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Críticas 152
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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4 de agosto de 2015
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los años 60 y principios de los 70 aparecieron en el cine estadounidense una serie de directores y guionistas que reinventaron las películas que se producían en Hollywood. La época clásica, con sus realizadores, escritores y actores, estaba ya haciéndose mayor o pasando a mejor vida y esa fue la ocasión ideal para la irrupción de un puñado de cineastas que tomaron el relevo, muy influidos por las nuevas olas llegadas del resto del mundo. Algunos de ellos quisieron tomar cosas del pasado y unirlas con las nuevas ideas mientras que otros rompieron directamente con las formas establecidas. Por su parte, los hubo que optaron por reivindicar y continuar con lo que habían hecho sus mayores, como es el caso de Peter Bogdanovich. Neoyorquino descendiente de judíos europeos que emigraron para evitar la barbarie nazi, Bogdanovich empezó escribiendo sobre cine y reivindicando la figura de John Ford, Howard Hawks u Orson Welles, que para algunos en aquel momento ya eran cosa del pasado. Fue Roger Corman quien le dio la oportunidad de debutar detrás de la cámara, apadrinándole en ‘El héroe anda suelto’ y en ‘Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas’ y el éxito le llegó con su tercer filme, ‘La última película’, una historia de tintes nostálgicos rodada en blanco y negro que ya dejaba claro por donde iban sus gustos en aquellos años de cambio. La cinta le deparó todo tipo de parabienes y dio comienzo a su época dorada, en la que también alumbró las igualmente aclamadas ‘¿Qué me pasa, doctor?’ y ‘Luna de papel’. La alegría no duró mucho más y con ‘Una señorita rebelde’, que había dirigido para mayor gloria de su pareja de entonces, Cybill Shepherd (que le fascinó tanto en ‘La última película’, que abandonó a su mujer por la actriz luego vista en ‘Taxi Driver’ y ‘Luz de luna’), llegaron las malas críticas y el comienzo de una carrera irregular. Ocasionales éxitos como ‘Máscara’ o ‘¡Qué ruina de función!’ no han evitado que Bogdanovich haya decepcionado a muchos que esperaban más de él por lo que apuntaba en sus inicios. Y ahora, con algunos telefilmes a sus espaldas, el director vuelve al cine con ‘Lío en Broadway’.

Como amante del cine clásico, Bogdanovich asegura que las mejores películas ya han sido hechas y por ello procura fijarse en esos modelos para hacer sus producciones, alejadas de modas y nuevas interpretaciones. En ese sentido se inscribe ‘Lío en Broadway’, una comedia de enredo a la vieja usanza, inspirada en las de Ernst Lubitsch, de hecho la cita de “ardillas para las nueces” que da sentido a la trama está tomada de ‘El pecado de Cluny Brown’. Para sacar adelante la película, el realizador ha contado con la colaboración de Wes Anderson (‘El gran hotel Budapest’) y Noah Baumbach (‘Frances Ha’) en la producción ejecutiva, dos directores cuyos universos van por otros derroteros a los de Bogdanovich, pero que han querido ayudar a un creador que ya pasó sus mejores años y que ya septuagenario lo tiene complicado para que le financien nuevos filmes. Porque lo cierto es que el cine que practica Bogdanovich resultará pasado de moda a unos cuantos.

‘Lío en Broadway’ sigue a rajatabla las reglas del vodevil clásico con aires teatrales y a lo largo de la hora y media de metraje asistimos a las evoluciones de una serie de personajes interrelacionados entre sí que van entrando y saliendo de escena, casi siempre en el momento más inapropiado. Los hombres están interesados sobre todo en la belleza femenina, por la que cometen diversas imprudencias y ellas tratan de encontrar su lugar en un mundo dominado por los apetitos masculinos. Todo ello ambientado en el campo de la actuación, un universo donde el trabajo se fundamenta en la impostación y el fingimiento y donde sus protagonistas encuentran la excusa perfecta para dar rienda suelta a sus pasiones.

Lo mejor y lo peor de la película es su tono de divertimento ligero, que ayuda a pasar un rato entretenido pero que sabe a poco y apenas deja chispazos memorables. Todo transcurre con corrección pero sin entusiasmar, con la sensación de que estamos viendo un producto que bien podría ser un sainete televisivo pero que engatusa en su falta de pretensiones. Lo mejor lo encontramos en el apartado actoral (con breves apariciones de Cybill Shepherd, Tatum O´Neal, Michael Shannon y Quentin Tarantino), donde destaca una estupenda Imogen Poots, actriz británica de mirada magnética, vista en ’28 semanas después’, ‘Noche de miedo’ o ‘Need for Speed’ y que dota de la acertada mezcla de ingenuidad y picardía al personaje de la adorable Izzy. Ella da los mejores momentos junto a un Owen Wilson que encarna a un atribulado director teatral en un registro que recuerda a su papel en ‘Midnight in Paris’, dentro de una película que en su escenificación de la lucha de sexos recuerda también al Woody Allen más leve (otro que sigue haciendo lo que más le interesa al margen de modas).

‘Lío en Broadway’ viene a ser una suerte de curiosa anomalía en el panorama de la comedia actual, dominada por otros registros que hacen parecer a la película de Bogdanovich una cinta “viejuna”, propia de un cineasta que siempre ha preferido mirar hacia atrás y que aun así tiene el encanto de lo vintage. Como se dice en el propio filme, cada uno debería ser feliz con lo que tenga más a mano y Bogdanovich parece serlo con sus historias de otra época.
15 de junio de 2015
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
España es un país en crisis económica en el que los potentados han aumentado su margen de beneficios y las clases medias y bajas han visto constreñidos sus recursos. A pesar de ello, desde las altas esferas gubernamentales se insiste en una recuperación que muchos no ven ni de lejos, mientras varios spots publicitarios de entidades bancarias tratan de jugar con la simpatía para recuperar el afecto de aquellos a quienes calificaron de irresponsables por vivir por encima de sus posibilidades. Ahora les insta a que de nuevo pidan créditos y se endeuden, que ya habrá tiempo de echarles la bronca a los pobres pardillos por picar el anzuelo otra vez. Está claro que hay gente a la que la crisis no le ha afectado mucho, que no ha conocido el desempleo y el vacío de no saber cuál será su futuro en estos años. A ellos se dirige el mensaje que busca ser tranquilizador y que pone de mal café a los que se consideran engañados por las mentiras de ese mundo feliz que se vende desde arriba y que ellos no ven por ningún lado, teniendo que dar saltos de alegría si les surgen trabajos temporales de 500 euros al mes. Este es uno de los múltiples casos donde la palabra puede ser usada de manera torticera y manipuladora y sobre el poder de la palabra trata ‘Hablar’, el último trabajo de Joaquín Oristrell.

El barcelonés Joaquín Oristrell empezó su carrera como guionista de televisión antes de pasarse al cine y participar en los libretos de películas como ‘Bajarse al moro’, ‘Todos los hombres sois iguales’ o ‘El amor perjudica seriamente la salud’. ‘¿De qué se ríen las mujeres?’ supuso su debut en la dirección, que ha continuado en películas como ‘Sin vergüenza’, ‘Inconscientes’ o ‘Dieta mediterránea’. El Oristrell dedicado por entero a la comedia ha tenido sus altibajos, con incursiones interesantes y otras bastante olvidables, pero el más interesante se encuentra en ‘Sin vergüenza’ y ‘Los abajo firmantes’, dos cintas que son el germen de ‘Hablar’. De ‘Sin vergüenza’ extrae el gusto por la frescura y la inmediatez de la actuación, con la influencia de docentes como Cristina Rota y su escuela de interpretación, mientras que de ‘Los abajo firmantes’ extrae el compromiso social. Así, ‘Hablar’ es un fresco impresionista, formado por pequeñas pinceladas, que busca hablar de la España de hoy a través de un conglomerado de historias rodadas sin cortes.

La película ha sido urdida por el propio director, junto a Juan Diego Botto y María Botto y la madre de ambos, Cristina Rota. A partir de ahí se creó una historia ambientada en el barrio madrileño de Lavapiés, en el que algunos de los actores participantes trabajaron a través de la improvisación y otros escribieron lo que habían de decir sus personajes. De este modo, en ‘Hablar’ aparecen temas como los desahucios, el paro, la corrupción, la crisis inmobiliaria, el hambre, los malos tratos e incluso el amor, siempre con la palabra como arma. Así encontramos a personajes que usan las palabrotas como modo de expresión de un interior turbio, otros que prefieren callar, aquellos que no escuchan y los que usan y retuercen el lenguaje al estilo maquiavélico, para conseguir sus fines.

‘Hablar’ recuerda por su concepción a ‘Gente en sitios’ y ‘Murieron por encima de sus posibilidades’, dos películas recientes de nuestro cine que han optado por salirse un poco de los márgenes tradicionales y que a pesar de su bajo presupuesto han contado con un elenco plagado de nombres conocidos. En el caso de la cinta de Oristrell encontramos a Juan Diego Botto, María Botto, Nur Levi, Antonio de la Torre, Marta Etura, Raúl Arévalo, Melanie Olivares, Secun de la Rosa, Sergio Peris Mencheta, Miguel Ángel Muñoz, Goya Toledo, Álex García, Mercedes Sampietro o Carmen Balagué. Pero aparte de su bajo coste y su reparto, las tres cintas se caracterizan por su visión crítica de lo cotidiano (más atemporal en el caso de ‘Gente en sitios’) y por su apuesta por la combinación de sainete y esperpento para retratar a la sociedad de nuestro país. Un sainete esperpéntico que en el caso de ‘Hablar’ deja regusto amargo al ver plasmadas ciertas realidades.

A lo largo de su escasa hora y cuarto de metraje, ‘Hablar’ va desgranando sus historias en un único plano secuencia que sirve como virguería técnica y como modo de sentir de manera más inmediata la cantidad de vida humana que puede desarrollarse ante nuestros ojos en unas pocas calles. Y como en la propia realidad, no todos los relatos son igual de interesantes y si hay algunos que son bastante incisivos, hay otros que no están bien rematados y resultan un poco forzados. Con todo ello, es una película de indudable interés y de las que dan origen a debates sobre cómo funcionan tantas veces las cosas en nuestro mundo. Los habrá que quieran ver el filme después de leer esta crítica y otros que no estén de acuerdo con mis reflexiones dirán que para ellos la historia no vale un pimiento o que se puede interpretar de otras maneras. Cosas del habla, tan complejo como los seres humanos que la usamos.
19 de noviembre de 2013
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Stockholm" está dirigida por Rodrigo Sorogoyen, director curtido en televisión y que debutó en el cine con "8 citas". Con su segunda película ha logrado premios al mejor guión y mejor actriz en el último Festival de Málaga, así como la oportunidad de llegar a unos pocos cines con un presupuesto de poco más de 200.000 euros. Dos actores, una casa y las calles de Madrid son los ingredientes de una película romántica que empieza siendo cómica y acaba siendo dramática. El chico conoce a la chica en una fiesta, muestra sus mejores armas de seducción y ella es reticente al principio. Salen a la calle y él va convenciéndola poco a poco para que vaya con él a su casa, lo que finalmente ocurre. Pero luego las cosas no serán tan apacibles como empezaron.

Sorogoyen tira de tópicos para acabar retorciéndolos y construir una de esas películas que empiezan acariciándote y terminan tirándote del pelo, poco apta para aquellos que usen las comedias románticas como lubricante para sus emociones. Javier Pereira y Aura Garrido componen unos personajes en los que se adivina una cierta fractura interna, preludio de lo que acabará pasando. Él es uno de esos chicos que con su labia y su sonrisilla y su buenrollismo algo postizos acaban consiguiendo lo que quieren y ella es una de esas chicas que tiene muchas capas, no precisamente agradables, debajo de su bonito envoltorio. Especialmente memorable se muestra Aura Garrido, que tiene un nombre que es metáfora de lo que la caracteriza, un "algo" muy especial. Tuve la ocasión de entrevistarla una vez y pese a su físico menudo tiene una mirada felina capaz de derribar a cualquier coloso. A pesar de haber salido en series como "Crematorio" o "Ángel y demonio", su carrera en cine se ha encaminado a películas más minoritarias, como "Planes para mañana", "Los ilusos" o ésta que nos ocupa. Será admiración de fan, pero es imposible no acabar sintiendo pena y compasión por lo que le ocurre a su personaje en la película.

Entre lo peor de "Stockholm" se puede poner algún vicio de su director, que a veces hace improvisados videoclips a modo de transición y para los que hemos pateado el centro de Madrid hay alguna continuidad dudosa entre las calles que recorren sus protagonistas, aunque éste es un defecto menor. El filme tiene una factura interesante a pesar de su bajo coste y muestra que el cine español puede tener más sustancia cuando se libera de la obligación de tener que gustar a todo el mundo, que muchas veces es el camino más rápido para no gustar a nadie. Una película que habla de la responsabilidad de nuestros actos, de lo que decimos y hacemos sentir a otras personas y de las consecuencias que eso puede tener.
3 de junio de 2015
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un hecho universal que todos nos hayamos encontrado alguna vez en una circunstancia incómoda en el ámbito de nuestra familia. Una circunstancia que puede ser más o menos dramática y que nos deja esa sensación de vulnerabilidad ante los lazos con aquellos que nos han sido dados como las personas más cercanas a nuestra existencia. Porque todos hemos pasado alguna vez por reuniones familiares en las que se ha palpado la incomodidad ante un conflicto entre alguno de los miembros por asuntos económicos o de relaciones sentimentales y también nos hemos visto obligados a encontrarnos con familiares a los que apenas conocemos y a los que no hemos visto en años, pero con los que nos hemos juntado a pasar unas fiestas de Navidad o unas vacaciones. Y todos hemos fingido alguna vez delante de nuestra familia, exagerando o minimizando algunas de nuestras virtudes o defectos y hemos ocultado algunos detalles que podrían ser motivo de discusión, para evitar los malos rollos. Y de ese tipo de cosas es de las que habla ‘Nuestro último verano en Escocia’.

‘Nuestro último verano en Escocia’ está dirigida por Andy Hamilton y Guy Jenkin, veteranos de la televisión británica, tras su participación en series como ‘Estas no son las noticias de las nueve’ y ‘Outnumbered’, en la que se hablaba de unos padres que luchaban por criar a sus hijos como buenamente podían y que en cierto es el germen de lo que cuenta la película. Porque los dos padres de esta ficción están pasando por un mal momento y están empezando a separar sus destinos aunque tratan de ocultárselo en la medida de los posible a unos hijos que se dan perfecta cuenta de que algo no va bien con sus progenitores.

Y el disimulo se extiende también de cara a la familia de Doug, que tiene un hermano al que todo parece haberle ido mucho mejor y con el que parece existir esa siempre extraña rivalidad fraternal. Todo ello para no causar un disgusto al abuelo Gordie, un hombre ya mayor al que quieren darle la ilusión de tener una familia unida, aunque ese abuelo tampoco se va a dejar engañar por las apariencias y acabará haciendo las mejores migas con sus nietos, alejados de las mentiras que tantas veces aquejan al mundo de los adultos.

‘Nuestro último verano en Escocia’ responde perfectamente al modelo de comedia dramática para (casi) todos los públicos que se deja ver en el trailer. El filme fue galardonado en la última Seminci de Valladolid con el premio del público y una vez visto deja claro el por qué de ese reconocimiento. Hamilton y Jenkin facturan una propuesta que no es precisamente original, pero a la que dotan de un indudable encanto, especialmente en sus personajes infantiles, los grandes protagonistas de la función. Esos tres chavalines ven las cosas sin ambages ni hipocresía y se lo hacen saber a los adultos que les rodean, mientras estos callan y sufren en silencio, convirtiéndose en una especie de enigma para los pequeños. En este sentido, hacia la mitad del metraje se produce un giro en la trama que provocará que esa familia se quite las máscaras de una vez por todas y busquen en su interior para comportarse como un auténtico grupo familiar, dejando de engañar a los demás y a sí mismos.

Como suele ser norma en las producciones británicas, los actores rayan a muy buena altura, especialmente los más jóvenes, aunque los adultos no van a la zaga, con David Tennant (especialmente conocido por su participación en ‘Doctor Who’) y Rosamund Pike (aquí en un registro dramático menos oscuro que el que bordó en ‘Perdida’) interpretando a sus sufridos padres. Y entre todos destaca especialmente un Billy Connolly siempre inspirado en la comedia y el drama, como ya ha demostrado en una larga carrera cimentada en papeles secundarios en películas como ‘Los elegidos’, ‘El último samurai’ o ‘X-Files: Creer es la clave’. Es su personaje el que dice que cada uno es ridículo a su manera, una de las frases que dan la clave de lo que quiere contar la película y que al mismo tiempo es toda una lección de cómo funciona la vida.

Aquellos que busquen una historia familiar que no cae en el ridículo ni en el pasteleo emocional (aunque se deje llevar un poco por la sensiblería más fácil en su tramo final) tienen una cita con ‘Nuestro último verano en Escocia’, una agradable película ambientada en bellos parajes escoceses que sabe sacar la sonrisa en el espectador. Todo ello al tiempo que deja algunas cuestiones en el aire sobre las complicaciones que tantas veces surgen en el ámbito familiar, ese lugar en el que todos nos sentimos incómodos al querer camuflar nuestras desnudeces emocionales ante la vista de los que nos conocen más de lo que creemos.
3 de mayo de 2015
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las quejas que suele haber entre buena parte del público cinéfilo es que la mayor parte de las películas que se producen están destinadas a una audiencia más bien joven, más fácil de convencer con propuestas de mucho ruido y furia, protagonizadas por intérpretes jóvenes. También es sabido que en el negocio del espectáculo es difícil llegar y aún más difícil mantenerse, pues el paso de los años va retirando del camino a muchos para dejar paso a otros más jóvenes y lozanos, que les sustituyen como referentes en un público que también se va renovando sin descanso, como un tren del que va entrando y saliendo gente sin solución de continuidad. Así, nos podemos encontrar hoy día con películas como ‘Los mercenarios’ y sus secuelas, que reúnen a buena parte de actores del cine de acción que triunfaban en los años 80 y 90 y que se han quedado para la nostalgia de los que crecieron viendo el cine de aquellos años, mientras que el público más joven les da la espalda. Algo así ha sucedido con algunos de los responsables de ‘La sombra del actor’.

‘La sombra del actor’ está dirigida por Barry Levinson, realizador que en los 80 y los 90 fue responsable de películas como ‘El mejor’, ‘El secreto de la pirámide’, ‘Good morning, Vietnam’, ‘Rain Man’, ‘Sleepers’ ó ‘La cortina de humo’. El guionista es Buck Henry, autor de los libretos de ‘El graduado’, ‘¿Qué me pasa doctor?’ ó ‘Todo por un sueño’, creador de la serie ‘Superagente 86’ y codirector junto a Warren Beatty de ‘El cielo puede esperar’. El actor principal es Al Pacino, que poca presentación necesita tras una carrera con títulos como ‘El Padrino’, ‘Serpico’, ‘Tarde de perros’, ‘El precio del poder’, ‘Atrapado por su pasado’, ‘Heat’ o ‘El dilema’. Y todos ellos trabajan en una cinta basada en ‘La humillación’ de Philip Roth, uno de los novelistas más celebrados de Estados Unidos y de los que todos los años suenan como candidatos al Premio Nobel, aunque de momento no lo ha ganado. Sin duda, hay mucho talento y mucho prestigio aquí reunido, pero en todos sus casos se caracterizan por haber dado lo mejor de sí mismos en el pasado y ser ahora viejas glorias para las nuevas generaciones. Y de ello trata también ‘La sombra del actor’.

‘La sombra del actor’ es una película que nos habla del fracaso y la decepción vital, del vacío que nos asalta cuando perdemos el rumbo y de cómo llenar nuestra vida de gente puede no ser la solución para llenar ese vacío. Las últimas obras de Roth inciden especialmente en la pulsión de muerte y a ello se atiene Levinson con la inestimable ayuda de un otoñal Pacino, que pone en pantalla su voz rota y mueve su exiguo físico de forma errática y torpe para dar vida al cansado Axler. Sin embargo, esa idea que tiene Axler de que ya no le queda nada que hacer en el mundo se ve cuestionada cuando llega a su casa Pegeen, hija de una amiga suya que se declara lesbiana pero que no puede evitar sentirse atraída por ese hombre que fue su ídolo de infancia. Cuando parece que la relación con Pegeen hace que la vida para Axler sea más soportable, una serie de visitas de personas relacionadas con ella le darán al viejo actor el convencimiento de ese viejo dicho que asegura que el infierno son los otros. Axler no se ve capaz de volver a subirse a un escenario para actuar, pero tras tantos años dedicado a la interpretación no puede dejar de ver al mundo como un gran teatro y a las personas como sus actores, como si todas las experiencias vividas no dejaran de ser fruto de un guion planificado y muchas veces absurdo.

En ese sentido, ‘La sombra del actor’ tiene ciertos puntos en común con ‘Birdman’ y ese Michael Keaton que confundía realidad y ficción en medio de una vida personal que se derrumbaba. Sin embargo, el enfoque de Barry Levinson es más melancólico y menos histérico que el de González Iñárritu y Pacino, pese a sus míticas sobreactuaciones, aquí está muy contenido en uno de sus papeles más frágiles. A su lado encontramos a una Greta Gerwig que responde con bastante solvencia al veterano actor y a la que no cuesta imaginarse pasando por algo similar a lo que pasa su personaje, fascinada por tener cerca a alguien que a buen seguro fue uno de sus estímulos para dedicarse a la interpretación.

Levinson tira de oficio y dirige con pulso una historia que podía haber desembocado en un duro drama y que sin perder su carga triste no deja de tener un punto de farsa a través de las bizarras situaciones que sufre su protagonista. Eso tiene que pensar un hombre al que una mujer que ha conocido en el hospital psiquiátrico, al que acude tras un intento de suicidio, le pide que se inspire en su experiencia como actor para llevar a cabo un asesinato contra su marido pederasta. Con todo ello, ‘La sombra del actor’ es un digno vehículo para el lucimiento de Al Pacino, que ha tenido mayor tino que otros compañeros de generación a la hora de escoger papeles en los últimos años y ha participado en algunas cintas interesantes (una de las mejores, precisamente dirigida por Levinson, es ‘No conoces a Jack’, un telefilme para la HBO sobre el llamado “Doctor Muerte“). Un actor que ya no tiene el tirón que tuvo en los años 70, 80 y 90, pero que a sus 75 primaveras muestra que aún vale para esto.
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