Hay que hacerse cargo. Uno deja que lo convenzan: en la tele parece divertida (alguna vez lo fue “Twister”) y con los años (uno que tiene muchos años) recuerda algunas películas de catástrofes que valieron la pena. Además están los hijos, dando vueltas por la casa y diciendo que hay que verla, que los efectos, que todo vuela y que seguro va a ser divertido.
“En la Tormenta” se sostiene por dos cosas: primero, claro, los efectos especiales. Ya hoy deberíamos dejar de decir “increíbles” y empezar a creer que todo es posible con algo de dinero y unos buenos programadores.
El otro punto positivo es la consideración que tuvieron quienes hicieron la película, que concientes de sus limitaciones para escribir un guión, para desarrollar una historia, para darle profundidad a los personajes, para sostener un diálogo medianamente creíble, asumieron su mediocridad, a resultas de lo cual metieron todos esos extraordinarios efectos (y abosolutamente nada más) en solo 89 minutos.
Y nos ahorraron, con consideración, un buen tiempo para volver a casa temprano y dedicarnos a levantar todo lo que quedó tirado por el piso.

En realidad mi calificación para este engendro (muy difícil llamarlo película) es (exageradamente) un dos.
Pero como solo soporté la mitad, pues nobleza obliga, le daremos dos puntines más, por lo que puede que haya sido.
Amante de las buenas películas..."Corre, corre, corre !"

Esta gran miniserie inglesa se sostiene por un lado en sus enormes logros técnicos: un cuidado diseño de producción, grandes actuaciones (como se acostumbra en las series de este origen), un guion sólido y audaz, resuelto en cuatro tomas, cuatro planos secuencia, cada uno de ellos, lógicamente, en tiempo real.
Los dos primeros, de gran ritmo y excelencia técnica, en dónde se plantea el drama y los comienzos de la investigación, el tercero basado en una más que verosímil entrevista psicológica y el cuarto y último en dónde, de alguna manera, se resuelve la situación dramática.

Pero además de estos logros superlativos, queda como gran planteo, la dificultad del mundo adulto para entender a los niños y adolescentes actuales, y sobre todo nuestra falta de capacidad para accionar sobre lo que se impone como "el espíritu de la época".

Estamos en problemas, y nos está costando darnos cuenta.