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6,0
692
5
30 de julio de 2015
30 de julio de 2015
7 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace no demasiado tiempo participaba yo, como mero espectador, en una tensa discusión sobre qué término es el correcto para referirse a la ahora llamada diversidad funcional. Uno de los sujetos decía que llamar discapacitada a una persona no era algo negativo ni un agravio, mientras el otro afirmaba que lo correcto era hablar de personas con discapacidad, pues lo anterior era una falacia. En un momento dado del diálogo, el clímax, por así decir, la segunda persona, visiblemente molesta por los derroteros de la interminable conversación, llamó a la primera persona «gilipollas».
He leído sobre Ghadi que es un cuento tolerante, emotivo y que habla del valor de no ser igual. A mí me molestaría bastante ver que se tiene que recurrir a la mentira, a los trucos de magia o al dinero para conseguir que la gente vea o sienta ese valor.
Ghadi (2013) fue la comedia libanesa seleccionada para representar a su país en los Oscar 2015 como Mejor Película de Habla no Inglesa (llega con un poco de retardo a nuestro país). Más que una comedia, definiría Ghadi como una película de buenas intenciones, entre ellas la de ser especialmente esperanzada, bordeando siempre la ingenuidad y con ello el escepticismo en el espectador. Con un aroma claramente costumbrista, la película mezcla religión y discapacidad como si el guionista Georges Khabbaz y el director Amin Dora creyeran que nadie va a ver la película pero suponiendo que en cualquier caso la verán. A ver si me explico...
Ghadi, como película, no falta a nadie, se nota el cariño por cada uno de sus personajes, por su barrio y sus costumbres; sin embargo, los personajes se faltan un poco entre ellos. Nuestro protagonista, Leba, tiene un hijo con trisomía 21 o síndrome de Down y le deja toda la tarde y la noche en la ventana dando gritos o mirando la calle sin más. Así dicho, la cosa suena bastante mal, como si estuviéramos ante un mal padre o algo, pero no, es al contrario, el niño está ahí porque le gusta. Leba de pequeño era igual, salvo por lo de gritar. Además, en su casa hay mucho amor, todos son muy felices y este hijo, el último de tres, supone para ellos, y especialmente para el padre, una bendición. En cambio, los vecinos del barrio están cada día más hartos de él, lo ponen a parir tras las puertas cerradas, en el bar y allá donde llegue el grito del niño. El pueblo decide entonces proponer al alcalde que, si el padre no se hace cargo y envía al chico a un centro especializado en tratar personas con discapacidad, lo haga el propio ayuntamiento.
Entonces, de repente, a Leba, maestro de música de profesión, se le ocurre una idea genial para evitar las dos únicas salidas que le han dado, en vista de que a él y a su familia no les molestan los gritos que salen de su hogar ni le van a pedir a su hijo que no haga esos ruidos tan alto o algo así, con educación y paciencia. No cuento qué se le pasa por la cabeza a Leba para que un pueblo entero acepte a su hijo, ni entro a valorar si merece la pena hacer lo que hace para conseguirlo, o si tiene sentido vivir en un pueblo con personas así, porque ahí también radica gran parte de la gracia de la cinta. La otra parte reside en el espíritu inicial del propio film, en esa primera media hora introductoria, en cierto modo similar a la esencia que tienen o buscan películas como Cinema Paradiso, aunque sin Ennio Morricone dándolo todo.
Ghadi muestra el retraso… el retraso de la gente capacitada, de la gente corriente y moliente, sobre todo cuando se junta entre sí o se les menciona a Dios y los ángeles. Pero es tan bienintencionada y cuenta con un protagonista tan inocente, que uno puede dejar de lado toda clase de sinsentidos e incoherencias de una trama que desea que los protagonistas de la historia posean su mismo carácter. Yo no he podido apartarlos demasiado, los sinsentidos, ni las creencias, ni la evolución de los acontecimientos; poca cosa me ha resultado creíble, aunque es bonita, eso sí, porque intenta ser humana, porque cree en la bondad de las personas que chismorrean, roban, son corruptos, se prostituyen o trafican influencias. Cree en ellas, siempre y cuando haya un ángel que los observe y los premie en base a sus buenos actos.
En cualquier caso, y seamos como seamos cada uno, con más o menos diversidades funcionales, Ghadi es una película agradable de ver, con una dirección bastante correcta, aunque cuenta con una voz en off excesiva y demasiado explicativa, con un desenlace que se alarga de más y con un guion que se sabe muchas preguntas, pero que ha olvidado contestar a las más importantes, a las que se hará el incrédulo espectador. Este optimismo no emociona y contiene un mensaje cuanto menos digno de análisis.
He leído sobre Ghadi que es un cuento tolerante, emotivo y que habla del valor de no ser igual. A mí me molestaría bastante ver que se tiene que recurrir a la mentira, a los trucos de magia o al dinero para conseguir que la gente vea o sienta ese valor.
Ghadi (2013) fue la comedia libanesa seleccionada para representar a su país en los Oscar 2015 como Mejor Película de Habla no Inglesa (llega con un poco de retardo a nuestro país). Más que una comedia, definiría Ghadi como una película de buenas intenciones, entre ellas la de ser especialmente esperanzada, bordeando siempre la ingenuidad y con ello el escepticismo en el espectador. Con un aroma claramente costumbrista, la película mezcla religión y discapacidad como si el guionista Georges Khabbaz y el director Amin Dora creyeran que nadie va a ver la película pero suponiendo que en cualquier caso la verán. A ver si me explico...
Ghadi, como película, no falta a nadie, se nota el cariño por cada uno de sus personajes, por su barrio y sus costumbres; sin embargo, los personajes se faltan un poco entre ellos. Nuestro protagonista, Leba, tiene un hijo con trisomía 21 o síndrome de Down y le deja toda la tarde y la noche en la ventana dando gritos o mirando la calle sin más. Así dicho, la cosa suena bastante mal, como si estuviéramos ante un mal padre o algo, pero no, es al contrario, el niño está ahí porque le gusta. Leba de pequeño era igual, salvo por lo de gritar. Además, en su casa hay mucho amor, todos son muy felices y este hijo, el último de tres, supone para ellos, y especialmente para el padre, una bendición. En cambio, los vecinos del barrio están cada día más hartos de él, lo ponen a parir tras las puertas cerradas, en el bar y allá donde llegue el grito del niño. El pueblo decide entonces proponer al alcalde que, si el padre no se hace cargo y envía al chico a un centro especializado en tratar personas con discapacidad, lo haga el propio ayuntamiento.
Entonces, de repente, a Leba, maestro de música de profesión, se le ocurre una idea genial para evitar las dos únicas salidas que le han dado, en vista de que a él y a su familia no les molestan los gritos que salen de su hogar ni le van a pedir a su hijo que no haga esos ruidos tan alto o algo así, con educación y paciencia. No cuento qué se le pasa por la cabeza a Leba para que un pueblo entero acepte a su hijo, ni entro a valorar si merece la pena hacer lo que hace para conseguirlo, o si tiene sentido vivir en un pueblo con personas así, porque ahí también radica gran parte de la gracia de la cinta. La otra parte reside en el espíritu inicial del propio film, en esa primera media hora introductoria, en cierto modo similar a la esencia que tienen o buscan películas como Cinema Paradiso, aunque sin Ennio Morricone dándolo todo.
Ghadi muestra el retraso… el retraso de la gente capacitada, de la gente corriente y moliente, sobre todo cuando se junta entre sí o se les menciona a Dios y los ángeles. Pero es tan bienintencionada y cuenta con un protagonista tan inocente, que uno puede dejar de lado toda clase de sinsentidos e incoherencias de una trama que desea que los protagonistas de la historia posean su mismo carácter. Yo no he podido apartarlos demasiado, los sinsentidos, ni las creencias, ni la evolución de los acontecimientos; poca cosa me ha resultado creíble, aunque es bonita, eso sí, porque intenta ser humana, porque cree en la bondad de las personas que chismorrean, roban, son corruptos, se prostituyen o trafican influencias. Cree en ellas, siempre y cuando haya un ángel que los observe y los premie en base a sus buenos actos.
En cualquier caso, y seamos como seamos cada uno, con más o menos diversidades funcionales, Ghadi es una película agradable de ver, con una dirección bastante correcta, aunque cuenta con una voz en off excesiva y demasiado explicativa, con un desenlace que se alarga de más y con un guion que se sabe muchas preguntas, pero que ha olvidado contestar a las más importantes, a las que se hará el incrédulo espectador. Este optimismo no emociona y contiene un mensaje cuanto menos digno de análisis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Después de que la persona 1 llamara gilipollas a la persona 2 no se me ocurrió otra que meterme en la conversación para corregir a la persona que insultó primero, para decirle que lo correcto sería llamarle persona con gilipollez. A ambas personas, 1 y 2, les pareció que mi comentario era en realidad una manera de apoyarlas y reafirmarlas en sus argumentos, pero ante la inquisitiva mirada de las dos decidí que era el momento de huir con un imprevisible cambio de tema.
15 de julio de 2016
15 de julio de 2016
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto es la primera parte de un tríptico dirigido por el portugués Miguel Gomes que aspira a ser una obra sola y, tal vez, indisoluble, cuyo discurso se señala prácticamente desde el principio, pero cuyos derroteros hoy, habiendo visto sólo el volumen 1, un servidor desconoce, aunque por el momento prometen bastante.
A Gomes le gustan las anécdotas y a mí también, entendidas estas como historias cortas y curiosas, y le gusta entrelazarlas, desarrollarlas, recrearlas y exponerlas al espectador, y a mí también.
— Anécdota I:
Hoy, al salir del pase de la película, un señor crítico salía indignado del mismo y le indicaba a su compañero de paseo su descontento e incomprensión sobre lo visto: no entiendo a qué viene lo de Las mil y una noches mezcladas con la situación de Portugal, decía, mientras a su lado asentían y le daban la razón. No seré yo quien le explique a alguien que, seguramente, sabe más que yo de todo en la vida, que la obra original de Las mil y una noches no tenía más razón de ser que la de recopilar en un solo libro una gran parte de los cuentos tradicionales de una región concreta, todas ellas unidas por el mismo núcleo: la narración de Scheherezade. Tomando esto como referencia (anda que no tenemos cuentos aquí ahora), y supongo que con la idea de dejar constancia de todo lo que ha estado ocurriendo en estos últimos años, e incluso con la misma intención de seguir añadiendo ese toque fantástico que no por ello restará veracidad al resto, ahora las historias se dan en otro lugar, siguiendo una estructura similar tras una premisa más documental y una larga introducción entre astilleros y equipos de rodaje que parece intentar decirnos que, si no es el director el que lo cuenta todo con su propia voz, evitará ser decapitado por los muchos sultanes Shahriar que pueblan el mundo y a los que les puede molestar que un director de cine exprese su visión o su opinión directamente. A partir de ahí, empieza todo lo demás, mezclando ficción, comedia, documental, crítica, surrealismo y, aparentemente, mucha realidad.
— Anécdota II:
Cuando yo aún no la había visto, un amigo me recomendó Un perro andaluz y me dijo que incluía una escena donde un hombre cargaba con pianos de cola y burros muertos, a los que se sumaban dos frailes arrastrados por el suelo. Este amigo me comentó que esa escena era una metáfora del matrimonio y yo tuve que creerle. Supongo que no iría desencaminado y que si la viese disfrutaría con Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto, a pesar de no ser tan surrealista y de que su mensaje sea, al menos tras las dos primeras horas de metraje, más accesible y menos traumático que el de aquel cortometraje. A falta de ver cómo sigue, y valorando como uno algo que posiblemente no lo es, Gomes ofrece una primera parte que entretiene en su mayor parte, saca varias sonrisas, algunas carcajadas y, con todo eso, no oculta su crítica a los movimientos políticos y económicos realizados en los últimos años en ciertos países europeos y cuyas consecuencias no sólo están sufriendo los trabajadores de formación y desempleados de condición en nuestro país vecino, sino que continúan a lo largo del mediterráneo, lo que da pie a la universalidad de un mensaje sencillo pero no por ello simple o efímero, y cuya primera metáfora (si me la permite mi amigo seguidor de Luís Buñuel) viene a decir que la Troika, los líderes sindicalistas y el resto de políticos dejaron de pensar en el bienestar de los ciudadanos porque les salió de sus santos miembros.
A Gomes le gustan las anécdotas y a mí también, entendidas estas como historias cortas y curiosas, y le gusta entrelazarlas, desarrollarlas, recrearlas y exponerlas al espectador, y a mí también.
— Anécdota I:
Hoy, al salir del pase de la película, un señor crítico salía indignado del mismo y le indicaba a su compañero de paseo su descontento e incomprensión sobre lo visto: no entiendo a qué viene lo de Las mil y una noches mezcladas con la situación de Portugal, decía, mientras a su lado asentían y le daban la razón. No seré yo quien le explique a alguien que, seguramente, sabe más que yo de todo en la vida, que la obra original de Las mil y una noches no tenía más razón de ser que la de recopilar en un solo libro una gran parte de los cuentos tradicionales de una región concreta, todas ellas unidas por el mismo núcleo: la narración de Scheherezade. Tomando esto como referencia (anda que no tenemos cuentos aquí ahora), y supongo que con la idea de dejar constancia de todo lo que ha estado ocurriendo en estos últimos años, e incluso con la misma intención de seguir añadiendo ese toque fantástico que no por ello restará veracidad al resto, ahora las historias se dan en otro lugar, siguiendo una estructura similar tras una premisa más documental y una larga introducción entre astilleros y equipos de rodaje que parece intentar decirnos que, si no es el director el que lo cuenta todo con su propia voz, evitará ser decapitado por los muchos sultanes Shahriar que pueblan el mundo y a los que les puede molestar que un director de cine exprese su visión o su opinión directamente. A partir de ahí, empieza todo lo demás, mezclando ficción, comedia, documental, crítica, surrealismo y, aparentemente, mucha realidad.
— Anécdota II:
Cuando yo aún no la había visto, un amigo me recomendó Un perro andaluz y me dijo que incluía una escena donde un hombre cargaba con pianos de cola y burros muertos, a los que se sumaban dos frailes arrastrados por el suelo. Este amigo me comentó que esa escena era una metáfora del matrimonio y yo tuve que creerle. Supongo que no iría desencaminado y que si la viese disfrutaría con Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto, a pesar de no ser tan surrealista y de que su mensaje sea, al menos tras las dos primeras horas de metraje, más accesible y menos traumático que el de aquel cortometraje. A falta de ver cómo sigue, y valorando como uno algo que posiblemente no lo es, Gomes ofrece una primera parte que entretiene en su mayor parte, saca varias sonrisas, algunas carcajadas y, con todo eso, no oculta su crítica a los movimientos políticos y económicos realizados en los últimos años en ciertos países europeos y cuyas consecuencias no sólo están sufriendo los trabajadores de formación y desempleados de condición en nuestro país vecino, sino que continúan a lo largo del mediterráneo, lo que da pie a la universalidad de un mensaje sencillo pero no por ello simple o efímero, y cuya primera metáfora (si me la permite mi amigo seguidor de Luís Buñuel) viene a decir que la Troika, los líderes sindicalistas y el resto de políticos dejaron de pensar en el bienestar de los ciudadanos porque les salió de sus santos miembros.
29 de enero de 2016
29 de enero de 2016
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras veo The World is Mine me pregunto: ¿Pero qué es esto? Quiero decir: sé lo que es y entiendo lo que he visto, pero si es un retrato generacional me resulta un poco simple (y aparatoso), y si pretende ser algo más personal lo es aún más. Comprendo sus imágenes y aprecio el poder visual de las mismas, así como lo que el director Nicolae Constantin Tanase quiere contarme con su primer largometraje; pero aun así… ¿qué es esto? Pues os lo voy a intentar explicar.
Conozcamos a los personajes:
- Larisa: La protagonista absoluta del relato. Es una chica con un ego tan grande que no cabe en la pantalla, de ahí que no veamos otra cosa que su rostro o sus cabellos, y pocas veces lo que ve o lo que está a su alrededor. Esto se debe a que es adolescente, y es de suponer que para uno de su clase no debe existir otra cosa que su “yo”. Al menos así entiendo yo que lo interpreta el realizador de Lumea e a mea (The World Is Mine).
Larisa es una joven con un montón de inquietudes culturales: dinero, poder, influencia, popularidad o respeto son alguna de ellas. Y eso sin comerlo ni beberlo (con 15 años o así). También le gusta correr. Corre y corre y la cámara corre ante ella. A veces a cámara lenta, pero en general a velocidad normal. Pero hay más, porque sin esto que os voy a contar no se entendería nada. Larisa vive con sus padres y su abuela. Su abuela es paralítica (eso me ha dicho la sinopsis; si no llego a leerla yo habría dicho que está imposibilitada o enferma, porque nadie habla de ello en la película), mientras que su padre y su madre merecen un apartado para cada uno.
Larisa, además, está enamorada de la versión rumana de Cristiano Ronaldo. Es importante mencionarlo porque la ex-novia del susodicho está como una regadera y, desde que se ha enterado de que nuestra querida protagonista está saliendo con él, amenaza con romperle el cacas si les ve juntos y en actitud cariñosa. Esta chica tan amable se llama Ana y, al parecer, antiguamente era amiga de Larisa y de Olimpia y Aurora, que por ahora siguen siendo amigas de la líder, que es, claro, Larisa.
- Ana: Es la hija de uno de los tipos más ricos (o poderosos) de la ciudad. Así que haga lo que haga alguien siempre la protegerá y ocultará su mierda. Llámese su padre, el padre de Larisa, el director del instituto o quien haga falta. Si con esto Ana puede ayudar a hacer la vida más imposible a Larisa, mejor que mejor.
- El padre de Larisa: Parece un tipo respetable y que expresa en la mirada comprensión por su hija, pero luego es un violento hijo de puta (y a lo mejor me quedo corto). Como le llame al teléfono el padre de Ana no se corta un pelo; y si le tiene que arrancar el pescuezo a su hija por el bien de su vecino, que nadie dude que lo hará.
- La madre de Larisa: O cómplice del padre. Se pasa el día hablando por teléfono para vender las cosas de la abuela (la que está en la cama, pero viva por ahora). Necesita(n) dinero y busca formas de obtenerlo, pero en realidad es una pusilánime. Su hija la trata mal y ella la responde tratándola igual o con lágrimas de cocodrilo. Si su marido dice que se vaya de la habitación para arrear y amenazar a su niñita, créanme que sí se va. Y no pasa nada. Y si su hija está limpiando el culo de la abuela, la madre se cabreará porque no deja de hacerlo para ayudarla con alguna historia menos imprescindible.
- Aurora: O Amy Winehouse con 15 años. Le suelta alguna que otra chapa a su mejor amiga, Larisa, por sus ansias de fornicio con amor, y porque si Ana la ve con su ex estará jugando con fuego, pero en realidad nos es igual su historia o su papel.
- Olimpia: Más o menos lo mismo, pero esta parece la más sensata, aún sin serlo en absoluto. Busca ser leal y fiel a la amistad y se plantea algunas dudas más allá de las habituales en el resto de colegas. Juntas, las tres, buscan botellas de plástico usadas cerca de la costa, escriben en un papel lo que desean en un hombre (amistad, amor, un buen pene, músculos y algo de músculo en los músculos también) y, después de meterlo en la botella, lo lanzan al mar. Y así pasan las tardes. Pura poesía y algo de internet o webcams, como las películas de Antena 3 cuando es domingo por la tarde.
- Florin: O Cristiano Ronaldo-ish (Nota: este recurso anglosajón es necesario para acercarme más a la generación 2000… LOL). Parece un tío majo (Nota: no, no lo parece en ningún momento, pero yo que sé tío xD xD) y enamorado de Larisa. Le asegura que lo suyo es de verdad y que se olvide de Ana, como ha hecho él. Se dan unos besos muy apasionados para celebrar su amor y tanto la cámara como los altavoces dejan constancia de ello. Es posible que Larisa crea amarle y el alcohol le ayude a comprobarlo.
- Otros hijos de la gran (...) que no tienen ni nombre: Así es, luego hay más sorpresas. Nuestra heroína no tendrá suficiente pena y angustia con lo ya vivido que vendrán más y peores… Si la vida se parece a esto, vaya vida más mierda (en todos los sentidos, de dentro de uno mismo para fuera).
Esta clase de cintas me recuerdan a lo que yo llamo 'El efecto Michael Jordan'. Jordan es, posiblemente, el mejor deportista y atleta del universo y parte del extranjero. Lo tenía todo, pero es que además era una explosión de espectacularidad. Esta espectacularidad fue imitada por medio mundo —físicamente preparado para ello. Así, el nivel de espectáculo aumentó de forma exponencial con los años, pero todos esos imitadores y seguidores de Jordan olvidaron (o no supieron ver) todo lo que le hizo campeón de mil anillos de la NBA, como su visión de juego, su persistencia o su calidad. Pues bien, The World Is Mine sufre del efecto Michael Jordan: visualmente cumple con su cometido y se asemeja a muchas películas que lo han petado últimamente y que en cierto modo atesoran un mismo argumento, pero en un 1 contra 1 frente a ellas nunca saldría victoriosa.
(SIGUE EN SPOILER SIN SPOILERS)
Conozcamos a los personajes:
- Larisa: La protagonista absoluta del relato. Es una chica con un ego tan grande que no cabe en la pantalla, de ahí que no veamos otra cosa que su rostro o sus cabellos, y pocas veces lo que ve o lo que está a su alrededor. Esto se debe a que es adolescente, y es de suponer que para uno de su clase no debe existir otra cosa que su “yo”. Al menos así entiendo yo que lo interpreta el realizador de Lumea e a mea (The World Is Mine).
Larisa es una joven con un montón de inquietudes culturales: dinero, poder, influencia, popularidad o respeto son alguna de ellas. Y eso sin comerlo ni beberlo (con 15 años o así). También le gusta correr. Corre y corre y la cámara corre ante ella. A veces a cámara lenta, pero en general a velocidad normal. Pero hay más, porque sin esto que os voy a contar no se entendería nada. Larisa vive con sus padres y su abuela. Su abuela es paralítica (eso me ha dicho la sinopsis; si no llego a leerla yo habría dicho que está imposibilitada o enferma, porque nadie habla de ello en la película), mientras que su padre y su madre merecen un apartado para cada uno.
Larisa, además, está enamorada de la versión rumana de Cristiano Ronaldo. Es importante mencionarlo porque la ex-novia del susodicho está como una regadera y, desde que se ha enterado de que nuestra querida protagonista está saliendo con él, amenaza con romperle el cacas si les ve juntos y en actitud cariñosa. Esta chica tan amable se llama Ana y, al parecer, antiguamente era amiga de Larisa y de Olimpia y Aurora, que por ahora siguen siendo amigas de la líder, que es, claro, Larisa.
- Ana: Es la hija de uno de los tipos más ricos (o poderosos) de la ciudad. Así que haga lo que haga alguien siempre la protegerá y ocultará su mierda. Llámese su padre, el padre de Larisa, el director del instituto o quien haga falta. Si con esto Ana puede ayudar a hacer la vida más imposible a Larisa, mejor que mejor.
- El padre de Larisa: Parece un tipo respetable y que expresa en la mirada comprensión por su hija, pero luego es un violento hijo de puta (y a lo mejor me quedo corto). Como le llame al teléfono el padre de Ana no se corta un pelo; y si le tiene que arrancar el pescuezo a su hija por el bien de su vecino, que nadie dude que lo hará.
- La madre de Larisa: O cómplice del padre. Se pasa el día hablando por teléfono para vender las cosas de la abuela (la que está en la cama, pero viva por ahora). Necesita(n) dinero y busca formas de obtenerlo, pero en realidad es una pusilánime. Su hija la trata mal y ella la responde tratándola igual o con lágrimas de cocodrilo. Si su marido dice que se vaya de la habitación para arrear y amenazar a su niñita, créanme que sí se va. Y no pasa nada. Y si su hija está limpiando el culo de la abuela, la madre se cabreará porque no deja de hacerlo para ayudarla con alguna historia menos imprescindible.
- Aurora: O Amy Winehouse con 15 años. Le suelta alguna que otra chapa a su mejor amiga, Larisa, por sus ansias de fornicio con amor, y porque si Ana la ve con su ex estará jugando con fuego, pero en realidad nos es igual su historia o su papel.
- Olimpia: Más o menos lo mismo, pero esta parece la más sensata, aún sin serlo en absoluto. Busca ser leal y fiel a la amistad y se plantea algunas dudas más allá de las habituales en el resto de colegas. Juntas, las tres, buscan botellas de plástico usadas cerca de la costa, escriben en un papel lo que desean en un hombre (amistad, amor, un buen pene, músculos y algo de músculo en los músculos también) y, después de meterlo en la botella, lo lanzan al mar. Y así pasan las tardes. Pura poesía y algo de internet o webcams, como las películas de Antena 3 cuando es domingo por la tarde.
- Florin: O Cristiano Ronaldo-ish (Nota: este recurso anglosajón es necesario para acercarme más a la generación 2000… LOL). Parece un tío majo (Nota: no, no lo parece en ningún momento, pero yo que sé tío xD xD) y enamorado de Larisa. Le asegura que lo suyo es de verdad y que se olvide de Ana, como ha hecho él. Se dan unos besos muy apasionados para celebrar su amor y tanto la cámara como los altavoces dejan constancia de ello. Es posible que Larisa crea amarle y el alcohol le ayude a comprobarlo.
- Otros hijos de la gran (...) que no tienen ni nombre: Así es, luego hay más sorpresas. Nuestra heroína no tendrá suficiente pena y angustia con lo ya vivido que vendrán más y peores… Si la vida se parece a esto, vaya vida más mierda (en todos los sentidos, de dentro de uno mismo para fuera).
Esta clase de cintas me recuerdan a lo que yo llamo 'El efecto Michael Jordan'. Jordan es, posiblemente, el mejor deportista y atleta del universo y parte del extranjero. Lo tenía todo, pero es que además era una explosión de espectacularidad. Esta espectacularidad fue imitada por medio mundo —físicamente preparado para ello. Así, el nivel de espectáculo aumentó de forma exponencial con los años, pero todos esos imitadores y seguidores de Jordan olvidaron (o no supieron ver) todo lo que le hizo campeón de mil anillos de la NBA, como su visión de juego, su persistencia o su calidad. Pues bien, The World Is Mine sufre del efecto Michael Jordan: visualmente cumple con su cometido y se asemeja a muchas películas que lo han petado últimamente y que en cierto modo atesoran un mismo argumento, pero en un 1 contra 1 frente a ellas nunca saldría victoriosa.
(SIGUE EN SPOILER SIN SPOILERS)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y es que en un mundo tan jodido como este, el nuestro, donde el género más escuchado en Spotify es el reggaeton, donde muchos empiezan a defender —y hasta vanagloriar— a gente como Justin Bieber, o donde páginas web critican el universo Gran Hermano y sin embargo se aprovechan de cada gramo de porquería que sobresale del programa para además crear sus contenidos y obtener visitas y dinero… En un mundo así, una chica, Larisa real o ficcional, también se encuentra con el todo a su alcance y llena de contrasentidos. Con una demanda que ella puede satisfacer y con unos deseos propios que debe y puede saciar. No es tan fácil, no, porque también tiene miedo, miedo a lo desconocido, al dolor y a lo malo de este mundo, pero al final se ha vuelto tan superficial que ya, hasta eso, le resulta indiferente (aparentemente).
No puedo despedirme sin hablar de mi generación, hablando de generaciones. Porque habrá gente que diga que la actual es aún peor, y yo no puedo asegurar si tienen razón o no, pero no creo que la mía fuera la hostia tampoco. En mis tiempos (sí, soy vuestro abuelo), la mayoría de las chicas de mi clase se llamaban entre ellas locas y se cogían todas por los codos al andar. Se ponían aros en las orejas que parecían churros o calamares y se maquillaban de rosa o azul chillón de las pestañas a las cejas, con una línea de ojos que llegaba hasta la sien, prácticamente. Los tíos, por su parte, eran retrasados con chándal y con pelo cenicero, y eso puedo confirmarlo yo, pero como entre ellos se hacían gracia, la cosa persistió durante años. Pero a ver, hay siempre algo de esperanza, ¿no?. Estas películas que hablan de generaciones se olvidan de una cosa: de la gente que es normal, de la que tiene otra clase de intereses a los 15 años (que incluirían también meterla en caliente, pero a lo mejor también jugar al baloncesto o leer un libro, que sé yo). Siempre hay mucho retrato generacional y mucha agua derramada, pero entre los adultos de esta The World Is Mine tampoco hay ninguno que valga la pena.
[Texto publicado en www.cinemaldito.com (@CineMaldito)]
No puedo despedirme sin hablar de mi generación, hablando de generaciones. Porque habrá gente que diga que la actual es aún peor, y yo no puedo asegurar si tienen razón o no, pero no creo que la mía fuera la hostia tampoco. En mis tiempos (sí, soy vuestro abuelo), la mayoría de las chicas de mi clase se llamaban entre ellas locas y se cogían todas por los codos al andar. Se ponían aros en las orejas que parecían churros o calamares y se maquillaban de rosa o azul chillón de las pestañas a las cejas, con una línea de ojos que llegaba hasta la sien, prácticamente. Los tíos, por su parte, eran retrasados con chándal y con pelo cenicero, y eso puedo confirmarlo yo, pero como entre ellos se hacían gracia, la cosa persistió durante años. Pero a ver, hay siempre algo de esperanza, ¿no?. Estas películas que hablan de generaciones se olvidan de una cosa: de la gente que es normal, de la que tiene otra clase de intereses a los 15 años (que incluirían también meterla en caliente, pero a lo mejor también jugar al baloncesto o leer un libro, que sé yo). Siempre hay mucho retrato generacional y mucha agua derramada, pero entre los adultos de esta The World Is Mine tampoco hay ninguno que valga la pena.
[Texto publicado en www.cinemaldito.com (@CineMaldito)]
6
17 de octubre de 2015
17 de octubre de 2015
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En España, cada cierto tiempo, surge algo de crispación entre sus propios compatriotas. Se remueven fantasmas del pasado —supongo que por no enterrarlos como es debido; ya me dirán los creyentes—, no se transige y aparecen los rencores por cosas que pocos de nosotros hemos vivido en nuestras carnes, pero que a más de uno le provocarán una úlcera. Suerte de la Constitución de 1978, que lo dejó todo atado y bien atado, para que estas cosas no pasaran.
El comunismo está mal visto y del anarquismo pocos hablan porque a ver quién lo organiza y se pone al mando. Son utopías, dicen, que llevadas a la práctica, fracasarán irremediablemente, dejando además a la población en la más desesperada de las pobrezas (como el amor). No les quitaré la razón yo, precisamente, la Historia es clara y no admite dudas al respecto. Afortunadamente nosotros vivimos en el capitalismo, que si te deja en la pobreza es porque tú te la has buscado.
Si has llegado a este párrafo, tal vez te pueda interesar Cartas a María, el documental dirigido, ideado, investigado y vocalmente interpretado por Maite García Ribot. Maite es la nieta de Pedro García León, anarquista activista de la CNT que se refugió en Francia durante la Guerra Civil por miedo a represalias contra él y su familia, a quienes dejó en España con la esperanza de un día volver. Flores, hijo pequeño de María y Pedro y padre de Maite, está aquejado de la enfermedad de Alzheimer, su memoria se deteriora y es por ello que Maite se decide a llevar a cabo un viaje con el que descubrirá qué fue de su abuelo y de su periodo en el exilio, mediante las cartas que éste escribió a su abuela a lo largo de los años.
Al igual que hacía Chris Marker en El fondo del aire es rojo, García Ribot pretende con Cartas a María llegar a nuestro subconsciente mediante fotografías y grabaciones de archivo con las que reflexionar acerca de las imágenes y la memoria; imágenes que nos remiten a los tiempos de pos-guerra y memoria que nos hace más humanos que la razón, en algunos casos.
La historia de Pedro fue la de muchos otros durante aquellos años, porque, como dice él en una de sus cartas, la vida está llena de desengaños y miserias. El documental no entra a valorar los hechos, tan sólo narra lo ocurrido tal y como la protagonista ha llegado a ellos, por las cartas de su abuelo y rehaciendo el camino que él mismo anduvo. No se extralimita en ninguna dirección, sólo en una parte de la narración dedicada a hijos de exiliados, y el resultado final es lejano y frío, a pesar de los esfuerzos.
Documental interesante e instructivo aunque falto de ritmo y constreñido por su propio planteamiento, destinado a ser carne de La noche temática de La2 o a ser emitido en algún otro contenedor de documentales de la segunda cadena pública —con suerte—. El mayor valor de esta obra reside en la memoria y en su capacidad para evocar un periodo de su pasado —y del nuestro— que ha sido recreado muchas veces y que sin embargo sigue demostrando que aún hay historias que contar. A pesar de ello, prevalece más el homenaje a su padre —las pocas escenas en las que aparece destilan verdadera amargura— y a su abuelo desconocido —mostrando las cartas que escribió—, que el relato en sí, demasiado rutinario e irónicamente olvidable.
En definitiva, es necesario, como cualquier ejercicio que busque estudiar el pasado que nos ha llevado hasta donde estamos actualmente sin intereses de por medio, a pesar de sus defectos. El homenaje a su padre y sus abuelos, siendo lo mejor de la cinta, lastra a su vez el ritmo del propio documental, que a través de una monótona —aunque sincera— voz en off hace pensar en un uso más pedagógico del mismo.
La relación a distancia que mantienen los abuelos de la directora bien podría servir, en cierto modo, de estudio para aquellas parejas que han pensado en la posibilidad de estar separados por un tiempo (y no darle tanta trascendencia sin la guerra de por medio).
El comunismo está mal visto y del anarquismo pocos hablan porque a ver quién lo organiza y se pone al mando. Son utopías, dicen, que llevadas a la práctica, fracasarán irremediablemente, dejando además a la población en la más desesperada de las pobrezas (como el amor). No les quitaré la razón yo, precisamente, la Historia es clara y no admite dudas al respecto. Afortunadamente nosotros vivimos en el capitalismo, que si te deja en la pobreza es porque tú te la has buscado.
Si has llegado a este párrafo, tal vez te pueda interesar Cartas a María, el documental dirigido, ideado, investigado y vocalmente interpretado por Maite García Ribot. Maite es la nieta de Pedro García León, anarquista activista de la CNT que se refugió en Francia durante la Guerra Civil por miedo a represalias contra él y su familia, a quienes dejó en España con la esperanza de un día volver. Flores, hijo pequeño de María y Pedro y padre de Maite, está aquejado de la enfermedad de Alzheimer, su memoria se deteriora y es por ello que Maite se decide a llevar a cabo un viaje con el que descubrirá qué fue de su abuelo y de su periodo en el exilio, mediante las cartas que éste escribió a su abuela a lo largo de los años.
Al igual que hacía Chris Marker en El fondo del aire es rojo, García Ribot pretende con Cartas a María llegar a nuestro subconsciente mediante fotografías y grabaciones de archivo con las que reflexionar acerca de las imágenes y la memoria; imágenes que nos remiten a los tiempos de pos-guerra y memoria que nos hace más humanos que la razón, en algunos casos.
La historia de Pedro fue la de muchos otros durante aquellos años, porque, como dice él en una de sus cartas, la vida está llena de desengaños y miserias. El documental no entra a valorar los hechos, tan sólo narra lo ocurrido tal y como la protagonista ha llegado a ellos, por las cartas de su abuelo y rehaciendo el camino que él mismo anduvo. No se extralimita en ninguna dirección, sólo en una parte de la narración dedicada a hijos de exiliados, y el resultado final es lejano y frío, a pesar de los esfuerzos.
Documental interesante e instructivo aunque falto de ritmo y constreñido por su propio planteamiento, destinado a ser carne de La noche temática de La2 o a ser emitido en algún otro contenedor de documentales de la segunda cadena pública —con suerte—. El mayor valor de esta obra reside en la memoria y en su capacidad para evocar un periodo de su pasado —y del nuestro— que ha sido recreado muchas veces y que sin embargo sigue demostrando que aún hay historias que contar. A pesar de ello, prevalece más el homenaje a su padre —las pocas escenas en las que aparece destilan verdadera amargura— y a su abuelo desconocido —mostrando las cartas que escribió—, que el relato en sí, demasiado rutinario e irónicamente olvidable.
En definitiva, es necesario, como cualquier ejercicio que busque estudiar el pasado que nos ha llevado hasta donde estamos actualmente sin intereses de por medio, a pesar de sus defectos. El homenaje a su padre y sus abuelos, siendo lo mejor de la cinta, lastra a su vez el ritmo del propio documental, que a través de una monótona —aunque sincera— voz en off hace pensar en un uso más pedagógico del mismo.
La relación a distancia que mantienen los abuelos de la directora bien podría servir, en cierto modo, de estudio para aquellas parejas que han pensado en la posibilidad de estar separados por un tiempo (y no darle tanta trascendencia sin la guerra de por medio).

6,4
2.003
8
13 de julio de 2015
13 de julio de 2015
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para quien me haya leído alguna vez antes, bien sabrá que no me gusta hablar sobre mi vida, pero hoy haré una excepción y contaré algo que me pasó hace poco menos de un mes (relacionado con el tema que nos atañe): De regreso a casa, vi delante de mí a una chica invidente que llevaba en una mano una bolsa -a todas luces- demasiado llena, casi a punto de explotar, que parecía romper su eje de equilibrio y le hacía torcerse y girar hacia la izquierda, a pesar de llevar en la mano derecha su bastón blanco. En un principio pasé de largo, la adelanté y seguí, mirándola un poco entre preocupado y pensativo, pero cuando vi que dejaba la bolsa en el suelo varias veces y le costaba seguir, dejé de pensar y decidí actuar. Tras ofrecerle ayuda, me dio la pesada bolsa y rodeó mi brazo con el suyo mientras apoyaba sus dedos en la parte del pulso.
Lo llamativo de este momento, entre otras cosas, fue cómo cada movimiento resultaba más cercano a una caricia, apenas un roce, que a un gesto normal que un vidente haría para “sentir al tacto”, mucho más acostumbrado a “agarrar” las cosas, exista o no confianza entre las personas, o al palpar un objeto cualquiera. He recordado este momento concreto porque Blind me ha parecido igualmente sensitiva, una película que podría haber sido pensada por un ciego, una película llena de capas y que se mueve sobre cada superficie con inteligencia, delicadeza y seguridad, ya sea el terreno áspero, suave, frío, sucio o escabroso. Una cinta que se deja llevar, poliédrica y reflexiva, siempre juguetona y hasta un poco cochina, que no sólo hace que te pongas en los ojos de una persona que no puede ver salvo en sueños, sino que hace que te plantees dilemas que jamás habrías tenido en cuenta de no encontrarte en dicha situación, la de la ceguera.
Porque la ceguera supone una gran pérdida sensorial, por mucho que aumente el poder del resto de sentidos, como se suele decir. Sin embargo, Blind es muy interesante porque muestra esta situación bajo el aspecto de la sugestión, de sugerir, en base también al resto de sentidos que se mantienen, pero sobre todo en base a nuestra mente. Las dudas existenciales que de repente se presentan, lo que somos y lo que podremos o no ser, si queremos, en lo que respecta a la convivencia, también, pero sobre todo en lo que significa la imaginación en estas circunstancias de pérdida. Un sordo lee los labios o habla en lengua de signos, puede encontrar una manera de luchar contra su merma, aunque haya quedado para siempre ajeno al sonido de la calle y la gente; un mudo es incapaz de hablar, pero es capaz de comunicarse de igual forma que un sordo, si quiere; un ciego no, un ciego debe recurrir al resto de sentidos para ser capaz de moverse a través, debe recurrir a la imaginación para ser, más allá de estar, de encontrarse. Una verdadera jodienda, cualquiera de estas diversidades funcionales, y sin embargo la ceguera me parece la más dolorosa… con lo que me gusta la música.
Pero es que además Blind está muy bien dirigida y aún mejor escrita por Eskil Vogt. Es capaz de convertir su ópera prima en un film denso y a la vez divertido y siempre oscilando entre interesante y muy interesante, un poco voyeur. Sobre todo si el espectador acepta entrar en su juego y en su incorrección política, algo que incomoda a mucha gente y que otra confunde sencillamente con expresar opiniones muy estúpidas creyendo que, al contrario, son muy inteligentes y dan una gran visión del estado actual de las cosas.
Pero Blind no habla del estado actual de nada, es completamente personal e intransferible, una película sobre una mujer que acaba de quedarse ciega y que ahora afronta esta nueva circunstancia vital, junto a su marido. La vida a través de los ojos de alguien incapaz de ver, algo que sin ser ninguna novedad en términos cinematográficos, sí lo es en cuanto a la forma de acercarse al tema, mediante Ingrid, un personaje principal –personificado por Ellen Dorrit Petersen– muy completo y unas poderosas escenas que hablan sobre la imaginación, los sueños, las relaciones de pareja, lo que supone estar ciego y lo que se presupone, que también se cuestiona las cosas y que no deja indiferente. Las diferentes historias que aparecen introducidas por la voz en off de Petersen, cómo éstas se relacionan, cómo evolucionan y el juego en el que la película nos hace entrar y que gira alrededor de Ingrid. Todo merece la pena para llegar a un final que sigue cuestionando y que transforma cada movimiento cinematográfico y discursivo anterior en una película muy recomendable de ver. Elegante, sensual, grosera e incorrecta. Muy completa.
En definitiva, lo que uno siente viendo Blind es como imaginar que alguien te observa mientras cree que no le ves, mientras sabes que te ve, mientras te desvistes, como en un pensamiento que tuviste.
Lo llamativo de este momento, entre otras cosas, fue cómo cada movimiento resultaba más cercano a una caricia, apenas un roce, que a un gesto normal que un vidente haría para “sentir al tacto”, mucho más acostumbrado a “agarrar” las cosas, exista o no confianza entre las personas, o al palpar un objeto cualquiera. He recordado este momento concreto porque Blind me ha parecido igualmente sensitiva, una película que podría haber sido pensada por un ciego, una película llena de capas y que se mueve sobre cada superficie con inteligencia, delicadeza y seguridad, ya sea el terreno áspero, suave, frío, sucio o escabroso. Una cinta que se deja llevar, poliédrica y reflexiva, siempre juguetona y hasta un poco cochina, que no sólo hace que te pongas en los ojos de una persona que no puede ver salvo en sueños, sino que hace que te plantees dilemas que jamás habrías tenido en cuenta de no encontrarte en dicha situación, la de la ceguera.
Porque la ceguera supone una gran pérdida sensorial, por mucho que aumente el poder del resto de sentidos, como se suele decir. Sin embargo, Blind es muy interesante porque muestra esta situación bajo el aspecto de la sugestión, de sugerir, en base también al resto de sentidos que se mantienen, pero sobre todo en base a nuestra mente. Las dudas existenciales que de repente se presentan, lo que somos y lo que podremos o no ser, si queremos, en lo que respecta a la convivencia, también, pero sobre todo en lo que significa la imaginación en estas circunstancias de pérdida. Un sordo lee los labios o habla en lengua de signos, puede encontrar una manera de luchar contra su merma, aunque haya quedado para siempre ajeno al sonido de la calle y la gente; un mudo es incapaz de hablar, pero es capaz de comunicarse de igual forma que un sordo, si quiere; un ciego no, un ciego debe recurrir al resto de sentidos para ser capaz de moverse a través, debe recurrir a la imaginación para ser, más allá de estar, de encontrarse. Una verdadera jodienda, cualquiera de estas diversidades funcionales, y sin embargo la ceguera me parece la más dolorosa… con lo que me gusta la música.
Pero es que además Blind está muy bien dirigida y aún mejor escrita por Eskil Vogt. Es capaz de convertir su ópera prima en un film denso y a la vez divertido y siempre oscilando entre interesante y muy interesante, un poco voyeur. Sobre todo si el espectador acepta entrar en su juego y en su incorrección política, algo que incomoda a mucha gente y que otra confunde sencillamente con expresar opiniones muy estúpidas creyendo que, al contrario, son muy inteligentes y dan una gran visión del estado actual de las cosas.
Pero Blind no habla del estado actual de nada, es completamente personal e intransferible, una película sobre una mujer que acaba de quedarse ciega y que ahora afronta esta nueva circunstancia vital, junto a su marido. La vida a través de los ojos de alguien incapaz de ver, algo que sin ser ninguna novedad en términos cinematográficos, sí lo es en cuanto a la forma de acercarse al tema, mediante Ingrid, un personaje principal –personificado por Ellen Dorrit Petersen– muy completo y unas poderosas escenas que hablan sobre la imaginación, los sueños, las relaciones de pareja, lo que supone estar ciego y lo que se presupone, que también se cuestiona las cosas y que no deja indiferente. Las diferentes historias que aparecen introducidas por la voz en off de Petersen, cómo éstas se relacionan, cómo evolucionan y el juego en el que la película nos hace entrar y que gira alrededor de Ingrid. Todo merece la pena para llegar a un final que sigue cuestionando y que transforma cada movimiento cinematográfico y discursivo anterior en una película muy recomendable de ver. Elegante, sensual, grosera e incorrecta. Muy completa.
En definitiva, lo que uno siente viendo Blind es como imaginar que alguien te observa mientras cree que no le ves, mientras sabes que te ve, mientras te desvistes, como en un pensamiento que tuviste.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tras acompañar a la chica del primer párrafo un rato, tuve a bien avisarla -viendo que no estaba usando el bastón- de que acababa un bordillo y tuviera cuidado, que había que cruzar el paso de cebra. Esto le molestó bastante y me lo dejó claro, me dijo que no entendía por qué los videntes creen siempre que ellos no saben dónde están, que no entendía por qué creemos que ellos no pueden ver; yo le respondí que sería «por pura ignorancia», que yo no sé qué se siente al no ver. En esta ocasión, pude ver que la cosa se alargaba, que seguía con el tema, así que le pregunté dónde vivía para asegurarme de que no me llevaría mucho rato. Ella me respondió entonces, supongo que sin darse cuenta, que dependía de si el paso de cebra estaba dividido en dos por una porción de acera en el centro o no y tuve que decírselo… Como no soy una persona rencorosa, le contesté normalmente y sin hacer hincapié en el sinsentido y, tras cruzar, ella fue capaz de seguir a solas su camino y yo el mío, no sin antes preguntarme cómo me llamaba.
No es fácil ponerse en la piel de otro, más difícil es intentar ver las cosas como las vería él.
No es fácil ponerse en la piel de otro, más difícil es intentar ver las cosas como las vería él.
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