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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
2
14 de julio de 2016
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se quejaban las actrices de Juego de tronos de la escasez de desnudos integrales del reparto masculino. Tenían toda la razón. Mientras Daenerys y compañía exponían todos sus encantos, la presencia de penes y culos varoniles en la exitosa serie de televisión era y sigue siendo prácticamente anecdótica. Pues bien, ahí tienen Bang gang, el debut de la francesa Eva Husson, para ver satisfechos sus deseos. La protagonista adolescente del filme le pide en un momento dado a su compañero de clase que le enseñe el miembro con el irrefutable argumento de que ellos cuentan siempre con la ventaja de poder medirles los pechos. El chaval, ni corto ni perezoso, se baja los pantalones y lo exhibe sin rubor. Punto a favor.

Es el único mérito, quizá, de una cinta que tiene el valor de autodenominarse como una historia de amor moderno. Pocas veces el dicho ‘dime de qué presumes y te diré de lo que careces’ cobra tanta relevancia como en esta película que no sólo termina siendo de una demagogia bastante antigua y casposa sino que además llega tarde. Concretamente, 21 años más tarde del estreno de ‘Kids’, otra ópera prima, esta vez de Larry Clark, mucho más valiente y transgresora que este hueco sucedáneo.

La película es consciente de lo que vende desde el propio título y póster hasta el comienzo, que arranca con un flashforward en forma de orgía de imágenes. Una vez situado el espectador, sabiendo que tarde o temprano habrá carne en el asador, el guión nos retrotrae a los inicios del juego sexual que da nombre a la cinta. Un ‘beso o acción’ llevado al extremo que surge de la mente de un grupo de adolescentes caprichosos y aburridos. La eterna y cansina denuncia de la apatía en la que viven inmersos nuestros adolescentes.

Para más inri, Bang gang ni siquiera alcanza interés como mero producto excitante. Las escenas sexuales están rodadas sin ningún tipo de valor artístico. Ni sirven como objeto de denuncia ni, lo que todavía es más triste, para calentar al personal. Burdas imágenes de folleteo y drogas que no escandalizarán ni al más retrógrado de la sala. La directora parece desconocer que el sexo hace ya tiempo que dejó de ser un reclamo facilón para convertirse en un recurso al que añadirle valor. Algo que, por ejemplo, aplicó perfectamente Gaspar Noé en Love.

El que logre alcanzar el final del filme, tras múltiples disputas entre las dos amigas adolescentes, idas y venidas sin destino y orgías varias, se encontrará con un mensaje mucho menos sutil que el que podría surgir de un centro de planificación familiar. Una cinta vacía de contenido, nula en sus formas, que es casi tan dañina como el sexo inseguro. No contagia la sífilis pero extermina todas nuestras neuronas.
polvidal
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3
4 de diciembre de 2015
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
…[en el capítulo anterior…] Nos ha jodido de nuevo la insaciable industria de Hollywood en general y los responsables de la saga Los juegos del hambre en particular. Si el año pasado denunciábamos la execrable estrategia de dividir los desenlaces de sagas en dos partes, obligándonos a pasar doblemente por caja y haciéndonos sentir como idiotas aborregados, esta vez la condena es aún mayor. Y es que la interminable espera no ha merecido la pena. Los acontecimientos me obligaron a dividir la crítica en dos entregas. Ahora es el turno de cerrarla y no hay palabras suficientes para describir la cara de gilipollas que se le queda a uno cuando se enfrenta a los títulos de crédito y echa la vista atrás.

[en el capítulo anterior…] Tuvimos la santa paciencia de esperar doce meses para el ansiado final de Katniss Everdeen. Incluso pasamos por alto ese innecesario, alargado hasta la exasperación, primer peaje hacia el desenlace. Intuíamos, inocentes de nosotros, que la traca final deslumbraría este agonizante camino. Pero para nuestra sorpresa, la primera hora de lo que debía ser un adiós de infarto se convierte en una sucesión de escenas soporíferas en las que prima la verborrea y, lo más preocupante, la inacción. Viniendo de un debut absolutamente apabullante como fue Los juegos del hambre y de una En llamas que repetía el esquema con menor soltura, este Sinsajo se ha descubierto como la debacle definitiva de una saga venida a menos, que nos prometió un final épico y ha terminado por ofrecernos un descafeinado hasta nunca.

[en el capítulo anterior…] Convertida Katniss en una mera marioneta propagandística, sólo cabía esperar de ella un nuevo despertar, una apertura de ojos que nos devolviera a la heroína que nos encandiló rebelándose contra Los juegos del hambre. Pero ese momento no termina de llegar en Sinsajo. Parte 2 y Jennifer Lawrence se ve obligada a mantener ese rostro impasible, imperturbable, durante buena parte del metraje. El guión al menos le reserva una escena hacia el final en la que puede lucir ante un gato su innegable talento, pero inmediatamente después, el epílogo se encarga de derribar el mito y de convertir una saga supuestamente feminista en todo un bochorno que rasgará, y con razón, las vestiduras de más de una mujer.

[en el capítulo anterior…] Ese preámbulo extendido a lo largo de más de dos horas parecía reservar el despliegue de efectos especiales para esta última entrega. Sin embargo, sólo una escena con tsunami de chapapote logra cautivar a un espectador ávido de más emociones fuertes. Ni siquiera la resolución de la venganza contra el presidente Snow termina de manera satisfactoria. Tanto ruido, tanto despliegue, tanta premisa engañosa, para que al final Donald Sutherland se despida por la puerta de atrás, apenas sin molestar, casi pidiendo perdón.

[en el capítulo anterior…] La lección aprendida a lo largo de las tres películas anteriores, a lo largo de este hype desinflado, puede resultar muy perjudicial para el resto de sagas adolescentes. ¿Alguien confía ahora en Tris y su lucha como divergente? ¿Qué podemos esperar llegados a este punto de El corredor del laberinto? Si la saga madre se ha ido derribando como un castillo de naipes, ¿qué cabe esperar ahora de sus sucedáneas? Mantendremos la esperanza, al menos en la infravalorada serie de Veronica Roth. Es nuestra nueva esperanza para no volver a sentirnos víctimas de una muy bien planificada estafa.
polvidal
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Chemsex
Documental
Reino Unido2015
6,5
458
Documental
7
14 de julio de 2016
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos en plenos festejos del Orgullo. En ese ambiente festivo, en el que la reclamación de los derechos de la comunidad LGTBI parecen más un pretexto que un objetivo, tampoco estaría de más un poco de autocrítica dentro del colectivo. En plena vorágine de Grindr y sexo exprés llega este documental, Chemsex, para cortarles el rollo a los que sólo buscan divertirse. Un reportaje devastador que plasma en imágenes y pone rostro a una realidad soterrada: el alarmante aumento de prácticas de riesgo y de infecciones de transmisión sexual.

Puede que muy pocos se sientan identificados con un extremo que va al alza en la ciudad de Londres y que ya corretea por las principales ciudades de nuestro país, las maratones que combinan las prácticas sexuales más arriesgadas con la droga dura, pero es una muestra de lo lastimosa que puede llegar a ser la búsqueda insaciable del placer. El placer reconvertido en dolor. Paradojas de una sociedad eternamente insatisfecha.

Los testimonios que consiguen los británicos William Fairman y Max Gogarty para este incomodísimo documental son de incalculable valor para un periodista. Nombres y apellidos que tienen el valor de sentarse frente a una cámara para narrar su decadencia, su visible deterioro físico y psicológico fruto de las sesiones de slamming, fisting y otras nomenclaturas que convierten en tendencia de moda las prácticas que ya resultaron devastadoras en el pasado.

Porque lo que nos muestran las escenas de Chemsex es un viaje a los 80, cuando el sida y las drogas hicieron estragos, especialmente en la comunidad homosexual. Jeringas inyectadas, sangre, sexo yonqui, mandíbulas temblorosas, ojos deshumanizados. Y, sin embargo, lo peor de todo está en las declaraciones de los entrevistados, víctimas de las secuelas de una adicción. “Antes que una vida sin drogas preferiría la eutanasia” o “Entiendo que algunos quieran contagiarse de VIH. Es mejor que vivir con el miedo a tenerlo”. Quién confiesa semejantes barbaridades, con la mirada triste y perdida, es un apuesto chico que con 26 años es seropositivo y que ni siquiera se plantea cómo salir de un pozo sin fondo.

Aunque la cinta no escatima en imágenes escabrosas, no se conforma con la superficie. Indaga en las motivaciones que conducen a estos hombres a sumergirse en una espiral de autodestrucción. La soledad, la exclusión, la necesidad de pertenecer a un colectivo, aunque sea de seres en estado de alucinación, son las principales causantes que arguye el documental. Es la sensación que desprenden cada uno de los protagonistas, la de un colectivo que sólo ha sabido encontrar su sitio en brazos de otra realidad, prisioneros de una dependencia de la que resulta prácticamente imposible escapar.

Por suerte, Chemsex también deja hueco para la pedagogía y nos presenta a un joven entrañable, que ha logrado despertar de la pesadilla y que ocupa su tiempo en ayudar a los que se encuentran en su misma situación. Un atisbo de esperanza para un trabajo documental que deja en el espectador una sensación de tristeza y de mal cuerpo difíciles de superar. No es la cinta más idónea para el ambiente lúdico festivo del Orgullo pero sí para despertar al colectivo de su letargo. La homofobia no es el único enemigo.
polvidal
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7
23 de septiembre de 2015
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los dramas románticos de época suelen revestirse de tantos elementos de redundancia, de exaltación de las emociones, que a menudo se acercan más a la teatralidad que al realismo del pasado. Terence Davies, fiel a su obsesión por los pequeños detalles, a su ritmo pausado, consigue con Sunset song precisamente lo contrario, que ni las actuaciones ni la fotografía ni la banda sonora eclipsen su objetivo de adaptar la novela de Lewis Grassic Gibbon de la manera más fidedigna posible.

Esta no es una historia de chismes palaciegos ni de grandes amores imposibles. Es el retrato de una época en la que la mujer debía asumir el papel de buena hija, buena esposa y buena madre. Eso se traducía en agachar la cabeza ante el autoritarismo y la violencia del padre, los deseos carnales del marido y los caprichos del hijo. La mujer como una mera sirvienta en un cosmos de domino machista, esa realidad que las grandes cintas de época suelen obviar.

Davies no escatima detalles sobre la tormentosa existencia de la protagonista durante la primera mitad de su vida, cuando tantos progenitores se aficionaban a la hebilla del cinturón como método de adoctrinamiento. La segunda mitad, con la irrupción del amor y de la guerra, resulta un poco más atropellada, con vaivenes de personalidad no tan detenidamente descritos como al principio. Pero lo que queda perfectamente reflejado es la evolución de un personaje principal sumamente atractivo, reforzado, esta vez sí, por una interpretación memorable y una fotografía hermosísima.
polvidal
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8
14 de febrero de 2014
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Complicado lo tiene una película para que no se la etiquete de lacrimógena cuando el cáncer infantil asoma en su sinopsis. De hecho, difícil lo tendrá el espectador para mantener el pañuelo seco e impoluto. Porque Alabama Monroe es un drama en toda regla, pero más que recreado en la tragedia de una enfermedad se orienta hacia el estallido y el declive de una hermosa historia de amor, la que surge entre una tatuadora profesional y el músico de una banda de country o, para los puristas de la música, de bluegrass.

Y es que la película, una de las grandes favoritas para el Oscar al mejor filme de habla no inglesa, no merece los descalificativos del melodrama medio. Es una lección de buena música, un desafío narrativo, incluso un profundo debate sobre la religión. Pero sobre todo es un duelo interpretativo entre dos desconocidos a los que desearemos seguir la pista. Ella es Veerle Baetens, una belleza belga que canta como los ángeles, flamante ganadora del European Film Award por su papel de Elise. Él es Johan Heldenbergh, puro carisma flamenco que se marca un memorable speech sobre el escenario.

Entre ellos se desprende una química que irradia verdad, ya sea en las relaciones sexuales como en las hirientes broncas matrimoniales. Ya sea en los ojos de enamorada de ella asistiendo a su primer recital como cuando él le grita "cabrona hija de puta" en las horas más bajas de la pareja. Una involución a la que además no asistimos de una forma lineal sino a través de un juego de flashbacks y flashforwards nada convencional.

El cáncer infantil, por tanto, es un capítulo sin duda doloroso en esta historia vital pero no el epicentro de la trama, en la que también confluyen sonrisas y esperanzas. En días como hoy, plagados de azúcar y corazones, más vale desintoxicarse con una buena dosis de realidad, por momentos capaz de encogerte el alma, por momentos con la capacidad suficiente para inmortalizar en imágenes un amor sin edulcorantes.
polvidal
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