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Críticas ordenadas por utilidad
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8
4 de junio de 2014
4 de junio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias a "Persépolis", y al buen sabor de boca que me dejó esa galardonada historia que caminaba entre lo trágico y lo cómico, me aproximé con altas expectativas a " Pollo con Ciruelas", el nuevo trabajo de la pareja cinematográfica formada por por la creadora de cómics Marjane Satrapi (Irán, 1969) y por el también historietista y cineasta Vincent Paronnaud (Francia, 1970).
Al igual que en su anterior propuesta, nos encontramos ante la adaptación al cine de una novela gráfica de la propia Marjane Satrapi. Sin embargo, si en Persépolis el medio elegido para llevarlo a la pantalla grande era la animación, en ésta ocasión los directores se han decantado por la ficción, con la ayuda de intérpretes de la altura de Mathieu Amatric, María de Medeiros e Isabella Rossellini.
Pero aunque el espectador no tuviera la menor idea de que la película está basada en un comic, podría detectarlo fácilmente de una manera intuitiva. La forma en la que se encuadran las escenas. Esos decorados de cartón piedra dignos de cualquier película del Hollywood de los años cuarenta. El uso de las perspectivas, los juegos de sombras o en ocasiones la abundante gama de colores (en claro contraste con el sobrio blanco y negro habitual de sus obras). Todo ello nos trae a la memoria de manera automática las viñetas de cualquier comic.
Tal vez esa manera de dirigir recuerde mucho a la del director francés Jean-Pierre Jeunet, -amante por cierto del storyboard (guión gráfico)- en películas como Delicatessen, Amelie ó Micmacs. Todas ellas fábulas o cuentos en los que la fantasía y el ingenio son piezas fundamentales del relato, como en Pollo con Ciruelas, una preciosa tragicomedia romántica que transcurre en el Teherán de finales de los años cincuenta (una generación anterior a la revolución islámica que se narraba en su anterior trabajo), que espero les guste tanto como a mí.
Al igual que en su anterior propuesta, nos encontramos ante la adaptación al cine de una novela gráfica de la propia Marjane Satrapi. Sin embargo, si en Persépolis el medio elegido para llevarlo a la pantalla grande era la animación, en ésta ocasión los directores se han decantado por la ficción, con la ayuda de intérpretes de la altura de Mathieu Amatric, María de Medeiros e Isabella Rossellini.
Pero aunque el espectador no tuviera la menor idea de que la película está basada en un comic, podría detectarlo fácilmente de una manera intuitiva. La forma en la que se encuadran las escenas. Esos decorados de cartón piedra dignos de cualquier película del Hollywood de los años cuarenta. El uso de las perspectivas, los juegos de sombras o en ocasiones la abundante gama de colores (en claro contraste con el sobrio blanco y negro habitual de sus obras). Todo ello nos trae a la memoria de manera automática las viñetas de cualquier comic.
Tal vez esa manera de dirigir recuerde mucho a la del director francés Jean-Pierre Jeunet, -amante por cierto del storyboard (guión gráfico)- en películas como Delicatessen, Amelie ó Micmacs. Todas ellas fábulas o cuentos en los que la fantasía y el ingenio son piezas fundamentales del relato, como en Pollo con Ciruelas, una preciosa tragicomedia romántica que transcurre en el Teherán de finales de los años cincuenta (una generación anterior a la revolución islámica que se narraba en su anterior trabajo), que espero les guste tanto como a mí.

6,6
8.000
8
4 de junio de 2014
4 de junio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en el que el retrato de la sociedad inglesa que nos mostraba el director de cine Ken Loach -en los últimos quince años, en estrecha colaboración con su guionista de cabecera, el escocés Paul Laverty-, a mucha gente le resultaba lejano, exagerado o poco verosímil. Después de más de cinco años de asfixiante crisis mundial, los telediarios de nuestro país podrían realizarse sin problemas con cortes y escenas tomadas de gran parte de sus películas. Por suerte, y para no ahondar en la herida, el director británico ha elegido la comedia negra para contarnos una historia sobre adolescentes en riesgo de quedar excluidos de la sociedad. Un grupo de jóvenes escoceses juzgados por separado por un pasado oscuro repleto de robos, peleas y drogas, (entre los que destaca Robbie por su violencia desproporcionada), que son “premiados” con una segunda oportunidad en la vida en forma de prestación de servicios sociales a la comunidad, y que contarán con la impagable ayuda de Harry, su educador, que dedicará su tiempo libre a intentar reconducir las vidas de éste entrañable grupo.
Muchas son las características que se vienen repitiendo a lo largo de los años en la filmografía de Ken Loach, y que por supuesto son claramente visibles en La Parte de los Ángeles (ganadora del premio especial del jurado del Festival de Cannes del año 2012): el ya mencionado retrato social protagonizado por la clase trabajadora (lo que suele ser aprovechado por sus detractores para criticar su previsible posicionamiento político), una fotografía inconfundible –sobria, sin alardes- o la credibilidad pasmosa que ofrecen sus personajes, gracias al acierto de elegir actores no profesionales, personas de la calle que se interpretan a sí mismos. Tal es el caso de Paul Brannigan (Robbie), quien pasó gran parte de su juventud en medio de la violencia de pandillas e incluso pasó un tiempo en detención de menores. El otro gran protagonista es John Henshaw (Harry) que ya trabajó anteriormente con el director británico en Buscando a Eric.
Ante nosotros la suerte de disfrutar de una comedia de apariencia amable, de relato casi predecible, pero con la marca de la casa del tándem Loach-Laverty, que no esconde la crítica a una sociedad preocupada en aparentar y que debería creer más en las segundas oportunidades. Una celebración de la amistad, del compañerismo, del poder de la unión.
Muchas son las características que se vienen repitiendo a lo largo de los años en la filmografía de Ken Loach, y que por supuesto son claramente visibles en La Parte de los Ángeles (ganadora del premio especial del jurado del Festival de Cannes del año 2012): el ya mencionado retrato social protagonizado por la clase trabajadora (lo que suele ser aprovechado por sus detractores para criticar su previsible posicionamiento político), una fotografía inconfundible –sobria, sin alardes- o la credibilidad pasmosa que ofrecen sus personajes, gracias al acierto de elegir actores no profesionales, personas de la calle que se interpretan a sí mismos. Tal es el caso de Paul Brannigan (Robbie), quien pasó gran parte de su juventud en medio de la violencia de pandillas e incluso pasó un tiempo en detención de menores. El otro gran protagonista es John Henshaw (Harry) que ya trabajó anteriormente con el director británico en Buscando a Eric.
Ante nosotros la suerte de disfrutar de una comedia de apariencia amable, de relato casi predecible, pero con la marca de la casa del tándem Loach-Laverty, que no esconde la crítica a una sociedad preocupada en aparentar y que debería creer más en las segundas oportunidades. Una celebración de la amistad, del compañerismo, del poder de la unión.

6,8
32.702
8
14 de diciembre de 2012
14 de diciembre de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he sido un gran admirador del cine de Lars von Trier. Y no porque me caiga antipático el hombre o no me gusten sus películas; simplemente porque no las he visto. Y sé que roza el delito no haber visto Dogville, Bailar en la oscuridad o Los idiotas. He de reconocer que el movimiento Dogma 95 -del que Trier junto a Thomas Vinterberg es creador- no me apasiona. Será por los mareos que me provocan los movimientos de la cámara al hombro, o esa iluminación de telenovela de bajo presupuesto, o que se yo, pero siempre he sido un poco reticente a este cine.
Pues bien. Con estos antecedentes, una tarde decidí poner fin a esta desconfianza y me dirigí al cine para ver Melancolía, la última del director Danés; y en versión original (¡toma ya!), para ponerlo más fácil. Yo, que no estaba muy convencido de que el bueno de Lars me fuera a convencer, me compré un combo grande de palomitas, por si acaso; que si no te gusta la película, pues oye, al menos ya has merendado. Pues eso, que entro a la sala y me busco acomodo entre los 5 cinéfilos gafapastas que poblábamos la sala. Mi expectación por la película en una escala del 1 al 10, era de un 4 como mucho. En éstas comienza la película, y mientras me acurruco en la butaca recibo uno de los mayores impactos visuales que he vivido en mi vida. Un prólogo de 10 minutos de unas imágenes en cámara súper-lenta de una belleza extrema, acompañados con el épico preludio de la ópera de Richard Wagner “Tristán e Isolda”. Y ya sólo recuerdo salir del cine con la mirada perdida (tras otros diez minutos finales impactantes, por cierto), y tirar el combo de palomitas intacto.
Esa sensación de estar pegado al respaldo de la butaca, ojiplático perdido, ante una historia de la que no sabías nada de antemano, es uno de los momentos mágicos que a veces nos regala el cine. Y para conseguir que a todos ustedes les ocurra lo mismo, me he prometido no contarles mucho de la película (de ahí la anécdota, que quizá a alguno de ustedes les resulte insulsa, pero que, oigan, a mi me ha servido para rellenar la crítica de una forma bastante aparente)
Podría hablar sobre muchos de los temas que trata la película. Enfermedades mentales como la depresión, la manera con la que cada persona las afronta (ya sea viviéndolas en sus propias carnes –como les ha pasado en la vida real al propio Lars von Trier o a Kirsten Dunst-, o compartiendo vida con gente que las padece), las formas de enfrentarse a una muerte anunciada, el eterno debate entre ciencia y religión,…. O incluso podría hablar de cómo con una misma idea, el cine de Hollywood es capaz de crear una aberración envuelta en explosiones y tontas historias de amor, y por el contrario el director danés ha creado esta maravilla. Pero les recuerdo que me he prometido no contarles más.
Tan sólo que las interpretaciones son de lo mejor de la película. Kirsten Dunst recibió en el festival de Cannes el premio a la mejor actriz. Fue también en Cannes, con la película Volver de Pedro Almodóvar cuando este premio recayó en todo el elenco femenino. Pues yo hubiera hecho lo mismo con Melancolía (y que me disculpen Kiefer Sutherland y John Hurt por dejarles fuera), porque Charlotte Gainsbourg está al nivel de la Dunst -si no lo supera-, y Charlotte Rampling, en un papel menor eso sí, también raya a gran altura.
Pues bien. Con estos antecedentes, una tarde decidí poner fin a esta desconfianza y me dirigí al cine para ver Melancolía, la última del director Danés; y en versión original (¡toma ya!), para ponerlo más fácil. Yo, que no estaba muy convencido de que el bueno de Lars me fuera a convencer, me compré un combo grande de palomitas, por si acaso; que si no te gusta la película, pues oye, al menos ya has merendado. Pues eso, que entro a la sala y me busco acomodo entre los 5 cinéfilos gafapastas que poblábamos la sala. Mi expectación por la película en una escala del 1 al 10, era de un 4 como mucho. En éstas comienza la película, y mientras me acurruco en la butaca recibo uno de los mayores impactos visuales que he vivido en mi vida. Un prólogo de 10 minutos de unas imágenes en cámara súper-lenta de una belleza extrema, acompañados con el épico preludio de la ópera de Richard Wagner “Tristán e Isolda”. Y ya sólo recuerdo salir del cine con la mirada perdida (tras otros diez minutos finales impactantes, por cierto), y tirar el combo de palomitas intacto.
Esa sensación de estar pegado al respaldo de la butaca, ojiplático perdido, ante una historia de la que no sabías nada de antemano, es uno de los momentos mágicos que a veces nos regala el cine. Y para conseguir que a todos ustedes les ocurra lo mismo, me he prometido no contarles mucho de la película (de ahí la anécdota, que quizá a alguno de ustedes les resulte insulsa, pero que, oigan, a mi me ha servido para rellenar la crítica de una forma bastante aparente)
Podría hablar sobre muchos de los temas que trata la película. Enfermedades mentales como la depresión, la manera con la que cada persona las afronta (ya sea viviéndolas en sus propias carnes –como les ha pasado en la vida real al propio Lars von Trier o a Kirsten Dunst-, o compartiendo vida con gente que las padece), las formas de enfrentarse a una muerte anunciada, el eterno debate entre ciencia y religión,…. O incluso podría hablar de cómo con una misma idea, el cine de Hollywood es capaz de crear una aberración envuelta en explosiones y tontas historias de amor, y por el contrario el director danés ha creado esta maravilla. Pero les recuerdo que me he prometido no contarles más.
Tan sólo que las interpretaciones son de lo mejor de la película. Kirsten Dunst recibió en el festival de Cannes el premio a la mejor actriz. Fue también en Cannes, con la película Volver de Pedro Almodóvar cuando este premio recayó en todo el elenco femenino. Pues yo hubiera hecho lo mismo con Melancolía (y que me disculpen Kiefer Sutherland y John Hurt por dejarles fuera), porque Charlotte Gainsbourg está al nivel de la Dunst -si no lo supera-, y Charlotte Rampling, en un papel menor eso sí, también raya a gran altura.
11 de noviembre de 2010
11 de noviembre de 2010
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí la prueba de que para conseguir el éxito con una película, no hacen falta grandes artificios, ni guiones enrevesados, ni tan siquiera la presencia de grandes estrellas. En Vacaciones de Ferragosto, película con la que el guionista Gianni di Gregorio ha dado el salto a la dirección, la escasez de recursos económicos se combate con la frescura de unos actores primerizos y la sencillez de un guión en el que la improvisación “parece” (remarco el parece) estar a la orden del día. Una historia sobre la vejez sin edulcorantes innecesarios ni sensiblería gratuita. Una película real. La vida misma enlatada en 75 fabulosos minutos de buen cine costumbrista. Ese que los Italianos han bordado siempre a las mil maravillas.
Matteo Garrone director de Gomorra, cinta en la que Di Gregorio colaboró en la elaboración del guión adaptado, fue el único que creyó en esta historia, y se atrevió a producir una película que llevaba escrita desde el año 2000, pero por la que nadie se lanzaba a apostar. Obviamente hay que tener valor para arriesgar tu dinero en la película de un director primerizo que ronda los sesenta, y que está protagonizada por un grupo de viejecitas nonagenarias. Pero a veces la valentía obtiene recompensa, como lo demuestran el premio a la mejor ópera prima obtenido en el festival de Venecia, o la gran acogida por parte del público en taquilla.
La historia está basada en hechos reales que le ocurrieron al propio director cuando vivía junto a su anciana madre. Un día el administrador de la comunidad de propietarios, le propuso a cambio de perdonarle algunas facturas, cuidar de su madre durante unos días de vacaciones. Inmediatamente se negó, pero empezó a pensar en que hubiera pasado en el caso de haber aceptado la oferta y el resultado fue este precioso guión, en el que la comedia no intenta esconder los caprichos, manías y extravagancias de las ancianas, ante las que Gianni solo puede defenderse con una pausada respiración y un buen vaso de vino fresco.
Con apenas medio millón de euros destinados a la realización, Gianni se encarga de dirigir y protagonizar esta cinta, con una decena de actrices y actores no profesionales, entre los que se incluyen familiares y amigos de la infancia. Un gran acierto, sin duda, porque hasta el espectador llega esa sensación de naturalidad y espontaneidad que en momentos hace dudar de estar viendo un documental. Tampoco hubo que invertir mucho dinero en la escenografía, ya que el piso en el que se celebra la mayor parte de la grabación, es el del propio di Gregorio
Una delicia para los amantes del buen cine italiano, que como podemos comprobar goza de una excelente salud en los últimos años, con películas de una altísima calidad, como la propia Gomorra o Il Divo de Paolo Sorrentino. Cintas con distinta temática pero con un visible punto en común. La Necesidad de contar la realidad de la sociedad italiana sin ningún tipo de adorno.
Matteo Garrone director de Gomorra, cinta en la que Di Gregorio colaboró en la elaboración del guión adaptado, fue el único que creyó en esta historia, y se atrevió a producir una película que llevaba escrita desde el año 2000, pero por la que nadie se lanzaba a apostar. Obviamente hay que tener valor para arriesgar tu dinero en la película de un director primerizo que ronda los sesenta, y que está protagonizada por un grupo de viejecitas nonagenarias. Pero a veces la valentía obtiene recompensa, como lo demuestran el premio a la mejor ópera prima obtenido en el festival de Venecia, o la gran acogida por parte del público en taquilla.
La historia está basada en hechos reales que le ocurrieron al propio director cuando vivía junto a su anciana madre. Un día el administrador de la comunidad de propietarios, le propuso a cambio de perdonarle algunas facturas, cuidar de su madre durante unos días de vacaciones. Inmediatamente se negó, pero empezó a pensar en que hubiera pasado en el caso de haber aceptado la oferta y el resultado fue este precioso guión, en el que la comedia no intenta esconder los caprichos, manías y extravagancias de las ancianas, ante las que Gianni solo puede defenderse con una pausada respiración y un buen vaso de vino fresco.
Con apenas medio millón de euros destinados a la realización, Gianni se encarga de dirigir y protagonizar esta cinta, con una decena de actrices y actores no profesionales, entre los que se incluyen familiares y amigos de la infancia. Un gran acierto, sin duda, porque hasta el espectador llega esa sensación de naturalidad y espontaneidad que en momentos hace dudar de estar viendo un documental. Tampoco hubo que invertir mucho dinero en la escenografía, ya que el piso en el que se celebra la mayor parte de la grabación, es el del propio di Gregorio
Una delicia para los amantes del buen cine italiano, que como podemos comprobar goza de una excelente salud en los últimos años, con películas de una altísima calidad, como la propia Gomorra o Il Divo de Paolo Sorrentino. Cintas con distinta temática pero con un visible punto en común. La Necesidad de contar la realidad de la sociedad italiana sin ningún tipo de adorno.

6,7
10.448
7
10 de marzo de 2011
10 de marzo de 2011
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A poco que uno haya visto un par de películas de la extensa filmografía de Ken Loach, se sentará en la butaca del cine con las defensas activadas, preparado para recibir patadas certeras al centro de la dignidad humana y derechazos medidos a la boca de la conciencia social. Estará dispuesto a presenciar 2 horas de amarga realidad recompensadas con apenas unas pinceladas de humor y, eso sí, una espléndida lección de vida. Ésta vez y en contra de lo esperado, pues la escena social actual nos golpea de una forma más cercana si cabe, en Buscando a Eric el británico aumenta las dosis de comedia y lo que es más sorprendente, nos despide con un final esperanzador y optimista (algo, por cierto, más que necesario en los tiempos que corren). El director estandarte del cine social, pretende con ésta película, ensalzar el compañerismo y la amistad como solución a los problemas; continúa con la idea de mostrar la realidad de la clase media británica, pero esta vez apoyándose en el humor. Algo que tan buenos resultados diera en el cine inglés de finales de los 90, en cintas como Full Monty, Billy Elliot o La Camioneta.
En su última película, nos presenta a Eric Bishop, un hombre que trata de salir de la interminable lista de errores acumulados en su vida y que sin saber ya a quién acudir, realiza una última llamada de auxilio. Esa que medio mundo reserva para suplicar a su Dios. En este caso Eric implora a otro ídolo. Al más famoso de los Diablos Rojos, a Éric Cantona, la figura más importante del equipo de fútbol de sus amores. A la llamada responde el futbolista en forma de aparición, transformado en un ángel de la guarda de labia proverbial. Algo parecido al Humphrey Bogart que estimula a Woody Allen en la película Sueños de un seductor. De esta relación fantasmal surgirán las partes más cómicas de la cinta, que ayudan a entibiar las situaciones de injusticia reflejadas.
Los actores, como viene siendo habitual en el cine de Loach, suelen ser desconocidos para la mayor parte del público. Eso sucede con el protagonista Steve Evets, que viene de trabajar en la televisión y que por este papel fue nominado a mejor actor en los Premos Europeos del Cine. Junto a él un fantástico Éric Cantona que está encontrando en el cine una brillante salida profesional. Parte del mérito se debe al gran guión de Paul Laverty. Con él parece que Ken Loach ha encontrado la horma de su zapato. Como dijo el director en una entrevista “Un film es fruto del esfuerzo colectivo. Tienes que encontrar a quien tenga una visión del mundo similar a la tuya. Y Paul la tiene, nos reímos con lo mismo, nos cabreamos con lo mismo”. Pues son ya una decena las películas en las que colaboran; en títulos tan importantes del director como El viento que agita la cebada, Mi nombre es Joe o Felices 16.
Ante nosotros la oportunidad de introducirnos en el mundo de uno de los directores más importantes del cine realista social, que parece ha dejado momentáneamente a un lado su particular cabreo.
En su última película, nos presenta a Eric Bishop, un hombre que trata de salir de la interminable lista de errores acumulados en su vida y que sin saber ya a quién acudir, realiza una última llamada de auxilio. Esa que medio mundo reserva para suplicar a su Dios. En este caso Eric implora a otro ídolo. Al más famoso de los Diablos Rojos, a Éric Cantona, la figura más importante del equipo de fútbol de sus amores. A la llamada responde el futbolista en forma de aparición, transformado en un ángel de la guarda de labia proverbial. Algo parecido al Humphrey Bogart que estimula a Woody Allen en la película Sueños de un seductor. De esta relación fantasmal surgirán las partes más cómicas de la cinta, que ayudan a entibiar las situaciones de injusticia reflejadas.
Los actores, como viene siendo habitual en el cine de Loach, suelen ser desconocidos para la mayor parte del público. Eso sucede con el protagonista Steve Evets, que viene de trabajar en la televisión y que por este papel fue nominado a mejor actor en los Premos Europeos del Cine. Junto a él un fantástico Éric Cantona que está encontrando en el cine una brillante salida profesional. Parte del mérito se debe al gran guión de Paul Laverty. Con él parece que Ken Loach ha encontrado la horma de su zapato. Como dijo el director en una entrevista “Un film es fruto del esfuerzo colectivo. Tienes que encontrar a quien tenga una visión del mundo similar a la tuya. Y Paul la tiene, nos reímos con lo mismo, nos cabreamos con lo mismo”. Pues son ya una decena las películas en las que colaboran; en títulos tan importantes del director como El viento que agita la cebada, Mi nombre es Joe o Felices 16.
Ante nosotros la oportunidad de introducirnos en el mundo de uno de los directores más importantes del cine realista social, que parece ha dejado momentáneamente a un lado su particular cabreo.
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