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Críticas ordenadas por utilidad
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7
21 de abril de 2020
21 de abril de 2020
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El inspector Morse, que vive en las páginas de las novelas que Colin Dexter (1930-2017) escribió entre 1975 y 1999, año en que el escritor pone fin a su personaje (nacido en 1930) basaba su faena en un enfoque deductivo e intuitivo, así como en una memoria prodigiosa; virtudes muy apreciadas para un detective sagaz, aunque atípico, que le ayudaban en la resolución de sus casos.
La serie británica se refiere a la juventud del investigador, en el Oxford de 1965, cuando ayudaba al inspector Fred Thursday, en el Departamento del Crimen de esa ciudad. Los guiones, al menos en sus primeras etapas, contaron con la participación del padre creador del personaje.
Nuestro Morse, inconformista, es un policía culto que abandonó la universidad decepcionado por la manipulación educativa y que elige su trabajo, en principio, sin demasiada vocación. Su carácter retraído y su falta de identificación con los métodos clásicos del cuerpo, le granjearán antipatías y serios problemas de disciplina, que solventa con la resolución de crímenes complejos.
La vida y el empleo irán cincelando, de forma violenta, la personalidad de un amante de la ópera, ateo, abstemio (en origen), especialista en crucigramas crípticos, y poco hábil en sus relaciones sentimentales.
A pesar de su sempiterna tristeza, su educación, sensibilidad y coherencia le convierten en un individuo atractivo y que genera confianza.
Aunque algunos de los episodios pueden pecar de barroquismo, es una serie que se sigue con gran interés.
La serie británica se refiere a la juventud del investigador, en el Oxford de 1965, cuando ayudaba al inspector Fred Thursday, en el Departamento del Crimen de esa ciudad. Los guiones, al menos en sus primeras etapas, contaron con la participación del padre creador del personaje.
Nuestro Morse, inconformista, es un policía culto que abandonó la universidad decepcionado por la manipulación educativa y que elige su trabajo, en principio, sin demasiada vocación. Su carácter retraído y su falta de identificación con los métodos clásicos del cuerpo, le granjearán antipatías y serios problemas de disciplina, que solventa con la resolución de crímenes complejos.
La vida y el empleo irán cincelando, de forma violenta, la personalidad de un amante de la ópera, ateo, abstemio (en origen), especialista en crucigramas crípticos, y poco hábil en sus relaciones sentimentales.
A pesar de su sempiterna tristeza, su educación, sensibilidad y coherencia le convierten en un individuo atractivo y que genera confianza.
Aunque algunos de los episodios pueden pecar de barroquismo, es una serie que se sigue con gran interés.

6,7
5.876
7
22 de octubre de 2019
22 de octubre de 2019
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
La directora Lulu Wang lleva a cabo un organizado trabajo, casi un estudio de comportamientos y relaciones humanas en función de generaciones y lugares; utilizando como coartada emocional la grave enfermedad, desconocida por ella, de la abuela y madre de un clan familiar chino. Confluyen en Changchun, para su despedida, los seres queridos, próximos y lejanos, para celebrar una boda que oculte a la matriarca el diagnóstico terminal de su existencia. Billi, la nieta favorita y un torrente irrefrenable de autenticidad, es el mayor peligro para la bien orquestada farsa.
La joven, alter ego de la propia realizadora, será el volcán que a lo largo del metraje arroja preguntas y consideraciones que tienen que ver con la búsqueda de identidad (si la tienen) de los inmigrantes, la confortable calidez y también el riguroso control familiar, el supuesto derecho a saber la verdad y el deber que asumen quienes la ocultan; y, es cierto, todo en nombre del amor.
La película se mece continuamente entre el drama y la comedia, la reflexión y la improvisación, difuminando verdad y mentira como si fueran dogmas inexistentes y todo ello sin que se noten alteraciones en el ritmo. Por lo que resulta de fácil seguimiento para el espectador que no duda en hacerla suya; en compartir y hacerse cómplice, de las venturas y desventuras de unos seres que culturalmente le pillan a trasmano pero con los que se hermana de buen grado. Para eso también sirve el cine.
La joven, alter ego de la propia realizadora, será el volcán que a lo largo del metraje arroja preguntas y consideraciones que tienen que ver con la búsqueda de identidad (si la tienen) de los inmigrantes, la confortable calidez y también el riguroso control familiar, el supuesto derecho a saber la verdad y el deber que asumen quienes la ocultan; y, es cierto, todo en nombre del amor.
La película se mece continuamente entre el drama y la comedia, la reflexión y la improvisación, difuminando verdad y mentira como si fueran dogmas inexistentes y todo ello sin que se noten alteraciones en el ritmo. Por lo que resulta de fácil seguimiento para el espectador que no duda en hacerla suya; en compartir y hacerse cómplice, de las venturas y desventuras de unos seres que culturalmente le pillan a trasmano pero con los que se hermana de buen grado. Para eso también sirve el cine.

6,6
16.795
8
16 de diciembre de 2015
16 de diciembre de 2015
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué deberían hacer los Fernando León de Aranoa de la vida para convencer a los sesudos críticos de que su cine es más que válido, incluso necesario? ¿Cómo decir a estos señores que cobran por decir lo que piensan (¡de acuerdo, es su trabajo!) que retratar la realidad no es ni tendencioso, ni demagógico... y que es bastante más rentable servir al engaño, la manipulación, la versión oficial y el atontamiento general, que a otros tipos de testimonios diferentes: más humanos, sinceros y menos remunerados? ¿Cómo no rebajar la supuesta honesta intencionalidad del que escribe para un medio sostenido por el capital y las multinacionales, cuando el mensaje de la película puede ser claramente hostil para con estos patrocinadores de guerras y neoliberalismos?
No, ya se sabe, el cine social (Agnès Varda, Ken Loach, Hnos Dardenne, Guediguian, Aranoa, Bollaín...) está enfermo de naturalidad, dicen algunos expertos; y en el "séptimo arte", proclaman ufanos, han de prevalecer: la fantasía (alcanzar las cosas solo con la imaginación), lo increíble (los que invaden son los buenos), la ciencia-ficción (puedes mentir sin ponerte colorado), la diversión (efectos especiales y porno) ...... Y todo para dar la razón a la industria y a los poderosos; porque mal les iría, a los unos y a los otros, si la gente, sorda a sus recomendaciones, demandara otro tipo de entretenimiento en el que la conciencia y la memoria ocuparan el lugar preeminente que les corresponde.
Basándose en la novela de Paula Farias, Fernando León y Diego Farias, relatan 24 horas de la vida de unos cooperantes en cualquier lugar de guerra, aunque esta parece reconocible. Horas de sesenta vivencias y tres mil seiscientos ratos de respiración contenida. Horas intensas y a la vez horas perdidas. Allí, donde la vida no vale nada, la burocrática maquinaria destructiva, de la que dependen tantas empresas de paz y de armamento, no se detiene, en su afán de alargar el conflicto y, por tanto, el negocio.
Dice alguno de los "cítricos" que el sentido del humor es tan sutil en la cinta, que es prácticamente invisible e inservible; yo en cambio pienso que lo que cala precisamente, lo que impregna, es lo fino, la lluvia hecha polvo, duradera, persistente y purificadora; la que devuelve el brillo a los campos polvorientos y termina por llenar los pozos.
El cine social, ya lo he dicho en alguna otra ocasión, tiene a su favor la verdad, que es un componente que hace a la obra duradera y apreciada con el paso del tiempo; al contrario de la mayoría del cine comercial que es tan solo un producto de consumo inmediato y, por tanto, de inmediata evacuación.
Sí, yo soy un raro de los que entra en salas semivacías, cuando los otros hacen largas colas para ver la entrega decimoséptima de alguna exitosa saga; ¡a mucha honra!
No, ya se sabe, el cine social (Agnès Varda, Ken Loach, Hnos Dardenne, Guediguian, Aranoa, Bollaín...) está enfermo de naturalidad, dicen algunos expertos; y en el "séptimo arte", proclaman ufanos, han de prevalecer: la fantasía (alcanzar las cosas solo con la imaginación), lo increíble (los que invaden son los buenos), la ciencia-ficción (puedes mentir sin ponerte colorado), la diversión (efectos especiales y porno) ...... Y todo para dar la razón a la industria y a los poderosos; porque mal les iría, a los unos y a los otros, si la gente, sorda a sus recomendaciones, demandara otro tipo de entretenimiento en el que la conciencia y la memoria ocuparan el lugar preeminente que les corresponde.
Basándose en la novela de Paula Farias, Fernando León y Diego Farias, relatan 24 horas de la vida de unos cooperantes en cualquier lugar de guerra, aunque esta parece reconocible. Horas de sesenta vivencias y tres mil seiscientos ratos de respiración contenida. Horas intensas y a la vez horas perdidas. Allí, donde la vida no vale nada, la burocrática maquinaria destructiva, de la que dependen tantas empresas de paz y de armamento, no se detiene, en su afán de alargar el conflicto y, por tanto, el negocio.
Dice alguno de los "cítricos" que el sentido del humor es tan sutil en la cinta, que es prácticamente invisible e inservible; yo en cambio pienso que lo que cala precisamente, lo que impregna, es lo fino, la lluvia hecha polvo, duradera, persistente y purificadora; la que devuelve el brillo a los campos polvorientos y termina por llenar los pozos.
El cine social, ya lo he dicho en alguna otra ocasión, tiene a su favor la verdad, que es un componente que hace a la obra duradera y apreciada con el paso del tiempo; al contrario de la mayoría del cine comercial que es tan solo un producto de consumo inmediato y, por tanto, de inmediata evacuación.
Sí, yo soy un raro de los que entra en salas semivacías, cuando los otros hacen largas colas para ver la entrega decimoséptima de alguna exitosa saga; ¡a mucha honra!
31 de octubre de 2015
31 de octubre de 2015
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
La reina Cristina de Suecia fue, parece ser, una mujer tan adelantada a su tiempo que de haber vivido en nuestros días seguiríamos considerando que aún no habría llegado su hora. Porque díganme si ustedes creen que nuestras reinas y reyes contemporáneos tienen ya resuelto eso de considerar preferente la cultura e ilustración de sus súbditos y si tienen asumido que su condición sexual puede pasar, con total naturalidad, por tener una pareja con su misma entrepierna.
Creo no obstante que su figura está pelín idealizada y que posiblemente su imagen es tan solo una deformación cinematográfica, a menos que algún sesudo historiador me convenza de lo contrario.
El mayor de los Kaurismaki, esta vez bajo bandera canadiense, lleva a cabo un biopic de este interesante personaje, con mucho oficio pero con pocas novedades y con escasa capacidad de emocionar, a pesar del empeño de la actriz protagonista bien secundada por Michael Nyqvist.
Creo no obstante que su figura está pelín idealizada y que posiblemente su imagen es tan solo una deformación cinematográfica, a menos que algún sesudo historiador me convenza de lo contrario.
El mayor de los Kaurismaki, esta vez bajo bandera canadiense, lleva a cabo un biopic de este interesante personaje, con mucho oficio pero con pocas novedades y con escasa capacidad de emocionar, a pesar del empeño de la actriz protagonista bien secundada por Michael Nyqvist.

7,1
1.339
10
6 de septiembre de 2011
6 de septiembre de 2011
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas que nos gustan no lo son tan sólo porque sean reconocidas obras maestras, porque decenas de premios las avalen o porque lo digan el Boyero, el Jordi Costa o algunos otros que tienen la suerte de cobrar por decir lo que piensan (relativa libertad después de todo). Las películas que nos gustan, o al menos las que me gustan a mí, también enmarcan instantes de nuestras vidas: tardes tranquilas, días de lluvia, olores imborrables, besos furtivos, risas sin freno, lágrimas imparables, maíz frito, chicles de plátano, manos que se buscan, cálida oscuridad...... Las películas de diez pueden serlo porque el paso del tiempo no ha conseguido hacer caer del almanaque la hoja en la que cuelgan, atravesada por una chincheta, por más que el viento del olvido haya puesto todo el empeño de sus recios pulmones. Suelen colgar de la misma chincheta, polvorientos nombres de mujer, deserciones académicas y otros complementos que vivifican el recuerdo hasta el punto de volver a sentir las manos sudadas o el corazón en calma (que diría Neruda).
Algo de todo esto que antecede me pasa a mí con el drama medieval del búlgaro Metodi Andonov: "Cuerno de cabra" y por eso la he elegido al cumplir hoy, madrugada del siete de Septiembre, las cuatrocientas críticas en FA.
Con miedo a que se me pidiera el carnet en la puerta, me colé en el Aula de Cultura de una popular Caja de Ahorros de Vitoria, con un amigo, ya legal para esos menesteres, y vimos en versión original, con subtítulos, la historia de un cabrero que huye a lo alto del monte y se entrega a la educación de su única hija, como si de un zagal se tratara, aleccionándola en las artes de la lucha con dos únicos objetivos: alejarla de los hombres y prepararla para ejecutar la venganza sobre quienes mataron a su madre.
Respiramos pocas veces durante la proyección, como si fuéramos guepardos en plena caza, y pestañeamos lo mínimo para no perdernos nada. Cuando terminó, el primer film para nosotros con letras en el faldón, salimos tan impresionados y tan pálidos de la sala que cualquiera podía suponer que los dos últimos cuernos iban alojados en nuestros intestinos.
En el hall vimos a Catherine Deneuve en déshabillé enseñando una caja a un chino gordo y con un guiño cómplice nos convocó para la siguiente semana, entre las carcajadas de un tal Buñuel que nos señalaba con un puro. Luego Agapito y yo fuimos a ver a Teresa, sin que ella nos viera, a la sección de música de Galerías Preciados y a recobrar los Lois que habíamos dejado para que nos cojieran la bastilla. Y han pasado casi cuarenta años.
He vuelto a ver Cuerno de cabra y he sentido una gran satisfacción al poder renovar la buena opinión que tenía de ella; pero aunque no hubiera sido así, ¿no estimáis que merece un 10 el vehículo que nos transporta de forma gratuita a los mejores momentos de nuestras vidas?.
Algo de todo esto que antecede me pasa a mí con el drama medieval del búlgaro Metodi Andonov: "Cuerno de cabra" y por eso la he elegido al cumplir hoy, madrugada del siete de Septiembre, las cuatrocientas críticas en FA.
Con miedo a que se me pidiera el carnet en la puerta, me colé en el Aula de Cultura de una popular Caja de Ahorros de Vitoria, con un amigo, ya legal para esos menesteres, y vimos en versión original, con subtítulos, la historia de un cabrero que huye a lo alto del monte y se entrega a la educación de su única hija, como si de un zagal se tratara, aleccionándola en las artes de la lucha con dos únicos objetivos: alejarla de los hombres y prepararla para ejecutar la venganza sobre quienes mataron a su madre.
Respiramos pocas veces durante la proyección, como si fuéramos guepardos en plena caza, y pestañeamos lo mínimo para no perdernos nada. Cuando terminó, el primer film para nosotros con letras en el faldón, salimos tan impresionados y tan pálidos de la sala que cualquiera podía suponer que los dos últimos cuernos iban alojados en nuestros intestinos.
En el hall vimos a Catherine Deneuve en déshabillé enseñando una caja a un chino gordo y con un guiño cómplice nos convocó para la siguiente semana, entre las carcajadas de un tal Buñuel que nos señalaba con un puro. Luego Agapito y yo fuimos a ver a Teresa, sin que ella nos viera, a la sección de música de Galerías Preciados y a recobrar los Lois que habíamos dejado para que nos cojieran la bastilla. Y han pasado casi cuarenta años.
He vuelto a ver Cuerno de cabra y he sentido una gran satisfacción al poder renovar la buena opinión que tenía de ella; pero aunque no hubiera sido así, ¿no estimáis que merece un 10 el vehículo que nos transporta de forma gratuita a los mejores momentos de nuestras vidas?.
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