Pese a sus momentos de vértigo e intensidad, esta película se queda en un gran "pudo ser otra cosa". Lo que más logramos lamentar es su estado de reiteraciones y escenas clichés, con diálogos en los que los personajes dan por sentado que los espectadores somos idiotas y que deben decirnos una y otra vez quiénes son y por qué padecen algunos traumas en sus oficios.

En circunstancias arrastrasdas por el cabello del azar, se conoce esta pareja que en todo lo que dura el filme no logran decirse nada interesante. Solo se trata de un hombre y una mujer llenos de miedos, él a ser como ha sido (viviendo con su mamá, sin saber nadar, con pocos riesgos), ella a liberarse de sus apariencias amorosas (el príncipe azul es de familia aristocrática y la transporta en yate). Y no pasa nada... ni siquiera una risa puede bordarse en nuestros rostros, dejando incluso un desenlace supremamente perdido o, literalmente, en el naufragio.

A los creadores todo les salía muy bien: la irreverencia, la ironía en el tratamiento de los personajes del publicitado Big Brother, el extraño suceso del fin del mundo mientras los muchachos definen ser las estrellas del programa más visto, la producción y dirección del reality. Al espectador, es decir, a nosotros, nos brindaban una buena sesión de horror e irreverencia. Pero el final les pesó, cerrando con un broche dentro de la lógica del argumento, pero no dentro del verdadero pensamiento que se debe dar para bordar una historia plena.

Aquí el tema no es precisamente el desenlace (que no voy a evidenciar, aunque se puede leer en la reseña oficial de la película); el desenlace es un pretexto para referirnos la poética de un estilo de vida al que no todos se pueden sentir particularmente llamados: la vida monacal. Con mesura, con detenimiento, con la contemplación en ambos lados del camino (la del director, los actores y la de los espectadores), De dioses y hombres capta la vida, casi documental con sus maravillosos actores, de unos personajes que en su sencillez nos enamoran.

A esta historia se le puede perdonar que no sea tan buena; y esa indulgencia se le concede por el simple hecho de que está basada en la realidad. La realidad no es la ficción: las buenas historias son ficciones; la realidad es absurda, cruel, y muchas veces no tiene los pies y la cabeza donde deberían estar.
Nos insertamos en un fragmento de la historia de Hollywood con el personaje de George Reeves, el Supermán de los años cincuenta. Tras su muerte, oficialmente un suicidio, pude insertarse una historia de dudas y resquemores para facilitar en el espectador la comprensión de los muchos fenómenos que pueden rodear la muerte violenta de una estrella. No hay un desenlace, no hay tampoco un nudo: es un trabajo muy bien ejecutado desde la producción de cómo revisar un caso célebre. Seguramente este ejercicio es la base para muchos otros. Me imagino ya la película similar para Michael Jackson.