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España España · santiago de compostela
Críticas de berenice
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Críticas 149
Críticas ordenadas por utilidad
1
21 de marzo de 2014
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Glosario para entender “Anna Karenina” de Joe Wright:

-Keira Knightley: estomagante concursante del "Tú sí que vales" o cómo intentar ocultar a una perfecta chonarda entre tules y muselinas.

-Aaron Johnson: estaba mejor en Forrest Gump, (era la pluma).

-Bailes de la alta sociedad rusa: Locooooooooomía…

-Joe Wright: Realizador bastante imbécil que va de trendy pero se le cuela un vals de corte tradicional en un baile locomía.

-Baz Luhrman: director de cine cuya aproximación sexual por detrás es el sueño no confeso del anterior.

-Pasión: subir de volumen el vals y la velocidad de la cámara girando.

-Madre Rusia: Madre del Amor Hermoso!.

-Lev Tolstoi: Literato de calado humano universal e imborrable con el culo lleno de pelos que no son suyos.

-Adaptación moderna: dar vueltas con una cámara 360 º alrededor de la escena. Incluso aunque, en el baile imperial, no se pueda evitar plagiar a Franco Battiato.

-Caracterización de personajes: antigua reliquia en que perdían el tiempo viejecillos adorables como el arriba citado. No es que sea una cosa muy mala, pero si nos dedicamos a ella perdemos tiempo. ¡Movimiento!

-Glamour: poner caritas estomagantes todo el tiempo y gestitos envarados y teatreros, todo rodeado de tules y muselinas.

-Crítico de cine impostor: el que firma esta mierda de crítica, que se salió a los 52 minutos.

-Jaume Matas: conocido político corrupto que disfrazaba de oro, (y pagaba a un precio equiparable), lo que no eran más que escobillas de w.c.

-Ilusión: estado del ánimo propio de adolescentes y gentes próximas a la primavera de la vida, a quienes está dedicada la película.
berenice
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6
10 de marzo de 2013
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La única diosa de la película, Debra Paget, toma el relevo en la segunda parte de “El tigre de Esnapur”. Participa mucho más, o al menos esa es la sensación que me queda, sobre todo por su maravilloso baile. Yo pensaba que, tras “Ave del paraíso”, (Delmer Daves, 1951), esta chica ya había echado el resto en provocación sensual, pero lo de este film de Lang es de verdadera antología. Para provocar ese torrente de erotismo en su baile ante la cobra, ayudan a su cuerpo pequeño y rotundo un diseño de vestuario y una composición escenográfica impresionantes. Además, más adelante, cuando ya no tiene salida, le quedan sus miradas encendidas, que hablan de un regodeo en el odio, y por momentos recuerda a otras mujeres de Lang, como la turbia Joan Benett de “Perversidad”; parece que Lang disfrute como un masoca del rechazo definitivo, entre ascos, de la hembra.
Y, bueno, sigue siendo todo de un preciosismo acartonado, aunque los decorados pierden un poco de peso a favor de la historia. También queda en segundo plano el galán ridículo, y además le ponen barba para que parezca un poco más duro. La pareja occidental no es creible, él da vueltas y ella parece mirarlo todo como una turista comprensiva. Las conspiraciones políticas son de cartón piedra y carecen de demasiado interés, y las torpísimas escenas de acción son marca de la casa de Lang, cuya especialidad era la psicología. En este caso, los acuchillamientos por los pasillos parecen de un corto de instituto de secundaria. Hay también una curiosa escena del género pre zombie, que no se me ha podido olvidar desde que la vi de pequeñito, pero que hoy resulta tontorrona.
No puedo olvidar las inmensas posibilidades que tenía la idea del palacio concebido no como un simple elemento arquitectónico, sino como un personaje más, que cobraba vida exhibiendo su belleza u ocultando sus secretos. Por ahí apunta la cosa por momentos, pero ese palacio de Esnapur, que iba a ser el fascinante envase de todos los avatares de la trama, (no sólo expuesto deslumbrantemente, sino también entrevisto por medio de mapas, croquis, túneles y laberintos en penumbra), acaba siendo, lamentablemente, la calle de “Farmacia de guardia”, donde todos se van encontrando con todos por casualidad y sólo les falta decirse “buenas tardes” en cada ocasión. Otro recurso teatral de dudosa genialidad en un film que no pasará a la historia sino por ese baile, y por cierta dudosa intoxicación oriental.
berenice
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7
6 de septiembre de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todas las películas buenas de atracos, esta más, me recuerdan cuando en los telediarios se habla de "comisiones de expertos" referidas a asuntos muy complejos. Por ejemplo, las "comisiones de expertos" que estos días preparan el ataque a Siria. Los mejores profesionales diseñan, asépticamente, las fases de la operación; calculan los tiempos; analizan los resultados. Cuando se pongan en marcha, cada paso estará previsto de antemano. No vamos a entrar en la legitimidad de sus acciones, ni si son necesarias o no: sólo aventuraremos que el resultado final será catastrófico a la corta y, sobre todo, a la larga, porque en un juego donde entran tal cantidad de infinitas variables no hay plan posible. Un atraco en los años cincuenta puede ser más sencillo, sí, pero el error es la variable universal e intemporal.
En "Rififi" no importa que ya sepamos lo que va a pasar, ni que el detonante, (ese diamante atrapado in extremis), sea un poco burdo. Lo hermoso es comprobar, una vez más, que lo único que nos puede seguir interesando en estos casos es el error, y que el error no desaparecerá nunca. Aquí parecía que sí: la presentación de los profesionales, sus impecables avanzadas, su media hora perfecta de ballet silencioso, de determinaciones robóticas, de precisión estéticamente atrayente. Adoramos al profesional, es alguien en quien se puede confiar, aunque sea un ladrón. Queremos que lo consigan, aunque sea increible que no hablen ni una palabra. Después del robo, después del silencio, tiene todo el sentido cinematográfico del mundo el que haya música fuerte, sudores, idas y venidas alocadas, giros de guión al borde del abismo y ese final apabullante, donde el robot Servais se cortocircuita por fin.
Todo final grandioso necesita ir fraguándose durante algún tiempo. Dirán que el final es innecesario con otro guión más creible, que es en exceso melodramático... ¡bah! Es una de las grandes ocasiones que hay en la historia del cine de ver algo desaforado y salido de madre porque la lógica dramática lo ha conducido precisamente ahí. Desde los primeros silencios de Jean Servais, todo conduce a ese final de verdadera antología, donde, como remarca Sinhué, el fracaso y la amargura se codean con la ilusión y la inocencia, en un viaje fantástico, irreal, hacia ¿dónde?.
Los silencios de "Rififí", aunque resultado de una voluntad de estilo, son memorables. Los silencios de todos, pero especialmente del trágico Servais. Dassin nunca subraya nada, ni en la narración ni en la visualización, (no necesita, por ejemplo, dar una vuelta de 360 grados con la cámara alrededor del intérprete, como ahora). Nos enteramos de que el protagonista sale de la cárcel por un cuchicheo entre vecinos, no por una torpe y forzada explicación. Y así, casi siempre a base de silencios, o incluso de canciones, tenemos construidos unos personajes redondos y bastante más complejos que los de "La jungla de asfalto", donde todo era forzada fatalidad.
No todo es perfecto en "Rififí", por supuesto. Algunos usuarios han destacado puntos débiles. Yo añadiría alguno "menor", pero que en algunos momentos se notan: no hubiera estado mal pagarle más a la script girl, si es que la hubo, para no ponerse dos veces el mismo sombrero entre plano y plano, entre otros fallos. O hubiera pedido más realismo en las escenas de violencia, (aunque, claro, acostumbrados a las de hoy en día, ya no estoy seguro de si pegarle en realidad a un policía se parece más a lo que vemos en esta cinta). Es lo de menos.
En fin, todo un clásico, con un estilazo narrativo y visual formidable a cargo del maestro Dassin, (que, al menos, tiene otro peliculón: "Fuerza bruta", de 1947).
berenice
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6
17 de febrero de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si usted escucha pronunciar la palabra "señorita" con el supuesto acento sevillano de "La vida privada de Don Juan", no siga. Ya ha llegado a Sevilla. No a cualquier odiosa ciudad real, sino a la Sevilla romántica de los pintores decimonónicos Ford y Roberts; a la Andalucía soñada por los artistas del Grand Tour romántico, allá por mil ochocientos y pico. La Andalucía de Alexander Korda. Y a eso se responde con una dirección artística prodigiosa, lo mejor sin duda de un filme donde las mujeres son temperamentales por su macho desde los títulos de crédito y donde Douglas Fairbanks, espléndido, se ríe de sí mismo y apuntala como puede al mito, con juicio sumarísimo incluido, (¿dónde, si no en un teatro sevillano repleto?).
Absténganse feministas radicales y pesados historicistas que enseguida exclamarían pidiendo rigor. ¿Se puede pedir rigor al delirio?. ¿Acaso es mejor la España verdadera que estos días nos asalta, (nunca mejor dicho), desde las portadas de los periódicos?. A esta película se viene a oler, no a despotricar con el rollo de género. Y por muy feminista que seas, tú también acabarías loca por Don Juan, que para eso es un mito.
Ay, yo me quedaría a vivir en esta película de noches embriagadoras, de habitaciones alhambrescas, de posadas románticas, de balcones preñados de deseos al claro de luna, de bandidos, gitanos y piratas delirantes... si no fuera por unos bajones de ritmo a veces alarmantes. Claro que, también, tiene algún golpe absolutamente genial, como la frase que usa Don Juan, una y otra vez, para ligar.
berenice
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7
12 de marzo de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Compendio perfecto de la vacuidad estúpida de la sociedad tecnológica, del oropel vacuo, del cuanto más ruido más divertido. Antología subnormal de fuegos artificiales, iletrada bufonada con los tópicos más poligoneros sobre al amor, ritmo descerebrado para ocultar la Nada.
ME ENCANTA
berenice
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