La mirada de Kim Ki-duk, que es la que aparece ante nosotros cuando pinchamos una de sus películas, no aprecia perfecciones insuperables ni maldades sin fin. Todos, se atreve a decir el coreano, somos perversos y dignos de amor a la vez; todos guardamos secretos, que a veces desconocemos, que cambian nuestras vidas cuando eclosionan por cualquier circunstancia y nos transforman en seres diametralmente opuestos a lo que marcaba nuestra programada existencia anterior.

El Malo de la Película (Bad Guy), tal vez no lo sea tanto y la virginal víctima, en el futuro, recordará con una lágrima y una recatada sonrisa a quien la paseó desnuda por el infierno para cobrarse una deuda de honor.

En fin, cosas del morboso Kim Ki-duk. ¡Pero el morbo es tan humano!

Disección de un crimen y las razones, si por razón responde el impulso psicopático, del inteligente ejecutor.

Ingmar Bergman luce en este trabajo sus conocimientos psicoanalíticos y se coloca al otro lado del diván, tratando de encontrar un porqué al comportamiento agresivo de un hombre culto y refinado, un burgués al que las frías relaciones afectivas le llevan a bañarse, entre la realidad y la pesadilla, en la sangre de una mujer que calienta las camas del prójimo.

Ésta es una de las tres películas que el maestro sueco rodó en Alemania en donde se había auto-exiliado tras el escándalo económico (evasión de impuestos), que posteriormente se demostró involuntario: sin culpabilidad, ni conocimiento por parte del director. La traumática experiencia llevó al sensible creador a un psiquiátrico en el que fue tratado y donde le imagino sosteniendo conversaciones de altísimo nivel filosófico con sus médicos; parecidas, posiblemente, a las que utiliza en este drama que habla de la fragilidad del discernimiento. como si en ocasiones no fuéramos nosotros quienes decidimos, si no aquel invisible ser que tira de las cuerdas.

El "Elefante blanco" es un proyecto inacabado, o más bien el esqueleto de un macro-edificio con ínfulas sociales y antiguos resabios electoralistas y populistas. Me estoy refiriendo al protagonista de hormigón de la película, con el mismo título, del cronista de tristes realidades argentinas: Pablo Trapero.

La lucha sobrehumana, de dos sacerdotes y una asistenta social comprometidos con los pobres, para poner orden en un barrio carcomido por las drogas, la corrupción y sus derivados, no encuentra en la oración, ni en las instituciones políticas y religiosas, el apoyo necesario para avanzar en la titánica empresa.

El voluntarioso y apreciable director argentino, buen retratista de los desolados paisajes de la supervivencia, no consigue en esta ocasión una argamasa efectiva, que una y dé un solo cuerpo a su película. Queda pues descosida y con la sensación de que se le ha ido por poco, de que tampoco era tan complicado hilvanar todos los jirones sueltos; como si el hilo que ha utilizado no le sirviera al realizador para unir las sensaciones con los sentimientos, o si lo prefieren, lo espiritual con la tela corpórea.

La vida de una prostituta puede contarse, como cualquier otra vida, de muchas maneras; Jean Luc Godard elige una fórmula experimental y por capítulos, para acercarnos el día a día, que es un transcurrir de momentos y conversaciones, de una guapa provinciana que decide poner su cuerpo a disposición de quien pague un precio razonable, que ni siquiera ella sabe cual es.

Desnudo el argumento de razones ineludibles o de traumas atenuantes, la difícil situación en la que Nana (Anna Karina) se encuentra ha sido diseñada, de alguna forma, por ella misma que ha tomado la resolución de hacerse actriz dejando hijo y marido en la estacada.
Con el mismo desapasionamiento con el que Nana ejerce su nuevo oficio, nos relata el director sus idas y venidas por las calles y bares parisinos, su falta de motivaciones, el resignado transcurrir del tiempo, que arde tan lentamente como la llama de sus múltiples cigarrillos.
Lo que está a punto de descubrir esta "dulce muchacha triste" es que además de minutos para quemar la vida está llena de trampas, algunos las llaman destino.

Godard, como era de esperar, no utiliza los clichés al uso, para él Nana es tan solo una trabajadora insatisfecha, cuyo jefe o proxeneta ni siquiera es un ruín explotador, si no un filósofo con capacidad de aconsejar; y como la mayoría de las profesiones, esta, la de señorita de compañía también tiene sus riesgos.
¡Nada de moralinas!, grita el vanguardista franco-suizo a sus amigos de la nouvelle vague. ¿Pero quienes somos nosotros para juzgar a alguien que voluntariamente ha dispuesto cómo ha de vivir su vida, máxime si tiene los grandes ojos de Anna Karina?

Hay cosas que corren peligro de volatilizarse cuando acaba el misterio. La imaginación, la mitificación, el enamoramiento y otras faldriqueras del alma, se desarrollan mejor si por medio hay un fino visillo. Ayuda también que el arma que empuñemos sea un catalejo y que la voz, húmeda y rota de mujer, nos llegue en la inviolable oscuridad a través de un hilo cómplice. Si además se tienen diecinueve años y la sangre baña y emborracha hasta la última molécula del cuerpo, la sentencia en forma de título, que Kieslowski arroja como agua helada sobre el rostro de Tomek, no deja de ser una crueldad.

Es imposible no amar a Magda, ese ser que seguramente haga collares de virtud con todos sus defectos. Es guapa, decidida, sabe reír y se enfada con clase... y cuando ponga sus manos sobre mi, curará todas mis incertidumbres, dinamitará todos mis complejos.... Eso piensa el jovencito mientras se dirige a entregar la leche a la vecina del otro lado de la calle, la de los camisones de seda, la que odia a sus amantes.....Hoy, se dice, descubriré a qué huelen los ángeles; si es que tienen olor.
Pero porqué no se me va de la cabeza este repetitivo "no amarás", precisamente en este momento en que estoy más decidido que nunca a poner en práctica parte del compendio de los diez mandamientos: ....amarás al prójimo como a tí mismo.