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Críticas 127
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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10 de febrero de 2014 Sé el primero en valorar esta crítica
Si hay un director japonés heredero directo de Ozu es Koreeda (que me perdone Yamada, que por momentos es una preciosa calca del clásico): por la emotividad y sensibilidad con la que trata a sus personajes y sus dramas familiares, por el exquisito uso de los fotogramas que sirven de transición entre secuencias (una concretamente de un poste de la luz es idéntica a algunas usadas por Ozu), por esos planos fijos a la altura de la cintura... Maravillosa y rebosante de felicidad la interpretación de Ryu, el hermano pequeño.

Los niños buscan un milagro, la reconciliación a lo largo de toda la cinta con un deseo que pretenden sea definitivo. Muchas pequeñas y monótonas anécdotas van sucediendo mientras llega el día del paso del tren al que se aferran: la música del padre, la preparación de dulces, la fiebre falsa, los bailes hawaiianos de la madre... Nada tiene para ellos importancia en busca de la felicidad. Cuando llega el momento definitivo, el hermano mayor ve pasar por su mente aquellos cálidos momentos que ha dejado pasar en busca de un futuro. Esos eran en realidad los milagros: 'no pedí el deseo, elegí... el mundo'.
28 de abril de 2008
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si ponerme apellido japonés, porque parece ser que últimamente basta con llamarse Ochiai, Katsuma, Chin-Ho Huang o la madre que los trajo (son todos inexistentes, que yo sepa, excepto el que nos ocupa), para vender la moto de film de terror oriental a la usanza de "The ring", "Dark water" o "Dos hermanas"... Pues nothing de nothing, vulgaridad al servicio de... de... ¿de qué? No sé ni a servicio de qué está esta película que abusa de todo lo posible para no conseguir nada loable. Y encima, una vez más, es una revisión de una peli oriental de verdad, sin barras y estrellas.

Temome el futuro próximo en la mente perversa de mi pareja: "Las ruinas". Dicen que está por encima de la media, ruego a Dios para que así sea.

Porque te quiero mucho, maja, si no no aguanto más otro bodrio de estas características (menos mal que dicen por ahí las malas lenguas que uno se "culturiza" más viendo de todo). Amén.
13 de abril de 2008
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
He de decir para no faltar a la objetividad que ya de entrada voy con uñas y dientes ante cualquier película de habla no inglesa nominada este año a los Óscar, habida cuenta que "4 meses, 3 semanas y 2 días" -la mejor para mi gusto con diferencia- no estaba ni en la lista. Pues encima esta cinta va y gana la estatuilla.
Ruzowitsky comenzó su trayectoria con la apetecible "Herederos" y eso me animó a lanzarme al vacío y ahí fuimos.
Sinceramente, sin compararla ya con ninguna otra peli europea de este año flipo con que haya ganado el Óscar; visto lo visto parece ser que a estos académicos les gustan las grandes historias ("Mongol" también estaba nominada), porque poco más. La cámara al hombro que tan buenos resultados dramáticos y cuasidocumentales nos ofreció Spielberg en "La lista de Schindler" acaba mareándome en "Los falsificadores" porque infinidada de veces juraría que no viene a cuento. Idem de un guión que quiere tocar todas los palos y no se decide por ninguno. Al final acabo preguntándome a qué ha querido darle importancia Ruzowitsky, con que quería que el espectador o espectadora se quedara, porque encima es el guionista.
Reconozco que hay escenas muy buenas, de esas que te dejan el alma fría, y que las interpretaciones son muy brillantes, pero no encuentro emoción en el tono general de la película por mucha crudeza que le pongan.

En fin, no es vacía ni mucho menos, sino bastante interesante, pero tengo el defecto de juzgar más por lo que un film dice ofrecer, o dicen que ofrece, que por la realidad en sí. Mea culpa.
5 de enero de 2020 1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Delante de una hoja en blanco (o pantalla siendo más exacto) el amante del cine aparece ausente de palabras ante un personaje peculiar, e incluso rara avis, en el metódico mundillo de Hollywood. Billy Wilder, europeo, que en algo se debió notar su diferencia estilística a la hora de rodar al igual que sucediera con su admirado Lubitsch, dirigió cerca de cincuenta años, y en medio de la vorágine de producciones para las que no se escatimaban recursos para que vieran la luz. Sin embargo, en este largo período de actividad Wilder “sólo” realizó 26 filmes, de las cuales también ejerció como guionista, fueran adaptaciones o propios. De tan concreta producción fue nominado 21 veces a los Oscar, de los que ganó dos estatuillas como director y tres como guionista.

Pero en realidad, estos detalles son meros datos curriculares que de ninguna manera objetivizan la importancia capital del director estadounidense dentro de la industria del celuloide. Tal vez fuera el primero con pasmosa claridad junto con John Ford, que creara un estilo de una pulcritud exquisita y que a lo largo de los años mantuviera una comunión posible entre calidad y comercialidad. Ver el cine de Wilder con los simples ojos del siglo XXI es hacer un flaco favor al arte, pues nada nuevo tal vez pueda apreciarse bajo el sol en sus filmes si no se es capaz de ver más allá del montaje, pero contemplando el cine de Hollywood anterior a la irrupción del maestro de origen austríaco puede afirmarse sin exceso de celo el cambio de ciclo que supuso y su nítida influencia en sucesivas generaciones de directores.

Tampoco es baladí recordar su amplitud de miras, aunque sea más recordado por sus comedias románticas (con un inmenso trasfondo crítico y lacerante más allá de las risas y los besos): “Con faldas y a lo loco”, “Un, dos, tres”, El apartamento”… Wilder demostró con una solvencia inaudita su capacidad para arrostrar otros géneros, desde la intriga judicial (“Testigo de Cargo”) hasta el drama (“El crepúsculo de los dioses”) o el cine noir (“Perdición”).

El filme dramático que nos ocupa podría considerarse la radiografía perfecta y dolorosa de la vida de un alcohólico, y junto con la abisal y adelantada a su tiempo “El hombre del brazo de oro” de Otto Preminger sobre la vida de un heroinómano, uno de los retratos más lúcidos sobre la dependencia. La cinta mucho más conocida “Días de vino y rosas”, del también más dedicado a la comedia Blake Edwards, siendo también de una crudeza milimétrica en el trato de la decadencia, no alcanza según mi opinión el nivel excelso y medido de “Días sin huella”, traducción absolutamente demencial y abstrusa hacia el sentido profundo del filme cuyo título original es bastante más explícito: “The lost weekend”.

Una película necesaria, para familiares, educadores, alcohólicos que no lo saben o no osan reconocerlo… y una maravilla para los amantes del cine.
5 de enero de 2020 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
1955. Simplemente e incomprensiblemente.

Fue una suerte el por saco que se diera en la Meca del cine a finales del los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado con la necesidad de la libertad de creación en el séptimo arte. A partir del estreno en Estados Unidos del filme “El amor” (1948), de Rossellini, y las ampollas levantadas por uno de sus episodios, “El milagro”, las autoridades judiciales decidieron cambiar la ley y flexibilizar lo que podía o no podía aparecer en una pantalla de cine. A años vista, podemos decir que poco a cambiado debido al propio sistema de calificación de las películas, pero infinidad de filmes no habrían visto la luz por su crudo realismo y mordaz crítica social sin esta hecho histórico. Desde “Hombres” (1950), hasta “Johnny Guitar” (1955), pasando por “Rebelde sin causa” (1955) o “La podadora” (1955).

Otto Preminger es de los directores que puede presumir de haber dado un par de saltos históricos rompiendo sendos moldes de género en el mundo del celuloide: uno fue “Anatomía de un asesinato” (1959), el otro, anterior, “El hombre del brazo de oro”, un increíble y durísimo retrato de un yonqui, tan visceral, traumático y horrible que pocas veces se ha podido ver en el cine. Mucho menos hasta ese año. La crudeza de algunas escenas (picándose, la desesperación, la locura, el repetido mono…) son de un realismo catódico. Con una fotografía y un estilo muy similares a la también genial ‘Días sin huella’ y un magistral Frank Sinatra como Freddie, el filme de Preminger puede presumir de unos secundarios de lujo, a los que tan sólo puede desmerecer el papel excesivo e algo histriónico de Eleanor Parker, como mujer paralítica.

Determinante para toda una cultura y una sociedad patriarcal y purista que la única persona digna, sensata, firme sea una prostituta, maravillosamente encarnada por Kim Novak. Quizá es que todos somos un desastre, no hace falta pincharse.
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