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8,3
35.920
10
7 de enero de 2010
7 de enero de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda obra de arte es reflejo del pensamiento, el carácter y los sentimientos de su creador, ya sea intencionadamente o no. John Ford, siempre atento al pasado de su país, pretende mostrarnos un pequeño fragmento de la Historia sin descuidar por ello una personal interpretación o una siempre necesaria atención a los aspectos más humanos del relato que desarrolla.
La sabiduría, claridad y sensibilidad con que el cineasta aborda el espléndido guión no hace sino provocar palabras de admiración y dejar para la posteridad una pieza clave dentro del género, que adquiere tonalidades crepusculares de grandísima relevancia: con Liberty Valance se va una época, un estilo, un modo de vida.
John Ford, para mí uno de los más grandes e importantes artistas del s.XX y, por supuesto, el número uno en esto del cine, hace un alarde de maestría en una película redonda, ensamblada con sutil precisión y rebosante de un nostálgico lirismo para despedir un género que ya no volvería a beber de los mismos temas. Fue esa poesía elegante, cercana y melancólica la que heredaría en cierto modo el bueno de Peckinpah.
El cine de Ford, que abandona aquí el tono épico de sus legendarios westerns pero no el romanticismo, vuelve a emocionar con una belleza y una sencillez comparables a la flor de un cactus. Sólo por lo bien retratados que están los personajes, con su conflicto de intereses; por contemplar algunos de los magníficos planos del ya tradicional director de fotografía que acompañaba a Ford, William H. Clothier; sólo por ver el rostro lleno de amargura y furia de John Wayne o al médico borracho recitando a Shakespeare, es indispensable disfrutar no una, sino varias veces de lo que para mí es un ejemplo de película perfecta.
[sigo en spoiler sin desvelar nada]
La sabiduría, claridad y sensibilidad con que el cineasta aborda el espléndido guión no hace sino provocar palabras de admiración y dejar para la posteridad una pieza clave dentro del género, que adquiere tonalidades crepusculares de grandísima relevancia: con Liberty Valance se va una época, un estilo, un modo de vida.
John Ford, para mí uno de los más grandes e importantes artistas del s.XX y, por supuesto, el número uno en esto del cine, hace un alarde de maestría en una película redonda, ensamblada con sutil precisión y rebosante de un nostálgico lirismo para despedir un género que ya no volvería a beber de los mismos temas. Fue esa poesía elegante, cercana y melancólica la que heredaría en cierto modo el bueno de Peckinpah.
El cine de Ford, que abandona aquí el tono épico de sus legendarios westerns pero no el romanticismo, vuelve a emocionar con una belleza y una sencillez comparables a la flor de un cactus. Sólo por lo bien retratados que están los personajes, con su conflicto de intereses; por contemplar algunos de los magníficos planos del ya tradicional director de fotografía que acompañaba a Ford, William H. Clothier; sólo por ver el rostro lleno de amargura y furia de John Wayne o al médico borracho recitando a Shakespeare, es indispensable disfrutar no una, sino varias veces de lo que para mí es un ejemplo de película perfecta.
[sigo en spoiler sin desvelar nada]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El tiempo avanza inexorablemente y, con ello, viene el avance y el progreso, a lo que Valance (Lee Marvin) se opone con ferocidad y crueldad, porque ve y comprende que con la llegada del letrado Ramson Stoddard (James Stewart) se implantará un nuevo orden, una nueva sociedad incompatible con su arquetipo, condenado a desaparecer con el advenimiento de la ley y el orden.
Tom Doniphon (John Wayne), en el fondo grande de corazón, pertenece también al viejo mundo de Valance, pero guiado por una profunda nobleza y sensatez, sacrifica (muy a su pesar) los viejos valores, sacrifica su pretérito entorno (el salvaje Oeste), y sacrifica el amor de su vida (al igual que el resentido Ethan de “Centauros del desierto”, vivirá y morirá sin la mujer que ama), sabedor de que oponerse a la inexorabilidad del tiempo (y, por tanto, a la llegada de estadios más avanzados de civilización) resultará perjudicial para la construcción de una nación, aun en los más recónditos e inhóspitos desiertos que la forman. Sólo cediendo a las condiciones de los nuevos tiempos, sólo cediendo a la implantación de la legalidad política (mordazmente retratada por el director), y acabando con el anárquico e indomable Valance, podrán los pequeños propietarios salir adelante, acabará el caciquismo, caerán los pistoleros y criminales, finalizará un período mítico en el que se impuso la ley del más fuerte o, mejor dicho, del más rápido.
También Stoddard tendrá que renunciar a sus ideales al enfrentarse a Valance con las armas que él no sabe ni quiere utilizar.
El paso del tiempo y las convicciones de los personajes les condicionan e impulsan a actuar. Unos para que todo siga igual, otros para sobrevivir en un mundo mejor aun a sabiendas de que no pertenecen a él, y otros, esperanzados en cambiarlo todo.
Tom Doniphon (John Wayne), en el fondo grande de corazón, pertenece también al viejo mundo de Valance, pero guiado por una profunda nobleza y sensatez, sacrifica (muy a su pesar) los viejos valores, sacrifica su pretérito entorno (el salvaje Oeste), y sacrifica el amor de su vida (al igual que el resentido Ethan de “Centauros del desierto”, vivirá y morirá sin la mujer que ama), sabedor de que oponerse a la inexorabilidad del tiempo (y, por tanto, a la llegada de estadios más avanzados de civilización) resultará perjudicial para la construcción de una nación, aun en los más recónditos e inhóspitos desiertos que la forman. Sólo cediendo a las condiciones de los nuevos tiempos, sólo cediendo a la implantación de la legalidad política (mordazmente retratada por el director), y acabando con el anárquico e indomable Valance, podrán los pequeños propietarios salir adelante, acabará el caciquismo, caerán los pistoleros y criminales, finalizará un período mítico en el que se impuso la ley del más fuerte o, mejor dicho, del más rápido.
También Stoddard tendrá que renunciar a sus ideales al enfrentarse a Valance con las armas que él no sabe ni quiere utilizar.
El paso del tiempo y las convicciones de los personajes les condicionan e impulsan a actuar. Unos para que todo siga igual, otros para sobrevivir en un mundo mejor aun a sabiendas de que no pertenecen a él, y otros, esperanzados en cambiarlo todo.

6,3
760
6
14 de septiembre de 2009
14 de septiembre de 2009
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con más curiosidad que verdadero ánimo me senté una noche ociosa a ver este peculiar drama con indudables pinceladas de western, en el que se aborda un tema tópico en el género del Oeste, ese género que tan buenas horas de cine siempre me ha proporcionado y lo seguirá haciendo.
El cacique cabrón y ambicioso pretende por todos los medios apoderarse de todas las tierras, y el ganadero (en este caso una bonita y corajuda ganadera) que desea trabajar de forma independiente tendrá que pasarlas canutas para resistir con la ayuda de un soldado que regresa de la guerra. Sin embargo, el hilo argumental diverge esta vez cuando aparece en escena un empresario en busca de petróleo que quiere borrar del mapa a los ganaderos. Es entonces cuando se plantea el verdadero choque, entre la antigua práctica de la ganadería bovina tan presente en los argumentos westernianos y la llegada de la "civilización" en forma de empresas petrolíferas que no sólo amenazan el medio ambiente, sino que provocan el doble esfuerzo de los dos protagonistas, los cuales se unen y se ven obligados a defender no sólo unas tierras legalmente suyas, sino que también habrán de defender una idea, una tradición, una forma de vida, desde luego mucho menos lucrativa y más sacrificada, pero a la que quieren seguir siendo leales.
El filme goza, pues, de un atractivo planteamiento, pero le falta chispa, fluidez narrativa y ese plus que nos hunda en la butaca sin pestañear, amén de que le cuesta arrancar y de que se echan de menos mejores diálogos. Pakula dirige correctamente una obra a la que imprime un ritmo quizás demasiado acompasado. La interpretación de James Caan no me convenció en absoluto, digamos que no tiene el perfil adecuado para ese tipo de personaje, sin embargo Jason Robards y Jane Fonda están excelentes.
La música cumple sobradamente, y la fotografía y el montaje redondean notablemente esta película extraña, de tintes levemente crepusculares, algo fría, curiosa y, sobre todo, interesantísima.
El cacique cabrón y ambicioso pretende por todos los medios apoderarse de todas las tierras, y el ganadero (en este caso una bonita y corajuda ganadera) que desea trabajar de forma independiente tendrá que pasarlas canutas para resistir con la ayuda de un soldado que regresa de la guerra. Sin embargo, el hilo argumental diverge esta vez cuando aparece en escena un empresario en busca de petróleo que quiere borrar del mapa a los ganaderos. Es entonces cuando se plantea el verdadero choque, entre la antigua práctica de la ganadería bovina tan presente en los argumentos westernianos y la llegada de la "civilización" en forma de empresas petrolíferas que no sólo amenazan el medio ambiente, sino que provocan el doble esfuerzo de los dos protagonistas, los cuales se unen y se ven obligados a defender no sólo unas tierras legalmente suyas, sino que también habrán de defender una idea, una tradición, una forma de vida, desde luego mucho menos lucrativa y más sacrificada, pero a la que quieren seguir siendo leales.
El filme goza, pues, de un atractivo planteamiento, pero le falta chispa, fluidez narrativa y ese plus que nos hunda en la butaca sin pestañear, amén de que le cuesta arrancar y de que se echan de menos mejores diálogos. Pakula dirige correctamente una obra a la que imprime un ritmo quizás demasiado acompasado. La interpretación de James Caan no me convenció en absoluto, digamos que no tiene el perfil adecuado para ese tipo de personaje, sin embargo Jason Robards y Jane Fonda están excelentes.
La música cumple sobradamente, y la fotografía y el montaje redondean notablemente esta película extraña, de tintes levemente crepusculares, algo fría, curiosa y, sobre todo, interesantísima.
31 de agosto de 2010
31 de agosto de 2010
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ir cada año al cine a ver el nuevo trabajo del genial Woody Allen se ha convertido para mí en una fiesta, en una suerte de ritual gozoso al que voy con la garantía de pasar un buen rato, a presenciar un trabajo bien hecho. Woody Allen es una apuesta segura (aun en sus películas menos perdurables), como quien hoy en día va con la certeza de disfrutar del buen juego cuando hay partido del Barça, y lo dice un madridista, ojo.
Sin embargo, algo me dice que "Conocerás al hombre de tus sueños" se halla un escalón por debajo de trabajos suyos recientes y admirables como "Match Point", "Melinda y Melinda" o "Si la cosa funciona". Y no lo digo por el inteligente humor, ni por la segura presencia de sus personajes, ni por la eficacia de sus actores, ni por la excelente música, ni por sus temas profundos contados como siempre de forma amable y ligera. Simplemente, me han dejado con un regustillo extraño esos diez minutos finales, en los que Allen sólo deja cerrado un hilo, mientras deja sin atar el resto de historias, lo cual me hace sospechar de cortapisas referentes al metraje por parte de productores (lo cual sería, por otra parte, inusual, dada la libertad de la que goza Allen en sus filmes) o, en su defecto, me hace pensar en un error que se podía haber evitado dándole al resto de hilos argumentales un leve desenlace que evitaría así la posible insatisfacción cuando llegan los títulos de crédito, aunque su plano final no deja de ser delicadamente jovial y atinado.
Pero que mis palabras no desorienten o engañen a los dos o tres individuos que lean estas líneas, puesto que en este filme disfrutaremos una vez más de diálogos provechosos y agudos, de momentos para la risa y la reflexión, de un director que siempre se siente cercano a sus personajes, a los que coloca en pantalla con una graciosa humanidad, y de una historia que, sin perder la costumbre, nos esboza cuestiones importantes contrarrestadas hábilmente con esa ligereza, jocosidad y liviandad tan propias de las mejores comedias, que desde hace ya cuarenta años viene firmando el artista neoyorkino. Y, sin duda, lo seguirá haciendo.
Sin embargo, algo me dice que "Conocerás al hombre de tus sueños" se halla un escalón por debajo de trabajos suyos recientes y admirables como "Match Point", "Melinda y Melinda" o "Si la cosa funciona". Y no lo digo por el inteligente humor, ni por la segura presencia de sus personajes, ni por la eficacia de sus actores, ni por la excelente música, ni por sus temas profundos contados como siempre de forma amable y ligera. Simplemente, me han dejado con un regustillo extraño esos diez minutos finales, en los que Allen sólo deja cerrado un hilo, mientras deja sin atar el resto de historias, lo cual me hace sospechar de cortapisas referentes al metraje por parte de productores (lo cual sería, por otra parte, inusual, dada la libertad de la que goza Allen en sus filmes) o, en su defecto, me hace pensar en un error que se podía haber evitado dándole al resto de hilos argumentales un leve desenlace que evitaría así la posible insatisfacción cuando llegan los títulos de crédito, aunque su plano final no deja de ser delicadamente jovial y atinado.
Pero que mis palabras no desorienten o engañen a los dos o tres individuos que lean estas líneas, puesto que en este filme disfrutaremos una vez más de diálogos provechosos y agudos, de momentos para la risa y la reflexión, de un director que siempre se siente cercano a sus personajes, a los que coloca en pantalla con una graciosa humanidad, y de una historia que, sin perder la costumbre, nos esboza cuestiones importantes contrarrestadas hábilmente con esa ligereza, jocosidad y liviandad tan propias de las mejores comedias, que desde hace ya cuarenta años viene firmando el artista neoyorkino. Y, sin duda, lo seguirá haciendo.
9
18 de septiembre de 2009
18 de septiembre de 2009
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdo con melancolía que cuando vi esta película del Oeste, adquirí definitivamente mi devoción por este bendito género. Desde entonces la repito cada vez que puedo y, al contrario que en otros casos, con la misma intriga y la misma emoción que aquella lejana primera vez.
La primordial virtud de esta fantástica obra reside en la gran tensión palpable durante tres cuartos de metraje (amén de un buen comienzo), provocada por dos aspectos principalmente: el portentoso pulso narrativo que le imprime la experta y artesanal batuta de John Sturges, uno de mis favoritos, injustamente poco recordado y a menudo infravalorado; y, en segundo lugar, el inolvidable duelo interpretativo, de primerísimo nivel, entre dos titanes de Hollywood: Kirk Douglas y Anthony Quinn, que ya habían actuado juntos pocos años antes en “Ulises” (Mario Camerini) y “El loco del pelo rojo” (Vincent Minnelli).
Dimitri Tiomkin ofrece una partitura, como siempre, de gran calidad, esta vez muy agitada y sumamente descriptiva, mientras que el director se apoya inteligentemente en la profesionalidad y la excelencia de esos dos grandes intérpretes y en una sencilla pero sutil fotografía para sacar adelante un guión trágico y bien construido: una india, esposa de un sheriff, es violada y asesinada por dos jóvenes, uno de los cuales es hijo de un terrateniente, casualmente viejo camarada del sheriff recientemente viudo. Éste, sediento, cuando menos, de justicia, parte en busca de los dos jóvenes insensatos. De ese modo, el sheriff tendrá que enfrentarse, sólo ayudado puntualmente, a su antiguo amigo y a un pueblo coaccionado por este último, una vez consigue apresar a su hijo, queriendo llegar hasta el final a cualquier precio, para vengar la muerte de su inocente esposa.
El guión saca a colación sentimientos como el amor, la venganza, la constancia, la desesperación, la valentía, el arrepentimiento, el rencor o el racismo; indaga de forma precisa en el dilema de los dos protagonistas, que se verán obligados a dejar de lado una vieja amistad; y en la psicología de ambos personajes, el uno, valeroso ante un entorno hostil y solo ante la adversidad, obcecado justificadamente en castigar a los asesinos; el otro, irremediablemente sacrificándolo todo por su hijo (aun conociendo su culpabilidad), resignado ante la ruptura de esa antigua amistad, y profundamente apenado por el cariz que toma el curso de los acontecimientos, pidiéndole perdón a su rival y amigo en un final lleno de amargura por no haber sabido educar mejor a su hijo. Dos hombres que deberán obedecer a un destino ineludiblemente violento y fatídico.
Lo verdaderamente destacable es la habilidad y el acierto con que Sturges, de forma natural y directa, nos conduce, ante la tensión acumulada y mediante un crescendo dramático impagable, hasta un clímax final de tragedia clásica, dejándonos uno de los westerns más conmovedores, intensos y memorables que cualquier amante del género haya podido ver.
La primordial virtud de esta fantástica obra reside en la gran tensión palpable durante tres cuartos de metraje (amén de un buen comienzo), provocada por dos aspectos principalmente: el portentoso pulso narrativo que le imprime la experta y artesanal batuta de John Sturges, uno de mis favoritos, injustamente poco recordado y a menudo infravalorado; y, en segundo lugar, el inolvidable duelo interpretativo, de primerísimo nivel, entre dos titanes de Hollywood: Kirk Douglas y Anthony Quinn, que ya habían actuado juntos pocos años antes en “Ulises” (Mario Camerini) y “El loco del pelo rojo” (Vincent Minnelli).
Dimitri Tiomkin ofrece una partitura, como siempre, de gran calidad, esta vez muy agitada y sumamente descriptiva, mientras que el director se apoya inteligentemente en la profesionalidad y la excelencia de esos dos grandes intérpretes y en una sencilla pero sutil fotografía para sacar adelante un guión trágico y bien construido: una india, esposa de un sheriff, es violada y asesinada por dos jóvenes, uno de los cuales es hijo de un terrateniente, casualmente viejo camarada del sheriff recientemente viudo. Éste, sediento, cuando menos, de justicia, parte en busca de los dos jóvenes insensatos. De ese modo, el sheriff tendrá que enfrentarse, sólo ayudado puntualmente, a su antiguo amigo y a un pueblo coaccionado por este último, una vez consigue apresar a su hijo, queriendo llegar hasta el final a cualquier precio, para vengar la muerte de su inocente esposa.
El guión saca a colación sentimientos como el amor, la venganza, la constancia, la desesperación, la valentía, el arrepentimiento, el rencor o el racismo; indaga de forma precisa en el dilema de los dos protagonistas, que se verán obligados a dejar de lado una vieja amistad; y en la psicología de ambos personajes, el uno, valeroso ante un entorno hostil y solo ante la adversidad, obcecado justificadamente en castigar a los asesinos; el otro, irremediablemente sacrificándolo todo por su hijo (aun conociendo su culpabilidad), resignado ante la ruptura de esa antigua amistad, y profundamente apenado por el cariz que toma el curso de los acontecimientos, pidiéndole perdón a su rival y amigo en un final lleno de amargura por no haber sabido educar mejor a su hijo. Dos hombres que deberán obedecer a un destino ineludiblemente violento y fatídico.
Lo verdaderamente destacable es la habilidad y el acierto con que Sturges, de forma natural y directa, nos conduce, ante la tensión acumulada y mediante un crescendo dramático impagable, hasta un clímax final de tragedia clásica, dejándonos uno de los westerns más conmovedores, intensos y memorables que cualquier amante del género haya podido ver.

7,3
4.038
8
6 de septiembre de 2010
6 de septiembre de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si la historia de Inglaterra ya se me antojaba apasionante al ver películas como "Cromwell", "Un hombre para la eternidad" o "Becket", en la película sobre la que escribimos se me revela un nuevo despertar de ese interés y esa fascinación en torno a los reyes y grandes hombres de Gran Bretaña. Y tales efectos (subjetivos y personalísimos, obviamente) son producidos, en gran medida, por la calidad y envergadura dramática que se pueden atisbar a primera vista en esta obra, descarnada y enérgica como pocas.
Sólida y elíptica en su estructura y brillante en su ambientación, con una música correcta a cargo de John Barry (que años más tarde se asentaría como un grandísimo compositor de bandas sonoras); puede presumir de unos diálogos que no hacen sino hablarnos bien de la obra de teatro en la que está basada. El castillo en el que tiene lugar toda la acción hace de ratonera a unos personajes que a lo largo de la historia se irán despojando y sacando sus cartas en una partida dominada por la ambición inacabable y las rencillas por el poder.
Es entonces cuando, durante dos horas, el espectador se ve sumido en una vorágine agobiante y demoledora mientras la mezquindad, la inquina, el egoísmo y la maldad salen de su escondite y los personajes quedan retratados sin ningún tipo de caridad o apego por parte del director, que encuentra a dos prodigiosos aliados en K. Hepburn y P. O´Toole (que también se luciría sobremanera en la antes mencionada "Becket" unos años antes), actores ambos irreprochables que dotan al drama de intensidad y profundidad. También Anthony Hopkins avisaba ya en este debut sobre el magnífico intérprete del que podrían disfrutar en tantas películas los amantes del cine.
Desoladora y aciaga cuando las peores y más bajas pasiones humanas se desvelan poco a poco, esta obra acorrala a sus personajes para que, por inercia, vayan delatando que, tras esa cascada de mezquindades y afanes míseros, se ocultan una serie de rencores, secretos y cargas pretéritas (nunca inconfesables durante el filme) que los impulsan a actuar unos contra otros según convenga en cada instante a sus codiciosos intereses, deviniendo una película llena de impetuosidad y a la vez transparente.
Transparente porque en pocas ocasiones se puede asistir a un desnudamiento de los personajes de tal magnitud como ocurre con "El león en invierno", película cruda como el más inclemente de los inviernos y despiadada como el más fiero de los leones.
Sólida y elíptica en su estructura y brillante en su ambientación, con una música correcta a cargo de John Barry (que años más tarde se asentaría como un grandísimo compositor de bandas sonoras); puede presumir de unos diálogos que no hacen sino hablarnos bien de la obra de teatro en la que está basada. El castillo en el que tiene lugar toda la acción hace de ratonera a unos personajes que a lo largo de la historia se irán despojando y sacando sus cartas en una partida dominada por la ambición inacabable y las rencillas por el poder.
Es entonces cuando, durante dos horas, el espectador se ve sumido en una vorágine agobiante y demoledora mientras la mezquindad, la inquina, el egoísmo y la maldad salen de su escondite y los personajes quedan retratados sin ningún tipo de caridad o apego por parte del director, que encuentra a dos prodigiosos aliados en K. Hepburn y P. O´Toole (que también se luciría sobremanera en la antes mencionada "Becket" unos años antes), actores ambos irreprochables que dotan al drama de intensidad y profundidad. También Anthony Hopkins avisaba ya en este debut sobre el magnífico intérprete del que podrían disfrutar en tantas películas los amantes del cine.
Desoladora y aciaga cuando las peores y más bajas pasiones humanas se desvelan poco a poco, esta obra acorrala a sus personajes para que, por inercia, vayan delatando que, tras esa cascada de mezquindades y afanes míseros, se ocultan una serie de rencores, secretos y cargas pretéritas (nunca inconfesables durante el filme) que los impulsan a actuar unos contra otros según convenga en cada instante a sus codiciosos intereses, deviniendo una película llena de impetuosidad y a la vez transparente.
Transparente porque en pocas ocasiones se puede asistir a un desnudamiento de los personajes de tal magnitud como ocurre con "El león en invierno", película cruda como el más inclemente de los inviernos y despiadada como el más fiero de los leones.
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