Película bastante desastrosa y desquiciada de amantes criminales a la fuga cuyo único interés reside en apreciar el brillo fulgurante de una sexy Renée Zellweger antes de convertirse en estrella. Vista hoy, parecen premonitorias las palabras que le dedica Gil Bellows en una escena: "You are a movie star, baby". Y casi podríamos decir que son el mayor acierto del guion, junto con la aparición de Peter Fonda y su laringófono. Estamos ante un amago de comedia sangrienta tarantiniana, dirigida de forma errática, sin aplomo, con indescriptibles volantazos de tono, tan pronto sobreactuada como contenida, que arranca bien con el atraco a la convenience store pero no tarda en desmadrarse y convertirse en un truño del calibre de aquella otra cinta de los primeros noventa también con Renée y Rory Cochrane, "Empire Records". Solo para completistas y curiosos.

Plomizo drama romántico-religioso que parte de un asesinato pero se preocupa más por la investigación del alma que por la criminal. Articulado a base de flashbacks, en cuanto te descuidas te asesta una transición de cortinilla o un debate teológico. Stanley Kramer parte de una obra de teatro, y al menos se esfuerza en airearla: los personajes hablan y hablan de paseo por el pueblo o en una montaña o en el porche de una casa o en un descapotable. Es decir, que aire le sobra, pero le falta tensión sexual, pues hay poquita química entre el cura y la monja, y demasiada metafísica (el titulo español es un acierto). Si me quedé hasta el final no fue porque la trama me arrastrara, sino porque estaba embobado con la belleza angelical de Kathleen Quinlan, fotografiada aquí por el gran László Kovács. Telefilmesca y cargante.

Sinuosa cinta de digna factura y corte hitchcockiano, que juega hábilmente con las expectativas de la audiencia y prospera sobre todo gracias a la afinada interpretación de un magnético James Mason ( presente en casi todas las escenas). Aunque hay mucho de falso en ella, y no me refiero solo a las abundantes trasparencias, atrapa de verdad tomando imprevisibles derroteros que conducen al fondo de la psique. No es solo un thriller psicológico, ojo, es también drama romántico y whodunit y revenge movie todo en uno y en espiral. Sorprendente, aunque un tanto apolillada.

Insípido film ambientado en la Italia de posguerra (Nápoles, Siena y...¡Marbella!) en el que Siodmak parece más pendiente del enfoque neorrealista tan en boga entonces (mucho escenario real con gente real, incluso una escena en una fiesta rodada cámara en mano) que de la trama propiamente dicha. Poca emoción, romance frío, escasa tensión, pero chispeantes secundarios de la cantera local que salvan en parte los muebles y dan algo de vida a este relato sobre un gánster de vuelta a sus raíces (un envarado Jeff Chandler) que se debate entre imitar a Harry Lime o a Mr. Marshall, mientras un detective del Gobierno le vigila muy de cerca. Aceptable sin más.

Flojita película inglesa, sin un solo personaje con aristas, cuyo único interés reside en averiguar si Richard Attenborough, acusado injustamente de asesinar a una niña tras sufrir sus chanzas en el April Fools´ Day, se libra de la horca o acaba dando el paseo de las ocho como si fuera un candyman. Básicamente es cine cerrado, es decir, un juicio con toda su parafernalia y su dramatis personae, por lo que no importa tanto la ordalía del falso culpable como el desfile de pintorescos testigos y las maniobras de los juristas, en última instancia inútiles, pues como se repite a lo largo del film, citando a Rigby Swift, las pruebas ganan los casos y no los abogados.