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6,7
21.827
9
25 de febrero de 2012
25 de febrero de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Busco entre las películas que he podido ver en los últimos meses, y que recopilo en la filmoteca en que se va transformando poco a poco parte de mi mente cinéfila, y compruebo, no sin agrado, que buena parte de éstas son obra de un mismo autor, de un genio contemporáneo, de Woody Allen. Annie Hall, Manhattan, Días de radio, Delitos y faltas, Desmotando a Harry son sólo algunas de sus películas que, bajo mi punto de vista, rozan la perfección. Lógicamente, no toda su filmografía se compone de obras maestras. También aparecen manchas (es lo que tiene ser un autor tan prolífico), pero esa circunstancia no es razón suficiente para desbancar a Woody Allen como el mejor cineasta de todos los tiempos en mi ranking particular.
La película que hoy nos ocupa, sin ser uno de los mejores trabajos del director niuyorquino, es muy buena. Es un perfecto ejemplo de la capacidad creativa de Woody Allen. Del mismo modo que Picasso era capaz, en el cénit de su madurez artística, de crear arte, belleza, con una pasmosa facilidad, Woody Allen transforma una idea sencilla, en este caso, una conversación durante una cena acerca de la esencia cómica o dramática de la vida, en otro regalo para sus fieles seguidores. Con la misma elegante sencillez con que Morante para el tiempo con una verónica, Woody Allen despliega de nuevo su talento para presentarnos lo que superficialmente pudiera parecer sólo una comedia y un drama que surgen a partir de un mismo acontecimiento, relatos que por separado no dejan de ser historias vulgares, pero que juntos, entrelazados cuidadosamente por el genio, componen una obra original, profunda, inteligente, para dar lugar a una oda al proceso creativo. Un testimonio de como el artista es capaz de transformar un acontecimiento cotidiano, filtrándolo con el tamiz de su mirada, en su obra. Nos ofrece un solapado tributo al trabajo del cineasta, a la mirada del artista, a las fuentes de inspiración del que crea. Un homenaje de Woody Allen a sí mismo.
La película que hoy nos ocupa, sin ser uno de los mejores trabajos del director niuyorquino, es muy buena. Es un perfecto ejemplo de la capacidad creativa de Woody Allen. Del mismo modo que Picasso era capaz, en el cénit de su madurez artística, de crear arte, belleza, con una pasmosa facilidad, Woody Allen transforma una idea sencilla, en este caso, una conversación durante una cena acerca de la esencia cómica o dramática de la vida, en otro regalo para sus fieles seguidores. Con la misma elegante sencillez con que Morante para el tiempo con una verónica, Woody Allen despliega de nuevo su talento para presentarnos lo que superficialmente pudiera parecer sólo una comedia y un drama que surgen a partir de un mismo acontecimiento, relatos que por separado no dejan de ser historias vulgares, pero que juntos, entrelazados cuidadosamente por el genio, componen una obra original, profunda, inteligente, para dar lugar a una oda al proceso creativo. Un testimonio de como el artista es capaz de transformar un acontecimiento cotidiano, filtrándolo con el tamiz de su mirada, en su obra. Nos ofrece un solapado tributo al trabajo del cineasta, a la mirada del artista, a las fuentes de inspiración del que crea. Un homenaje de Woody Allen a sí mismo.

5,9
52.527
10
9 de febrero de 2012
9 de febrero de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terrence Malick nos presenta, con mimo, una obra, en la que los recursos técnicos, al contrario de lo que estamos acostumbrados a ver últimamente, no son un fin en si mismos, sino que están al servicio del director, que los maneja para componer un auténtico poema. Cada toma es rodada con delicadeza, para que no nos llegue el mensaje si no es de una manera llena de belleza, y junto con una banda sonora impresionante, formen en conjunto una armoniosa melodía visual que versa sobre las inquietudes inherentes a nuestra propia condición humana. Esto es, nuestro lugar en el Universo, en el espacio y en el tiempo; los valores sobre los que se cimentan nuestra vida, y el origen de éstos; nuestra rebeldía ante el dolor y la muerte; la familia y el hogar, como célula matriz de nuestra identidad...
Sólo recomiendo que nos dispongamos a disfrutarla con nuestra mejor disposición, o incluso que recurramos a ella en momentos especialmente sensibles de nuestras vidas. Sólo así podremos sacar el máximo partido a esta auténtica obra maestra. De otra manera, yo mismo le hubiera puesto un 1.
Sólo recomiendo que nos dispongamos a disfrutarla con nuestra mejor disposición, o incluso que recurramos a ella en momentos especialmente sensibles de nuestras vidas. Sólo así podremos sacar el máximo partido a esta auténtica obra maestra. De otra manera, yo mismo le hubiera puesto un 1.
29 de enero de 2012
29 de enero de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine, con desigual acierto, ha reflejado con asiduidad la vida y obra de artistas pictóricos. Desde la magnífica "Mouline Rouge", en la que John Houston indaga en los tormentos físicos y morales de Toluse Lautrec, hasta la patética "El Greco", producción griega, que manipula la biografía del artista cretense para redundar en el mensaje anticlerical tistemente tan recurrente para nuestros autores. Frida, Rembrandt, Van Gogh, Picasso, Miguel Ángel... la lista es larga, porque los cineastas han encontrado en la vida del artista no sólo una existencia llena de circunstancias excepcionales, sino, especialmente, la difícil convivencia en la mente humana del genio con el indiviuo, o el alumbramiento del proceso creativo.
La película que nos ocupa es una producción británica que filma en el año 2003 Peter Weber, y, aunque, a priori pudieramos englobarla entre las películas que indagan en la vida de un pintor, como las anteriormente expuestas, tras su visionado la excluríamos de tan extenso grupo. En la cinta, el maestro Verneer no es más que un personaje secundario, y el verdadero protagonista es una obra de arte, un cuadro de su autoría..."La joven de la perla".
Este enfoque es de por sí mucho más original, atrevido y valiente, porque exige que la película sea digna de reflejar una obra que el tiempo ha colocado entre las más valoradas del arte europeo del soglo XVII, y, en mi opinión, la cinta aprueba con nota.
El cuadro, que sirve además de epílogo de la película, es analizada por Webber en distintos aspectos. El cineasta, a partir del estudio del rostro, idea una trama para justificar la expresión de resignación y de lucha interna que atisba en la joven que sirve como modelo. He aquí el hilo argumental de la película. Sobran muchos personajes en él, puesto que su presencia no aportan nada a una historia bastante insulsa, pero la interpretación de Scarlett Johansson es más que correcta, y la recreaión de la Holanda del siglo XVII es buenísima. Con todo, lo mejor de la cinta es el magnífico estudio de la luz y del color, valiéndose de una estupenda fotografía. Escenas como la de la apertura de las ventanas del estudio, o aquellas en las que se mezclan los pigmentos justifican, por sí mismas, el visionado de la película, y son dignas de una empresa tan valiente, compleja y delicada como el abordaje de una obra de arte.
La película que nos ocupa es una producción británica que filma en el año 2003 Peter Weber, y, aunque, a priori pudieramos englobarla entre las películas que indagan en la vida de un pintor, como las anteriormente expuestas, tras su visionado la excluríamos de tan extenso grupo. En la cinta, el maestro Verneer no es más que un personaje secundario, y el verdadero protagonista es una obra de arte, un cuadro de su autoría..."La joven de la perla".
Este enfoque es de por sí mucho más original, atrevido y valiente, porque exige que la película sea digna de reflejar una obra que el tiempo ha colocado entre las más valoradas del arte europeo del soglo XVII, y, en mi opinión, la cinta aprueba con nota.
El cuadro, que sirve además de epílogo de la película, es analizada por Webber en distintos aspectos. El cineasta, a partir del estudio del rostro, idea una trama para justificar la expresión de resignación y de lucha interna que atisba en la joven que sirve como modelo. He aquí el hilo argumental de la película. Sobran muchos personajes en él, puesto que su presencia no aportan nada a una historia bastante insulsa, pero la interpretación de Scarlett Johansson es más que correcta, y la recreaión de la Holanda del siglo XVII es buenísima. Con todo, lo mejor de la cinta es el magnífico estudio de la luz y del color, valiéndose de una estupenda fotografía. Escenas como la de la apertura de las ventanas del estudio, o aquellas en las que se mezclan los pigmentos justifican, por sí mismas, el visionado de la película, y son dignas de una empresa tan valiente, compleja y delicada como el abordaje de una obra de arte.
8
18 de enero de 2012
18 de enero de 2012
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos en la sociedad de lo efímero. Antes de que nos demos cuenta, el Aifón será un artículo obsoleto. Cada semana se estrenan decenas de películas que, más pronto que tarde, caerán en el más absoluto olvido. Por eso, si no queremos sucumbir ante el ritmo vertiginoso que nos impone esta sociedad consumista, debemos agarrarnos a valores éticos y estéticos permanentes. He aquí, en mi opinión, la principal aportación de la literatura, y, sobre todo, del cine.
Esta película, filmada por el maestro Lubitsch, sirve de perfecto ejemplo de mi argumentación.
Es cierto que hemos sustituido la carta por los sms, perdón, que soy un antiguo, por el guachap. Indudablemente, nos será difícil encontrar en alguna tienda tabaqueras de imitación a la piel que, al abrirse, dejen escapar una melodía, pero hoy más que nunca nos intentan vender miles de objetos igualmente absurdos. Sin embargo, esta cinta, realizada hace más de 70 años, y ambientada en la lejana Budapest, refleja de una manera genial una realidad actual en nuestra España del siglo XXI: La facilidad con la que podemos entablar relaciones idílicas cuando no median entre nosotros más que palabras escritas fríamente, dejando a un lado sonrisas, miradas o los infinitos matices de una buena conversación. Así que lo suyo, antes de que caigais embelesados por mi verbo fluido, es que algún día podamos comentar otros aspectos de esta excelente película mientras tomamos una cervecita.
Lo mejor: Las excelentes interpretaciones. La escena en la que aparece el escaparete lleno de tabaqueras por debajo del precio de coste, perfecto ejemplo del toque Lubitsch.
Lo peor: La previsibilidad de la cinta, aunque, ¿no es añorable su inocencia?
Esta película, filmada por el maestro Lubitsch, sirve de perfecto ejemplo de mi argumentación.
Es cierto que hemos sustituido la carta por los sms, perdón, que soy un antiguo, por el guachap. Indudablemente, nos será difícil encontrar en alguna tienda tabaqueras de imitación a la piel que, al abrirse, dejen escapar una melodía, pero hoy más que nunca nos intentan vender miles de objetos igualmente absurdos. Sin embargo, esta cinta, realizada hace más de 70 años, y ambientada en la lejana Budapest, refleja de una manera genial una realidad actual en nuestra España del siglo XXI: La facilidad con la que podemos entablar relaciones idílicas cuando no median entre nosotros más que palabras escritas fríamente, dejando a un lado sonrisas, miradas o los infinitos matices de una buena conversación. Así que lo suyo, antes de que caigais embelesados por mi verbo fluido, es que algún día podamos comentar otros aspectos de esta excelente película mientras tomamos una cervecita.
Lo mejor: Las excelentes interpretaciones. La escena en la que aparece el escaparete lleno de tabaqueras por debajo del precio de coste, perfecto ejemplo del toque Lubitsch.
Lo peor: La previsibilidad de la cinta, aunque, ¿no es añorable su inocencia?

7,1
2.380
10
14 de julio de 2016
14 de julio de 2016
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Maestro fue muy prolífico. Como Mozart o Picasso, fue capaz de colmar su existencia de belleza, como si las musas no se cansaran de visitar su mente privilegiada, exprimiendo su capacidad de crear arte. Más allá de sus obras más icónicas, su filmografía se extiende desde los albores del mudo hasta el último título que nos legó, Siete Mujeres, allá por 1966.
Por eso no deja de ser lógico que, en nuestra necesidad de entender una grandeza para muchos de nosotros sencillamente inconcebible, recurramos a esquematizar, a clasificar sus películas en obras mayores y obras menores. Ford nos regala títulos inconmensurables, y el concepto "obras menores" en el cineasta más grande sólo se entiende en comparación con éstas. Pero no debemos olvidar que per se siguen siendo muchas de ellas imprescindibles. Es lo que le ocurre en mi opinión a Caravana de Paz.
Aunque el argumento de este precedente de Road Movie sea demasiado simple, aunque adolezca del carisma de un John Waine o de la presencia de un Henry Fonda llenando la pantalla, Wagon Master recoge lo mejor de Ford. Tiene su humor sutil y finísimo, nos presenta a unos personajes que son capaces de disfrutar incluso en las circunstancias más duras de un buen baile, poniendo en valor el tesoro de la amistad, nos habla de honor, de lo peor y lo mejor de la naturaleza humana. Nos enseña la magnificiencia de Monument Valley, colocando la cámara como sólo él sabe hacer, con su elegante sencillez. Y crea afición a los que se aproximan al cine, y pasión en los enamorados al séptimo arte. El pueblo norteamericano nunca loará lo suficiente a su mejor embajador, al que mejor ha mostrado al mundo sus raices, su cultura...su esencia. Una obra menor que es una obra maestra, una obra menor que es excelente
Por eso no deja de ser lógico que, en nuestra necesidad de entender una grandeza para muchos de nosotros sencillamente inconcebible, recurramos a esquematizar, a clasificar sus películas en obras mayores y obras menores. Ford nos regala títulos inconmensurables, y el concepto "obras menores" en el cineasta más grande sólo se entiende en comparación con éstas. Pero no debemos olvidar que per se siguen siendo muchas de ellas imprescindibles. Es lo que le ocurre en mi opinión a Caravana de Paz.
Aunque el argumento de este precedente de Road Movie sea demasiado simple, aunque adolezca del carisma de un John Waine o de la presencia de un Henry Fonda llenando la pantalla, Wagon Master recoge lo mejor de Ford. Tiene su humor sutil y finísimo, nos presenta a unos personajes que son capaces de disfrutar incluso en las circunstancias más duras de un buen baile, poniendo en valor el tesoro de la amistad, nos habla de honor, de lo peor y lo mejor de la naturaleza humana. Nos enseña la magnificiencia de Monument Valley, colocando la cámara como sólo él sabe hacer, con su elegante sencillez. Y crea afición a los que se aproximan al cine, y pasión en los enamorados al séptimo arte. El pueblo norteamericano nunca loará lo suficiente a su mejor embajador, al que mejor ha mostrado al mundo sus raices, su cultura...su esencia. Una obra menor que es una obra maestra, una obra menor que es excelente
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