Julio Medem quiso emular a Del Toro en “El laberinto del fauno” y crear una fábula paralela a un hecho histórico, real, que tenga un efecto sugestivo y concomitante con el tema de fondo. Y reclutó a Charlotte Rampling por la creencia de que con su presencia su proyecto quedaría avalado por la participación que tuvo esta actriz en “Hacia el Sur” de Laurent Cantet, filme de claro corte antiimperialista, políticamente hablando.
La idea central del guión era buena y la actriz Manuela Vellés resultaba la adecuada para representar el papel protagonista. En efecto, se puede rescatar el planteamiento de una personalidad hiper sensible al arte que se expresa en trabajos de resolución kitsch, proclive a la sugestión y a lo paranormal y que, a la vez, es ecologista, pacifista y busca el amor verdadero. Pero Medem se equivocó de plano al querer darle un carácter “trascendental” y universal a su historia, buscando el “huevo de la serpiente” en lugar de mantener la focalización del tratamiento, sin necesidad de ser políticamente correcto, condición a la que el director parece tenerle una saludable aversión, en los dos hechos más coyunturales y cercanos como la guerra de Irak y el problema de los refugiados árabes. Fue demasiado pretencioso en sus intenciones y no encontró mejor opción que agregar a su personaje el carácter de “oráculo mundial” o de “elegida” que hacía recordar en forma penosa a películas como “Matrix”.
La película tiene algunas escenas y momentos logrados, su fotografía registra necesarios cambios fotográficos y la propuesta visual es atractiva, pero queda la sensación de que el esfuerzo es inútil para el resultado final. Mención aparte merece la escena antes del final porque su valoración puede depender del color político con el que se mira el mundo. Pero si somos objetivos debemos decir que es explicativamente ridícula.

¿Qué diferencias hay entre este documental y los que hizo Jacques Ives Cousteau en los años 50? La originalidad a primera impresión si tomamos ese concepto como una cualidad que hizo descubrir como nunca antes, todo un cosmos dentro de nuestro planeta y debajo del mar. Y eso abona a favor de la tripulación del “Calypso”. En segundo lugar, Cousteau montó una odisea humana en torno a los descubrimientos donde el protagonista era él mismo junto a su grupo de científicos aventureros. Y tercero, la vocación ecologista en el oceanógrafo venía por lógica añadidura. En cambio en Perrin y Cluzaud es una machacada declaración de principios. Claro, son tiempos distintos pero aún así el documental que se presenta como “el mejor de la historia” comete el error al final de verbalizar y dramatizar dicha vocación que aparece muy obvia en imágenes. Unas imágenes estupendas por cierto, donde la cámara y la edición de sonido son mucho más que simples acompañantes o fieles intérpretes de la naturaleza de los peces, anfibios y cetáceos ya que funcionan, incluso, como estetoscopios y demás material médico que ausculta, descubre y hasta psicoanaliza a los seres acuáticos. ¿Quiere decir entonces que esta es la diferencia a favor de “Océanos” respecto a Cousteau y a tantas emisiones de los canales de cable? No precisamente. No es la tecnología de la cinematografía de punta volcada a las profundidades la que la hace destacable. Son, más bien, las múltiples y pequeñas pero, a la vez, importantes historias surgidas en el mar sobre el ciclo de la vida y la diversidad, algunas veces de carácter simbiótico, otras de extinción y hasta una alarmante sobre mutación de especies ; entre cuyos personajes podemos ver por ejemplo a unos sonrientes delfines, inexpresivos y míticos tiburones, amenazantes morenas, pétreos reptiles, tiernos pingüinos, imponentes ballenas, acorazados cachalotes, amodorradas morsas o una graciosa comunidad de cangrejos, arañas, esponjas, estrellas, calamares y peces pequeños en una versión real de “Bob esponja” o “Buscando a Nemo”. Tal como si fuera una película coral con varios guiones que tienen como gran tema de fondo el océano y el futuro del planeta. El resto, salvo los discursos trillados, se lo dejamos al narrador del filme.

“Visita inesperada” es una película que tiene una historia de inmigrantes pero en un contexto muy político después de los atentados del 11 de Septiembre y toda la paranoia legal y social creada a raíz del suceso.
Son los extranjeros de origen musulmán los que más sufren en esta situación cuya mayoría quiere forjarse una vida en EEUU tal como lo hicieron los miles que llegaron a dicho país de todas partes del mundo para trabajar y crear riqueza. Nueva York es una ciudad emblemática al respecto ya que por dicha ciudad ingresaron al país miles de personas de todas partes del Mundo.
Detrás de esta historia que parece muy conocida, con referencias al “Padrino II” de Coppola y a las últimas películas de Spike Lee, se atisba un contrapunto experimental entre dos estilos de vida que tienen como características a la soledad, la rutina y la cultura occidental por un lado y, por el otro, a la unidad familiar, el espíritu gregario, la cultura y las alternativas laborales tercermundistas.
Richard Jenkins compone al catedrático “conejillo de indias” que ya le dio la vuelta a todo en la vida y que no encuentra ninguna perspectiva diferente en su futuro gris hasta que conoce a la pareja que ha invadido su departamento. La actitud que toma al respecto es la de un curioso investigador social y su actuación es satisfactoria.
El problema es que el guión trata de idealizar a los personajes y todo el desarrollo dramático es políticamente correcto y pulcro a la manera de un reportaje periodístico o documental de denuncia lo que, paradójicamente, hace que la historia sea menos creíble porque estamos viendo una ficción. Esto se nota desde que el joven inmigrante es arrestado y se acentúa cuando entra en acción el personaje de su madre.
Sin embargo, el saldo es claramente positivo por todos los temas tocados y esa sensación de rebeldía que deja el filme concentrada en el personaje de Jenkins quien tiene una relación de amor y odio con Nueva York.

Lo más interesante de esta película reside en descubrir cómo se las arregla el director para que su puesta en escena, que debe recrear y revitalizar una famosa serie de TV, no la cuestione ni se le diferencie mucho y, al mismo tiempo, sea original y entretenida aprovechando los avances de las técnicas cinematográficas.
En ese sentido, el director J.J. Abrams homenajea y muestra su respeto por la saga hasta tal punto que incluye al veterano actor que encarnó siempre a Mr.Spock cuya presencia puede sentirse un tanto forzada pero que le agrega emoción a la trama.
La historia sobre los orígenes es la de los personajes principales, James Kirk y Spock, que es una historia de rivalidad juvenil. Es en este punto y en algunas escenas como la del lanzamiento de los tres tripulantes hacia el planeta “Vulcano”, donde el director se permite más libertad para poner en escena el guión. Quiere decir que, fuera de la maqueta de los viajes estelares en la nave “Enterprise” y su entorno, la película funciona mejor, le da la vitalidad anotada que compensa el acartonamiento de los personajes y la típica estructura narrativa de los capítulos seriales.
El film, entonces, logra los objetivos planteados en buena parte, pues se advierten también algunos vacíos y disonancias en la composición y definición de los personajes principales quienes algunas veces parecen superhéroes en transición antes que líderes interplanetarios.
En general, me hizo recordar en su aspecto positivo, la última película de “La Guerra de las galaxias” de George Lucas (episodio III) por la manera de plantear la precuela como una especie de puente hasta llegar a la escena 1 del episodio IV o, en este caso, del primer capítulo de la serie.

Si George Bush se hubiera propuesto encargar a algún estudio una película para justificar la guerra en Irak, esta no habría sido tan lograda como "The Hurt Locker" de la directora Kathryn Bigelow.
Porque este filme no solamente es cinematografía dura y pura con unos efectos especiales de primera fila, cámaras muy pragmáticas y tomas muy originales que hacen que todo el tiempo el ecran esté literalmente palpitante por el suspenso y la acción en ciernes.
Se trata además de compartirnos la psicopatía de sus personajes, su “hombría” y los demás avatares de la guerra, todo desde un punto de vista inteligente pero, a la vez, militantemente norteamericano.
Pero es cierto que la película carece de explicaciones, no porque la directora no quiera hacer discursos políticos sino porque no los necesita para sus objetivos ya que las imágenes hablan por sí solas a la manera de un subliminal spot publicitario que dura 2 horas.
Si faltaran pruebas de esto, hay que estar atentos al enunciado inicial que nos advierte que “la guerra es una droga”, advertencia equivalente a la que se hace en los comerciales de cigarrillos y bebidas alcohólicas.
De todas maneras este filme es superior a todos aquellos que Hollywood produjo sobre la segunda Guerra Mundial o de la guerra de Corea pero es inferior a los que dirigieron Oliver Stone, Clint Eastwood y Steven Spielberg.