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Críticas ordenadas por utilidad
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6
4 de septiembre de 2008
4 de septiembre de 2008
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante obra de Guillermo del Toro, a pesar de contar con una trama mínima: en las postrimerías de la Guerra Civil en un orfanato un fantasma se quiere vengar; sin embargo, el envoltorio de tan escueto argumento es brillante: el director ha importado de su país esa especie de fascinación por la muerte y lo que hay más allá, adentrándose en lo sobrenatural.
El escenario es espléndido, un orfanato en mitad de la nada, tan sombrío como luminoso es el exterior, bañado por un impenitente sol. En ese paraje, el mexicano rinde tributo a maestros como Buñuel y Kubrick: ese surrealismo de la bomba sin estallar, en mitad del patio, recordándonos al monolito de 2001, esos santos e imágenes, que sacan afuera por si vienen los fascistas, o esa tristanesca pierna ortopédica de Carmen, la directora del orfanato.
Me interesa la parte en que los niños interactúan con el fantasma de Santi, la escena final en la que aprovechan las enseñanzas de Prehistoria de Casares (otro personaje "buñueliano", como se comprueba con ese peculiar ron que destila en frascos donde conserva fetos deformes humanos).
Lo que más lastra la peli son las interpretaciones: por un lado el cásting de actores infantiles no parece correcto, en escasos momentos esos niños actúan con naturalidad, al igual que Eduardo Noriega, cuyo Jacinto es uno de los personajes principales, pero que está francamente desastroso en el papel de ese oportunista tan desagradable. Sin embargo, tanto Marisa Paredes como Federico Luppi están sobresalientes.
En definitiva, una peli que podría ser mejor si tuviera algo más de complejidad en su argumento, pero que no es desaprovechable (ojo, y el storyboard del dibujante Carlos Giménez es soberbio: pienso que debería hacerse una adaptación de su serie Paracuellos, magnífica reconstrucción de lo que significaron los orfanatos del Auxilio Social franquista, al fin y al cabo, él mismo pasó su infancia en ellos).
El escenario es espléndido, un orfanato en mitad de la nada, tan sombrío como luminoso es el exterior, bañado por un impenitente sol. En ese paraje, el mexicano rinde tributo a maestros como Buñuel y Kubrick: ese surrealismo de la bomba sin estallar, en mitad del patio, recordándonos al monolito de 2001, esos santos e imágenes, que sacan afuera por si vienen los fascistas, o esa tristanesca pierna ortopédica de Carmen, la directora del orfanato.
Me interesa la parte en que los niños interactúan con el fantasma de Santi, la escena final en la que aprovechan las enseñanzas de Prehistoria de Casares (otro personaje "buñueliano", como se comprueba con ese peculiar ron que destila en frascos donde conserva fetos deformes humanos).
Lo que más lastra la peli son las interpretaciones: por un lado el cásting de actores infantiles no parece correcto, en escasos momentos esos niños actúan con naturalidad, al igual que Eduardo Noriega, cuyo Jacinto es uno de los personajes principales, pero que está francamente desastroso en el papel de ese oportunista tan desagradable. Sin embargo, tanto Marisa Paredes como Federico Luppi están sobresalientes.
En definitiva, una peli que podría ser mejor si tuviera algo más de complejidad en su argumento, pero que no es desaprovechable (ojo, y el storyboard del dibujante Carlos Giménez es soberbio: pienso que debería hacerse una adaptación de su serie Paracuellos, magnífica reconstrucción de lo que significaron los orfanatos del Auxilio Social franquista, al fin y al cabo, él mismo pasó su infancia en ellos).
9
22 de julio de 2008
22 de julio de 2008
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu....
Imposible ver esto sin expresar una onomatopeya como ésta u otra por el estilo; Sergio Leone reinventó el western, y , tras su fantástica trilogía, nos regala esta soberbia obra maestra (en la que, por una vez, el título traducido no desmerece al original, C'era una volta il West). La peli es una maravilla total desde el principio: evidentemente, ningún estudio estadounidense permitiría a un artista dedicar cincuenta minutos a un prólogo, a la presentación de unos personajes que saldarán cuentas con su destino en casi tres horas de auténtico placer.
Empezaremos por Jill, la viuda McBain, o, lo que es lo mismo, la belleza personificada, unida a la fuerza que representa una mujer a la que arrebatan violentamente su sueño de cambiar de vida, una magistral Claudia Cardinale, demostrándonos cómo se debe sudar y ser sexy a la vez; por otro lado, Morton, el malvado magnate del ferrocarril, caballo de hierro que traerá una nueva realidad al desolado Oeste, asediado por una tuberculosis ósea que hace difícil cumplir sus sueños de unir dos océanos. Por ahí anda también Cheyenne, uno de los personajes característicos de Leone, el asesino simpático, interpretado por Jason Robards, y que, por sus particulares motivos, ayuda al héroe a llevar a cabo su venganza; pero todos los personajes bailan al ritmo que marca el dúo protagonista, por un lado Frank, el malo por antonomasia, que lo sería menos si no fuera por el trabajo realizado por un alucinante Henry Fonda, hastiado de sus papeles de santurrón y que transmite, a través de la gélida mirada de sus ojos azules, todo el desprecio, odio y ambición que mueve a su personaje; pero a Frank le llegará su némesis personificada en el inquietante Harmonica, un hombre misterioso, innominado, venido de lejos a cobrar deudas del pasado, a quien da cuerpo, y escasas palabras, un Charles Bronson marcado por el sufrimiento.
Todos estos personajes se mueven en un entorno fascinante, a medias entre Tabernas y Monument Valley, fotografiado con la pericia habitual de Tonino Delli Colli, y, sobre todo, inmerso en el alucinante trabajo musical de Ennio Morricone, que otorga un tema inolvidable a cada uno de los roles de la peli, complementando así la personalidad de cada uno, y rellenando los silencios narrativos de Leone con una apoteosis musical impresionante.
Y el ritmo; ese ritmo, lento, pausado, desasosegante, un tempo que nos habla de la espera infructuosa, de nuestra propia pequeñez ante la inmutabilidad del destino que nos espera...
Repito: Guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
Imposible ver esto sin expresar una onomatopeya como ésta u otra por el estilo; Sergio Leone reinventó el western, y , tras su fantástica trilogía, nos regala esta soberbia obra maestra (en la que, por una vez, el título traducido no desmerece al original, C'era una volta il West). La peli es una maravilla total desde el principio: evidentemente, ningún estudio estadounidense permitiría a un artista dedicar cincuenta minutos a un prólogo, a la presentación de unos personajes que saldarán cuentas con su destino en casi tres horas de auténtico placer.
Empezaremos por Jill, la viuda McBain, o, lo que es lo mismo, la belleza personificada, unida a la fuerza que representa una mujer a la que arrebatan violentamente su sueño de cambiar de vida, una magistral Claudia Cardinale, demostrándonos cómo se debe sudar y ser sexy a la vez; por otro lado, Morton, el malvado magnate del ferrocarril, caballo de hierro que traerá una nueva realidad al desolado Oeste, asediado por una tuberculosis ósea que hace difícil cumplir sus sueños de unir dos océanos. Por ahí anda también Cheyenne, uno de los personajes característicos de Leone, el asesino simpático, interpretado por Jason Robards, y que, por sus particulares motivos, ayuda al héroe a llevar a cabo su venganza; pero todos los personajes bailan al ritmo que marca el dúo protagonista, por un lado Frank, el malo por antonomasia, que lo sería menos si no fuera por el trabajo realizado por un alucinante Henry Fonda, hastiado de sus papeles de santurrón y que transmite, a través de la gélida mirada de sus ojos azules, todo el desprecio, odio y ambición que mueve a su personaje; pero a Frank le llegará su némesis personificada en el inquietante Harmonica, un hombre misterioso, innominado, venido de lejos a cobrar deudas del pasado, a quien da cuerpo, y escasas palabras, un Charles Bronson marcado por el sufrimiento.
Todos estos personajes se mueven en un entorno fascinante, a medias entre Tabernas y Monument Valley, fotografiado con la pericia habitual de Tonino Delli Colli, y, sobre todo, inmerso en el alucinante trabajo musical de Ennio Morricone, que otorga un tema inolvidable a cada uno de los roles de la peli, complementando así la personalidad de cada uno, y rellenando los silencios narrativos de Leone con una apoteosis musical impresionante.
Y el ritmo; ese ritmo, lento, pausado, desasosegante, un tempo que nos habla de la espera infructuosa, de nuestra propia pequeñez ante la inmutabilidad del destino que nos espera...
Repito: Guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu

5,2
29.579
2
1 de marzo de 2008
1 de marzo de 2008
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué cosa más mala, madre del demonio; y mira que Doug Liman había hecho la interesante El Caso Bourne y la entretenida Señor y Señora Smith, pero es que ésta no tiene ni pies ni cabeza. El planteamiento tiene su originalidad, ese muchachuelo soso (qué penoso y falto de carisma, el Hayden Christensen), que descubre el poder de teletransportarse de un sitio a otro. Y aquí se acaba la peli, porque todo lo demás es patético: los malos que lo persiguen, los Paladines, resultan ser miembros de la Santa Inquisición, que sobreviven desde el Medievo cazando a los zoquetes estos que se dedican a pegar saltos a través del espacio. Esto, cuanto menos, es chocante. Ah, y la novieta del prota tampoco tiene desperdicio, su cerebro mononeuronal no le da para preguntarle al chaval que por qué narices no se ha muerto al principio de la peli, claro que, como el tío le paga un viaje a Roma, la buena moza no se plantea eso de pensar, que es muy cansino. El pseudoargumento resulta ser una serie de disparatadas aventurillas entremezcladas con los viajecitos que se monta el saltimbanqui, pero es que es todo tan freaky que hasta Samuel L. Jackson debe estar dándose cabezazos contra la pared por haber participado en este sinsentido.
Lo mejor, la duración: menos de hora y media, porque si llega a durar un minuto más, perjudicaría seriamente la salud.
Lo mejor, la duración: menos de hora y media, porque si llega a durar un minuto más, perjudicaría seriamente la salud.

6,6
20.777
7
6 de diciembre de 2010
6 de diciembre de 2010
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
F. Gary Gray, director afroamericano de posterior recorrido aceptable (Un ciudadano ejemplar, The Italian Job) logró su lanzamiento universal gracias a esta adaptación del guión escrito por James de Monaco y Kevin Fox (quienes se se prodigan mucho), creando una peli de considerable metraje, pero que no aburre en ningún momento. Para ello, ayuda bastante el excelente trabajo de su protagonista, Samuel L. Jackson, en el papel de Danny Roman, el negociador llevado al límite, con nada que perder pero mucho por probar, contando con la ayuda de Chris Sabian, encarnado por el genial Kevin Spacey, que pondrá todo sobre la mesa para frenar el gatillo fácil de los polis que se quieren cepillar al desesperado prota. Igualmente eficaz resulta el elenco secundario, con David Morse, J.T. Walsh y, en especial, Paul Giamatti, que contribuyen a que nos interesemos en esta trama que no deja de ser muy convencional, a pesar de estar salpicada de ciertos giros dramáticos.
Las dos horas largas que el espectador pasa delante de la pantalla para ver cómo acaba el asunto se pasan volando, gracias a la competente dirección y montaje de esta historia estupendamente ambientada en el downtown de Chicago.
Creo que es uno de los ejemplos más claros que he visto ultimamente de cómo realizar cine comercial, en este caso un thriller de acción, sin faltar al respeto al espectador y usando con pericia los medios disponibles. Una buena peli, sin duda.
Las dos horas largas que el espectador pasa delante de la pantalla para ver cómo acaba el asunto se pasan volando, gracias a la competente dirección y montaje de esta historia estupendamente ambientada en el downtown de Chicago.
Creo que es uno de los ejemplos más claros que he visto ultimamente de cómo realizar cine comercial, en este caso un thriller de acción, sin faltar al respeto al espectador y usando con pericia los medios disponibles. Una buena peli, sin duda.
9
25 de abril de 2009
25 de abril de 2009
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la historia de cómo un hombre cumplió un sueño descubierto en uno de los sitios menos evocadores para tener sueños, la sala de espera de un dentista...
Un día fue el siete de agosto de 1974, muy tempranito, apenas las calles habían sido puestas, y, de repente, una cabeza empezó a mirar hacia arriba, otra más, una chica lloraba...¿qué pasa?, se preguntaba la muchedumbre...¿no lo ven? Hay un funambulista caminando entre las torres...
Un poeta, Philippe Petit, cometió un crimen artístico, llevó a cabo aquello que había imaginado mucho tiempo antes, y que había ensayado en lugares lejanos como Nôtre Dame de París o el Puente de Sidney. Tal vez nadie sea capaz de comprender por qué se hacen estas cosas, qué sentido tienen, qué lleva a un hombre a dominar el espacio, a superar los miedos, a jugarse la vida por hacer algo que en principio sólo llena a quien lo hace (y a la panda de locos que creen en él), pero es tan, tan emocionante...
James Marsh hace un espléndido trabajo intentando transmitirnos qué sentía ese francés, qué soñaba, qué buscaba, ayudándose del magnífico soporte audiovisual del protagonista, aparte de unas estupendas recreaciones que casi convierten la preparación de la hazaña en un auténtico thriller emocionante, a la par que minimalista. Esto último se magnifica gracias a la espléndida música, Beethoven, Satie, y, en particular, un Michael Nyman que ya ayudó a las vicisitudes arquitectónicas de otro genio como Peter Greenaway.
Y no, no hay referencias al 11-S, el maldito día en que unos locos decidieron chocar un par de aviones contra esas impresionantes torres del WTC, aunque tal vez nos deje la inquietante sensación de la antítesis entre la poesía de un héroe soñador y la cruda y dura realidad de unos tipos que seguramente nunca podrían entender a un bailarín de las nubes.
Un día fue el siete de agosto de 1974, muy tempranito, apenas las calles habían sido puestas, y, de repente, una cabeza empezó a mirar hacia arriba, otra más, una chica lloraba...¿qué pasa?, se preguntaba la muchedumbre...¿no lo ven? Hay un funambulista caminando entre las torres...
Un poeta, Philippe Petit, cometió un crimen artístico, llevó a cabo aquello que había imaginado mucho tiempo antes, y que había ensayado en lugares lejanos como Nôtre Dame de París o el Puente de Sidney. Tal vez nadie sea capaz de comprender por qué se hacen estas cosas, qué sentido tienen, qué lleva a un hombre a dominar el espacio, a superar los miedos, a jugarse la vida por hacer algo que en principio sólo llena a quien lo hace (y a la panda de locos que creen en él), pero es tan, tan emocionante...
James Marsh hace un espléndido trabajo intentando transmitirnos qué sentía ese francés, qué soñaba, qué buscaba, ayudándose del magnífico soporte audiovisual del protagonista, aparte de unas estupendas recreaciones que casi convierten la preparación de la hazaña en un auténtico thriller emocionante, a la par que minimalista. Esto último se magnifica gracias a la espléndida música, Beethoven, Satie, y, en particular, un Michael Nyman que ya ayudó a las vicisitudes arquitectónicas de otro genio como Peter Greenaway.
Y no, no hay referencias al 11-S, el maldito día en que unos locos decidieron chocar un par de aviones contra esas impresionantes torres del WTC, aunque tal vez nos deje la inquietante sensación de la antítesis entre la poesía de un héroe soñador y la cruda y dura realidad de unos tipos que seguramente nunca podrían entender a un bailarín de las nubes.
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