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6
23 de noviembre de 2024
23 de noviembre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un melodrama atrevido para su época, adentrándose en el tema tabú de la drogadicción cuando apenas se permitía hablar de alcoholismo. La historia sigue a un exconvicto y heroinómano que lucha por reconstruir su vida, equilibrando el drama personal con un poderoso comentario social.
Frank Sinatra, pese a las reservas que pueda generar su figura pública o como actor, sorprende con una interpretación honesta y convincente. Su retrato de un hombre atrapado entre la esperanza y la desesperación es uno de los puntos fuertes de la película. Preminger, por su parte, aporta sensibilidad y crudeza en una puesta en escena que refleja la presión de un entorno opresivo, reforzada por la banda sonora jazzística de Elmer Bernstein, que encapsula la lucha interna del protagonista.
Lucha interna que representa la dualidad del personaje. Su "brazo de oro" es tanto su futuro (ya que su salida puede ser su talento como baterista), como su perdición (ya que es la vía de entrada de la heroína que se inyecta y lo consume). Este contraste entre lo que lo eleva y lo que lo destruye simboliza el dilema central de la película: la lucha constante entre sus aspiraciones y las cadenas que arrastra.
Sin embargo, todo ese mérito de construcción y crudeza se desmorona de un plumazo en su absurdo y precipitado final. La seriedad con la que se aborda el problema se viene abajo a pocos minutos del desenlace, que introduce una solución simplista y redentora (Made in Hollywood) donde la fuerza de voluntad se presenta como el milagroso remedio a la adicción. El protagonista (y ahí se entiende por qué Sinatra aceptaría el rol) supera sus problemas con el espíritu elevado y un listado de soluciones fáciles, como si todo pudiera resolverse de golpe. Abrupto, precipitado, forzado y hasta infantil, este desenlace desmorona toda la tensión acumulada y revela un filme que no se atreve a sostener la valentía que define gran parte de su metraje. Una pena, aunque también un primer paso hacia un cine de denuncia social que tardaría más en asentarse.
Frank Sinatra, pese a las reservas que pueda generar su figura pública o como actor, sorprende con una interpretación honesta y convincente. Su retrato de un hombre atrapado entre la esperanza y la desesperación es uno de los puntos fuertes de la película. Preminger, por su parte, aporta sensibilidad y crudeza en una puesta en escena que refleja la presión de un entorno opresivo, reforzada por la banda sonora jazzística de Elmer Bernstein, que encapsula la lucha interna del protagonista.
Lucha interna que representa la dualidad del personaje. Su "brazo de oro" es tanto su futuro (ya que su salida puede ser su talento como baterista), como su perdición (ya que es la vía de entrada de la heroína que se inyecta y lo consume). Este contraste entre lo que lo eleva y lo que lo destruye simboliza el dilema central de la película: la lucha constante entre sus aspiraciones y las cadenas que arrastra.
Sin embargo, todo ese mérito de construcción y crudeza se desmorona de un plumazo en su absurdo y precipitado final. La seriedad con la que se aborda el problema se viene abajo a pocos minutos del desenlace, que introduce una solución simplista y redentora (Made in Hollywood) donde la fuerza de voluntad se presenta como el milagroso remedio a la adicción. El protagonista (y ahí se entiende por qué Sinatra aceptaría el rol) supera sus problemas con el espíritu elevado y un listado de soluciones fáciles, como si todo pudiera resolverse de golpe. Abrupto, precipitado, forzado y hasta infantil, este desenlace desmorona toda la tensión acumulada y revela un filme que no se atreve a sostener la valentía que define gran parte de su metraje. Una pena, aunque también un primer paso hacia un cine de denuncia social que tardaría más en asentarse.
20 de noviembre de 2024
20 de noviembre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este intento de reinventar al agente 007 apostó por algo inusual: hacerlo más plausible y humano. Frente al Bond imbatible y sarcástico de Connery, aquí se presentó a un espía que no solo sangra, sino que también se enamora y sufre. Un giro audaz para una saga que hasta entonces había vivido de gadgets imposibles y villanos caricaturescos.
El cambio de actor vino casi por necesidad. Connery, cansado del personaje y las tensiones con los productores, dejó un vacío que George Lazenby intentó llenar. Sin embargo, su falta de experiencia actoral y la comparación inevitable lo condenaron. El resultado: Lazenby renunció antes del estreno, Connery volvió por una suma estratosférica para una película más, y los productores, finalmente, apostaron por Roger Moore, quien llevó al personaje hacia un tono más ligero y extravagante.
La historia se centra en la relación entre Bond y Tracy, interpretada con gran fuerza por Diana Rigg. Aunque la trama es sencilla en su superficie, es emocionalmente ambiciosa, mostrando a un Bond vulnerable y abierto, algo que no volvería a explorarse hasta la llegada del Bond de Daniel Craig, unos 40 años después. Sin embargo, la esencia de la saga sigue intacta: persecuciones espectaculares, como las trepidantes escenas de esquí, que ofrecen acción bien planteada, pero que no abandonan del todo el espíritu pulp.
En su momento, la película fue la oveja negra de la familia Bond. El público echaba de menos a Connery y no supo qué hacer con un Bond que parecía demasiado humano. Con el tiempo, ha ganado reconocimiento como una propuesta distinta y valiente, pero sus logros, aunque sobresalientes dentro de la saga, siguen siendo mediocres en el contexto más amplio del cine. Es un entretenimiento profundamente arraigado en su época, y su envejecimiento ha dificultado su revalorización fuera de los círculos de fanáticos.
Es un experimento interesante, sí, pero también prueba que Bond, por muy humano que lo hagan, siempre estará atrapado en su propio estereotipo.
El cambio de actor vino casi por necesidad. Connery, cansado del personaje y las tensiones con los productores, dejó un vacío que George Lazenby intentó llenar. Sin embargo, su falta de experiencia actoral y la comparación inevitable lo condenaron. El resultado: Lazenby renunció antes del estreno, Connery volvió por una suma estratosférica para una película más, y los productores, finalmente, apostaron por Roger Moore, quien llevó al personaje hacia un tono más ligero y extravagante.
La historia se centra en la relación entre Bond y Tracy, interpretada con gran fuerza por Diana Rigg. Aunque la trama es sencilla en su superficie, es emocionalmente ambiciosa, mostrando a un Bond vulnerable y abierto, algo que no volvería a explorarse hasta la llegada del Bond de Daniel Craig, unos 40 años después. Sin embargo, la esencia de la saga sigue intacta: persecuciones espectaculares, como las trepidantes escenas de esquí, que ofrecen acción bien planteada, pero que no abandonan del todo el espíritu pulp.
En su momento, la película fue la oveja negra de la familia Bond. El público echaba de menos a Connery y no supo qué hacer con un Bond que parecía demasiado humano. Con el tiempo, ha ganado reconocimiento como una propuesta distinta y valiente, pero sus logros, aunque sobresalientes dentro de la saga, siguen siendo mediocres en el contexto más amplio del cine. Es un entretenimiento profundamente arraigado en su época, y su envejecimiento ha dificultado su revalorización fuera de los círculos de fanáticos.
Es un experimento interesante, sí, pero también prueba que Bond, por muy humano que lo hagan, siempre estará atrapado en su propio estereotipo.
20 de noviembre de 2024
20 de noviembre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película no es solo perturbadora, es un ejercicio de agotamiento mental deliberado. Desde el primer minuto, su densidad visual, narrativa y emocional te arrastra sin tregua, obligándote a convivir con el proceso de un hombre que sucumbe al mal mientras su ego crece desmedidamente. Kopfrkingl, encargado de un crematorio, empieza como un hombre peculiar, obsesionado con la "pureza" y la liberación de las almas. Sin embargo, lo que parece una excentricidad benigna se convierte en una espiral de justificaciones retorcidas, alimentada por las promesas del régimen nazi.
Lo que resulta aterrador no es su caída en el mal como un acto consciente, sino el lento proceso en que cada decisión, disfrazada de lógica y moral, lo convierte en algo monstruoso. Pero aquí está lo irónico: mientras Kopfrkingl se ve a sí mismo como un ser trascendente y poderoso, lo único que ha conseguido es convertirse en una pieza más de un sistema que lo manipula y devora. Herz muestra esta paradoja con crudeza, dejando claro que la vanidad humana puede ser el arma más peligrosa, pero también la más patética.
La densidad de la película no solo está en la trama, sino en su ejecución. Herz utiliza imágenes en blanco y negro de un contraste casi claustrofóbico y un montaje que juega con la repetición hasta saturar al espectador. La banda sonora refuerza este efecto, alternando entre lo solemne y lo grotesco, y los diálogos cargados de reflexiones y grandilocuencia añaden a la sensación de opresión. No hay respiro, y esa asfixia es intencionada: sentirla es comprender el vacío y la deshumanización que permiten que el mal prospere.
Es una experiencia densa, pero su objetivo es claro. La película no solo te muestra la transformación de Kopfrkingl; te obliga a vivirla. Herz crea un descenso que no necesita explosiones ni traiciones espectaculares, solo decisiones cotidianas y la vanidad humana inflada hasta el límite. Es incómoda, incluso agotadora, pero esa incomodidad es lo que la convierte en una obra interesante.
Lo que resulta aterrador no es su caída en el mal como un acto consciente, sino el lento proceso en que cada decisión, disfrazada de lógica y moral, lo convierte en algo monstruoso. Pero aquí está lo irónico: mientras Kopfrkingl se ve a sí mismo como un ser trascendente y poderoso, lo único que ha conseguido es convertirse en una pieza más de un sistema que lo manipula y devora. Herz muestra esta paradoja con crudeza, dejando claro que la vanidad humana puede ser el arma más peligrosa, pero también la más patética.
La densidad de la película no solo está en la trama, sino en su ejecución. Herz utiliza imágenes en blanco y negro de un contraste casi claustrofóbico y un montaje que juega con la repetición hasta saturar al espectador. La banda sonora refuerza este efecto, alternando entre lo solemne y lo grotesco, y los diálogos cargados de reflexiones y grandilocuencia añaden a la sensación de opresión. No hay respiro, y esa asfixia es intencionada: sentirla es comprender el vacío y la deshumanización que permiten que el mal prospere.
Es una experiencia densa, pero su objetivo es claro. La película no solo te muestra la transformación de Kopfrkingl; te obliga a vivirla. Herz crea un descenso que no necesita explosiones ni traiciones espectaculares, solo decisiones cotidianas y la vanidad humana inflada hasta el límite. Es incómoda, incluso agotadora, pero esa incomodidad es lo que la convierte en una obra interesante.

7,3
6.038
7
12 de noviembre de 2024
12 de noviembre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una curiosa joya de Peckinpah que se desvía de su usual poesía violenta para mostrarnos un western distinto. En este relato sobre un buscavidas que encuentra un oasis en medio del desierto, nos lanza a un mundo en el que la salvaje frontera de Estados Unidos está muriendo lentamente, reemplazada por la modernidad, donde hasta los héroes del desierto quedan anticuados.
Cable Hogue es un tipo tenaz y también patético, con moralidad difusa pero fiel a sus propios principios. Abandonado en el desierto por sus propios compañeros y sin agua, en un giro sarcástico del destino tropieza con un pozo que salva su vida y que se convierte en su medio de subsistencia. Esta especie de oasis, sin embargo, es efímero, como la vida misma.
A pesar de sus toques cómicos, la película es una despedida a la pureza y la libertad del salvaje oeste; todo está condenado a desaparecer bajo los avances de la civilización (al igual que el propio género del western). Peckinpah filma esta transición con su característico ojo crítico, empapando la historia de tristeza y nostalgia, y rompiendo con el romanticismo del western clásico. Sin embargo, no por ello abandona sus temas predilectos: la lealtad, la traición y la soledad de quienes no se adaptan a los cambios.
Es en ese entorno, en este refugio, donde se agrupan un puñado de personajes que se quedan anclados en un modo de vida que está por sucumbir, formando una improbable familia de personajes solitarios, errantes e inmorales, donde surgen unos lazos cimentados en el deseo de sobrevivir siendo fieles a su sentimiento de libertad hacia sí mismos, dejando a un lado la sociedad y sus normas éticas. Pero en su tono melancólico, también nos recuerda que la familia, en última instancia, es un refugio tan transitorio como el oasis mismo, pero igual de necesario.
La historia es tierna y amarga, mucho menos frenética que sus filmes más conocidos. Las bromas y los chistes tienen una agudeza que recuerda más a los tiempos difíciles que a la esperanza. Pero en su núcleo, la película retrata a personajes que buscan una última chispa de felicidad, incluso si saben que es imposible ganarle a la modernidad que se avecina.
Cable Hogue es un tipo tenaz y también patético, con moralidad difusa pero fiel a sus propios principios. Abandonado en el desierto por sus propios compañeros y sin agua, en un giro sarcástico del destino tropieza con un pozo que salva su vida y que se convierte en su medio de subsistencia. Esta especie de oasis, sin embargo, es efímero, como la vida misma.
A pesar de sus toques cómicos, la película es una despedida a la pureza y la libertad del salvaje oeste; todo está condenado a desaparecer bajo los avances de la civilización (al igual que el propio género del western). Peckinpah filma esta transición con su característico ojo crítico, empapando la historia de tristeza y nostalgia, y rompiendo con el romanticismo del western clásico. Sin embargo, no por ello abandona sus temas predilectos: la lealtad, la traición y la soledad de quienes no se adaptan a los cambios.
Es en ese entorno, en este refugio, donde se agrupan un puñado de personajes que se quedan anclados en un modo de vida que está por sucumbir, formando una improbable familia de personajes solitarios, errantes e inmorales, donde surgen unos lazos cimentados en el deseo de sobrevivir siendo fieles a su sentimiento de libertad hacia sí mismos, dejando a un lado la sociedad y sus normas éticas. Pero en su tono melancólico, también nos recuerda que la familia, en última instancia, es un refugio tan transitorio como el oasis mismo, pero igual de necesario.
La historia es tierna y amarga, mucho menos frenética que sus filmes más conocidos. Las bromas y los chistes tienen una agudeza que recuerda más a los tiempos difíciles que a la esperanza. Pero en su núcleo, la película retrata a personajes que buscan una última chispa de felicidad, incluso si saben que es imposible ganarle a la modernidad que se avecina.

8,4
44.063
10
29 de enero de 2025
29 de enero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se trata de una película de aventuras más, es probablemente la película de aventuras definitiva. No solo captura la esencia de la épica, sino que también, bajo un relato de aparente simplicidad, realiza un estudio profundo sobre el sacrificio, la colectividad, las luchas de clases sociales y la naturaleza misma del heroísmo.
Con el argumento de un grupo de samuráis contratados para proteger a un pueblo indefenso de bandidos, la película es una danza entre la acción más visceral y los momentos de introspección más poéticos. Con un relato repleto de personajes con personalidades bien definidas, la historia representa una brillante conjugación de fuerza, voluntad y vulnerabilidad. La narrativa, con su meticulosa atención a los detalles históricos y culturales, ofrece una inmersión profunda en una época marcada por el respeto hacia el código del guerrero. Con estos elementos, el director construye un mosaico que representa distintas facetas del honor y la lucha, desde el líder sabio y melancólico hasta el campesino convertido en guerrero, que aúna lo cómico y lo trágico.
Un grupo de guerreros se encuentra en el punto medio entre unos malvados bandidos a los que tienen que derrotar por un sentido de justicia y unos campesinos que les necesitan y les temen a partes iguales.
Lo más impactante es cómo el director transforma un conflicto aparentemente local en algo universal. No se trata solo de defender un pueblo, sino de la eterna lucha entre los poderosos y los oprimidos, entre los ideales y las inevitables concesiones de la realidad. En el camino, la película también se atreve a explorar las relaciones de clase, mostrando el desdén mutuo entre campesinos y samuráis, una tensión que nunca se disipa del todo.
A pesar de su extensa duración, la película no pierde ni un ápice de interés. Cada escena contribuye al todo, cada personaje tiene su momento de relevancia. Visualmente, es una obra maestra. Las escenas de batalla masivas no generan desorientación y no pierden emoción. Un verdadero tesoro del cine que inspiró, y sigue inspirando, a generaciones futuras.
Con el argumento de un grupo de samuráis contratados para proteger a un pueblo indefenso de bandidos, la película es una danza entre la acción más visceral y los momentos de introspección más poéticos. Con un relato repleto de personajes con personalidades bien definidas, la historia representa una brillante conjugación de fuerza, voluntad y vulnerabilidad. La narrativa, con su meticulosa atención a los detalles históricos y culturales, ofrece una inmersión profunda en una época marcada por el respeto hacia el código del guerrero. Con estos elementos, el director construye un mosaico que representa distintas facetas del honor y la lucha, desde el líder sabio y melancólico hasta el campesino convertido en guerrero, que aúna lo cómico y lo trágico.
Un grupo de guerreros se encuentra en el punto medio entre unos malvados bandidos a los que tienen que derrotar por un sentido de justicia y unos campesinos que les necesitan y les temen a partes iguales.
Lo más impactante es cómo el director transforma un conflicto aparentemente local en algo universal. No se trata solo de defender un pueblo, sino de la eterna lucha entre los poderosos y los oprimidos, entre los ideales y las inevitables concesiones de la realidad. En el camino, la película también se atreve a explorar las relaciones de clase, mostrando el desdén mutuo entre campesinos y samuráis, una tensión que nunca se disipa del todo.
A pesar de su extensa duración, la película no pierde ni un ápice de interés. Cada escena contribuye al todo, cada personaje tiene su momento de relevancia. Visualmente, es una obra maestra. Las escenas de batalla masivas no generan desorientación y no pierden emoción. Un verdadero tesoro del cine que inspiró, y sigue inspirando, a generaciones futuras.
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