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6,1
43.841
9
15 de diciembre de 2017
15 de diciembre de 2017
77 de 127 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí estamos otra vez.
El mismo Imperio, la misma Rebelión, el eterno retorno entre dos facciones que en si mismas representan dos modos de ver el mundo, o la galaxia, y no podrían existir la una sin la otra.
Pero también algo más: savia nueva creciendo al abrigo del árbol viejo, luchando por su propio destino, aunque buscando la manera de honrar los destinos de sus mayores.
En el momento más espectacular, temática y visualmente, de 'Star Wars: Los Últimos Jedi' late un mismo conflicto que hace eco en todo el episodio: dos jóvenes reclamando una vieja reliquia, cada uno para si mismo, porque es un símbolo de esperanza que les inspiró a salir de quiénes eran.
Todo eso sin darse cuenta de que todo lo que necesitan, un legado y una autorealización, ya está creciendo dentro de ellos, desde el primer momento en que sus huellas no se correspondieron con sus maestros.
Es triste que el alumno no pueda ir más allá de lo que ha sido su maestro, y ese es un mantra que se repite en toda la película, como progresión de su historia, pero también como recordatorio de que esta franquicia se ha construido en hombros de gigantes, que a punto han estado de asfixiar a los que siguen su ejemplo.
(En ese sentido, 'El Despertar de la Fuerza' queda como un peaje comercial, taquillero de esta que nos ocupa, y yo que me alegro)
Sigue habiendo trepidantes combates espaciales, emboscadas inesperadas, duelos épicos de esos que chocan destinos, traiciones que matan la esperanza, blásters, líderes manipuladores de mentes y emociones... todo eso es lo mismo, lo de siempre, a cargo de Finn, Poe y otros rebeldes del montón (que luchan por nuestra atención cuando a Leia sólo le basta una mirada), pero... algo más flota en el ambiente.
Rey fue en busca de Luke Skywalker y le encontró, pero allí donde esperaba hallar grandeza sólo había decepción, y falta de creencia. El antiguo maestro Jedi ahora es sólo un viejo resolutivo, que consume su tiempo lejos del mundo, sintiendo que este le pasó por encima y él no hizo nada para evitarlo.
'Star Wars', sin avisar, abre la puerta a la relatividad moral, y es más siniestra que el lado oscuro: "era Luke Skywalker, debería haber estado a la altura de mi leyenda... pero no lo hice, y ahora pago la eterna deuda a una duda momentánea".
Nada más terrorífico que un maestro dudando de si mismo, nada más triste que un hombre dándose cuenta de que todas las buenas intenciones no valen para nada, cuando al primer desvío eliges tomar la misma y conocida carretera equivocada.
Desde ese momento, y aunque recuperar lo que ya funcionó parece tentador, la única solución parece cortar la cabeza a la bestia de pecados de los padres, para que los jóvenes puedan tener algún futuro.
No es de extrañar que la Fuerza junte a Rey y Kylo Ren: ambos nacieron en lados fracturados de una balanza milenaria, desarrollándose amparados bajo sus errores y dogmas, para finalmente darse cuenta de que hay pocas verdades absolutas que justifiquen cualquiera de sus guerras. Como la única savia nueva, ambos se esfuerzan en intentar entenderse, hallando una conexión más fluida que la de sus decrépitos y ¿manipuladores? maestros.
Los buenos y los malos no existen, dice DJ (espléndido Benicio del Toro, siendo el último irredimible de la galaxia), y al final todo se reduce a puntos de vista, cosas que nunca se dijeron porque no era el momento o gatillos que apretaron otros y, citándole de nuevo, "tal vez me equivoque" pero esa es la verdad.
La cortina de Oz ya no existe, o quizá siempre la poníamos nosotros.
Quisimos nuestras leyendas puras y perfectas, inmutables, pero el tiempo y las nuevas generaciones, si algo tienen, es que son inevitables: siempre traen equilibrio a la Fuerza, vida que se descompone y vuelve a renacer, en un ciclo infinito que nunca perteneció a los Jedi, a los Sith y ni mucho menos a ese mito que se hacía llamar Luke Skywalker.
Y por eso aplaudo la valentía de entender este episodio como un rompe y rasga, un nuevo requiebro sobre el viaje del héroe que, más que hacerle patético u equivocado, le engrandece.
Porque cuesta estar a la altura de la propia leyenda, pero aún más cuesta entender que no te pertenece lo que otros intenten hacer de ella.
Este nuevo, arriesgado y a su manera renovador capítulo lo ha entendido como nadie: hablando desde el corazón al fan que jugaba con muñecos de algún Luke Skywalker y diciéndole que, él también, tiene derecho a trazar su propio camino, libre de mitos que, al final del día, sólo dificultan escribir el propio.
El mismo Imperio, la misma Rebelión, el eterno retorno entre dos facciones que en si mismas representan dos modos de ver el mundo, o la galaxia, y no podrían existir la una sin la otra.
Pero también algo más: savia nueva creciendo al abrigo del árbol viejo, luchando por su propio destino, aunque buscando la manera de honrar los destinos de sus mayores.
En el momento más espectacular, temática y visualmente, de 'Star Wars: Los Últimos Jedi' late un mismo conflicto que hace eco en todo el episodio: dos jóvenes reclamando una vieja reliquia, cada uno para si mismo, porque es un símbolo de esperanza que les inspiró a salir de quiénes eran.
Todo eso sin darse cuenta de que todo lo que necesitan, un legado y una autorealización, ya está creciendo dentro de ellos, desde el primer momento en que sus huellas no se correspondieron con sus maestros.
Es triste que el alumno no pueda ir más allá de lo que ha sido su maestro, y ese es un mantra que se repite en toda la película, como progresión de su historia, pero también como recordatorio de que esta franquicia se ha construido en hombros de gigantes, que a punto han estado de asfixiar a los que siguen su ejemplo.
(En ese sentido, 'El Despertar de la Fuerza' queda como un peaje comercial, taquillero de esta que nos ocupa, y yo que me alegro)
Sigue habiendo trepidantes combates espaciales, emboscadas inesperadas, duelos épicos de esos que chocan destinos, traiciones que matan la esperanza, blásters, líderes manipuladores de mentes y emociones... todo eso es lo mismo, lo de siempre, a cargo de Finn, Poe y otros rebeldes del montón (que luchan por nuestra atención cuando a Leia sólo le basta una mirada), pero... algo más flota en el ambiente.
Rey fue en busca de Luke Skywalker y le encontró, pero allí donde esperaba hallar grandeza sólo había decepción, y falta de creencia. El antiguo maestro Jedi ahora es sólo un viejo resolutivo, que consume su tiempo lejos del mundo, sintiendo que este le pasó por encima y él no hizo nada para evitarlo.
'Star Wars', sin avisar, abre la puerta a la relatividad moral, y es más siniestra que el lado oscuro: "era Luke Skywalker, debería haber estado a la altura de mi leyenda... pero no lo hice, y ahora pago la eterna deuda a una duda momentánea".
Nada más terrorífico que un maestro dudando de si mismo, nada más triste que un hombre dándose cuenta de que todas las buenas intenciones no valen para nada, cuando al primer desvío eliges tomar la misma y conocida carretera equivocada.
Desde ese momento, y aunque recuperar lo que ya funcionó parece tentador, la única solución parece cortar la cabeza a la bestia de pecados de los padres, para que los jóvenes puedan tener algún futuro.
No es de extrañar que la Fuerza junte a Rey y Kylo Ren: ambos nacieron en lados fracturados de una balanza milenaria, desarrollándose amparados bajo sus errores y dogmas, para finalmente darse cuenta de que hay pocas verdades absolutas que justifiquen cualquiera de sus guerras. Como la única savia nueva, ambos se esfuerzan en intentar entenderse, hallando una conexión más fluida que la de sus decrépitos y ¿manipuladores? maestros.
Los buenos y los malos no existen, dice DJ (espléndido Benicio del Toro, siendo el último irredimible de la galaxia), y al final todo se reduce a puntos de vista, cosas que nunca se dijeron porque no era el momento o gatillos que apretaron otros y, citándole de nuevo, "tal vez me equivoque" pero esa es la verdad.
La cortina de Oz ya no existe, o quizá siempre la poníamos nosotros.
Quisimos nuestras leyendas puras y perfectas, inmutables, pero el tiempo y las nuevas generaciones, si algo tienen, es que son inevitables: siempre traen equilibrio a la Fuerza, vida que se descompone y vuelve a renacer, en un ciclo infinito que nunca perteneció a los Jedi, a los Sith y ni mucho menos a ese mito que se hacía llamar Luke Skywalker.
Y por eso aplaudo la valentía de entender este episodio como un rompe y rasga, un nuevo requiebro sobre el viaje del héroe que, más que hacerle patético u equivocado, le engrandece.
Porque cuesta estar a la altura de la propia leyenda, pero aún más cuesta entender que no te pertenece lo que otros intenten hacer de ella.
Este nuevo, arriesgado y a su manera renovador capítulo lo ha entendido como nadie: hablando desde el corazón al fan que jugaba con muñecos de algún Luke Skywalker y diciéndole que, él también, tiene derecho a trazar su propio camino, libre de mitos que, al final del día, sólo dificultan escribir el propio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y una escoba que reluce a la luz de la luna cual sable láser puede ser la más gloriosa disgresión que uno se pueda encontrar dentro de esta saga.
Eso en una película que atesora momentos tan hermosos como Luke viendo aquel mensaje de hace años, que pedía ayuda a otra leyenda llamada Obi-Wan Kenobi, y decidiendo que Rey merece vivir su propia llamada a la ilusión.
O aquel, diametralmente opuesto, en el que el crudo enfrentamiento de Luke y Kylo se resuelve en la derrota más sorprendente de toda la saga: una en la que la soledad no se esfuma en el furor de haber matado al adversario, sino que se queda profundamente marcada, apuntando levemente que construir un mito sin respetar los que vinieron antes de ti es condenarte a repetir sus errores.
Luke por fin aprendió, nunca dejó ir a Kylo, nunca le dió la oportunidad de no ser otro Vader, creyó que los mitos siempre tenían que ser de una manera y ese fue el error que pagó por demasiado tiempo.
Pero por fin lo acepta, de la única manera que podía ser: reencontrandose con aquel atardecer, cambiado completamente, consciente de que ese era su cometido dentro de los caminos de la Fuerza.
Eso en una película que atesora momentos tan hermosos como Luke viendo aquel mensaje de hace años, que pedía ayuda a otra leyenda llamada Obi-Wan Kenobi, y decidiendo que Rey merece vivir su propia llamada a la ilusión.
O aquel, diametralmente opuesto, en el que el crudo enfrentamiento de Luke y Kylo se resuelve en la derrota más sorprendente de toda la saga: una en la que la soledad no se esfuma en el furor de haber matado al adversario, sino que se queda profundamente marcada, apuntando levemente que construir un mito sin respetar los que vinieron antes de ti es condenarte a repetir sus errores.
Luke por fin aprendió, nunca dejó ir a Kylo, nunca le dió la oportunidad de no ser otro Vader, creyó que los mitos siempre tenían que ser de una manera y ese fue el error que pagó por demasiado tiempo.
Pero por fin lo acepta, de la única manera que podía ser: reencontrandose con aquel atardecer, cambiado completamente, consciente de que ese era su cometido dentro de los caminos de la Fuerza.
10 de febrero de 2017
10 de febrero de 2017
49 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Honestamente, no tiene sentido engañar a quien haya llegado hasta esta sexta entrega.
La saga de 'Resident Evil' ha durado 15 años largos, haciendo gala de una lógica interna cuestionable, recogiendo pedazos de influencia aquí y allá solo porque molan, reescribiéndose a conveniencia y, en general, llendo bastante a su propia bola.
Es la franquicia que nadie pensó que iba a durar, la historia que a nadie se le ocurrió que iba a llegar tan lejos. Algo habrá hecho bien, aunque sea dentro de su demencia y poca vergüenza.
'Resident Evil: Capítulo Final' se atreve, por primera vez, a plantearse una conclusión válida dentro de los inútiles "cliffhangers" que hasta ahora poblaban la saga.
Y no lo hace mal: plantea una cuenta atrás arbitraria (el mundo se acabará en 48 horas... porque antes no se había acabado, parece ser), recoge un puñado de secundarios válidos para la aventura (a estas alturas, creo que Paul W.S. Anderson no puede ocultar que hace ronda de llamadas, y quien esté disponible que se venga), establece un señor villano DEMENCIAL (Iain Glen, demostrando que te saca cualquier papel a rastras por estúpido que parezca) y, lo más importante, da la debida atención al centro neurálgico de la historia, que es Alice.
Esta se enfrenta, por primera vez, a algo más que ser la que mejor mata bichos mutados con el mejor modelito, y por fin tiene un justito desarrollo de lo que le ha venido pasando hasta ahora. Su reflexión de que nunca ha conocido otra existencia, que siempre se recuerda "corriendo, luchando" deja entrever una persona solitaria, enfrentada a una vida difícil que nunca le ha brindado un momento de paz.
Pero eh, que no nos pongamos melancólicos, porque la cosa es que hay un TANQUE de Umbrella cargado de fundamentalistas religiosos (la última ocurrencia de Anderson, que equipara el apocalipsis zombie al diluvio universal bíblico, en una maniobra que te estampa los ojos detrás de la cabeza si estás cuerdo) que se dirige a Raccoon City, hogar de los últimos supervivientes, seguido de un EJÉRCITO de zombies que ocupa todo el horizonte conocido, con el objetivo de impedir a Alice entrar en la Colmena para hacerse con la cura del virus T (una cura que no estaba disponible antes por alguna razón... siguiendo una lógica tan "logro desbloqueado" de videojuego que casi parece un chiste privado). Y allí, supervivientes y Umbrella se enfrentarán en una lucha épica que incluye MOSTRENCORS y FUEGORL en grandes cantidades.
Sencillamente, aplausos a Milla Jovovich e Iain Glen. Los dos únicos tan comprometidos con la causa, tan entregados a sus personajes no importa cuán incoherentes, que consiguen venderme esa locura de argumento entre un éxtasis de luchas kung-fu a cinco planos por puñetazo, sustos baratos de subidón de volumen y líneas de diálogo que pretenden cubrir agujeros de guión nivel cráter de Raccoon City ("te maté" "era un clon" "ah, pos fale").
Me doy cuenta de que, en el fondo, estoy disfrutando de todo esto. De su estúpida seriedad, de su convicción en lo que cuenta, de sus excusas para molar.
Sigo yendo a las películas de Resident Evil porque me gustan, no porque nadie me haya obligado, al contrario que a los miles de críticos negativos que parece que les apuntan con una pistola en la cabeza.
No me importa su cuestionable fidelidad a los videojuegos, porque sé que me están esperando para jugarlos en cualquier consola si me interesa.
Me parece fascinante seguir viendo a la franquicia como la obra de un lunático que ha llegado demasiado lejos, el amo y señor Paul W.S. Anderson, que ya tiene a la mujer y ahora a la hija metidas en el ajo, y a la que nos descuidemos convertiría la saga en el álbum familiar más acojonante que se haya visto nunca.
Y, mierda, creo que me estoy poniendo melancólico ante el probable fin.
Alice, en esta historia, por fin descubre su propósito dentro del gran esquema de las cosas, y creo que es la primera vez en la que forzosamente no puede enfrentarse a algo a tiros o a hostias. Se ve obligada a racionalizarlo, y su drama es casi desolador, por haber sido siempre esa especie de superwoman mutante a la que los sentimientos resbalaban.
La vida que le ha robado Umbrella pasa por un segundo delante de sus ojos, a pocos segundos del final. Y creedme que Milla no es una actriz insuperable, pero me vende su vulnerabilidad en un segundo, una que ni ella misma había conocido hasta ahora.
Me doy cuenta de que ahora mismo la veo como una vieja amiga que me ha acompañado por muchos años, en una saga que hay que verla para creerla. Y nos despedimos con la sensación de que los dos hemos aprendido algo.
Te acompañaría otra vez a la Colmena, Alice.
Bajaría otra vez a donde los zombies cutrones, me metería en intrigas corporativas improbables, me descojonaría de cada nuevo bicho, aplaudiría a todos los villanos superpoderosos que te has encontrado, no echaría de menos a toda la galería de secundarios pobremente adaptados que te han acompañado (como tú tampoco lo haces, parece) y me dejaría los ojos tratando de distinguir alguna pelea mínimamente decente, pero hay que saber que todo lo bueno se acaba.
Ha sido divertido.
La saga de 'Resident Evil' ha durado 15 años largos, haciendo gala de una lógica interna cuestionable, recogiendo pedazos de influencia aquí y allá solo porque molan, reescribiéndose a conveniencia y, en general, llendo bastante a su propia bola.
Es la franquicia que nadie pensó que iba a durar, la historia que a nadie se le ocurrió que iba a llegar tan lejos. Algo habrá hecho bien, aunque sea dentro de su demencia y poca vergüenza.
'Resident Evil: Capítulo Final' se atreve, por primera vez, a plantearse una conclusión válida dentro de los inútiles "cliffhangers" que hasta ahora poblaban la saga.
Y no lo hace mal: plantea una cuenta atrás arbitraria (el mundo se acabará en 48 horas... porque antes no se había acabado, parece ser), recoge un puñado de secundarios válidos para la aventura (a estas alturas, creo que Paul W.S. Anderson no puede ocultar que hace ronda de llamadas, y quien esté disponible que se venga), establece un señor villano DEMENCIAL (Iain Glen, demostrando que te saca cualquier papel a rastras por estúpido que parezca) y, lo más importante, da la debida atención al centro neurálgico de la historia, que es Alice.
Esta se enfrenta, por primera vez, a algo más que ser la que mejor mata bichos mutados con el mejor modelito, y por fin tiene un justito desarrollo de lo que le ha venido pasando hasta ahora. Su reflexión de que nunca ha conocido otra existencia, que siempre se recuerda "corriendo, luchando" deja entrever una persona solitaria, enfrentada a una vida difícil que nunca le ha brindado un momento de paz.
Pero eh, que no nos pongamos melancólicos, porque la cosa es que hay un TANQUE de Umbrella cargado de fundamentalistas religiosos (la última ocurrencia de Anderson, que equipara el apocalipsis zombie al diluvio universal bíblico, en una maniobra que te estampa los ojos detrás de la cabeza si estás cuerdo) que se dirige a Raccoon City, hogar de los últimos supervivientes, seguido de un EJÉRCITO de zombies que ocupa todo el horizonte conocido, con el objetivo de impedir a Alice entrar en la Colmena para hacerse con la cura del virus T (una cura que no estaba disponible antes por alguna razón... siguiendo una lógica tan "logro desbloqueado" de videojuego que casi parece un chiste privado). Y allí, supervivientes y Umbrella se enfrentarán en una lucha épica que incluye MOSTRENCORS y FUEGORL en grandes cantidades.
Sencillamente, aplausos a Milla Jovovich e Iain Glen. Los dos únicos tan comprometidos con la causa, tan entregados a sus personajes no importa cuán incoherentes, que consiguen venderme esa locura de argumento entre un éxtasis de luchas kung-fu a cinco planos por puñetazo, sustos baratos de subidón de volumen y líneas de diálogo que pretenden cubrir agujeros de guión nivel cráter de Raccoon City ("te maté" "era un clon" "ah, pos fale").
Me doy cuenta de que, en el fondo, estoy disfrutando de todo esto. De su estúpida seriedad, de su convicción en lo que cuenta, de sus excusas para molar.
Sigo yendo a las películas de Resident Evil porque me gustan, no porque nadie me haya obligado, al contrario que a los miles de críticos negativos que parece que les apuntan con una pistola en la cabeza.
No me importa su cuestionable fidelidad a los videojuegos, porque sé que me están esperando para jugarlos en cualquier consola si me interesa.
Me parece fascinante seguir viendo a la franquicia como la obra de un lunático que ha llegado demasiado lejos, el amo y señor Paul W.S. Anderson, que ya tiene a la mujer y ahora a la hija metidas en el ajo, y a la que nos descuidemos convertiría la saga en el álbum familiar más acojonante que se haya visto nunca.
Y, mierda, creo que me estoy poniendo melancólico ante el probable fin.
Alice, en esta historia, por fin descubre su propósito dentro del gran esquema de las cosas, y creo que es la primera vez en la que forzosamente no puede enfrentarse a algo a tiros o a hostias. Se ve obligada a racionalizarlo, y su drama es casi desolador, por haber sido siempre esa especie de superwoman mutante a la que los sentimientos resbalaban.
La vida que le ha robado Umbrella pasa por un segundo delante de sus ojos, a pocos segundos del final. Y creedme que Milla no es una actriz insuperable, pero me vende su vulnerabilidad en un segundo, una que ni ella misma había conocido hasta ahora.
Me doy cuenta de que ahora mismo la veo como una vieja amiga que me ha acompañado por muchos años, en una saga que hay que verla para creerla. Y nos despedimos con la sensación de que los dos hemos aprendido algo.
Te acompañaría otra vez a la Colmena, Alice.
Bajaría otra vez a donde los zombies cutrones, me metería en intrigas corporativas improbables, me descojonaría de cada nuevo bicho, aplaudiría a todos los villanos superpoderosos que te has encontrado, no echaría de menos a toda la galería de secundarios pobremente adaptados que te han acompañado (como tú tampoco lo haces, parece) y me dejaría los ojos tratando de distinguir alguna pelea mínimamente decente, pero hay que saber que todo lo bueno se acaba.
Ha sido divertido.
Episodio

5,6
14.214
6
5 de diciembre de 2017
5 de diciembre de 2017
45 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
De esta cuarta remesa de episodios 'Black Mirror', este quizás sea el que más puramente quiere acercarse a los horrores del hardware mal utilizado.
Porque nos hemos acostumbrado a la sutileza, a la pérdida progresiva de humanidad, y se nos ha olvidado que alguna vez temimos a las máquinas por lo que eran, no por cómo podían cambiar una rutina, la nuestra, en la que ya están infiltradas.
'Cabeza de Metal' es un cuentecillo del futuro apocalíptico, con flecos de película de terror en blanco y negro, que tiene como objetivo recuperar esa cualidad atemorizante de la tecnología.
Una que podamos recordar en nuestras pesadillas, representada en seres contrarios a toda biología, diestros en la eliminación de la carne e imparables en la ejecución de su blanco.
Probablemente de ahí venga la decisión estilística, y de paso el plantearse este episodio como un desesperado relato de supervivencia, en el que lo que más aterra es nuestra propia ingenuidad al pensar que no compartimos el planeta con inteligencias artificiales más capaces que nosotros.
Porque los tres nómadas que se cruzan en el páramo arrasado no tienen ninguna posibilidad ante el perro mecánico que empieza a perseguirles, y esto ellos lo saben, intuimos, porque alguna vez fueron familiares con él.
La mujer, una vez separada del grupo, se enzarza en una persecución agotadora campo a través, tratando de adaptarse a sus circunstancias y superando todo obstáculo con mucho esfuerzo, contrastando con el preciso artilugio que la persigue, el cual apenas modifica el rumbo, anticipándose a sus movimientos por puro cálculo.
En esta dinámica de presa y cazador se nos puede olvidar que no debería haber tensión alguna, una pedrada impulsiva podría destrozar al bicho, pero es algo que no sucede porque en lo más profundo de su ser a ella le aterroriza que pueda volver a levantarse, o más aún, que no pueda leer en expresiones faciales sus depredadoras intenciones.
Salta entonces la posibilidad de que, en nuestras ganas de conectarnos, hayamos saltado una barrera de la evolución por la cual son los seres más fuertes quienes sobreviven.
Ahora eso ya no se aplica, ahora sobrevive quien puede recargar su batería, el que puede esperar todo el tiempo que haga falta sin deteriorarse o el que es capaz de "instalarse" en otros series porque nunca está atado a una misma forma.
Todo lo que la humanidad no puede hacer, y a la vez ha sido concedido por esta.
Saquear los códigos del "slasher" (acoso en una casa, cuchillo en ristre buscando a la víctima) no es casual: vale la pena insistir en que nos olvidemos de que esos seres que llevamos en el bolsillo pueden ser nuestros amigos.
Porque, llegado el momento, este planeta sólo lo puede heredar uno.
Tal vez la próxima vez que alguien te diga "hazte Facebook, que ya es hora" te lo pienses dos veces por si el enemigo te encuentra fácilmente en la red, y te pone en búsqueda y captura.
Porque nos hemos acostumbrado a la sutileza, a la pérdida progresiva de humanidad, y se nos ha olvidado que alguna vez temimos a las máquinas por lo que eran, no por cómo podían cambiar una rutina, la nuestra, en la que ya están infiltradas.
'Cabeza de Metal' es un cuentecillo del futuro apocalíptico, con flecos de película de terror en blanco y negro, que tiene como objetivo recuperar esa cualidad atemorizante de la tecnología.
Una que podamos recordar en nuestras pesadillas, representada en seres contrarios a toda biología, diestros en la eliminación de la carne e imparables en la ejecución de su blanco.
Probablemente de ahí venga la decisión estilística, y de paso el plantearse este episodio como un desesperado relato de supervivencia, en el que lo que más aterra es nuestra propia ingenuidad al pensar que no compartimos el planeta con inteligencias artificiales más capaces que nosotros.
Porque los tres nómadas que se cruzan en el páramo arrasado no tienen ninguna posibilidad ante el perro mecánico que empieza a perseguirles, y esto ellos lo saben, intuimos, porque alguna vez fueron familiares con él.
La mujer, una vez separada del grupo, se enzarza en una persecución agotadora campo a través, tratando de adaptarse a sus circunstancias y superando todo obstáculo con mucho esfuerzo, contrastando con el preciso artilugio que la persigue, el cual apenas modifica el rumbo, anticipándose a sus movimientos por puro cálculo.
En esta dinámica de presa y cazador se nos puede olvidar que no debería haber tensión alguna, una pedrada impulsiva podría destrozar al bicho, pero es algo que no sucede porque en lo más profundo de su ser a ella le aterroriza que pueda volver a levantarse, o más aún, que no pueda leer en expresiones faciales sus depredadoras intenciones.
Salta entonces la posibilidad de que, en nuestras ganas de conectarnos, hayamos saltado una barrera de la evolución por la cual son los seres más fuertes quienes sobreviven.
Ahora eso ya no se aplica, ahora sobrevive quien puede recargar su batería, el que puede esperar todo el tiempo que haga falta sin deteriorarse o el que es capaz de "instalarse" en otros series porque nunca está atado a una misma forma.
Todo lo que la humanidad no puede hacer, y a la vez ha sido concedido por esta.
Saquear los códigos del "slasher" (acoso en una casa, cuchillo en ristre buscando a la víctima) no es casual: vale la pena insistir en que nos olvidemos de que esos seres que llevamos en el bolsillo pueden ser nuestros amigos.
Porque, llegado el momento, este planeta sólo lo puede heredar uno.
Tal vez la próxima vez que alguien te diga "hazte Facebook, que ya es hora" te lo pienses dos veces por si el enemigo te encuentra fácilmente en la red, y te pone en búsqueda y captura.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Al final ella sólo quería llevarle un osito de peluche a su hijo, algo no tecnológico, sencillo, en un mundo gris donde la temida tecnología todo lo domina.
Uno de esos actos, que en este seco relato, alumbra brevemente la frialdad imperante (y nos recuerda cuáles son nuestras debilidades).
Uno de esos actos, que en este seco relato, alumbra brevemente la frialdad imperante (y nos recuerda cuáles son nuestras debilidades).
13 de julio de 2017
13 de julio de 2017
51 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un jarro de agua fría me han tirado.
Supongo que ya creía saber lo que iba a ver, estaba dispuesto a una guerra, a los Simios alzándose victoriosos y a César reclamando su lugar en la Historia.
Pero, como solo las mejores sagas son capaces de hacer, me han contado una historia completamente nueva, aprovechando un contexto y unos personajes conocidos.
'La Guerra del Planeta de los Simios' tiene lugar en un mundo desolado, privado de toda bondad.
El intento de convivencia fracasó, el paso de los años ha recrudecido los ideales y las voluntades, y ahora solo queda una abierta hostilidad entre especies dominantes.
El peligro nos alcanza desde la primera escena, al ver un batallón de soldados camuflados en plena naturaleza, marcando el tempo inquietante y mortal del resto de la película.
César, envejecido y maduro, sigue sin poder evitar tener fe, aunque no hacia los humanos, sino hacia su familia de simios, que se ha mantenido fuerte en la unidad a lo largo de los años.
Probablemente esa sea la maldición de las voluntades irrompibles y poderosas: lo son porque se permiten ser débiles al velar por el bien común, mientras aparentan ser fuertes de cara a sus admiradores. Un plano subjetivo desde los ojos de César abruma por la devoción de sus seguidores, y no hace falta decir nada más al respecto.
Él sabe, al contrario que sus voluntariosos soldados, que la resistencia no durará mucho, y deben huir a territorios más clementes.
Los humanos no se detendrán ante nada por exterminar a todos los simios, y eso es algo que César tiene claro porque hemos visto los actos que le han llevado a ser un líder resolutivo e implacable: sucede el clásico "si miras el abismo, el abismo te devuelve la mirada"; tan fácil de enunciar en tiempos de paz como inevitable de cumplir en épocas más oscuras.
Pero le queda una última misión para acabar con todo de una vez, casi de resonancias bíblicas, en el corazón de las tinieblas que representa la base del Coronel McCullough.
El viaje no deja de ser una triste contemplación de todo lo que pudo ser y no fue: un helado paisaje devuelve a César fantasmas de su propio liderazgo, al comprobar que se ha convertido en otro ser (humano, simio, que más da) incapaz de tolerar la debilidad, consumido por un objetivo que en su cabeza se hace tan lógico como demente suena en boca de otros.
No hay descanso contra esa decepción, y probablemente no nos damos cuenta de lo congeladas que están las emociones de todos hasta que un primer acto de bondad recuerda una belleza largo tiempo olvidada (un temible gorila poniendo una flor en el pelo de una niña, precioso momento).
Tanto la humanidad como los simios han llegado por fin a un entendimiento común, aunque solo sea porque ambos bandos han perdido todo lo que era bueno y se han hundido en el rencor de soportar todo lo malo.
El Coronel McCullough habla de evitar que solo quede un planeta de simios, y en sus palabras no hay rastro alguno de razón, solo rabia ciega contra una madre naturaleza que ha resuelto abandonarnos.
Y el mismo Coronel sabe, al contrario que sus voluntariosos soldados, que la resistencia no durará mucho, y que deben protegerse contra posibles enemigos... Matt Reeves confía en que veamos la historia repetirse, y en que nos demos cuenta de que todas las intenciones, las buenas y las mejores, han acabado sepultadas por violencia y desesperada supervivencia.
Por eso este episodio de la historia de César es tan importante, y hay que agradecer que hayan sabido tomárselo así: porque el icono toma conciencia de quién es, y acaba anteponiendo el futuro de su especie a los propios fantasmas que siguen susurrando sus errores y debilidades.
Esta nunca fue solo su historia, sino la de una sociedad que se fundó en valores justos y nobles, creciéndose ante la esclavitud de unos amos que, cuanto más buscaban diferenciarse, más se parecían a ellos.
Algo que era responsabilidad de César recordar, y que sólo su inquebrantable fuerza de voluntad podía mantener.
Seguirá quedando la sensación de que en este planeta carecemos de la generosidad de compartir, que valoramos más la fuerza bruta y la posesión, e incluso sabemos que, millones de años más tarde, los simios caerán en esa misma trampa de la naturaleza.
Pero, por más que un breve momento, el ejemplo de César sirve para recordarnos que la posibilidad de salir del invierno está ahí, y que hasta los mejores sentimientos pueden sobrevivir al avance de la evolución.
Un triunfo genético que engrandece el legado de este pálido punto azul, sean quiénes sean los que lo hereden.
Supongo que ya creía saber lo que iba a ver, estaba dispuesto a una guerra, a los Simios alzándose victoriosos y a César reclamando su lugar en la Historia.
Pero, como solo las mejores sagas son capaces de hacer, me han contado una historia completamente nueva, aprovechando un contexto y unos personajes conocidos.
'La Guerra del Planeta de los Simios' tiene lugar en un mundo desolado, privado de toda bondad.
El intento de convivencia fracasó, el paso de los años ha recrudecido los ideales y las voluntades, y ahora solo queda una abierta hostilidad entre especies dominantes.
El peligro nos alcanza desde la primera escena, al ver un batallón de soldados camuflados en plena naturaleza, marcando el tempo inquietante y mortal del resto de la película.
César, envejecido y maduro, sigue sin poder evitar tener fe, aunque no hacia los humanos, sino hacia su familia de simios, que se ha mantenido fuerte en la unidad a lo largo de los años.
Probablemente esa sea la maldición de las voluntades irrompibles y poderosas: lo son porque se permiten ser débiles al velar por el bien común, mientras aparentan ser fuertes de cara a sus admiradores. Un plano subjetivo desde los ojos de César abruma por la devoción de sus seguidores, y no hace falta decir nada más al respecto.
Él sabe, al contrario que sus voluntariosos soldados, que la resistencia no durará mucho, y deben huir a territorios más clementes.
Los humanos no se detendrán ante nada por exterminar a todos los simios, y eso es algo que César tiene claro porque hemos visto los actos que le han llevado a ser un líder resolutivo e implacable: sucede el clásico "si miras el abismo, el abismo te devuelve la mirada"; tan fácil de enunciar en tiempos de paz como inevitable de cumplir en épocas más oscuras.
Pero le queda una última misión para acabar con todo de una vez, casi de resonancias bíblicas, en el corazón de las tinieblas que representa la base del Coronel McCullough.
El viaje no deja de ser una triste contemplación de todo lo que pudo ser y no fue: un helado paisaje devuelve a César fantasmas de su propio liderazgo, al comprobar que se ha convertido en otro ser (humano, simio, que más da) incapaz de tolerar la debilidad, consumido por un objetivo que en su cabeza se hace tan lógico como demente suena en boca de otros.
No hay descanso contra esa decepción, y probablemente no nos damos cuenta de lo congeladas que están las emociones de todos hasta que un primer acto de bondad recuerda una belleza largo tiempo olvidada (un temible gorila poniendo una flor en el pelo de una niña, precioso momento).
Tanto la humanidad como los simios han llegado por fin a un entendimiento común, aunque solo sea porque ambos bandos han perdido todo lo que era bueno y se han hundido en el rencor de soportar todo lo malo.
El Coronel McCullough habla de evitar que solo quede un planeta de simios, y en sus palabras no hay rastro alguno de razón, solo rabia ciega contra una madre naturaleza que ha resuelto abandonarnos.
Y el mismo Coronel sabe, al contrario que sus voluntariosos soldados, que la resistencia no durará mucho, y que deben protegerse contra posibles enemigos... Matt Reeves confía en que veamos la historia repetirse, y en que nos demos cuenta de que todas las intenciones, las buenas y las mejores, han acabado sepultadas por violencia y desesperada supervivencia.
Por eso este episodio de la historia de César es tan importante, y hay que agradecer que hayan sabido tomárselo así: porque el icono toma conciencia de quién es, y acaba anteponiendo el futuro de su especie a los propios fantasmas que siguen susurrando sus errores y debilidades.
Esta nunca fue solo su historia, sino la de una sociedad que se fundó en valores justos y nobles, creciéndose ante la esclavitud de unos amos que, cuanto más buscaban diferenciarse, más se parecían a ellos.
Algo que era responsabilidad de César recordar, y que sólo su inquebrantable fuerza de voluntad podía mantener.
Seguirá quedando la sensación de que en este planeta carecemos de la generosidad de compartir, que valoramos más la fuerza bruta y la posesión, e incluso sabemos que, millones de años más tarde, los simios caerán en esa misma trampa de la naturaleza.
Pero, por más que un breve momento, el ejemplo de César sirve para recordarnos que la posibilidad de salir del invierno está ahí, y que hasta los mejores sentimientos pueden sobrevivir al avance de la evolución.
Un triunfo genético que engrandece el legado de este pálido punto azul, sean quiénes sean los que lo hereden.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Impagables son todos los pequeños detalles que remiten al original... seres humanos involucionando hasta prescindir del habla, grotescas crucifixiones que acabarán derivando en inquietantes espantapájaros, y hasta dos nombres, Cornelius y Nova, que dejarán su peso en la Historia.
Pedazos de cultura pop, que quizá ni sus propios creadores pensaron demasiado, y que aquí se convierten en hechos importantes, retroalimentando su presencia "posterior".
Durísima la última mirada del Coronel y César, reconociéndose como iguales en su sed de venganza, y admitiendo su triste desesperación a la hora de prevalecer: ambos solo hacían lo que era necesario, y nadie puede culparles de estar afectados por las mismas emociones que luchaban por conservar.
Y por último, mención honorífica a ese último vistazo a las estrellas.
Nada mejor para despedirse de un icono que presagiar la llegada de otro.
Pedazos de cultura pop, que quizá ni sus propios creadores pensaron demasiado, y que aquí se convierten en hechos importantes, retroalimentando su presencia "posterior".
Durísima la última mirada del Coronel y César, reconociéndose como iguales en su sed de venganza, y admitiendo su triste desesperación a la hora de prevalecer: ambos solo hacían lo que era necesario, y nadie puede culparles de estar afectados por las mismas emociones que luchaban por conservar.
Y por último, mención honorífica a ese último vistazo a las estrellas.
Nada mejor para despedirse de un icono que presagiar la llegada de otro.
7
18 de marzo de 2017
18 de marzo de 2017
42 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
No entiendo por qué a todas las series de Marvel/Netflix debería juzgárselas por un mismo rasero, más allá de que vayan encaminadas a unir sus héroes en una serie mayor.
Daredevil y Jessica Jones, pese a su condición callejera, siempre fueron primeras espadas de la editorial, presentes en todos sus grandes eventos y referentes entre sus personajes.
Mientras que Luke Cage y Puño de Hierro no dejaban de ser, con todo el respeto, una festiva recreación de los tópicos de la época que les vio nacer: para el primero iba el cine "blaxploitation" reivindicativo, y las artes marciales setenteras eran terreno del segundo.
Contando con eso, 'Iron Fist' se transforma en un viaje del héroe tan clásico como es el del extrañado occidental intentando comprender esencias orientales, y por el camino se divierte explotando todos los aspectos de ese atractivo desarrollo.
Danny Rand llega a Nueva York tras largos años de ausencia, pies descalzos destacando contracorriente a los mocasines generales, y su actitud es la de alguien que cree que va a ser bien recibido por la feliz infancia que dejó atrás.
Nada más lejos de la realidad: su renovado espíritu ayuda, pero no basta para ocultarle la triste verdad de que esta ya no es la ciudad que conoció, algo confirmado por los fríos trajeados que le desprecian, a los que antes llamaba familia, y la empresa con un nombre que ya no le pertenece.
El apellido de Rand significó algo hace mucho tiempo, para el propio Danny, para sus casi hermanos Brand y Joy, y para una ética empresarial que ha acabado por anteponer el beneficio a la necesidad social.
El recién llegado, tratando de conectar con la pureza mística de su hogar de acogida cada vez que se siente perdido, intenta insuflar esa misma pureza a este redescubierto mundo suyo, solo para que le respondan con violencia, traición e intereses fraudulentos.
Y es por eso que su naturaleza de elegido por el Iron Fist, otorgada en el mítico monasterio de K'un-Lun, empieza a hacer más falta que nunca.
El acierto sin embargo es despojar a K'un-Lun de toda veracidad, haciendo que sea solo ensoñaciones, recuerdos semienterrados, conversaciones en las que Danny no para de insistir sobre su mágica naturaleza, dejando así un poso de duda sobre si todo lo que le ha sucedido ha sido real.
No sabemos si el rico heredero es un iluminado o un loco, pero de alguna manera vemos como esa experiencia ha cambiado su manera de actuar y percibir a sus semejantes.
Y es entonces cuando empezamos a apreciar que existen más personas a su alrededor embargadas por fuerzas místicas, en deuda con ellas, pero carentes de la elevación espiritual que Danny ha conseguido.
Dichas fuerzas actúan misteriosamente, cierran tratos en la oscuridad, reconstruyen la ciudad a su imagen y semejanza, y mantienen presas a las pocas personas que pueden hacerles frente.
Colleen Wing es una de esas personas, devaluando su instrucción de lucha en peleas callejeras, cubriendo sus ganas de cambiar las cosas con una fina capa de cinismo, y en general siendo la bala perdida que el viejo misticismo dice que debe ser en una ciudad deshumanizada y dependiente de los negocios, hasta que encuentra una razón en la cruzada de Danny.
Existe un trasfondo del ser humano que ha perdido su pureza, tan inocente pero a la vez tan claro que se gana tu simpatía y se convierte en el corazón de la serie.
Danny, en su retorno a la vida que dejó, se ve afectado por esa falta de brújula moral, dudando de si realmente volvió para ser el legendario Iron Fist... o simplemente volvió porque quería experimentar, por una vez en 15 años... cómo era ser Danny Rand.
"En este mundo no hay lugar para las artes místicas" le dice una persona que conoce por igual los fríos mecanismos del negocio y las milenarias técnicas de K'un-Lun, certificando que el rico heredero no va a encontrar la honestidad y bondad que tanto busca, da igual que mire entre sus amigos y allegados.
Incluso, más adelante en la serie, el elegido por el Iron Fist deberá plantearse si sus poderes del puño brillante van a ser los de un mítico defensor con la tarea de restablecer el orden, o los de un pobre diablo que los robó para acabar sirviendo a su propia venganza.
¿No se puede volver a la civilización sin contaminarse de la pobreza moral general?
¿O la civilización estaba ya contaminada y solo sus nuevas habilidades pueden arrojar luz sobre ella?
Un necesario fondo para un efectivo entretenimiento, que disfruta, como todas las de Marvel/Netflix, de dar una seria relevancia a conceptos inequívocamente juguetones.
Por dios, si dicen que una organización de ninjas es "real, no como los Illuminati", y acto seguido meten duelos milenarios, chiflados guardianes de sectas secretas o personas capaces de burlar a la muerte.
El enterramiento por gran parte de la crítica y de los aficionados suena a un pedirle peras al olmo que carece de sentido.
Porque esta serie no está nada mal, para una incursión al estilo Marvel en el mundo de las místicas artes marciales orientales.
Y todo ello sin perder en ningún momento ese aura de cómic menor pero agradecido, que siempre le ha caracterizado a este personaje.
Daredevil y Jessica Jones, pese a su condición callejera, siempre fueron primeras espadas de la editorial, presentes en todos sus grandes eventos y referentes entre sus personajes.
Mientras que Luke Cage y Puño de Hierro no dejaban de ser, con todo el respeto, una festiva recreación de los tópicos de la época que les vio nacer: para el primero iba el cine "blaxploitation" reivindicativo, y las artes marciales setenteras eran terreno del segundo.
Contando con eso, 'Iron Fist' se transforma en un viaje del héroe tan clásico como es el del extrañado occidental intentando comprender esencias orientales, y por el camino se divierte explotando todos los aspectos de ese atractivo desarrollo.
Danny Rand llega a Nueva York tras largos años de ausencia, pies descalzos destacando contracorriente a los mocasines generales, y su actitud es la de alguien que cree que va a ser bien recibido por la feliz infancia que dejó atrás.
Nada más lejos de la realidad: su renovado espíritu ayuda, pero no basta para ocultarle la triste verdad de que esta ya no es la ciudad que conoció, algo confirmado por los fríos trajeados que le desprecian, a los que antes llamaba familia, y la empresa con un nombre que ya no le pertenece.
El apellido de Rand significó algo hace mucho tiempo, para el propio Danny, para sus casi hermanos Brand y Joy, y para una ética empresarial que ha acabado por anteponer el beneficio a la necesidad social.
El recién llegado, tratando de conectar con la pureza mística de su hogar de acogida cada vez que se siente perdido, intenta insuflar esa misma pureza a este redescubierto mundo suyo, solo para que le respondan con violencia, traición e intereses fraudulentos.
Y es por eso que su naturaleza de elegido por el Iron Fist, otorgada en el mítico monasterio de K'un-Lun, empieza a hacer más falta que nunca.
El acierto sin embargo es despojar a K'un-Lun de toda veracidad, haciendo que sea solo ensoñaciones, recuerdos semienterrados, conversaciones en las que Danny no para de insistir sobre su mágica naturaleza, dejando así un poso de duda sobre si todo lo que le ha sucedido ha sido real.
No sabemos si el rico heredero es un iluminado o un loco, pero de alguna manera vemos como esa experiencia ha cambiado su manera de actuar y percibir a sus semejantes.
Y es entonces cuando empezamos a apreciar que existen más personas a su alrededor embargadas por fuerzas místicas, en deuda con ellas, pero carentes de la elevación espiritual que Danny ha conseguido.
Dichas fuerzas actúan misteriosamente, cierran tratos en la oscuridad, reconstruyen la ciudad a su imagen y semejanza, y mantienen presas a las pocas personas que pueden hacerles frente.
Colleen Wing es una de esas personas, devaluando su instrucción de lucha en peleas callejeras, cubriendo sus ganas de cambiar las cosas con una fina capa de cinismo, y en general siendo la bala perdida que el viejo misticismo dice que debe ser en una ciudad deshumanizada y dependiente de los negocios, hasta que encuentra una razón en la cruzada de Danny.
Existe un trasfondo del ser humano que ha perdido su pureza, tan inocente pero a la vez tan claro que se gana tu simpatía y se convierte en el corazón de la serie.
Danny, en su retorno a la vida que dejó, se ve afectado por esa falta de brújula moral, dudando de si realmente volvió para ser el legendario Iron Fist... o simplemente volvió porque quería experimentar, por una vez en 15 años... cómo era ser Danny Rand.
"En este mundo no hay lugar para las artes místicas" le dice una persona que conoce por igual los fríos mecanismos del negocio y las milenarias técnicas de K'un-Lun, certificando que el rico heredero no va a encontrar la honestidad y bondad que tanto busca, da igual que mire entre sus amigos y allegados.
Incluso, más adelante en la serie, el elegido por el Iron Fist deberá plantearse si sus poderes del puño brillante van a ser los de un mítico defensor con la tarea de restablecer el orden, o los de un pobre diablo que los robó para acabar sirviendo a su propia venganza.
¿No se puede volver a la civilización sin contaminarse de la pobreza moral general?
¿O la civilización estaba ya contaminada y solo sus nuevas habilidades pueden arrojar luz sobre ella?
Un necesario fondo para un efectivo entretenimiento, que disfruta, como todas las de Marvel/Netflix, de dar una seria relevancia a conceptos inequívocamente juguetones.
Por dios, si dicen que una organización de ninjas es "real, no como los Illuminati", y acto seguido meten duelos milenarios, chiflados guardianes de sectas secretas o personas capaces de burlar a la muerte.
El enterramiento por gran parte de la crítica y de los aficionados suena a un pedirle peras al olmo que carece de sentido.
Porque esta serie no está nada mal, para una incursión al estilo Marvel en el mundo de las místicas artes marciales orientales.
Y todo ello sin perder en ningún momento ese aura de cómic menor pero agradecido, que siempre le ha caracterizado a este personaje.
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