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Críticas 181
Críticas ordenadas por utilidad
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8
11 de enero de 2025 Sé el primero en valorar esta crítica
La he visto, gratis, en pluto.tv. Es una película entretenida, sencilla, que muestra una pareja zombie que se divorcia y no sabe qué hacer con el hijo en común, un chico de doce años al que no quieren. Ambos ya tienen sus nuevos amantes y quieren rehacer sus vidas de forma totalmente independiente, de modo que piensan en mandar el niño a vivir con la abuela o, lo más probable, ponerlo en un internado. El chico, sabiéndose despreciado, desaparece y sus padres, no se sabe bien por qué, se dan a su búsqueda. Es una búsqueda frenética que no les aporta absolutamente nada en términos de concientización de su problema: ambos son incapaces de reflexionar. Riñen el tiempo entero, arrecian en su odio mutuo. Superficiales, fríos, "sin amor", como dice el título, no parecen siquiera humanos. Sólo buscan el placer, el mantenimiento del status quo, la huida hacia adelante.

La película se desarrolla con una atmósfera fría y opresiva, típica del cine ruso contemporáneo, que refleja no solo la ausencia de amor en la relación de los padres, sino también en el entorno social que los rodea. La desaparición del niño se convierte en el catalizador para exponer la deshumanización y el vacío emocional que parecen impregnarlo todo. Aunque puede parecer una trama sencilla, el director logra transmitir una profundidad desgarradora en los silencios, las miradas y los paisajes desolados. No es solo la historia de un niño perdido, sino un retrato de un mundo en el que el amor parece haber sido completamente olvidado. Al terminarla, queda una sensación amarga, como si la falta de amor fuera no solo un problema personal, sino un síntoma de algo mucho más amplio y perturbador.
10 de enero de 2025 Sé el primero en valorar esta crítica
La película comienza con la solicitud de divorcio de Simin, quien quiere dejar Irán para ofrecer a su hija un futuro mejor. Nader, su esposo, se niega a acompañarla porque necesita cuidar de su padre enfermo. Lo que parece ser un dilema personal y doméstico pronto se complica con la contratación de una cuidadora, cuya llegada desata una cadena de malentendidos, mentiras y enfrentamientos legales.

El guion es magistral en su capacidad para retratar la complejidad de las relaciones humanas. Cada personaje tiene sus razones, sus dilemas morales y sus propios límites. No hay héroes ni villanos, solo personas intentando hacer lo correcto en un sistema que no siempre lo permite. El conflicto, aunque en esencia es íntimo, refleja cuestiones universales: la familia, la justicia, la religión, la ética.

Farhadi logra que cada pequeño gesto o palabra tenga peso. Los diálogos son tan naturales que casi olvidamos que estamos viendo una película, y las emociones de los personajes se sienten tan reales que es imposible no empatizar con todos ellos, incluso cuando están en lados opuestos del conflicto.

Es una película que no solo cuenta una historia; te obliga a cuestionar tus propios valores y a enfrentarte a la ambigüedad de la vida. Una obra profundamente humana e inolvidable.
30 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
Ésta es mucho más que una película de ciencia ficción de los años 50; es una meditación existencial disfrazada de aventura fantástica. Desde el primer instante, la cinta establece una atmósfera de intriga, pero lo que realmente atrapa es cómo utiliza su premisa aparentemente absurda —un hombre que comienza a encogerse tras estar expuesto a una misteriosa nube radiactiva— para explorar cuestiones más profundas sobre la fragilidad de la existencia humana.

Scott Carey, el protagonista, no es un héroe convencional. Su transformación física, que al principio parece ser solo un fenómeno extraño, rápidamente se convierte en una metáfora de su lucha por encontrar un lugar en un mundo que literalmente lo empequeñece. A medida que su cuerpo disminuye de tamaño, también lo hace su control sobre su entorno, su relación con su esposa y su sentido de identidad. Lo que empieza como una curiosidad científica se convierte en un viaje desesperado hacia lo desconocido, lleno de peligro y de una constante pérdida de dignidad.

Aunque la película no escatima en efectos visuales impresionantes para la época —los escenarios gigantes y las composiciones ingeniosas todavía sorprenden—, su enfoque está en el drama humano. Scott no es solo un hombre menguante; es un hombre que enfrenta una serie de pérdidas: su posición social, su amor propio y, finalmente, su lugar en el universo.

La narrativa encuentra su mayor fuerza en la soledad de Scott. Conforme su tamaño lo reduce a una escala microscópica, se enfrenta a peligros antes insignificantes que ahora son mortales: un gato doméstico, una araña, una gota de agua. Pero la verdadera amenaza no es el mundo exterior, sino su propia desesperación. Aquí es donde la película se separa de otras de su género. En lugar de buscar una solución fácil o un final feliz convencional, se sumerge en el significado filosófico de ser pequeño en un cosmos inmenso.

Grant Williams, en el papel de Scott, logra una interpretación llena de vulnerabilidad. A medida que su personaje pierde todo lo que lo define como hombre, encuentra una nueva forma de humanidad en su capacidad para adaptarse, luchar y, finalmente, aceptar su lugar en un universo indiferente. El monólogo final, donde Scott contempla su insignificancia y, al mismo tiempo, su conexión con lo infinito, es una de las reflexiones más poéticas y conmovedoras que haya ofrecido el cine de ciencia ficción.
30 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
"Les Diaboliques" es una obra maestra del cine negro que destila una atmósfera de tensión y misterio tan sofocante como inolvidable. Con un guion meticulosamente construido y actuaciones que rozan la perfección, Clouzot nos sumerge en un relato de traición, amor enfermizo y remordimientos que mantiene al espectador al borde de la silla hasta el último segundo.

La historia se desarrolla en un decadente internado, un escenario tan opresivo como los sentimientos de sus protagonistas. Michel Delassalle, el despiadado director del colegio, se convierte en el centro de un triángulo tortuoso entre su esposa Christina y su amante Nicole. La relación entre estas dos mujeres es, curiosamente, el motor de la trama. Aunque parten desde el antagonismo, la opresión compartida las une en un vínculo de complicidad que trasciende la lógica. Es fascinante observar cómo Clouzot traza los límites entre víctimas y verdugos, obligándonos a replantearnos constantemente quién manipula a quién.

Simone Signoret, como Nicole, entrega una interpretación llena de dureza y determinación, mientras que Véra Clouzot -- esposa del director --, en el papel de Christina, irradia fragilidad y tormento, logrando una química inquietante que amplifica el efecto de sus intrigas. El contraste entre las dos mujeres no solo subraya sus diferencias emocionales y morales, sino que también simboliza las tensiones inherentes al poder y la dominación.

Uno de los grandes logros de Clouzot es su capacidad para mantener la ambigüedad moral durante toda la película. A medida que se desarrolla la trama, cada giro y revelación no solo sorprenden, sino que también invitan a reflexionar sobre las motivaciones y límites del comportamiento humano. Este enfoque psicológico hace que "Les Diaboliques" sea mucho más que un simple thriller: es un estudio sobre el miedo, la culpa y la desesperación.

La dirección de Clouzot se destaca especialmente en su manejo del suspense. Cada plano está diseñado para incomodar, desde las sombras acechantes en los corredores hasta el inquietante silencio que parece llenar los espacios vacíos. Este dominio de la atmósfera convierte al internado en un personaje más, uno que observa y juzga en silencio.

El clímax es un ejemplo perfecto de cómo construir una escena inolvidable sin recurrir al efectismo. La tensión acumulada explota en un giro final que redefine todo lo visto hasta ese momento. No es solo la sorpresa lo que impacta, sino la coherencia con la que todo encaja, dejando al espectador en un estado de asombro absoluto.
20 de diciembre de 2024 Sé el primero en valorar esta crítica
Dirigida por Yôji Yamada, está basado en la novela autobiográfica de Teruyo Nogami, quien, por muchos años, trabajó con el famoso director Akira Kurosawa, como supervisora de guión.

Consiste en un emotivo retrato de la fortaleza femenina en un Japón azotado por las adversidades de la Segunda Guerra Mundial. La película nos sumerge en la vida de Kayo Nogami, apodada cariñosamente Kabei, una madre que enfrenta la ausencia de su marido, encarcelado por sus ideas políticas contrarias al régimen militarista de la época.

Con una narrativa íntima y pausada, logra transmitir la resistencia cotidiana de una mujer que se enfrenta a la soledad, las dificultades económicas y la lucha por proteger la inocencia de sus hijas en un mundo marcado por la incertidumbre. La interpretación de Sayuri Yoshinaga como Kabei es magistral: su rostro contiene una mezcla de dolor y dignidad que conmueve profundamente.

La película combina momentos de ternura con un subtexto político sutil, sin caer en el melodrama, pero sí dejando en claro los horrores del autoritarismo. Visualmente, la fotografía evoca una atmósfera melancólica, con tonos apagados que refuerzan la fragilidad de los tiempos.

Kabei, nuestra madre es una celebración de la resiliencia humana y un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, la bondad y el amor familiar son fuentes inagotables de fortaleza. Una obra imprescindible para quienes buscan una experiencia cinematográfica profunda y conmovedora.
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