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6,4
41.835
5
7 de abril de 2020
7 de abril de 2020
6 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con los tiempos que corren películas que plantean dicotomías sobre la naturaleza humana y su devenir están en auge (sino solo hay que ver el resurgir de películas como "Contagio" de Soderbergh). La última de estas producciones nos llega desde nuestra propia filmografía, la gran triunfante del pasado festival de Sitges, "El hoyo".
Con la vista puesta en el filme "Cube" de Natali, de la que toma prestado, no solo el ambiente opresivo que puede aportar una estructura simétrica e interminable, sino el espíritu de la misma. Si en aquella el conflicto estaba enfocado a desvelar la verdadera naturaleza humana en situaciones complicadas, aquí la lectura de la cinta tiene un objetivo mucho más político.
Justamente esta postura es la que la acerca más a "Snowpiercer" de Joon-ho, donde la acción era pura metáfora de la lucha de clases y de la relación que se establece entre éstas. Al igual que el tren ecosistema de la película protagonizada por Chris Evans, la estructura del hoyo también está dividida por estamentos, claro reflejo de la sociedad, en la que los privilegios de unos son las desgracias de otros.
Como vemos, una premisa que, aún sin ser del todo novedosa, sí es sumamente interesante. Si a esto le añadimos una factura impecable, un buen trabajo por parte del elenco actoral y sus coqueteos con el gore más explícito, la cinta contiene suficientes méritos como para ser objeto de culto.
Ahora bien, el principal problema de este tipo de producciones radica en dos puntos; el primero, el control del ritmo narrativo, ya que el transcurrir en un mimético escenario conlleva muchos riesgos y, en este caso, el director sale más o menos airoso, pese a la pretendida reiteración de la acción, buscando cierto desasosiego en el espectador.
El segundo, y más importante, es el sortear esa fina línea de la metáfora fácil y condescendiente. Y es aquí donde el filme fracasa, ya que todo lo que en él acontece está calculado al milímetro para que su mensaje llegue de forma directa, sin dobles lecturas, promoviendo un discurso grandilocuente en exceso que no sienta muy bien a una cinta de género de estas características. El problema es cuando sus responsables son conocedores de sus previas virtudes y aciertos, y eso resta fluidez a un conjunto que se subordina al mensaje.
Lo mejor; El diseño de producción del film, con ese atinado desfilar de cubículos interminables.
Lo peor; Es demasiado reiterativa y rimbombante para un film con claras aspiraciones de serie B.
Con la vista puesta en el filme "Cube" de Natali, de la que toma prestado, no solo el ambiente opresivo que puede aportar una estructura simétrica e interminable, sino el espíritu de la misma. Si en aquella el conflicto estaba enfocado a desvelar la verdadera naturaleza humana en situaciones complicadas, aquí la lectura de la cinta tiene un objetivo mucho más político.
Justamente esta postura es la que la acerca más a "Snowpiercer" de Joon-ho, donde la acción era pura metáfora de la lucha de clases y de la relación que se establece entre éstas. Al igual que el tren ecosistema de la película protagonizada por Chris Evans, la estructura del hoyo también está dividida por estamentos, claro reflejo de la sociedad, en la que los privilegios de unos son las desgracias de otros.
Como vemos, una premisa que, aún sin ser del todo novedosa, sí es sumamente interesante. Si a esto le añadimos una factura impecable, un buen trabajo por parte del elenco actoral y sus coqueteos con el gore más explícito, la cinta contiene suficientes méritos como para ser objeto de culto.
Ahora bien, el principal problema de este tipo de producciones radica en dos puntos; el primero, el control del ritmo narrativo, ya que el transcurrir en un mimético escenario conlleva muchos riesgos y, en este caso, el director sale más o menos airoso, pese a la pretendida reiteración de la acción, buscando cierto desasosiego en el espectador.
El segundo, y más importante, es el sortear esa fina línea de la metáfora fácil y condescendiente. Y es aquí donde el filme fracasa, ya que todo lo que en él acontece está calculado al milímetro para que su mensaje llegue de forma directa, sin dobles lecturas, promoviendo un discurso grandilocuente en exceso que no sienta muy bien a una cinta de género de estas características. El problema es cuando sus responsables son conocedores de sus previas virtudes y aciertos, y eso resta fluidez a un conjunto que se subordina al mensaje.
Lo mejor; El diseño de producción del film, con ese atinado desfilar de cubículos interminables.
Lo peor; Es demasiado reiterativa y rimbombante para un film con claras aspiraciones de serie B.

6,5
12.350
7
6 de enero de 2019
6 de enero de 2019
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muchos tipos de polémicas generadas en el celuloide perpetradas por diferentes autores. Tenemos aquellas que sacuden conciencias a través de reflexiones aterradoras, como por ejemplo el cine de Haneke (con "La Pianista" o "Funny Games" a la cabeza), también aquellas que propinan un puñetazo directo al estómago al espectador, como el cine de Gaspar Noé (con "Irreversile" o su más reciente "Climax"). Las que utilizan argumentos metafóricos con cierto halo de intelectualidad, el cine de Pasolini ("Las 120 jornadas en Sodoma"). Y, por otro lado, encontramos aquellos directores que mediante un sonoro puñetazo en la mesa gritan para llamar la atención de los respetables, y es en este grupo, donde podemos ubicar a Lars Von Trier.
Desde el inicio de su carrera uno ya percibía que el director danés era un experto en aquello de escandalizar, ya sea a través de situaciones absurdas, o bien incluyendo elementos cinematográficos que incomoden en cierta medida al espectador. En sus primeras obras dentro del movimiento Dogma, como "Los idiotas", se plantea cuestiones morales sobrepasando a veces los límites de la burla, ofendiendo a más de uno con sus descabelladas ocurrencias pero que en el fondo esconden una feroz crítica a la sociedad bien pensante.
En su carrera hubo un punto de inflexión, aquél en el que el director demuestra que es capaz de ofrecer, no sólo polémicas gratuitas, sino también buen cine. Con el díptico formado por "El Anticristo" y "Melancolía" (hasta la fecha sus mejores obras), el director consigue imágenes evocadoras y desconcertantes que apoyan una mala leche sin precedentes en su obra. La misoginia nada disimulada de la primera y ese pesimismo exacerbado de la segunda, se funden con planos bellísimos en los que el director hace gala de su buen hacer detrás de las cámaras.
Su último film, si bien no es del todo satisfactorio, sí que ofrece puntos de interés en ese retrato de un asesino del cual no obtenemos más información que sus actos y sus pensamientos mientras los comete. Fragmentada en episodios (al igual que su anterior obra, la extensa "Nynphomaníac"), en los que se nos narra sucesos en las que varias víctimas femeninas se ven involucradas. Von Trier se aleja rápidamente de películas cuya intención es indagar en la psique del protagonista, como la magistral "Henry, retrato de un asesino" de John McNaughton, para ir rápidamente a un ejercicio paródico donde la doble moral que propone juega en terrenos peligrosos.
La encarnizada violencia que descarga sobre la mujer, víctimas todas ellas del asesino, presentándolas como insufribles seres que de alguna manera provocan su triste final, es un acto de suma rebeldía en los tiempos que corren. Ejemplo de ello es el primer suceso, con una Uma Thurman construyéndose así misma un asesinato, o el ensañamiento verbal a otra de las víctimas con la que supuestamente mantiene una relación el protagonista. Todo ello es narrado mediante un negrísimo humor que, en realidad, es su mejor baza (nada puede tomarse en serio). Es ahí donde radica la suma inteligencia con la que el director nos arroja por igual secuencias aterradoras, como el terrible asesinato de toda una familia monoparental, en la cual a uno no puede sino escapársele alguna que otra sonrisa culpable, combinadas con secuencias delirantes como aquellas que acontecen el el bloque de apartamentos y la manía fotográfica perfeccionista del protagonista.
Pero, ¿cúal es el problema entonces?. Que el director, al igual que en su anterior obra, opta por una intelectualización rancia de lo hechos. Ofreciendo un discurso autocomplaciente y pedante que no provoca otra cosa que cierto rechazo en el espectador. Si en la obra protagonizada por Charlotte Gainsbourg se comparaba las artes del sexo con la parxis de la pesca entre otras, aquí se compara el crimen con el arte, sin aportar nada nuevo en el terreno, ensuciando ese aire autoparódico del relato y creando un vacío en el conjunto difícil de llenar.
Lo mejor; El peligroso sentido de humor.
Lo peor; La autocomplacencia y deleite de sí mismo que el director nos brinda en el epílogo.
Desde el inicio de su carrera uno ya percibía que el director danés era un experto en aquello de escandalizar, ya sea a través de situaciones absurdas, o bien incluyendo elementos cinematográficos que incomoden en cierta medida al espectador. En sus primeras obras dentro del movimiento Dogma, como "Los idiotas", se plantea cuestiones morales sobrepasando a veces los límites de la burla, ofendiendo a más de uno con sus descabelladas ocurrencias pero que en el fondo esconden una feroz crítica a la sociedad bien pensante.
En su carrera hubo un punto de inflexión, aquél en el que el director demuestra que es capaz de ofrecer, no sólo polémicas gratuitas, sino también buen cine. Con el díptico formado por "El Anticristo" y "Melancolía" (hasta la fecha sus mejores obras), el director consigue imágenes evocadoras y desconcertantes que apoyan una mala leche sin precedentes en su obra. La misoginia nada disimulada de la primera y ese pesimismo exacerbado de la segunda, se funden con planos bellísimos en los que el director hace gala de su buen hacer detrás de las cámaras.
Su último film, si bien no es del todo satisfactorio, sí que ofrece puntos de interés en ese retrato de un asesino del cual no obtenemos más información que sus actos y sus pensamientos mientras los comete. Fragmentada en episodios (al igual que su anterior obra, la extensa "Nynphomaníac"), en los que se nos narra sucesos en las que varias víctimas femeninas se ven involucradas. Von Trier se aleja rápidamente de películas cuya intención es indagar en la psique del protagonista, como la magistral "Henry, retrato de un asesino" de John McNaughton, para ir rápidamente a un ejercicio paródico donde la doble moral que propone juega en terrenos peligrosos.
La encarnizada violencia que descarga sobre la mujer, víctimas todas ellas del asesino, presentándolas como insufribles seres que de alguna manera provocan su triste final, es un acto de suma rebeldía en los tiempos que corren. Ejemplo de ello es el primer suceso, con una Uma Thurman construyéndose así misma un asesinato, o el ensañamiento verbal a otra de las víctimas con la que supuestamente mantiene una relación el protagonista. Todo ello es narrado mediante un negrísimo humor que, en realidad, es su mejor baza (nada puede tomarse en serio). Es ahí donde radica la suma inteligencia con la que el director nos arroja por igual secuencias aterradoras, como el terrible asesinato de toda una familia monoparental, en la cual a uno no puede sino escapársele alguna que otra sonrisa culpable, combinadas con secuencias delirantes como aquellas que acontecen el el bloque de apartamentos y la manía fotográfica perfeccionista del protagonista.
Pero, ¿cúal es el problema entonces?. Que el director, al igual que en su anterior obra, opta por una intelectualización rancia de lo hechos. Ofreciendo un discurso autocomplaciente y pedante que no provoca otra cosa que cierto rechazo en el espectador. Si en la obra protagonizada por Charlotte Gainsbourg se comparaba las artes del sexo con la parxis de la pesca entre otras, aquí se compara el crimen con el arte, sin aportar nada nuevo en el terreno, ensuciando ese aire autoparódico del relato y creando un vacío en el conjunto difícil de llenar.
Lo mejor; El peligroso sentido de humor.
Lo peor; La autocomplacencia y deleite de sí mismo que el director nos brinda en el epílogo.
24 de agosto de 2019
24 de agosto de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué hubiera pasado si Superman, en vez de actuar como un superhéroe bondadoso, actuara como un supervillano, poniendo sus poderes al Servicio del caos y la destrucción? o en el caso de la mítica Dragon Ball, ¿qué le hubiera deparado al planeta Tierra sin ese golpe en la cabeza del pequeño Goku en su tierna infacia que, bajo el cuidado de su abuelo, trucó los planes invasores de su superraza?
Parece que estas cuestiones son las que se planteó el director para afrontar su nuevo film, convirtiendo al otrora enviado desde el planeta Krypton, en una especie de alienígena con superpoderes. Un punto de partida interesante, sin lugar a dudas, que en manos de directores tan pirotécnicos como Michael Bay o el tánden Anthony y Joe Russo, hubiera dado lugar a una superprodución llena de efectos especiales y bombardeo de imágenes epilépticas.
En cambio, Yarovesky opta, para bien o para mal, por una película mucho más íntima (ya sea por la falta de presupuesto o por pretensión), narrando la historia de una pareja que debe enfrentarse al cambio radical que experimenta su retoño una vez es poseído por las fuerzas alienígenas. Como podemos apreciar, el film también permite una doble lectura sobre ese paso de la niñez a la adolescencia que experimenta todo ser y, sobretodo, todo sufrido progenitor, donde incluso uno no llega a reconocerse y a que lo reconozcan.
Sin ir mucho más allá, el film es un conglomerado de escenas impactantes que, a pesar de la falta de medios, el director resuelve con soltura, consiguiendo un buen ritmo en el metraje e imágenes que se graban en la retina (como ese ataque al coche o el acoso en la cafetería). Un divertimento sin pretensiones que funciona, siempre y cuando no se le exija mucho a este tipo de producciones. Aunque vivimos una saturación de cine con niños malrolleros ( "The Prodigy" de Nicholas McCarthy, "La Bruja" de Robert Eggers, "Babadook" de Jennifer Kent), "El Hijo" supone una inocente bocanada de aire fresco.
Lo mejor; Las escenas en que el supervillano hace su aparición, con su traje y sus malas pulgas.
Lo peor; Aún en cierto mono novedosa en cuanto a premisa, uno no puede dejar de experimenta esa sensación de haberla visto mil veces.
Parece que estas cuestiones son las que se planteó el director para afrontar su nuevo film, convirtiendo al otrora enviado desde el planeta Krypton, en una especie de alienígena con superpoderes. Un punto de partida interesante, sin lugar a dudas, que en manos de directores tan pirotécnicos como Michael Bay o el tánden Anthony y Joe Russo, hubiera dado lugar a una superprodución llena de efectos especiales y bombardeo de imágenes epilépticas.
En cambio, Yarovesky opta, para bien o para mal, por una película mucho más íntima (ya sea por la falta de presupuesto o por pretensión), narrando la historia de una pareja que debe enfrentarse al cambio radical que experimenta su retoño una vez es poseído por las fuerzas alienígenas. Como podemos apreciar, el film también permite una doble lectura sobre ese paso de la niñez a la adolescencia que experimenta todo ser y, sobretodo, todo sufrido progenitor, donde incluso uno no llega a reconocerse y a que lo reconozcan.
Sin ir mucho más allá, el film es un conglomerado de escenas impactantes que, a pesar de la falta de medios, el director resuelve con soltura, consiguiendo un buen ritmo en el metraje e imágenes que se graban en la retina (como ese ataque al coche o el acoso en la cafetería). Un divertimento sin pretensiones que funciona, siempre y cuando no se le exija mucho a este tipo de producciones. Aunque vivimos una saturación de cine con niños malrolleros ( "The Prodigy" de Nicholas McCarthy, "La Bruja" de Robert Eggers, "Babadook" de Jennifer Kent), "El Hijo" supone una inocente bocanada de aire fresco.
Lo mejor; Las escenas en que el supervillano hace su aparición, con su traje y sus malas pulgas.
Lo peor; Aún en cierto mono novedosa en cuanto a premisa, uno no puede dejar de experimenta esa sensación de haberla visto mil veces.
10 de septiembre de 2019
10 de septiembre de 2019
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Tarantino se le ama o... se le ama, no hay otra. Pero esa extraña devoción que despierta su nostálgica filmografía es un arma de doble filo ya que uno puede llegar a perdonar esos excesos en su forma pero nunca en expectativa y de ahí que su tan alardeado penúltimo film, sea objeto de constante polémica, inclusive dentro de sus más acérrimos fans.
Tarantino ha sido, ya desde su más tierna infancia, un devorador de celuloide en todas sus variedades. Creció y aprendió con el cine y, una vez adquirido el rol de cineasta, todo ese aprendizaje y esa nostalgia conjugó un estilo, que funciona a base de retales fílmicos que, dentro de un conjunto, adquiere una perspectiva de personalidad arrolladora que otorga al director toda una seña de identidad.
Sus cantos al viejo cine, al cine de barrio de programas dobles, con películas que oscilaban entre pequeñas producciones de serie b con otras de serie z, son la causa de muchos de sus mayores logros, a la vez que muchas de sus fallidas intenciones. No es difícil ver los constantes homenajes al "spaguetti wester" en su "Django desencadenado", o en "Los Odiosos Ocho", o al cine xplotation en "Dead Proof", o al cine de artes marciales, como en "Kill Bill".
Precisamente, su nuevo film habla directamente de la industria y su "modus operandi", alejándose de géneros, relatando, a través de sus protagonistas, el proceso que experimentaba cualquier actor del Hollywood de los 60, donde las estrellas pasaban de copar todas las pantallas a participar en producciones europeas de bajo coste, que explotaban su antiguo esplendor, pasando previamente por el formato televisivo. Narrado todo ello a través del personaje de Rick Dalton, excelentemente interpretado por DiCaprio, cuya recreación destila tanto simpatía como patetismo, presupone que la propia decadencia del actor es también el canto del cisne de la Edad de Oro hollywoodense, la muerte de un tipo de industria que devendrá dispar en las convulsas décadas posteriores y que recibirá su estocada final con el fin del sueño de la contracultura.
Dejando a un lado el meticuloso y estupendo retrato de la época que realiza Tarantino, el film ofrece su propia visión de unos hechos, como son los crímenes de Manson, que forman parte de la cultura popular y, sabiendo que el espectador es conocedor, en gran medida, de los hechos, el director se permite jugar con las expectativas de éste. La catarsis que propone el juego de Tarantino es lo mejor de un film, que aun siendo irregular, ofrece momentos de pura genialidad, como por ejemplo todo lo relacionado con la "troupe de los Manson" (puro suspense), el declive al que debe enfrentarse la otrora estrella (su conversación en la sala de maquillaje), su relación simbiótica con su doble (magnífico Pitt), ese merecido homenaje a Sharon Tate a través de la tierna mirada de Robbie en la sala de cine, o su apoteósico final.
Aún siendo un film irregular y equidistar en maestría de sus mejores obras, el film ofrece suficientes ingredientes interesantes como para tenerla en consideración, con momentos brillantes y una dirección hipnótica que, con el tiempo, será nuevamente reivindicada por sus actuales detractores.
Lo mejor; El tándem protagonista (¡Qué bien casan DiCaprio y Pitt, sacando lo mejor el uno del otro!).
Lo peor; El film adolece de cierta falta de ritmo, además de echar de menos esa chispa en los diálogos, propios del director, que aquí no lucen con la frescura habitual en él.
Tarantino ha sido, ya desde su más tierna infancia, un devorador de celuloide en todas sus variedades. Creció y aprendió con el cine y, una vez adquirido el rol de cineasta, todo ese aprendizaje y esa nostalgia conjugó un estilo, que funciona a base de retales fílmicos que, dentro de un conjunto, adquiere una perspectiva de personalidad arrolladora que otorga al director toda una seña de identidad.
Sus cantos al viejo cine, al cine de barrio de programas dobles, con películas que oscilaban entre pequeñas producciones de serie b con otras de serie z, son la causa de muchos de sus mayores logros, a la vez que muchas de sus fallidas intenciones. No es difícil ver los constantes homenajes al "spaguetti wester" en su "Django desencadenado", o en "Los Odiosos Ocho", o al cine xplotation en "Dead Proof", o al cine de artes marciales, como en "Kill Bill".
Precisamente, su nuevo film habla directamente de la industria y su "modus operandi", alejándose de géneros, relatando, a través de sus protagonistas, el proceso que experimentaba cualquier actor del Hollywood de los 60, donde las estrellas pasaban de copar todas las pantallas a participar en producciones europeas de bajo coste, que explotaban su antiguo esplendor, pasando previamente por el formato televisivo. Narrado todo ello a través del personaje de Rick Dalton, excelentemente interpretado por DiCaprio, cuya recreación destila tanto simpatía como patetismo, presupone que la propia decadencia del actor es también el canto del cisne de la Edad de Oro hollywoodense, la muerte de un tipo de industria que devendrá dispar en las convulsas décadas posteriores y que recibirá su estocada final con el fin del sueño de la contracultura.
Dejando a un lado el meticuloso y estupendo retrato de la época que realiza Tarantino, el film ofrece su propia visión de unos hechos, como son los crímenes de Manson, que forman parte de la cultura popular y, sabiendo que el espectador es conocedor, en gran medida, de los hechos, el director se permite jugar con las expectativas de éste. La catarsis que propone el juego de Tarantino es lo mejor de un film, que aun siendo irregular, ofrece momentos de pura genialidad, como por ejemplo todo lo relacionado con la "troupe de los Manson" (puro suspense), el declive al que debe enfrentarse la otrora estrella (su conversación en la sala de maquillaje), su relación simbiótica con su doble (magnífico Pitt), ese merecido homenaje a Sharon Tate a través de la tierna mirada de Robbie en la sala de cine, o su apoteósico final.
Aún siendo un film irregular y equidistar en maestría de sus mejores obras, el film ofrece suficientes ingredientes interesantes como para tenerla en consideración, con momentos brillantes y una dirección hipnótica que, con el tiempo, será nuevamente reivindicada por sus actuales detractores.
Lo mejor; El tándem protagonista (¡Qué bien casan DiCaprio y Pitt, sacando lo mejor el uno del otro!).
Lo peor; El film adolece de cierta falta de ritmo, además de echar de menos esa chispa en los diálogos, propios del director, que aquí no lucen con la frescura habitual en él.
6
17 de marzo de 2020
17 de marzo de 2020
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El relacionar el vampirismo con los elementos nocturnos no es del todo novedoso ya que, desde su misma génesis, siempre ha estado vinculado a los recovecos oscuros que esconde la noche. Desde el prisma de la modernidad, las drogas, la música y los clubs, las sociedades elitistas secretas y un largo etc. han estado siempre sometidas al poder de los no muertos, reyes indiscutibles de esos elementos, ya sean como metáforas directas o puros elementos decorativos.
El cine, sobre todo el de genero, siempre ha tratado de metamorfosear cualquier tipo de adicción con el vampiro, ya sea en sentido estricto o con ciertas licencias. Por el celuloide transitan aquellos que se alimentan de sangre, de energía, del arte, de la belleza, de la juventud, entre otras cosas, siempre en un proceso de alienación y dependencia de la desvalida y quebradiza víctima, dispuesta a entregarse totalmente por aquello que la obsesiona y qué será utilizado por el vampiro de turno.
Joe Begos nos propone una historia donde, la crisis artística y personal de una joven pintora la arrastrará a un viaje sin frenos por la noche, las drogas y, como consecuencia de ello, por la sangre (y mucha). Con un ojo puesto en "La adicción" de Abel Ferrara y el otro en el cine de Gaspar Noé, el director ofrece una psicodélica e intensa bajada a los infiernos, donde las cabriolas fotográficas, los saturados colores, vampirismo y el brío en el manejo de la cámara, dan como resultado una experiencia tan agotadora como penetrante.
No es difícil encontrar elementos de "Enter de Void" de Noé y de su más reciente "Climax"-película con la que guarda mucha similitud- por ello, y aún sin prescindir de ese aire amateur que impera en la cinta, el film juega a trasladar toda esa pirotecnia visual producida por los estupefacientes a la gran pantalla, con todo el riesgo que ello conlleva y del que el director sale airoso gracias a su firmeza detrás de las cámaras y a la intensa actuación de Dora Madison, entregándose (que no actuando) a un caótico frenesí bien controlado. Buscando más paralelismos, nos encontramos ante la versión hardcore de "Largo viaje hacia la noche" de Bi Gan.
El film ya lo advierte en sus primeros compases, este puede dañar a personas sensibles debido a que sus atronadoras y epilépticas imágenes se suceden en pantalla ante la atenta mirada del espectador, incapaz de apartar la vista ante lo que se nos muestra. Toda una experiencia.
Lo mejor; La cinta hace de su imperfección su mejor baza, siendo directa y honesta, sin grandes pretensiones y lecturas.
Lo peor; Al final, es un mejunje de muchos elementos presentados con mucha solvencia, aunque nada nuevo bajo el sol.
El cine, sobre todo el de genero, siempre ha tratado de metamorfosear cualquier tipo de adicción con el vampiro, ya sea en sentido estricto o con ciertas licencias. Por el celuloide transitan aquellos que se alimentan de sangre, de energía, del arte, de la belleza, de la juventud, entre otras cosas, siempre en un proceso de alienación y dependencia de la desvalida y quebradiza víctima, dispuesta a entregarse totalmente por aquello que la obsesiona y qué será utilizado por el vampiro de turno.
Joe Begos nos propone una historia donde, la crisis artística y personal de una joven pintora la arrastrará a un viaje sin frenos por la noche, las drogas y, como consecuencia de ello, por la sangre (y mucha). Con un ojo puesto en "La adicción" de Abel Ferrara y el otro en el cine de Gaspar Noé, el director ofrece una psicodélica e intensa bajada a los infiernos, donde las cabriolas fotográficas, los saturados colores, vampirismo y el brío en el manejo de la cámara, dan como resultado una experiencia tan agotadora como penetrante.
No es difícil encontrar elementos de "Enter de Void" de Noé y de su más reciente "Climax"-película con la que guarda mucha similitud- por ello, y aún sin prescindir de ese aire amateur que impera en la cinta, el film juega a trasladar toda esa pirotecnia visual producida por los estupefacientes a la gran pantalla, con todo el riesgo que ello conlleva y del que el director sale airoso gracias a su firmeza detrás de las cámaras y a la intensa actuación de Dora Madison, entregándose (que no actuando) a un caótico frenesí bien controlado. Buscando más paralelismos, nos encontramos ante la versión hardcore de "Largo viaje hacia la noche" de Bi Gan.
El film ya lo advierte en sus primeros compases, este puede dañar a personas sensibles debido a que sus atronadoras y epilépticas imágenes se suceden en pantalla ante la atenta mirada del espectador, incapaz de apartar la vista ante lo que se nos muestra. Toda una experiencia.
Lo mejor; La cinta hace de su imperfección su mejor baza, siendo directa y honesta, sin grandes pretensiones y lecturas.
Lo peor; Al final, es un mejunje de muchos elementos presentados con mucha solvencia, aunque nada nuevo bajo el sol.
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