cambio de planes que obligará –al mismo Jack– a hacer uso de su experiencia en defensa propia, mientras se enamora de una prostituta del lugar.
Aquí, el filme no solo cambia de tono, también altera su ritmo: ahora más pausado y estudioso con ayuda de los planos de la cámara. Entonces, el cálculo de los tiempos tiene un compás más moroso y lo encendido de la acción cambia, oportunamente, hacia un meticuloso análisis de personajes.
De esa manera, El ocaso de un asesino deja de ser un thriller convencional y se acerca más a las características del viejo cine negro (film noir), pero las luces y sombras se afirman dentro de los personajes y la rigurosidad se da con el relato y con su cuidada puesta visual. Hay un definido acento crítico, porque se insiste en el determinismo para los sujetos que entran a los espacios de la criminalidad: para ellos, todo es un callejón sin salida.
El director Corbijn se muestra meticuloso y los enigmas se abren desde la mesura narrativa del filme. Hay buen gusto e inteligencia. Hay una atmósfera bien diseñada y subrayada con música oportuna. Y, sobre todo, lo mejor de la película, la gran actuación de George Clooney sacada desde adentro de él mismo y bien expresada con su rostro lleno de incógnitas.
Al margen, debo señalar lo bien que aprovecha el director Corbijn la gran belleza de la actriz italiana Violante Placido, incluso en los momentos eróticos del filme y con los desnudos de ella. Espero verla de nuevo en otras cintas. Igual, es importante el ambiente recogido por lo escenográfico (pueblo típicamente italiano). Pienso que este filme determina cada uno de sus elementos y respondiendo a esta cabal exigencia, el decorado (real, en este caso) se convierte en una suerte de glosa plástica del argumento y del estado de ánimo del personaje principal.
wílliam venegas
crítico de cine de periódico La Nación, Costa Rica.

7,2
38.276
10
30 de marzo de 2011
30 de marzo de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un cine del que uno solo debiera decir: es extraordinario, como lo es La cinta blanca (2009), escrita y dirigida por el austriaco Michael Haneke. La acción sucede en un pequeño pueblo, especie de microcosmos que logra explicarnos la parte emocional y religiosa en la que ha de fecundar la crueldad que lleva al nazismo. No se trata de un análisis de las condiciones económicas, tan importantes, sino de una valoración del sentimiento déspota, rígido e intolerante que va a fuego lento desde percepciones religiosas.
A lo largo de un opresivo blanco y negro con las imágenes, Michael Haneke se adentra en el temperamento fanático que lleva a la hipocresía desde una falsa vivencia del Evangelio cristiano, con un pastor luterano más cercano a la rigidez calvinista y con el duque del lugar, grosero personaje feudal. Ellos son quienes practican y conducen la vida cotidiana de los demás hacia la doble moral, el fanatismo, el abuso de poder, la explotación sexual de la mujer, el desprecio a los minusválidos, el patriarcado insensato y la violencia sistemática.
Haneke lo dice claramente: la religión es la incubadora de la maldad. Hay más. Son cosas de las que preferimos no hablar, pero que están ahí: las torturas, lo tiránico, las guerras y los niños que reciben el impacto de la pudrición de los adultos. Los niños y las niñas recibirán por igual el maltrato para ejecutarlo con más saña aún: cría cuervos y te sacarán los ojos. Los grises de la fotografía son negros dramáticos. El drama huele a tragedia. Es tragedia. Y colectiva. ¿Hay acaso un respiro?
Lo hay, como cuando la ternura del niño le permite regalarle a su padre el pajarito que tanto ama porque, cree él, que su padre está triste (el sádico pastor luterano). También con el amor de un alegre ¡maestro de música! con una joven empleada de la duquesa, romance lleno de respeto, de ternura y de expresiva esperanza por un vivir mejor: son bellos y significantes sus paseos en coches, dado su logro visual.
La estructuración del texto es superlativa: cómo sus distintos componentes, según los personajes, se expresan –poco a poco– en la articulación de una sola conducta colectiva con sujetos disidentes. La trama se arma como el más dramático rompecabezas, donde la música expresa dicha tensión y la fotografía es apabullante. Las actuaciones son sólidas, sensibles, excelentes y muestran una escuela dramática arriba de lo común: ¡ni qué decir de los niños!
El ritmo es solemne al principio, como indicio de la tragedia. Es clínico al detallar los personajes y es tenso cuando uno descubre las causas de los sucesos en el pueblo (que aquí no podemos contar). Él animo de uno se acelera. Es cuando entendemos que las cintas blancas que llevan los niños, símbolos de pureza para la confirmación de la fe cristiana, serán los pañuelos de las futuras esvásticas en los brazos de los jóvenes alemanes.
Wílliam Venegas Segura
Crítico del periódico La Nación
Costa Rica
A lo largo de un opresivo blanco y negro con las imágenes, Michael Haneke se adentra en el temperamento fanático que lleva a la hipocresía desde una falsa vivencia del Evangelio cristiano, con un pastor luterano más cercano a la rigidez calvinista y con el duque del lugar, grosero personaje feudal. Ellos son quienes practican y conducen la vida cotidiana de los demás hacia la doble moral, el fanatismo, el abuso de poder, la explotación sexual de la mujer, el desprecio a los minusválidos, el patriarcado insensato y la violencia sistemática.
Haneke lo dice claramente: la religión es la incubadora de la maldad. Hay más. Son cosas de las que preferimos no hablar, pero que están ahí: las torturas, lo tiránico, las guerras y los niños que reciben el impacto de la pudrición de los adultos. Los niños y las niñas recibirán por igual el maltrato para ejecutarlo con más saña aún: cría cuervos y te sacarán los ojos. Los grises de la fotografía son negros dramáticos. El drama huele a tragedia. Es tragedia. Y colectiva. ¿Hay acaso un respiro?
Lo hay, como cuando la ternura del niño le permite regalarle a su padre el pajarito que tanto ama porque, cree él, que su padre está triste (el sádico pastor luterano). También con el amor de un alegre ¡maestro de música! con una joven empleada de la duquesa, romance lleno de respeto, de ternura y de expresiva esperanza por un vivir mejor: son bellos y significantes sus paseos en coches, dado su logro visual.
La estructuración del texto es superlativa: cómo sus distintos componentes, según los personajes, se expresan –poco a poco– en la articulación de una sola conducta colectiva con sujetos disidentes. La trama se arma como el más dramático rompecabezas, donde la música expresa dicha tensión y la fotografía es apabullante. Las actuaciones son sólidas, sensibles, excelentes y muestran una escuela dramática arriba de lo común: ¡ni qué decir de los niños!
El ritmo es solemne al principio, como indicio de la tragedia. Es clínico al detallar los personajes y es tenso cuando uno descubre las causas de los sucesos en el pueblo (que aquí no podemos contar). Él animo de uno se acelera. Es cuando entendemos que las cintas blancas que llevan los niños, símbolos de pureza para la confirmación de la fe cristiana, serán los pañuelos de las futuras esvásticas en los brazos de los jóvenes alemanes.
Wílliam Venegas Segura
Crítico del periódico La Nación
Costa Rica

6,8
4.326
8
8 de marzo de 2011
8 de marzo de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida es femenina
Y el cine es humanismo
He aquí una película donde las imágenes revientan con notoria sensibilidad femenina, mérito cuando nos enteramos que está realizada por un hombre. Este es el colombiano Rodrigo García, quien se labra su nombre por sí solo con sus distintos largometrajes, pero de quien es necesario decir que es hijo del escritor Gabriel García Márquez. La película se titula Madre e hija (2009).
Rodrigo García alterna su residencia entre Estados Unidos y México y –de este periplo– viene su colaboración con el afamado director mexicano Alejandro González Iñárritu, quien se presenta como productor ejecutivo de Madre e hija. Este filme desarrolla una historia coral, manera para decir que se trata de historias distintas que, por su propia dinámica u origen, han de confluir entre sí de alguna forma.
Cada historia se centra en una mujer diferente y cada mujer le da apreciada fuerza a su respectiva fábula (por el carácter moralizante que hay en el filme). Esto se manifiesta así gracias a las buenas actuaciones de las tres intérpretes del caso (la película muestra muy buena dirección de actores). El drama conjuga la vida esas mujeres, aunque –por momentos– la fuerza dramática cede innecesariamente ante el melodrama.
Primero, tenemos a una madre de unos 50 años (la actriz Annette Bening), quien tuvo una niña a los 14, que le fue quitada y dada en adopción (esta parte se relata con buen manejo de la elipsis narrativa). Luego se nos presenta a la hija (Naomi Watts), con 35 años, abogada, quien enfrenta la vida con mucho cinismo ante las ausencias vitales que sufre. Tercero, está una mujer afroamericana (Kerry Washington), quien quiere adoptar una niña.
Madre e hija esculca en las historias de esas tres mujeres y, poco a poco, vamos entendiendo cuáles son las circunstancias que las convierten en una sola historia, siempre con el dominio de las constantes femeninas entre madres e hijas que, igual, llegan a ser entre abuelas y nietas.
Rodrigo García logra, al final, convertir lo coral en una sola tensión y sentimos que la naturaleza humana se ennoblece por el carácter umbilical de la vida con respecto a la mujer. Es una moraleja digna. A la vez, se trata de un filme capaz de hacernos creer en la redención personal. Las buenas actuaciones tienen mucho que ver con este énfasis. Uno sale satisfecho de la sala: no es una obra de arte, pero es cine contado con mucha humanidad.
Y el cine es humanismo
He aquí una película donde las imágenes revientan con notoria sensibilidad femenina, mérito cuando nos enteramos que está realizada por un hombre. Este es el colombiano Rodrigo García, quien se labra su nombre por sí solo con sus distintos largometrajes, pero de quien es necesario decir que es hijo del escritor Gabriel García Márquez. La película se titula Madre e hija (2009).
Rodrigo García alterna su residencia entre Estados Unidos y México y –de este periplo– viene su colaboración con el afamado director mexicano Alejandro González Iñárritu, quien se presenta como productor ejecutivo de Madre e hija. Este filme desarrolla una historia coral, manera para decir que se trata de historias distintas que, por su propia dinámica u origen, han de confluir entre sí de alguna forma.
Cada historia se centra en una mujer diferente y cada mujer le da apreciada fuerza a su respectiva fábula (por el carácter moralizante que hay en el filme). Esto se manifiesta así gracias a las buenas actuaciones de las tres intérpretes del caso (la película muestra muy buena dirección de actores). El drama conjuga la vida esas mujeres, aunque –por momentos– la fuerza dramática cede innecesariamente ante el melodrama.
Primero, tenemos a una madre de unos 50 años (la actriz Annette Bening), quien tuvo una niña a los 14, que le fue quitada y dada en adopción (esta parte se relata con buen manejo de la elipsis narrativa). Luego se nos presenta a la hija (Naomi Watts), con 35 años, abogada, quien enfrenta la vida con mucho cinismo ante las ausencias vitales que sufre. Tercero, está una mujer afroamericana (Kerry Washington), quien quiere adoptar una niña.
Madre e hija esculca en las historias de esas tres mujeres y, poco a poco, vamos entendiendo cuáles son las circunstancias que las convierten en una sola historia, siempre con el dominio de las constantes femeninas entre madres e hijas que, igual, llegan a ser entre abuelas y nietas.
Rodrigo García logra, al final, convertir lo coral en una sola tensión y sentimos que la naturaleza humana se ennoblece por el carácter umbilical de la vida con respecto a la mujer. Es una moraleja digna. A la vez, se trata de un filme capaz de hacernos creer en la redención personal. Las buenas actuaciones tienen mucho que ver con este énfasis. Uno sale satisfecho de la sala: no es una obra de arte, pero es cine contado con mucha humanidad.

6,2
17.236
5
10 de mayo de 2011
10 de mayo de 2011
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Agua para elefantes (2011), dirigida por Francis Lawrence. La historia se ubica en la época de la Gran Depresión en Estados Unidos. Con grandes sacrificios, el joven Jacob realiza sus estudios de Veterinaria y se verá obligado a dejar lo académico tras el asesinato de sus padres. Un día se encuentra con un circo y allí mismo trabajará como "veterinario". Ese circo es una reproducción en pequeño de la gran crisis de la sociedad estadounidense. El joven Jacob se enamorará de Marlena, una de las estrellas. El problema es que ella está casada con el dueño del circo, August, hombre retorcido mentalmente. De las malas actuaciones, solo podemos exceptuar el gran trabajo de Christoph Waltz. A esta película le falta malicia o invención erótica. Es poco sicalíptica, y esto le hace daño a su verosimilitud. Drama sin chispa convertido en melodrama acuoso y aplastado por la pata de un elefante, lleno de lugares comunes.
http://lahuelladelojo.blogspot.com
http://lahuelladelojo.blogspot.com

5,8
1.021
7
4 de mayo de 2011
4 de mayo de 2011
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine animado, sea con dibujos o por computadora, es hoy un fenómeno publicitario que va más allá de la pantalla. Sus imágenes se mueven por todo lado. Sin embargo, de cuando en vez llegan cintas animadas que tienen menos soporte comercial, como es el caso ahora de la película Winnie the Pooh (2011) con ese simpático y bondadoso osito tan gustoso de la miel (de la creación literaria de A. A. Milne). Esto es lo que se llama un eslíper. O sea, películas de bajo costo y menos gastos publicitarios hechas para obtener ganancias por la omnipresente popularidad de sus personajes. ¿Quién no conoce a Winnie, Tigger, Rabbit, Piglet, Kangu, Rito y a Igor, quien ahora ha perdido la cola? Les garantizo que este eslíper [sleeper] es capaz de alegrarnos el rato, no importa la edad.
http://lahuelladelojo.blogspot.com
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