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Críticas ordenadas por utilidad
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7,0
32.637
7
19 de noviembre de 2010
19 de noviembre de 2010
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película del director italiano Bernardo Bertolucci es Soñadores, ambientada en el mayo del 68’ francés. Matthew (Michael Pitt) es un universitario estadounidense que ha ido a estudiar a París, cuya filmoteca es la que le prepara mejor para conocer la lengua del país galo, de ahí que se pase allí tardes enteras viendo películas de todos los géneros y de todas las épocas. Es en la filmoteca donde conoce a Theo (Louis Garrel) e Isabelle (Eva Green), dos hermanos que mantienen una peculiar relación entre sí. Estos nuevos amigos le descubrirán un mundo nuevo a Matthew, tanto a nivel cinematográfico como a nivel sexual.
Soñadores es una película que, si bien no pretende recoger científicamente los hechos que acontecieron durante el mayo francés y mucho menos leerlos en clave política, sí busca traer a nuestros días el espíritu que invadía los corazones de todos aquellos jóvenes: cómo sentían, qué aire respiraban, hasta qué punto ellos se creían su revolución. Es el particular retrato que Bertolucci hace de esos años en los que se buscaba la playa bajo los adoquines de las plazas, se llevaban pósters de Mao y del tío Ho y se amaba la revolución.
El conflicto entre generaciones se hace patente cuando se deja claro que siempre serán mejor los padres de otros, pero nuestros abuelos siempre son los mejores. Adultos desencantados contra jóvenes soñadores y utopistas.
La película posee una cantidad de referencias que hace esbozar a todos los cinéfilos una sonrisa al verlas: ese querer batir el récord en recorrer el Louvre, esa música de Los cuatrocientos golpes, Isabelle creyéndose Jean Seberg vendiendo el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos, discusiones acerca de quién es mejor: Búster Keaton o Charlie Chaplin, etc. Y todo ello envuelto en la música de Janis Joplin y discusiones sobre Eric Clapton y Jimi Hendrix.
Película genialmente contada que únicamente se viene abajo por la escasez de verosimilitud en la relación entre los hermanos. No estaría de más que se diese una mínima explicación acerca de su comportamiento, pero suponemos que entra dentro de las reglas del “todo vale” sexual por una mayor libertad del individuo.
Soñadores es cine, sexo y revolución, comunistas de salón amantes de la revuelta que únicamente contemplaban la revolución como fin en sí mismo, y no como medio para cambiar las cosas. Una hermosa obra de uno de los más importantes cineastas italianos.
Soñadores es una película que, si bien no pretende recoger científicamente los hechos que acontecieron durante el mayo francés y mucho menos leerlos en clave política, sí busca traer a nuestros días el espíritu que invadía los corazones de todos aquellos jóvenes: cómo sentían, qué aire respiraban, hasta qué punto ellos se creían su revolución. Es el particular retrato que Bertolucci hace de esos años en los que se buscaba la playa bajo los adoquines de las plazas, se llevaban pósters de Mao y del tío Ho y se amaba la revolución.
El conflicto entre generaciones se hace patente cuando se deja claro que siempre serán mejor los padres de otros, pero nuestros abuelos siempre son los mejores. Adultos desencantados contra jóvenes soñadores y utopistas.
La película posee una cantidad de referencias que hace esbozar a todos los cinéfilos una sonrisa al verlas: ese querer batir el récord en recorrer el Louvre, esa música de Los cuatrocientos golpes, Isabelle creyéndose Jean Seberg vendiendo el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos, discusiones acerca de quién es mejor: Búster Keaton o Charlie Chaplin, etc. Y todo ello envuelto en la música de Janis Joplin y discusiones sobre Eric Clapton y Jimi Hendrix.
Película genialmente contada que únicamente se viene abajo por la escasez de verosimilitud en la relación entre los hermanos. No estaría de más que se diese una mínima explicación acerca de su comportamiento, pero suponemos que entra dentro de las reglas del “todo vale” sexual por una mayor libertad del individuo.
Soñadores es cine, sexo y revolución, comunistas de salón amantes de la revuelta que únicamente contemplaban la revolución como fin en sí mismo, y no como medio para cambiar las cosas. Una hermosa obra de uno de los más importantes cineastas italianos.
17 de noviembre de 2010
17 de noviembre de 2010
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras En busca del arca perdida, la siguiente película de Steven Spielberg que mostraba al arqueólogo Indiana Jones (Harrison Ford) corriendo aventuras es Indiana Jones y el templo maldito. Esta vez se trataba de encontrar una piedra mágica que una malvada secta ha robado a un pequeño poblado indio, y cuyo robo ha traído la desgracia y la miseria a sus gentes. Junto con Willie (Kate Capshaw), "la chica", y Tapón (Jonathan Ke Quan); Indi se las verá con el malvado Mola Ram (Amrish Puri), líder de la tenebrosa secta, para devolver la felicidad al poblado.
Si con la primera decía que no podía ser objetivo ni aunque quisiese, en el caso de Indiana Jones y el templo maldito esta afirmación vuelve a cumplirse con creces, porque, personalmente, creo que es la mejor de la trilogía. En esta entrega vemos a un Indiana Jones más fortachón, más seductor y conquistador con Willie, más tierno y amigable con su socio Tapón. Las escenas de emoción, risa, tensión y, por qué no decirlo, miedo; se entremezclan de forma magistral en un excelente guión que lo mismo nos pone los nervios a flor de piel y no nos da tregua para respirar como que nos hace esbozar una sonrisa al ver que Indiana Jones, una vez más, se ha salido con la suya y ha conseguido que el bien prevalezca sobre el mal.
De nuevo, uno de los protagonistas de la película, aunque no se le vea, es John Williams, que con su excelente y archiconocida partitura aporta el ingrediente definitivo para que esta joya se convierta en una muestra de CINE con mayúsculas.
Si esta película no fuese obra de Spielberg y Lucas, hablaría del trasfondo de la esclavitud infantil, de la denuncia de esta penosa situación que puede rastrearse en la película, de la crítica al totalitarismo sectario que subyace en la historia, pero creo que no es lo que los creadores pretenden. Quizá esté pecando de ser un simple, pero aún a riesgo de que esto sea así, creo que aquí, y en este tipo de películas en general, lo que se busca es la mera diversión del espectador: buenos contra malos, punto. Ya que por qué vamos a negarlo: muchas veces es precisamente eso lo que hace una película atractiva. Relájate y goza.
Si con la primera decía que no podía ser objetivo ni aunque quisiese, en el caso de Indiana Jones y el templo maldito esta afirmación vuelve a cumplirse con creces, porque, personalmente, creo que es la mejor de la trilogía. En esta entrega vemos a un Indiana Jones más fortachón, más seductor y conquistador con Willie, más tierno y amigable con su socio Tapón. Las escenas de emoción, risa, tensión y, por qué no decirlo, miedo; se entremezclan de forma magistral en un excelente guión que lo mismo nos pone los nervios a flor de piel y no nos da tregua para respirar como que nos hace esbozar una sonrisa al ver que Indiana Jones, una vez más, se ha salido con la suya y ha conseguido que el bien prevalezca sobre el mal.
De nuevo, uno de los protagonistas de la película, aunque no se le vea, es John Williams, que con su excelente y archiconocida partitura aporta el ingrediente definitivo para que esta joya se convierta en una muestra de CINE con mayúsculas.
Si esta película no fuese obra de Spielberg y Lucas, hablaría del trasfondo de la esclavitud infantil, de la denuncia de esta penosa situación que puede rastrearse en la película, de la crítica al totalitarismo sectario que subyace en la historia, pero creo que no es lo que los creadores pretenden. Quizá esté pecando de ser un simple, pero aún a riesgo de que esto sea así, creo que aquí, y en este tipo de películas en general, lo que se busca es la mera diversión del espectador: buenos contra malos, punto. Ya que por qué vamos a negarlo: muchas veces es precisamente eso lo que hace una película atractiva. Relájate y goza.

6,8
59.537
8
28 de febrero de 2011
28 de febrero de 2011
Sé el primero en valorar esta crítica
La última película de Danny Boyle relata el conocido caso de Aron Ralston, un montañero que quedó atrapado bajo una enorme roca durante cinco días. Escrita junto con Simon Beaufoy y basada en el libro del propio Ralston, donde él mismo contaba su experiencia, 127 horas aprisiona al espectador en la piel de un Ralston tan creíble gracias al brillante trabajo realizado por el actor que lo reencarna, James Franco.
Sin duda, lo mejor de la película son los valores que transmite. 127 horas es algo más que un tío atrapado por una roca que está luchando por salir de ahí. Es una película que refuerza el significado de la comunidad, que deja claro que una persona por sí sola no es nadie, pero que con todos aquellos que le rodean lo es todo. Aron Ralston comprendió que le quedaban demasiadas cosas por hacer y por vivir como para pudrirse en un desfiladero en medio de la nada. Entendió que fuera, en su casa, en su barrio, en su trabajo, había gente que le quería y que contaban con él, y que tenía toda una apasionante vida (¿qué vida no lo es, al fin y al cabo?) por delante, pero no para quedarse en un sillón marcado de por vida por lo que le había pasado, sino para hacer de su fatídica experiencia toda una lección de vida y seguir haciendo lo que más le gustaba.
Por supuesto, es inevitable la comparación de 127 horas con Buried, de Rodrigo Cortés. Evidentemente resulta más meritoria esta última, puesto que en 127 horas contamos con los recuerdos de Ralston, sus imaginaciones, además de las escenas rodadas en exteriores. Pero no creo que la intención de Boyle en este caso haya sido hacer “el más difícil todavía”, de ahí que se pueda permitir determinadas licencias que, de haberse tomado Rodrigo Cortés en su claustrofóbica película, hubiesen hecho que Buried pasase por la Historia del Cine sin pena ni gloria.
Con un montaje y realización que recuerda inevitablemente a Réquiem por un sueño en lo que a la pantalla partida y extraños planos detalle se refiere, Boyle vuelve a contar para la película con el director de fotografía Anthony Dod Mantle, habitual colaborador de Lars von Trier que también estuvo a cargo de la fotografía en Slumdog Millonaire.
El equipo de 127 horas ha sabido sacar una excelente historia de un hecho real, acontecido a un hombre cualquiera de una sociedad cualquiera, de forma que el si Ralston sale o no de ahí y cómo lo hace es lo de menos, porque lo importante es el mensaje de amor a la vida, tan necesario en estos tiempos de crisis, que la película transmite, siendo que deja al espectador con muy buen cuerpo a pesar de ser una película dura. Tan dura como una roca.
Sin duda, lo mejor de la película son los valores que transmite. 127 horas es algo más que un tío atrapado por una roca que está luchando por salir de ahí. Es una película que refuerza el significado de la comunidad, que deja claro que una persona por sí sola no es nadie, pero que con todos aquellos que le rodean lo es todo. Aron Ralston comprendió que le quedaban demasiadas cosas por hacer y por vivir como para pudrirse en un desfiladero en medio de la nada. Entendió que fuera, en su casa, en su barrio, en su trabajo, había gente que le quería y que contaban con él, y que tenía toda una apasionante vida (¿qué vida no lo es, al fin y al cabo?) por delante, pero no para quedarse en un sillón marcado de por vida por lo que le había pasado, sino para hacer de su fatídica experiencia toda una lección de vida y seguir haciendo lo que más le gustaba.
Por supuesto, es inevitable la comparación de 127 horas con Buried, de Rodrigo Cortés. Evidentemente resulta más meritoria esta última, puesto que en 127 horas contamos con los recuerdos de Ralston, sus imaginaciones, además de las escenas rodadas en exteriores. Pero no creo que la intención de Boyle en este caso haya sido hacer “el más difícil todavía”, de ahí que se pueda permitir determinadas licencias que, de haberse tomado Rodrigo Cortés en su claustrofóbica película, hubiesen hecho que Buried pasase por la Historia del Cine sin pena ni gloria.
Con un montaje y realización que recuerda inevitablemente a Réquiem por un sueño en lo que a la pantalla partida y extraños planos detalle se refiere, Boyle vuelve a contar para la película con el director de fotografía Anthony Dod Mantle, habitual colaborador de Lars von Trier que también estuvo a cargo de la fotografía en Slumdog Millonaire.
El equipo de 127 horas ha sabido sacar una excelente historia de un hecho real, acontecido a un hombre cualquiera de una sociedad cualquiera, de forma que el si Ralston sale o no de ahí y cómo lo hace es lo de menos, porque lo importante es el mensaje de amor a la vida, tan necesario en estos tiempos de crisis, que la película transmite, siendo que deja al espectador con muy buen cuerpo a pesar de ser una película dura. Tan dura como una roca.

8,2
149.815
6
5 de enero de 2011
5 de enero de 2011
Sé el primero en valorar esta crítica
La película da la sensación de ser una comedia, cargada de topicazos con los que seguro que Clint Eastwood se lo pasó muy bien en el rodaje. Los personajes son bastante planos y típicos, aunque la historia es interesante y está bien contada.
Personalmente, Walt Kowalsky me ha recordado al señor Miyagi en el sentido de que es un viejecito que te libra de los matones que te van a partir la cara. Si bien el señor Miyagi repartía ostias como panes, Kowalsky es más práctico y lleva siempre un arma consigo (aunque en cierto modo también se basta con su mano). Joder, ¡si es que Kowalsky hasta pone al pobre Tao a pintarle la casa! Le faltaba decir aquello de “dal cela, pulil cela”. Dos superhéroes de barrio pensionistas.
Personalmente, Walt Kowalsky me ha recordado al señor Miyagi en el sentido de que es un viejecito que te libra de los matones que te van a partir la cara. Si bien el señor Miyagi repartía ostias como panes, Kowalsky es más práctico y lleva siempre un arma consigo (aunque en cierto modo también se basta con su mano). Joder, ¡si es que Kowalsky hasta pone al pobre Tao a pintarle la casa! Le faltaba decir aquello de “dal cela, pulil cela”. Dos superhéroes de barrio pensionistas.

6,6
21.007
8
16 de noviembre de 2010
16 de noviembre de 2010
Sé el primero en valorar esta crítica
Una familia de clase media-alta, acomodada, recibe cintas de vídeo en las que aparecen ellos entrando y saliendo de casa. Esto genera tensiones en la familia ante la impotencia de sentirse observados y no poder hacer nada.
En Caché Michael Haneke reflexiona sobre las consecuencias que nos pueden acarrear algunos de nuestros actos, independientemente de lo alejados en el tiempo que estén. No obstante, el director no nos lo da todo mascado. Él, fiel a su estilo de no tomar al espectador por un imbécil y tener en cuenta su opinión o versión de la historia, nunca cierra nada y no da nada por sentado, dando lugar a un filme que bien mereció en el año 2005 el premio a la Mejor Película de la Academia de Cine Europeo.
De nuevo, vemos en Caché una fórmula que se repite bastante en Haneke: en una familia con una vida estable se introduce un elemento que genera inestabilidad. Si en Funny Games Paul y Peter se metían en la casa de la familia a hacérselas pasar canutas, y en El vídeo de Benny el chico se cargaba a una niña por mera curiosidad para asombro y shock de sus padres; en Caché un trágico episodio del pasado del padre (Daniel Auteuil) vuelve cuarenta años después a rendirle cuentas.
Uno de los temas o ideas que suelen subyacer en las obras del director austriaco es el del voyeurismo. Cuando vemos una película de Haneke no somos las mismas personas que cuando vemos cualquier otra película de cualquier otro director. El vídeo, la televisión, la imagen en movimiento, el mirar a través de una pantalla es algo que está continuamente presente en Haneke. Si en Funny Games nos convertíamos en cómplices de los dos educadísimos jóvenes mediante ciertos guiños (literales) al espectador, en Caché pasamos directamente a ser esos mirones que tanto atosigan a los Laurent desde su escondite.
Otra vez, Haneke vuelve a dejar su sello en el filme con esos planos fijos tan largos, en ocasiones llevados a la extenuación y que generan tanta tensión e incomodidad en el espectador, acompañados de otras escenas que, sin duda, a más de uno quitarán el hipo. La excelente interpretación de Auteuil y Juliette Binoche hace el resto para que esta película sea un excelente trabajo.
En Caché Michael Haneke reflexiona sobre las consecuencias que nos pueden acarrear algunos de nuestros actos, independientemente de lo alejados en el tiempo que estén. No obstante, el director no nos lo da todo mascado. Él, fiel a su estilo de no tomar al espectador por un imbécil y tener en cuenta su opinión o versión de la historia, nunca cierra nada y no da nada por sentado, dando lugar a un filme que bien mereció en el año 2005 el premio a la Mejor Película de la Academia de Cine Europeo.
De nuevo, vemos en Caché una fórmula que se repite bastante en Haneke: en una familia con una vida estable se introduce un elemento que genera inestabilidad. Si en Funny Games Paul y Peter se metían en la casa de la familia a hacérselas pasar canutas, y en El vídeo de Benny el chico se cargaba a una niña por mera curiosidad para asombro y shock de sus padres; en Caché un trágico episodio del pasado del padre (Daniel Auteuil) vuelve cuarenta años después a rendirle cuentas.
Uno de los temas o ideas que suelen subyacer en las obras del director austriaco es el del voyeurismo. Cuando vemos una película de Haneke no somos las mismas personas que cuando vemos cualquier otra película de cualquier otro director. El vídeo, la televisión, la imagen en movimiento, el mirar a través de una pantalla es algo que está continuamente presente en Haneke. Si en Funny Games nos convertíamos en cómplices de los dos educadísimos jóvenes mediante ciertos guiños (literales) al espectador, en Caché pasamos directamente a ser esos mirones que tanto atosigan a los Laurent desde su escondite.
Otra vez, Haneke vuelve a dejar su sello en el filme con esos planos fijos tan largos, en ocasiones llevados a la extenuación y que generan tanta tensión e incomodidad en el espectador, acompañados de otras escenas que, sin duda, a más de uno quitarán el hipo. La excelente interpretación de Auteuil y Juliette Binoche hace el resto para que esta película sea un excelente trabajo.
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