Una lástima total y absoluta. Lo que se ha vendido como la película más cara de la historia China (¿alguien me explica en qué se gastaron todo ese dinero?) resulta no ser más que el enésimo wu-xia de medio pelo con mejor aspecto que sabor y unos efectos especiales absolutamente lamentables que echan a perder cualquier resquicio de épica que pudieran tener las escenas. La película en general parece una desafortunada mezcla de lo peor de "Kung Fu-Sion", "Bichunmoo" y "Musa, the Warrior", mezcla en la que destacan para mal las abominables secuencias de acción, algunos diálogos bastaste ridículos y unos actores más inexpresivos que un cartel de propaganda electoral. Todo está hecho con pésimo gusto, desde las armaduras de plástico brillante hasta las infografías con las que se pretende convencernos de que estamos viendo un palacio real. Y aún encima, para dar más rabia, la historia tenía un arranque de lo más prometedor pero en honor a su título, la cosa se queda más en promesa sin cumplir que en nueva aspirante al trono de la fantasía épica made in Oriente.

¡Qué simpático mecanismo de orfebrería comercial nos ha fabricado Disney! Con tanta fanfarria, tantos efectos espectaculares y tanto humor blanco, al final casi consigues olvidarte de que no hay absolutamente nada detrás de esta larguísima atracción de barraca.
Lo mejor: El alucinante realismo del kraken, Bill Nighy, las conversaciones del dúo cómico-piratesco que acompaña a los protas y que recuerdan mucho a los dos matones pedantes de Sin City.
Lo peorcito: La escena tontorrona de Keira Knightley en la playa mientras su novio y su ex pelean a espadazo limpio, que el ataque del kraken se repita tanto que ya deje de impresionar, el humor light, los cada vez más sospechosos parecidos a la Guerra de las Galaxias.

Greenaway, director amado y vilipendiado a partes iguales, se atreve a desmontar por completo "La tempestad", quizá la obra más extraña escrita por Shakespeare, y a convertirla en una perfomance que combina momentos de inmensa belleza con otros momentos de inmensa tontorronería, por ejemplo los brincos idiotas de un montón de bailarines semidesnudos en el noventa por ciento de las escenas, como una desagradable bandada de repelentes moscones que reclaman a gritos la respuesta contundente de un matamoscas gigante.

Lo demás, ya se sabe, cositas modernitas: repetir muchas veces la misma frase en plan eco obsesivo, retorcer la narración hasta volverla irreconocible, insertos pictóricos en los instantes menos adecuados y experimentación estética de dudoso gusto. Si me quedara con algo, sería con esa escena de las hojas cayendo como la nieve en la estancia de Próspero, creo que no he visto nada tan bello en siglos.

El dueño de una fábrica de tradicional calzado inglés (filas y filas de relucientes zapatos de impecable factura clásica) le hace un corte de mangas a la crónica de una decadencia anunciada y tras unos cuantos quiebros del destino (esas botazas rojas con imposible tacón de aguja), acaba dedicándose a fabricar botas asesinas para travestis y otras criaturas-macho de sexualidad y vestuario divergentes. Entre medias (plataformas de piel de serpiente ¡fucsia!), pues lo de siempre, el amor, la amistad y la capacidad de autosuperación, algún gag simpático y diálogos entre lo chispeante y lo lastimero (botas de charol verde lima...oh). El protagonista se pasa de soso, todo lo contrario que el magnífico Chiwetel Ejiofor en el papel del muso/musa Lola cuya inspiración resultará clave para el éxito de la nueva empresa (botas de caña hasta el muslamen, cuero sintético color otoño).

La propuesta, sin más, entretenida, mediocre, convencional, pero el calzado, todo él, sublime.

No entiendo las pataletas que ha montado la gente porque el trailer de la película inspirara una idea equivocada sobre el género al que pertenecía la misma. Sabiendo que las productoras utilizan ardides para vendernos su producto (¿acaso no se hace con otros artículos en los anuncios de televisión?) no veo porqué, antes que ir al cine como corderitos, no se utilizan los medios que esta sociedad sobreinformada pone a nuestro alcance tan pródigamente y se documentan bien antes de desembolsar los euros. ¿Acaso no lo hacemos con otras cosas que compramos?.
Dicho esto, paso a valorar la película.
Si nos olvidamos de las comparaciones obvias, "Un puente..." me remite a una hermosísima y muy superior película de Peter Jackson llamada "Criaturas Celestiales". Un niño y una niña en pleno tránsito adolescente se conocen y traban amistad y crean un lugar imaginario y maravilloso llamado Terabithia, donde pueden evadirse de una realidad que todavía se les queda grande. De este punto de partida y de un presupuesto visiblemente modesto, el director trata de hilar fino, lo cual consigue a ratos y factura una agradable, melancólica y extraña pelicula para cualquier público a partir de los 12 años. Lo mejor, que se trata de un filme de niños sin moraleja ni moralina; si existe un mensaje, no es otro que el de "mantened la mente abierta"...Imaginación al poder.