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6,3
26.690
8
22 de octubre de 2014
22 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mateo Blanco (Lluís Homar) se hace llamar “Harry Caine”. Es un destacado escritor, guionista y director de cine. Hace catorce años atrás perdió la vista en un horrible accidente sufrido junto a Lena (Penélope Cruz), su novia de entonces. Hoy, acompañado de Judith (Blanca Portillo), su directora de producción y amiga; y Diego (Tamar Novas), hijo de ella y su fiel servidor, Blanco intenta superar el pasado, trayendo a su memoria la historia de Ernesto Martel (José Luis Gómez), acaudalado hombre de negocios quien acabó con su carrera profesional y vida personal, precisamente, catorce años atrás, cuando financió una de sus películas, trayendo la fatalidad y la culpa a la vida de Caine. Este, tras el accidente de aquel entonces y tal cual él mismo lo señaló, “dejó de llamarse Mateo Blanco”.
“Los Abrazos Rotos” (recientemente nominada a Mejor Película en los Globos de Oro) significa el regreso de uno de los más grandes directores de habla hispana de las últimas décadas: Pedro Almodóvar. Protagonizada por Penélope Cruz (“Volver”, “Vicky Cristina Barcelona”) y Lluís Homar (“La Habitación de Fermat”, “La Mala Educación”), la cinta se presenta como una tragedia noir melodramática con absoluta personalidad, que repasa la fatídica historia de Mateo y su tortuosa relación con Lena, llena de intrigas y secretos, y en donde todo el peso interpretativo recae en él. La cinta se desarrolla principalmente en los estudios de grabación de “Chicas y Maletas”, la película que Blanco comienza a filmar junto a Lena como protagonista, seguido muy de cerca por Ernesto Martel, obsesivo productor y antigua pareja de ella. La exquisitez de sus escenas, la solemnidad detrás del lente de Almodóvar y la naturalidad en la crudeza al tocar los tópicos que el director acostumbra, lo convierten en un film intenso, colmado de pasión y con escenas que serán recordadas por muchos años en la memoria colectiva del cine español.
Con todos estos ingredientes, estamos frente a una de las obras más personales y autorreferentes del director. Todos sus deseos, miedos y temores plasmados en cada texto, en cada toma y en cada enfermiza pasión que siempre suele regalarnos: una complejidad narrativa única y momentos sacados del cine fatídico romántico más clásico de la época de los ’50. En la cinta, Harry Caine comienza a rodar “Chicas y Maletas”, inspirada evidente y libremente en “Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios” (1988), de autoría del propio Almodóvar.
A ratos, el film resulta frío y distante, sin lograr traspasar del todo los profundos sentimientos más allá de la pantalla y el guión queda cojo al momento de cerrar ciertos hechos y momentos que resultan claves en el desarrollo del film. Estos fallos mencionados (si pueden llamarse “fallos”), para cualquiera que reconoce un film de Almodóvar, sabrá reconocerlos ya como parte de su estilo y estética, amada por algunos, criticada por otros, que insisten en no sobrevalorar su trabajo. Esto es única y exclusivamente debido a la “maldita” -y agradecida por todos- obsesión del director por beber del cine en su máxima expresión y como un sensible medio para contar historias a través de las escenas más allá de las palabras. Vale mencionar la solemne banda sonora a cargo de Alberto Iglesias, con temas intensos hechos a medida para cada uno de los exquisitos fotogramas del director.
El cine abordado como proceso de sanación, cerrar heridas y mantener vivo el amor. La pasión, destinada al fracaso, baila entre los detalles, los colores y los insuperables planos que Almodóvar vuelve a imprimir con una calidad artística única. El producto es brillante, no así original, ya que poco nuevo le agrega el director a su extensa y aplaudida filmografía, que por lo pronto, vuelve a ser a través de “Los Abrazos Rotos”, el sensible suspiro de España… para el mundo.
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www.elotrocine.cl
“Los Abrazos Rotos” (recientemente nominada a Mejor Película en los Globos de Oro) significa el regreso de uno de los más grandes directores de habla hispana de las últimas décadas: Pedro Almodóvar. Protagonizada por Penélope Cruz (“Volver”, “Vicky Cristina Barcelona”) y Lluís Homar (“La Habitación de Fermat”, “La Mala Educación”), la cinta se presenta como una tragedia noir melodramática con absoluta personalidad, que repasa la fatídica historia de Mateo y su tortuosa relación con Lena, llena de intrigas y secretos, y en donde todo el peso interpretativo recae en él. La cinta se desarrolla principalmente en los estudios de grabación de “Chicas y Maletas”, la película que Blanco comienza a filmar junto a Lena como protagonista, seguido muy de cerca por Ernesto Martel, obsesivo productor y antigua pareja de ella. La exquisitez de sus escenas, la solemnidad detrás del lente de Almodóvar y la naturalidad en la crudeza al tocar los tópicos que el director acostumbra, lo convierten en un film intenso, colmado de pasión y con escenas que serán recordadas por muchos años en la memoria colectiva del cine español.
Con todos estos ingredientes, estamos frente a una de las obras más personales y autorreferentes del director. Todos sus deseos, miedos y temores plasmados en cada texto, en cada toma y en cada enfermiza pasión que siempre suele regalarnos: una complejidad narrativa única y momentos sacados del cine fatídico romántico más clásico de la época de los ’50. En la cinta, Harry Caine comienza a rodar “Chicas y Maletas”, inspirada evidente y libremente en “Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios” (1988), de autoría del propio Almodóvar.
A ratos, el film resulta frío y distante, sin lograr traspasar del todo los profundos sentimientos más allá de la pantalla y el guión queda cojo al momento de cerrar ciertos hechos y momentos que resultan claves en el desarrollo del film. Estos fallos mencionados (si pueden llamarse “fallos”), para cualquiera que reconoce un film de Almodóvar, sabrá reconocerlos ya como parte de su estilo y estética, amada por algunos, criticada por otros, que insisten en no sobrevalorar su trabajo. Esto es única y exclusivamente debido a la “maldita” -y agradecida por todos- obsesión del director por beber del cine en su máxima expresión y como un sensible medio para contar historias a través de las escenas más allá de las palabras. Vale mencionar la solemne banda sonora a cargo de Alberto Iglesias, con temas intensos hechos a medida para cada uno de los exquisitos fotogramas del director.
El cine abordado como proceso de sanación, cerrar heridas y mantener vivo el amor. La pasión, destinada al fracaso, baila entre los detalles, los colores y los insuperables planos que Almodóvar vuelve a imprimir con una calidad artística única. El producto es brillante, no así original, ya que poco nuevo le agrega el director a su extensa y aplaudida filmografía, que por lo pronto, vuelve a ser a través de “Los Abrazos Rotos”, el sensible suspiro de España… para el mundo.
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6,5
52.615
8
22 de octubre de 2014
22 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Up in the Air” (traducida brillantemente al español como “Amor sin Escalas” y espero que este paréntesis se lea con la ironía que corresponde) significa el regreso de uno de los directores más aplaudidos en los últimos años en la industria norteamericana, Jason Reitman, el mismo que se hizo mundialmente conocido por esa genial comedia sarcástica llamada “Thank You for Smoking” (2005) y dos años más tarde se consagrara con “Juno” (2007), siendo nominado incluso al Oscar. Ahora lo hace con tres actores reconocidos fácilmente por la gente: George Clooney (“Ocean’s Eleven”, “Michael Clayton”), Vera Farmiga (“The Departed”, “The Boy in the Striped Pyjamas”) y Anna Kendrick. Esta última la podrán recordar por su papel de Jessica, la amiga de Bella Swan en la saga “Twilight”, quien quizás por estos lados no nos resulte tan familiar, pero les aseguro que en los EEUU, los personajes y actores de “Crepúsculo” aún no pueden salir tranquilos a la calle.
¿La fórmula? Reitman mantiene la sátira, los diálogos trascendentales y los personajes que generan interés por el sólo hecho de estar en pantalla. Ryan Bingham (Clooney) trabaja para una empresa que se dedica a despedir personal. Viaja por todo el mundo llevando una vida despreocupada y llena de comodidades superfluas: colecciona tarjetas doradas, vip, y gran parte de su vida la pasa en los aeropuertos, hoteles y lobbies. Hasta que un día llega a su empresa Natalie Keener (Kendrick), una psicóloga quien es contratada para implementar un nuevo sistema de despidos, y es Ryan quien debe comenzar a viajar con ella y hacer las veces de tutor para enseñarle los secretos de tan desdichado trabajo. Esta es la excusa perfecta para que Reitman nos relate una historia repleta de reflexiones: la deshumanización a costa del trabajo, las relaciones personales, sentimentales, la dependencia económica, los miedos, las aprensiones y las contradicciones con las que día a día nos vemos encontrados y ni siquiera somos capaces de procesar. Ryan lleva una vida de mentiras, desechando gente de sus trabajos y convenciéndolos de que es lo mejor para él, su salud y su familia, mientras se autoconvence que en su propia vida todo anda bien, a pesar de tener escaso contacto con su familia, no ser capaz de establecer ninguna relación amorosa estable y sentirse felizmente solo por las noches. Una filosofía que no deja de alejarse del estereotipo que hoy en día comenzamos a crear, convirtiéndonos presos de la monotonía y ocultando el más profundo de nuestros temores dentro del cajón, bajo el escritorio o detrás de la ventana de un notebook.
La mano y el pulso del director consiguen alcanzar un equilibrio perfecto entre diversos géneros cinematográficos que pocas veces tenemos la oportunidad de acariciar. El papel es perfecto para George Clooney y su particular estilo: sarcástico y sincero, conquistador y tímido, egoísta pero sensible. Siempre capaz de transmitir lo esperado, lo vemos en uno de sus mejores trabajos, si no el mejor. Vera Farmiga luce elegante y lo suficientemente superficial como para ser la compañera de viajes perfecta de Ryan; y Anna Kendrick se roba por momentos la pantalla con una candidez e inocencia que no opaca su dura labor despidiendo a conmovidos empleados. La comedia y el drama, dos métodos incompatibles que Reitman esconde en cada habitación de los distintos estados de los EEUU en los que Ryan descansa para continuar al día siguiente. La sociedad americana observada por la más desoladora de las visiones, por los caminos equívocos que tomamos sin razonar ante el miedo al descontrol, sin preguntarnos antes si esta es la vida que queremos tener o es la que finalmente aceptamos como tal.
“¿Conoces ese momento en que miras a los ojos de una persona y sientes que están viendo tu alma y el mundo se paraliza?.. Yo no”. Ese es Ryan Bingham, experto en consolar a gente desconocida tras despedirla y acabar con su futuro, pero incapaz de cargar con su propia vida, que se reduce a una maleta, un par de llaves y una colección de tarjetas electrónicas.
Un guión prodigioso, que rescata lo mejor de sus actores para un fondo finalmente revelador y que es incapaz de ofender a la inteligencia del espectador por la sinceridad en su narrativa; una dirección ágil y seis nominaciones a los Globos de Oro (quedándose con el de Mejor Guión) convierten a “Up in the Air”, sin duda, en una de las mejores películas del año recién pasado y que, por supuesto, podrán disfrutar a partir de este próximo jueves, cuando arribe a nuestro país esta pequeña joya del cine moderno, ese que nos apunta cuando estamos de espaldas y mira hacia al cielo cuando le devolvemos la mirada.
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¿La fórmula? Reitman mantiene la sátira, los diálogos trascendentales y los personajes que generan interés por el sólo hecho de estar en pantalla. Ryan Bingham (Clooney) trabaja para una empresa que se dedica a despedir personal. Viaja por todo el mundo llevando una vida despreocupada y llena de comodidades superfluas: colecciona tarjetas doradas, vip, y gran parte de su vida la pasa en los aeropuertos, hoteles y lobbies. Hasta que un día llega a su empresa Natalie Keener (Kendrick), una psicóloga quien es contratada para implementar un nuevo sistema de despidos, y es Ryan quien debe comenzar a viajar con ella y hacer las veces de tutor para enseñarle los secretos de tan desdichado trabajo. Esta es la excusa perfecta para que Reitman nos relate una historia repleta de reflexiones: la deshumanización a costa del trabajo, las relaciones personales, sentimentales, la dependencia económica, los miedos, las aprensiones y las contradicciones con las que día a día nos vemos encontrados y ni siquiera somos capaces de procesar. Ryan lleva una vida de mentiras, desechando gente de sus trabajos y convenciéndolos de que es lo mejor para él, su salud y su familia, mientras se autoconvence que en su propia vida todo anda bien, a pesar de tener escaso contacto con su familia, no ser capaz de establecer ninguna relación amorosa estable y sentirse felizmente solo por las noches. Una filosofía que no deja de alejarse del estereotipo que hoy en día comenzamos a crear, convirtiéndonos presos de la monotonía y ocultando el más profundo de nuestros temores dentro del cajón, bajo el escritorio o detrás de la ventana de un notebook.
La mano y el pulso del director consiguen alcanzar un equilibrio perfecto entre diversos géneros cinematográficos que pocas veces tenemos la oportunidad de acariciar. El papel es perfecto para George Clooney y su particular estilo: sarcástico y sincero, conquistador y tímido, egoísta pero sensible. Siempre capaz de transmitir lo esperado, lo vemos en uno de sus mejores trabajos, si no el mejor. Vera Farmiga luce elegante y lo suficientemente superficial como para ser la compañera de viajes perfecta de Ryan; y Anna Kendrick se roba por momentos la pantalla con una candidez e inocencia que no opaca su dura labor despidiendo a conmovidos empleados. La comedia y el drama, dos métodos incompatibles que Reitman esconde en cada habitación de los distintos estados de los EEUU en los que Ryan descansa para continuar al día siguiente. La sociedad americana observada por la más desoladora de las visiones, por los caminos equívocos que tomamos sin razonar ante el miedo al descontrol, sin preguntarnos antes si esta es la vida que queremos tener o es la que finalmente aceptamos como tal.
“¿Conoces ese momento en que miras a los ojos de una persona y sientes que están viendo tu alma y el mundo se paraliza?.. Yo no”. Ese es Ryan Bingham, experto en consolar a gente desconocida tras despedirla y acabar con su futuro, pero incapaz de cargar con su propia vida, que se reduce a una maleta, un par de llaves y una colección de tarjetas electrónicas.
Un guión prodigioso, que rescata lo mejor de sus actores para un fondo finalmente revelador y que es incapaz de ofender a la inteligencia del espectador por la sinceridad en su narrativa; una dirección ágil y seis nominaciones a los Globos de Oro (quedándose con el de Mejor Guión) convierten a “Up in the Air”, sin duda, en una de las mejores películas del año recién pasado y que, por supuesto, podrán disfrutar a partir de este próximo jueves, cuando arribe a nuestro país esta pequeña joya del cine moderno, ese que nos apunta cuando estamos de espaldas y mira hacia al cielo cuando le devolvemos la mirada.
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6,1
25.340
5
22 de octubre de 2014
22 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuatro años tardó Peter Jackson para asumir la dirección de un nuevo film, luego de ese fracaso comercial que significó el remake de “King Kong” de 1933, tras hacerse cargo de la super trilogía de Tolkien, que marcó un antes y un después en la realización de cintas majestuosas y de larga duración. “The Lovely Bones” (“Desde mi Cielo”) iba a ser estrenada en Marzo del 2009, pero se decidió aplazar esta fecha hasta Diciembre, época de festivales, óscares y demases. Y no fue en vano: la cinta recibió una nominación a Mejor Actor de Reparto por el notable papel de Stanley Tucci para los Premios Oscar. Pero ¿De qué trata la última película de Jackson?
Es 1973. Susie Salmon (Saoirse Ronan) no tiene más de 16 años y es la hija de una familia feliz, acogedora y sin mayores problemas. Un día, y al regreso de clases, Susie es secuestrada, violada y asesinada brutalmente por George Harvey (Stanley Tucci), su vecino. Desesperado y sumido en la más absoluta desolación, Jack Salmon (Mark Wahlberg), su padre, comienza a investigar sobre el culpable y del cual no tiene ninguna sospecha. Mientras, desde el cielo, Susie intenta componer los hechos y observa como Harvey se dispone a encontrar su próxima víctima.
No se asusten. No revelé ningún secreto ni parte del argumento que no se pudiese saber antes de ver el film. Antes que cualquier escena, la cinta comienza con la voz de Susie informándonos que lo que vamos a ver es la historia de cómo ella fue asesinada. “Desde mi Cielo” se desarrolla en dos escenarios principales, la vida, en donde el padre de Susie hace lo imposible por dar con el asesino de su pequeña hija mientras los deseos de venganza lo nublan y lo obligan a cometer acciones que poco lo ayudan en su cometido; y el cielo, donde Susan llega y comienza a reconocer su muerte, a aceptar su trágico destino y a dilucidar lo que pasaba por la mente de su demencial vecino cuando acabó con su vida.
Claramente estamos frente a un estilo personal y una cinta con timbre y firma de Peter Jackson (que la volvemos a descubrir ahora después de largos años cuando hizo “Criaturas Celestiales” en 1994), a través de un film dividido en dos, que mezcla la sensibilidad y la edulcorante ternura arraigada en los ojos de Susie en su primera mitad, indefensa en un mundo desconocido y calurosamente colorido, adornado con exquisitos planos como pintados a mano; con el suspenso, la tensión y electrizantes escenas en su segunda mitad, donde la cinta se convierte en un thriller casi desesperado. Es quizás esta mezcla de géneros la que consigue desarmar un film que se sostiene sobre un argumento que parte sólido, anunciando una película trascendente, imponente y con gotas de surrealismo puro, pero que acaba por desdibujar a los personajes, desechando una historia poderosamente macabra y convirtiéndola en un thriller de venganza, buscando metáforas en donde no las hay e intentando suplir los desaciertos con detalles metafísicos, notables efectos visuales y uno que otro mensaje acerca del valor de la vida, la maldad inherente en la sociedad y las conexiones divinas gracias al poder del amor.
La pequeña Saoirse Ronan (“Atonement”, “City of Ember”) es la protagonista, quien se lleva todo el peso dramático del film y demuestra todo su talento, convirtiéndose en una de las grandes promesas del cine norteamericano. Quizás lo más rescatable de toda la cinta, junto con Stanley Tucci (“ER”, “The Terminal”), impecable como el vecino nominado al Oscar por este papel. Mark Wahlberg (“The Happening”, “Planet of the Apes”) desaprovecha su papel y no nos convence nunca de su profundo pesar y Rachel Weisz y Susan Sarandon –una como la madre y la otra como la abuela de Susie- resultan tan secundarios que poco hay que decir de sus trabajos.
En definitiva, lo nuevo de Jackson puede resultar efectivo y conmovedor si nos pilla en un momento complicado o con la sensibilidad a flor de piel, pero pasará al baúl de los recuerdos dentro de la sinuosa filmografía de un director que talento tiene de sobra, recursos no le faltan, pero que, en esta oportunidad, echa de menos esa mano amiga que lo ayude a dosificar contenidos y a sacarle provecho a historias tan potentes como esta, que se quedan en el mismo limbo desde donde Susie implora justicia y descubre un secreto que va más allá de lo evidente.
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Es 1973. Susie Salmon (Saoirse Ronan) no tiene más de 16 años y es la hija de una familia feliz, acogedora y sin mayores problemas. Un día, y al regreso de clases, Susie es secuestrada, violada y asesinada brutalmente por George Harvey (Stanley Tucci), su vecino. Desesperado y sumido en la más absoluta desolación, Jack Salmon (Mark Wahlberg), su padre, comienza a investigar sobre el culpable y del cual no tiene ninguna sospecha. Mientras, desde el cielo, Susie intenta componer los hechos y observa como Harvey se dispone a encontrar su próxima víctima.
No se asusten. No revelé ningún secreto ni parte del argumento que no se pudiese saber antes de ver el film. Antes que cualquier escena, la cinta comienza con la voz de Susie informándonos que lo que vamos a ver es la historia de cómo ella fue asesinada. “Desde mi Cielo” se desarrolla en dos escenarios principales, la vida, en donde el padre de Susie hace lo imposible por dar con el asesino de su pequeña hija mientras los deseos de venganza lo nublan y lo obligan a cometer acciones que poco lo ayudan en su cometido; y el cielo, donde Susan llega y comienza a reconocer su muerte, a aceptar su trágico destino y a dilucidar lo que pasaba por la mente de su demencial vecino cuando acabó con su vida.
Claramente estamos frente a un estilo personal y una cinta con timbre y firma de Peter Jackson (que la volvemos a descubrir ahora después de largos años cuando hizo “Criaturas Celestiales” en 1994), a través de un film dividido en dos, que mezcla la sensibilidad y la edulcorante ternura arraigada en los ojos de Susie en su primera mitad, indefensa en un mundo desconocido y calurosamente colorido, adornado con exquisitos planos como pintados a mano; con el suspenso, la tensión y electrizantes escenas en su segunda mitad, donde la cinta se convierte en un thriller casi desesperado. Es quizás esta mezcla de géneros la que consigue desarmar un film que se sostiene sobre un argumento que parte sólido, anunciando una película trascendente, imponente y con gotas de surrealismo puro, pero que acaba por desdibujar a los personajes, desechando una historia poderosamente macabra y convirtiéndola en un thriller de venganza, buscando metáforas en donde no las hay e intentando suplir los desaciertos con detalles metafísicos, notables efectos visuales y uno que otro mensaje acerca del valor de la vida, la maldad inherente en la sociedad y las conexiones divinas gracias al poder del amor.
La pequeña Saoirse Ronan (“Atonement”, “City of Ember”) es la protagonista, quien se lleva todo el peso dramático del film y demuestra todo su talento, convirtiéndose en una de las grandes promesas del cine norteamericano. Quizás lo más rescatable de toda la cinta, junto con Stanley Tucci (“ER”, “The Terminal”), impecable como el vecino nominado al Oscar por este papel. Mark Wahlberg (“The Happening”, “Planet of the Apes”) desaprovecha su papel y no nos convence nunca de su profundo pesar y Rachel Weisz y Susan Sarandon –una como la madre y la otra como la abuela de Susie- resultan tan secundarios que poco hay que decir de sus trabajos.
En definitiva, lo nuevo de Jackson puede resultar efectivo y conmovedor si nos pilla en un momento complicado o con la sensibilidad a flor de piel, pero pasará al baúl de los recuerdos dentro de la sinuosa filmografía de un director que talento tiene de sobra, recursos no le faltan, pero que, en esta oportunidad, echa de menos esa mano amiga que lo ayude a dosificar contenidos y a sacarle provecho a historias tan potentes como esta, que se quedan en el mismo limbo desde donde Susie implora justicia y descubre un secreto que va más allá de lo evidente.
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4,6
12.700
5
22 de octubre de 2014
22 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“A Nightmare on Elm Street” (2010) es un reboot de ese clásico de terror de 1984 que dirigiera el maestro del género Wes Craven, y no una precuela, como muchos pueden haber pensado tras haber visto el trailer de la nueva cinta. En esta vemos la misma historia que protagonizara Robert Englund (actor que encarnara a Freddy durante toda la saga) y Jhonny Depp en su primer papel en el cine, pero alterada, con nuevos personajes, una trama con nuevos detalles y, definitivamente, otro Freddy Krueger. La cinta intenta revitalizar la exitosa franquicia de los 80, pero termina por convertirse en un producto meramente comercial, como muchos ya lo imaginábamos, principalmente por tres importantes factores:
1. La nula experiencia del director Samuel Bayer haciendo cine. Con vasta trayectoria en dirección de videos musicales para Garbage, Blink 182, Green Day, entre otras bandas, “A Nightmare on Elm Street” es su ópera prima, lo que queda en desvelo ante una serie de situaciones que son imposibles dejarlas pasar, como la poca descripción de los personajes, que resulta fundamental para conseguir una comprensión absoluta del guión, más aún considerando que se trata de una historia conocida pero que se presenta con modificaciones importantes y son justamente estas las que debemos entender; o el desincronizado argumento, que en una cinta de terror tan lineal como esta debe ir de la mano junto con una atmósfera inquietante a medida que el horror se presenta, pero acá no existen matices, carece de ritmo y no hay ningún atisbo de originalidad, lo que recae también en el mediocre trabajo de los guionistas.
2. El pésimo casting. Personajes vacíos con una capacidad de expresión mínima, como sacados de alguna mala serie noventera de estudiantes de secundaria, no aportan a que una película genere un interés real en los espectadores. Esto no sorprende mucho a estas alturas en este tipo de películas últimamente, pero el terror no deja de exigir talento a los protagonistas. Si no, recordemos a Carol Anne en “Poltergeist”, a Damien en “La Profecía” o a la propia Carrie, en ese clásico homónimo escrito por Stephen King y dirigido por Brian De Palma en 1976.
3. El nuevo Freddy. No es culpa de Jackie Earle Haley haber sido escogido como el nuevo Krueger. Es más, su trabajo en la cinta es de lo mejor que podemos encontrarle a una película tan fallida como esta. Su interpretación le da un nuevo brío a este psicópata, ahora más oscuro, más real y más sanguinario que nunca. Pero la esencia de Krueger y por lo que la saga fue tan exitosa, fue precisamente por el descarnado estilo que Wes Craven le quiso dar, un tipo desquiciado, sarcástico, que prefería asustar, corretear y jugar con sus víctimas, más allá de cometer un crimen en cuanto tuviese la oportunidad. Definitivamente, la vida y el alma de Krueger le pertenecen a Robert Englund.
Si bien se rescatan un par de crudas y explícitas imágenes, en donde se agradecen los buenos efectos; los escalofriantes gritos de Katie Cassidy durante la primera parte del film; y clásicas escenas restauradas de la cinta original; el argumento sólo se sostiene en un par de buenos sustos, decayendo a medida que avanza el film. Técnicamente, la cinta no deslumbra ni tampoco se queda atrás al momento de utilizar los recursos más solicitados en el cine de terror. No existen planos que puedan sorprender por su calidad ni giros argumentales que puedan restar previsibilidad, la que siempre se agradece y en esta oportunidad la echamos mucho de menos.
Lo mejor de este fallido intento y los únicos ganadores son definitivamente, Wes Craven y Robert Englund, los grandes ausentes, que miran desde lo lejos como Michael Bay, productor de la cinta y la mente detrás de bodrios cinematográficos/éxitos comerciales como “Armageddon” (1998), “Transformers” (2007) y “Viernes 13” (2009), terminó por transformar una cinta ícono del cine slasher de los ochenta, en un producto taquillero, reciclable y -como ya es costumbre la eterna dicotomía del cine- una mina de oro para llenar sus arcas, a costa de una historia entrañable y recordada precisamente, por su calidad y ese psycho killer inigualable, como pocos.
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1. La nula experiencia del director Samuel Bayer haciendo cine. Con vasta trayectoria en dirección de videos musicales para Garbage, Blink 182, Green Day, entre otras bandas, “A Nightmare on Elm Street” es su ópera prima, lo que queda en desvelo ante una serie de situaciones que son imposibles dejarlas pasar, como la poca descripción de los personajes, que resulta fundamental para conseguir una comprensión absoluta del guión, más aún considerando que se trata de una historia conocida pero que se presenta con modificaciones importantes y son justamente estas las que debemos entender; o el desincronizado argumento, que en una cinta de terror tan lineal como esta debe ir de la mano junto con una atmósfera inquietante a medida que el horror se presenta, pero acá no existen matices, carece de ritmo y no hay ningún atisbo de originalidad, lo que recae también en el mediocre trabajo de los guionistas.
2. El pésimo casting. Personajes vacíos con una capacidad de expresión mínima, como sacados de alguna mala serie noventera de estudiantes de secundaria, no aportan a que una película genere un interés real en los espectadores. Esto no sorprende mucho a estas alturas en este tipo de películas últimamente, pero el terror no deja de exigir talento a los protagonistas. Si no, recordemos a Carol Anne en “Poltergeist”, a Damien en “La Profecía” o a la propia Carrie, en ese clásico homónimo escrito por Stephen King y dirigido por Brian De Palma en 1976.
3. El nuevo Freddy. No es culpa de Jackie Earle Haley haber sido escogido como el nuevo Krueger. Es más, su trabajo en la cinta es de lo mejor que podemos encontrarle a una película tan fallida como esta. Su interpretación le da un nuevo brío a este psicópata, ahora más oscuro, más real y más sanguinario que nunca. Pero la esencia de Krueger y por lo que la saga fue tan exitosa, fue precisamente por el descarnado estilo que Wes Craven le quiso dar, un tipo desquiciado, sarcástico, que prefería asustar, corretear y jugar con sus víctimas, más allá de cometer un crimen en cuanto tuviese la oportunidad. Definitivamente, la vida y el alma de Krueger le pertenecen a Robert Englund.
Si bien se rescatan un par de crudas y explícitas imágenes, en donde se agradecen los buenos efectos; los escalofriantes gritos de Katie Cassidy durante la primera parte del film; y clásicas escenas restauradas de la cinta original; el argumento sólo se sostiene en un par de buenos sustos, decayendo a medida que avanza el film. Técnicamente, la cinta no deslumbra ni tampoco se queda atrás al momento de utilizar los recursos más solicitados en el cine de terror. No existen planos que puedan sorprender por su calidad ni giros argumentales que puedan restar previsibilidad, la que siempre se agradece y en esta oportunidad la echamos mucho de menos.
Lo mejor de este fallido intento y los únicos ganadores son definitivamente, Wes Craven y Robert Englund, los grandes ausentes, que miran desde lo lejos como Michael Bay, productor de la cinta y la mente detrás de bodrios cinematográficos/éxitos comerciales como “Armageddon” (1998), “Transformers” (2007) y “Viernes 13” (2009), terminó por transformar una cinta ícono del cine slasher de los ochenta, en un producto taquillero, reciclable y -como ya es costumbre la eterna dicotomía del cine- una mina de oro para llenar sus arcas, a costa de una historia entrañable y recordada precisamente, por su calidad y ese psycho killer inigualable, como pocos.
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5,3
11.678
4
22 de octubre de 2014
22 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Más terrorífica que El Exorcista… más tensa que El Orfanato”. Con esa frase se promocionaba “Case 39” para la fecha de su estreno el año pasado, y que recién la semana pasada hizo arribo a nuestro país. Cinta que se suma a esa larga lista de películas terror suspenso que los EEUU exporta año a año y en la que vuelve a repetir una fórmula agotada pero, en muchos casos, efectiva, cuya ecuación resulta bastante poco original: escaso número de personajes, una protagonista principal, un(a) niño(a) y un horrible secreto. Poco que decir sobre estos elementos que siempre van a conspiran para meter susto y romper la taquilla, y “Caso 39” no es la excepción, ya que mantiene muchos de los estereotipos y clichés imprescindibles, diseñados para conseguir los sustos precisos en los momentos más (o menos) adecuados, y los personajes nunca alcanzan a estar lo suficientemente bien definidos, por mencionar un par de tópicos recurrentes dentro del género. Pero tiene ciertos aspectos que la hacen algo especial por sobre sus paralelas.
Sumamos una nueva pequeña gran actriz a la constelación de futuras estrellas, Jodelle Ferland, quien se roba la película, con bruscos cambios de personalidad que, por momentos, consigue todo el miedo que el espectador precisa, llevándonos de la ternura e inocencia a un plano de inseguridad absoluta; la historia no resulta totalmente inverosímil gracias a un guión realizado sin ninguna pretensión, que reconoce lo que pretende y, por ello, no abusa de giros y se hace coherente con una atmósfera llena de tensión, pero de manera sobria, silenciosa y muy bien cuidada; hay una utilización mínima de efectos especiales y sangre a destajo; y podemos conocer -por fin- a Renée Zellweger en otro género que no sea el de las comedias melosas, del que, en esta vez, sale muy bien parada (si a alguien le molesta esa falta de expresividad de la actriz o tiene problemas con cada película en la que participa, definitivamente le molestará su trabajo en la cinta que fuese). Probablemente un guión más preparado y podríamos haber estado frente a un nuevo hito dentro de la recalcitrante cinematografía del horror.
Una historia aterradora que va decayendo a medida que avanzan los minutos, basada en una relación madre-hija como argumento central y con todo lo que esto significa en términos sociales, emocionales y afectivos, y que, a pesar de sus falencias narrativas, consigue la atmósfera suficiente como para robarnos la tranquilidad sentados en la butaca. Lamentablemente, y a pesar de las buenas intenciones del director, la cinta desaprovecha la oportunidad de sacarle mayor partido a la historia personal de la pequeña Lilith, a su talento y a su capacidad de envolvernos con una sola mirada, y opta por volver a estrellarnos al techo de la sala con subidas de música y apariciones sorpresivas frente a la cámara, que en definitiva, marcan la diferencia entre una cinta que pretende atraer por su cantidad y no por su calidad. Un buen intento que se queda sólo en eso y que, por cierto, pudo ser mucho más.
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Sumamos una nueva pequeña gran actriz a la constelación de futuras estrellas, Jodelle Ferland, quien se roba la película, con bruscos cambios de personalidad que, por momentos, consigue todo el miedo que el espectador precisa, llevándonos de la ternura e inocencia a un plano de inseguridad absoluta; la historia no resulta totalmente inverosímil gracias a un guión realizado sin ninguna pretensión, que reconoce lo que pretende y, por ello, no abusa de giros y se hace coherente con una atmósfera llena de tensión, pero de manera sobria, silenciosa y muy bien cuidada; hay una utilización mínima de efectos especiales y sangre a destajo; y podemos conocer -por fin- a Renée Zellweger en otro género que no sea el de las comedias melosas, del que, en esta vez, sale muy bien parada (si a alguien le molesta esa falta de expresividad de la actriz o tiene problemas con cada película en la que participa, definitivamente le molestará su trabajo en la cinta que fuese). Probablemente un guión más preparado y podríamos haber estado frente a un nuevo hito dentro de la recalcitrante cinematografía del horror.
Una historia aterradora que va decayendo a medida que avanzan los minutos, basada en una relación madre-hija como argumento central y con todo lo que esto significa en términos sociales, emocionales y afectivos, y que, a pesar de sus falencias narrativas, consigue la atmósfera suficiente como para robarnos la tranquilidad sentados en la butaca. Lamentablemente, y a pesar de las buenas intenciones del director, la cinta desaprovecha la oportunidad de sacarle mayor partido a la historia personal de la pequeña Lilith, a su talento y a su capacidad de envolvernos con una sola mirada, y opta por volver a estrellarnos al techo de la sala con subidas de música y apariciones sorpresivas frente a la cámara, que en definitiva, marcan la diferencia entre una cinta que pretende atraer por su cantidad y no por su calidad. Un buen intento que se queda sólo en eso y que, por cierto, pudo ser mucho más.
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