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7
11 de enero de 2014
11 de enero de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué es ser amigos?
Pensaba que iba a ser una comedia simple y ligera, seguramente engañada por el título (“Pequeñas mentiras sin importancia”, en español; “Les petits mouchoirs”, “los pequeños pañuelos”, en francés). El caso es que el film empieza fuerte (y el título es irónico). Después, la cosa se suaviza… a medias. Este es un grupo de amigos, y cada cual anda con su tema.
Antoine (Laurent Lafitte) no puede superar la ruptura con Juliette y anda siempre pidiendo consejos. Max (François Cluzet), propietario de un hotel de lujo en París está completamente estresado. Marie (Marion Cotillard) vive entre peta y peta y rollos sin consecuencia. Vincent (Benoît Magimel) descubre un nuevo amor. Éric (Gilles Lellouche) se quiere ligar a todo bicho con falda aunque esté casado… Las vacaciones se desarrollan entre confesiones y con un gran ausente.
Bueno rollito, pero la sensibilidad está a flor de piel y muestra que no todo está tan bien.
Comedia y drama se mezclan pasando de uno a otro sin solución de continuidad. Este baile entre extremos es lo que hace todo el encanto de la película y lo que le da la originalidad respecto a otras comparables (Cuatro bodas y un funeral, Los amigos de Peter…) que hablan también de amigos que se reúnen. Quizás hay demasiados altibajos, no hay escena de alegría que no se rompa en llanto o enfado. Pero quizás ahí está uno de los quid: nada es seguro, este es un mundo inestable donde ni el trabajo, ni el amor, ni el matrimonio, ni la amistad, ni la sexualidad son valores estables. ¿Qué clase de amistad es esa que cuando necesitas al otro no está? Hay que navegar y para sobrevivir mejor mentir. Todo el mundo miente, todo el mundo se miente, hasta que…
En medio de esta marea de emociones los niños, inocentes, se llevan las tensiones de los adultos. No se sabe a qué se dedican los personajes (salvo Max y su hotel y Vincent que es fisioterapeuta), pero esto lo convierte en más cercano. En nuestro entorno, no nos interesa lo que hacen nuestros amigos, sino lo que son y lo que hemos vivido con ellos.
En cuanto a interpretaciones, sobresaliente. Hay una naturalidad, cercanía y confianza, la que sirve para pelearse. El autor muestra las alegrías y también las miserias de estos personajes egoístas, pero siempre desde el cariño, con una mirada comprensiva, porque es fácil reflejarse en algunas de las facetas de estos seres llenos de defectos y humanidad.
Emotivo, luminoso como la amistad y enrevesado como la mentira. Bien.
Pensaba que iba a ser una comedia simple y ligera, seguramente engañada por el título (“Pequeñas mentiras sin importancia”, en español; “Les petits mouchoirs”, “los pequeños pañuelos”, en francés). El caso es que el film empieza fuerte (y el título es irónico). Después, la cosa se suaviza… a medias. Este es un grupo de amigos, y cada cual anda con su tema.
Antoine (Laurent Lafitte) no puede superar la ruptura con Juliette y anda siempre pidiendo consejos. Max (François Cluzet), propietario de un hotel de lujo en París está completamente estresado. Marie (Marion Cotillard) vive entre peta y peta y rollos sin consecuencia. Vincent (Benoît Magimel) descubre un nuevo amor. Éric (Gilles Lellouche) se quiere ligar a todo bicho con falda aunque esté casado… Las vacaciones se desarrollan entre confesiones y con un gran ausente.
Bueno rollito, pero la sensibilidad está a flor de piel y muestra que no todo está tan bien.
Comedia y drama se mezclan pasando de uno a otro sin solución de continuidad. Este baile entre extremos es lo que hace todo el encanto de la película y lo que le da la originalidad respecto a otras comparables (Cuatro bodas y un funeral, Los amigos de Peter…) que hablan también de amigos que se reúnen. Quizás hay demasiados altibajos, no hay escena de alegría que no se rompa en llanto o enfado. Pero quizás ahí está uno de los quid: nada es seguro, este es un mundo inestable donde ni el trabajo, ni el amor, ni el matrimonio, ni la amistad, ni la sexualidad son valores estables. ¿Qué clase de amistad es esa que cuando necesitas al otro no está? Hay que navegar y para sobrevivir mejor mentir. Todo el mundo miente, todo el mundo se miente, hasta que…
En medio de esta marea de emociones los niños, inocentes, se llevan las tensiones de los adultos. No se sabe a qué se dedican los personajes (salvo Max y su hotel y Vincent que es fisioterapeuta), pero esto lo convierte en más cercano. En nuestro entorno, no nos interesa lo que hacen nuestros amigos, sino lo que son y lo que hemos vivido con ellos.
En cuanto a interpretaciones, sobresaliente. Hay una naturalidad, cercanía y confianza, la que sirve para pelearse. El autor muestra las alegrías y también las miserias de estos personajes egoístas, pero siempre desde el cariño, con una mirada comprensiva, porque es fácil reflejarse en algunas de las facetas de estos seres llenos de defectos y humanidad.
Emotivo, luminoso como la amistad y enrevesado como la mentira. Bien.
8
25 de noviembre de 2013
25 de noviembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me había “prometido” (entre comillas porque tampoco era una promesa a sangre y fuego) no ver las siguientes partes después de haber visto la primera, que me resultó lenta e insustancial. Las circunstancias, sin embargo, han querido que topara con este tercer episodio. Menos mal. Céline y Jess están juntos, tienen dos hijas gemelas y pasan el verano en una isla griega. Acaban de despedirse del hijo de Jess y el padre se muestra triste, se pregunta si no debería ir a Chicago para estar más cerca de él. En el trayecto en coche desde el aeropuerto a la casa, la pareja habla (¡cómo no, es la especialidad de la casa!). Céline se niega a trasladarse a Chicago, tema que en realidad no se plantea directamente. Pero se ha abierto una grieta y el espectador presiente que por ahí va a entrar mucha agua…
El día transcurre, compra, charla de sobremesa con amigos, paseo, puesta de sol… todo esto sin que haya un segundo de silencio. Resulta algo poco natural porque una pareja que se conoce desde hace tanto tiempo no necesita el apoyo constante de la palabra.
Pero todo este río desemboca en un mar (de dudas). En los veinte últimos minutos es cuando se concentra el drama de esta pareja que ha llegado a un punto muerto. Ella le hace toda suerte de recriminaciones. Aquí, por primera vez me parece a mí, el diálogo se hace auténtico. No se trata de un mero bla-bla-bla para llenar el vacío, sino de temas tan personales como universales. En esos momentos, Céline y Jess encarnan una pareja concreta y a la vez universal. Ella quiere saber si él se ha acostado con una tal X (no recuerdo el nombre) y él responde reiterando su amor. “Entonces, es que te has acostado con ella”, sentencia Céline. ¿No nos suena? Ella habla de lo concreto y él de lo general. Discurren temas como la maternidad (yo me he sacrificado, tú holgazaneabas, viene a decir ella), el feminismo (las mujeres son siempre las que se sacrifican), el reconocimiento (él es autor de éxito, ella, en cambio…), el declive del cuerpo (ella no se siente deseable), el encuentro de tú a tú, fuera de los niños (han tomado esa noche para estar juntos completamente), la calma (la que demuestra él), frente a la tormenta (ella está alterada y no entiende a razones), la escucha o falta de escucha (él le dice que la quiere y ella no se lo cree), la aceptación (yo te acepto como eres, asegura él), frente a la voluntad de cambiar al otro. En fin, es todo un decálogo de asuntos que trascurren en el seno de una pareja que necesita romper o que se rompa algo.
Una vez roto el vaso, ¿qué harán? El final marca una dirección, pero no un final cerrado. Esperemos que la siguiente entrega (¿Antes de la madrugada?) aclare algo más.
La acción transcurre en un solo día, como en entregas anteriores, no hay artificios en el vestuario ni en el maquillaje. Aquí es un día cualquiera durante las vacaciones. Aunque un día clave en el que tomar decisiones… El guion ha sido escrito por el director y los dos protagonistas; se nota en la frescura y cercanía de los diálogos.
P.S. Sigo opinando lo mismo de la primera entrega (Antes del amanecer – R. Linklater
http://www.francescaprince.es/blog/?p=699 - No consigo entender).
El día transcurre, compra, charla de sobremesa con amigos, paseo, puesta de sol… todo esto sin que haya un segundo de silencio. Resulta algo poco natural porque una pareja que se conoce desde hace tanto tiempo no necesita el apoyo constante de la palabra.
Pero todo este río desemboca en un mar (de dudas). En los veinte últimos minutos es cuando se concentra el drama de esta pareja que ha llegado a un punto muerto. Ella le hace toda suerte de recriminaciones. Aquí, por primera vez me parece a mí, el diálogo se hace auténtico. No se trata de un mero bla-bla-bla para llenar el vacío, sino de temas tan personales como universales. En esos momentos, Céline y Jess encarnan una pareja concreta y a la vez universal. Ella quiere saber si él se ha acostado con una tal X (no recuerdo el nombre) y él responde reiterando su amor. “Entonces, es que te has acostado con ella”, sentencia Céline. ¿No nos suena? Ella habla de lo concreto y él de lo general. Discurren temas como la maternidad (yo me he sacrificado, tú holgazaneabas, viene a decir ella), el feminismo (las mujeres son siempre las que se sacrifican), el reconocimiento (él es autor de éxito, ella, en cambio…), el declive del cuerpo (ella no se siente deseable), el encuentro de tú a tú, fuera de los niños (han tomado esa noche para estar juntos completamente), la calma (la que demuestra él), frente a la tormenta (ella está alterada y no entiende a razones), la escucha o falta de escucha (él le dice que la quiere y ella no se lo cree), la aceptación (yo te acepto como eres, asegura él), frente a la voluntad de cambiar al otro. En fin, es todo un decálogo de asuntos que trascurren en el seno de una pareja que necesita romper o que se rompa algo.
Una vez roto el vaso, ¿qué harán? El final marca una dirección, pero no un final cerrado. Esperemos que la siguiente entrega (¿Antes de la madrugada?) aclare algo más.
La acción transcurre en un solo día, como en entregas anteriores, no hay artificios en el vestuario ni en el maquillaje. Aquí es un día cualquiera durante las vacaciones. Aunque un día clave en el que tomar decisiones… El guion ha sido escrito por el director y los dos protagonistas; se nota en la frescura y cercanía de los diálogos.
P.S. Sigo opinando lo mismo de la primera entrega (Antes del amanecer – R. Linklater
http://www.francescaprince.es/blog/?p=699 - No consigo entender).

7,1
8.635
8
21 de febrero de 2015
21 de febrero de 2015
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kurt Gerstein existió en la realidad. Esta es su historia. Costa-Gavras se ha ampliamente documentado para retratar el recorrido de un hombre que creía en su patria, era miembro de las implacables SS, pero que a la vez no podía aceptar los horrores que presenciaba.
Queda la pregunta: ¿se puede ser un SS compasivo? ¿Hasta qué punto es exculpable o responsable? ¿No es mejor denunciar la barbarie desde dentro? ¿No es mejor huir, en este caso, salir del país y denunciar? ¿Puedes seguir proporcionando el arma que mata a millones de personas y a la vez querer detenerlo?
El “problema” de Gerstein es su doble creencia: en su país y en un Dios. Si el nacionalsocialismo se opuso a las religiones es justamente porque quiso eregirse como religión. El “no amarás más Dios que yo”, se convertía de alguna manera en “no amarás nada fuera del Reich”. Las religiones monoteístas no admiten competencia...
Cada vez que sale a la luz el tema del nacionalsocialismo, es inevitable la pregunta: ¿cómo puede ser que tanta gente durante tanto tiempo admitiera, aceptara eso?Hannah Arendt, en su ensayo sobre los totalitarismos ofrece algunos elementos para comprender.
Según Arendt, en los régimenes totalitarios se distinguen tres tipos de individuos: los dogmáticos, los nihilistas y la gente común. Los dogmáticos son los ferverosos creyentes en unas normas y convicciones; no admiten réplica ni se quieren cuestionar. En la película, este aspecto estaría encarnado por el padre de Kurt, defensor del Reich hasta el final.
Los nihilistas son aquellos que como en el fondo no creen en nada, se “apuntan” a la doctrina que mejor les conviene. El doctor (Ulrich Tukur) representa esta segunda categoría; él mismo afirma que no sabe el porqué de lo que hace; su vago pero afirmado desprecio a la humanidad le permite moverse como una anguila por las redes del Partido, cumpliendo órdenes sin cuestionar. Como se ve al final, no tiene ningún problema en cambiar de bando…
En tercer lugar, según Harendt, se encuentra el pueblo llano, aquel que sigue la corriente, ni cree ni deja de creer, se deja llevar.
Y en medio de toda esta muchedumbre se yergue Gerstein y su conciencia… pero no puede distanciarse de lo que le rodea. Y ahí es donde su culpabilidad y su inocencia se mezclan irremediablemente.
Cuando en el 45 se libera Alemania y los campos, Gerstein es arrestado por haber sido miembro de las SS; en la cárcel redacta su alegato: él ha participado, pero también ha querido detener los acontecimientos. Cuando entiende que su caso está perdido, que los franceses que le van a juzgar le creen culpable, decide… (no contaré la escena casi final).
En cuanto a la película, sobria, didácitca y honesta. Y sobre todo, su enorme valor consiste en la voluntad de Costa-Gavras en denunciar los horrores de la guerra y… el clamoroso silencio del Vaticano.
Queda la pregunta: ¿se puede ser un SS compasivo? ¿Hasta qué punto es exculpable o responsable? ¿No es mejor denunciar la barbarie desde dentro? ¿No es mejor huir, en este caso, salir del país y denunciar? ¿Puedes seguir proporcionando el arma que mata a millones de personas y a la vez querer detenerlo?
El “problema” de Gerstein es su doble creencia: en su país y en un Dios. Si el nacionalsocialismo se opuso a las religiones es justamente porque quiso eregirse como religión. El “no amarás más Dios que yo”, se convertía de alguna manera en “no amarás nada fuera del Reich”. Las religiones monoteístas no admiten competencia...
Cada vez que sale a la luz el tema del nacionalsocialismo, es inevitable la pregunta: ¿cómo puede ser que tanta gente durante tanto tiempo admitiera, aceptara eso?Hannah Arendt, en su ensayo sobre los totalitarismos ofrece algunos elementos para comprender.
Según Arendt, en los régimenes totalitarios se distinguen tres tipos de individuos: los dogmáticos, los nihilistas y la gente común. Los dogmáticos son los ferverosos creyentes en unas normas y convicciones; no admiten réplica ni se quieren cuestionar. En la película, este aspecto estaría encarnado por el padre de Kurt, defensor del Reich hasta el final.
Los nihilistas son aquellos que como en el fondo no creen en nada, se “apuntan” a la doctrina que mejor les conviene. El doctor (Ulrich Tukur) representa esta segunda categoría; él mismo afirma que no sabe el porqué de lo que hace; su vago pero afirmado desprecio a la humanidad le permite moverse como una anguila por las redes del Partido, cumpliendo órdenes sin cuestionar. Como se ve al final, no tiene ningún problema en cambiar de bando…
En tercer lugar, según Harendt, se encuentra el pueblo llano, aquel que sigue la corriente, ni cree ni deja de creer, se deja llevar.
Y en medio de toda esta muchedumbre se yergue Gerstein y su conciencia… pero no puede distanciarse de lo que le rodea. Y ahí es donde su culpabilidad y su inocencia se mezclan irremediablemente.
Cuando en el 45 se libera Alemania y los campos, Gerstein es arrestado por haber sido miembro de las SS; en la cárcel redacta su alegato: él ha participado, pero también ha querido detener los acontecimientos. Cuando entiende que su caso está perdido, que los franceses que le van a juzgar le creen culpable, decide… (no contaré la escena casi final).
En cuanto a la película, sobria, didácitca y honesta. Y sobre todo, su enorme valor consiste en la voluntad de Costa-Gavras en denunciar los horrores de la guerra y… el clamoroso silencio del Vaticano.

7,1
25.940
6
10 de octubre de 2013
10 de octubre de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un experto en arte, coleccionista obsesivo de retratos de mujer y agente de subastas. Maniático, refinado y asocial, vive al margen de cualquier pasión amorosa. Su ordenada vida se ve perturbada tras la llamada de una joven heredera que quiere liquidar el patrimonio legado por sus padres. La intriga que despertará esta mujer, unido con misteriosas piezas que encontrará en el palacio donde habita irán tejiendo una trama de amor y suspense.
En realidad, hay varias películas en una. Pensándolo mejor, quizás es la intención porque, como se verá a continuación, una de las claves es el robot que se va a ir construyendo.
Pero vayamos por partes. La primera historia es que nos muestra a este experto en arte, Virgil Oldman (Geoffrey Rush, El discurso del Rey, 2010), un ser asocial, que se protege las manos con exquisitos guantes. Organiza subastas y –de paso– se queda con algunas obras que vende a un precio menor de su valor real, para su colección personal.
Esta vida milimetrada se verá resquebrajada por la aparición (bueno, aunque, justamente, no aparece) de Claire (Sylvia Hoeks ),una joven heredera que quiere vender toda la colección de la familia. Intrigado e irritado por esta mujer, Virgil Oldman se adentra en terreno pantanoso y querrá descubrir la verdadera identidad de Claire. Acaba enamorándose y su vida elegante y gris acaba. Todo esto es la segunda historia, un poco ñoña, a ratos, la verdad.
La tercera historia es la del autómata. Sí, hay que fijarse en ese objeto insignificante que Oldman encuentra en el suelo: unas ruedas dentadas, que parecen pertenecer a un engranaje más amplio. Oldman lo lleva a su amigo (Jim Sturgess), un fanático de los cachivaches, capaz de reparar cualquier artilugio en su taller. Poco a poco Oldman le irá proporcionando más piezas parecidas –todas ellas encontradas en la casa de Claire–. A medida que el joven técnico va reconstruyendo el mecano, la trama se va tejiendo. Pronto descubren que las piezas pertenecen al autómata de Vaucanson, creado por este ingeniero francés del siglo XVII, que –milagrosamente– era capaz de contestar a cualquier pregunta que le formulara el público presente (en realidad, era porque dentro se escondía un enano).
A la vez, durante esas sesiones en el taller, Oldman va desgranando su desdichada historia: se siente atraído por esta heredera que habita la casa, pero que jamás se muestra. El joven, poco a poco, se muestra intrigado también.
El autómata está terminado; Oldman consigue su objetivo. La vida del viejo subastador da un vuelco y quiere emprender una nueva vida. Con variaciones, una frase se repite en distintos momentos, como una especie de leitmotiv: “En toda falsificación siempre se encuentra algo auténtico” ¿Quién miente? ¿Quién engaña? ¿Quién se ha dejado engañar? ¿Es realmente la chica de fiar? ¿Y el amigo?
En realidad, el meollo de la cuestión está ahí; este aspecto parece mucho más interesante que la parte 1 y –sobre todo– la parte 2, una historia de amor que pasa de lo anormal a lo más convencional. En cambio, la parte 3, que sustenta en cierto modo las otras dos, pero que podría ser LA película en sí, dejando el resto como telón de fondo o, por lo menos, como algo más secundario (esto quizás reduciría la película, que dura dos horas).
Ambientación muy lograda. Personajes bien construidos, el del joven mecánico, el de Oldman (esencialmente, son ellos dos).
Es curioso la cantidad de localizaciones que aparecen al final de la película, cuando en realidad aparecen pocos escenarios: el despacho y casa de él, sala de subastas y palacio de ella. Sin embargo, en los títulos de crédito se hace mención a múltiples lugares de filmación (Viena, Praga, Roma, Milán, etc.).
Música de Ennio Morricone; se reconoce sobre todo al principio, en los primeros acordes de la primera melodía que se escucha.
En realidad, hay varias películas en una. Pensándolo mejor, quizás es la intención porque, como se verá a continuación, una de las claves es el robot que se va a ir construyendo.
Pero vayamos por partes. La primera historia es que nos muestra a este experto en arte, Virgil Oldman (Geoffrey Rush, El discurso del Rey, 2010), un ser asocial, que se protege las manos con exquisitos guantes. Organiza subastas y –de paso– se queda con algunas obras que vende a un precio menor de su valor real, para su colección personal.
Esta vida milimetrada se verá resquebrajada por la aparición (bueno, aunque, justamente, no aparece) de Claire (Sylvia Hoeks ),una joven heredera que quiere vender toda la colección de la familia. Intrigado e irritado por esta mujer, Virgil Oldman se adentra en terreno pantanoso y querrá descubrir la verdadera identidad de Claire. Acaba enamorándose y su vida elegante y gris acaba. Todo esto es la segunda historia, un poco ñoña, a ratos, la verdad.
La tercera historia es la del autómata. Sí, hay que fijarse en ese objeto insignificante que Oldman encuentra en el suelo: unas ruedas dentadas, que parecen pertenecer a un engranaje más amplio. Oldman lo lleva a su amigo (Jim Sturgess), un fanático de los cachivaches, capaz de reparar cualquier artilugio en su taller. Poco a poco Oldman le irá proporcionando más piezas parecidas –todas ellas encontradas en la casa de Claire–. A medida que el joven técnico va reconstruyendo el mecano, la trama se va tejiendo. Pronto descubren que las piezas pertenecen al autómata de Vaucanson, creado por este ingeniero francés del siglo XVII, que –milagrosamente– era capaz de contestar a cualquier pregunta que le formulara el público presente (en realidad, era porque dentro se escondía un enano).
A la vez, durante esas sesiones en el taller, Oldman va desgranando su desdichada historia: se siente atraído por esta heredera que habita la casa, pero que jamás se muestra. El joven, poco a poco, se muestra intrigado también.
El autómata está terminado; Oldman consigue su objetivo. La vida del viejo subastador da un vuelco y quiere emprender una nueva vida. Con variaciones, una frase se repite en distintos momentos, como una especie de leitmotiv: “En toda falsificación siempre se encuentra algo auténtico” ¿Quién miente? ¿Quién engaña? ¿Quién se ha dejado engañar? ¿Es realmente la chica de fiar? ¿Y el amigo?
En realidad, el meollo de la cuestión está ahí; este aspecto parece mucho más interesante que la parte 1 y –sobre todo– la parte 2, una historia de amor que pasa de lo anormal a lo más convencional. En cambio, la parte 3, que sustenta en cierto modo las otras dos, pero que podría ser LA película en sí, dejando el resto como telón de fondo o, por lo menos, como algo más secundario (esto quizás reduciría la película, que dura dos horas).
Ambientación muy lograda. Personajes bien construidos, el del joven mecánico, el de Oldman (esencialmente, son ellos dos).
Es curioso la cantidad de localizaciones que aparecen al final de la película, cuando en realidad aparecen pocos escenarios: el despacho y casa de él, sala de subastas y palacio de ella. Sin embargo, en los títulos de crédito se hace mención a múltiples lugares de filmación (Viena, Praga, Roma, Milán, etc.).
Música de Ennio Morricone; se reconoce sobre todo al principio, en los primeros acordes de la primera melodía que se escucha.
7
14 de diciembre de 2014
14 de diciembre de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos muy lejos de las primas millonarias de exbanqueros, empresarios y consejeros. Aquí hablamos de una recompensa de 1 000 euros. Pero en el contexto de clase media baja, con familias en viviendas sociales, con niños, trabajos poco remunerados, mil euros marcan una gran diferencia. ¿Cómo rechazarlo solo por mantener el trabajo de una compañera?
El argumento no puede ser más sencillo y, por las mismas, desgarrador.
El conflicto con el marido no es menor: ¿cómo forzar a alguien a luchar cuando no quiere? Y por parte de ella, ¿cómo combatir la sensación de que tu marido no te quiere, sino que se apiada de ti?
No hay preámbulo, la película te introduce en el nudo gordiano desde la primera escena (el ring del teléfono marca el inicio del combate, de alguna manera). Sandra no tiene más armas que ella misma; no puede competir con la aplastante lógica económica; no puede no entender que los demás necesiten ese dinero, sin embargo, entre altos y bajos, irá a ver a todos y cada uno de los participantes en el voto inicial. La petición es sencilla y drástica: votar por ella y renunciar a la prima.
En este film, el drama individual (Sandra pierde su trabajo para que otros cobren la prima), familiar (Sandra cree que su marido la ayuda por piedad, no por amor), empresarial (la cruda lógica económica que “obliga” a despedir a cambio de recompensas) se cruzan en una trama sencilla y cruda.
Curioso que los niños de Sandra pasen a un segundo plano, que parezca pesar tan poco en la fuerza o flaqueza de ella a la hora de actuar.
La película bien podría llamarse “Marion Cotillard”; el film es ella. Aparece en todos y cada unos de los planos. Completamente despojada de cualquier adorno, en vaquero, camiseta y coleta emprende su lucha entre el desánimo, el dolor, el abatimiento, la esperanza, la vergüenza, el pudor, la rabia y el bajón de la depresión que la lleva a un lavado de… (completar tras haber visto la cinta). Sandra/Cotillard transita entre estas sensaciones con una veracidad y sencillez pasmosa. Ella es el espectador, es nosotros que nos ponemos en su lugar (“ponte en mi lugar” es una de las frases más repetidas por unos y otros). Y así, la película nos obliga a ponernos en la posición de aquellos que no quieren renunciar a la prima porque realmente la necesitan, y en los zapatos de ella, que no puede perder su puesto. Pero a quién seguimos es a ella y a través de sus ojos, vislumbramos el drama de los demás.
Una película para los amantes de los dramas sociales, del cine sin artificios, para los amantes de Marion Cotillard y para los esperanzados.
El argumento no puede ser más sencillo y, por las mismas, desgarrador.
El conflicto con el marido no es menor: ¿cómo forzar a alguien a luchar cuando no quiere? Y por parte de ella, ¿cómo combatir la sensación de que tu marido no te quiere, sino que se apiada de ti?
No hay preámbulo, la película te introduce en el nudo gordiano desde la primera escena (el ring del teléfono marca el inicio del combate, de alguna manera). Sandra no tiene más armas que ella misma; no puede competir con la aplastante lógica económica; no puede no entender que los demás necesiten ese dinero, sin embargo, entre altos y bajos, irá a ver a todos y cada uno de los participantes en el voto inicial. La petición es sencilla y drástica: votar por ella y renunciar a la prima.
En este film, el drama individual (Sandra pierde su trabajo para que otros cobren la prima), familiar (Sandra cree que su marido la ayuda por piedad, no por amor), empresarial (la cruda lógica económica que “obliga” a despedir a cambio de recompensas) se cruzan en una trama sencilla y cruda.
Curioso que los niños de Sandra pasen a un segundo plano, que parezca pesar tan poco en la fuerza o flaqueza de ella a la hora de actuar.
La película bien podría llamarse “Marion Cotillard”; el film es ella. Aparece en todos y cada unos de los planos. Completamente despojada de cualquier adorno, en vaquero, camiseta y coleta emprende su lucha entre el desánimo, el dolor, el abatimiento, la esperanza, la vergüenza, el pudor, la rabia y el bajón de la depresión que la lleva a un lavado de… (completar tras haber visto la cinta). Sandra/Cotillard transita entre estas sensaciones con una veracidad y sencillez pasmosa. Ella es el espectador, es nosotros que nos ponemos en su lugar (“ponte en mi lugar” es una de las frases más repetidas por unos y otros). Y así, la película nos obliga a ponernos en la posición de aquellos que no quieren renunciar a la prima porque realmente la necesitan, y en los zapatos de ella, que no puede perder su puesto. Pero a quién seguimos es a ella y a través de sus ojos, vislumbramos el drama de los demás.
Una película para los amantes de los dramas sociales, del cine sin artificios, para los amantes de Marion Cotillard y para los esperanzados.
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