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Críticas 115
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de abril de 2011 Sé el primero en valorar esta crítica
Cierra los ojos
Respira profundo y relaja tu cabeza
Te sentirás calmado y relajado
Tus manos pierden peso luego tus pies
Y luego todo tu cuerpo.
Cuando cuente hasta tres abrirás los ojos y estarás en un lugar diferente. Uno. Dos. Tres.
Abre los ojos.
Nasri en Ajami

Por: John Harold Giraldo Herrera

Israel y Palestina son dos países hermanos, no obstante son quizás los más enemigos. El cine no ha dejado de expresar el conflicto que allí se vive. Ahora sale un imbricado relato casi documental con el cual el ojo grande de la pantalla captura la amalgama de posibilidades de un suceso: el de no ser cobardes por no huir y quedarse para enfrentar las consecuencias de un hecho trágico. Es una forma de contar en pequeño lo que sucede en grande. Pero mostrado además con la idea de los focos con los que se mira, es decir, el hecho no está contado de manera lineal, como tampoco por un solo ojo, está narrado desde varios ángulos. La película tampoco se mete en el conflicto como tal de los palestinos e israelitas, hurga en el conflicto humano: odio, humillación y poder es lo que se puede ver.

No es nada original el mostrar un mismo hecho desde varios ojos, pero causa un impacto el ver cómo se acude a una vieja técnica: la de contar por capítulos -cinco como en el clásico teatro griego- el suceso de una venganza, enmarcada paradójicamente por nada en particular, donde varios son implicados sin tener nada que ver. Además juega al encuentro, las historias son cruzadas, distantes y distintas pero como en la película de Babel (2006) de Alejandro González, van encontrándose unas con otras, y no por un rifle, sino por la fragilidad de lo humano.

La historia empieza con un niño –Nasri- quien cree que algo malo podrá llegar a suceder sin saber qué, de estos niños en el cine hay muchos, recuerden ustedes a la melodramática historia de Las tortugas también vuelan (2004) que cuenta con el niño que presiente que ya viene la guerra. Ahora, luego ocurre un asesinato, pero matan a alguien equivocado: el vecino. Entonces la familia de quienes sienten son los implicados intentan huir, y Omar un joven de 19 años, que es el que queda a la cabeza de la familia ya que su tío fue baleado por sicarios al cobrarle un hecho de sangre en un bar que ellos tenían, dice: “El miedo es la mayor vergüenza y solo un cobarde huye”.

Sigo en spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ajami entonces es una película para despertar. Cada vez que abrimos los ojos estamos en el mismo punto pero en un foco distinto. Al diversificar las voces, como en el teatro griego, nos encontramos con una polifonía, más que eso con la visión de cada quien, así cabe decir que el espectador es quien tendrá que decidir con cuál ojo mirar.

Los hechos de crueldad son parecidos a cualquier lugar del mundo, salvo por estar mediados por el fuerte peso de la religión y las costumbres de un escenario donde la guerra entre unos y otros es pan de cada día. Ajami tiene esa versatilidad de poderse contar en cualquier lugar, si su etimología nos lleva a hogar, entonces el nuestro –el global- está bien falto de calor. Hay que despertar.

Ver más en:
http://www.latarde.com/blogs/elgranojo/
27 de marzo de 2011 Sé el primero en valorar esta crítica
Por: John Harold Giraldo Herrera
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Un curso, un contexto pedagógico, una situación formal de aprendizaje entre un docente, una institución y estudiantes será siempre un escenario de poder. Un profesor es una especie de dictador y los estudiantes asisten como si fueran conscientes de la dictadura. Pero ¿qué pasa si no es así, si un curso va más motivado por nada y a expensas de divertirse, de esperar ver relajado a su docente y de repente este al ver que su curso no funciona decide hacer práctico el corpus de su materia?

Se trata de un experimento en el que un maestro resuelve hacer efectivo lo que enseña. Durante una semana pondrá a prueba el ejercicio, la pregunta no es para nada ingenua ¿es posible una nueva dictadura en Alemania? Luego de la disquisición, se avanza en poner en acción las ideas de la autocracia, el curso que tiene bajo su responsabilidad. Esta película muestra como los muchachos tienen como diría Oscar Wilde muy claro el precio de todo, pero muy poco el valor de nada. Al adentrarse en mostrarlos uno de inmediato piensa en otra película de Brasil la comentada Ciudad de Dios en la que los niños quedan con el control de todo; en La ola, los niños hacen lo que desean porque sus padres dicen que deben aprender a reconocer lo conveniente. Por eso a los 10 años no es extraño verlos fumar.

La autocracia requiere de fuerzas: disciplina. Unidad. Acción. Entendimiento. Un líder quien los guíe, un orgullo y de resto ya no hay vuelta atrás. Y así con situaciones de melancolía (adolescentes incomprendidos y sin riendas) y entusiasmo (un experimento dinámico y emotivo) la película cala de inmediato entre los espectadores. El profesor es aclamado como líder, los muchachos al principio tímidos con el proyecto pedagógico van involucrándose de manera muy fácil, al no tener nada en que creer, al estar desprovistos de ideales, sus vidas un tanto insatisfechas asumen con decisión su proyecto.
Ver más en: http://www.latarde.com/blogs/elgranojo/?p=193
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spoiler:
Votan por un nombre: La ola. Tienen un uniforme: camisas blancas y jean azul. Unos se resisten. Pero la ola alcanza su poder, el uniforme les quita rangos y los pone en unidad, el nombre les otorga propiedad, luego viene un saludo, un espacio en las redes sociales, un alcance de influenciar al resto y la acción les da tanto fuerza como mayores lazos de comunión y solidaridad. El profesor obtiene un espacio, otra fuerza: la del culto al individuo, su rol se ve respaldado por un curso quien lo aclama. Su sello se impone. La semana tiene toda una serie de sorpresas, el equipo de polo acuático se ve más presto a organizarse y ganar. El grupo de teatro ya cuenta con un líder, los muchachos con tendencia delictiva encuentran utilidad a sus acciones. En fin, pasan situaciones sorpresivas. La de más es la de un grupo compacto y alineado, presto en asumir lo que se venga. La osadía a flor de piel se canaliza a favor del régimen que van creando.
24 de abril de 2014
7 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente universitario y Periodista
[email protected]

Cualquier película que incluya la salsa tendrá muchos adeptos. Eso basta para que movilice la atención, más si se hace teniendo como base una compañía tan reconocida, el resultado puede ser doble. Ahora, resulta un desaire ver Ciudad Deliro y estar exento de la emocionalidad y la fuerza de una película que pudo ser pero no da. Lo más aterrador es la experiencia fallida de no tener ningún delirio. Al contrario, esa sensación se va convirtiendo en una expresión de la ingenuidad y el folclorismo, en otras palabras, es como una especie de vista colonizadora, luego de haber soportado el exterminio y la barbarie, de esos que en la misma película se llaman: “Nuestros ancestros o los antepasados”. Es así como fuera de la banda sonora, lo demás es una bofetada, un intento de baile frustrado, donde el cuerpo se aquieta y las sensaciones ni si activan.

Si consideramos desde este lado a los ancestros como quienes nos apabullaron y quitaron lo que era propio, entonces tenemos lo que puede considerarse como una esclavitud cultural. Pero dejemos eso de lado, a lo mejor es un desliz. Sigamos de largo y con un paso breve –azotemos baldosa- dancemos por aspectos de la película. Se vende Cali como un tribuna para médicos que quieren ir de rumba, nada fuera de lo que se sabe, el asunto va in crescendo cuando son sus mujeres las que se exhiben como sendos productos transaccionales y que miran así como en los comerciales a los llamativos foráneos, quisiera decir que se abren de patas, pero es acá donde la película se suaviza y pareciera que estuviéramos frente a una nueva María (esa misma de Jorge Isaac).

De modo que en un espectáculo visual, como lo es la salsa, y que apenas se deja ver cuando la película se acaba, lo que vemos todo el tiempo es un amor abnegado, de una mujer caleña que parece María y de un Efraím que viene de España y de una se eclipsa con aquello exótico que hay en nuestro país. Alguien dirá que sucede por ser una coproducción española y colombiana, y que su directora se adentra en Cali, como si su mirada impactada y desbordada diera a pie a una nueva conquista. Esa que aún, y por gracia de estos artefactos culturales, se promociona, desde la idea primigenia de los europeos de lo telúrico. De eso que es desconocido y se aprecia con extrañamiento pero también con mucho grado de fascinación, uno diría que esa idea es romántica, sin embargo, es la cuota inicial de asumir a Latinoamérica como algo propio a ser dominado y expropiado. “Nuestros antepasados”, vienen y se llevan nuestras mujeres y hombres –en las películas-, y eso es la aldea global, pero todo se vuelve un esperpento, cuando es la burla y el saqueo las puntas de lanza –en la vida cotidiana-.

Mucho hay de una película recorrida por un extranjero como la de Dr. Alemán (2008), también coproducida y hecha en Cali a la de Ciudad Delirio, en la primera es lo violento el hecho llamativo y el Dr vive una Cali frenética y peligrosa, en la segunda un blanqueamiento, donde los negros “nunca cambiarán y seguirán siendo así”, y donde la mujer se hace la abnegada y sufrida y luego se abre, se deja llevar por la intuición –otro elemento del exotismo-; además el Dr de Ciudad Delirio es un salvador, un alguien medio inconforme que se niega, pero es el mejor de todos y atiende con toda su vocación a niños –nuca se deja ver un médico colombiano-. Hay un borde, y es que los españoles se muestran como gentes desencantadas, tienen un contexto en crisis que medio se deja escuchar en la radio, en cambio, nosotros, estamos llevados pero dispuestos a enfrentar la maravilla. No sabemos cómo resolveremos las circunstancias, y eso es de algún modo el delirio, acá no hay planes, se sobrevive, y de repente alguna luz, nos deja seguir danzando la vida.

No hay un ápice de la Cali furtiva, es más esa ciudad se esconde, y es mejor verla y recorrerla desde la taberna de Vaso e leche –un melómano quien además tiene un bar de salsa-, a ir a los callejones y sus rincones. Eso tampoco es crucial, lo que sí, es que la película es tan ingenua que todo es predecible, se arma con guiños tan clichés que incluso quien la vea puede deducir lo que van a decir los protagonistas y cuál será su comportamiento.

Para ser un musical uno la disfruta, se mueve con timidez el esplendor de la Cali colorida, de la ciudad candente y de sus gentes apasionadas, pero de resto, tocará esperar de nuevo – a ver con qué salen en Qué viva la música- para poder aflojar paso y disfrutar de un baile tan emotivo, con tanto son y ton, que por ahora quedó en una nueva colonización.
1 de diciembre de 2011
6 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera
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Alguna vez escuché en un foro educativo la sentencia de: “por andar pensando que cada quien aporte su granito de arena, lo que tenemos hoy es un desierto” y tal idea ha removido mi pensamiento y accionar: el mundo lo hacen para estar individualizados mientras que el mundo y la sociedad requieren de acciones en conjunto. Y muchas de las películas que uno disfruta tienen como eje el ser superior, aquel que posee unas virtudes salvadoras y en eso acrecienta la idea errónea de un alguien que hará lo que nosotros tal vez no podemos. Ahora, esa idea anda rondando dado que al ver una bella historia como la de Happy Feet me ha mostrado lo que logran las acciones en conjunto.

Cada espectador es libre de ver la porción de la imagen que desee como lo refirió Jacques Aumont. Y cuando uno observa una película hay situaciones, cuadros, enfoques, personajes y demás con los que uno logra identificación. Así en la versión dos de la película de pingüinos, me llama poderosamente la atención cómo se nos muestra, no sé sin querer, la forma como un pueblo logra salir avante de una situación de enclaustramiento. Digamos como un ejemplo de acciones conjuntas para hacerle frente a un hecho como la globalización. Ya que la trama de la película es presenciar cómo una población muy grande de pingüinos emperadores queda atrapado gracias a que un bloque de hielo se junta con su sitio de morada y los deja encerrados.

Las analogías son evidentes con la situación ambiental padecida por el planeta: se descongelan los polos. De hecho, la noticia no deja ver lo que eso conlleva, salvo en ciertos documentales donde se hace el detalle. En películas como la saga de La era del hielo el drama de los animales en éxodo quedó para la posteridad. En Happy Feet no hay tal caminata hacia un nuevo mundo, la idea es quedarse en la casa, sin embargo, los pingüinos han quedado confinados en su propio hábitat. De modo que muchas situaciones, aparentemente sin conexión permiten reconocer esa idea maya de que todo está interconectado. Es la misma idea del efecto mariposa: un aleteo de una mariposa en la China puede ocasionar un huracán en Manhattan.

Es así como la película intenta colocar como el hilo conductor a un pingüino inerme (Erik) y que no quiere bailar como los demás, no obstante ese personaje se cae, pierde interés, resulta un tanto impuesto y logra la película captarnos la atención con una serie de relatos aislados del hecho del pingüino que quiere evadir esa necesidad de ser bailarín. Por ejemplo, dos krill, unos crustáceos que ocupan el último eslabón de la cadena alimenticia, deciden escapar de su grupo y cambiar su realidad al querer pasar a un nivel superior de la cadena, esos dos divertidos personajes presentan una filosofía de la vida bastante diciente y terminan afectando esa acción en conjunto, las decisiones que toman inciden en las acciones que se vienen presentando.

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Aparece también un simpático y ególatra pingüino volador. Un espécimen raro entre la comunidad, cuya capacidad de andar por el aire lo pone como un dios, a quien adoran. Ese personaje encaja sin embargo con la trama contada: cada quien ocupa un rol que así sea ambiguo, quizás contradictorio no se puede ver como aparte, sino como una pieza más del entramado narrativo. Parece ser que aplica el dicho que no porque el cura lo diga deja de ser válido. Una lección de mucha credibilidad nos ofrece Sven, el pingüino volador, quien además establece contacto con Erik y le ofrece una serie de ideas emotivas para su vida, como creer en sí mismo y mentalizar para materializar y luego obtener lo que te pertenece.

En fin, son una serie de personajes con una aparente dispersión. El foco es ver cómo salen esos pingüinos de su encierro, el baile así como el cantar en medio de la tragedia parece ser una forma de alegría y de mantenerse unidos con las energías puestas en sobrevivir. Una frase me ha cautivado mucho: “todas las cosas, por más grandes o pequeñas que sean, están conectadas de una forma realmente increíble”.

Es una película para divertirse, reír, pensar el mundo con el que contamos, muchas veces de gentes individualizadas, de poca alegría y emotividad y recordarnos que si hacemos acciones en conjunto, el desierto puede cambiar en un oasis al trabajar por una misma causa.

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Pequeñas voces
AnimaciónDocumental
Colombia2010
7,2
191
Animación, Documental
4
28 de septiembre de 2011
6 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera

La primera película en 3D hecha en Colombia, es sin duda un gran logro, más cuando la película es presentada para un público basto y al nacer de un trabajo de varios años de búsqueda de su director Jairo Carrillo. Sin embargo, tras ser un logro, así como haberse enfocado en las desconocidas voces de sus protagonistas, involucrando infantes para narrar las historias, tiene una serie de vacíos. Parece que en Colombia el cine como lo dijo el crítico Juan Carlos González de la revista Arcadia, al hablar de Pequeñas Voces, marca una pauta la inclusión de voces ignoradas: la de los niños. En cierto modo, coincidieron varios proyectos cinematográficos que le ponen voz a los niños, Los colores de la montaña lo hizo, allí parece que hay un ruido, difuso, inconcluso de hechos violentos que no se sabe qué son y arrecian contra la población, pero que en el fondo insertan la voz de los niños escolares de la ruralidad con una violencia que sin ser física es muy brutal.

Luego, aparece esta otra y si bien la primera es difusa, Pequeñas voces ni aporta, ni dice, sino que maldice de una realidad avasalladora. Resulta siendo un vacío frente a un hecho tan trascendente para la vida de la nación como lo es la guerra que se libra desde hace décadas.

Claro, los niños de la guerra que ni dispararon: huyeron, pudo haberse llamado. Son niños que fueron llamados a reclusión, que padecieron la violencia hasta el hastío y la encerrona, sin embargo, al tratar de ser ecuánime la película, es decir, incluir voces diversas, la de cuatro niños, que narran en su propia voz los destinos de sus vidas, apunta a una tragedia: la salvación es la ciudad, no apunto a que hay que esperar la muerte, pero ver el idilio de la ciudad, es como creer que en un cárcel colombiana los presos se reeducaran. En la ciudad los niños vienen a una peor tragedia: la segregación, la humillación y la desprotección. Ese es el mayor vacío: presentar la ciudad como la gloria y la esperanza. Se le suman, además, todo ese vaciamiento político, como bien lo señala y argumenta el crítico Pedro Adrián Zuluaga en su blog de la pajarera del medio.

Es decir, vaciamiento en el sentido que se inclina hacia un estilo, hacia una idea, hacia una salida. Quienes la vean saldrán diciendo: “no hay más salida que venir a la ciudad porque el campo es una barbaridad”, como bien expresó un espectador luego de verla.

Sigo en spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Para nada se niega la condición deplorable de los campesinos, pero de ahí a mostrar la ciudad como salvación es una afrenta contra los propios campesinos y niños que viven en esas zonas. Pero el vaciamiento incluye más formas, las víctimas son inermes, desprovistas de cualquier parecer y su ideario es huir, nada más, y el hecho no sería menor, sino fuera porque la pretensión es mostrar los distintos matices de la guerra, es decir, son niños atacados por la guerrilla, el paramilitarismo, el ejército, pero se postraron frente a un bando: son niños inermes. Y la idea que queda es la desolación.Claro que es así, pero pasará mucho más que eso por muchas otras voces de la violencia que se han levantado de frente para posicionarse como sujetos de derecho, como personas reclamantes de su dignidad. Porque las que vemos en Pequeñas voces, han perdido el habla, hecho llamativo, y que tiene otra intención: impedir que los grandes hablen, sus voces son difuminadas y entendemos el hecho.

Los niños espectadores podrán vivir el pánico de sus semejantes, lo más cruel es robarles la esperanza y ofrecerles una historia mutilada, en la idea de una visión muy agreste de lo que pasa. No es para pintar florecitas, porque bien, el hallazgo de sus creadores, al no solo darles voz a los niños, sino mostrarnos sus creaciones dibujadas, constituye un adelanto técnico desafiante, pero que en últimas se ve subvalorado por darle relevancia a un contenido tendencioso. Quiero coincidir con lo que dice la profesora y crítica Andrea Echeverry en la idea que Pequeñas voces es: La voz enorme de los hijos del conflicto. Es enorme porque se les da un estatus y una prolongación de sus murmullos, de sus preocupaciones, pero están hechas y construidas (mediadas por preguntas e intereses adultos) por grandes, es decir, se muestran con una condición en la película y lo que queda -si bien nos ha sensibilizado, hemos visto un película bien hecha desde lo técnico y pretensiosa en marcar pautas- luego de dejar de verla al quitarnos las gafas 3D es que hemos obtenido una enorme distorsión.
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