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Críticas ordenadas por utilidad
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7
18 de marzo de 2017
18 de marzo de 2017
42 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
No entiendo por qué a todas las series de Marvel/Netflix debería juzgárselas por un mismo rasero, más allá de que vayan encaminadas a unir sus héroes en una serie mayor.
Daredevil y Jessica Jones, pese a su condición callejera, siempre fueron primeras espadas de la editorial, presentes en todos sus grandes eventos y referentes entre sus personajes.
Mientras que Luke Cage y Puño de Hierro no dejaban de ser, con todo el respeto, una festiva recreación de los tópicos de la época que les vio nacer: para el primero iba el cine "blaxploitation" reivindicativo, y las artes marciales setenteras eran terreno del segundo.
Contando con eso, 'Iron Fist' se transforma en un viaje del héroe tan clásico como es el del extrañado occidental intentando comprender esencias orientales, y por el camino se divierte explotando todos los aspectos de ese atractivo desarrollo.
Danny Rand llega a Nueva York tras largos años de ausencia, pies descalzos destacando contracorriente a los mocasines generales, y su actitud es la de alguien que cree que va a ser bien recibido por la feliz infancia que dejó atrás.
Nada más lejos de la realidad: su renovado espíritu ayuda, pero no basta para ocultarle la triste verdad de que esta ya no es la ciudad que conoció, algo confirmado por los fríos trajeados que le desprecian, a los que antes llamaba familia, y la empresa con un nombre que ya no le pertenece.
El apellido de Rand significó algo hace mucho tiempo, para el propio Danny, para sus casi hermanos Brand y Joy, y para una ética empresarial que ha acabado por anteponer el beneficio a la necesidad social.
El recién llegado, tratando de conectar con la pureza mística de su hogar de acogida cada vez que se siente perdido, intenta insuflar esa misma pureza a este redescubierto mundo suyo, solo para que le respondan con violencia, traición e intereses fraudulentos.
Y es por eso que su naturaleza de elegido por el Iron Fist, otorgada en el mítico monasterio de K'un-Lun, empieza a hacer más falta que nunca.
El acierto sin embargo es despojar a K'un-Lun de toda veracidad, haciendo que sea solo ensoñaciones, recuerdos semienterrados, conversaciones en las que Danny no para de insistir sobre su mágica naturaleza, dejando así un poso de duda sobre si todo lo que le ha sucedido ha sido real.
No sabemos si el rico heredero es un iluminado o un loco, pero de alguna manera vemos como esa experiencia ha cambiado su manera de actuar y percibir a sus semejantes.
Y es entonces cuando empezamos a apreciar que existen más personas a su alrededor embargadas por fuerzas místicas, en deuda con ellas, pero carentes de la elevación espiritual que Danny ha conseguido.
Dichas fuerzas actúan misteriosamente, cierran tratos en la oscuridad, reconstruyen la ciudad a su imagen y semejanza, y mantienen presas a las pocas personas que pueden hacerles frente.
Colleen Wing es una de esas personas, devaluando su instrucción de lucha en peleas callejeras, cubriendo sus ganas de cambiar las cosas con una fina capa de cinismo, y en general siendo la bala perdida que el viejo misticismo dice que debe ser en una ciudad deshumanizada y dependiente de los negocios, hasta que encuentra una razón en la cruzada de Danny.
Existe un trasfondo del ser humano que ha perdido su pureza, tan inocente pero a la vez tan claro que se gana tu simpatía y se convierte en el corazón de la serie.
Danny, en su retorno a la vida que dejó, se ve afectado por esa falta de brújula moral, dudando de si realmente volvió para ser el legendario Iron Fist... o simplemente volvió porque quería experimentar, por una vez en 15 años... cómo era ser Danny Rand.
"En este mundo no hay lugar para las artes místicas" le dice una persona que conoce por igual los fríos mecanismos del negocio y las milenarias técnicas de K'un-Lun, certificando que el rico heredero no va a encontrar la honestidad y bondad que tanto busca, da igual que mire entre sus amigos y allegados.
Incluso, más adelante en la serie, el elegido por el Iron Fist deberá plantearse si sus poderes del puño brillante van a ser los de un mítico defensor con la tarea de restablecer el orden, o los de un pobre diablo que los robó para acabar sirviendo a su propia venganza.
¿No se puede volver a la civilización sin contaminarse de la pobreza moral general?
¿O la civilización estaba ya contaminada y solo sus nuevas habilidades pueden arrojar luz sobre ella?
Un necesario fondo para un efectivo entretenimiento, que disfruta, como todas las de Marvel/Netflix, de dar una seria relevancia a conceptos inequívocamente juguetones.
Por dios, si dicen que una organización de ninjas es "real, no como los Illuminati", y acto seguido meten duelos milenarios, chiflados guardianes de sectas secretas o personas capaces de burlar a la muerte.
El enterramiento por gran parte de la crítica y de los aficionados suena a un pedirle peras al olmo que carece de sentido.
Porque esta serie no está nada mal, para una incursión al estilo Marvel en el mundo de las místicas artes marciales orientales.
Y todo ello sin perder en ningún momento ese aura de cómic menor pero agradecido, que siempre le ha caracterizado a este personaje.
Daredevil y Jessica Jones, pese a su condición callejera, siempre fueron primeras espadas de la editorial, presentes en todos sus grandes eventos y referentes entre sus personajes.
Mientras que Luke Cage y Puño de Hierro no dejaban de ser, con todo el respeto, una festiva recreación de los tópicos de la época que les vio nacer: para el primero iba el cine "blaxploitation" reivindicativo, y las artes marciales setenteras eran terreno del segundo.
Contando con eso, 'Iron Fist' se transforma en un viaje del héroe tan clásico como es el del extrañado occidental intentando comprender esencias orientales, y por el camino se divierte explotando todos los aspectos de ese atractivo desarrollo.
Danny Rand llega a Nueva York tras largos años de ausencia, pies descalzos destacando contracorriente a los mocasines generales, y su actitud es la de alguien que cree que va a ser bien recibido por la feliz infancia que dejó atrás.
Nada más lejos de la realidad: su renovado espíritu ayuda, pero no basta para ocultarle la triste verdad de que esta ya no es la ciudad que conoció, algo confirmado por los fríos trajeados que le desprecian, a los que antes llamaba familia, y la empresa con un nombre que ya no le pertenece.
El apellido de Rand significó algo hace mucho tiempo, para el propio Danny, para sus casi hermanos Brand y Joy, y para una ética empresarial que ha acabado por anteponer el beneficio a la necesidad social.
El recién llegado, tratando de conectar con la pureza mística de su hogar de acogida cada vez que se siente perdido, intenta insuflar esa misma pureza a este redescubierto mundo suyo, solo para que le respondan con violencia, traición e intereses fraudulentos.
Y es por eso que su naturaleza de elegido por el Iron Fist, otorgada en el mítico monasterio de K'un-Lun, empieza a hacer más falta que nunca.
El acierto sin embargo es despojar a K'un-Lun de toda veracidad, haciendo que sea solo ensoñaciones, recuerdos semienterrados, conversaciones en las que Danny no para de insistir sobre su mágica naturaleza, dejando así un poso de duda sobre si todo lo que le ha sucedido ha sido real.
No sabemos si el rico heredero es un iluminado o un loco, pero de alguna manera vemos como esa experiencia ha cambiado su manera de actuar y percibir a sus semejantes.
Y es entonces cuando empezamos a apreciar que existen más personas a su alrededor embargadas por fuerzas místicas, en deuda con ellas, pero carentes de la elevación espiritual que Danny ha conseguido.
Dichas fuerzas actúan misteriosamente, cierran tratos en la oscuridad, reconstruyen la ciudad a su imagen y semejanza, y mantienen presas a las pocas personas que pueden hacerles frente.
Colleen Wing es una de esas personas, devaluando su instrucción de lucha en peleas callejeras, cubriendo sus ganas de cambiar las cosas con una fina capa de cinismo, y en general siendo la bala perdida que el viejo misticismo dice que debe ser en una ciudad deshumanizada y dependiente de los negocios, hasta que encuentra una razón en la cruzada de Danny.
Existe un trasfondo del ser humano que ha perdido su pureza, tan inocente pero a la vez tan claro que se gana tu simpatía y se convierte en el corazón de la serie.
Danny, en su retorno a la vida que dejó, se ve afectado por esa falta de brújula moral, dudando de si realmente volvió para ser el legendario Iron Fist... o simplemente volvió porque quería experimentar, por una vez en 15 años... cómo era ser Danny Rand.
"En este mundo no hay lugar para las artes místicas" le dice una persona que conoce por igual los fríos mecanismos del negocio y las milenarias técnicas de K'un-Lun, certificando que el rico heredero no va a encontrar la honestidad y bondad que tanto busca, da igual que mire entre sus amigos y allegados.
Incluso, más adelante en la serie, el elegido por el Iron Fist deberá plantearse si sus poderes del puño brillante van a ser los de un mítico defensor con la tarea de restablecer el orden, o los de un pobre diablo que los robó para acabar sirviendo a su propia venganza.
¿No se puede volver a la civilización sin contaminarse de la pobreza moral general?
¿O la civilización estaba ya contaminada y solo sus nuevas habilidades pueden arrojar luz sobre ella?
Un necesario fondo para un efectivo entretenimiento, que disfruta, como todas las de Marvel/Netflix, de dar una seria relevancia a conceptos inequívocamente juguetones.
Por dios, si dicen que una organización de ninjas es "real, no como los Illuminati", y acto seguido meten duelos milenarios, chiflados guardianes de sectas secretas o personas capaces de burlar a la muerte.
El enterramiento por gran parte de la crítica y de los aficionados suena a un pedirle peras al olmo que carece de sentido.
Porque esta serie no está nada mal, para una incursión al estilo Marvel en el mundo de las místicas artes marciales orientales.
Y todo ello sin perder en ningún momento ese aura de cómic menor pero agradecido, que siempre le ha caracterizado a este personaje.
7
21 de abril de 2020
21 de abril de 2020
33 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de Jane Austen, rara vez no sería un caballo ganador.
Si encima tienes un puñado de intérpretes a la altura y localizaciones a juego, para qué más.
A la joven Emma, de 21 años, reza el intertítulo introductorio, nunca le ha pasado "nada".
Cómo le va a pasar, si en su sociedad de casas señoriales aisladas todos juegan al "si te he visto, no me acuerdo" y un milímetro más de sonrisa no está permitido, so pena de quedar estigmatizada en toda reunión social a la que uno se presente.
Es un mundo constreñido y constriñente, mucho más de lo que coloridos vestidos y delicadas medias de satén dejan entrever, si bien es cierto que Emma lo navega con sarcástica soltura, capeando los comentarios de Mr. Knightley y aconsejando a la inocente Harriet Smith sobre su vida amorosa.
Como de costumbre, esto es otro folletín lioso sobre lo malas que son las apariencias cuando dejan poso, lo chungos que se vuelven los príncipes cuando quieren tocar teta y la divertida pesadumbre de querer vivir una vida simple cuando todo lo que hay a tu alrededor son campos, ovejas y amantes.
Pero:
- Ana Taylor-Joy se lo carga a hombros sin mucho esfuerzo.
- Mia Goth vuelve a avasallar con su rango actoral.
(Bill Nighy anda por ahí, creo yo consciente de su condición de mueble)
- Y las madejas amorosas tienen un reconfortante sabor a buena cosecha, nada pastelero y muy cuidado.
Cuando brilla especialmente es cuando apunta a los vértices desencantadores de su marco, cuando se atreve a afirmar que perseguir la sonrisa es mil veces más fatigoso que fingirla, y las apariencias rompen máscaras a golpe de lágrimas.
Pero, mientras tanto, es pura delicia e ironía bien sostenida.
Alegría.
Si encima tienes un puñado de intérpretes a la altura y localizaciones a juego, para qué más.
A la joven Emma, de 21 años, reza el intertítulo introductorio, nunca le ha pasado "nada".
Cómo le va a pasar, si en su sociedad de casas señoriales aisladas todos juegan al "si te he visto, no me acuerdo" y un milímetro más de sonrisa no está permitido, so pena de quedar estigmatizada en toda reunión social a la que uno se presente.
Es un mundo constreñido y constriñente, mucho más de lo que coloridos vestidos y delicadas medias de satén dejan entrever, si bien es cierto que Emma lo navega con sarcástica soltura, capeando los comentarios de Mr. Knightley y aconsejando a la inocente Harriet Smith sobre su vida amorosa.
Como de costumbre, esto es otro folletín lioso sobre lo malas que son las apariencias cuando dejan poso, lo chungos que se vuelven los príncipes cuando quieren tocar teta y la divertida pesadumbre de querer vivir una vida simple cuando todo lo que hay a tu alrededor son campos, ovejas y amantes.
Pero:
- Ana Taylor-Joy se lo carga a hombros sin mucho esfuerzo.
- Mia Goth vuelve a avasallar con su rango actoral.
(Bill Nighy anda por ahí, creo yo consciente de su condición de mueble)
- Y las madejas amorosas tienen un reconfortante sabor a buena cosecha, nada pastelero y muy cuidado.
Cuando brilla especialmente es cuando apunta a los vértices desencantadores de su marco, cuando se atreve a afirmar que perseguir la sonrisa es mil veces más fatigoso que fingirla, y las apariencias rompen máscaras a golpe de lágrimas.
Pero, mientras tanto, es pura delicia e ironía bien sostenida.
Alegría.
Lemony Snicket - Una serie de eventos desafortunados
Lemony Snicket - Una serie de eventos desafortunados
Serie

6,6
3.217
Mark Hudis (Creador), Barry Sonnenfeld (Creador) ...
8
14 de enero de 2017
14 de enero de 2017
32 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la serie de libros "Una Serie de Catastróficas Desdichas" se suele desplegar un perverso y finísimo sentido del humor negro.
Su autor, Daniel Handler, alias Lemony Snicket, a menudo emplea esa forma de narrar no como algo planificado, sino como protección ante un mundo inhóspito y cruel, sin ninguna consideración hacia los niños que en él se encuentran.
Los adultos malvados existen, cuenta Snicket, nada que no supiéramos. Pero a veces pueden ganar, y salirse con la suya sin nadie que pueda impedirlo.
Algo que los tres Baudelaire aún no saben al principio de su triste historia.
Como cualquier niño, ellos solo piensan en sus propias cosas, pasan días nublados en la Playa Salada, y no se inquietan porque sus padres les manden dar un paseo fuera de casa.
Porque sus padres saben lo que se debe hacer, un adulto siempre va a saber eso, y no hay manera de que quieran aprovecharse de un niño.
La interesantísima película de 2004 con un magnífico Jim Carrey y un espectacular ambiente gótico quizá no resaltaba tanto el punto que esta no menos espectacular serie quiere destacar: lo duro que es darse cuenta, a tierna edad, de que el mundo es un lugar más frío y lleno de secretos de lo que hemos pensado.
Pero, al igual que la película, la serie elige tratarlo con el más resignado de los humores, sin embellecer nada pero tampoco subrayando todo lo malo que sucede.
Un contenido Lemony Snicket nos lleva de la mano por habitaciones polvorientas y túneles oscuros, estructuras pasadas de la historia que hemos querido que nos cuenten, cuidando nuestra ilusión y nuestra decepción, para que las moderemos siempre que sea necesario.
Otra señal, si se piensa bien, de que esta historia quiere tratar a su oyente con el mayor de los respetos, sin insultar a la inteligencia de quien está harto de oír los mismos finales felices de siempre.
Lemony Snicket sabe que necesitamos sus interrupciones, necesitamos atontar esta historia para tragarla, de lo triste y veraz que podría llegar a ser.
Tres niños huérfanos huyendo de las mentiras y manipulaciones de los adultos no podría ser de otra forma.
Así les acompañamos, en su deriva entre tutores de todos los pelajes y comportamientos, buenos o malos, pero siempre sin ganas de comprender a sus recién adoptados.
Los Baudelaire hablan e intentan hacerse entender, denunciando al horrible Conde Olaf (una grotesca y esforzadísima composición de un desatado Neil Patrick Harris), pero todas las veces reciben un "ya lo entenderéis cuando seáis mayores" o un "cómo habláis así a un adulto".
¿Un adulto de los que engañan y asesinan por una fortuna? ¿un adulto de los que guardan secretos potencialmente mortales? ¿adultos de los que crean sociedades secretas para un mundo mejor que dar a sus hijos y no lo consiguen?
Prefiero seguir siendo un niño inteligente como los Baudelaire que un adulto traicionero e ignorante como el Conde Olaf.
Siendo un niño, seguro que no se me escaparían los guiños autoconscientes de un relato como este, más inteligentes de lo que parece y agradecidamente agridulces en sus reflexiones.
Sin ir más lejos, me perdería toda la "ironía dramática" del episodio en el cine, dónde un cómplice Conde Olaf me está diciendo que para qué ir a ver dichosas películas subtituladas y con canciones, a cines lejos de mi casa, cuando puedo estar viendo esta serie desde la comodidad de mi cuenta Netflix.
No tendría por qué dar un juicio de sabiondo cuando la película acabe, apresurado e inflexible, como suelen hacer los adultos.
Claro que, siendo un niño, tampoco me llegaría a dar cuenta de que los momentos felices pueden dar lugar a otros tristes.
Por eso Snicket nos cuenta esta historia, para que ese adulto que somos pueda ayudar a entender ciertas cosas al niño todavía presente dentro de nosotros, como que esos momentos felices van a seguir existiendo, por muy mal que podamos pasarlo.
Por eso se vuelve a contar una historia como esta.
Que una nueva serie de catastróficas desdichas pueda continuar su funesto desarrollo es algo tan profundamente retorcido e irónico que el propio Lemony Snicket se habría llevado las manos a la cabeza de saberlo.
Pero así somos: nos encanta la pena, la tristeza y la desolación.
Siempre que vengan envueltas en la inspiradora historia de tres huérfanos que nunca se dejaron vencer por ellas.
Su autor, Daniel Handler, alias Lemony Snicket, a menudo emplea esa forma de narrar no como algo planificado, sino como protección ante un mundo inhóspito y cruel, sin ninguna consideración hacia los niños que en él se encuentran.
Los adultos malvados existen, cuenta Snicket, nada que no supiéramos. Pero a veces pueden ganar, y salirse con la suya sin nadie que pueda impedirlo.
Algo que los tres Baudelaire aún no saben al principio de su triste historia.
Como cualquier niño, ellos solo piensan en sus propias cosas, pasan días nublados en la Playa Salada, y no se inquietan porque sus padres les manden dar un paseo fuera de casa.
Porque sus padres saben lo que se debe hacer, un adulto siempre va a saber eso, y no hay manera de que quieran aprovecharse de un niño.
La interesantísima película de 2004 con un magnífico Jim Carrey y un espectacular ambiente gótico quizá no resaltaba tanto el punto que esta no menos espectacular serie quiere destacar: lo duro que es darse cuenta, a tierna edad, de que el mundo es un lugar más frío y lleno de secretos de lo que hemos pensado.
Pero, al igual que la película, la serie elige tratarlo con el más resignado de los humores, sin embellecer nada pero tampoco subrayando todo lo malo que sucede.
Un contenido Lemony Snicket nos lleva de la mano por habitaciones polvorientas y túneles oscuros, estructuras pasadas de la historia que hemos querido que nos cuenten, cuidando nuestra ilusión y nuestra decepción, para que las moderemos siempre que sea necesario.
Otra señal, si se piensa bien, de que esta historia quiere tratar a su oyente con el mayor de los respetos, sin insultar a la inteligencia de quien está harto de oír los mismos finales felices de siempre.
Lemony Snicket sabe que necesitamos sus interrupciones, necesitamos atontar esta historia para tragarla, de lo triste y veraz que podría llegar a ser.
Tres niños huérfanos huyendo de las mentiras y manipulaciones de los adultos no podría ser de otra forma.
Así les acompañamos, en su deriva entre tutores de todos los pelajes y comportamientos, buenos o malos, pero siempre sin ganas de comprender a sus recién adoptados.
Los Baudelaire hablan e intentan hacerse entender, denunciando al horrible Conde Olaf (una grotesca y esforzadísima composición de un desatado Neil Patrick Harris), pero todas las veces reciben un "ya lo entenderéis cuando seáis mayores" o un "cómo habláis así a un adulto".
¿Un adulto de los que engañan y asesinan por una fortuna? ¿un adulto de los que guardan secretos potencialmente mortales? ¿adultos de los que crean sociedades secretas para un mundo mejor que dar a sus hijos y no lo consiguen?
Prefiero seguir siendo un niño inteligente como los Baudelaire que un adulto traicionero e ignorante como el Conde Olaf.
Siendo un niño, seguro que no se me escaparían los guiños autoconscientes de un relato como este, más inteligentes de lo que parece y agradecidamente agridulces en sus reflexiones.
Sin ir más lejos, me perdería toda la "ironía dramática" del episodio en el cine, dónde un cómplice Conde Olaf me está diciendo que para qué ir a ver dichosas películas subtituladas y con canciones, a cines lejos de mi casa, cuando puedo estar viendo esta serie desde la comodidad de mi cuenta Netflix.
No tendría por qué dar un juicio de sabiondo cuando la película acabe, apresurado e inflexible, como suelen hacer los adultos.
Claro que, siendo un niño, tampoco me llegaría a dar cuenta de que los momentos felices pueden dar lugar a otros tristes.
Por eso Snicket nos cuenta esta historia, para que ese adulto que somos pueda ayudar a entender ciertas cosas al niño todavía presente dentro de nosotros, como que esos momentos felices van a seguir existiendo, por muy mal que podamos pasarlo.
Por eso se vuelve a contar una historia como esta.
Que una nueva serie de catastróficas desdichas pueda continuar su funesto desarrollo es algo tan profundamente retorcido e irónico que el propio Lemony Snicket se habría llevado las manos a la cabeza de saberlo.
Pero así somos: nos encanta la pena, la tristeza y la desolación.
Siempre que vengan envueltas en la inspiradora historia de tres huérfanos que nunca se dejaron vencer por ellas.

4,0
886
2
17 de febrero de 2017
17 de febrero de 2017
29 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Madre mía.
A veces no sé si algunos cineastas carecen del olfato para darse cuenta de que algo no funciona, de la sensibilidad para extraer cosas buenas de material normalito, o las dos cosas a la vez.
'Shut In' es la clase de película que cabrea.
Por muchos motivos, pero los principales es que carece de interés en su mayor parte, la historia que la sustenta apenas daría para corto alargado, y porque piensa que su girazo final no se ve venir a kilómetros de distancia, dejando aparte que es tonto de solemnidad (repitamos otra vez: UN. GIRO. FINAL. NO. HACE. UNA. PELÍCULA).
El caso es que la historia de una madre atrapada en casa, rodeada de invierno perpetuo, enfrentándose a las peores situaciones que podría hacer frente una madre, podría tener su gracia.
Tener a un hijo completamente en shock, como un muerto en vida, y otro desaparecido podría ser la antesala a explorar la posible vena egoísta de una mujer que nunca imaginó sus deseos de formar una familia feliz de manera tan deprimente.
Pero se usa dos veces el recurso de "¡ah, sustaco! ¡oh, era un sueño!". DOS VECES. Imperdonable cuando una película no tiene nada que venderte y el interés que le estás prestando está al borde del abismo.
¿Por qué no naufraga completamente dicho interés? Por Santa Naomi, madre de los truños desamparados, patrona de las causas perdidísimas.
Naomi Watts es capaz de aguantarlo todo, cargándose la película a hombros como si tal cosa y haciendo creíble el drama de una madre negativizada por los hijos que ha tenido. Si hubiera algún Oscar a remar de culo, cuesta arriba y contra el viento, esta mujer debería ganarlo.
Lástima que decida prestar su talento a infraproductos como este, tan pendientes de ser sorprendentes que se olvidan de ser interesantes.
A veces no sé si algunos cineastas carecen del olfato para darse cuenta de que algo no funciona, de la sensibilidad para extraer cosas buenas de material normalito, o las dos cosas a la vez.
'Shut In' es la clase de película que cabrea.
Por muchos motivos, pero los principales es que carece de interés en su mayor parte, la historia que la sustenta apenas daría para corto alargado, y porque piensa que su girazo final no se ve venir a kilómetros de distancia, dejando aparte que es tonto de solemnidad (repitamos otra vez: UN. GIRO. FINAL. NO. HACE. UNA. PELÍCULA).
El caso es que la historia de una madre atrapada en casa, rodeada de invierno perpetuo, enfrentándose a las peores situaciones que podría hacer frente una madre, podría tener su gracia.
Tener a un hijo completamente en shock, como un muerto en vida, y otro desaparecido podría ser la antesala a explorar la posible vena egoísta de una mujer que nunca imaginó sus deseos de formar una familia feliz de manera tan deprimente.
Pero se usa dos veces el recurso de "¡ah, sustaco! ¡oh, era un sueño!". DOS VECES. Imperdonable cuando una película no tiene nada que venderte y el interés que le estás prestando está al borde del abismo.
¿Por qué no naufraga completamente dicho interés? Por Santa Naomi, madre de los truños desamparados, patrona de las causas perdidísimas.
Naomi Watts es capaz de aguantarlo todo, cargándose la película a hombros como si tal cosa y haciendo creíble el drama de una madre negativizada por los hijos que ha tenido. Si hubiera algún Oscar a remar de culo, cuesta arriba y contra el viento, esta mujer debería ganarlo.
Lástima que decida prestar su talento a infraproductos como este, tan pendientes de ser sorprendentes que se olvidan de ser interesantes.
7
8 de julio de 2018
8 de julio de 2018
33 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal vez sea la suciedad.
Suciedad no de porquería, sino de bajeza moral, de esperanza perdida servida con una costra ennegrecida por violencia salvaje y desatada.
Eso, más que cualquier otra cosa, es lo que me repugna de esta historia.
No me quiero quedar en 'Ghostland'.
Sus protagonistas tampoco.
Pero, al contrario que yo, que podría pausar la película y abandonarla, ellas no tienen ese privilegio.
"Una bruja y un ogro" llegaron a la casa que heredaron, y les arrancaron cada pedazo de inocencia a golpes furiosos, que años más tarde siguen doliendo como un miembro fantasma que no ha cicatrizado del todo.
Beth los convirtió en literatura, pero Vera... se quedó allí, atrapada, siempre esperando presencias que nunca se irían del todo.
Y aquí entra en juego la inteligencia de Pascal Laugier: con un perverso sentido de la oportunidad, nos arranca de lo cotidiano, nos hunde hasta la cabeza en la infame suciedad y luego vuelve a empezar.
Parecería que no hay manera de disociar ambas líneas temporales en esa casa maldita, atestada de artefactos que ocultan, se arrastran y esperan.
Ni me doy cuenta cómo, y ya he vuelto a la terrorífica noche que Beth quiso dejar atrás, con aquella hermana dandóme la bienvenida a su estado mental.
Supongo que, en el fondo, nunca se abandona a los propios fantasmas, por mucho que se quiera reescribirlos, debilitarlos o aislarlos.
En nosotros existe esa tierra espectral de la que habla el título, y la cuestión no es si algún día despertará, sino si tendremos la valentía de enfrentarla para vivir con ella un día más.
Ahí está el mérito de esta película: pase lo que pase, no seré capaz de olvidar las emociones que me ha despertado esa malsana, asfixiante suciedad.
Suciedad no de porquería, sino de bajeza moral, de esperanza perdida servida con una costra ennegrecida por violencia salvaje y desatada.
Eso, más que cualquier otra cosa, es lo que me repugna de esta historia.
No me quiero quedar en 'Ghostland'.
Sus protagonistas tampoco.
Pero, al contrario que yo, que podría pausar la película y abandonarla, ellas no tienen ese privilegio.
"Una bruja y un ogro" llegaron a la casa que heredaron, y les arrancaron cada pedazo de inocencia a golpes furiosos, que años más tarde siguen doliendo como un miembro fantasma que no ha cicatrizado del todo.
Beth los convirtió en literatura, pero Vera... se quedó allí, atrapada, siempre esperando presencias que nunca se irían del todo.
Y aquí entra en juego la inteligencia de Pascal Laugier: con un perverso sentido de la oportunidad, nos arranca de lo cotidiano, nos hunde hasta la cabeza en la infame suciedad y luego vuelve a empezar.
Parecería que no hay manera de disociar ambas líneas temporales en esa casa maldita, atestada de artefactos que ocultan, se arrastran y esperan.
Ni me doy cuenta cómo, y ya he vuelto a la terrorífica noche que Beth quiso dejar atrás, con aquella hermana dandóme la bienvenida a su estado mental.
Supongo que, en el fondo, nunca se abandona a los propios fantasmas, por mucho que se quiera reescribirlos, debilitarlos o aislarlos.
En nosotros existe esa tierra espectral de la que habla el título, y la cuestión no es si algún día despertará, sino si tendremos la valentía de enfrentarla para vivir con ella un día más.
Ahí está el mérito de esta película: pase lo que pase, no seré capaz de olvidar las emociones que me ha despertado esa malsana, asfixiante suciedad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Jamás me habría visto venir ese giro revelador, de infancias atrapadas y ensoñaciones que pierden pie con la realidad.
Y aunque durante unos minutos hace tambalear mi incredulidad, me quedo con ese sentimiento de profunda soledad que tuvo Beth para escapar a través de fotos, marcos, muñecos y disfraces.
Porque a veces lo que nos pasa es demasiado duro para verlo pasar.
Y yo, como espectador, también habría deseado irme y quedarme en el trauma, no en el acto de sadismo insoportable.
Pero como revela el mismísimo Lovecraft, la oscuridad siempre estará.
Es responsabilidad nuestra saber sobrevivirla, y no dejarla muerta tras un libro o una película como esta.
Y aunque durante unos minutos hace tambalear mi incredulidad, me quedo con ese sentimiento de profunda soledad que tuvo Beth para escapar a través de fotos, marcos, muñecos y disfraces.
Porque a veces lo que nos pasa es demasiado duro para verlo pasar.
Y yo, como espectador, también habría deseado irme y quedarme en el trauma, no en el acto de sadismo insoportable.
Pero como revela el mismísimo Lovecraft, la oscuridad siempre estará.
Es responsabilidad nuestra saber sobrevivirla, y no dejarla muerta tras un libro o una película como esta.
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