Demasiado bueno para ser real, demasiado en todo, coge influencias de aquí y de allá y nos muestra cine dentro del cine. Todos los que amen el cine, le deben amar a él. Christoph Waltz, un encantador con serpiente dentro, Daniel Brühl, Brad Pitt, todos... se merecen un aplauso, por hacernos disfrutar durante 2 horas y media, sin un segundo de pausa, sin un segundo de aburrimiento. Siéntense o "Asseyez Vous" como decía Hans Landa y disfruten, porque es una obra de arte y además, divertida.

La tensión se palpa desde los primeros minutos, construyendo una atmósfera de angustia que no cede hasta el final. La trama, sencilla en apariencia, se desarrolla con maestría gracias a una dirección precisa y actuaciones sobresalientes, especialmente la de la actriz principal, una verdadera revelación que lleva el peso de la historia con naturalidad y fuerza. Con pocos actores en escena, el filme logra mantener el interés y generar un crescendo emocional que envuelve al espectador. Los giros de la narrativa mantienen la intriga viva. Crea una experiencia intensa y absorbente que sorprende por su efectividad.

Dark es una seerie que no se ve, se estudia. Desde el primer episodio te lanza de cabeza a un laberinto de fechas, árboles genealógicos imposibles, bucles temporales y mundos paralelos que desafían cualquier intento de comprensión rápida. Es un verdadero cacao mental, sí, pero si te dejas llevar y pones atención, la recompensa es inmensa.

Lo más impresionante es que, dentro de su complejidad, todo está cuidado al milímetro. Nada se deja al azar. Los detalles que parecen irrelevantes al principio cobran sentido dos temporadas después. Y en ese juego de encajar piezas, Dark se convierte en una experiencia única, exigente, pero muy satisfactoria para quien decide no rendirse.

Visualmente es impecable. La ambientación oscura, los silencios incómodos, la música inquietante… todo está al servicio de una atmósfera densa y magnética. Además, los actores logran dar vida a personajes que se sienten reales incluso cuando sus circunstancias son absolutamente imposibles. No hay héroes ni villanos, sólo personas atrapadas en un destino que se repite.

No se parece a nada. No es Stranger Things, ni The OA, ni ninguna otra serie que haya jugado con la ciencia ficción o los viajes en el tiempo. Es Dark, a secas. Una propuesta alemana que se atrevió a ser distinta, que se tomó su tiempo, que pidió al espectador un esfuerzo... y que lo devolvió con creces.

No es para todo el mundo, eso está claro. Pero si conectas con ella, es probable que no se te olvide jamás.

Hay pelis que te dejan con una sensación de 'qué mono todo', ¿sabes? 'Un don excepcional' es de esas. Marc Webb se aleja de los superhéroes y nos trae una historia sencilla, pero que te toca la fibra. Un tío normal y corriente, Frank, se hace cargo de su sobrina, Mary, que resulta ser un cerebrito de las mates.

Lo mejor, sin duda, la química entre Chris Evans y la niña, Mckenna Grace. Es que se nota que se llevan bien, que hay feeling. Evans se olvida del Capitán América y se mete en la piel de un tipo normal, con sus rollos y sus miedos. Y la niña, ¡qué decir! Es un prodigio, pero no de esos que te dan repelús, sino una cría normal y corriente, con sus gracias y sus rabietas.

La historia es de las de pañuelo, no te voy a engañar. Pero no es de esas que te meten el drama con calzador. Es más de sonrisas tontas y de 'qué bonito'. Sí, el debate sobre si la niña tiene que ir a una escuela especial o no se queda un poco en la superficie, pero a mí me dio igual. Yo estaba más pendiente de ver cómo se llevaban tío y sobrina.

Vamos, que si buscas una peli para pasar un rato agradable, para desconectar y para salir del cine con una sonrisa, 'Un don excepcional' es tu peli. No es una obra maestra, pero es de esas que te dejan con el corazón calentito.

"The Apprentice" es una película que no se anda con rodeos. No intenta ser objetiva ni buscar matices donde no los hay, sino que se sumerge de lleno en el ascenso de un joven Donald Trump, retratándolo como un personaje moldeado por la manipulación, la falta de escrúpulos y la ambición desmedida. No es un biopic al uso, sino una reconstrucción de cómo se forjó la mentalidad de un hombre que, décadas después, acabaría marcando la historia política de Estados Unidos.

Sebastian Stan asume el reto de interpretar a Trump sin caer en la caricatura ni en la imitación exagerada. Su actuación es inquietante porque logra captar no solo su forma de hablar o sus gestos, sino también esa sensación de oportunismo calculador que lo define. Junto a él, Jeremy Strong da vida a Roy Cohn, su mentor y una figura clave en su formación. Su presencia es magnética, dejando claro que la influencia de Cohn fue determinante en la evolución de Trump.

Ali Abbasi dirige con pulso firme, sin adornos innecesarios. La película funciona como una radiografía de la corrupción, del poder y de las alianzas peligrosas que pueden transformar a un individuo en un monstruo mediático. Es un relato crudo que deja claro que la impunidad y el cinismo son herramientas fundamentales en el mundo que retrata.

Si hay un defecto en The Apprentice, es que no siempre profundiza en la psicología del personaje central. Muestra los hechos, pero a veces se echa en falta un análisis más detallado de sus motivaciones internas. Sin embargo, el impacto emocional es innegable.

Al final, la película logra exactamente lo que se propone: incomodar. No hay redención, no hay giros inesperados, solo una exposición descarnada de un proceso de transformación en el que todo vale con tal de escalar posiciones. Si ya despreciabas a Trump antes de verla, cuando termina la sensación es aún peor.