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8,2
31.980
9
21 de septiembre de 2008
21 de septiembre de 2008
77 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
... en las manos de Eddie, el Relámpago de California.
Newman, un desecho, es acusado por George C. Scott, corredor de apuestas, por beber whisky como pretexto para perder en la mesa de billar. Y sin embargo eso no es lo trágico.
El trago más amargo que ahoga a Newman es el pretexto fatal que encuentra para ganar: Sarah.
La película es lúgubre y oscura. Algunos podrán pensar que Scott entra en escena como un faro para iluminar esa penumbra; esa "impenetrable oscuridad que nos rodea" a la que se refiere Sarah y que se recoge en cada fotograma durante dos horas.
También inquietan los silencios, sólo rotos por el clack-clock de las bolas y el golpe seco de los vasos contra la barra del bar donde Scott le pone las pilas a Newman: "uno de los mayores deportes que existe, es sentir compasión de uno mismo, un deporte que gusta a todos. Especialmente a los fracasados".
Para mí el fracasado mayor en esta historia es ese gangster reconvertido en caja registradora, el que pone el dinero, los dedos rotos, la sodomización y la muerte por el medio. El que se queda sólo, al fin y al cabo: Scott.
Eddie al menos podrá recomponerse a pedazos. Pedazos rotos porque su historia de amor con Sarah es la de un contrato de mutua tristeza. Él le dice: "¡Inventa algo más alegre!" y ella responde clavándole la mirada y esperando: di, "te quiero".
Eddie no lo dice. Al menos a tiempo. Sí se lo dice al gordo de Minessota: "jugaste como un maestro", por representar el fair play, la honestidad (virtudes de las que Newman carece) pero sobre todo por reencarnar la razón por la que al menos, sea un poco menos doloroso haber empujado a alguien al borde del precipicio.
Scott, en el espejo:
- Pervertido (en la vida y en la cama)
- Retorcido (en la vida y en la cama)
- Lisiado (en la vida y en la cama).
¿Y eras tú el que acusaba a Eddie de no tener temperamento en el cuerpo? Siempre lo tuvo: al menos podía sentir los nervios de un taco, de un pedazo de madera.
- En fin, Newman en un papel atípico para él por el contraste de los sucios planos, el humo y el whisky contra su apolínea imagen.
- Scott, en un personaje que reta en duelo a Newman durante toda la película y compartiendo escenas (compartiendo barra con él... ayyy), mientras debaten sobre la filosofía de la superación individual. "¿Pero quién te crees que eres, la General Motors?, le dice Paul.
- Y Piper Laurie, la voz de la razón aún estando coja, alcohólica y enamorada.
Newman, un desecho, es acusado por George C. Scott, corredor de apuestas, por beber whisky como pretexto para perder en la mesa de billar. Y sin embargo eso no es lo trágico.
El trago más amargo que ahoga a Newman es el pretexto fatal que encuentra para ganar: Sarah.
La película es lúgubre y oscura. Algunos podrán pensar que Scott entra en escena como un faro para iluminar esa penumbra; esa "impenetrable oscuridad que nos rodea" a la que se refiere Sarah y que se recoge en cada fotograma durante dos horas.
También inquietan los silencios, sólo rotos por el clack-clock de las bolas y el golpe seco de los vasos contra la barra del bar donde Scott le pone las pilas a Newman: "uno de los mayores deportes que existe, es sentir compasión de uno mismo, un deporte que gusta a todos. Especialmente a los fracasados".
Para mí el fracasado mayor en esta historia es ese gangster reconvertido en caja registradora, el que pone el dinero, los dedos rotos, la sodomización y la muerte por el medio. El que se queda sólo, al fin y al cabo: Scott.
Eddie al menos podrá recomponerse a pedazos. Pedazos rotos porque su historia de amor con Sarah es la de un contrato de mutua tristeza. Él le dice: "¡Inventa algo más alegre!" y ella responde clavándole la mirada y esperando: di, "te quiero".
Eddie no lo dice. Al menos a tiempo. Sí se lo dice al gordo de Minessota: "jugaste como un maestro", por representar el fair play, la honestidad (virtudes de las que Newman carece) pero sobre todo por reencarnar la razón por la que al menos, sea un poco menos doloroso haber empujado a alguien al borde del precipicio.
Scott, en el espejo:
- Pervertido (en la vida y en la cama)
- Retorcido (en la vida y en la cama)
- Lisiado (en la vida y en la cama).
¿Y eras tú el que acusaba a Eddie de no tener temperamento en el cuerpo? Siempre lo tuvo: al menos podía sentir los nervios de un taco, de un pedazo de madera.
- En fin, Newman en un papel atípico para él por el contraste de los sucios planos, el humo y el whisky contra su apolínea imagen.
- Scott, en un personaje que reta en duelo a Newman durante toda la película y compartiendo escenas (compartiendo barra con él... ayyy), mientras debaten sobre la filosofía de la superación individual. "¿Pero quién te crees que eres, la General Motors?, le dice Paul.
- Y Piper Laurie, la voz de la razón aún estando coja, alcohólica y enamorada.
9
30 de junio de 2009
30 de junio de 2009
86 de 106 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aún la veo bajándole el audio porque sigo espantándome en las mismas escenas pese a conocérmela de memoria. No me ha ocurrido con otras películas fetiche del cine de terror, si es que éste existe.
"El Exorcista" tiene un lado cómico y absurdo, que no hace sino restar tensión y todo pese al severo rictus de Max Von Sidow y al maldito piano de Mike Olfield; "Poltergeist" se ha quedado completamente infantilizada y le han crecido mil enanos; "La Semilla del diablo" tiene momentos grotescos y mejor olvidables (Satanás, Belcebú o Lucifer, vaya usted a saber, sobre Mia Farrow), y más allá de "Carrie", insuperable, toda la gama de sanguinarias pelis de psicópatas me aburren hasta el hartazgo. Mención aparte para "El resplandor" por supuesto, película que insisto, no pertenece al género.
Mi veneración hacia George C. Scott, lleva al sobresaliente esta cinta de terror, no superada, jamás, por ninguna de las de su estirpe. "Al final de la Escalera" se queda a muy poco de alcanzar la perfección. Quizás el final precipite forzadamente una historia que crece en intensidad durante todo el metraje pero abusando de unos últimos minutos demasiado estridentes.
Por lo demás, ni una sola pega, ni un sólo reproche. Únicamente, la pregunta típica... George, ¿por qué diablos no huyes?
Topetazos en las cañerías, sillas de ruedas y mecedoras que se precipitan por la escalera, esa pelota diabólica que va y viene, ese niño ahogado, la bañera desbordada, esa miseria humana bajo la cual esconden los progenitores la vergüenza de haber engendrado un niño desvalido, la ambientación y estética de los años 70, ese piano terrorífico (de ahí sacó Amenábar el piano de la Kidman como también la escalera que sube la ex ciencióloga en "Los Otros").
Es decir, "Al final de la escalera" sirvió todos los referentes al cine posterior de terror. No hay película que no deje de servirse de ésta. Medak, sentó jurisprudencia.
Más que recomendable; un magnífico Scott, que sobrecoge (como si ya no tuviera bastante con su via crucis personal) y una estupenda ambientación en esa mansión del terror, (mil y una veces imitada) con aquelarre de mediums incluido, que traen al más acá, al niño del más allá.
Paranormalmente genial.
"El Exorcista" tiene un lado cómico y absurdo, que no hace sino restar tensión y todo pese al severo rictus de Max Von Sidow y al maldito piano de Mike Olfield; "Poltergeist" se ha quedado completamente infantilizada y le han crecido mil enanos; "La Semilla del diablo" tiene momentos grotescos y mejor olvidables (Satanás, Belcebú o Lucifer, vaya usted a saber, sobre Mia Farrow), y más allá de "Carrie", insuperable, toda la gama de sanguinarias pelis de psicópatas me aburren hasta el hartazgo. Mención aparte para "El resplandor" por supuesto, película que insisto, no pertenece al género.
Mi veneración hacia George C. Scott, lleva al sobresaliente esta cinta de terror, no superada, jamás, por ninguna de las de su estirpe. "Al final de la Escalera" se queda a muy poco de alcanzar la perfección. Quizás el final precipite forzadamente una historia que crece en intensidad durante todo el metraje pero abusando de unos últimos minutos demasiado estridentes.
Por lo demás, ni una sola pega, ni un sólo reproche. Únicamente, la pregunta típica... George, ¿por qué diablos no huyes?
Topetazos en las cañerías, sillas de ruedas y mecedoras que se precipitan por la escalera, esa pelota diabólica que va y viene, ese niño ahogado, la bañera desbordada, esa miseria humana bajo la cual esconden los progenitores la vergüenza de haber engendrado un niño desvalido, la ambientación y estética de los años 70, ese piano terrorífico (de ahí sacó Amenábar el piano de la Kidman como también la escalera que sube la ex ciencióloga en "Los Otros").
Es decir, "Al final de la escalera" sirvió todos los referentes al cine posterior de terror. No hay película que no deje de servirse de ésta. Medak, sentó jurisprudencia.
Más que recomendable; un magnífico Scott, que sobrecoge (como si ya no tuviera bastante con su via crucis personal) y una estupenda ambientación en esa mansión del terror, (mil y una veces imitada) con aquelarre de mediums incluido, que traen al más acá, al niño del más allá.
Paranormalmente genial.

7,4
23.251
8
9 de febrero de 2009
9 de febrero de 2009
87 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sigo sin encontrar la excusa por la cual Peckinpah tuvo que rodar esta historia en Inglaterra y ofrecer la imagen que da de los británicos de pueblo: todo el santo día holgazaneando, enganchados a la jarra de cerveza o botella de whisky, repartiendo palos, estrangulando gatos y si se tercia, violando a vecinas.
Personalmente ese retrato es para mí, la pura controversia de la película y no como escribieron los críticos en su día, la ultraviolencia que destila.
Dudo que estemos hablando de violencia gratuíta (lo que la crítica quería hacer ver). Estamos ante un caso de autodefensa, desbocado, inverosímil también y exageradísimo, pero en todo caso justificado. Supongo que Peckinpah pretende enfrentar fuerza bruta a inteligencia. No veo que estén reñidas. De hecho, Hoffman, cuando de verdad se cabrea, utiliza una retahíla de trucos a cada cual más ingenioso para zafarse de la pandilla de hoolligans del "idílico" pueblo.
Violencia gratuíta es hablar de patatas fritas con mayonesa o hamburguesas para acto seguido volarle la tapa de los sesos a un chaval tipo... ¿Tarantino? Y no es que vaya a criticar a Tarantino; sencillamente me sirve de ejemplo para poner en evidencia lo relativo del uso del lenguaje sobre todo cuando hablamos de violencia, lo cada vez peor considerada que tengo a la crítica (que se cebó con "Perros de Paja" por ultraviolenta, no en cambio por acercarse a la xenofobia) y por la doble moral que lo impregna todo.
Contra Peckinpah, particularmente en esta película, vuelvo a repetir: me pareció que se pasó tres pueblos con los ingleses y que mejor hubiera sido quedarse en al otro lado del charco, ambientar la historia en cualquier pueblo californiano y no jugársela provocando un probable cristo diplomático. Pero sobre todo y aunque no me sorprenda después de haber visto otras obras de su filmografía, lo que aburre de Peckinpah es su misoginia. La protagonista femenina de "Perros de paja" o está infantilizada o actúa como un putón verbenero. Lo mismo ocurre con Janis, la segunda chica.
¿Por qué Peckinpah no contextualiza, en el año 71 a la mujer de Hoffman, llegada de Estados Unidos, de la ciudad, emparejada con un científico y liberada por la revolución contracultural de los 60 del sujetador como lo estoy haciendo yo tal que ahora? Sencillamente porque no le da la gana tomarse la molestia de dar explicaciones y de aclarar el porqué del comportamiento de Susan George. Con dejarlo en que es un poco putón, mejor. Y claro, luego se creen los hoolligans que todo el monte es orgasmo... y sucede lo que sucede.
"Perros de Paja" es una película tensa, trepidante, muy bien ambientada, con una última media hora magistral y una caracterización de los personajes especialmente cuidada. Sin embargo, aunque probablemente sea su película más conocida y elogiada, no creo que sea ni haya sido nunca la mejor de Sam Peckinpah.
Aún así: imprescindible.
Personalmente ese retrato es para mí, la pura controversia de la película y no como escribieron los críticos en su día, la ultraviolencia que destila.
Dudo que estemos hablando de violencia gratuíta (lo que la crítica quería hacer ver). Estamos ante un caso de autodefensa, desbocado, inverosímil también y exageradísimo, pero en todo caso justificado. Supongo que Peckinpah pretende enfrentar fuerza bruta a inteligencia. No veo que estén reñidas. De hecho, Hoffman, cuando de verdad se cabrea, utiliza una retahíla de trucos a cada cual más ingenioso para zafarse de la pandilla de hoolligans del "idílico" pueblo.
Violencia gratuíta es hablar de patatas fritas con mayonesa o hamburguesas para acto seguido volarle la tapa de los sesos a un chaval tipo... ¿Tarantino? Y no es que vaya a criticar a Tarantino; sencillamente me sirve de ejemplo para poner en evidencia lo relativo del uso del lenguaje sobre todo cuando hablamos de violencia, lo cada vez peor considerada que tengo a la crítica (que se cebó con "Perros de Paja" por ultraviolenta, no en cambio por acercarse a la xenofobia) y por la doble moral que lo impregna todo.
Contra Peckinpah, particularmente en esta película, vuelvo a repetir: me pareció que se pasó tres pueblos con los ingleses y que mejor hubiera sido quedarse en al otro lado del charco, ambientar la historia en cualquier pueblo californiano y no jugársela provocando un probable cristo diplomático. Pero sobre todo y aunque no me sorprenda después de haber visto otras obras de su filmografía, lo que aburre de Peckinpah es su misoginia. La protagonista femenina de "Perros de paja" o está infantilizada o actúa como un putón verbenero. Lo mismo ocurre con Janis, la segunda chica.
¿Por qué Peckinpah no contextualiza, en el año 71 a la mujer de Hoffman, llegada de Estados Unidos, de la ciudad, emparejada con un científico y liberada por la revolución contracultural de los 60 del sujetador como lo estoy haciendo yo tal que ahora? Sencillamente porque no le da la gana tomarse la molestia de dar explicaciones y de aclarar el porqué del comportamiento de Susan George. Con dejarlo en que es un poco putón, mejor. Y claro, luego se creen los hoolligans que todo el monte es orgasmo... y sucede lo que sucede.
"Perros de Paja" es una película tensa, trepidante, muy bien ambientada, con una última media hora magistral y una caracterización de los personajes especialmente cuidada. Sin embargo, aunque probablemente sea su película más conocida y elogiada, no creo que sea ni haya sido nunca la mejor de Sam Peckinpah.
Aún así: imprescindible.

7,2
19.870
6
28 de noviembre de 2008
28 de noviembre de 2008
95 de 126 usuarios han encontrado esta crítica útil
A punto estuve de dejarla... creí que fallaba el sonido. Un ingenioso recurso con el que juega Coppola para que desde el principio, te rayes con una trama que no sabes hacia dónde va.
Un francotirador, una escucha ilegal, un mimo, un saxo, una conversación sin mayor importancia, un enigmático Harry (Hackman), un piano de jazz, un jovencísimo Harrison Ford y una fugaz aparición, de espaldas y de perfil de Robert Duvall. Quizás aquí Coppola se haya equivocado: por exceso con Gene Hackman y por defecto con respecto a Duvall.
¿Qué diablos ocurre?, te preguntas al cuarto de hora.
La figura gira en torno a un único registro. Harry, el protagonista, un personaje taciturno, de pocas palabras, serio, profesional, de difícil infancia y educación católica, incapaz de llevar una relación con una mujer por ser incapaz también de expresar afecto, huraño y solitario.
Pero... ¿qué le pasa?, piensas a la media hora.
La conversación en sí es intrascendente, las palabras no son la clave... él es un profesional y lo sabe. Sabe que el tono es mucho más revelador que el contenido. Ella dice "Dios mío" y a él se le remuve algo dentro. Por sus creencias, no se pronuncia el nombre de Dios en vano a no ser que estés implorando perdón por lo que has hecho, haces o vayas a hacer.
Una hora de película y sigues en ascuas.
Se introducen pasajes oníricos... entre la niebla, en la habitación del hotel; la voz de la chica suena constantemente. Sólo entiendes el porqué cuando se descubre la farsa. Ese tono lastimero conduce al espectador por el carril contrario durante toda la película.
Hora y media; la desesperación ya es mayúscula ¿Qué - está - pasando - por - el - amor - de - dios?
O Coppola le da a esto una vuelta de tuerca o quizás la decepción sea inevitable. Y así ocurre. Llegado el final, desenlace sorpresa incluido, una se pregunta cómo es posible que el perseguidor se vuelva el perseguido. Hackman se lo dice a su ayudante muy al principio: "has de apartar toda implicación personal de este tipo de trabajo" y sin embargo cae, como una presa fácil en la trampa, justamente, por motivos de conciencia (de los que nos informa el técnico número dos del ránking durante la extrañísima fiesta).
Conclusión. Hackman lo ha dado todo, aunque como mínimo, debería haber desaparecido 5 minutos de la pantalla. Coppola, no justifica con suficiencia ese final. No me convence, y me refiero a lo que ocurre con Hackman, no con Duvall y esposa. No es posible que haya perdido los cinco sentidos por mucho que se deje embaucar por la letanía del vagabundo que una vez fue niño y tuvo madre.
Excelente banda sonora y preciosa estética. Patinazo de guión, al final.
Un francotirador, una escucha ilegal, un mimo, un saxo, una conversación sin mayor importancia, un enigmático Harry (Hackman), un piano de jazz, un jovencísimo Harrison Ford y una fugaz aparición, de espaldas y de perfil de Robert Duvall. Quizás aquí Coppola se haya equivocado: por exceso con Gene Hackman y por defecto con respecto a Duvall.
¿Qué diablos ocurre?, te preguntas al cuarto de hora.
La figura gira en torno a un único registro. Harry, el protagonista, un personaje taciturno, de pocas palabras, serio, profesional, de difícil infancia y educación católica, incapaz de llevar una relación con una mujer por ser incapaz también de expresar afecto, huraño y solitario.
Pero... ¿qué le pasa?, piensas a la media hora.
La conversación en sí es intrascendente, las palabras no son la clave... él es un profesional y lo sabe. Sabe que el tono es mucho más revelador que el contenido. Ella dice "Dios mío" y a él se le remuve algo dentro. Por sus creencias, no se pronuncia el nombre de Dios en vano a no ser que estés implorando perdón por lo que has hecho, haces o vayas a hacer.
Una hora de película y sigues en ascuas.
Se introducen pasajes oníricos... entre la niebla, en la habitación del hotel; la voz de la chica suena constantemente. Sólo entiendes el porqué cuando se descubre la farsa. Ese tono lastimero conduce al espectador por el carril contrario durante toda la película.
Hora y media; la desesperación ya es mayúscula ¿Qué - está - pasando - por - el - amor - de - dios?
O Coppola le da a esto una vuelta de tuerca o quizás la decepción sea inevitable. Y así ocurre. Llegado el final, desenlace sorpresa incluido, una se pregunta cómo es posible que el perseguidor se vuelva el perseguido. Hackman se lo dice a su ayudante muy al principio: "has de apartar toda implicación personal de este tipo de trabajo" y sin embargo cae, como una presa fácil en la trampa, justamente, por motivos de conciencia (de los que nos informa el técnico número dos del ránking durante la extrañísima fiesta).
Conclusión. Hackman lo ha dado todo, aunque como mínimo, debería haber desaparecido 5 minutos de la pantalla. Coppola, no justifica con suficiencia ese final. No me convence, y me refiero a lo que ocurre con Hackman, no con Duvall y esposa. No es posible que haya perdido los cinco sentidos por mucho que se deje embaucar por la letanía del vagabundo que una vez fue niño y tuvo madre.
Excelente banda sonora y preciosa estética. Patinazo de guión, al final.
9
22 de marzo de 2009
22 de marzo de 2009
72 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
- Lo de los trabajos forzados a pecho descubierto, de toda esa congregación de fornidos varones, curtidos bajo un sol de justicia ya lo habíamos visto en “El Puente sobre el río Kwai”.
- Lo de los obstinados intentos de fuga y correctivos desmedidos en calabozos oscuros y aislados, también lo habíamos visto en “La Gran Evasión”.
- Lo de la brutal pelea entre reos, descompensada de peso pesado (Kennedy) a peso pluma (Newman), lo sufrimos con cada paliza que le propinaron a Monty Clift en “El Baile de los Malditos”.
- También habíamos visto a la abatida madre, Jo Van Fleet, morir del dolor que le brota del alma al ser testigo del aciago porvenir de su vástago, aquí, en “La leyenda del indomable” y allá, en “Al Este del Edén”.
Qué grandísima actriz... Y qué grandísimo compañero de trabajos forzados resultó ser George Kennedy, cuando trabada su amistad con Luke, no deja de animar a su chico: “¡No vayas tan deprisa muchacho; los huevos los pelo yo, para eso soy su entrenador! ¡Tú serás muy listo firmando cheques sin fondo pero aquí, quien pela los huevos soy yo! ¡Vamos Luke, sólo quedan 18!”
Eso es lo que nunca habíamos visto.
La tripa abultada de un Newman preñado tras la ingesta de los 50 huevos que el chico de Ohio se mete entre pecho y espalda, sólo por terquedad, tal vez por matar el tiempo y por apostar cualquier chorrada: ese abogado del diablo en “Éxodo”, un día boxeador de nombre Graziano, “marcado por el odio”, al otro vaquero trasnochado.
Si..., un tal Butch Cassidy, tocado con bombín y compañero de correrías del Sundance Kid; el carterista y empedernido jugador de póquer que dio “el golpe” y la vida a la mitad del tándem más espectacular del cine; el "Harper" que le tira los trastos a la Bacall; un Nóbel en Estocolmo ganador de “el premio” de literatura; “el dulce pájaro de juventud” que se enamoró “desde la terraza” de su esposa Woodward; lisiado, atormentado y desairado hacia su padre y su mujer en “La gata...”, el contra-espía de Hichtcoock que rasgó “la cortina...”, el pirómano sin causa de un “largo y cálido verano” y curioso... un apagafuegos en “El Coloso...”.
El crack del billar en “El color del dinero” y, además de todo eso, el letrado borrachuzo, venido a menos pero redimido en “Veredicto final”; “el hombre de Mackintosh”, sin "ni un pelo de tonto", un “buscavidas” fanfarrón que se arrojó por “el camino a la perdición”. En fin... un tal Newman, “el indomable”, que llora a su madre rasgando un banjo.
Todos esos hombres y uno sólo fueron él. ¿Lo único que no consiguió? Quedarse entre nosotros.
Pero ahora no quiero pensar en eso. No se lo reprocho. Me ha dejado en herencia más de 60 películas, y entre ellas, una mano tan bien jugada como esta, en la que el Cool Hand Luke, además de mostrarnos su as en la manga y zamparse 50 huevos, se echa una charla de lo más distendida con Dios.
- Lo de los obstinados intentos de fuga y correctivos desmedidos en calabozos oscuros y aislados, también lo habíamos visto en “La Gran Evasión”.
- Lo de la brutal pelea entre reos, descompensada de peso pesado (Kennedy) a peso pluma (Newman), lo sufrimos con cada paliza que le propinaron a Monty Clift en “El Baile de los Malditos”.
- También habíamos visto a la abatida madre, Jo Van Fleet, morir del dolor que le brota del alma al ser testigo del aciago porvenir de su vástago, aquí, en “La leyenda del indomable” y allá, en “Al Este del Edén”.
Qué grandísima actriz... Y qué grandísimo compañero de trabajos forzados resultó ser George Kennedy, cuando trabada su amistad con Luke, no deja de animar a su chico: “¡No vayas tan deprisa muchacho; los huevos los pelo yo, para eso soy su entrenador! ¡Tú serás muy listo firmando cheques sin fondo pero aquí, quien pela los huevos soy yo! ¡Vamos Luke, sólo quedan 18!”
Eso es lo que nunca habíamos visto.
La tripa abultada de un Newman preñado tras la ingesta de los 50 huevos que el chico de Ohio se mete entre pecho y espalda, sólo por terquedad, tal vez por matar el tiempo y por apostar cualquier chorrada: ese abogado del diablo en “Éxodo”, un día boxeador de nombre Graziano, “marcado por el odio”, al otro vaquero trasnochado.
Si..., un tal Butch Cassidy, tocado con bombín y compañero de correrías del Sundance Kid; el carterista y empedernido jugador de póquer que dio “el golpe” y la vida a la mitad del tándem más espectacular del cine; el "Harper" que le tira los trastos a la Bacall; un Nóbel en Estocolmo ganador de “el premio” de literatura; “el dulce pájaro de juventud” que se enamoró “desde la terraza” de su esposa Woodward; lisiado, atormentado y desairado hacia su padre y su mujer en “La gata...”, el contra-espía de Hichtcoock que rasgó “la cortina...”, el pirómano sin causa de un “largo y cálido verano” y curioso... un apagafuegos en “El Coloso...”.
El crack del billar en “El color del dinero” y, además de todo eso, el letrado borrachuzo, venido a menos pero redimido en “Veredicto final”; “el hombre de Mackintosh”, sin "ni un pelo de tonto", un “buscavidas” fanfarrón que se arrojó por “el camino a la perdición”. En fin... un tal Newman, “el indomable”, que llora a su madre rasgando un banjo.
Todos esos hombres y uno sólo fueron él. ¿Lo único que no consiguió? Quedarse entre nosotros.
Pero ahora no quiero pensar en eso. No se lo reprocho. Me ha dejado en herencia más de 60 películas, y entre ellas, una mano tan bien jugada como esta, en la que el Cool Hand Luke, además de mostrarnos su as en la manga y zamparse 50 huevos, se echa una charla de lo más distendida con Dios.
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