No es una película de terror (aunque ganara en Sitges), pero resulta aterradora. El deterioro psicológico de la protagonista en un entorno subyugado por la religión, los dogmas, la superstición y la ignorancia genera un creciente malestar. Plaschg realiza una de las actuaciones del año, como esa mujer atrapada, aislada y desamparada. Ambientada en un pueblo austríaco durante el siglo XVIII, el retrato de su cotidianidad puede resultar extenuante; a lo que no ayuda su ritmo cansino y su plano discurrir. Regala imágenes sublimes y el final es poderosísimo, pero algunos se quedarán por el camino. Incómoda, sombría, desoladora. Es mejor asesinar que suicidarse… Cómo son estos católicos.

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El espíritu demoníaco que se alimenta de nuestros traumas vuelve a la carga olvidándose de sorprender. Los sustos están bien trabajados (tiene varios de saltar de la butaca) y llega un momento que no sabes distinguir realidad y delirio, pero usa los mismos recursos una y otra vez. Naomi Scott es, junto a la BSO y el poderío visual del director, lo mejor de la película, su personaje está bien trabajado y ella lo explota. No aburre, de hecho asegura una terrorífica diversión, pero se hace larga. El final te lo ves venir casi desde el arranque y, si no has visto la anterior, lo normal es que te pierdas.

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Un retrato, cargado de sutil crítica social, de la situación de la mujer en la India a través de dos mujeres que comparten trabajo y casa, pero que afrontan diferentes momentos vitales. Su amistad será un dique ante una sociedad conservadora y juntas emprenderán un liberador viaje. Kapadia derrocha empatía hacia sus personajes (las protagonistas lucen), extrae lirismo de lo cotidiano y filma con naturalidad, con un verismo casi documental, la nocturna y caótica Bombay. Dividida en dos partes, en la segunda el tiempo se dilata y se torna morosa. Sensorial, entrañable, contemplativa, sincera.

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Un finísimo y pícaro thriller rural, con mucho de drama familiar, que recuerda al mejor Chabrol (o al mejor Allen). El guion, de ambigua moralidad, es soberbio (humano, perverso, inquietante) y dosifica brillantemente sus ’secretos’. Las interpretaciones, de la mano de personajes tiernos y turbios cargados de subtexto, también son excelentes. Tan agradable como pasar un rato junto a la chimenea leyendo una novela de intriga en un idílico pueblo de la Borgoña. El mejor Ozon, junto a ‘En la casa’. Una joya.

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Martha (Swinton) ha vivido mucho, pero ahora quiere morir y hacerlo con dignidad. Para no hacerlo en soledad, le pide a su amiga Ingrid (Moore) que la acompañe en sus últimos días. Charlan de maternidad, amor, sexo, literatura, cine...; la recurrente referencia al ‘Dublineses’ de Joyce-Huston es la que más naturalmente encaja con la narración. Con este material entre manos, sorprende encontrarse con el Almodóvar más distante (siento lejanos a sus personajes y al entorno en el que se mueven). La película navega en la corrección, con puntuales chispazos de brillantez pero también de mediocridad, y no despierta ni la aflicción, ni la reflexión, ni la indignación que debiera. Mención aparte merecen los grandísimos trabajos de Swinton y Moore (el duelo cae del lado de la segunda, que sostiene el papel más complejo), la fotografía de Grau y la BSO de Iglesias (¿Óscar?).

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