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Críticas 131
Críticas ordenadas por utilidad
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12 de febrero de 2013 1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
James Bond es, como Paco Martínez Soria o Pepe Isbert, un individuo atemporal. Pasan los años y él sigue igual de británico, igual de elegante, igual de inmortal e igual de promiscuo. En medio siglo de vida ha hecho grande eso de que si algo funciona hay que repetirlo hasta la muerte. Y si le añadimos la baza de que, al contrario de lo que pasa con Harry Potter, aquí sí podemos cambiar de actor aunque se note, pues tenemos 007 para rato.

En Skyfall, Sam Mendes ha querido reformular el personaje para hacerlo totalmente terrenal. Lo ha llenado de complejos, pues que el único trauma que tuviera fuera el no poder acostarse con Moneypenny le parecía poco. Ha hecho que el agente secreto sude, ponga cara de esfuerzo y que le caiga alguna lagrimita, cosa que Sean Connery no hubiera tolerado jamás. Incluso ha osado ponerle barba de dos días y dejarlo un rato con resaca. Que no digo yo que pongan en todas las películas la bomba que se apaga dos segundos antes de explotar y que el malo tenga siempre un gato a mano para acariciar, pero que por lo menos piensen en el espíritu de Ian Fleming; que tanta modernor le estará haciendo revolverse (que no agitarse) en su tumba.

En Skyfall se nos presenta al más famoso de los agentes británicos ayudando a su jefa M a librarse de su tormentoso pasado, que está retornando en forma de villano que quiere acabar con todo el Servicio de Inteligencia Secreto. Huelga decir que el malote está interpretado por un amanerado, oxigenado y contundente Javier Bardem.

La historia principal de la narración es la típica del cine bondiano. Y parte de la personalidad intrínseca de la saga está a salvo; a saber: por más que nos esforcemos no vamos a ver ni una sola teta, ni siquiera en los créditos; sale un casino, parada obligatoria para James y donde suelen estar todas las chicas Bond y todas las grandes pistas; no va a pedir el Dry Martini, pero se lo van a poner porque es Bond, James Bond; sigue teniendo licencia para matar, y por eso se va a poner a conducir y a disparar en medio de un mercadito callejero atestado de gente en Estambul; el malo va a soltar sus grandes y preparadas peroratas antes de entrar a matar para hacer la escena más ampulosa y de paso dejar al bueno que piense alternativas de escape; aparece el Aston Martin DB5, que Jimi tenía aparcado en un garaje alquilado en algún lugar perdido de la periferia londinense, y también vuelven a tener sus minutos M, Q y todas las letras de la Real Academia del MI6.

Eso sí, y esto merece un capítulo aparte, el agente Q, ese abuelito entrañable que surtía a Bond de artefactos para sus misiones; ese abuelito entrañable que hacia una bomba con un chicle, que convertía un bolígrafo de publicidad en un arma mortífera, que remendaba gabardinas como las de Bárcenas pero antibalas y que lograba que el copiloto de cualquier coche diseñado por él viajara acojonado por miedo a salir disparado en cualquier momento, es ahora un barbilampiño jovencillo con pinta de hipster sabelotodo y lo único que le proporciona a 007 es una pistolita de mierda, una mini-radio con un botón rojo y un perfil en Facebook. Y no solamente eso, sino que, además, se burla de la edad de James y se mete con su predecesor, el abuelito entrañable. Dos hostias. Espero que en la próxima película se lleve dos buenas hostias.
Siguiendo con capítulos aparte, también mencionar una secuencia en la que 007 sube los dos mil pisos de un rascacielos de Shanghái sujeto a pulso de una barra situada en la parte de debajo de un ascensor. Pues bien, resulta que estás todo el rato con el culete torcido por miedo a que James Bond se caiga, debido a que no para de sudar, apretar los dientes y poner cara de “no puedo, no puedo”; cuando todo sabemos que si hubiera sido Sean Connery, Roger Moore, Pierce Brosnan o Timothy Dalton y no un Bond de garrafón, no solamente hubiera subido sin problemas, sino que lo habría hecho con una sola mano y con la otra se la habría cascado. Si es que, para más inri, le hacen a James repetir el examen de ingreso al cuerpo de agentes secretos con licencia para matar y suspende tanto el físico como el psicológico, además de que le ponen un muy deficiente en tiro al blanco porque le tiembla el pulso.

Pero no pasa nada. Me voy a calmar porque, además de la canción de Adele (un Oscar seguro para la película), hay un preámbulo al uso repleto de tiros, peleas encima de un tren, agentes hablando con las solapas de sus chaquetas y persecuciones en moto, coche, todoterreno y escavadora. Quince minutos de acción trepidante hasta que a James Bond le pegan un tiro y entran los créditos típicos del agente andando por la pantalla a través de un círculo que simula ser un punto de mira.

A positivar a Javier Bardem, un villano que es una mezcla de personajes de No es país para viejos y Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí y que, desde que aparece, se dedica a hacerle bastante sombra al acabadillo de Daniel Craig.

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13 de enero de 2015 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A ver si nos aclaramos. No sabía absolutamente nada del film. No he visto la anterior del director. Me informo un poquito. “Pues no la ponen mal”. Thriller ecológico. La chica de la peli es la de Otra tierra y firma también el guión. Empieza la película y tiene ese acabado instagrameado que tanto gusta al cine independiente americano: contraluces a saco, planos forzados en pos de la imagen flamante, utilización del filtro Rise y actores situados de tal forma que cada fotograma parece la portada de un disco. Personajes con un enorme mundo interior que miran al infinito y que ponen un rictus inexpresivo pero con fuerza. Nunca se ríen porque las cosas no están para carcajear. El secundario cómico está anticuado. Es un film de suspense pero la investigación es lo de menos porque lo importante es la parte humana.

La protagonista se llama Sarah Moss y es una exagente del FBI que trabaja para una empresa privada de investigación contratada por grandes empresas para luchar contra el terrorismo anticorporativo. A Sarah se le encomienda la misión de infiltrarse en un grupo anarquista-ecológico que atenta contra las multinacionales cuyo trabajo afecta a la salud pública o al ecosistema. The East, que así se llama el comando activista, utiliza el ojo por ojo como modus operandi y su proclama es: “Somos The East. No nos importa cuánto dinero tengas. Queremos que todos los culpables experimenten el horror de sus crímenes. Si nos espías, te espiaremos. Y si envenenas nuestro hábitat, envenenaremos el tuyo”.

The East es película de infiltrados con cierto síndrome de Estocolmo. The East es película de denuncia de las sociedades empresariales que se la suda las consecuencias de sus malas prácticas. The East es película de comuna que vive en lo profundo del bosque, juegan a la botella, se bañan en una charca, comen alimentos de la basura y están contra el sistema. El problema es precisamente ese: el grupo. Una pandilla de hippies ajados que no te acabas de creer. Infantiles en su día a día y adultamente reivindicativos en su forma de actuar. Su aparición en escena no puede quedar más involuntariamente cómica: su manera de vestir, sus barbas a lo Conde de Montecristo y sus ritos a la hora de sentarse a la mesa son algo grotescos. Coincide que todos los miembros de The East a los que se les da algo de chance son hijos de papá, de ahí que de vez en cuando se encuentren un iPhone en el bolsillo; porque una cosa es ser un activista ecológico que come de lo que le da la naturaleza y se asea en un lodazal y otra es no tener Facebook. Y la historia de amor que no falte. Pero tranquilidad, porque para eso tenemos un software de guión conocido como Calzador 5.0.

Queda claro que la cosa no me acabó. Pero, todo hay que decirlo, la cosa levanta algo el vuelo cuando el grupito deja de hacer sus fuegos de campamento para enfrentarse a las acciones de calle, momento en que The East empieza a tener una evolución más compleja (sin pasarse), tanto a nivel personal como grupal. El problema es que para mí ya era tarde. A positivar el papel de Patricia Clarkson, la jefa de la empresa de seguridad para la que trabaja Sarah, la cual, en sus pocas apariciones, deja claro que el idealismo está reñido con el dinero y lo inhumano que puede ser trabajar para empresas inhumanas.

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28 de enero de 2013 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he dicho de una película: “pues es mejor el tebeo”. Pues, como ya reconocí con arrugas, no soy fan ni de las novelas gráficas ni del cómic; quizá porque ni siquiera he dejado que ese mundo me fascine. El cine de superhéroes y el basado en el cómic no es un cine que me llame en exceso, por no decir prácticamente nada. Pero el domingo por la noche, en La 1 hacían V de Vendetta, y me dije “voy a verla, aunque sea para ver la máscara más famosa y utilizada de los últimos tiempos”. Y la verdad es que me entretuvo un poquito.

Gran Bretaña, futuro cercano, los medios de comunicación están manipulados y repletos de propaganda, un gobierno absolutista maneja la sociedad a su gusto, hay toque de queda, la homosexualidad está prohibida y perseguida, millones de cámaras en las calles vigilan todos los movimientos, policías secretas hacen las veces de serenos y el arte y la cultura pasan siempre por un filtro gubernamental. Y una sociedad así, necesita un héroe antagónico que luche contra el sistema opresor. Pues ahí tenemos a V, un personaje que quiere luchar contra el fascismo y hacer despertar las almas enclaustradas de los ciudadanos. Vengador, castigador, anarquista, idealista y de vocabulario abundante, el héroe del film quiere volar, literalmente, los cimientos del gobierno y cargarse, uno a uno, a las personas que han llevado a su país a ese estado totalitario y sin escrúpulos; personas que además le hicieron pupita en el pasado. La chica de la película es Evey (Natalie Portman), la cual también está en contra de la situación, aunque al principio está un poco acomodada y es V quien le despierta su lado sedicioso.

Una película repleta de reivindicaciones explícitas, donde no hace falta un crítico o un analista del programa de Garci para darse cuenta de los mensajes que nos ofrece el guión. No hay nada subliminal. Parece mentira que los encargados del guión fueran los hermanos Wachowski, porque yo lo entendí todo. Asimismo, la acción tiene ritmo y no es excesiva y la chica es guapa. Vamos que la película, además de contener algo de mensaje, está entretenida. Aunque creo que no la convertiré en una de mis películas favoritas; es más, creo que no la volveré a ver. Mejor quedarme con el recuerdo

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28 de enero de 2013 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace muy pocos días pude leer en Internet un chiste que me parece perfecto para describir esta película: “Papá, yo cuando sea mayor quiero ser mafioso”, a lo que su padre le responde: “Pero ¿en el sector público o en el privado?”. Mátalos suavemente es cine que, como The Company Men o Margin Call, habla de la crisis. Una crisis económica y moral en la que, cada día más, nos estamos sumergiendo. Una crisis que destapa nuestro lado más intransigente y que nos hace pensar en soluciones drásticas para arreglar el desaguisado.

En Mátalos suavemente nos encontramos con yonquis convertidos en expertos atracadores, estafadores de poca monta con vocación de padrino, asesinos a sueldo que hacen descuentos e incluso 2x1, matones a punto de la jubilación que aceptan los trabajos por las dietas, los hoteles y las putas (¿os suena?) y reuniones entre mafiosos debajo de puentes en lugar de en mansiones con grandes piscinas. Una película donde vemos, y sobre todo escuchamos, la crisis de la mafia: tanto en su sector público, en forma de constantes discursos políticos que hacen de banda sonora, como en su sector privado.

Sinopsis: una pareja de atracadores de medio pelo que andan siempre colocados y con pocas luces, deciden aceptar el arriesgado encargo de atracar una partida de póker organizada por la mafia. Los capos deciden acudir a Jackie Cogan (Brad Pitt) para encontrar a los responsables de tal osadía. Entonces Jackie empieza a subcontratar a proveedores y asesinos freelance con poca implicación, para descubrir a los malhechores y darles su merecido.

Mátalos suavemente es de esas rarezas con poso; un film donde, por el estilo y los diálogos, pueden aparecen claras influencias, pero que se manifiesta como un producto personal. Si no acudes a su visionado influido por su pirotécnico trailer, puedes entretenerte ante otra forma de plantarse ante el cine negro. La secuencia del atraco a la partida de póker es brutal y tensa, sobre todo la salida a través del estrecho pasillo del lugar donde ocurre el robo. A partir de ahí, encontraremos secuencias de acción a cuenta gotas y, aunque visualmente poderosas, no tienen más intención que hacer el trailer antes mencionado más atractivo. Eso sí, los diálogos de Jackie con la persona que le encarga el trabajo (Richard Jenkins) y con el matón al que contrata (James Gandolfini) son más que interesantes. Atractivo el papel de Gandolfini, el cual parece que, intencionadamente guionizado, deja a medias tanto a Jackie Cogan como al espectador.

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13 de enero de 2015
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
- ¿Has visto la última de Woody Allen?
- No. La verdad es que el título no me llama nada. Y eso que esta vez lo han traducido literal.
- Pues a mí me ha molado.
- Tú no eres objetivo cultureta —así en plan despectivo—. Hasta te gusto “Vicky Cristina Barcelona” y “A Roma con amor”.
- Y “El sueño de Casandra”.
- Eso. Y el truño ese. A mí desde Balas sobre Broadway no me ha gustado casi ninguna. Bueno sí, Match Point también me pareció buena.
- Claro, porque no sale él.
- Pues igual sí, tío listo, porque me da un asco. Si se ha casado con su hija el cerdo.
- Yo estoy hablando de cine. Y era adoptada.
- Lo que sea, pero es un degenerado.
- La hija no era suya. Era de Mia Farrow y de su exmarido.
- ¡Joder, tenía 19 años!
- Los mismos que Mia cuando empezó a salir con Frank Sinatra, que también tenía 50 y pico.
- Vete a la mierda.
- ¿Entonces no vas a ir a verla?
- No.
- Venga. Dale una oportunidad. Va de un mago, que no cree en la magia verdadera ni en el amor verdadero, que quiere desenmascarar a una presunta médium. Dura poco más de hora y media y se pasa volando.
- No voy a ir.
- Sale Emma Stone y lo hace genial.
- ¿En serio? ¿La de Zombieland?
- Sí.
- Me da igual. No quiero.
- También sale Colin Firth.
- ¿El de Mamma Mia!?
- Ese.
- No me vas a convencer.
- Es ligerita. Pero con sus típicos debates metafísico-psicológicos; de esos que hacen pensar.
- Que te jodan a ti y a los debates metafísico-psicológicos. No pienso ir a verla.
- Relájate, es Navidad.
- Por eso. Prefiero ver Los fantasmas atacan al jefe o Qué bello es vivir en la tele. Además, ¿qué piensa Boyero?
- Ni idea.
- Pues vaya crítico de garrafón estás hecho.
- Sólo te recomiendo que, si te apetece ir al cine, esa es una buena opción.
- Exodus mejor.
- Pero si esa ya la hicieron. Es como Los 10 mandamientos. Esta ya visto el tema.
- ¿Y en la de Woody Allen no? —así con retintín—.
- La verdad es que ahí tienes razón. El tema es recurrente en la filmografía de Allen.
- ¿Tema recurrente? ¿Qué coño dices? Pedante, que eres un pedante.
- Que sí. Que hablan de Dios y de la muerte y de lo racional frente a lo irracional. De sexo un poco menos.
- Vamos, de lo de siempre. Y con musiquita de jazz.
- Joder. Pues no vayas. Pero que sepas que no sale Woody Allen.
- ¡Anda! Haber empezado por ahí.
- ¿Entonces vas?
- Ni de coña.
- Pues que te den por el culo.
- Gilipollas.
- ¿Nos tomamos unas cañas?
- Mira, eso sí.

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