You must be a loged user to know your affinity with Benjamín Reyes
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

6,1
36.849
7
20 de septiembre de 2014
20 de septiembre de 2014
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Javier Tolentino se quejaba, recientemente, en su programa radiofónico “El séptimo vicio” de que “El Niño” fuera elegida por la Academia de la Artes y las Ciencias Cinematográficas para representarnos en la carrera por el Oscar, argumentando que los estadounidenses no van a valorar un cine que ellos hacen habitualmente. Aunque pueda parecer, a simple vista, que así sea. En realidad, Hollywood jamás rodará una película como “El Niño” porque es un “thriller” policíaco con ADN español.
La quinta película de Daniel Monzón es cine apegado a la realidad de la calle, a las noticias que se emiten en el telediario sobre el contrabando de droga en la frontera entre España y Marruecos. Todos conocemos el negocio del narcotráfico en México (“Desperado”, 1995; “Traffic”, 2000), pero apenas habíamos visto en la gran pantalla lo que sucede aquí.
En “El Niño” los policías y los delincuentes son de carne y hueso. Sus problemas son cotidianos. Aquí no hay superhéroes sino policías que piensan en cumplir su jornada laboral y marcharse a su casa. Es un largometraje en el que las escenas de acción y los movimientos de cámara están al servicio de la historia y no son un fin en sí mismo. Aquí no hay personajes maniqueos donde los “buenos” son “buenos” y los “malos” son “malos”, sino personajes movidos por circunstancias personales.
Localizada en el estrecho de Gibraltar, donde existe una cultura de frontera, de una cultura del contrabando, “El Niño” es una cinta fronteriza, que refleja los dos lados de la ley, sin posicionarse por ninguno. Refleja la tentación de cruzar el límite de la legalidad, lo cual establece un tibio parentesco con la notable “Los amos de Brooklyn” (2009), en la que se trazaba una fina línea entre lo legal y lo ilegal.
También la singulariza su peculiar sentido del humor, focalizado en el personaje de El Compi, encarnado por Jesús Carroza, especializado en personajes callejeros (“7 vírgenes”, 2005); así como en la acertada selección musical de Roque Baños, que aúna sonidos andalusíes y magrebíes. El montaje preciso de Mapa Pastor, incluye epatantes imágenes como la de un cadáver decapitado colgado de un puente. El guion escrito, a cuatro manos, por el tándem Monzón-Guerricaechevarría, termina por relacionar a todos los personajes de la trama sin dejar ningún cabo suelto, en una historia que dibuja personajes que buscan la libertad, pero esa búsqueda, paradójicamente, les puede privar de ella. Este vigoroso y verista “thriller” policíaco “made in Spain” encuentra su precedente inmediato en “Grupo 7” (2012), de Alberto Rodríguez.
Daniel Monzón comenzó escribiendo críticas de cine en “Fotogramas” y en la imprescindible revista “Fantastic Magazine”, en la que se pedía a gritos, a principios de los 90, revitalizar el cine rodado en España. Allí coincidió con Álex de la Iglesia. Los dos han conseguido mejorar el nivel de la cinematografía española. Curiosamente comparten el mismo guionista: Jorge Guerricaechevarría. La escalada de Daniel Monzón ha sido progresiva. Tras unos inicios renqueantes con “El corazón del guerrero” (1999) y “El robo más grande jamás contado” (2002), avisó con un “thriller” eficaz protagonizado por Timothy Hutton, “La caja Kovak” (2006), en la que ya localizó escenas en Gibraltar. Su eclosión se produjo con el “thriller” carcelario “Celda 211” (2009). Aunque pueda parecer que existe una gran diferencia de “Celda 211” a “El Niño”, de un espacio cerrado a un espacio abierto, en el fondo el tema es idéntico: vidas al margen de la ley.
Sobre el reparto, destaca el descubrimiento de Jesús Castro, “el Paul Newman andaluz”. Aunque no es actor profesional tiene presencia. Habrá que esperar a verlo en otro papel que requiera algo más que poner mirada desafiante. Algunos se tiran la vida yendo a escuelas de cine y no consiguen llegar a nada y este Castro con un solo filme ya ha conseguido llamar la atención. No habrá que esperar mucho ya que la semana que viene se estrena “La isla mínima”, en la que interviene. También concita la atención el talento de Marian Bachir, de la que no habíamos tenido noticias hasta la fecha. El elenco incluye a tres de los mejores actores españoles. Luis Tosar no deslumbra como en “Celda 211” porque su rol aquí es más contenido. Eduard Fernández sigue en su línea de buen hacer. Y Sergi López figura en un papel secundario de poca trascendencia.
No en balde, “El Niño” se ha convertido en el mejor estreno del cine español en 2014, superando a “8 apellidos vascos”.
La quinta película de Daniel Monzón es cine apegado a la realidad de la calle, a las noticias que se emiten en el telediario sobre el contrabando de droga en la frontera entre España y Marruecos. Todos conocemos el negocio del narcotráfico en México (“Desperado”, 1995; “Traffic”, 2000), pero apenas habíamos visto en la gran pantalla lo que sucede aquí.
En “El Niño” los policías y los delincuentes son de carne y hueso. Sus problemas son cotidianos. Aquí no hay superhéroes sino policías que piensan en cumplir su jornada laboral y marcharse a su casa. Es un largometraje en el que las escenas de acción y los movimientos de cámara están al servicio de la historia y no son un fin en sí mismo. Aquí no hay personajes maniqueos donde los “buenos” son “buenos” y los “malos” son “malos”, sino personajes movidos por circunstancias personales.
Localizada en el estrecho de Gibraltar, donde existe una cultura de frontera, de una cultura del contrabando, “El Niño” es una cinta fronteriza, que refleja los dos lados de la ley, sin posicionarse por ninguno. Refleja la tentación de cruzar el límite de la legalidad, lo cual establece un tibio parentesco con la notable “Los amos de Brooklyn” (2009), en la que se trazaba una fina línea entre lo legal y lo ilegal.
También la singulariza su peculiar sentido del humor, focalizado en el personaje de El Compi, encarnado por Jesús Carroza, especializado en personajes callejeros (“7 vírgenes”, 2005); así como en la acertada selección musical de Roque Baños, que aúna sonidos andalusíes y magrebíes. El montaje preciso de Mapa Pastor, incluye epatantes imágenes como la de un cadáver decapitado colgado de un puente. El guion escrito, a cuatro manos, por el tándem Monzón-Guerricaechevarría, termina por relacionar a todos los personajes de la trama sin dejar ningún cabo suelto, en una historia que dibuja personajes que buscan la libertad, pero esa búsqueda, paradójicamente, les puede privar de ella. Este vigoroso y verista “thriller” policíaco “made in Spain” encuentra su precedente inmediato en “Grupo 7” (2012), de Alberto Rodríguez.
Daniel Monzón comenzó escribiendo críticas de cine en “Fotogramas” y en la imprescindible revista “Fantastic Magazine”, en la que se pedía a gritos, a principios de los 90, revitalizar el cine rodado en España. Allí coincidió con Álex de la Iglesia. Los dos han conseguido mejorar el nivel de la cinematografía española. Curiosamente comparten el mismo guionista: Jorge Guerricaechevarría. La escalada de Daniel Monzón ha sido progresiva. Tras unos inicios renqueantes con “El corazón del guerrero” (1999) y “El robo más grande jamás contado” (2002), avisó con un “thriller” eficaz protagonizado por Timothy Hutton, “La caja Kovak” (2006), en la que ya localizó escenas en Gibraltar. Su eclosión se produjo con el “thriller” carcelario “Celda 211” (2009). Aunque pueda parecer que existe una gran diferencia de “Celda 211” a “El Niño”, de un espacio cerrado a un espacio abierto, en el fondo el tema es idéntico: vidas al margen de la ley.
Sobre el reparto, destaca el descubrimiento de Jesús Castro, “el Paul Newman andaluz”. Aunque no es actor profesional tiene presencia. Habrá que esperar a verlo en otro papel que requiera algo más que poner mirada desafiante. Algunos se tiran la vida yendo a escuelas de cine y no consiguen llegar a nada y este Castro con un solo filme ya ha conseguido llamar la atención. No habrá que esperar mucho ya que la semana que viene se estrena “La isla mínima”, en la que interviene. También concita la atención el talento de Marian Bachir, de la que no habíamos tenido noticias hasta la fecha. El elenco incluye a tres de los mejores actores españoles. Luis Tosar no deslumbra como en “Celda 211” porque su rol aquí es más contenido. Eduard Fernández sigue en su línea de buen hacer. Y Sergi López figura en un papel secundario de poca trascendencia.
No en balde, “El Niño” se ha convertido en el mejor estreno del cine español en 2014, superando a “8 apellidos vascos”.

4,6
1.618
5
15 de diciembre de 2015
15 de diciembre de 2015
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Bloodsucking Bastard” se exhibió en el reciente Festival de Sitges, en la sección Midnight X-Treme. Este dato debe ser suficiente para dejar bien claro a qué tipo de público está dirigida esta delirante sátira gore del despiadado mundo laboral.
Series como “The Office” o la imprescindible “Mad Men” o películas como “Trabajo basura” (1999) o “Jerry McGuire” (1996) han explorado el mundo de las imbricadas relaciones laborales, concretamente el microcosmos que suponen las empresas estructuradas en oficinas compartimentadas.
“Bloodsucking Bastard” es una rareza que, aparentemente no tiene mayor pretensión que hacer pasar un rato entretenido a los amantes del género fantástico (lo cual no consigue del todo), pero, hete aquí que encierra una reflexión sobre el competitivo mundo del trabajo (que, por ejemplo, en Corea del Sur provoca varios suicidios diarios). La “realidad ordinaria” se ve interrumpida en el minuto 25 con el primer elemento fantástico de la historia: un fiambre envuelto en sangre en el baño. Luego aparecerán vampiros por doquier para demostrar que la tesis del filme es sencilla: el trabajo te chupa la sangre. Pronto salen a relucir todas las rencillas acumuladas por los compañeros de oficina del timorato protagonista que terminan por descubrir quién odia a quién y quién ama a quién. El metraje está sazonado con sentido del humor del tipo: “Por cierto, tu amigo muerde cuellos está haciendo su mejor imitación de una pintura de Jackson Pollock”.
“Bloodsucking Bastard” es un Mike Judge (artífice de la mencionada “Trabajo basura”) pasado por el tamiz gore, que en su último tramo desemboca en una loca orgía sangrienta sin llegar a la catarsis de hemoglobina que supuso en su momento “Brain Dead” (1992), de Peter Jackson, que llegaba a “salpicar” al espectador.
La oficina como lugar de conflicto ha sido la base de una de las mejores series de la última década: “Mad Men”, protagonizada por “guerreros”, cuyos trajes son sus “armaduras”, que escenifican “la batalla” en la oficina. “En este negocio no hay sentimientos. Te compran, te venden, te despiden”. Elocuente frase del capítulo 12 de la séptima temporada. En su vertiente más dramática cabe reseñar “Arcadia” (2005), de Costa-Gavras, en la que el personaje protagónico aniquilaba uno a uno a sus contrincantes. Si miramos hacia atrás en el tiempo encontraremos el clásico de Jacques Tati, “Playtime” (1963), que ofrecía una lúcida representación, en clave de humor, de la compartimentación del espacio en el ámbito laboral.
En definitiva, “Bloodsucking Bastard” es uno de los estrenos en la cartelera española más estrambóticos del año que termina, que incluye películas como “Tusk”, en la que un ser humano se fusiona con una morsa; “Somos los que somos”, protagonizada por una familia caníbal; o “Lo que hacemos en las sombras”, una de vampiros modernos. Aviso para navegantes: los amantes del género gore no deben dejar de ver la reinterpretación de Sam Raimi de su saga “Evil Dead”, en la curiosa serie “Ash vs Evil Dead”, en la que la sangre y las risotadas están garantizadas.
Series como “The Office” o la imprescindible “Mad Men” o películas como “Trabajo basura” (1999) o “Jerry McGuire” (1996) han explorado el mundo de las imbricadas relaciones laborales, concretamente el microcosmos que suponen las empresas estructuradas en oficinas compartimentadas.
“Bloodsucking Bastard” es una rareza que, aparentemente no tiene mayor pretensión que hacer pasar un rato entretenido a los amantes del género fantástico (lo cual no consigue del todo), pero, hete aquí que encierra una reflexión sobre el competitivo mundo del trabajo (que, por ejemplo, en Corea del Sur provoca varios suicidios diarios). La “realidad ordinaria” se ve interrumpida en el minuto 25 con el primer elemento fantástico de la historia: un fiambre envuelto en sangre en el baño. Luego aparecerán vampiros por doquier para demostrar que la tesis del filme es sencilla: el trabajo te chupa la sangre. Pronto salen a relucir todas las rencillas acumuladas por los compañeros de oficina del timorato protagonista que terminan por descubrir quién odia a quién y quién ama a quién. El metraje está sazonado con sentido del humor del tipo: “Por cierto, tu amigo muerde cuellos está haciendo su mejor imitación de una pintura de Jackson Pollock”.
“Bloodsucking Bastard” es un Mike Judge (artífice de la mencionada “Trabajo basura”) pasado por el tamiz gore, que en su último tramo desemboca en una loca orgía sangrienta sin llegar a la catarsis de hemoglobina que supuso en su momento “Brain Dead” (1992), de Peter Jackson, que llegaba a “salpicar” al espectador.
La oficina como lugar de conflicto ha sido la base de una de las mejores series de la última década: “Mad Men”, protagonizada por “guerreros”, cuyos trajes son sus “armaduras”, que escenifican “la batalla” en la oficina. “En este negocio no hay sentimientos. Te compran, te venden, te despiden”. Elocuente frase del capítulo 12 de la séptima temporada. En su vertiente más dramática cabe reseñar “Arcadia” (2005), de Costa-Gavras, en la que el personaje protagónico aniquilaba uno a uno a sus contrincantes. Si miramos hacia atrás en el tiempo encontraremos el clásico de Jacques Tati, “Playtime” (1963), que ofrecía una lúcida representación, en clave de humor, de la compartimentación del espacio en el ámbito laboral.
En definitiva, “Bloodsucking Bastard” es uno de los estrenos en la cartelera española más estrambóticos del año que termina, que incluye películas como “Tusk”, en la que un ser humano se fusiona con una morsa; “Somos los que somos”, protagonizada por una familia caníbal; o “Lo que hacemos en las sombras”, una de vampiros modernos. Aviso para navegantes: los amantes del género gore no deben dejar de ver la reinterpretación de Sam Raimi de su saga “Evil Dead”, en la curiosa serie “Ash vs Evil Dead”, en la que la sangre y las risotadas están garantizadas.

4,8
8.196
3
5 de agosto de 2015
5 de agosto de 2015
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Facebook, Spotify, Youtube, Google, Skype… son empresas que se han erigido en protagonistas de nuestras vidas. Los internautas pasan horas y horas delante de una pantalla, ya sea de un portátil, un móvil o una tableta. “Eliminado” aprovecha la tesitura para plantear una película en clave de terror, que básicamente es un cruce bastardo entre “Viernes 13” (1980) y “Sé lo que hicisteis el último verano” (1997), es decir no es otra cosa que una variante del cine de “body counts” o “slashers” de toda la vida, en la que un grupo de ingenuos adolescentes van cayendo uno a uno, pero esta vez delante de un portátil.
“Closer” (2004), de Mike Nichols; “Adoration” (2008), de Atom Egoyam; y “Hombres, mujeres y niños” (2014), de Jason Reitman, son tres títulos recientes en los que se aborda el impacto de la vida virtual en la vida real. En todas ellas se alternaban secuencias al margen de un ordenador, pero en “Eliminado” toda la película nos muestra una multiplicidad de pantallas como si estuviéramos sentados delante de la pantalla de un ordenador. Los hilos de la trama del filme están manejados por un “troll” que adentra al espectador en el terror social que se produce con el malsano uso de internet: el “sexting” o el “bullying” cibernético.
Lo curioso es que esta película de terror adolescente está dirigida por un director de cerca de 50 años de Georgia, desconocido por estos lares, que responde al nombre de Levan Gabriadze, que en su haber solo tenía tres comedias que no se han estrenado en la cartelera española. En lo concerniente al reparto, los actores son mozalbetes que han hecho sus pinitos en series como “Buffy, cazavampiros” o “CSI”.
“Eliminado” no llega a la altura de “Open Windows” (2014), de Nacho Vigalondo, en la que el director español si sabe conjugar el lenguaje cinematográfico con las nuevas tecnologías. De hecho durante el visionado de “Eliminado” tuve la misma sensación de tomadura de pelo que cuando vi “El proyecto de la Bruja de Blair” (1999), con la diferencia de que a aquella por lo menos se la puede calificar de película. “Eliminado” supone la muerte del cine y poco augurio esperamos que tengan este tipo de experimentos audiovisuales dirigidos al público adolescente. No es el caso de la serie “Web Therapy”, que sí ha sabido captar la esencia de una cámara web y llevarla al lenguaje televisivo para ofrecer una divertida “sit com 2.0”.
“Closer” (2004), de Mike Nichols; “Adoration” (2008), de Atom Egoyam; y “Hombres, mujeres y niños” (2014), de Jason Reitman, son tres títulos recientes en los que se aborda el impacto de la vida virtual en la vida real. En todas ellas se alternaban secuencias al margen de un ordenador, pero en “Eliminado” toda la película nos muestra una multiplicidad de pantallas como si estuviéramos sentados delante de la pantalla de un ordenador. Los hilos de la trama del filme están manejados por un “troll” que adentra al espectador en el terror social que se produce con el malsano uso de internet: el “sexting” o el “bullying” cibernético.
Lo curioso es que esta película de terror adolescente está dirigida por un director de cerca de 50 años de Georgia, desconocido por estos lares, que responde al nombre de Levan Gabriadze, que en su haber solo tenía tres comedias que no se han estrenado en la cartelera española. En lo concerniente al reparto, los actores son mozalbetes que han hecho sus pinitos en series como “Buffy, cazavampiros” o “CSI”.
“Eliminado” no llega a la altura de “Open Windows” (2014), de Nacho Vigalondo, en la que el director español si sabe conjugar el lenguaje cinematográfico con las nuevas tecnologías. De hecho durante el visionado de “Eliminado” tuve la misma sensación de tomadura de pelo que cuando vi “El proyecto de la Bruja de Blair” (1999), con la diferencia de que a aquella por lo menos se la puede calificar de película. “Eliminado” supone la muerte del cine y poco augurio esperamos que tengan este tipo de experimentos audiovisuales dirigidos al público adolescente. No es el caso de la serie “Web Therapy”, que sí ha sabido captar la esencia de una cámara web y llevarla al lenguaje televisivo para ofrecer una divertida “sit com 2.0”.

5,2
23.632
3
11 de enero de 2015
11 de enero de 2015
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada cierto tiempo Hollywood recurre a pasajes bíblicos para llevar a la gran pantalla historias mayestáticas con miles de extras e imágenes grandilocuentes. Si a principios de año nos llegó una extravagante e interesante versión de “Noé”, orquestada por Darren Aronofsky, ahora es el turno de “Exodus: dioses y reyes”, firmada por Ridley Scott.
No me voy a andar por las ramas, Ridley Scott es uno de los directores más sobrevalorados de los últimos 40 años. El origen de este dislate radica, por una parte, en que la segunda (“Alien, el octavo pasajero”, 1979, que contó con el fantástico diseño abisal de H.R. Giger) y la tercera película (“Blade Runner”, 1982, cuyos efectos especiales deben su mérito a Douglas Trumbull) que dirigió son dos obras maestras contemporáneas; y, por otra parte, por la tendencia a otorgar todo el mérito o el demérito de un filme al realizador. Tres ejemplos, que todos conocemos, “Lo que el viento se llevó” (1939), “Poltergeist” (1982) y “Pesadilla antes de Navidad” (1992) echan por tierra esta teoría. Por la primera desfilaron hasta cinco directores bajo los auspicios del productor David O. Selznick; en la segunda, Spielberg, en funciones de productor impuso su criterio sobre el del director Tobe Hooper; y en el tercer caso, Tim Burton cedió la dirección a Henry Selick, pero manejó los hilos desde la producción.
Al margen de los títulos mencionados y de “Los duelistas” (1977), “Hannibal” (2001), “Black Hawk derribado” (2001) y “American Gangster” (2007) el resto de la filmografía del realizador británico se reduce a casi una veintena de largometrajes de puro consumo, incluyendo éxitos comerciales como “Thelma & Louise” (1991) o “Gladiator” (2000). La puntilla es haber empleado unos planos que ya había utilizado Stanley Kubrick en el principio de “El resplandor” (1980) para el final de “Blade Runner” (1982).
Las comparaciones son odiosas, pero inevitables. Durante casi todo el visionado de “Exodus: dioses y reyes” estuve pensando en las magníficas interpretaciones de Charlton Heston y Yul Brynner en “Los diez mandamientos” (1956), de Cecil B. DeMille (que ya había rodado una primera versión en 1923), que no superan el siempre eficaz Christian Bale (que ya dio cuenta de su valía con 12 años en “El imperio del fuego”, 1987) ni Joel Edgerton (“Animal Kingdom”, 2010). El elenco se completa con papeles testimoniales de Ben Kingsley, Sigourney Weaver, John Turturro, Aaron Paul y la insípida María Valverde para configurar un largometraje tan mediocre como ese mamotreto fílmico que es “Alexander” (2004, Oliver Stone), ya que carece de pulso narrativo y está caracterizado por diálogos plúmbeos repletos de frases lapidarias. Particularmente encuentro más entretenido leer la Biblia que ver esta nueva versión audiovisual de la peregrinación del pueblo hebreo, que prefiere centrarse en el duelo fratricida entre Moisés y Ramsés II a hacer hincapié en el tema de la esclavitud como la película de De Mille. Respecto a la música, Alberto Iglesias sigue las directrices del tono mesiánico de las notas de Elmer Bernstein.
En lo único que mejora a la versión de los 50 de “Los diez mandamientos”, que tampoco es un título redondo, es en los espectaculares efectos especiales, que alcanzan su cenit en la vertiginosa persecución en la que los carros egipcios caen por un desfiladero y en la espectacular apertura de las aguas del Mar Rojo. También concita la atención que se haya sustituido el mensaje evangelizador de De Mille por una duda más que razonable de si Moisés no era más que un iluminado (ejemplificado en la figura del Niño-Dios).
El rodaje de “Exodus: dioses y reyes” se desarrolló en 2013 en Inglaterra y España (Almería, Fuerteventura y Lanzarote). De hecho uno de los principales aciertos del filme son los parajes desérticos de Lanzarote y Fuerteventura. A lo largo del 2014 se han rodado en Canarias una docena de largometrajes no canarios que han buscado beneficiarse del régimen especial de la Zona Especial Canaria (ZEC), así como de las ventajas y exenciones en el Impuesto General Indirecto Canario (IGIC), el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados (ITP y AJD) y en la Repatriación de dividendos para empresas no residentes. Este año se han rodado en las islas títulos significativos como “Nobody Wants the Night”, de Isabel Coixet; “Ma Ma”, de Julio Medem; “Felices 140”, de Gracia Querejeta; “Wild Oats” con Demi Moore o “Rec 4”, de Jaume Balagueró.
No es la primera vez que esto acontece. Señeras películas como “Moby Dick” (1955), de John Huston; “Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra” (1968), producida por Hammer Film y Warner Bros o “Fata Morgana” (1970), de Werner Herzog se localizaron en su momento en la geografía isleña. Algunos ilusos han llegado a hablar de “Canarywood”. No se lleven a engaño desde que desaparezcan las ventajas fiscales de las que disfrutan estas producciones audiovisuales dejaran de venir a rodar a Canarias y volveremos a tener muchas horas de sol para ir a la playa.
No me voy a andar por las ramas, Ridley Scott es uno de los directores más sobrevalorados de los últimos 40 años. El origen de este dislate radica, por una parte, en que la segunda (“Alien, el octavo pasajero”, 1979, que contó con el fantástico diseño abisal de H.R. Giger) y la tercera película (“Blade Runner”, 1982, cuyos efectos especiales deben su mérito a Douglas Trumbull) que dirigió son dos obras maestras contemporáneas; y, por otra parte, por la tendencia a otorgar todo el mérito o el demérito de un filme al realizador. Tres ejemplos, que todos conocemos, “Lo que el viento se llevó” (1939), “Poltergeist” (1982) y “Pesadilla antes de Navidad” (1992) echan por tierra esta teoría. Por la primera desfilaron hasta cinco directores bajo los auspicios del productor David O. Selznick; en la segunda, Spielberg, en funciones de productor impuso su criterio sobre el del director Tobe Hooper; y en el tercer caso, Tim Burton cedió la dirección a Henry Selick, pero manejó los hilos desde la producción.
Al margen de los títulos mencionados y de “Los duelistas” (1977), “Hannibal” (2001), “Black Hawk derribado” (2001) y “American Gangster” (2007) el resto de la filmografía del realizador británico se reduce a casi una veintena de largometrajes de puro consumo, incluyendo éxitos comerciales como “Thelma & Louise” (1991) o “Gladiator” (2000). La puntilla es haber empleado unos planos que ya había utilizado Stanley Kubrick en el principio de “El resplandor” (1980) para el final de “Blade Runner” (1982).
Las comparaciones son odiosas, pero inevitables. Durante casi todo el visionado de “Exodus: dioses y reyes” estuve pensando en las magníficas interpretaciones de Charlton Heston y Yul Brynner en “Los diez mandamientos” (1956), de Cecil B. DeMille (que ya había rodado una primera versión en 1923), que no superan el siempre eficaz Christian Bale (que ya dio cuenta de su valía con 12 años en “El imperio del fuego”, 1987) ni Joel Edgerton (“Animal Kingdom”, 2010). El elenco se completa con papeles testimoniales de Ben Kingsley, Sigourney Weaver, John Turturro, Aaron Paul y la insípida María Valverde para configurar un largometraje tan mediocre como ese mamotreto fílmico que es “Alexander” (2004, Oliver Stone), ya que carece de pulso narrativo y está caracterizado por diálogos plúmbeos repletos de frases lapidarias. Particularmente encuentro más entretenido leer la Biblia que ver esta nueva versión audiovisual de la peregrinación del pueblo hebreo, que prefiere centrarse en el duelo fratricida entre Moisés y Ramsés II a hacer hincapié en el tema de la esclavitud como la película de De Mille. Respecto a la música, Alberto Iglesias sigue las directrices del tono mesiánico de las notas de Elmer Bernstein.
En lo único que mejora a la versión de los 50 de “Los diez mandamientos”, que tampoco es un título redondo, es en los espectaculares efectos especiales, que alcanzan su cenit en la vertiginosa persecución en la que los carros egipcios caen por un desfiladero y en la espectacular apertura de las aguas del Mar Rojo. También concita la atención que se haya sustituido el mensaje evangelizador de De Mille por una duda más que razonable de si Moisés no era más que un iluminado (ejemplificado en la figura del Niño-Dios).
El rodaje de “Exodus: dioses y reyes” se desarrolló en 2013 en Inglaterra y España (Almería, Fuerteventura y Lanzarote). De hecho uno de los principales aciertos del filme son los parajes desérticos de Lanzarote y Fuerteventura. A lo largo del 2014 se han rodado en Canarias una docena de largometrajes no canarios que han buscado beneficiarse del régimen especial de la Zona Especial Canaria (ZEC), así como de las ventajas y exenciones en el Impuesto General Indirecto Canario (IGIC), el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados (ITP y AJD) y en la Repatriación de dividendos para empresas no residentes. Este año se han rodado en las islas títulos significativos como “Nobody Wants the Night”, de Isabel Coixet; “Ma Ma”, de Julio Medem; “Felices 140”, de Gracia Querejeta; “Wild Oats” con Demi Moore o “Rec 4”, de Jaume Balagueró.
No es la primera vez que esto acontece. Señeras películas como “Moby Dick” (1955), de John Huston; “Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra” (1968), producida por Hammer Film y Warner Bros o “Fata Morgana” (1970), de Werner Herzog se localizaron en su momento en la geografía isleña. Algunos ilusos han llegado a hablar de “Canarywood”. No se lleven a engaño desde que desaparezcan las ventajas fiscales de las que disfrutan estas producciones audiovisuales dejaran de venir a rodar a Canarias y volveremos a tener muchas horas de sol para ir a la playa.

7,3
69.524
6
21 de octubre de 2014
21 de octubre de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La décima película de David Fincher supone la vuelta a la senda del cine de calidad del director de “Zodiac” (2007) tras dos filmes mediocres como fueron “Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres” (2011) y la taquillera “La red social” (2010). En televisión si ha escanciado su talento en la primera y segunda temporada de la serie “House of Cards”, en calidad de director y productor ejecutivo.
Parte de la crítica de cine (incluyendo al ínclito Carlos Boyero) comete el craso error de otorgar todo el mérito (o demérito) al director de una película. En este caso en concreto, la valía del argumento es de la escritora Gillian Flynn, que adapta su propio y homónimo “best-seller”. Partiendo de una premisa personal (vivir en primera persona el despido laboral), Flynn teje una amalgama de géneros, que destila la influencia de Patricia Highsmith, la artífice de “Extraños en un tren”. La alambicada trama parte de un matrimonio de dos jóvenes profesionales del periodismo que ven cómo su vida cambia con la pérdida de su trabajo y la desaparición de ella el día del quinto aniversario de su boda. Flynn juega con el espectador como el perro con el gato. Desde el principio del argumento se plantea un juego, ejemplificado en el momento en el que personaje que encarna Ben Affleck le entrega el juego “Mastermind” a su hermana en el bar, a partir del cual el protagonista empieza a encontrar una serie de pistas que ponen en tela de juicio si el marido es culpable o inocente. El filme, que empieza de forma convencional, tiene un giro de trama hacia la mitad del metraje que propicia que su interés vaya “in crescendo” y vaya ganando terreno el rol del personaje interpretado por Rosamund Pike, en su mejor papel hasta la fecha tras títulos como “Los sustitutos” (2010) u “Orgullo y prejuicio” (2005).
El principal valor de “Perdida” es que juega con los roles de víctima y verdugo en un contexto social dominado por dañinos estereotipos. Asimismo, pone en la picota la percepción de la realidad por parte de la voluble opinión pública alimentada por el circo mediático al que dan pábulo los fabuladores del denominado “porno trágico”. Se constituye en una sátira de determinados medios de comunicación que solo parecen buscar el escarnio público, que Ben Affleck conoce en carne propia por su extinta relación con Jennifer López, y del que parece ajustar cuentas en la escena en la que decide reconocer su adulterio en público.
El mérito de Fincher radica en presentar una poderosa puesta escena y conseguir que un largometraje de dos horas y media se pase en un suspiro, a lo que contribuye el preciso montaje de Kirk Baxter. Solo le sobra el convencional recurso de la lectura visual del diario de la protagonista. “Perdida” tiene algo de “Zodiac”, la obra maestra de Fincher; mucho de “The Game” (1997) y ramalazos de “El club de la lucha” (1999), como el escupitajo en la bebida y el aforismo: “América adora a las embarazadas, ni que fuera tan difícil abrirse de piernas”). No me olvido de la sobresaliente “Seven” (1995), con la que guarda relación con el juego que plantea el psicópata de turno. El problema de “Perdida” es que el efecto sorpresa desaparecerá, inevitablemente, en un segundo visionado al igual que ocurrió con “El sexto sentido” (1999), de M. Night Shyamalan.
En el fondo, en la película, subyace una reflexión nada halagüeña sobre la vida matrimonial. Grandes cineastas clásicos como Erich von Stroheim o Alfred Hitchcock también presentaron sus particulares visiones sobre la vida conyugal, hace muchas décadas, en títulos a revisar como “Esposas frívolas” (1922) o “Matrimonio original” (1941).
Parte de la crítica de cine (incluyendo al ínclito Carlos Boyero) comete el craso error de otorgar todo el mérito (o demérito) al director de una película. En este caso en concreto, la valía del argumento es de la escritora Gillian Flynn, que adapta su propio y homónimo “best-seller”. Partiendo de una premisa personal (vivir en primera persona el despido laboral), Flynn teje una amalgama de géneros, que destila la influencia de Patricia Highsmith, la artífice de “Extraños en un tren”. La alambicada trama parte de un matrimonio de dos jóvenes profesionales del periodismo que ven cómo su vida cambia con la pérdida de su trabajo y la desaparición de ella el día del quinto aniversario de su boda. Flynn juega con el espectador como el perro con el gato. Desde el principio del argumento se plantea un juego, ejemplificado en el momento en el que personaje que encarna Ben Affleck le entrega el juego “Mastermind” a su hermana en el bar, a partir del cual el protagonista empieza a encontrar una serie de pistas que ponen en tela de juicio si el marido es culpable o inocente. El filme, que empieza de forma convencional, tiene un giro de trama hacia la mitad del metraje que propicia que su interés vaya “in crescendo” y vaya ganando terreno el rol del personaje interpretado por Rosamund Pike, en su mejor papel hasta la fecha tras títulos como “Los sustitutos” (2010) u “Orgullo y prejuicio” (2005).
El principal valor de “Perdida” es que juega con los roles de víctima y verdugo en un contexto social dominado por dañinos estereotipos. Asimismo, pone en la picota la percepción de la realidad por parte de la voluble opinión pública alimentada por el circo mediático al que dan pábulo los fabuladores del denominado “porno trágico”. Se constituye en una sátira de determinados medios de comunicación que solo parecen buscar el escarnio público, que Ben Affleck conoce en carne propia por su extinta relación con Jennifer López, y del que parece ajustar cuentas en la escena en la que decide reconocer su adulterio en público.
El mérito de Fincher radica en presentar una poderosa puesta escena y conseguir que un largometraje de dos horas y media se pase en un suspiro, a lo que contribuye el preciso montaje de Kirk Baxter. Solo le sobra el convencional recurso de la lectura visual del diario de la protagonista. “Perdida” tiene algo de “Zodiac”, la obra maestra de Fincher; mucho de “The Game” (1997) y ramalazos de “El club de la lucha” (1999), como el escupitajo en la bebida y el aforismo: “América adora a las embarazadas, ni que fuera tan difícil abrirse de piernas”). No me olvido de la sobresaliente “Seven” (1995), con la que guarda relación con el juego que plantea el psicópata de turno. El problema de “Perdida” es que el efecto sorpresa desaparecerá, inevitablemente, en un segundo visionado al igual que ocurrió con “El sexto sentido” (1999), de M. Night Shyamalan.
En el fondo, en la película, subyace una reflexión nada halagüeña sobre la vida matrimonial. Grandes cineastas clásicos como Erich von Stroheim o Alfred Hitchcock también presentaron sus particulares visiones sobre la vida conyugal, hace muchas décadas, en títulos a revisar como “Esposas frívolas” (1922) o “Matrimonio original” (1941).
Más sobre Benjamín Reyes
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here