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5,4
34.458
7
17 de octubre de 2008
17 de octubre de 2008
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya me gustaría ser un poco más objetivo a la hora de escribir un comentario sobre esta cinta, pero me pierde mi fascinación por la irrepetible "2.001: Una Odisea del Espacio" del maestro Stanley Kubrick. Aunque lo he intentado, no he podido evitar recordar esa película en varios momentos del filme de Brian de Palma, lo que ha provocado que haya subido su nota hasta el 8. Porque, sin esos momentos, se quedaría con un simple 6.
Si bien es un filme que puede parecer simplón por su argumento, es sin duda la mejor película que se ha hecho sobre el planeta rojo de todas las que surgieron por esas fechas. Su desarrollo podría dividirse en 3 partes claramente diferenciadas: una primera parte de presentación de personajes (con la mega-escena de varios minutos de duración sin cortes de cámara, marca personal de De Palma), una segunda donde se desarrolla el viaje hacia Marte, y una tercera y última, la más fantástica de todas, que se desarolla en el mismo planeta. La segunda es, quizás, la que contiene las mejores escenas cinematográficamente hablando, como el baile en gravedad cero de Tim Robbins y Connie Nielsen.
En las interpretaciones hay de todo. Tim Robbins magnífico, aunque no es su mejor interpretación. El resto de actores dan muchas veces la sensación de que se están aburriendo, con caras inexpresivas y planas. Gary Sinise, como piloto atormentado por la muerte de su esposa, suelta su sonrisa falsa de vez en cuando, pero tampoco se le pueden pedir peras al olmo...
LO MEJOR: La música de Ennio Morricone, en los momentos tranquilos.
LO PEOR: El mismo Ennio Morricone, en los momentos de acción. Le quita toda la tensión.
Si bien es un filme que puede parecer simplón por su argumento, es sin duda la mejor película que se ha hecho sobre el planeta rojo de todas las que surgieron por esas fechas. Su desarrollo podría dividirse en 3 partes claramente diferenciadas: una primera parte de presentación de personajes (con la mega-escena de varios minutos de duración sin cortes de cámara, marca personal de De Palma), una segunda donde se desarrolla el viaje hacia Marte, y una tercera y última, la más fantástica de todas, que se desarolla en el mismo planeta. La segunda es, quizás, la que contiene las mejores escenas cinematográficamente hablando, como el baile en gravedad cero de Tim Robbins y Connie Nielsen.
En las interpretaciones hay de todo. Tim Robbins magnífico, aunque no es su mejor interpretación. El resto de actores dan muchas veces la sensación de que se están aburriendo, con caras inexpresivas y planas. Gary Sinise, como piloto atormentado por la muerte de su esposa, suelta su sonrisa falsa de vez en cuando, pero tampoco se le pueden pedir peras al olmo...
LO MEJOR: La música de Ennio Morricone, en los momentos tranquilos.
LO PEOR: El mismo Ennio Morricone, en los momentos de acción. Le quita toda la tensión.

7,3
26.781
7
1 de febrero de 2017
1 de febrero de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de aquella demostración de talento que los hermanos Coen regalaron al moderno cine negro con "Muerte entre las flores" (1990), volvieron a la carga con otro guion tan original como aquél, pero excesivamente surrealista incluso para ellos.
"Barton Fink" es la historia de un escritor de obras de teatro (magnífico John Turturro) que se traslada a Hollywood con el encargo de escribir el guion de una película sobre lucha libre. Pronto se hace patente el temido bloqueo mental, producto de su total desconocimiento del tema, del sofocante calor de la soleada California, y de la soledad de su habitación de hotel de mala muerte. Su vecino (John Goodman) parece ser su única válvula de escape frente a la nueva realidad, pero aun así no podrá evitar que sus neuras empiecen a dominarlo...
El filme refleja estupendamente la sensación de agobio del protagonista, con la oscuridad de esa estrecha y claustrofóbica habitación de hotel, con las exigencias de un productor megalómano, y sobre todo con la sensación de estar apartado no sólo de su hogar y familia sino también de su verdadero trabajo. Los Coen quieren así, con un toque de comedia negra y paranoia, reflejar de alguna forma su propia experiencia sufrida a la hora de finalizar el guion de la mencionada "Muerte entre las flores". De esta forma, el personaje de Turturro encarna esa sequía creativa que padecieron los hermanos y la escenifican mediante situaciones absurdas, metáforas de delirios por la desesperación y el hartazgo. De alguna manera, el planteamiento nos recuerda aquel "experimento" que hizo David Cronenberg con la delirante "El almuerzo desnudo" (1991), en la que nos contaba el descenso a los infiernos del escritor W.S. Burroughs y sus visiones estrambóticas e incoherentes. Ambas películas tienen en común una propuesta compleja, pero el intentar ser excesivamente original hace que vaya quedádonse por el camino una mínima coherencia.
A pesar de que el filme de los Coen es uno de los más "extraños" de su filmogrkafía, tiene ese toque de su humor característico que se adapta como un guante a esa crítica ácida de la cultura hollywoodiense, repleta de magnates ávidos de dinero fácil y de autores desaprovechados.
"Barton Fink" es la historia de un escritor de obras de teatro (magnífico John Turturro) que se traslada a Hollywood con el encargo de escribir el guion de una película sobre lucha libre. Pronto se hace patente el temido bloqueo mental, producto de su total desconocimiento del tema, del sofocante calor de la soleada California, y de la soledad de su habitación de hotel de mala muerte. Su vecino (John Goodman) parece ser su única válvula de escape frente a la nueva realidad, pero aun así no podrá evitar que sus neuras empiecen a dominarlo...
El filme refleja estupendamente la sensación de agobio del protagonista, con la oscuridad de esa estrecha y claustrofóbica habitación de hotel, con las exigencias de un productor megalómano, y sobre todo con la sensación de estar apartado no sólo de su hogar y familia sino también de su verdadero trabajo. Los Coen quieren así, con un toque de comedia negra y paranoia, reflejar de alguna forma su propia experiencia sufrida a la hora de finalizar el guion de la mencionada "Muerte entre las flores". De esta forma, el personaje de Turturro encarna esa sequía creativa que padecieron los hermanos y la escenifican mediante situaciones absurdas, metáforas de delirios por la desesperación y el hartazgo. De alguna manera, el planteamiento nos recuerda aquel "experimento" que hizo David Cronenberg con la delirante "El almuerzo desnudo" (1991), en la que nos contaba el descenso a los infiernos del escritor W.S. Burroughs y sus visiones estrambóticas e incoherentes. Ambas películas tienen en común una propuesta compleja, pero el intentar ser excesivamente original hace que vaya quedádonse por el camino una mínima coherencia.
A pesar de que el filme de los Coen es uno de los más "extraños" de su filmogrkafía, tiene ese toque de su humor característico que se adapta como un guante a esa crítica ácida de la cultura hollywoodiense, repleta de magnates ávidos de dinero fácil y de autores desaprovechados.
7
14 de diciembre de 2015
14 de diciembre de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Visionario filme de ciencia-ficción basado en la obra homónima de H.G. Wells y dirigido con gran maestría por William C. Menzies.
El guion, del mismo Wells, nos cuenta la evolución que tiene una hipotética ciudad, “Everytown”, una localidad inglesa que bien podría llamarse Londres, a lo largo de los años. Desde el ambiente bélico que preludiaba la Segunda Guerra Mundial, hasta la megalópolis subterránea de un futuro por aquel entonces muy lejano.
Resulta curioso, dentro de las predicciones de Wells, cómo afectaron los horrores ya vividos por la Gran Guerra a la hora de “ver el futuro”. Everytown tendría que pasar por un largo período de guerra y destrucción, mucho más largo de lo que fue la Segunda Guerra Mundial, para llegar a la revolución industrial y al progreso que los llevaría a conquistar la Luna, un progreso que se ve afectado por los que abogan que los avances científicos son peligrosos e innecesarios. Durante el paso de los años aparecen figuras dictatoriales que dan paso a tecnócratas y a grupos casi sectarios en una sociedad limpia, ecológica y subterránea dispuesta a conquistar las estrellas.
Menzies utiliza recursos visuales potentes, con unos decorados impresionantes que recuerdan los sets de “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang, y unos efectos especiales realistas y bastante conseguidos para la época. El relato se construye de forma lineal, con los necesarios saltos temporales que muestran los sucesos de cada año, decisivos para el futuro desarrollo de la ciudad.
Menzies conforma así una película esencial para el género, vistosa, visionaria y con un evidente mensaje pacifista. Muy recomendable.
El guion, del mismo Wells, nos cuenta la evolución que tiene una hipotética ciudad, “Everytown”, una localidad inglesa que bien podría llamarse Londres, a lo largo de los años. Desde el ambiente bélico que preludiaba la Segunda Guerra Mundial, hasta la megalópolis subterránea de un futuro por aquel entonces muy lejano.
Resulta curioso, dentro de las predicciones de Wells, cómo afectaron los horrores ya vividos por la Gran Guerra a la hora de “ver el futuro”. Everytown tendría que pasar por un largo período de guerra y destrucción, mucho más largo de lo que fue la Segunda Guerra Mundial, para llegar a la revolución industrial y al progreso que los llevaría a conquistar la Luna, un progreso que se ve afectado por los que abogan que los avances científicos son peligrosos e innecesarios. Durante el paso de los años aparecen figuras dictatoriales que dan paso a tecnócratas y a grupos casi sectarios en una sociedad limpia, ecológica y subterránea dispuesta a conquistar las estrellas.
Menzies utiliza recursos visuales potentes, con unos decorados impresionantes que recuerdan los sets de “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang, y unos efectos especiales realistas y bastante conseguidos para la época. El relato se construye de forma lineal, con los necesarios saltos temporales que muestran los sucesos de cada año, decisivos para el futuro desarrollo de la ciudad.
Menzies conforma así una película esencial para el género, vistosa, visionaria y con un evidente mensaje pacifista. Muy recomendable.

6,4
1.244
5
12 de noviembre de 2015
12 de noviembre de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Titánica producción rusa de corte experimental que se rodó durante varios años (incluso décadas, si tenemos en cuenta que la idea ya se le pasó al director por la cabeza a finales de los sesenta) y que ha visto la luz tan sólo hace unos meses.
Su planteamiento y composición la hacen prácticamente imposible de proyectar en los cines convencionales. Basada en una novela de ciencia-ficción muy conocida en Rusia, se cuenta la historia de unos científicos que llegan a un planeta llamado Arkanar y se encuentran con que sus habitantes, totalmente similares a los humanos, viven en una constante Edad Media. Para estudiarlos, se harán pasar por otros como ellos, y uno de los científicos (Leonid Yarmolnik) será tomado por el hijo de Dios. Su función como observador e infiltrado en la vida de esas gentes será la de no inmiscuirse en nada, pero también intentará, de forma muy sutil, despertar entre aquellos infelices algo de curiosidad científica y tecnológica para romper el estancamiento de esa era de oscurantismo y provocar el avance hacia un poco probable Renacimiento.
Todo esto está muy bien sobre todo si se conoce algo sobre la novela de los hermanos Strugatskiy, pero en el filme apenas se narra nada de lo comentado de la trama. Tan sólo la voz en off inicial da cuenta al espectador de que no estamos en la Tierra, y a partir de ahí la película es una sucesión de secuencias nada lineales y poco explicativas. La cámara encuadra, en blanco y negro, escenarios sucios y personajes aún más sucios que pasan por ella mirándola con curiosidad, mientras que se recogen situaciones cotidianas y naturales sin el menor sentido, sin el menor guion. La trama está tan oculta que se puede decir que ni siquiera existe, y la obra de Aleksey German se transforma en realidad en un tratado de imágenes escatológicas.
Digo lo de escatológicas porque no he visto en ninguna película un tratamiento de la realidad tan detallado y a la vez poco escrupuloso como el que hace German: calles enlodadas, gente continuamente vomitando y expulsando mocos, sensación de pestilencia continua (cada dos por tres están oliendo cosas y diciendo que apestan), y un largo etcétera de otras cochinerías. La puesta en escena por tanto no deja de ser excepcional y atrevida, a la que se le une una muy cuidada fotografía y un gusto absoluto por el detalle que hace de cada fotograma una especie de cuadro de Gustavo Doré.
Pero el fallo principal, y lo vuelvo a repetir, es el de su capacidad para jugar con la paciencia de un espectador harto de ver secuencias de imágenes y que no le cuenten nada que tenga algo de lógica o coherencia, máxime si encima la duración del experimento es de tres horas. Resultó más concisa y mil veces más entretenida la versión de la misma novela que hizo Peter Fleischmann en “El poder de un dios” (1990), pero la visión que ofrece Aleksey German está muy lejos de recomendar su película a lo loco.
Monumental, sí; épica, también; pero escasa de lo más importante: la capacidad de contar algo con un mínimo interés.
Su planteamiento y composición la hacen prácticamente imposible de proyectar en los cines convencionales. Basada en una novela de ciencia-ficción muy conocida en Rusia, se cuenta la historia de unos científicos que llegan a un planeta llamado Arkanar y se encuentran con que sus habitantes, totalmente similares a los humanos, viven en una constante Edad Media. Para estudiarlos, se harán pasar por otros como ellos, y uno de los científicos (Leonid Yarmolnik) será tomado por el hijo de Dios. Su función como observador e infiltrado en la vida de esas gentes será la de no inmiscuirse en nada, pero también intentará, de forma muy sutil, despertar entre aquellos infelices algo de curiosidad científica y tecnológica para romper el estancamiento de esa era de oscurantismo y provocar el avance hacia un poco probable Renacimiento.
Todo esto está muy bien sobre todo si se conoce algo sobre la novela de los hermanos Strugatskiy, pero en el filme apenas se narra nada de lo comentado de la trama. Tan sólo la voz en off inicial da cuenta al espectador de que no estamos en la Tierra, y a partir de ahí la película es una sucesión de secuencias nada lineales y poco explicativas. La cámara encuadra, en blanco y negro, escenarios sucios y personajes aún más sucios que pasan por ella mirándola con curiosidad, mientras que se recogen situaciones cotidianas y naturales sin el menor sentido, sin el menor guion. La trama está tan oculta que se puede decir que ni siquiera existe, y la obra de Aleksey German se transforma en realidad en un tratado de imágenes escatológicas.
Digo lo de escatológicas porque no he visto en ninguna película un tratamiento de la realidad tan detallado y a la vez poco escrupuloso como el que hace German: calles enlodadas, gente continuamente vomitando y expulsando mocos, sensación de pestilencia continua (cada dos por tres están oliendo cosas y diciendo que apestan), y un largo etcétera de otras cochinerías. La puesta en escena por tanto no deja de ser excepcional y atrevida, a la que se le une una muy cuidada fotografía y un gusto absoluto por el detalle que hace de cada fotograma una especie de cuadro de Gustavo Doré.
Pero el fallo principal, y lo vuelvo a repetir, es el de su capacidad para jugar con la paciencia de un espectador harto de ver secuencias de imágenes y que no le cuenten nada que tenga algo de lógica o coherencia, máxime si encima la duración del experimento es de tres horas. Resultó más concisa y mil veces más entretenida la versión de la misma novela que hizo Peter Fleischmann en “El poder de un dios” (1990), pero la visión que ofrece Aleksey German está muy lejos de recomendar su película a lo loco.
Monumental, sí; épica, también; pero escasa de lo más importante: la capacidad de contar algo con un mínimo interés.
8 de agosto de 2015
8 de agosto de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vieja Enterprise necesitaba una jubilación después de décadas surcando los espacios interestelares. En "Star Trek VI" (1991) se daba el relevo a la nueva tripulación y a esta "nueva generación", tanto en personajes como en planteamiento de la serie.
"Star Trek, la próxima generación" abre un nuevo horizonte a la misma vez que culmina toda una era "trekkie", precisamente la que dio origen al fenómeno sociológico. David Carson, responsable de este prometedor comienzo, le ha echado valentía al asunto y ha elaborado un más que interesante relato metiendo en el embrollo tanto al antiguo capitán James T. Kirk (William Shatner, nunca tan justificada la jubilación de su personaje y de él como actor) como al nuevo capitán Jean-Luc Picard (James Stewart), en una aventura muy del estilo de la vieja serie pero adornada con unos espectaculares efectos especiales.
El guion, sin ser original, consigue despertar el interés gracias a la gran cohesión existente entre varios elementos. Sin haber sorpresas notables, es conveniente no comentar nada del argumento para acercarse sin ningún conocimiento previo al comienzo de esta nueva saga.
En el reparto, aparte del siempre correcto James Stewart y del ya notablemente desgastado William Shatner, destaca un carismático villano encarnado por Malcom McDowell, un rostro conocido del fantástico que siempre es bienvenido.
David Carson consigue revitalizar la serie y renovar el interés para esas nuevas generaciones, las de espectadores, cada vez más demandantes de calidad y entretenimiento a partes iguales. Interesante.
"Star Trek, la próxima generación" abre un nuevo horizonte a la misma vez que culmina toda una era "trekkie", precisamente la que dio origen al fenómeno sociológico. David Carson, responsable de este prometedor comienzo, le ha echado valentía al asunto y ha elaborado un más que interesante relato metiendo en el embrollo tanto al antiguo capitán James T. Kirk (William Shatner, nunca tan justificada la jubilación de su personaje y de él como actor) como al nuevo capitán Jean-Luc Picard (James Stewart), en una aventura muy del estilo de la vieja serie pero adornada con unos espectaculares efectos especiales.
El guion, sin ser original, consigue despertar el interés gracias a la gran cohesión existente entre varios elementos. Sin haber sorpresas notables, es conveniente no comentar nada del argumento para acercarse sin ningún conocimiento previo al comienzo de esta nueva saga.
En el reparto, aparte del siempre correcto James Stewart y del ya notablemente desgastado William Shatner, destaca un carismático villano encarnado por Malcom McDowell, un rostro conocido del fantástico que siempre es bienvenido.
David Carson consigue revitalizar la serie y renovar el interés para esas nuevas generaciones, las de espectadores, cada vez más demandantes de calidad y entretenimiento a partes iguales. Interesante.
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