You must be a loged user to know your affinity with Chris Jiménez
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred
4
12 de mayo de 2017
12 de mayo de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Hay cosas muy gordas que caen por su propio peso y no hay manera de sujetarla". Con este primer chascarrillo memorable que pronuncia Fernando Esteso, Ozores hace gala de su humor negro lanzándonos un aviso implícito sobre el tema clave de la trama mientras en pantalla lo que vemos son los generosos atributos de una chica cuya camisa está abierta...
Es el humor del director español, el que ha guiado su cine en menor o mayor medida desde que comenzara a dirigir hacía tres décadas antes de llegar a "El Erótico Enmascarado". En aquel momento la carrera del sr. Mariano había pegado un vuelco; sus bolsillos no dejaban de llenarse y a sus oídos no dejaban de llegar las buenas respuestas por parte del público (que no de la crítica) gracias a las dos aventuras cinematográficas que había llevado a cabo con sus nuevos ahijados, Andrés Pajares y Fernando Esteso: "Los Bingueros" (récord de taquilla española en 1.979 y primera piedra de una larga colaboración), y la menor aunque no menos divertida "Los Energéticos".
En ese momento el director se separa por un instante de Ízaro Films, la compañía de José María Reyzábal, y de Pajares (instante muy pequeño, pues a los pocos meses se dispondrá a realizar con ellos una de sus mejores obras: "Yo Hice a Roque III") y decide hacer una película sólo con la mitad del dúo cómico (Esteso) para el productor José Frade, con quien seguirá colaborando. En la historia, que sin vergüenza plagia la de "A mí las Mujeres ni Fu ni Fa", Ozores se permite hablar con libertad sobre la industria de la pornografía "underground" en España durante la censura, nos sitúa en la vida de Manolo Quintanar.
Se trata de un hombre de andares, acciones y expresiones timoratas, apocadas, dedicado a la enseñanza, a las ciencias políticas, que poco o nada hace sospechar al mirarle que otrora fue una auténtica leyenda del cine porno, pasado turbio el cual prefiere mantener oculto frente a sus compañeros y sobre todo frente a Julia, su joven y libidinosa novia e hija de un estricto senador de derechas; el caso es que este castizo y campechano trasunto de Ron Jeremy (al que se le hace indudablemente referencia debido a las similitudes de su vida profesional con la del protagonista) ha perdido la fuerza viril que le caracterizaba debido a un terrible e increíble accidente (sacado directamente del "Up!" de Russ Meyer).
Su suerte cambiará cuando su psiquiatra Ramón le recomiende una terapia milagrosa con la que se recuperará; pero lo que no sabe es que éste es en realidad un caradura que engaña a su esposa con una furcia de tres al cuarto (jamás entenderé por qué en estas películas los maridos, maduros, tienen esposas jóvenes, y además las engañan...) que únicamente desea que Ramón se divorcie para casarse con ella, lo que intentarán por todos los medios. Ozores nos irá presentando así a estos personajes de trazo grueso, carisma dudoso y actitud sinvergüenza que manejará con hilos hasta convertirlos en los protagonistas de una alocada farsa y bastante mordaz respecto a temas de diversa índole.
Temas como la hipocresía del matrimonio, el patetismo reinante en la política (la de derechas, sobre todo) o ese empeño por destruir completamente la clásica figura del macho español, como ya se hiciera en "Manolo, "la Nuit" " (este Manolo incluso se lamentará por las actitudes amaneradas que están naciendo en él, cuando antes era todo un hombre); la farsa que construye Mariano, alrededor de un universo negro de mentiras, artimañas e impúdicos amoríos, no deja de agarrarse a las claves del vodevil teatral, de la comedia de enredo más clásica, que en eso se transformará el film una vez estén todos reunidos en la casa de campo del psiquiatra.
Mientras tanto el director decora los ácidos diálogos y los absurdos "gags" con desnudos integrales por aquí y por allá, como manda la tradición del "destape" (las mujeres aparecerán desnudas, los hombres sin embargo tendrán relaciones sexuales en camisa y calcetines...); no hay duda de que lo mejor de "El Erótico Enmascarado" lo hallamos en ese alocado tramo en el chalet donde cundirá un desconcierto absoluto, casi de película de Berlanga, tétrica criada corriendo por el lugar con un hacha y fotógrafo homosexual incluidos.
Fernando Esteso se divierte interpretando a un pobre tocado por la desgracia, rol al que está acostumbrado (y creyéndose a conciencia el papel que le da Ozores de tremendo actor porno), mientras el hermano de éste, Antonio, regresa de caradura liante, sin dejar de sorprendernos con su ininteligible verborrea y quitándole el protagonismo al bueno de Esteso cada vez que aparece en pantalla. Acompañando a estos dos genios, Chus Lampreave, Adrián Ortega, Juan José Otegui, Luis Lorenzo en uno de sus muchos papeles de marica y un Juanito Navarro simplemente impagable de político derechista, tanto como esa gran María Isbert encarnando a la criada.
Tres jóvenes mujeres, como en "Los Bingueros" y futuras películas, se encargan de embelesar al espectador con su belleza; en esta ocasión serán Azucena Hernández, África Pratt y la preciosa María Salerno (a la que también veríamos junto a Esteso en "Caray con el Divorcio"). Entre todas las obras que le ocuparon a Mariano Ozores en el año 1.980 (que no fueron pocas), "El Erótico Enmascarado" se encuentra obviamente eclipsada por otras de mayor envergadura ("El Liguero Mágico", "Es Peligroso Casarse a los 60" o la mencionada "Yo Hice a Roque III"), pero logra su sano cometido, que es el de divertir.
El director repetiría la experiencia de rodar con Esteso en solitario, siendo algunos de los títulos estrenados ligeras variaciones del que nos atañe ("Queremos un Hijo Tuyo", "Cuatro Mujeres y un Lío", "El Recomendado"...).
Un momento para el recuerdo: Juanito Navarro golpeado por la puerta del armario tras el flash de la cámara para acabar estampándose contra la mesa del salón. Y aquí todavía se podía decir la palabra "violación" en razón de una situación cómica, impensable hoy día...
Es el humor del director español, el que ha guiado su cine en menor o mayor medida desde que comenzara a dirigir hacía tres décadas antes de llegar a "El Erótico Enmascarado". En aquel momento la carrera del sr. Mariano había pegado un vuelco; sus bolsillos no dejaban de llenarse y a sus oídos no dejaban de llegar las buenas respuestas por parte del público (que no de la crítica) gracias a las dos aventuras cinematográficas que había llevado a cabo con sus nuevos ahijados, Andrés Pajares y Fernando Esteso: "Los Bingueros" (récord de taquilla española en 1.979 y primera piedra de una larga colaboración), y la menor aunque no menos divertida "Los Energéticos".
En ese momento el director se separa por un instante de Ízaro Films, la compañía de José María Reyzábal, y de Pajares (instante muy pequeño, pues a los pocos meses se dispondrá a realizar con ellos una de sus mejores obras: "Yo Hice a Roque III") y decide hacer una película sólo con la mitad del dúo cómico (Esteso) para el productor José Frade, con quien seguirá colaborando. En la historia, que sin vergüenza plagia la de "A mí las Mujeres ni Fu ni Fa", Ozores se permite hablar con libertad sobre la industria de la pornografía "underground" en España durante la censura, nos sitúa en la vida de Manolo Quintanar.
Se trata de un hombre de andares, acciones y expresiones timoratas, apocadas, dedicado a la enseñanza, a las ciencias políticas, que poco o nada hace sospechar al mirarle que otrora fue una auténtica leyenda del cine porno, pasado turbio el cual prefiere mantener oculto frente a sus compañeros y sobre todo frente a Julia, su joven y libidinosa novia e hija de un estricto senador de derechas; el caso es que este castizo y campechano trasunto de Ron Jeremy (al que se le hace indudablemente referencia debido a las similitudes de su vida profesional con la del protagonista) ha perdido la fuerza viril que le caracterizaba debido a un terrible e increíble accidente (sacado directamente del "Up!" de Russ Meyer).
Su suerte cambiará cuando su psiquiatra Ramón le recomiende una terapia milagrosa con la que se recuperará; pero lo que no sabe es que éste es en realidad un caradura que engaña a su esposa con una furcia de tres al cuarto (jamás entenderé por qué en estas películas los maridos, maduros, tienen esposas jóvenes, y además las engañan...) que únicamente desea que Ramón se divorcie para casarse con ella, lo que intentarán por todos los medios. Ozores nos irá presentando así a estos personajes de trazo grueso, carisma dudoso y actitud sinvergüenza que manejará con hilos hasta convertirlos en los protagonistas de una alocada farsa y bastante mordaz respecto a temas de diversa índole.
Temas como la hipocresía del matrimonio, el patetismo reinante en la política (la de derechas, sobre todo) o ese empeño por destruir completamente la clásica figura del macho español, como ya se hiciera en "Manolo, "la Nuit" " (este Manolo incluso se lamentará por las actitudes amaneradas que están naciendo en él, cuando antes era todo un hombre); la farsa que construye Mariano, alrededor de un universo negro de mentiras, artimañas e impúdicos amoríos, no deja de agarrarse a las claves del vodevil teatral, de la comedia de enredo más clásica, que en eso se transformará el film una vez estén todos reunidos en la casa de campo del psiquiatra.
Mientras tanto el director decora los ácidos diálogos y los absurdos "gags" con desnudos integrales por aquí y por allá, como manda la tradición del "destape" (las mujeres aparecerán desnudas, los hombres sin embargo tendrán relaciones sexuales en camisa y calcetines...); no hay duda de que lo mejor de "El Erótico Enmascarado" lo hallamos en ese alocado tramo en el chalet donde cundirá un desconcierto absoluto, casi de película de Berlanga, tétrica criada corriendo por el lugar con un hacha y fotógrafo homosexual incluidos.
Fernando Esteso se divierte interpretando a un pobre tocado por la desgracia, rol al que está acostumbrado (y creyéndose a conciencia el papel que le da Ozores de tremendo actor porno), mientras el hermano de éste, Antonio, regresa de caradura liante, sin dejar de sorprendernos con su ininteligible verborrea y quitándole el protagonismo al bueno de Esteso cada vez que aparece en pantalla. Acompañando a estos dos genios, Chus Lampreave, Adrián Ortega, Juan José Otegui, Luis Lorenzo en uno de sus muchos papeles de marica y un Juanito Navarro simplemente impagable de político derechista, tanto como esa gran María Isbert encarnando a la criada.
Tres jóvenes mujeres, como en "Los Bingueros" y futuras películas, se encargan de embelesar al espectador con su belleza; en esta ocasión serán Azucena Hernández, África Pratt y la preciosa María Salerno (a la que también veríamos junto a Esteso en "Caray con el Divorcio"). Entre todas las obras que le ocuparon a Mariano Ozores en el año 1.980 (que no fueron pocas), "El Erótico Enmascarado" se encuentra obviamente eclipsada por otras de mayor envergadura ("El Liguero Mágico", "Es Peligroso Casarse a los 60" o la mencionada "Yo Hice a Roque III"), pero logra su sano cometido, que es el de divertir.
El director repetiría la experiencia de rodar con Esteso en solitario, siendo algunos de los títulos estrenados ligeras variaciones del que nos atañe ("Queremos un Hijo Tuyo", "Cuatro Mujeres y un Lío", "El Recomendado"...).
Un momento para el recuerdo: Juanito Navarro golpeado por la puerta del armario tras el flash de la cámara para acabar estampándose contra la mesa del salón. Y aquí todavía se podía decir la palabra "violación" en razón de una situación cómica, impensable hoy día...

6,4
3.739
8
26 de abril de 2017
26 de abril de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 19 de Septiembre de 1.990 se estrena en EE.UU. la nueva y muy esperada obra de Martin Scorsese "Uno de los Nuestros", con unos envidiables resultados de taquilla a los que acompañan las muchas alabanzas por parte de la crítica.
Dicha obra, lejos de no aportar nada nuevo al cine de gángsters, es sin lugar a dudas un retrato en profundidad de todas las leyes y códigos imperantes en el mundo de la mafia, y la fuerza de la violencia que los dirige e impulsa. Tan sólo tres días después llega a las carteleras otro título de mismo género con señor mafioso de personaje principal.
Es un fracaso en su momento pero demuestra valor y temple para resultar, si no mucho, por lo menos mínimamente fresco y revitalizador dentro de su estilo. La película se llama "El Rey de New York" y se trata de un nuevo proyecto que el guionista Nicholas St. John realiza en colaboración de Abel Ferrara, quien había dejado la década anterior con la más que decente adaptación de la novela "Cat Chaser" de Elmore Leonard; el director, que ha necesitado más de cinco años para levantar el proyecto, no se desmarca del "thriller" criminal al que se ha estado dedicando durante toda su carrera para ponerse al frente de una historia que vuelve a inmiscuirse en los entresijos y maquinaciones de la mafia de Manhattan.
El protagonista de dicha historia es Frank White, un individuo al que muchos podrían categorizar, sólo con verle salir de la prisión en la secuencia de apertura, como ese prototipo de señor de los gángsters adusto, peligroso, ambicioso y únicamente preocupado de su pequeño reino del crimen. Nada más lejos de la realidad. Un paseo nocturno en limusina por los más negros y sucios suburbios vuelve a colocar a ese otrora rey mafioso en su hábitat natural, la misma donde seguramente nació, se crió y fue adquiriendo experiencia, sabiduría y un nombre frente a la adversidad: la calle.
Así, Ferrara rueda un relato situado a ras de acera, cuyo único y esencial escenario será la calle (por mucho que el protagonista se pase la mitad del tiempo en una habitación del lujoso hotel Plaza), pues de ella, de sus recovecos, sus esquinas y su asfalto, irán surgiendo todos los problemas y situaciones que conduzcan la trama, y en ella se irán resolviendo. Al llegar, Frank, como todo buen gángster, anhela el control del territorio, y será algo por lo que luchará a muerte contra aquellos que se opongan; sin embargo su ambición no se limitará a lo personal ni será la codicia lo que guíe sus pulsiones, de ahí que el personaje desmitifique la figura del mafioso tradicional.
Frank es como un anti-Tony Montana, un filántropo de los barrios bajos, un hombre que hace para los demás y no para sí mismo, alguien que no deposita toda la importancia sobre lo material (atención a cuando ordena a sus hombres enterrar a Joey con el dinero), alguien que le presta más atención a los conceptos de lealtad, honor, honestidad y, sobre todo, justicia; de ahí que sus actos criminales, repugnantes a ojos de la policía, estén claramente justificados, pues su fin es el de ayudar a otros que lo necesitan (nunca tomó tanta fuerza aquel concepto que afirma que "el fin justifica los medios").
Ferrara y St. John abren una brecha en el género para observar también la situación desde el lado de la policía, cuyos expeditivos y brutales métodos chocan directamente contra los de los "villanos"; en este caso la duda se dispara: ¿quién actúa de forma incorrecta, quién infringe más la ley? Una salvaje guerra queda declarada entonces entre los supuestos defensores de la justicia y un Frank White cada vez más abiertamente en rebelión en las calles de la ciudad; el director nos arrastra desde los ambientes más pomposos hasta los más sucios y sombríos, impregnándonos con sus olores: el olor de la droga, del alcohol, del sexo, del sudor, de la pólvora y, en última instancia, de la sangre.
No obstante un viaje a las cloacas de la Manhattan nocturna con clase, con estilo y aderezado con salpicaduras "neo-noir" más propias de Ridley Scott o Mann en el interior de una atmósfera implacable y amarga poblada de personajes de trazo grueso digna de las novelas negras de Westlake o Leonard. En medio, la figura alrededor de la cual pivotan los hechos y demás personajes, un gángster de la vieja escuela con la fatalidad tras sus pies y convertido, por obra y gracia del guión, en auténtico benefactor de la comunidad.
A éste tiene la suerte de encarnarlo un imponente Christopher Walken que tanto agrada como da escalofríos a base de una interpretación al mismo tiempo elegante, melancólica y visceral; suyo es el protagonismo y suya es la película desde el mismo instante en que aparece (el cineasta sabe captar muy bien su dureza). Tras su alargada sombra, un plantel cuajado de futuras estrellas como Laurence Fishburne, David Caruso (¿en el papel más aborrecible de su carrera?), Steve Buscemi y un histriónico Wesley Snipes previo a su éxito como héroe del cine de acción; nada desdeñables Paul Calderón y el veterano Victor Argo.
Atravesada por brutales estallidos de violencia, escenas de trepidante acción, afilada crítica social y un humor negro de lo más agrio y rematada con una secuencia final emblemática, "El Rey de New York", pese a la controversia y el rechazo inicial del público y la crítica, ha ido elevando su estatus de película de culto para convertirse en una rareza fascinante dentro del cine de gángsters. Ferrara y su guionista, junto a Walken, volverían a demoler los cimientos del género seis años después con la superior "El Funeral".
Dicha obra, lejos de no aportar nada nuevo al cine de gángsters, es sin lugar a dudas un retrato en profundidad de todas las leyes y códigos imperantes en el mundo de la mafia, y la fuerza de la violencia que los dirige e impulsa. Tan sólo tres días después llega a las carteleras otro título de mismo género con señor mafioso de personaje principal.
Es un fracaso en su momento pero demuestra valor y temple para resultar, si no mucho, por lo menos mínimamente fresco y revitalizador dentro de su estilo. La película se llama "El Rey de New York" y se trata de un nuevo proyecto que el guionista Nicholas St. John realiza en colaboración de Abel Ferrara, quien había dejado la década anterior con la más que decente adaptación de la novela "Cat Chaser" de Elmore Leonard; el director, que ha necesitado más de cinco años para levantar el proyecto, no se desmarca del "thriller" criminal al que se ha estado dedicando durante toda su carrera para ponerse al frente de una historia que vuelve a inmiscuirse en los entresijos y maquinaciones de la mafia de Manhattan.
El protagonista de dicha historia es Frank White, un individuo al que muchos podrían categorizar, sólo con verle salir de la prisión en la secuencia de apertura, como ese prototipo de señor de los gángsters adusto, peligroso, ambicioso y únicamente preocupado de su pequeño reino del crimen. Nada más lejos de la realidad. Un paseo nocturno en limusina por los más negros y sucios suburbios vuelve a colocar a ese otrora rey mafioso en su hábitat natural, la misma donde seguramente nació, se crió y fue adquiriendo experiencia, sabiduría y un nombre frente a la adversidad: la calle.
Así, Ferrara rueda un relato situado a ras de acera, cuyo único y esencial escenario será la calle (por mucho que el protagonista se pase la mitad del tiempo en una habitación del lujoso hotel Plaza), pues de ella, de sus recovecos, sus esquinas y su asfalto, irán surgiendo todos los problemas y situaciones que conduzcan la trama, y en ella se irán resolviendo. Al llegar, Frank, como todo buen gángster, anhela el control del territorio, y será algo por lo que luchará a muerte contra aquellos que se opongan; sin embargo su ambición no se limitará a lo personal ni será la codicia lo que guíe sus pulsiones, de ahí que el personaje desmitifique la figura del mafioso tradicional.
Frank es como un anti-Tony Montana, un filántropo de los barrios bajos, un hombre que hace para los demás y no para sí mismo, alguien que no deposita toda la importancia sobre lo material (atención a cuando ordena a sus hombres enterrar a Joey con el dinero), alguien que le presta más atención a los conceptos de lealtad, honor, honestidad y, sobre todo, justicia; de ahí que sus actos criminales, repugnantes a ojos de la policía, estén claramente justificados, pues su fin es el de ayudar a otros que lo necesitan (nunca tomó tanta fuerza aquel concepto que afirma que "el fin justifica los medios").
Ferrara y St. John abren una brecha en el género para observar también la situación desde el lado de la policía, cuyos expeditivos y brutales métodos chocan directamente contra los de los "villanos"; en este caso la duda se dispara: ¿quién actúa de forma incorrecta, quién infringe más la ley? Una salvaje guerra queda declarada entonces entre los supuestos defensores de la justicia y un Frank White cada vez más abiertamente en rebelión en las calles de la ciudad; el director nos arrastra desde los ambientes más pomposos hasta los más sucios y sombríos, impregnándonos con sus olores: el olor de la droga, del alcohol, del sexo, del sudor, de la pólvora y, en última instancia, de la sangre.
No obstante un viaje a las cloacas de la Manhattan nocturna con clase, con estilo y aderezado con salpicaduras "neo-noir" más propias de Ridley Scott o Mann en el interior de una atmósfera implacable y amarga poblada de personajes de trazo grueso digna de las novelas negras de Westlake o Leonard. En medio, la figura alrededor de la cual pivotan los hechos y demás personajes, un gángster de la vieja escuela con la fatalidad tras sus pies y convertido, por obra y gracia del guión, en auténtico benefactor de la comunidad.
A éste tiene la suerte de encarnarlo un imponente Christopher Walken que tanto agrada como da escalofríos a base de una interpretación al mismo tiempo elegante, melancólica y visceral; suyo es el protagonismo y suya es la película desde el mismo instante en que aparece (el cineasta sabe captar muy bien su dureza). Tras su alargada sombra, un plantel cuajado de futuras estrellas como Laurence Fishburne, David Caruso (¿en el papel más aborrecible de su carrera?), Steve Buscemi y un histriónico Wesley Snipes previo a su éxito como héroe del cine de acción; nada desdeñables Paul Calderón y el veterano Victor Argo.
Atravesada por brutales estallidos de violencia, escenas de trepidante acción, afilada crítica social y un humor negro de lo más agrio y rematada con una secuencia final emblemática, "El Rey de New York", pese a la controversia y el rechazo inicial del público y la crítica, ha ido elevando su estatus de película de culto para convertirse en una rareza fascinante dentro del cine de gángsters. Ferrara y su guionista, junto a Walken, volverían a demoler los cimientos del género seis años después con la superior "El Funeral".

5,9
1.355
7
2 de marzo de 2017
2 de marzo de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un día tu hastiada existencia cambia radicalmente, tu bien estructurado mundo se convierte en el escenario de un diabólico juego donde el objetivo es vivir o morir.
Pero sobrevivir a costa del temor, el sacrificio y la sangre de los demás; sólo los fuertes acaban el juego, los débiles han de pagar...es la voluntad de Dios.
Tras su drama de terror "Kuime", con la que revisaba la legendaria obra "Yotsuya Kaidan" de un modo muy particular y rindiendo un gran homenaje a los clásicos del género, Takashi Miike se dispuso a derribar una vez más los convencionalismos del cine de aventuras/fantasía contemporáneo llevando a la gran pantalla, por enésima vez, un manga, cuyo guión firma Hiroyuki Yatsu. Y esta vez le tocó al extraño, muy ácido y sorprendente "Kami-sama no Iu Tori", trabajo de Muneyuki Kaneshiro iniciado en 2.011 el cual cuenta con dos series con diferentes personajes y situaciones.
La primera de ellas nos presenta a Shun, cuya vida transcurre entre el aburrimiento y el odio a sí mismo (clásico estudiante del manga y el anime) hasta que un buen día decide ir a clase y se convierte en presa de un juego despiadado, orquestado por fuerzas que escapan a su comprensión y con un propósito muy preciso: quien quede en pie gana. Un comienzo espectacular siempre garantiza atrapar al público, y eso mismo logra la película, que seguida de una melancólica reflexión a modo de prólogo se inicia de la forma más bruta e inesperada, con cabezas volando por los aires, estableciendo el tono que se seguirá hasta el final.
Varias pruebas mortales se suceden, dictadas por extraños seres que manipularán y asesinarán a los alumnos sin piedad, quienes deben guiarse por su astucia e instinto; Miike se olvida de molestas introducciones y nos mete de cabeza en el corazón del peligro sin darnos tiempo a reaccionar, haciéndonos sentir como los personajes, acorralados y a merced de los estrafalarios sucesos, resultando en un producto inclasificable donde a ritmo desenfrenado se combinan fantasía, drama, acción y un humor negro marca de la casa...el cual, sin embargo, no pretende la aventura por aventura.
Como es costumbre, el cineasta maneja un argumento donde se hace hincapié en la amarga situación de la generación actual, sin ilusiones ni esperanzas, desprovista de ética y refugiada en un microcosmos de culpabilidad autoimpuesta, decadencia y mediocres entretenimientos (los "hikikomori", para quienes el mundo exterior no existe); esos "dioses" dictadores de las normas, transmutados en algunos de los símbolos más representativos de la cultura e historia asiáticas, como el daruma o el maneki-neko, lo que implica una lucha sin cuartel entre tradicionalismo y nueva sociedad, se aprovecharán de esta debilidad, caos y moral caduca.
Atonías que provocan la discordia y repulsión entre los compañeros, de ahí que se plantee la cuestión de si éstos son más villanos que los "organizadores" del juego. Nuevamente, el peor enemigo de los jóvenes son ellos mismos (concepto idéntico al de "Battle Royale"); amargas conclusiones las de Kaneshiro sacadas de esta delirante locura que, efectivamente, desbarata todo convencionalismo del cine de aventuras: al contrario que el propuesto por el americano, no tendremos la oportunidad de ver un bonito romance (salvo un disimulado amor homosexual no correspondido entre Takeru y Shun) ni atisbos de compasión por parte de los "villanos", ni siquiera el desarrollo será del gusto de muchos...
Pues no ganan los que deben ganar, mueren los que no queremos ver morir y las dosis de humor negro y extrema violencia coronan un retorcido espectáculo que vapulea sin miramientos al espectador...que por desgracia se estanca en varios momentos por la molesta obsesión de Yatsu del uso del "flashback" (técnica a la que recurriría más tarde en "Laplace's Witch"), ya sea para explicar el por qué de un acontecimiento en pleno desarrollo (en lugar de dejarlo a la imaginación) o para desgranar el pasado de los personajes, en lo cual se profundiza muy ligeramente, derivando todo en un poco resolutivo final (detallado en Zona Spoiler), quizás con la esperanza de completarse en una secuela....
Pese a esto, Miike posee la suficiente destreza para plasmar el imaginario del mangaka, atravesado por momentos que dejan a uno boquiabierto (la aparición del gato gigante o el oso blanco son de los mejores) donde brilla un sensacional trabajo de tensión narrativa y efectos visuales y un gran despliegue de medios que nada tiene que envidiar a las producciones estadounidenses. Por otra parte, el elenco de actores no sorprende demasiado en sus interpretaciones; destacar sobre todo a Sota Fukushi, Ryunosuke Kamiki, al que vimos de niño en "The Great Yokai War" (y que se hace realmente odioso en esta ocasión), y Nao Omori en un pequeño y extraño papel.
Fascinante, enfermiza y siniestra versión de ese comercial y poco original cine de aventuras para jóvenes (abanderado por insulsos títulos como "El Corredor del Laberinto" o esa infame copia americana de "Battle Royale" llamada "Los Juegos del Hambre") que no hace sino poner de manifiesto la capacidad de Miike para abarcar cualquier tipo de proyecto, por difícil que sea, y elegir aquellos en los que más cómodo y libre se sienta, con la oportunidad de imprimir su característico sello en todo momento.
Pero sobrevivir a costa del temor, el sacrificio y la sangre de los demás; sólo los fuertes acaban el juego, los débiles han de pagar...es la voluntad de Dios.
Tras su drama de terror "Kuime", con la que revisaba la legendaria obra "Yotsuya Kaidan" de un modo muy particular y rindiendo un gran homenaje a los clásicos del género, Takashi Miike se dispuso a derribar una vez más los convencionalismos del cine de aventuras/fantasía contemporáneo llevando a la gran pantalla, por enésima vez, un manga, cuyo guión firma Hiroyuki Yatsu. Y esta vez le tocó al extraño, muy ácido y sorprendente "Kami-sama no Iu Tori", trabajo de Muneyuki Kaneshiro iniciado en 2.011 el cual cuenta con dos series con diferentes personajes y situaciones.
La primera de ellas nos presenta a Shun, cuya vida transcurre entre el aburrimiento y el odio a sí mismo (clásico estudiante del manga y el anime) hasta que un buen día decide ir a clase y se convierte en presa de un juego despiadado, orquestado por fuerzas que escapan a su comprensión y con un propósito muy preciso: quien quede en pie gana. Un comienzo espectacular siempre garantiza atrapar al público, y eso mismo logra la película, que seguida de una melancólica reflexión a modo de prólogo se inicia de la forma más bruta e inesperada, con cabezas volando por los aires, estableciendo el tono que se seguirá hasta el final.
Varias pruebas mortales se suceden, dictadas por extraños seres que manipularán y asesinarán a los alumnos sin piedad, quienes deben guiarse por su astucia e instinto; Miike se olvida de molestas introducciones y nos mete de cabeza en el corazón del peligro sin darnos tiempo a reaccionar, haciéndonos sentir como los personajes, acorralados y a merced de los estrafalarios sucesos, resultando en un producto inclasificable donde a ritmo desenfrenado se combinan fantasía, drama, acción y un humor negro marca de la casa...el cual, sin embargo, no pretende la aventura por aventura.
Como es costumbre, el cineasta maneja un argumento donde se hace hincapié en la amarga situación de la generación actual, sin ilusiones ni esperanzas, desprovista de ética y refugiada en un microcosmos de culpabilidad autoimpuesta, decadencia y mediocres entretenimientos (los "hikikomori", para quienes el mundo exterior no existe); esos "dioses" dictadores de las normas, transmutados en algunos de los símbolos más representativos de la cultura e historia asiáticas, como el daruma o el maneki-neko, lo que implica una lucha sin cuartel entre tradicionalismo y nueva sociedad, se aprovecharán de esta debilidad, caos y moral caduca.
Atonías que provocan la discordia y repulsión entre los compañeros, de ahí que se plantee la cuestión de si éstos son más villanos que los "organizadores" del juego. Nuevamente, el peor enemigo de los jóvenes son ellos mismos (concepto idéntico al de "Battle Royale"); amargas conclusiones las de Kaneshiro sacadas de esta delirante locura que, efectivamente, desbarata todo convencionalismo del cine de aventuras: al contrario que el propuesto por el americano, no tendremos la oportunidad de ver un bonito romance (salvo un disimulado amor homosexual no correspondido entre Takeru y Shun) ni atisbos de compasión por parte de los "villanos", ni siquiera el desarrollo será del gusto de muchos...
Pues no ganan los que deben ganar, mueren los que no queremos ver morir y las dosis de humor negro y extrema violencia coronan un retorcido espectáculo que vapulea sin miramientos al espectador...que por desgracia se estanca en varios momentos por la molesta obsesión de Yatsu del uso del "flashback" (técnica a la que recurriría más tarde en "Laplace's Witch"), ya sea para explicar el por qué de un acontecimiento en pleno desarrollo (en lugar de dejarlo a la imaginación) o para desgranar el pasado de los personajes, en lo cual se profundiza muy ligeramente, derivando todo en un poco resolutivo final (detallado en Zona Spoiler), quizás con la esperanza de completarse en una secuela....
Pese a esto, Miike posee la suficiente destreza para plasmar el imaginario del mangaka, atravesado por momentos que dejan a uno boquiabierto (la aparición del gato gigante o el oso blanco son de los mejores) donde brilla un sensacional trabajo de tensión narrativa y efectos visuales y un gran despliegue de medios que nada tiene que envidiar a las producciones estadounidenses. Por otra parte, el elenco de actores no sorprende demasiado en sus interpretaciones; destacar sobre todo a Sota Fukushi, Ryunosuke Kamiki, al que vimos de niño en "The Great Yokai War" (y que se hace realmente odioso en esta ocasión), y Nao Omori en un pequeño y extraño papel.
Fascinante, enfermiza y siniestra versión de ese comercial y poco original cine de aventuras para jóvenes (abanderado por insulsos títulos como "El Corredor del Laberinto" o esa infame copia americana de "Battle Royale" llamada "Los Juegos del Hambre") que no hace sino poner de manifiesto la capacidad de Miike para abarcar cualquier tipo de proyecto, por difícil que sea, y elegir aquellos en los que más cómodo y libre se sienta, con la oportunidad de imprimir su característico sello en todo momento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Seguramente más de uno habrá deseado ver en esta historia la consumación de ese tímido romance entre Shun e Ichika, que parece tomar impulso hacia el final...
Pero como uno de los objetivos de "Kami-sama no Iu Tori" es retorcer los estereotipos del cine de aventuras juvenil, nada de esto sucederá y la chica morirá víctima de los retorcidos deseos de los dioses, sobreviviendo como ganadores del juego mortal Shun y Takeru, quien ha ido demostrando una especie de amor homosexual por el anterior a lo largo de toda la trama. Pero la conclusión que se nos ofrece no sólo resulta precipitada y mal acabada (el uso del "cliffhanger" no es en absoluto el adecuado), sino en cierto modo previsible.
Atentos a esa escena en el interior del gimnasio justo después de que sea derrotado el segundo villano (el Maneki-neko): Takeru empieza a revelar muy disimuladamente, proponiendo la similitud de identidades como pretexto, su fascinación y amor en sordina a Shun mientras Ichika se desvanece poco a poco en el mismo plano. Extraño momento que "presagia" de manera implícita la supervivencia de los dos muchachos al acabar el juego, aunque tampoco es tan complicado de descubrir.
Shun, pese a ser presentado en su vida privada como un vago cínico, ladrón y cobarde, se sirve de su valor y astucia para ir sobreviviendo a las diferentes "plataformas", además de su altruismo; Takeru, convenientemente desdibujado, usa su violencia, odio, codicia y maldad (que fuese elegido "demonio" en la prueba de las matrioshkas lo viene a despejar).
Vencidas las deidades inferiores, al final Shun se convierte en la deidad del Bien (Dios) y el otro en la del Mal (el Demonio); no es de extrañar que en todos los institutos sólo hayan quedado dos alumnos supervivientes para así convertirse en los humanos superiores que gobernarán el nuevo mundo y establecerse como nuevas deidades, las de la bondad y la maldad.
Y el supremo Dios (Kami-sama o Buda) como último obstáculo allana el camino para un enfrentamiento final que tendrá su futura resolución en una secuela que es difícil que vaya a llegar ya.
Shun podría convertirse en el nuevo Kami-sama y borrar toda la maldad del Planeta, o no, quién sabe...
Pero como uno de los objetivos de "Kami-sama no Iu Tori" es retorcer los estereotipos del cine de aventuras juvenil, nada de esto sucederá y la chica morirá víctima de los retorcidos deseos de los dioses, sobreviviendo como ganadores del juego mortal Shun y Takeru, quien ha ido demostrando una especie de amor homosexual por el anterior a lo largo de toda la trama. Pero la conclusión que se nos ofrece no sólo resulta precipitada y mal acabada (el uso del "cliffhanger" no es en absoluto el adecuado), sino en cierto modo previsible.
Atentos a esa escena en el interior del gimnasio justo después de que sea derrotado el segundo villano (el Maneki-neko): Takeru empieza a revelar muy disimuladamente, proponiendo la similitud de identidades como pretexto, su fascinación y amor en sordina a Shun mientras Ichika se desvanece poco a poco en el mismo plano. Extraño momento que "presagia" de manera implícita la supervivencia de los dos muchachos al acabar el juego, aunque tampoco es tan complicado de descubrir.
Shun, pese a ser presentado en su vida privada como un vago cínico, ladrón y cobarde, se sirve de su valor y astucia para ir sobreviviendo a las diferentes "plataformas", además de su altruismo; Takeru, convenientemente desdibujado, usa su violencia, odio, codicia y maldad (que fuese elegido "demonio" en la prueba de las matrioshkas lo viene a despejar).
Vencidas las deidades inferiores, al final Shun se convierte en la deidad del Bien (Dios) y el otro en la del Mal (el Demonio); no es de extrañar que en todos los institutos sólo hayan quedado dos alumnos supervivientes para así convertirse en los humanos superiores que gobernarán el nuevo mundo y establecerse como nuevas deidades, las de la bondad y la maldad.
Y el supremo Dios (Kami-sama o Buda) como último obstáculo allana el camino para un enfrentamiento final que tendrá su futura resolución en una secuela que es difícil que vaya a llegar ya.
Shun podría convertirse en el nuevo Kami-sama y borrar toda la maldad del Planeta, o no, quién sabe...
10
14 de febrero de 2017
14 de febrero de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una fuente de energía de poder ilimitado está a punto de emerger en Neo-Tokyo y nadie imagina su capacidad de destrucción. El fin de los días está cada vez más próximo...
Nos sumergimos en una aventura que desafía las leyes de la lógica y el espacio-tiempo en un mundo donde la tecnología ha llevado a la civilización a su propia destrucción. Prepárense para conocer a Akira.
En 1.988, la animación japonesa regalaba a los fans una maravillosa trilogía cuyos títulos alcanzaron al instante la categoría de obras maestras: "Mi Vecino Totoro", "La Tumba de las Luciérnagas" y, cómo no, "Akira", punto de inflexión absoluto en la industria. Su artífice, Katsuhiro Otomo, había desarrollado una fructífera carrera como dibujante rompiendo con los convencionalismos del manga ya en sus primeros trabajos, consiguiendo con "Fireball" su primer éxito; tras trabajar más incómodo que otra cosa a las órdenes de Shigeyuki Hayashi en "Harmagedon" (adaptación de la legendaria "Genma Taisen"), decidiría embarcarse en su proyecto más ambicioso.
Reuniendo un cúmulo de influencias que iban desde "Tetsujin 28-go" o los relatos de ciencia-ficción de Jean Giraud hasta "Star Wars", y tomando muchos de los elementos ya mostrados en "Fireball", "Akira" empezó a serializarse en 1.982, siendo necesarios ocho años para ser completada. Pero en 1.988, cuando la serie, cuya popularidad ascendía a pasos agigantados, aún iba por su cuarto volumen, se le presentó al autor la oportunidad única de llevarla a la gran pantalla con el incentivo de contar con un abultado presupuesto que superaba el billón de yenes, el cual consiguieron varias productoras y compañías asociadas.
Pero Otomo sólo rodaría la película si le era concedida la total libertad creativa (con el fin de que no se repitieran las malas experiencias de "Harmagedon"), aunque todavía quedaba el inconveniente de que la obra original estaba a medias, por lo que debía condensar su universo y conducir la historia por una línea argumental más bien alternativa, obviando algunas subtramas y personajes que después tomarían importancia en el manga...pero nada de esto parece importar al comienzo del film ya que nos veremos indefensos ante una avalancha imparable de imágenes hecha para hiperestimular nuestros sentidos (el contar con un presupuesto de tal magnitud da sus frutos).
La historia se sitúa en una Tokyo futurista en 2.019 tras librarse una desastrosa 3.ª Guerra Mundial en la que los avances tecnológicos no han sido capaces de detener la enorme inestabilidad que atraviesa la sociedad por la corrupción política y la instauración de un sistema militar abusivo, causas de terribles actos de terrorismo; en este clima de inseguridad, las calles están dominadas por salvajes adictos a la violencia y al peligro, como la banda de motoristas liderada por el intrépido Kaneda. El frenesí y la ultraviolencia campan a sus anchas mientras Otomo presenta un Japón hundido en el caos recordando las consecuencias de las guerras que anteriores ignorantes iniciaron y que marcaron la Historia de la nación.
Este prólogo, que cabalga entre "Blade Runner", "Mad Max" y "The Warriors", pronto se ve interrumpido por el encuentro de Tetsuo, amigo de Kaneda, con un ser de apariencia infantil perseguido por agentes del Gobierno, quienes acaban secuestrando al chico y realizándole una serie de experimentos que terminan por alterar su mente. La pura acción es sustituida por el suspense al tiempo que la realidad comienza a quebrarse desde el punto de vista de Tetsuo, en cuyo interior se está desarrollando un poder a todas luces incontrolable (unas visiones que atormentan a éste sirven de premonición y amenaza).
La trama, que tendrá lugar en el interior de las instalaciones, se volverá tanto más angustiante cuanto que el protagonista vaya sucumbiendo a una evolución en la que poco a poco pierde su humanidad manifestando similitudes con la figura central de la historia que es a su vez el "macguffin" de la misma; objeto de investigación cuyos poderes lo convirtieron en un peligro para aquellos que secuestraron a Tetsuo o especie de nuevo mesías destinado a crear un nuevo mundo a partir de la destrucción total del actual, Akira nunca se presentará realmente en su forma física...de hecho es posible que nunca la tuviera.
Como nos va desvelando Otomo, aunque sin muchas concesiones a la explicación, lo que hace al espectador sentirse como Kaneda (inmerso en las enrevesadas intrigas sin saber el por qué) Akira no es sino la concentración de la máxima energía que reside en cada cuerpo, en cada ser del Universo, y la cual depende de las pulsiones y deseos del individuo, cuyo poder es capaz de expresarse exteriormente; el descubrimiento de la verdad y la inteligente demolición del "macguffin" se desarrollará en un tramo final de tensión creciente donde el director, lejos de olvidarse de la aventura, ofrece un espectáculo de proporciones colosales que a todas luces resulta incomprensible (detallado en Zona Spoiler).
El intrincado argumento, la precisión del ritmo, la enorme cantidad de detalles que contiene la imagen (donde se usan técnicas nunca vistas en el mundo de la animación), facturándose unas secuencias que se inyectan en las retinas, y una iconografía legendaria (los personajes, el diseño de la ciudad y, sobre todo, la moto de Kaneda), hacen de "Akira" una experiencia visual sin parangón, envolvente, trepidante y del todo arrolladora, que confirió al término "cyberpunk" una nueva dimensión tras su estreno, el cual, como estaba previsto, arrasó en taquilla logrando un tremendo éxito tanto a nivel nacional como internacional.
Desde entonces las influencias de "Akira" siempre han estado presentes en la ciencia-ficción, pues pronto sería considerada una cumbre del género en la década de los '80.
Su importancia histórica es tanto mayor cuanto que el autor decidió situar los Juegos Olímpicos de 2.019 en Tokyo...
Nos sumergimos en una aventura que desafía las leyes de la lógica y el espacio-tiempo en un mundo donde la tecnología ha llevado a la civilización a su propia destrucción. Prepárense para conocer a Akira.
En 1.988, la animación japonesa regalaba a los fans una maravillosa trilogía cuyos títulos alcanzaron al instante la categoría de obras maestras: "Mi Vecino Totoro", "La Tumba de las Luciérnagas" y, cómo no, "Akira", punto de inflexión absoluto en la industria. Su artífice, Katsuhiro Otomo, había desarrollado una fructífera carrera como dibujante rompiendo con los convencionalismos del manga ya en sus primeros trabajos, consiguiendo con "Fireball" su primer éxito; tras trabajar más incómodo que otra cosa a las órdenes de Shigeyuki Hayashi en "Harmagedon" (adaptación de la legendaria "Genma Taisen"), decidiría embarcarse en su proyecto más ambicioso.
Reuniendo un cúmulo de influencias que iban desde "Tetsujin 28-go" o los relatos de ciencia-ficción de Jean Giraud hasta "Star Wars", y tomando muchos de los elementos ya mostrados en "Fireball", "Akira" empezó a serializarse en 1.982, siendo necesarios ocho años para ser completada. Pero en 1.988, cuando la serie, cuya popularidad ascendía a pasos agigantados, aún iba por su cuarto volumen, se le presentó al autor la oportunidad única de llevarla a la gran pantalla con el incentivo de contar con un abultado presupuesto que superaba el billón de yenes, el cual consiguieron varias productoras y compañías asociadas.
Pero Otomo sólo rodaría la película si le era concedida la total libertad creativa (con el fin de que no se repitieran las malas experiencias de "Harmagedon"), aunque todavía quedaba el inconveniente de que la obra original estaba a medias, por lo que debía condensar su universo y conducir la historia por una línea argumental más bien alternativa, obviando algunas subtramas y personajes que después tomarían importancia en el manga...pero nada de esto parece importar al comienzo del film ya que nos veremos indefensos ante una avalancha imparable de imágenes hecha para hiperestimular nuestros sentidos (el contar con un presupuesto de tal magnitud da sus frutos).
La historia se sitúa en una Tokyo futurista en 2.019 tras librarse una desastrosa 3.ª Guerra Mundial en la que los avances tecnológicos no han sido capaces de detener la enorme inestabilidad que atraviesa la sociedad por la corrupción política y la instauración de un sistema militar abusivo, causas de terribles actos de terrorismo; en este clima de inseguridad, las calles están dominadas por salvajes adictos a la violencia y al peligro, como la banda de motoristas liderada por el intrépido Kaneda. El frenesí y la ultraviolencia campan a sus anchas mientras Otomo presenta un Japón hundido en el caos recordando las consecuencias de las guerras que anteriores ignorantes iniciaron y que marcaron la Historia de la nación.
Este prólogo, que cabalga entre "Blade Runner", "Mad Max" y "The Warriors", pronto se ve interrumpido por el encuentro de Tetsuo, amigo de Kaneda, con un ser de apariencia infantil perseguido por agentes del Gobierno, quienes acaban secuestrando al chico y realizándole una serie de experimentos que terminan por alterar su mente. La pura acción es sustituida por el suspense al tiempo que la realidad comienza a quebrarse desde el punto de vista de Tetsuo, en cuyo interior se está desarrollando un poder a todas luces incontrolable (unas visiones que atormentan a éste sirven de premonición y amenaza).
La trama, que tendrá lugar en el interior de las instalaciones, se volverá tanto más angustiante cuanto que el protagonista vaya sucumbiendo a una evolución en la que poco a poco pierde su humanidad manifestando similitudes con la figura central de la historia que es a su vez el "macguffin" de la misma; objeto de investigación cuyos poderes lo convirtieron en un peligro para aquellos que secuestraron a Tetsuo o especie de nuevo mesías destinado a crear un nuevo mundo a partir de la destrucción total del actual, Akira nunca se presentará realmente en su forma física...de hecho es posible que nunca la tuviera.
Como nos va desvelando Otomo, aunque sin muchas concesiones a la explicación, lo que hace al espectador sentirse como Kaneda (inmerso en las enrevesadas intrigas sin saber el por qué) Akira no es sino la concentración de la máxima energía que reside en cada cuerpo, en cada ser del Universo, y la cual depende de las pulsiones y deseos del individuo, cuyo poder es capaz de expresarse exteriormente; el descubrimiento de la verdad y la inteligente demolición del "macguffin" se desarrollará en un tramo final de tensión creciente donde el director, lejos de olvidarse de la aventura, ofrece un espectáculo de proporciones colosales que a todas luces resulta incomprensible (detallado en Zona Spoiler).
El intrincado argumento, la precisión del ritmo, la enorme cantidad de detalles que contiene la imagen (donde se usan técnicas nunca vistas en el mundo de la animación), facturándose unas secuencias que se inyectan en las retinas, y una iconografía legendaria (los personajes, el diseño de la ciudad y, sobre todo, la moto de Kaneda), hacen de "Akira" una experiencia visual sin parangón, envolvente, trepidante y del todo arrolladora, que confirió al término "cyberpunk" una nueva dimensión tras su estreno, el cual, como estaba previsto, arrasó en taquilla logrando un tremendo éxito tanto a nivel nacional como internacional.
Desde entonces las influencias de "Akira" siempre han estado presentes en la ciencia-ficción, pues pronto sería considerada una cumbre del género en la década de los '80.
Su importancia histórica es tanto mayor cuanto que el autor decidió situar los Juegos Olímpicos de 2.019 en Tokyo...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cuando se habla de "Akira", muchos destacan su acción y su fascinante técnica visual, virtudes que hacen del film algo único (la fluidez de la animación, tanto en la expresión y el movimiento de los personajes como en la sensación de realismo que transmite el escenario; nunca se hizo ni se hará nada parecido), pero no nos atrevemos a escudriñar más allá de lo que ofrece la imagen.
Por otra parte algo lógico, pues Otomo, sin haber finalizado el manga, propuso una serie de intrigas y enigmas de aparentemente ininteligible solución que terminan por provocar la confusión en el espectador, dejándole en un estado catatónico tanto por el bombardeo de información imposible de asimilar como por los tremendos excesos a los que llega la técnica visual; así, cuando concluye la película, tenemos la sensación de haber asistido a un hecho grandioso y épico sin entender realmente las razones.
Llegamos a la mitad del metraje cuando Tetsuo logra escapar de las instalaciones en las que se hallaba confinado al igual que esos "niños", quienes manipulaban su mente por medio de asombrosas habilidades, lo que permite a Otomo abrir una brecha entre realidad y surrealidad y penetrar en la psique de los personajes. El misterio de Akira está presente y aunque Kei intente explicarnos a grandes rasgos lo que sucede, todo parece indicar que estamos ante un enigma insondable; un "macguffin" convenientemente destruido por el director al presentarse como una entidad sin forma, distribuida y criogenizada en pequeños frascos.
Para entonces Tetsuo, consumido por el gran poder que brota en su interior, ha ido perdiendo poco a poco su identidad, pues, siempre considerado un ser débil, cae presa del descontrol (ya en sus sueños se ve a sí mismo desintegrándose). Si Akira es la máxima expresión de energía que un ser puede acumular en su alma y su mente, los deseos y pulsiones de dicho individuo condicionarán el modo en que dicha energía se materialice al exterior; el acabar como instrumento del Bien o del Mal únicamente depende del portador, del recipiente.
Las pesadillas y visiones que asaltan al protagonista y las premoniciones de Kiyoko vaticinan el terrible desastre que se abalanza sobre la ciudad de Neo-Tokyo, lo que ocupa el tercer acto del film (sus últimos 25 minutos), donde seremos arrastrados a un espectáculo psicotrópico y a menudo indigesto en el que la pérdida de control de Tetsuo le lleva a convertirse en una masa ingente y grotesca de materia, de pura energía desatada, que despierta accidentalmente a Akira preparando el terreno para la catástrofe final. Todo su potencial se ha liberado, y su esencia, confinada en sí misma por el propio bien de la Humanidad, incapaz de asimilarla y enfrentarse a ella (se trata del súper-ser), toma la forma de un arma que lo consume todo a su paso.
Sin duda, en el grado adecuado, la energía y la fuerza espiritual pueden convertirse en herramientas de destrucción (Otomo parece recordar las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki que asolaron su país, donde el mayor potencial del ser humano fue usado para matar). Tras la explosión, Akira "viaja" y transporta a los "niños" y a Tetsuo hacia un plano elevado de existencia y consciencia, transmutándose en la pura energía que gravita en todos los sistemas del universo.
En un conmovedor gesto final, Kaneda "absorbe" una ínfima cantidad de la esencia de Tetsuo, que a partir de ese momento albergará en lo más profundo de su ser. Aunque el director profundizaría mucho más en el complejo universo de "Akira" a través de los cómics (el misterio de su identidad se sigue manteniendo para los espectadores), pocos finales en la Historia (al menos de la animación) son capaces de transmitir la fuerza y brutalidad de la adaptación del que sigue siendo uno de las pilares definitivos de la ciencia-ficción "cyberpunk".
Por otra parte algo lógico, pues Otomo, sin haber finalizado el manga, propuso una serie de intrigas y enigmas de aparentemente ininteligible solución que terminan por provocar la confusión en el espectador, dejándole en un estado catatónico tanto por el bombardeo de información imposible de asimilar como por los tremendos excesos a los que llega la técnica visual; así, cuando concluye la película, tenemos la sensación de haber asistido a un hecho grandioso y épico sin entender realmente las razones.
Llegamos a la mitad del metraje cuando Tetsuo logra escapar de las instalaciones en las que se hallaba confinado al igual que esos "niños", quienes manipulaban su mente por medio de asombrosas habilidades, lo que permite a Otomo abrir una brecha entre realidad y surrealidad y penetrar en la psique de los personajes. El misterio de Akira está presente y aunque Kei intente explicarnos a grandes rasgos lo que sucede, todo parece indicar que estamos ante un enigma insondable; un "macguffin" convenientemente destruido por el director al presentarse como una entidad sin forma, distribuida y criogenizada en pequeños frascos.
Para entonces Tetsuo, consumido por el gran poder que brota en su interior, ha ido perdiendo poco a poco su identidad, pues, siempre considerado un ser débil, cae presa del descontrol (ya en sus sueños se ve a sí mismo desintegrándose). Si Akira es la máxima expresión de energía que un ser puede acumular en su alma y su mente, los deseos y pulsiones de dicho individuo condicionarán el modo en que dicha energía se materialice al exterior; el acabar como instrumento del Bien o del Mal únicamente depende del portador, del recipiente.
Las pesadillas y visiones que asaltan al protagonista y las premoniciones de Kiyoko vaticinan el terrible desastre que se abalanza sobre la ciudad de Neo-Tokyo, lo que ocupa el tercer acto del film (sus últimos 25 minutos), donde seremos arrastrados a un espectáculo psicotrópico y a menudo indigesto en el que la pérdida de control de Tetsuo le lleva a convertirse en una masa ingente y grotesca de materia, de pura energía desatada, que despierta accidentalmente a Akira preparando el terreno para la catástrofe final. Todo su potencial se ha liberado, y su esencia, confinada en sí misma por el propio bien de la Humanidad, incapaz de asimilarla y enfrentarse a ella (se trata del súper-ser), toma la forma de un arma que lo consume todo a su paso.
Sin duda, en el grado adecuado, la energía y la fuerza espiritual pueden convertirse en herramientas de destrucción (Otomo parece recordar las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki que asolaron su país, donde el mayor potencial del ser humano fue usado para matar). Tras la explosión, Akira "viaja" y transporta a los "niños" y a Tetsuo hacia un plano elevado de existencia y consciencia, transmutándose en la pura energía que gravita en todos los sistemas del universo.
En un conmovedor gesto final, Kaneda "absorbe" una ínfima cantidad de la esencia de Tetsuo, que a partir de ese momento albergará en lo más profundo de su ser. Aunque el director profundizaría mucho más en el complejo universo de "Akira" a través de los cómics (el misterio de su identidad se sigue manteniendo para los espectadores), pocos finales en la Historia (al menos de la animación) son capaces de transmitir la fuerza y brutalidad de la adaptación del que sigue siendo uno de las pilares definitivos de la ciencia-ficción "cyberpunk".

4,1
22.234
2
27 de mayo de 2019
27 de mayo de 2019
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el año 1.994 y el holandés se estaba convirtiendo en uno de los cineastas más solicitados y mejor pagados del panorama hollywoodiense gracias a grandes obras como "Robocop" y "Desafío Total", pero sobre todo tras la sensacional "Instinto Básico", que además de arrasar en taquilla encontraría el favor de la sesuda crítica.
La verdad es que nada le podía ir mejor...hasta que decidió volver a colaborar con el guionista Joe Eszterhas (que ya acumulaba dos tropezones después de su exitoso "thriller" junto a Verhoeven: "Sin Escape" y "Sliver", también con Sharon Stone).
Con la idea de rendir homenaje (a su manera, claro) a aquellos pomposos e inmensos musicales clásicos de la MGM y de retornar al cine sórdido, sucio y realista que rodaba en su país antes de dedicarse a la fantasía y la ficción (la etapa de "Keetje Tippel" o "Delicias Holandesas", que se adivinaba muy lejana), el director se pondría manos a la obra en un proyecto de gran envergadura ubicado en un escenario perfecto: Las Vegas, imperio de la ambición, el glamour, la corrupción y la lucha por el poder. Con un logro tras otro en la industria nadie iba a negarle nada a Verhoeven, quien tuvo carta blanca para hacer lo que le diera la gana.
Hace su triunfal aparición embutida en unos tejanos y una chupa de cuero mientras resalta un moño mal recogido y un maquillaje chillón dirigiéndose con paso firme y una maleta hacia la autopista; esa manera de moverse, de mirar, de lamerse los labios...¿es una delincuente o quizá una prostituta? No sabemos de donde viene, sólo que se hace llamar Nomi y cuyo destino es Las Vegas; Kyle MacLachlan declararía cómo de malo y poco prometedor le pareció este inicio, consolándose con que las próximas escenas fuesen mejorando la historia...pero nada más lejos de la realidad.
Cuando le preguntaron por la tan terrible acogida de su película Verhoeven dijo "Era una historia sobre strippers y Las Vegas, ¿qué esperaban que hiciera?"; pero seguro que cualquiera esperaba mucho más del director y del guionista de "Instinto Básico", quienes deciden seguir los pasos de una niñata chula y desagradable salida de cualquier barrio de mala muerte con la ilusión de convertirse en una bailarina, pero que debe hacerlo desde lo más bajo. La trama prosigue desbocada hacia el encuentro entre Nomi y la estrella de la ciudad, Cristal, a la que admira y que, poco a poco, deseará reemplazar.
Eszterhas y Verhoeven intentan construir una nada original sátira sobre el duro ascenso a la fama (donde se sigue una regla de oro: si alguien se cruza en tu camino, písalo) dentro de ese microcosmos que bajo sus resplandecientes neones y excitantes ambientes alberga soterrados los más oscuros, viles y sucios procederes del ser humano; de hecho, todos y cada uno de los abyectos personajes será inevitablemente arrastrado por culpa de sus malas decisiones, deseos, codicia y locura, como sucedía en "Casino" (estrenada en el mismo año) aunque centrándose en el frívolo mundo del espectáculo, gobernado por hombres crueles ansiosos por explotar a pobres mujeres.
Pero en la fealdad épica de sus grandilocuentes decorados y de su directo ataque a la moralidad, "Showgirls" no alcanza ni por asomo el apocalíptico torbellino de desgracias que brindaba Scorsese, apenas una acumulación de traiciones y decadencias (nadie morirá, e incluso veremos algún que otro final feliz), así que, sin todo lo violento y crudo que pudiera haber sido el film, sin profundizar en el pasado de las dos protagonistas (idénticas aunque completos negativos) ni plantear bien su sadista y destructiva relación, la "trama", revisión euforizante y excesiva de la gran obra de Mankiewicz "All About Eve", se estanca en un devenir de secuencias de erotismo explícito sin orden ni concierto que nunca ve el momento de acabar.
Un erotismo gratuito, vulgar, que ofende y repugna, cuyo discurso es de lo más confuso y ambiguo. ¿Espectáculo sexista o película de marcada tendencia hembrista que denuncia la misoginia?, pues todos los hombres (pero todos) son presentados como seres abominables...aunque las mujeres también; el caso es que no se deja títere con cabeza (¿cuál es el significado de este sinsentido?). Robert Davi, Alan Rachins, Lin Tucci, Ungela Brockman, William Shockley, la guapísima Gina Gershon (que debería haber sido la protagonista, claro) o un MacLachlan de vergüenza ajena (y pensar que dio vida al Cooper de "Twin Peaks"...) encabezan un plantel de actores con los que es imposible simpatizar.
Y por culpa de sus personajes, cuyas bocas no dejan de escupir los más bochornosos diálogos, cortesía de ese tipejo que no ve seres humanos, sino fantasías pornográfica y sadomasoquistas llamado Eszterhas, aunque nadie resultará tan detestable como Elizabeth Berkley en su pobre debut cinematográfico, y es que cuando la protagonista, que es la que lleva sobre sus hombros el peso de la historia, carece de carisma, un verdadero atractivo y hace todo lo posible por caerte mal (no se puede aguantar su forma de hablar, ni de moverse, ni de mirar...), todo está condenado al desastre.
Así es, "Showgirls", la más exitosa producción calificada para adultos, y la única en recibir tal difusión en cines, fracasó estrepitosamente tanto a nivel de crítica como de taquilla, acabando su fugaz, polémica e infame carrera con la friolera de siete Raspberry, uno de ellos recogido por el propio Verhoeven (rematado con un discurso épico), quien facturó aquí su obra más estúpida, y con todo lo brutal y veloz que se presenta, al final también cursi y aburrida, desaprovechando su potencial y oportunidad de plantear una sátira trágica y coherente.
Quienes la hayan puntuado con más de un 2 deberían asistir al mismo psiquiátrico del que salió Berkley...
La verdad es que nada le podía ir mejor...hasta que decidió volver a colaborar con el guionista Joe Eszterhas (que ya acumulaba dos tropezones después de su exitoso "thriller" junto a Verhoeven: "Sin Escape" y "Sliver", también con Sharon Stone).
Con la idea de rendir homenaje (a su manera, claro) a aquellos pomposos e inmensos musicales clásicos de la MGM y de retornar al cine sórdido, sucio y realista que rodaba en su país antes de dedicarse a la fantasía y la ficción (la etapa de "Keetje Tippel" o "Delicias Holandesas", que se adivinaba muy lejana), el director se pondría manos a la obra en un proyecto de gran envergadura ubicado en un escenario perfecto: Las Vegas, imperio de la ambición, el glamour, la corrupción y la lucha por el poder. Con un logro tras otro en la industria nadie iba a negarle nada a Verhoeven, quien tuvo carta blanca para hacer lo que le diera la gana.
Hace su triunfal aparición embutida en unos tejanos y una chupa de cuero mientras resalta un moño mal recogido y un maquillaje chillón dirigiéndose con paso firme y una maleta hacia la autopista; esa manera de moverse, de mirar, de lamerse los labios...¿es una delincuente o quizá una prostituta? No sabemos de donde viene, sólo que se hace llamar Nomi y cuyo destino es Las Vegas; Kyle MacLachlan declararía cómo de malo y poco prometedor le pareció este inicio, consolándose con que las próximas escenas fuesen mejorando la historia...pero nada más lejos de la realidad.
Cuando le preguntaron por la tan terrible acogida de su película Verhoeven dijo "Era una historia sobre strippers y Las Vegas, ¿qué esperaban que hiciera?"; pero seguro que cualquiera esperaba mucho más del director y del guionista de "Instinto Básico", quienes deciden seguir los pasos de una niñata chula y desagradable salida de cualquier barrio de mala muerte con la ilusión de convertirse en una bailarina, pero que debe hacerlo desde lo más bajo. La trama prosigue desbocada hacia el encuentro entre Nomi y la estrella de la ciudad, Cristal, a la que admira y que, poco a poco, deseará reemplazar.
Eszterhas y Verhoeven intentan construir una nada original sátira sobre el duro ascenso a la fama (donde se sigue una regla de oro: si alguien se cruza en tu camino, písalo) dentro de ese microcosmos que bajo sus resplandecientes neones y excitantes ambientes alberga soterrados los más oscuros, viles y sucios procederes del ser humano; de hecho, todos y cada uno de los abyectos personajes será inevitablemente arrastrado por culpa de sus malas decisiones, deseos, codicia y locura, como sucedía en "Casino" (estrenada en el mismo año) aunque centrándose en el frívolo mundo del espectáculo, gobernado por hombres crueles ansiosos por explotar a pobres mujeres.
Pero en la fealdad épica de sus grandilocuentes decorados y de su directo ataque a la moralidad, "Showgirls" no alcanza ni por asomo el apocalíptico torbellino de desgracias que brindaba Scorsese, apenas una acumulación de traiciones y decadencias (nadie morirá, e incluso veremos algún que otro final feliz), así que, sin todo lo violento y crudo que pudiera haber sido el film, sin profundizar en el pasado de las dos protagonistas (idénticas aunque completos negativos) ni plantear bien su sadista y destructiva relación, la "trama", revisión euforizante y excesiva de la gran obra de Mankiewicz "All About Eve", se estanca en un devenir de secuencias de erotismo explícito sin orden ni concierto que nunca ve el momento de acabar.
Un erotismo gratuito, vulgar, que ofende y repugna, cuyo discurso es de lo más confuso y ambiguo. ¿Espectáculo sexista o película de marcada tendencia hembrista que denuncia la misoginia?, pues todos los hombres (pero todos) son presentados como seres abominables...aunque las mujeres también; el caso es que no se deja títere con cabeza (¿cuál es el significado de este sinsentido?). Robert Davi, Alan Rachins, Lin Tucci, Ungela Brockman, William Shockley, la guapísima Gina Gershon (que debería haber sido la protagonista, claro) o un MacLachlan de vergüenza ajena (y pensar que dio vida al Cooper de "Twin Peaks"...) encabezan un plantel de actores con los que es imposible simpatizar.
Y por culpa de sus personajes, cuyas bocas no dejan de escupir los más bochornosos diálogos, cortesía de ese tipejo que no ve seres humanos, sino fantasías pornográfica y sadomasoquistas llamado Eszterhas, aunque nadie resultará tan detestable como Elizabeth Berkley en su pobre debut cinematográfico, y es que cuando la protagonista, que es la que lleva sobre sus hombros el peso de la historia, carece de carisma, un verdadero atractivo y hace todo lo posible por caerte mal (no se puede aguantar su forma de hablar, ni de moverse, ni de mirar...), todo está condenado al desastre.
Así es, "Showgirls", la más exitosa producción calificada para adultos, y la única en recibir tal difusión en cines, fracasó estrepitosamente tanto a nivel de crítica como de taquilla, acabando su fugaz, polémica e infame carrera con la friolera de siete Raspberry, uno de ellos recogido por el propio Verhoeven (rematado con un discurso épico), quien facturó aquí su obra más estúpida, y con todo lo brutal y veloz que se presenta, al final también cursi y aburrida, desaprovechando su potencial y oportunidad de plantear una sátira trágica y coherente.
Quienes la hayan puntuado con más de un 2 deberían asistir al mismo psiquiátrico del que salió Berkley...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como dije antes, Paul Verhoeven declaró sin tapujos que la suya era una película sobre strippers y Las Vegas, concluyendo con la cuestión "¿qué esperaban que hiciera?".
Y la verdad es que siendo el hombre que poco antes llevaba a las pantallas grandes títulos como "Desafío Total" o "Instinto Básico" realmente uno podría esperar mucho más...
Tras una larga y pesada sucesión de acontecimientos encadenados sin ningún sentido y de un tosco erotismo que roza lo pornográfico y autoparódico, todo ello girando en torno a dos argumentos a los que se le podían haber sacado mucho más jugo (la lucha por lograr la fama y la gloria en el duro mundo del espectáculo y esa relación amor-odio entre las dos protagonistas), llega quizá lo único realmente interesante del film, más o menos a partir de los 25 minutos finales cuando, "copiando" a Julie, Nomi empuja por las escaleras a Cristal, arrebatándole su puesto como diva del Stardust.
Se recurre entonces a una significativa repetición de hechos donde la aspirante "toma" la vida de la estrella en todas sus facetas, la sentimental y la profesional, quedando la anterior relegada a simple humo del que ya nadie se acuerda, demostrándose una vez más que el ser humano no es sino una marioneta de la fama, pasajera irrecuperable.
Verhoeven entonces avanza precipitado (cuando no debe hacerlo) hacia el final, donde por fin podremos averiguar algo (aunque tampoco tanto) del pasado de Nomi y ocurrirá un incidente que podría haber dado para toda una historia si Eszterhas se lo hubiese propuesto: el asalto y la violación de Molly y la posterior venganza de Nomi. Pero aunque podamos disfrutar de algo de intriga y auténtica tragedia de manual, será desgraciadamente en los últimos estertores de un film que ya estaba encaminado a su propia extinción desde el principio, y para los que hemos tenido que soportar demasiados excesos, descacharrantes diálogos y secuencias del todo innecesarias.
De ritmo frenético pero lento avanzar, paradójicamente al contrario durante su tramo final (lo mejor), "Showgirls" quedará encerrada en un hermético círculo vicioso que dejará exhausto al público y cuyo final (tras un romántico y tierno momento que no encaja ni a pulso) no podría resultar más patético e increíble: regresando al inicio con el mismo tío que recogía a Nomi en la carretera y le acababa robando la maleta.
No se puede destacar una escena por encima de otra, ya que todas son realmente mediocres, pero he de señalar una que me gustó de verdad...la única: cuando Angie, a la que da vida la insufrible Ungela Brockman, se cae al suelo rompiéndose la rodilla al resbalar su compañero con las piedras que lanza Julie.
Puedo jurar que aplaudí. Aplaudí muy fuerte. En los créditos finales también, porque la tortura había acabado.
Y la verdad es que siendo el hombre que poco antes llevaba a las pantallas grandes títulos como "Desafío Total" o "Instinto Básico" realmente uno podría esperar mucho más...
Tras una larga y pesada sucesión de acontecimientos encadenados sin ningún sentido y de un tosco erotismo que roza lo pornográfico y autoparódico, todo ello girando en torno a dos argumentos a los que se le podían haber sacado mucho más jugo (la lucha por lograr la fama y la gloria en el duro mundo del espectáculo y esa relación amor-odio entre las dos protagonistas), llega quizá lo único realmente interesante del film, más o menos a partir de los 25 minutos finales cuando, "copiando" a Julie, Nomi empuja por las escaleras a Cristal, arrebatándole su puesto como diva del Stardust.
Se recurre entonces a una significativa repetición de hechos donde la aspirante "toma" la vida de la estrella en todas sus facetas, la sentimental y la profesional, quedando la anterior relegada a simple humo del que ya nadie se acuerda, demostrándose una vez más que el ser humano no es sino una marioneta de la fama, pasajera irrecuperable.
Verhoeven entonces avanza precipitado (cuando no debe hacerlo) hacia el final, donde por fin podremos averiguar algo (aunque tampoco tanto) del pasado de Nomi y ocurrirá un incidente que podría haber dado para toda una historia si Eszterhas se lo hubiese propuesto: el asalto y la violación de Molly y la posterior venganza de Nomi. Pero aunque podamos disfrutar de algo de intriga y auténtica tragedia de manual, será desgraciadamente en los últimos estertores de un film que ya estaba encaminado a su propia extinción desde el principio, y para los que hemos tenido que soportar demasiados excesos, descacharrantes diálogos y secuencias del todo innecesarias.
De ritmo frenético pero lento avanzar, paradójicamente al contrario durante su tramo final (lo mejor), "Showgirls" quedará encerrada en un hermético círculo vicioso que dejará exhausto al público y cuyo final (tras un romántico y tierno momento que no encaja ni a pulso) no podría resultar más patético e increíble: regresando al inicio con el mismo tío que recogía a Nomi en la carretera y le acababa robando la maleta.
No se puede destacar una escena por encima de otra, ya que todas son realmente mediocres, pero he de señalar una que me gustó de verdad...la única: cuando Angie, a la que da vida la insufrible Ungela Brockman, se cae al suelo rompiéndose la rodilla al resbalar su compañero con las piedras que lanza Julie.
Puedo jurar que aplaudí. Aplaudí muy fuerte. En los créditos finales también, porque la tortura había acabado.
Más sobre Chris Jiménez
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here