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Críticas ordenadas por utilidad
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10
24 de enero de 2006
24 de enero de 2006
18 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo hay una forma de expresar lo que me parece: LA SERIE POR EXCELENCIA

7,7
123.287
9
26 de abril de 2006
26 de abril de 2006
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por fin he visto Match Point. Ciertamente, no puedo hacer otra cosa que quitarme el sombrero ante Woody Allen, por que ha construido un thriller modélico desde el primer plano de la red hasta el último primer plano de Jonathan Rhys Meyers con Londres de fondo. Hoy me dicen que esta película la ha dirigido Don Alfredo, y no puedo hacer otra cosa que creermelo, por que Woody ha sabido en todo momento cómo jugar con los elemtnso que tiene en el guión para, una vez sentadas las cosas, conseguir que todos mantengamos el corazón en un puño.
Quizás alejarse de Nueva York para ambientar la cinta en Londres le ha servido para realizar una película mucho más oscura, negra casi diría yo. Y partiendo de la base de que todo en esta vida está guiado por el azar, de algo tan nimio con un punto de partido en el tenis, Allen consigue demostrar durante la película que no hay nada previsto, que todo ocurre por que sí, sin más justificación que la propia fortuna. El personaje protagonista parece no saber en ningún momento nada de lo que hace, si no meramente deja que ocurra, como por arte de magia, desde que ingresa a trabajar en el club de tenis. A partir de este punto, todo ocurre como una cascada. Una serie de sucesos sobre los que no tiene ningún control, y que terminarán por llevarle a una vida que no desea, y en la que las cartas que le ha brindado el azar no dan ni para marcarse un farol... o sí... y ciertamente, el guión nos demuestra que todo lo que has hecho en el pasado, va a tener una relación con el futuro, como se comprueba al final...
Si siempre me he quejado de que Allen me parecía un guionista cojonudo, pero un director algo inferior, aquí sólo puedo callarme la boca. La verdad es que es una película donde la dirección y el guión, ambos excelentes, van cogidos de la mano. Un guión soberbio, donde siempre tenemos claro lo que pasa, pero nunca tenemos claro qué va a ocurrir en la secuencia siguiente. Y el final, los últimos 20 minutos, son algo primoroso, de lo mejor visto en los últimos años, con unas escenas muy " Padrino ", con un grandísimo uso de la música operística... a ello hay que unir unas grandísimas interpretaciones de todo el reparto, especialmente de Rhys Meyers. Está inconmensurable, no esperaba que este chaval pudiera serme tan creíble, por que su mirada transmite verdadera angustia, aunque todos sabemos que es un auténtico cabrón, y que todo lo que le pasa se lo merece... y bueno, Scarlett se merece punto y aparte. Es como el Clint Eastwood femenino, la última clásica. Tiene esas cualidades que únicamente poseían las grandes de verdad, y que la va a convertir en una de las más grandes de la historia si todo va bien. Y en esta película lo demuestra, es una mujer que puede obsesionar. Si se hiciera un remake de Vértigo, no dudo ni un sólo segundo quien debería ser Madeleine...
Quizás alejarse de Nueva York para ambientar la cinta en Londres le ha servido para realizar una película mucho más oscura, negra casi diría yo. Y partiendo de la base de que todo en esta vida está guiado por el azar, de algo tan nimio con un punto de partido en el tenis, Allen consigue demostrar durante la película que no hay nada previsto, que todo ocurre por que sí, sin más justificación que la propia fortuna. El personaje protagonista parece no saber en ningún momento nada de lo que hace, si no meramente deja que ocurra, como por arte de magia, desde que ingresa a trabajar en el club de tenis. A partir de este punto, todo ocurre como una cascada. Una serie de sucesos sobre los que no tiene ningún control, y que terminarán por llevarle a una vida que no desea, y en la que las cartas que le ha brindado el azar no dan ni para marcarse un farol... o sí... y ciertamente, el guión nos demuestra que todo lo que has hecho en el pasado, va a tener una relación con el futuro, como se comprueba al final...
Si siempre me he quejado de que Allen me parecía un guionista cojonudo, pero un director algo inferior, aquí sólo puedo callarme la boca. La verdad es que es una película donde la dirección y el guión, ambos excelentes, van cogidos de la mano. Un guión soberbio, donde siempre tenemos claro lo que pasa, pero nunca tenemos claro qué va a ocurrir en la secuencia siguiente. Y el final, los últimos 20 minutos, son algo primoroso, de lo mejor visto en los últimos años, con unas escenas muy " Padrino ", con un grandísimo uso de la música operística... a ello hay que unir unas grandísimas interpretaciones de todo el reparto, especialmente de Rhys Meyers. Está inconmensurable, no esperaba que este chaval pudiera serme tan creíble, por que su mirada transmite verdadera angustia, aunque todos sabemos que es un auténtico cabrón, y que todo lo que le pasa se lo merece... y bueno, Scarlett se merece punto y aparte. Es como el Clint Eastwood femenino, la última clásica. Tiene esas cualidades que únicamente poseían las grandes de verdad, y que la va a convertir en una de las más grandes de la historia si todo va bien. Y en esta película lo demuestra, es una mujer que puede obsesionar. Si se hiciera un remake de Vértigo, no dudo ni un sólo segundo quien debería ser Madeleine...

7,2
8.920
8
4 de marzo de 2006
4 de marzo de 2006
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alguno viendo que esta película está dirigida por Don Alfredo, y viendo la trama, cualquiera podía pensar que esto iba a ser un thriller, una caza y busqueda del verdadero culpable, un " whodunit ", como lo llamaría Hitchcock. Pero a lo que realmente se enfrenta el espectador es a un dramón como pocos. Quizás sin ser una de sus películas más memorables, realmente Falso culpable es una de las más significativas, por no contener casi ninguno de los tópicos hitchcockianos, y todo ello para servirnos en bandeja una gran crítica contra la sociedad de los prejuicios en la que vivimos.
La policía parece tener más ganas de encerrar a Manny que de ayudarle a salir, al igual que los testigos, quienes parecen delatar desde el miedo, y desde el odio. A partir de ahí, el espectador se sentirá un miembro mas de la familia Balestrero, y presenciará la desesperada busqueda de pruebas que permitan a Manny salir airoso, y caer en la tisteza más profunda cuando todo parezca caer...
También un grandísimo centro de la historia es la familia. Las relaciones familiares marcan toda la película. Vera Miles será el pilar en el que se apoye Henry Fonda, y en sus hijos, que le ayudarán a salir adelante. Pero si las cosas no salen bien, y las relaciones se resquebrajan, entonces todo parece perdido. Ciertamente, Hitch parece querer contarnos que la familia es lo único que tenemos al final de todo, y que tras esto, todo lo demás no vale de nada... todo ello emborronado por un juicio que es una farsa, un chiste, todos lo van a condenar casi sin prestar atención...
Un reparto en estado de gracia, con un Henry Fonda que realmente sufre, y una Vera Miles que pocas veces estuvo tan estupenda, con un personaje muy duro, posiblemente el más diofícil y complejo de toda su carrera junto a, quizás, el de El hombre que mató a Liberty Valance... y también destacar al siempre grandísimo secundario Anthony Quayle, estupendo como abogado esperanzado en la victoria...
Quien vaya a ver esta película, que no espere asesinatos ni otros elementos habituales en el cine del maestro, si no que se prepare para pasarlo mal con la injustamente tratada familia Balestrero
La policía parece tener más ganas de encerrar a Manny que de ayudarle a salir, al igual que los testigos, quienes parecen delatar desde el miedo, y desde el odio. A partir de ahí, el espectador se sentirá un miembro mas de la familia Balestrero, y presenciará la desesperada busqueda de pruebas que permitan a Manny salir airoso, y caer en la tisteza más profunda cuando todo parezca caer...
También un grandísimo centro de la historia es la familia. Las relaciones familiares marcan toda la película. Vera Miles será el pilar en el que se apoye Henry Fonda, y en sus hijos, que le ayudarán a salir adelante. Pero si las cosas no salen bien, y las relaciones se resquebrajan, entonces todo parece perdido. Ciertamente, Hitch parece querer contarnos que la familia es lo único que tenemos al final de todo, y que tras esto, todo lo demás no vale de nada... todo ello emborronado por un juicio que es una farsa, un chiste, todos lo van a condenar casi sin prestar atención...
Un reparto en estado de gracia, con un Henry Fonda que realmente sufre, y una Vera Miles que pocas veces estuvo tan estupenda, con un personaje muy duro, posiblemente el más diofícil y complejo de toda su carrera junto a, quizás, el de El hombre que mató a Liberty Valance... y también destacar al siempre grandísimo secundario Anthony Quayle, estupendo como abogado esperanzado en la victoria...
Quien vaya a ver esta película, que no espere asesinatos ni otros elementos habituales en el cine del maestro, si no que se prepare para pasarlo mal con la injustamente tratada familia Balestrero

7,3
101.995
10
3 de agosto de 2007
3 de agosto de 2007
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás Disney sea maniquea. Quizás siempre cuente con los mismos tópicos que hacen que llevemos viendo la misma fórmula décadas. Quizás todas sus historias sean dulces y poco mordientes, transmiten siempre mensajes positivos y todas tienen final feliz. Porque sí, parecen formas gastadas y hastiadas. Pero también es verdad que en manos de Pixar esos tópicos se convierten en auténticas lecciones narrativas, convirtiendo cada una de sus películas en pequeñas joyas, no sólo del cine de animación, si no de la historia de este arte. Y es que Ratatouille no significa otra cosa que una vuelta a la infancia, a disfrutar con aquello que siempre nos maravilló y que lo sigue haciendo. Y, siendo tópico, diré que es como una buena comida, porque se comienza muy bien con los aperitivos (genial cortometraje), se disfruta comiendo, y se acaba de forma espléndida cuando por fin te has tomado el postre y te deja tan buen sabor de boca que, aún sabiendo que estás completamente lleno, no te importaría una nueva ración de todo lo que has probado.
Con un guión brillante, lleno de diálogos sensacionales, y con algún caso sorprendente dentro de una película Disney, sabe aprovechar todos los tópicos que ya he dicho, para elaborar una auténtica oda a la amistad y al tener siempre un hombro en el que apoyarte en los peores momentos. Es también una película que anima a seguir adelante, a no rendirse contra las trabas que te imponga la vida, con una moraleja que a más de uno emocionará, haciendo apología del no desfallecer nunca. Tal y como enseñaron monstruos del cine como Ford, Kurosawa o Hawks, la unión hace la fuerza. Y una genial crítica a, precisamente, los críticos. El vampiresco Ego es un personaje que, en apenas 2 secuencias, roba la película para él, un malo completamente brillante, representando a ese enemigo de todo aquel que se precie artista, y que puede ver vista su carrera si un tipo aparentemente respetado dice que su obra no le gusta. Pero lo mejor es la complicidad que genera en el espectador la rata y el protagonista, una auténtica pareja que, sin duda alguna, pasará a la historia del cine.
Técnicamente la película me ha dejado embobado. En apenas 10 años, Pixar ha sabido crear unas imágenes que no reproducen la realidad simplemente por el diseño cómico y exagerado de sus personajes. Parece increíble que se consigan cosas como lo que he visto, ya que algún plano de las casas de París en contrapicado me ha recordado, por su realismo, al travelling inicial de Los 400 golpes. La dirección de Brad Bird es sencillamente brillante. Si con sus dos anteriores películas parecía que iba a tocar techo, aquí simplemente se ha superado. Sabe siempre dónde colocar la cámara, cuándo cortar el plano, y dar con la tecla en el uso de la música, sin que sea artificioso ni melodramático. En breve, el debate planteado en Simone podría quedar resuelto. Pudiendo ver a Remy, ¿Quién coño va a querer verle el careto a Ben Affleck?.
Con un guión brillante, lleno de diálogos sensacionales, y con algún caso sorprendente dentro de una película Disney, sabe aprovechar todos los tópicos que ya he dicho, para elaborar una auténtica oda a la amistad y al tener siempre un hombro en el que apoyarte en los peores momentos. Es también una película que anima a seguir adelante, a no rendirse contra las trabas que te imponga la vida, con una moraleja que a más de uno emocionará, haciendo apología del no desfallecer nunca. Tal y como enseñaron monstruos del cine como Ford, Kurosawa o Hawks, la unión hace la fuerza. Y una genial crítica a, precisamente, los críticos. El vampiresco Ego es un personaje que, en apenas 2 secuencias, roba la película para él, un malo completamente brillante, representando a ese enemigo de todo aquel que se precie artista, y que puede ver vista su carrera si un tipo aparentemente respetado dice que su obra no le gusta. Pero lo mejor es la complicidad que genera en el espectador la rata y el protagonista, una auténtica pareja que, sin duda alguna, pasará a la historia del cine.
Técnicamente la película me ha dejado embobado. En apenas 10 años, Pixar ha sabido crear unas imágenes que no reproducen la realidad simplemente por el diseño cómico y exagerado de sus personajes. Parece increíble que se consigan cosas como lo que he visto, ya que algún plano de las casas de París en contrapicado me ha recordado, por su realismo, al travelling inicial de Los 400 golpes. La dirección de Brad Bird es sencillamente brillante. Si con sus dos anteriores películas parecía que iba a tocar techo, aquí simplemente se ha superado. Sabe siempre dónde colocar la cámara, cuándo cortar el plano, y dar con la tecla en el uso de la música, sin que sea artificioso ni melodramático. En breve, el debate planteado en Simone podría quedar resuelto. Pudiendo ver a Remy, ¿Quién coño va a querer verle el careto a Ben Affleck?.
2 de octubre de 2008
2 de octubre de 2008
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es realmente deprimente tener que hablar acerca de la dificultad que tuvieron los grandes genios de la historia del cine para realizar nuevos trabajos a edades avanzados, lo que para muchos supuso la muerte en vida. Ante esto no es de extrañar la profunda depresión en la que se sumió Akira Kurosawa al ver que, apenas unos años después de ganar el Oscar con la sombría Dersu Uzala, no conseguía encontrar quien le pagase una nueva película. Por suerte Lucas y Coppola le financiaron Kagemusha, la cinta que, definitivamente, provoca una escisión en su filmografía y lleva su ferviente occidentalismo hasta un punto que nunca antes había alcanzado, tratando de convertir una idea tan japonesa en algo al alcance del mundo entero, lo que provoca que, a pesar de ser una obra de gran calado estético, cuya belleza plástica es innegable, sea irregular y no se la pueda colocar a la altura de sus grandes cintas, pero, sin embargo, sí pueda ser vista como un adelanto de su última gran obra maestra, el impresionante fresco shakespiriano que era Ran.
Y es que ese espíritu del primer Kurosawa es difícil de ver aquí. Nos encontramos ante un realizador más pesimista, con un mensaje de un excesivo malditismo, y que se regodea en la crueldad de la vida, borrando la imagen capriana que dejaba en la monumental genialidad Ikiru. Aquí esa luz al final del túnel ya no existe, la vuelta atrás no se contempla como una opción y el destino nos marca desde la misma cuna, bien visto el ejemplo del nieto de Shingen, y la épica esta ligada a un sendero tenebroso, puesto que ya no hay aventura, las batallas son una muestra de fuerza mental e icónica, como la representada por el espíritu de Shingen y su imagen representada con el semblante de su doble Kagemusha. Parece querer transmitir toda la maldad que el mundo le ha dado a él, el resumen de toda aquella espiritualidad que siempre ha habitado el cine del maestro japonés, desde Rashomon hasta Barbarroja, hasta llegar a un epílogo lleno de rabia, con una profundidad digna de alabar, puesto que, a pesar de que sus personajes no tienen profundidad psicológica alguna, si no que son un mero recuento de virtudes o defectos, y todo ello por la enésima potencia, abriendo un abanico intimista y psicologista en la línea de David Lean que ya se intuía con Dersu Uzala, aunque, no obstante, esta sí tenía el regusto del viejo realizador de Yojimbo, Sanjuro o Los siete samuráis, maravillosos alegatos en favor del cine comercial y de evasión.
Y es que ese espíritu del primer Kurosawa es difícil de ver aquí. Nos encontramos ante un realizador más pesimista, con un mensaje de un excesivo malditismo, y que se regodea en la crueldad de la vida, borrando la imagen capriana que dejaba en la monumental genialidad Ikiru. Aquí esa luz al final del túnel ya no existe, la vuelta atrás no se contempla como una opción y el destino nos marca desde la misma cuna, bien visto el ejemplo del nieto de Shingen, y la épica esta ligada a un sendero tenebroso, puesto que ya no hay aventura, las batallas son una muestra de fuerza mental e icónica, como la representada por el espíritu de Shingen y su imagen representada con el semblante de su doble Kagemusha. Parece querer transmitir toda la maldad que el mundo le ha dado a él, el resumen de toda aquella espiritualidad que siempre ha habitado el cine del maestro japonés, desde Rashomon hasta Barbarroja, hasta llegar a un epílogo lleno de rabia, con una profundidad digna de alabar, puesto que, a pesar de que sus personajes no tienen profundidad psicológica alguna, si no que son un mero recuento de virtudes o defectos, y todo ello por la enésima potencia, abriendo un abanico intimista y psicologista en la línea de David Lean que ya se intuía con Dersu Uzala, aunque, no obstante, esta sí tenía el regusto del viejo realizador de Yojimbo, Sanjuro o Los siete samuráis, maravillosos alegatos en favor del cine comercial y de evasión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por contra, esta línea narrativa provoca el hastío en algún que otro momento, siendo su densidad su mayor desventaja, ya que Kurosawa con el paso del tiempo fue perdiendo ese estilo cargado de vitalidad y esa claridad narrativa para detener su cine y convertirlo en algo pausado, incluso farragoso, lo que puede hacer que, al potenciar las virtudes intimistas, ahogue la narración y haga que el espectador no sólo se pierda dentro de la historia, si no pierda el interés en la película, y que termine destacando el aspecto visual por encima de la historia cuando el director se había caracterizado por la transparencia narrativa de su cine, permitiendo al espectador vislumbrar el desencanto con que el gigante del cine japonés contemplaba ahora la vida.
Aquí, el director de El perro rabioso reúne toda la fuerza de la literatura shakespiriana y construye un drama en donde, al igual que el genio inglés, ataca la megalomanía, representada en Katsuyori, hijo del señor, quien busca usurpar el trono, impidiéndoselo a su propio hijo, verdadero heredero designado por Shingen. Dentro de este personaje nos encontramos con todo aquello que siempre ha provocado las mayores caídas: la ambición. Siguiendo esa regla de que todo aquello que sube tiene que bajar, Kurosawa ejemplifica un perfecto retrato de la irracionalidad, en contraposición con las ideas que había transmitido el sabio Shingen. Es especialmente aclaratoria la escena en la que el hijo habla con su consejero y este le cuenta que su difunto padre le impide usar su emblema de la montaña, y en la mágica y terrorífica secuencia de la batalla final todo queda explicado por qué. A raíz de ello, nos encontramos con otro de los puntos fuertes de la cinta, la reflexión y el análisis acerca del poder y todo lo que ello conlleva, la devastación que provoca y la inutilidad, en ocasiones, de todo ello, y los peligros que conlleva la incapacidad de un gobernante. Es importante el grupo que rodea a la cabeza visible, ya que los consejeros pueden mover más que un verdadero rey, y es lo que ignora el irreflexivo Katsuyori, que actúa encolerizado por el orgullo y la prepotencia de tener al mayor ejército a su favor, sin contar con que el lema de los cuatro elementos es lo que había hecho grande a su padre, pudiendo interpretarse como un alegato democrático del realizador. Por contra, el desarrollo de Kagemusha es algo débil, y se desaprovecha muchísimo el retrato que se podía hacer de su búsqueda de la identidad y la pérdida de su vida para vivir una mentira, ya que la historia se centra más en las esferas de poder y la codicia que en el verdadero protagonista de ella, el cual termina consumido con su propia leyenda en la batalla final, una vez que, muerto el alma, el recipiente importa más bien poco.
Aquí, el director de El perro rabioso reúne toda la fuerza de la literatura shakespiriana y construye un drama en donde, al igual que el genio inglés, ataca la megalomanía, representada en Katsuyori, hijo del señor, quien busca usurpar el trono, impidiéndoselo a su propio hijo, verdadero heredero designado por Shingen. Dentro de este personaje nos encontramos con todo aquello que siempre ha provocado las mayores caídas: la ambición. Siguiendo esa regla de que todo aquello que sube tiene que bajar, Kurosawa ejemplifica un perfecto retrato de la irracionalidad, en contraposición con las ideas que había transmitido el sabio Shingen. Es especialmente aclaratoria la escena en la que el hijo habla con su consejero y este le cuenta que su difunto padre le impide usar su emblema de la montaña, y en la mágica y terrorífica secuencia de la batalla final todo queda explicado por qué. A raíz de ello, nos encontramos con otro de los puntos fuertes de la cinta, la reflexión y el análisis acerca del poder y todo lo que ello conlleva, la devastación que provoca y la inutilidad, en ocasiones, de todo ello, y los peligros que conlleva la incapacidad de un gobernante. Es importante el grupo que rodea a la cabeza visible, ya que los consejeros pueden mover más que un verdadero rey, y es lo que ignora el irreflexivo Katsuyori, que actúa encolerizado por el orgullo y la prepotencia de tener al mayor ejército a su favor, sin contar con que el lema de los cuatro elementos es lo que había hecho grande a su padre, pudiendo interpretarse como un alegato democrático del realizador. Por contra, el desarrollo de Kagemusha es algo débil, y se desaprovecha muchísimo el retrato que se podía hacer de su búsqueda de la identidad y la pérdida de su vida para vivir una mentira, ya que la historia se centra más en las esferas de poder y la codicia que en el verdadero protagonista de ella, el cual termina consumido con su propia leyenda en la batalla final, una vez que, muerto el alma, el recipiente importa más bien poco.
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