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6
17 de abril de 2007
17 de abril de 2007
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wilde es una interesante aproximación a una figura tan compleja de la literatura Inglesa como fué Oscar Wilde. Escritor de agudos diálogos y afilados juicios morales, ha pasado a la historia por sus textos teatrales, poéticos y de prosa como El abanico de Lady Witermmere, El fantasma de Canterville, Retrato de Dorian Grey, Un marido Ideal, De profundis, La importancia de llamarse Ernesto o Una mujer sin impostancia; en su tiempo escandalizó a la enclaustrada sociedad victoriana, pese a que sus sutiles críticas a la misma provenían de la comedia, algo sorprendente si se tiene en cuanta su trágica biografía, que se plasama en esta película más que su labor artística, siempre lastrada por tener que sobrellevar su homosexualidad y por su búsqueda de la belleza (anotando que él, desde luego, no lo era).
La película tiene sus mejores bazas en una espléndida dirección artística y en la milimetrada caracterización que hace Fry de Wilde, se convierte en el no sólo en el aspecto, sino también en la manera de andar, hablar, caminar, y en esa mirada entre curiosidad y sentido del humor que él tenía. Por otro lado, Law resuelve uno de sus primeros papeles paseando por el filme un magnetismo impresionante, en un rol arriesgado que el actor defiende al hacer de su personaje un ser complejo, que puede resultar odioso o increiblemente atractivo en una misma secuencia.
Hay que decir de todas formas que la cinta adolece de un guión algo desdibujado en cuanto a sus personajes secundarios, ya que estos carecen de peso y nos son bien desarrollados, así como que obvia las partes más desagradables de la vida de Wilde, ignorándolas o tal vez pasando sólo por encima de ellas. Pero tal vez sea únicamente porque al tratarse de una película independiente no hubo presupuesto para hacer de esta recomendable obra un gran proyecto.
La película tiene sus mejores bazas en una espléndida dirección artística y en la milimetrada caracterización que hace Fry de Wilde, se convierte en el no sólo en el aspecto, sino también en la manera de andar, hablar, caminar, y en esa mirada entre curiosidad y sentido del humor que él tenía. Por otro lado, Law resuelve uno de sus primeros papeles paseando por el filme un magnetismo impresionante, en un rol arriesgado que el actor defiende al hacer de su personaje un ser complejo, que puede resultar odioso o increiblemente atractivo en una misma secuencia.
Hay que decir de todas formas que la cinta adolece de un guión algo desdibujado en cuanto a sus personajes secundarios, ya que estos carecen de peso y nos son bien desarrollados, así como que obvia las partes más desagradables de la vida de Wilde, ignorándolas o tal vez pasando sólo por encima de ellas. Pero tal vez sea únicamente porque al tratarse de una película independiente no hubo presupuesto para hacer de esta recomendable obra un gran proyecto.

7,0
75.982
9
26 de enero de 2011
26 de enero de 2011
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales del siglo pasado, Cube, una pequeña película aparentemente de género (terror y ciencia ficción), se presentó en el panorama mundial. Pese a recoger varios premios a lo largo del mundo, su fama iría creciendo con el paso de pocos años, alcanzando, más que merecidamente, la categoría de culto, y diría yo, de clásico.
Porque Cube no es tan solo una película de terror o de ciencia ficción. Como los mejores filmes de estos géneros, su maestría y su trascendencia se encuentra en el momento en que te das cuenta que lo que estás viendo no solamente algo sofisticado o efectista sino algo mucho más profundo: una exploración de los miedos desde la psicología del ciudadano normal, así como una distopía corporativa que refuerza ese miedo desde la soledad más absoluta de los individos.
Pese a que su realizador, Vincenzo Natali no ha vuelto a repetir estas virtudes (si acaso, en Cypher, pero a años luz), y a que Cube a generado dos espantosas secuelas y varios insultantes sucedáneos (como la saga Saw), la experiencia de ver esta cinta es algo sensorial, físico, intelectual y emotivo que nos hace plantearnos muchas, muchísimas cosas, desde la extrañeza a el aislamiento, de la naturaleza del mal inherente en el ser humano hasta su propia y (bella o siniestra) genialidad.
Cube es pues un insólito y loable ejercicio de terror social, un filme construido con tan poco y que alcanza tanto, que sólo se puede aplaudir y disfrutar/sufrir como se merece.
Porque Cube no es tan solo una película de terror o de ciencia ficción. Como los mejores filmes de estos géneros, su maestría y su trascendencia se encuentra en el momento en que te das cuenta que lo que estás viendo no solamente algo sofisticado o efectista sino algo mucho más profundo: una exploración de los miedos desde la psicología del ciudadano normal, así como una distopía corporativa que refuerza ese miedo desde la soledad más absoluta de los individos.
Pese a que su realizador, Vincenzo Natali no ha vuelto a repetir estas virtudes (si acaso, en Cypher, pero a años luz), y a que Cube a generado dos espantosas secuelas y varios insultantes sucedáneos (como la saga Saw), la experiencia de ver esta cinta es algo sensorial, físico, intelectual y emotivo que nos hace plantearnos muchas, muchísimas cosas, desde la extrañeza a el aislamiento, de la naturaleza del mal inherente en el ser humano hasta su propia y (bella o siniestra) genialidad.
Cube es pues un insólito y loable ejercicio de terror social, un filme construido con tan poco y que alcanza tanto, que sólo se puede aplaudir y disfrutar/sufrir como se merece.

5,8
7.944
9
15 de mayo de 2016
15 de mayo de 2016
21 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conforme la hermosa filmografía de Jeff Nichols avanza, se está estableciendo en todas su películas un tema constante en todas sus historias, que manteniendo cierto apego con el cine “realista” e idependiente, juega con el contexto gracias a los géneros. Ese tema es la relación entre los padres y los hijos, y los matices trágicos o de auténtico amor incondicional que se dan en esas relaciones.
En su ópera prima, Shotgun Stories, la muerte del progenitor daba lugar a la violencia sembrada desde la infancia de sus hijos, en un enfrentamiento rural con ecos de Peckinpah. En Take Shelter un hombre común trata de proteger a su vástago de un apocalípsis social y natural inevitable, más allá de su propia cordura. Mud era una aventura iniciática sobre un niño que pasa a ser hombre cuando sus padres deciden separarse, y encuentra un héroe (y a un padre) en un misterioso vagabundo. Y aquí, en Midnight Special, el personaje de Michael Shannon protege a su vástago nada más y nada menos que de toda su propia especie: el pequeño posee cualidades que no le hacen de este planeta, y con la crisis gubernamental que eso provoca, el padre tratará de encontrar el verdadero lugar (en este mundo o en otro) al que pertenece su hijo.
Aunque en Take Shelter Nichols ya había jugado con algún elemento de la ciencia ficción, aquella fascinante película era más bien un drama de denuncia social hacia el ahogamiento del hombre común, y las consecuencias mentales de esa agonía. En Midnight Special la ciencia ficción ya es un elemento absoluto, pero Nichols de nuevo mezcla géneros clásicos cinematográficos para hablar del tema tangente de su filmografía. Aquí es el westren fronterizo, de varios solitarios huyendo de y hacia lo inevitable, y con la interesante tesis humanista de plantear por qué un buen padre que ama a su hijo, debería ser perseguido simplemente por tratar de protegerle.
Nichols abre interesantes debates en base a las cualidades especiales del pequeño protagonista; es como si en una película de los X-Men, se analizase con seriedad y profundidad las consecuencias reales (a nivel político, científico, militar y filosófico) de que existiese alguien con esos poderes o cualidades especiales. Pero de nuevo Nichols vuelve a sus propios referentes y establece la mirada en los ojos de ese hombre cualquiera, que de corazón sólo busca lo mejor para su hijo.
Como es habitual en su cine, hay constantes que no cambian: la captación de los espacios inhóspitos, hermosos y solitarios de la américa rural; la construcción de atmósferas tensas en su cotidianidad captadas por la fotografía y la música; la capacidad de Nichols para convocar a repartos llenos de actores excepcionales (Joel Edgerton, Kirsten Dunst, Adam Driver, Sam Shepard, son todos grandes actores, y su genio aquí reside en hacer normal lo extraordinario, en su retrato de la gente común ante la inmensidad); y la presencia, el trabajo y el carisma de su actor fetiche, presente en todas las películas de su filmografía y un verdadero genio de la interpretación: Michael Shannon.
Porque de nuevo, Michael Shannon vuelve hacer un trabajo excepcional. Es de esos actores cuyo rostro y cuya voz emocionan con un solo gesto o con un solo tono, y de nuevo aquí resulta conmovedor asistir a su viaje por el amor hacia su hijo, asistir a su práctica inmolación sin hacer más preguntas ni decir más palabras de las necesarias. De nuevo su héroe construido para Nichols es un ejemplo del hombre corriente ante circunstancias extraordinarias, y su interpretación es tan buena, que siendo naturalista y sutil, adquiere carga expresionista y poética.
La dupla Nichols / Shannon sólo ha dado hasta el momento trabajos memorables en su sensibilidad y en su originalidad. Celebremos un nuevo triunfo con esta inusual película, que navega desde la paranoia extraterrestre hasta la sencillez del drama familiar abocado a la adversidad.
En su ópera prima, Shotgun Stories, la muerte del progenitor daba lugar a la violencia sembrada desde la infancia de sus hijos, en un enfrentamiento rural con ecos de Peckinpah. En Take Shelter un hombre común trata de proteger a su vástago de un apocalípsis social y natural inevitable, más allá de su propia cordura. Mud era una aventura iniciática sobre un niño que pasa a ser hombre cuando sus padres deciden separarse, y encuentra un héroe (y a un padre) en un misterioso vagabundo. Y aquí, en Midnight Special, el personaje de Michael Shannon protege a su vástago nada más y nada menos que de toda su propia especie: el pequeño posee cualidades que no le hacen de este planeta, y con la crisis gubernamental que eso provoca, el padre tratará de encontrar el verdadero lugar (en este mundo o en otro) al que pertenece su hijo.
Aunque en Take Shelter Nichols ya había jugado con algún elemento de la ciencia ficción, aquella fascinante película era más bien un drama de denuncia social hacia el ahogamiento del hombre común, y las consecuencias mentales de esa agonía. En Midnight Special la ciencia ficción ya es un elemento absoluto, pero Nichols de nuevo mezcla géneros clásicos cinematográficos para hablar del tema tangente de su filmografía. Aquí es el westren fronterizo, de varios solitarios huyendo de y hacia lo inevitable, y con la interesante tesis humanista de plantear por qué un buen padre que ama a su hijo, debería ser perseguido simplemente por tratar de protegerle.
Nichols abre interesantes debates en base a las cualidades especiales del pequeño protagonista; es como si en una película de los X-Men, se analizase con seriedad y profundidad las consecuencias reales (a nivel político, científico, militar y filosófico) de que existiese alguien con esos poderes o cualidades especiales. Pero de nuevo Nichols vuelve a sus propios referentes y establece la mirada en los ojos de ese hombre cualquiera, que de corazón sólo busca lo mejor para su hijo.
Como es habitual en su cine, hay constantes que no cambian: la captación de los espacios inhóspitos, hermosos y solitarios de la américa rural; la construcción de atmósferas tensas en su cotidianidad captadas por la fotografía y la música; la capacidad de Nichols para convocar a repartos llenos de actores excepcionales (Joel Edgerton, Kirsten Dunst, Adam Driver, Sam Shepard, son todos grandes actores, y su genio aquí reside en hacer normal lo extraordinario, en su retrato de la gente común ante la inmensidad); y la presencia, el trabajo y el carisma de su actor fetiche, presente en todas las películas de su filmografía y un verdadero genio de la interpretación: Michael Shannon.
Porque de nuevo, Michael Shannon vuelve hacer un trabajo excepcional. Es de esos actores cuyo rostro y cuya voz emocionan con un solo gesto o con un solo tono, y de nuevo aquí resulta conmovedor asistir a su viaje por el amor hacia su hijo, asistir a su práctica inmolación sin hacer más preguntas ni decir más palabras de las necesarias. De nuevo su héroe construido para Nichols es un ejemplo del hombre corriente ante circunstancias extraordinarias, y su interpretación es tan buena, que siendo naturalista y sutil, adquiere carga expresionista y poética.
La dupla Nichols / Shannon sólo ha dado hasta el momento trabajos memorables en su sensibilidad y en su originalidad. Celebremos un nuevo triunfo con esta inusual película, que navega desde la paranoia extraterrestre hasta la sencillez del drama familiar abocado a la adversidad.
10 de enero de 2015
10 de enero de 2015
20 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hasta ahora las emotivas (y aleccionadoras) historias de Alejandro González Iñárritu tenían como escenario “El Mundo”, y como temas, grandes aspiraciones universales, con Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia; qué hermoso título), Iñárritu encierra a sus personajes en la laberíntica casa de muñecas de un vetusto teatro, y en los recovecos que quedan desde el proscenio hacia detrás, es donde el grand guiñol de Birdman cobra una altura humana tan o más grande que el de sus cintas con mayores aspiraciones.
Porque Birdman, extraordinaria película, la mejor de la carrera de su director, una de las grandes de este año, y una obra maestra de su temática y género, es muchas cosas, empezando por un apasionante ejercicio de estilo y continuidad, en lo que al gran plano secuencia se refiere, en el uso de una música apenas melódica, casi psicológica, que acosa a sus personajes, y sobre todo, en el planteamiento de género y tema, una suerte de Cisne Negro convertido en sátira irónica y mordaz sobre el mundo del espectáculo de hoy, sus vicios, virtudes, fantasmas, dioses y semidioses de la escena y de todos aquellos que pululan a su alrededor.
Porque la forma en que Iñárritu capta las esencias, el carácter, los arquetipos de toda la gente que divaga entre las candilejas como modo de vida, es apasionante. El inherente desequilibrio de la gente de esta profesión, la sensibilidad llevada hasta el paroxismo, la ambivalencia de los afectos, el acoso constante de la expectativa, los dardos de la crítica… todo es expuesto de una forma tan real y a la vez tan estilizada en su sátira, que Birdman se convierte en un irresistible y revelador retrato de un mundo tan oscuro como aditivo.
Y además de dar en la diana con cada construcción estética y dramática de la historia, Birdman consigue con la elección de su reparto y de su protagonista metatextual, el calado, la hondura, la humanidad y espontaneidad que hacen de ella una indiscutible obra maestra. Porque todos sus actores son extraordinarios (Amy Ryan, Zack Galifianakis, Andrea Riseborough se lucen incluso con menos minutos); otros como Lindsay Duncan dan un puñetazo de verdad con su única escena (aquella que envuelve a la crítica y la estrella en la barra de un bar, soberbia en la construcción del conflicto, ganador en ambas partes); Naomi Watts vuelve a fascinar con la concentración de todas las inseguridades y desequilibrios que tienen (tenemos) los intérpretes; Edward Norton, un actor magistral que se prodiga poco, resulta irrepetible y divertido como nunca con su estrella de las tablas; Emma Stone crea a una mujer que conmueve con su dejadez, cuyos ojos hablan sin descanso, cuyo discurso hacia su padre tan directo como doloroso y verdadero; y por supuesto el anunciado comeback de Michael Keaton es algo difícil de describir.
Nunca le consideré un gran intérprete, ni añoraba particularmente verle en pantalla. Pero con la hiperenergizada, adrenalínica, trágica, carismática y valiente interpretación que hace de Birdman, su intérprete, su álter ego, su declive, su caída y su éxtasis, entra de lleno en la galería imaginaria de los grandes personajes, convirtiendo a éste en un Dios de ese crepúsculo tan irresistible como oscuro que es el arte.
Porque Birdman, extraordinaria película, la mejor de la carrera de su director, una de las grandes de este año, y una obra maestra de su temática y género, es muchas cosas, empezando por un apasionante ejercicio de estilo y continuidad, en lo que al gran plano secuencia se refiere, en el uso de una música apenas melódica, casi psicológica, que acosa a sus personajes, y sobre todo, en el planteamiento de género y tema, una suerte de Cisne Negro convertido en sátira irónica y mordaz sobre el mundo del espectáculo de hoy, sus vicios, virtudes, fantasmas, dioses y semidioses de la escena y de todos aquellos que pululan a su alrededor.
Porque la forma en que Iñárritu capta las esencias, el carácter, los arquetipos de toda la gente que divaga entre las candilejas como modo de vida, es apasionante. El inherente desequilibrio de la gente de esta profesión, la sensibilidad llevada hasta el paroxismo, la ambivalencia de los afectos, el acoso constante de la expectativa, los dardos de la crítica… todo es expuesto de una forma tan real y a la vez tan estilizada en su sátira, que Birdman se convierte en un irresistible y revelador retrato de un mundo tan oscuro como aditivo.
Y además de dar en la diana con cada construcción estética y dramática de la historia, Birdman consigue con la elección de su reparto y de su protagonista metatextual, el calado, la hondura, la humanidad y espontaneidad que hacen de ella una indiscutible obra maestra. Porque todos sus actores son extraordinarios (Amy Ryan, Zack Galifianakis, Andrea Riseborough se lucen incluso con menos minutos); otros como Lindsay Duncan dan un puñetazo de verdad con su única escena (aquella que envuelve a la crítica y la estrella en la barra de un bar, soberbia en la construcción del conflicto, ganador en ambas partes); Naomi Watts vuelve a fascinar con la concentración de todas las inseguridades y desequilibrios que tienen (tenemos) los intérpretes; Edward Norton, un actor magistral que se prodiga poco, resulta irrepetible y divertido como nunca con su estrella de las tablas; Emma Stone crea a una mujer que conmueve con su dejadez, cuyos ojos hablan sin descanso, cuyo discurso hacia su padre tan directo como doloroso y verdadero; y por supuesto el anunciado comeback de Michael Keaton es algo difícil de describir.
Nunca le consideré un gran intérprete, ni añoraba particularmente verle en pantalla. Pero con la hiperenergizada, adrenalínica, trágica, carismática y valiente interpretación que hace de Birdman, su intérprete, su álter ego, su declive, su caída y su éxtasis, entra de lleno en la galería imaginaria de los grandes personajes, convirtiendo a éste en un Dios de ese crepúsculo tan irresistible como oscuro que es el arte.

5,8
7.301
7
17 de noviembre de 2013
17 de noviembre de 2013
18 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el cine de Nicolas Winding Refn es más sensorial que narrativo, con Valhalla Rising su estilo alcanza un éxtasis particular. La dispersión en el guion, lo ambiguo de cada plano, la sequedad de los personajes y el ritmo moroso de esta película desesperará a muchos (como ha pasado con su última y mal comprendida Sólo Dios Perdona), pero yo lo encuentro fascinante, estimulante, único.
El argumento de Valhalla Rising es sencillo: hacia el siglo X después de Cristo, en una tierra parecida a Escocia o algún país nórdico, conocemos a un guerrero silencioso, sin nombre, al que se conoce como One-Eye. Está atado por una cadena, y tratado como un animal salvaje, por la violencia y la falta absoluta de compasión hacia sus captores, a los que puede matar con sus propias manos sin dificultad. El guerrero escapa con un niño, topándose después con un grupo de cruzados cristianos, con los que, tratando de llegar a Jerusalem, alcanzan una tierra desconocida.
A partir de esta línea, y en los seis capítulos en los que subdivide la película (Ira, El Guerrero Silencioso, Hombres de Dios, La Tierra Santa, Infierno y El Sacrificio), Winding Refn traza una épica y a la vez intimista odisea sobre el miedo a lo desconocido, hacia ese guerrero con un solo ojo, hacia la tierra sin explorar o hacia los propios fundamentos de la fe. Como ha ocurrido otras veces, habrá quien acuse a Winding Refn de ambición desmesurada, pero en ese viaje a través de la niebla, de lo onírico, de lo malsano, el realizador, con una música, una fotografía y unos actores excepcionales, recrea una atmósfera única y enrarecida, incómoda y misteriosa, de la que es difícil deshacerse.
Las constantes de la filmografía de Winding Refn se encuentran aquí (la violencia, seca y gráfica, el ritmo pausado, el héroe solitario y silencioso, que en este caso no dice ni una sola frase de guión, y el actor Mads Mikkelsen está arrollador en su personaje). Tal vez no sea Valhalla Rising su mejor película, pero como ejercicio de estilo o enigma histórico, religioso y filosófico es una película excepcional, única, tan difícil de descifrar como fascinante en su propuesta.
El argumento de Valhalla Rising es sencillo: hacia el siglo X después de Cristo, en una tierra parecida a Escocia o algún país nórdico, conocemos a un guerrero silencioso, sin nombre, al que se conoce como One-Eye. Está atado por una cadena, y tratado como un animal salvaje, por la violencia y la falta absoluta de compasión hacia sus captores, a los que puede matar con sus propias manos sin dificultad. El guerrero escapa con un niño, topándose después con un grupo de cruzados cristianos, con los que, tratando de llegar a Jerusalem, alcanzan una tierra desconocida.
A partir de esta línea, y en los seis capítulos en los que subdivide la película (Ira, El Guerrero Silencioso, Hombres de Dios, La Tierra Santa, Infierno y El Sacrificio), Winding Refn traza una épica y a la vez intimista odisea sobre el miedo a lo desconocido, hacia ese guerrero con un solo ojo, hacia la tierra sin explorar o hacia los propios fundamentos de la fe. Como ha ocurrido otras veces, habrá quien acuse a Winding Refn de ambición desmesurada, pero en ese viaje a través de la niebla, de lo onírico, de lo malsano, el realizador, con una música, una fotografía y unos actores excepcionales, recrea una atmósfera única y enrarecida, incómoda y misteriosa, de la que es difícil deshacerse.
Las constantes de la filmografía de Winding Refn se encuentran aquí (la violencia, seca y gráfica, el ritmo pausado, el héroe solitario y silencioso, que en este caso no dice ni una sola frase de guión, y el actor Mads Mikkelsen está arrollador en su personaje). Tal vez no sea Valhalla Rising su mejor película, pero como ejercicio de estilo o enigma histórico, religioso y filosófico es una película excepcional, única, tan difícil de descifrar como fascinante en su propuesta.
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