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Críticas 195
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
21 de julio de 2019
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta tercera película de Celia Rico Clavellino, una directora española (sevillana y andaluza), no solo es un gran momento de cine, sino también una película muy particular, personal, que refleja el mundo de dos mujeres que han perdido la referencia masculina, una a su marido, la otra, a su padre.
El film se concentra en un pequeño departamento de dos ambientes en algún lugar de Sevilla, donde transcurre ese duelo, el dolor de la perdida que esas dos mujeres necesitan superar para continuar con una “vida normal”.
Más allá de la excelente relación entre ambas, esa desaparición del hombre, las deja huérfanas ante el cambio forzado. Estrella (Lola Dueñas), la madre, es sorprendida por la muerte de su marido. Pero Leonor (Anna Castillo), su hija, sabe que ese hecho ha derivado a un momento de cambio.
Las notables actuaciones de ambas trasmiten no solo el dolor sino también esa necesidad de comenzar una nueva vida. Una transición forzada por las circunstancias. Ambas saben que tienen una vida por delante y cada una debe tomar un camino que seguramente será diferente.
Celia Rico Clavellino, además de directora es autora del excelente guión en que se basa la película. Ese guión, no obstante, solo constituye la columna vertebral de un relato que gracias a la sapiencia de su directora se transforma en una obra cinematográfica que logra hablar por sí misma.
La destreza de esta joven cineasta sevillana transforma a su guión en una obra estrictamente cinematográfica, haciendo que su cámara vuelque en términos cinematográficos lo que ella desea que el público vea, dejándolo libre de todo tipo de interpretaciones personales, colocándolo tan solo ante dos actrices capaces de transmitir el todo.
La película obliga a la reflexión del espectador. Primero, a través del acercamiento a la intimidad de dos personas que acaban de sufrir una perdida. Ese momento de duelo lleva a otro de recogimiento, y más allá, ambas protagonistas entenderán que la vida continúa y deberán resolverla como mejor puedan. No habrá soluciones mágicas. Solo la voluntad de seguir adelante.
La directora narra ese momento con indudable maestría, con un gran respeto por sus personajes, generando un clima de indudable intimidad, donde la necesidad de superar la tragedia implica concentrarse y tratar de enfocar un futuro.
Por otro lado, el concepto de feminidad otorga un aspecto de gran intimidad que permite no solo un acercamiento al dolor sino también a la necesidad de superar el momento y continuar la vida.
Para los personajes, esa continuidad implica un volver a empezar. Ambas saben que ya nada será igual. Estrella deberá buscar un trabajo que la ayude a mantener su casa, y Leonor deberá comenzar a buscar su destino.
Contado desde un lugar de encierro, un pequeño living de un departamento de dos ambientes, con una cámara expresiva y dos actrices estupendas que ponen no solo el cuerpo sino también el alma para que el espectador sienta y entienda esa soledad repentina que nos deja la muerte cuando se nos lleva un ser querido. La directora se maneja con primeros y medios planos para dar atmosfera de intimidad en la puesta, confiando en que esas dos actrices transmitirán con cuerpo y alma el dolor que llevan a cuesta sus personajes, tratando de vislumbrar el necesario cambio de vida que se les aproxima.
La trama que desarrolla el film es muy interesante porque no solo pone énfasis en los dramas personales sino también deja entrever la dificultad hacia el futuro de los cambios laborales que se están gestando. Tanto la madre como la hija deberán salir a buscar un trabajo para seguir subsistiendo. La hija, además, posiblemente deberá emigrar para poder tener una mayor amplitud de oportunidades.
Este trabajo de Celia Rico Clavellino la coloca dentro de una zona de exposición muy importante que seguramente le permitirá encarar en el futuro obras más ambiciosas aunque no creo más personales que la presente. Acompañada de dos actrices estupendas, y del fotógrafo Santiago Racaj, que con sus tonos ocres logra transmitir ese momento de intimidad que viven esas dos mujeres que acaban de sufrir una pérdida irreparable. Así, el film se transforma en una de las principales sorpresas de este año cinematográfico.
24 de abril de 2019
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tres años se estrenaba en Argentina El Precio de un Hombre cuyo título original es La Ley del Mercado, encabezada por el mismo actor y el mismo director y guionista. En aquel entonces, afirmé: Se trata de una mirada crítica sobre la deshumanización del factor trabajo, y su transformación en mercancía que al tener un determinado valor, se vuelve negociable.
En el estreno de esta semana, Brizé vuelve a hacerse presente con otra denuncia de similares características. Ahora toma un conflicto laboral que estalla en una empresa metalúrgica alemana, proveedora de la industria automotriz, que posee una planta industrial radicada en un pueblo cercano a París, donde trabajan 1100 empleados.
La cuestión se origina en la caída de un acuerdo laboral logrado un año antes con el sindicato de la compañía, que tenía como propósito salvar a la empresa de sus dificultades financieras, para lo cual, se había acordado que gerentes y trabajadores aceptaran un recorte salarial a cambio de la promesa de mantener sus empleos al menos en los próximos cinco años. La empresa viola unilateralmente el contrato antes de ese plazo, y toma la decisión de cerrar por falta de rentabilidad. Los trabajadores, conducidos por su portavoz Laurent Amadeo (el insuperable Vincent Lindon), rechazan la propuesta, y tratan de salvar sus empleos mediante una huelga que dura más de 3 meses.
El cine de Brizé brilla manifestándose a través de una gran variedad de recursos formales que le dan a la película un gran lucimiento visual. La combinación de elementos (el empleo del plano secuencia, el uso del primer plano, el estilo documental al servicio de una ficción) aplicados con corrección y justeza, son todos méritos del director, cuyo trabajo como tal supera ampliamente al guión que le da sustento. En todo momento el film desarrolla un estilo documentalista. Hay, ante todo, un tono de cine verdad.
No obstante ello, un guión que estructura bien la situación que genera el conflicto, encuentra su punto flojo en la descripción de los personajes donde privan los estereotipos y el maniqueísmo. La descripción de los dirigentes sindicales como las de los gerentes que representan a la empresa parecen más soldados en guerra que contrapartes buscando una solución común a un grave problema económico y social. Los trabajadores se asumen como víctimas de un capitalismo extremo. Los empresarios, son descriptos monstruos insensibles a los que solo les interesa la rentabilidad y los factores de mercado. El papel del representante del Estado francés es, simplemente, patético. Con esas condiciones no parece haber solución posible.
Cuando la película entra en sus escenas finales, Brizé se olvida de todo lo bueno que escribió y sobre todo filmó. Ese abandono de estilo nos devuelve a la butaca, entonces vemos con pesar como el film se desmorona por el peso ideológico que quiere imponer su autor, que hasta ese momento había manejado el discurso con cierto equilibrio, mostrando no solo el problema y sus consecuencia, sino también dejando entrever la visión ideológica contrapuesta de las partes. El film daba lugar a la esperanza de una discusión constructiva, aquella que deriva en un acuerdo. No hay duda que el trabajador defiende su salario y el empresario la rentabilidad de su empresa. Pero es claro que el objetivo debe ser el acuerdo de las partes.
En ese momento, Brizé interrumpe su discurso con una escena de un dramatismo extremo. Ese rigor documental con que había ilustrado su discurso deja paso a la ficción, y la sacude con fuerza dramática. Brizé pierde el equilibrio con que había llevado adelante su discurso construyendo un film apasionante y cae estrepitosamente en el alegato ideológico, convencional y trillado en contra del capitalismo salvaje que ya todos conocemos.
Una verdadera pena que un film cuya factura es excelente, con una brillante puesta en escena se desbarranque en sus últimos 10 minutos y todo lo bueno que estilísticamente había realizado el director se venga abajo como un castillo de naipes. No obstante, cinematográficamente, quedan los méritos fríos de una reconstrucción de tipo documentalista realmente apabullante destrozada por el imperio de la ideología. El film, como el mercado, debería haber mantenido su equilibrio.
25 de marzo de 2018 2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En primer lugar, el estreno de una película argentina siempre es bienvenido, especialmente cuando se trata de gente del ambiente que ha decidido dar un paso adelante para seguir construyendo ese tan necesario cine nacional, fuente de trabajo para mucha más gente. En este caso es la opera prima de Valeria Bertucelli, con una interesante carrera como actriz en cine y teatro, de Fabiana Tiscornia, una mujer con una larga filmografía como asistente de dirección de los más importante directores argentinos, y Marcelo Tinelli, un animador y productor de televisión que se destaca por sus grandes espectáculos y series televisivas.

El film, prolijamente realizado desde lo cinematográfico, cuenta con un guión que encuentra algunas dificultades. Le cuesta avanzar, se enamora de su personaje estrella, y termina girando siempre sobre lo mismo, en lo que se transforma en un hecho egocéntrico alrededor de su protagonista principal, Robertina, una actriz destacada que se encuentra en un momento importante de su vida: su marido la acaba de abandonar, esta frente a un inminente estreno teatral que protagoniza, y tiene un amigo íntimo en Dinamarca que está muriendo de una enfermedad terminal. Un entorno que indudablemente la condiciona.

La dupla Bertucelli / Tiscornia encierra las acciones dando un aspecto claustrofóbico al film. Hay en ello un mérito dado que el encierro constituye un riesgo que las directoras asumen desde la primera escena. Ese miedo del título se instala como una presencia desde el inicio de la película, la cual puede ser divida en 4 actos: una introducción en la casa de Robertina, un viaje a Dinamarca a visitar a su amigo enfermo, un regreso apurado para estrenar obra en el teatro, y un epilogo que cierra un circulo que obviamente no deja salida.

Robertina muestra las fobias que padece desde el comienzo del film. Su personaje encerrado y acelerado, que pareciera ir y venir rebotando por las paredes, manifiesta una neurosis difícil de sanar. Pide ayuda y lo hace a los gritos pero lo hace desde su encierro y en consecuencia nadie la escucha. Se siente una víctima, y seguramente lo sea, pero de sí misma.

Por otro lado vive en una vorágine que la lleva en el mismo momento que está ensayando una obra de inminente estreno a tomar un avión para visitar a su amigo enfermo en Europa. Es claro que el viaje es un escape de sí misma más allá de la profunda amistad y el amor que siente por su amigo. Pero es también un acto de profunda irresponsabilidad frente a sus productores teatrales. No obstante, ella está buscando tomar distancia yendo hacia una situación en la que deja de ser la víctima para transformarse en apoyo de un amigo. Pero no lo logra. Su amigo, pese a su enfermedad, manifiesta tener un equilibrio y una entereza de la cual ella carece. Y la situación planteada, paradójicamente, termina en reversa.

Robertina es puro vértigo. Vive escapando de sí misma durante todo el tiempo. Esta afectada por una neurosis que desconoce aunque producida por las circunstancias que atraviesan su vida.

El estreno de la obra teatral volverá a ser otro momento que constituirá un nuevo vía crucis en su vida. Llena de pánico, presionada por sus productores, finalmente será ovacionada aunque no podrá escuchar los aplausos. Su angustia no la deja disfrutar del estreno y abandonará la obra.

El final cierra la película pero deja abierta la pesadilla. Robertina no ha podido salir de ella, ni seguramente podrá hacerlo. El cuadro que presenta y su entorno enfermizo requieren de una ayuda especializada de la cual carece.

Claustrofóbica y algo reiterativa, La Reina del Miedo funciona en virtud del carisma inigualable y la capacidad para transmitir sentimientos que tiene Valeria Bertucelli. Ella es el centro de atención de toda la película, y no hay escena que transcurra si su presencia. Su actuación es casi un muestrario de sus capacidades actorales, como así también de su tendencia al histrionismo.

Prolijamente realizada, intachable en sus rubros técnicos, la película queda como un retrato inacabado de una mujer que sufre una neurosis sin ninguna capacidad de salida aparente. Es la descripción de un momento. No hay un antes ni un después. La salida de la situación planteada es una incógnita. Ese devenir enfermizo que plantea la película es tal vez su mayor debilidad argumentalmente hablando, dado que lo plantea como una situación que no tiene una salida. El producto final queda como algo inacabado, extenso y reiterativo, subrayado con un final abierto que incluso hasta puede llegar a desconcertar al espectador.
18 de marzo de 2018 2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien el film es la historia sobre un modisto inglés, a mediados de los 50, la historia puede ser analizada desde diferentes ángulos que abarcan tanto lo social como político, e incluso lo filosófico.
En primer término se trata de una delicada reflexión sobre el arte y la soledad del artista. De cómo la moda marca una época, y de cómo un hombre es capaz de transformar el gusto de la gente a través del arte. Pero también algo más tangible, concreto. Se trata de un análisis de la evolución política y social inglesa, sus grandes cambios en un momento dado de la historia, aquellos que transcurren ente fines de los 40 y principios de los 50.
Se trata de la descripción de un hombre solitario, un tal Reynolds Woodcock, interpretado por Daniel Day Lewis, que vive con su hermana Cyril (Leslie Manville), encerrado en una casa taller de un barrio de Londres donde pasa la mayor parte de su vida diseñando y realizando vestidos que hacen sentir su influencia sobre la clase alta y la realeza. Pero lo de Reynolds no es simplemente la tarea de un modisto. Reynolds es un artista que impone tendencias. Una especie de rey que se acerca a una deidad en el mundo de la moda.
Resulta muy interesante la idea de cómo un hombre solitario, alguien que vive en su mansión alejado del mundanal ruido, es capaz de imponer cambios a través de sus trabajo. Es que el propio taller de Reynolds respeta un orden jerárquico tradicional, el orden victoriano de la misma sociedad inglesa con Reynolds como cabeza visible de ese orden y su hermana Cyril encargándose de la confección, la administración y manutención de la clientela. Es un paralelismo del orden imperante. Reynolds es el Rey mientras que su hermana es la Primer Ministro. Dentro de esa organización, Reynolds opera, además, como una deidad a la que todos le rinden tributo y adoración.
Todo este orden se altera de repente cuando aparece en su vida otra mujer, Alma (Vicky Crieps), una camarera de un bar, de una condición social menor. Esa muchacha de clase baja de la cual Reynolds se enamora idílicamente es el pueblo. Con ella mantendrá una relación muy particular. La llevará a vivir a su casa e incluso le dará diversas tareas dentro del taller de costura. Pero habitarán en cuartos separados y Alma disputará con Cyril el control de la casa y del negocio. Es el momento en que el laborismo ingles derrota a Churchill, y los paralelismos observan que Inglaterra pierde su supremacía en el mundo y los Estados Unidos se convierten en la nueva gran potencia.
Consecuencia de ello, todo aquel orden comienza a resquebrajarse paulatinamente. Tal vez, el inició de ello haya sido la muerte de la propia madre de Reynolds, una reina madre (acaso la Reina Victoria cuyo reinado dejó huellas suficientes para generar una era) que había iniciado un estilo de vida en la cual lo hacía sentir que el rey era su hijo. Todo está comenzando a cambiar. Y existe esa presión por el cambio por el cual Reynolds, finalmente, acepta casarse con Alma. Esto provocará más que una unión, modificaciones en la estructura y cambios inexorables en su vida que coinciden con los cambios sociales que se observan en la propia sociedad inglesa.
La vida hogareña de Reynolds comenzará a imponerse sobre su vida profesional. Su éxito profesional comenzará a serle esquivo. Sufrirá perdida de clientela que buscara a los nuevos diseñadores y las nuevas tendencias. Es el comienzo del derrumbe del orden victoriano a mediados de los 50. La aparición de nuevas costumbres, los cambios en la música, la aparición de la minifalda, el desacartonamiento de la enseñanza, la perdida de rigidez y la permeabilidad en las condiciones sociales.
Esta es la segunda colaboración de Daniel Day Lewis en una película de Paul Thomas Anderson. Anteriormente, había estado en Petróleo Sangriento, trabajo que le valió un Oscar en el año 2007. Decir que Lewis es uno de los mejores actores de su generación es redundante. Lo cierto es que a partir de su creación de Reynolds la película cobra vida y genera interés, y sin lugar a dudas, es otra de sus grandes actuaciones.
Anderson es un guionista y director experimentado, uno de los pocos que puede ser llamado autor en el cine americano. Su primer film estrenado en Argentina es Boogie Nights que data de 1997. A lo largo de estos años estrenó sólo seis trabajos más incluidos el presente estreno: Magnolia, Embriagado de Amor, Petróleo Sangriento, The Master, y Puro Vicio. Su cine, generalmente, en los últimos años, ha girado en torno a un personaje principal alrededor del cual se desarrollan todos los acontecimientos. En ese aspecto, la elección de Daniel Day Lewis y su notable actuación es clave en el éxito de la película.
El Hilo Fantasma es aquel que marca el curso de los acontecimientos. El que nadie lo ve, pero que está detrás de los grandes cambios. En la película, siempre, por más insignificante que sea, está ocurriendo algo. La historia no se detiene como no se detiene nuestro mundo que gira en forma permanente. El tiempo pasa, marcamos momentos en la vida, envejecemos, y después morimos. Todo pasa, algunas cosas quedan, pero el cambio es permanente. Un comentario final para la música de la película. Se trata de una gran banda de sonido que subraya toda la película sin molestar. En una de las escenas del principio encontramos a My Foolish Heart y My Ship por Oscar Peterson, acompañado por la orquesta de Nelson Riddle. Dos joyas del jazz moderno.
13 de enero de 2020 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine israelí esta pasado un muy buen momento. Sus películas no solo están muy bien hechas sino también reflejan los problemas de una sociedad moderna más allá de los conflictos de carácter bélico que la afectan.

El Acoso, la nueva película de Aviad, un director con una larga trayectoria en el documental pero con un solo trabajo de ficción en su haber (Lo Roim Alais, 2011, no vista en nuestro país), se concentra en un tema de actualidad como lo es el acoso femenino.

Orna, el personaje principal del film, es una mujer felizmente casada con dos hijos pequeños que vive en Tel Aviv. Ella necesita trabajar para ayudar a su marido que acaba de inaugurar un restaurante de comidas rápidas en el centro de la ciudad, y ha contraído una deuda importante. Su búsqueda se resuelve rápidamente cuando consigue un trabajo en una empresa constructora de departamentos de alto nivel donde se destaca como hábil vendedora, llamando la atención del patrón de la empresa.

Aviad sigue minuciosamente el derrotero de Orna por su nuevo trabajo. Muestra su proceso de adaptación, su aprendizaje de ventas, como gana confianza en sí misma, a la vez que desarrolla una relación de gran camaradería con su jefe que además es el dueño de la empresa. Su desempeño se vuelve muy exitoso. Ello despierta en su jefe un interés particular sobre ella que rápidamente se transforma en un deseo de tipo sexual que termina en acoso.

El film es directo, preciso y concreto transformándose en una crónica minuciosa de hechos que el director muestra con austeridad y economía de recursos pero de gran efectividad. Por lo tanto, su film no pierde tiempo en lateralidades ni se distrae de su discurso, el cual llega con claridad y contundencia al espectador.

Esta no es la historia de un alegato. Aviad no acusa ni juzga. Le habla al espectador en forma directa. De esta manera, le permite tomar distancia de los hechos, analizarlos y dejar que el espectador saque sus propias conclusiones, las que no necesariamente implican un juzgamiento.

El director logra una generalización de esos hechos donde los partícipes necesarios, en este caso un hombre y una mujer, el empresario y la vendedora de departamentos, pueden transformarse en parte de otro hecho (el acoso) que puede o no, conformar un delito. El director expone objetivamente esos hechos. En todo caso, si hay un veredicto, será el espectador el encargado de dictarlo.

El final, inteligentemente, alude muy sutilmente a que frecuentemente estos hechos aberrantes no llegan a la justicia por temor de la mujer a exponer tanto su privacidad como su honradez, dado que un juicio transforma en público un hecho que puede permanecer en la esfera de lo privado. Más allá de la justicia, y con un sentido de amplitud y a la vez de síntesis, nos induce a pensar que ciertos asuntos de conciencia deben permitir que el perpetrador sea juzgado por su familia o se juzgue a sí mismo.

La condena publica de los hechos narrados, más allá de la justicia, puede terminar estigmatizando a la mujer. Entiendo que la posición final de Aviad, prefiere mantener a sus criaturas en un ámbito de privacidad que tiende a proteger la honorabilidad de la mujer.

http://thecharlysmovies.blogspot.com
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