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Críticas 178
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
10
30 de marzo de 2006
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lumet siempre da lo mejor e sí cuando aparentemente nada está a su favor. Una historia poco prometedora y un presupuesto reducido han sido algunos de los elementos con los que Lumet siempre ha luchado en su cine, pero siempre ha salido airoso. Como ya hizo en 12 hombres sin piedad, se entrega a una narración agobiante, rodada en un único escenario durante el 95% del metraje, y que debería ser de estudio para todo aquel que pretenda dirigir un thriller medio decente.

Toda la película se ve influida por el hecho de que los ladrones no son más que unos patéticos inexpertos que únicamente quieren el dinero sin haber planificado ninguna estrategia del robo. Esto se ve perfectamente como Pacino se hace un lío cuando intenta sacar la escopeta al principio del robo, y de que uno de sus compañeros abandone. Ambos son dos perdedores, aunque cada uno con un matiz diferente: Sonny tiene un gran corazón, y roba el dinero por amor, y Seal es un tipo callado que únicamente desea el dinero para salir de la mediocridad. Cuando se dan cuenta de que en el banco no hay dinero, su lamentable plan se viene abajo, y su poca profesionalidad sale a flote.

Cuando uno ve un comienzo como este, se plantea que va a ver una peli de disparos, de acción pura y dura. Pero mucha gente no cuenta con la habilidad de Lumet, maestro de la dirección austera, y que saca una buena historia de donde aparentemente sólo hay acción. La película gira entonces hacía un drama que, en cierto modo, podría titularse como un resumen de las inquietudes sociales de la época. Aquí Lumet nos cuenta las inquietudes de los personajes, por qué pretenden robar el atraco, y sus personalidades quedan al descubierto, sobre todo la de Sonny, con un Al Pacino extraordinario, lleno de chispa, y un John Cazale soberbio, como en cada una de sus películas. Pero es aquí también donde Lumet comienza a atacar a la sociedad: una imperante importancia de los medios de comunicación, que casi se meten en el banco, un profundo sentimiento de homofobia por parte de toda la sociedad, incluyendo al propio Seal, y la pobreza y el paro en los barrios bajos de las grandes urbes que representan el poder capitalista.

Una genial obra de Lumet, donde todo funciona como un reloj suizo, y que hará que no nos podamos mover de la silla durante su visionado.
2 de abril de 2006
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con esta película también mantengo una relación especial debido a dos cosas: por que adoro a Welles, y por que Lime es " su personaje ". Es en cierto modo como Kurtz en Apocalypse Now: no le vemos, pero está ahí, su presencia inunda siempre la pantalla aunque sólo se hable de el. Y evidentemente, cuando sale en pantalla en ese primer plano iluminado provocado por la luz de una casa, Welles, con cara de pillo, irradia algo especial, algo indescriptible, pero desde que sale en pantalla, consigue algo extraordinario: que estés más pendiente de él que del grandísimo Joseph Cotten. Sale 20 minutos, pero... ¡ Qué 20 minutos !. Es un personaje que conocemos lo que ha hecho, sabemos todas las maldades que ha cometido, y todo por dinero, pero a pesar de ello no podemos evitar sentir fascinación por él, incluso me atrevería a decir que atracción...

La verdad es que la dirección guarda muchas similitudes con el estilo wellesiano. Esos planos contrapicados, esos planos generales donde casi se monta teatro, el uso de la iluminación para contar la historia, que le da un toque expresionista, creando una atomósfera excelente... apoyado todo ello con el célebre toque de la cítara de Karas. Las escenas de la persecución por los bajos de la ciudad es sencillamente increíble. No soy un gran fan de Carol Reed, pero aquí raya a una altura extraordinaria. Me dicen que esa secuencia la ha dirigido Don Alfredo, y me lo creo perfectamente, por que juega con el montaje de forma excelente. Pero sin duda alguna la gran base de todo ello es el genial guion de Graham Greene. El planteamiento que nos cuenta es realmente básico, pero conforme todo se desarrolla, la intriga de los personajes, y sus relaciones, consigen dotar a toda la película de una maravillosa velocidad, con un grandísimo uso de las transiciones por parte de Reed.

La verdad es que el trío protagonista está estupendo. Welles... ya he dicho todo lo que tenía que decir, está extraordinario, lo mismo que Cotten. Este actor ha tenido la desgracia de estar siempre en un segundo plano, aún cuando tiene algunas de las mejores interpretaciones de la historia. Sólo hay que ver La sombra de una duda para saber por que es de los mejores actores de los años 40, y es injustamente maltratado cuando no se habla de él entre los grandes maestros de la interpretáción. Alida Valli, una actriz de la que lamentablemente no he visto mucho, hace aquí el papel de su carrera sin duda alguna. Toda la película con ese aire melancólico, tentada por Holly Martins. Ambos saben lo que quieren, pero tienen miedo de llevarlo a cabo. Y todo se ve en ese maravilloso y larguísimo ( y wellesiano, por que no) plano final, donde todos pensamos que ella se va a marchar con Cotten....
12 de octubre de 2008
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una serie de películas en las que siempre pienso cuando escucho a la alegre familia del cine español gimotear y quejarse de la falta de dinero para producir cine y que además, el público no acuda a ver sus egocéntricas películas de corte social, y entre ellas están Breve encuentro, rodada durante la posguerra en Inglaterra en un tiempo récord y con un presupuesto ínfimo, Roma, ciudad abierta, hecha con restos de película de otras producciones de la etapa fascista, y o El diablo sobre ruedas, vibrante y feroz película de género que supuso debut tras las cámaras del genio Steven Spielberg, rodada con poquísimos medios pero constatando que lo que realmente vale en esto es el talento de los que hacen la película y no la cuenta corriente, y la muestra de un director que ilusionaba en sus comienzos y que se peleaba con la industria para poder llevar sus sueños a cabo, y que contrasta con el judío conformista y acomodado que se dedica a producir y, desde que ganó su único Oscar hace ahora casi diez años, dirigir con el piloto automático con la salvedad de Munich, entregado a ver cómo su cuenta corriente aumenta día tras día mientras está sentado en su despacho con su gorrita de béisbol. Y es que aquí Spielberg se traviste de Hitchcock para narrar con una precisión absoluta una cinta que tenía todas las papeletas de convertirse en el clásico producto de consumo rápido en la tele y que pasase sin pena ni gloria, pero con su cámara, el excelente guión de Richard Matheson y el portentoso montaje la llevaron a la historia.

Spielberg se basa en una idea muy hitchcockiana a la hora de abordar la película basada en el relato del autor de Soy leyenda, un hombre normal y corriente enfrentado a algo extraordinario, que no es ni más ni menos que la maldad en su más pura concepción, estableciendo un vínculo casi emocional entre hombre y máquina que va más allá de lo meramente físico, pues nunca llegamos a ver al piloto del camión, como advertíamos en la portentosa secuencia de la cafetería, con la cual Spielberg se doctora en planificación y utilización del zoom, destacando el juego de primeros planos casi leonianos y los juegos de miradas que se establecen entre el protagonista y los diferentes camioneros que son juzgados, y le termina dando un toque realmente fantasmagórico al vehículo. Es constante la sensación de encierro, de ver al personaje enclaustrado en unos fotogramas en los que se juega con el espacio de una manera prodigiosa, presentando incluso las carreteras del desierto como un lugar cerrado, en donde la claustrofobia crece hasta límites insospechados, con un acabado formal simplemente perfecto en el que advertimos un regusto constante a películas como Psicosis y la huída de Marion de sus problemas con el fajo de billetes en el coche, o Detour, por cómo un viaje en carretera puede convertirse en una carrera a contrarreloj por tu vida por culpa del maldito azar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En esto último recuerda al clásico hitchcockiano de Los Pájaros, puesto que la arbitrariedad rige todos los acontecimientos de la película, y las decisiones del camión son totalmente inexplicables, más allá del posible control de un demiurgo que se dedique a hacerle la vida imposible al bueno de Dennis Mann. Y Spielberg explota eso en su favor, aprovecha la coyuntura para jugar con el toque supraterrenal del camión, que aparece y desaparece según le viene en gana para crear así el suspense oportuno, dejando alguna impronta para la eternidad, como esa secuencia en la que el camión aparece entre las sombras y enciende sus luces como las de un animal rabioso dispuesto a embestir a su presa hasta destrozarla.

Y es que el personaje encarnado por Dennis Weaver cumple el patrón del héroe mathesoniano, ya sea cinematográfico o literario, como el Ben Fischer de La casa infernal, el Robert Neville de Soy leyenda o el Scott Carey de El increíble hombre menguante, un individuo sometido a una situación superior, por llamarlo de algún modo, que, de forma metafórica, habla acerca de su mayor problema, y que termina convirtiendo una historia de terror aparentemente convencional en una película de tensión y miedo psicológico, ya sean vampiros para hablar de la soledad, una casa encantada para hablar acerca de la superación de las ataduras que, en cierta medida, nos autoimponemos por nuestros miedos, o de un camión que representa esa cobardía que la propia mujer le echa en cara a Mann, para terminar hablando de la responsabilidad y la valentía, y convertir esa reunión de trabajo en una especie de huida placentera de la realidad del protagonista (que escucha la radio y habla con ella cuando un oyente cuenta sus mismos problemas, es decir, que su mujer es quien lleva los pantalones) y que culmina en un viaje pesadillesco. Por tanto, tenemos claro el retrato que se hace del personaje, un perdedor con una vida rutinaria que un buen día decidió cruzarse en el camino de un ente diabólico que conducía un camión con una apariencia que casi adelantaba al Tiburón spielbergiano, para terminar convirtiéndose casi en una especie de versión road movie que bordea el surrealismo de Moby Dick. Para romper la monotonía que supondría el continuo juego en la carretera, la acción sufre algunas digresiones en las que el protagonista se para a reflexionar acerca de lo acontecido, en ese constante gusto por el monólogo interior que siempre tienen los personajes de Matheson, y que, si bien es cierto que podría resultar redundante, ya que con el hábil juego de la cámara y la utilización de los primeros planos por parte de Spielberg se captaría bien el significado de cada escena, terminan por hacer un retrato más profundo de los miedos del conductor. La cinta te atrapa y no te suelta, te zarandea y no te deja respirar, te marea y te mete en el asiento del copiloto y tú casi buscas una manera de dejar atrás el camión que, más o menos, se ha convertido en tu destino.
2 de septiembre de 2006
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda película que se pretende grande debe contener un cúmulo de virtudes que superen a sus fallos, y estos, por defecto, deben escasear. De nuevo nos damos de bruces ante la incapacidad del cine español para contar una historia que se supere a sí misma.

El guión es sencillamente desastroso. Está formado por 20 momentos que no tienen concatenación ninguna con lo que ha venido ocurriendo hasta segundos antes, y el fallo de la elipsis es grandísimo, ya que en algunos momentos no sabemos si estamos ante un flashback o un momento del presente. También carece el guión de un hilo conductor principal, comenzando por un tema y acabando por algo totalmente diferente. Las escenas aparecen al libre albedrío, sin que tengan nada que ver con el momento anterior. No se explica nada, sencillamente ocurre, y ese es el gran fallo por el que esta película ya de por sí es un chasco. Un guión demasiado complejo, con muchos datos en poco tiempo, cuyas pequeñas tramas nunca se cierran, y que nunca explica bien el motivo por el suceden las cosas o por el que actúan los personajes. Carecen de motivación, simplemente, están en pantalla. Y se desaprovechan los mejores personajes, como el de Angélica, Copons, Quevedo o el Conde-Duque de Olivares . Algunas escenas, especialmente las de batalla, están mal dirigidas, con tanto primer plano que el espectador nunca es consciente de dónde está ubicado, y con la consabida traba de que no se entiende por qué ocurren algunas escenas. La escena final de Rocroi es sencillamente de vergüenza ajena, con una música que casi parece de los toros, y eso de Tercio español suena casi a sketch de Los Morancos.

La dirección tan notable de actores que tanto nos han vendido es verdad a medias. El acento de Viggo es el gran problema de la película. Sencillamente, su acento hace que parezca una parodia, porque Viggo se ha esforzado, y ha compuesto un gran personaje, pero la dicción es un lastre que hace mucho daño a la película. Elena Anaya, Ariadna Gil, Eduard Fernández... pero sobre todo, Echanove y Cámara, bordan sus papeles. Únax Ugalde a ratos parece un tipo consistente y creíble, y a ratos un niño llorica que pretende poner caritas de pena porque su enamorada le putea, y Noriega está más forzado que en el anuncio de la tónica. Y Blanca Portillo no es que esté mal, pero es que no entiendo que la llamasen para interpretar a un personaje masculino, porque yo al menos no me la creí. Alguna que otra brillante escena, como la del hospital de sifilíticas, no consiguen subir el listón.

Artísticamente, la película es brillante en la mayoría de los momentos. Tenemos algunas escenas que parecen auténticos cuadros de Velázquez, y algunos planos nocturnos son directamente de Caravaggio, pero también hay alguno que no entiendes como hacen esa maravilla y luego un plano totalmente anodino, y hasta cutre. Díaz Yanes se empeña en dejar la cámara fija, y parece empeñado en morir con esta idea, ya que algunas escenas requieren que se les de fuerza.
12 de marzo de 2008
22 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que el cine de Tarantino triunfase en la primera mitad de los 90 trajo como resultado que le saliera una serie de hijos bastardos que trataron de copiar su estilo sin acercarse al talento del, a la postre, decepcionante director y uno de sus máximos representantes es el bueno de Kevin Smith, alguien que ha hecho del tragar y regurgitar elementos del decálogo legislativo friki todo un arte y que por ello es amado por un numeroso público pero que no sabe hacer otra cosa que comedias autoreferenciales hechas por y paras freaks varios, siendo incapaz de hacer un cine más maduro y fracasando cuando pretende ponerse más serio y tratar algo que no sean debates morales sobre Darth Vader o Spiderman. En esta película, que debería estar en otra liga, Kevin Smith, tanto en la escritura como en la dirección, no sabe nunca qué rumbo tomar, y entrega un retrato de cómo fue la vida posterior al instituto de los personajes de Salvados por la campana.

Sin embargo, a pesar de la superficialidad de su propuesta, la película tiene sus virtudes, y, cómo siempre, vienen de la parte cómica que construye Kevin Smith. Apoyado en un brillante y desaprovechado Jason Lee, algunos diálogos realmente hilarantes levantan el resultado final, y hacen que se eche de menos a su personaje en más escenas, más aún viendo quien protagonizaba la película. Ben Affleck, mal cómico, peor actor dramático, opositor a peor actor de la historia, nunca consigue que nos creamos a su atormentado personaje, y da una nueva lección magistral del Estilo Affleck, inmutabilidad supina, una mole incapaz de transmitir ni si quiera frialdad. La construcción de las partes cómicas de la historia llevan ese sello irreverente del mejor Kevin Smith, ese payaso autoparódico que logra sacar algunos momentos realmente impagables.

Y es que, aunque en la vida real, las relaciones sean algo incomprensible, en el cine, el buen cine, ese alejado de experimentos y performances baratas más propias de reuniones de modernillos, todo debe tener una justificación sólida, y no la paupérrima y adolescente trama que cuenta, a modo de rumor colegial, esa ruptura amorosa. Algunos dirán que el director quiso mostrar que en el fondo, cuando uno está enamorado, no deja de ser un adolescente y comportarse como tal, pero justificar la irracionalidad del carácter de algunos personajes y los irrisorios momentos dramáticos y desgarradores a lo Tennessee Williams que conducen a un final irrisorio, con esa argumentación no deja de ser más que una excusa barata. En cuanto el personaje de Joey Lauren Adams aparece en pantalla, el resto parece sobrar, y el melodrama colegial que se cuenta zozobra, y es que Kevin Smith no sabe no ser gamberro, no comprende que hay vida más allá de los comics y demás elementos de la cultura freak y que las personas no impresas amamos u odiamos de forma realista y no cómo los amores de telenovela que se gastan Peter Parket y Mary Jane.
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