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Críticas ordenadas por utilidad
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7,3
2.548
9
3 de noviembre de 2009
3 de noviembre de 2009
41 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda hay frases que reflejan a la perfección la personalidad intelectual de un artista. Luchino Visconti era un especialista en narrativa profunda y convertía, con sombría lucidez, la literatura más barroca en intensas imágenes de fuerte impacto emocional. Así fue en su penúltimo trabajo cinematográfico, Gruppo di famiglia in un interno, A.K.A. Confidencias, de la que cito textualmente: (El Profesor): “Los cuervos vuelan en bandada; el águila vuela sola”; (Konrad): “Pero en La Biblia está escrito, ¡Ay del que esté solo!, porque cuando caiga no habrá nadie dispuesto a prestarle ayuda”. Con estas significativas palabras el maestro encerraba gran parte de su filosofía, de su arrollador universo y de su lúgubre corazón al descubierto. Visconti vendría a contarnos el mortuorio camino de un lobo solitario, El Profesor (genial Burt Lancaster), y su difícil coexistencia con unos peculiares inquilinos, los cuales habitan en el piso de arriba, y que vendrán a importunar su pacifica y erudita vida como coleccionista de arte.
Formidable retrato humano el de una película exquisita, con el habitual gusto decorativo de Visconti. Melodrama inteligente, holgadamente ambiguo e intimista que vuelca un esforzado y profundo estudio del hombre en su inevitable paso hacia la muerte, ese trágico destino que aquí bien podría estar disfrazado de vida, representado en unos extraños vecinos que rozando la locura acabarán por comulgar en un mismo deseo de comprensión y entendimiento. Con el apoyo de unos intérpretes colosales, el gran duque italiano rueda uno de esos monumentales cuadros de sentimientos en donde todo, absolutamente todo, parece cristalizar en completa armonía. El oficio del cineasta sobresale incluso en las condiciones menos favorables (estaba gravemente enfermo), procreando de forma cuasi natural una meticulosa mirada reflexiva entre dos vasos comunicantes estupendamente perfilados. La relación padre-hijo/maestro-alumno de Helmut Berger y Burt Lancaster nos conmueve, nos imanta, nos transforma en bastante más que simples espectadores, somos cómplices voyeurs de corta distancia, claros participantes de una maraña piramidal donde flotan recuerdos, secretos y confidencias.
Grupo di famiglia in un interno sería, en cierto modo, una película autobiográfica, que presagiaba la inminente desaparición del autor de Muerte en Venecia. Trabajo penetrante, con amplísimo carácter testimonial, de apurado empaque fantasmagórico, fiel a las bases de un arte solo atribuible al talento desbordado de uno de los mayores y más honestos representantes que el cine, por suerte, ha sabido y deberá seguir teniendo como parte integrante de una cultura artística universal, inexcusable y académicamente imprescindible.
Formidable retrato humano el de una película exquisita, con el habitual gusto decorativo de Visconti. Melodrama inteligente, holgadamente ambiguo e intimista que vuelca un esforzado y profundo estudio del hombre en su inevitable paso hacia la muerte, ese trágico destino que aquí bien podría estar disfrazado de vida, representado en unos extraños vecinos que rozando la locura acabarán por comulgar en un mismo deseo de comprensión y entendimiento. Con el apoyo de unos intérpretes colosales, el gran duque italiano rueda uno de esos monumentales cuadros de sentimientos en donde todo, absolutamente todo, parece cristalizar en completa armonía. El oficio del cineasta sobresale incluso en las condiciones menos favorables (estaba gravemente enfermo), procreando de forma cuasi natural una meticulosa mirada reflexiva entre dos vasos comunicantes estupendamente perfilados. La relación padre-hijo/maestro-alumno de Helmut Berger y Burt Lancaster nos conmueve, nos imanta, nos transforma en bastante más que simples espectadores, somos cómplices voyeurs de corta distancia, claros participantes de una maraña piramidal donde flotan recuerdos, secretos y confidencias.
Grupo di famiglia in un interno sería, en cierto modo, una película autobiográfica, que presagiaba la inminente desaparición del autor de Muerte en Venecia. Trabajo penetrante, con amplísimo carácter testimonial, de apurado empaque fantasmagórico, fiel a las bases de un arte solo atribuible al talento desbordado de uno de los mayores y más honestos representantes que el cine, por suerte, ha sabido y deberá seguir teniendo como parte integrante de una cultura artística universal, inexcusable y académicamente imprescindible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
LO MEJOR: El papel llevado a cabo por un mesurado, adecuadísimo Burt Lancaster. La química entre el amoral Konrad y la aristocrática, refinada mente del profesor (del que nunca conoceremos su nombre, aspecto que subraya la poética presencia del protagonista, un enigma de pasado misterioso), ambos en simbiótica conexión. El detallado encuadre de Visconti, apoyado por la impresionante fotografía de Pasqualino De Santis y su realzada fuerza descriptiva como preámbulo del verdadero testimonio viscontiniano, la melodramática, y no menos dolorosa, El Inocente.
LO PEOR: Que en su momento, y quizás todavía hoy, no fuera del todo reivindicada poniendo mayor énfasis en sus pequeños defectos que en sus logradas virtudes, en las siempre inútiles y odiosas comparaciones con el resto de su mayestática filmografía.
LO PEOR: Que en su momento, y quizás todavía hoy, no fuera del todo reivindicada poniendo mayor énfasis en sus pequeños defectos que en sus logradas virtudes, en las siempre inútiles y odiosas comparaciones con el resto de su mayestática filmografía.

7,3
5.197
10
26 de agosto de 2008
26 de agosto de 2008
36 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine perdió hace unos meses a uno de los artistas más completos y respetables de la industria norteamericana, Sidney Pollack, hábil cineasta que supo alternar de manera admirable compromiso y artesanía en cada uno de sus trabajos. Es Yakuza sin lugar a dudas su film más complejo, thriller compacto y sin fisuras, muestra perfecta de cine de género, que albergaba una profunda admiración hacia la cultura japonesa, de la que sus principales artífices (Paul Schrader y su hermano Leonard en el guión y el propio Pollack en la dirección) no ocultaban su interés y devoción.
Yakuza es un trabajo excelso, formidable retrato de personajes perfectamente delineados por la pluma de Schrader, demostración de cine serio, cuidado, intimista, de una carga reflexiva soberbia, obra pura y sin artificios a la que Pollack supo imprimir vigor y romanticismo en cada fotograma.
Es admirable la construcción de personajes de la que hace gala esta película, desde un ajustadísimo Robert Mitchum, representación absoluta de héroe en constante amenaza de un pasado asfixiante, hasta un pletórico Ken Takakura, con uno de esos papeles que tanto glorifican al actor, delicia al que el astro japonés saca todo el partido posible y que repitió en esa especia de remake que el irregular Scott llevó a cabo en la entretenida Black Rain.
Es también remarcable la incisiva y violenta mirada que Pollack imprime al relato con algunas secuencias de una dureza rara en el resto de su filmografía pero perfectamente combinadas con una de esas historias de amor inmortal, sublime y hermosa relación la de Harry y Eiko tratada con ese poso de amargura y nostalgia que tan bien ha sabido retratar Pollack en títulos imprescindibles como Bobby Derfield, Tal como éramos o la archiconocida Memorias de África, pero que aquí posee una aureola revestida de tragedia que la hace muy superior al resto. Un amor imposible al son de los acordes de un poderoso Dave Grusin en una de sus mejores partituras.
Amo profundamente este film, el cual ha visto en numerosas ocasiones sin llegar nunca a cansarme, es por ello que tengo el deber de remarcarlo y confirmarla como uno de los mejores y más lúcidos ejercicios cinematográficos posibles, sin lugar a dudas altamente recomendable.
LO MEJOR: El clímax de la cinta, de la que Tarantino bebió y mucho en su Kill Bill, eso sí elevándolo a cotas superlativas.
LO PEOR: Quizás la excesiva ralentización de algunos pasajes, nimiedades en un conjunto tan equilibrado como perfecto.
Yakuza es un trabajo excelso, formidable retrato de personajes perfectamente delineados por la pluma de Schrader, demostración de cine serio, cuidado, intimista, de una carga reflexiva soberbia, obra pura y sin artificios a la que Pollack supo imprimir vigor y romanticismo en cada fotograma.
Es admirable la construcción de personajes de la que hace gala esta película, desde un ajustadísimo Robert Mitchum, representación absoluta de héroe en constante amenaza de un pasado asfixiante, hasta un pletórico Ken Takakura, con uno de esos papeles que tanto glorifican al actor, delicia al que el astro japonés saca todo el partido posible y que repitió en esa especia de remake que el irregular Scott llevó a cabo en la entretenida Black Rain.
Es también remarcable la incisiva y violenta mirada que Pollack imprime al relato con algunas secuencias de una dureza rara en el resto de su filmografía pero perfectamente combinadas con una de esas historias de amor inmortal, sublime y hermosa relación la de Harry y Eiko tratada con ese poso de amargura y nostalgia que tan bien ha sabido retratar Pollack en títulos imprescindibles como Bobby Derfield, Tal como éramos o la archiconocida Memorias de África, pero que aquí posee una aureola revestida de tragedia que la hace muy superior al resto. Un amor imposible al son de los acordes de un poderoso Dave Grusin en una de sus mejores partituras.
Amo profundamente este film, el cual ha visto en numerosas ocasiones sin llegar nunca a cansarme, es por ello que tengo el deber de remarcarlo y confirmarla como uno de los mejores y más lúcidos ejercicios cinematográficos posibles, sin lugar a dudas altamente recomendable.
LO MEJOR: El clímax de la cinta, de la que Tarantino bebió y mucho en su Kill Bill, eso sí elevándolo a cotas superlativas.
LO PEOR: Quizás la excesiva ralentización de algunos pasajes, nimiedades en un conjunto tan equilibrado como perfecto.

4,5
8.940
1
15 de febrero de 2009
15 de febrero de 2009
40 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un principio no me resultaba del todo chocante que Nispel y Bay se propusieran hacer el remake, o mejor dicho redux, de un film como Viernes 13, uno de los hits de género más cacareados de principios de los 80, una película que vista hoy pierde gran parte de su supuesta capacidad terrorífica y pone en entredicho sus escasas cualidades, por ello podría esperarse un mínimo afán de relectura, de actualización y mejora de aquella primera entrega de la famosa y duradera saga, una puesta a punto del slasher más descerebrado, una estrategia que visto los resultados nunca debió ni imaginarse.
Marcus Nispel parece haber dirigido este horrible engendro con los descartes de su anterior revisión de otro clásico del terror moderno, la muy superior La matanza de Texas, un producto bochornoso que utiliza a modo de remezcla las incontables secuelas del psicópata Jason para no menos que destruir la figura de uno de los personajes más icónicos del horror contemporáneo, un batiburrillo sin gracia que no puede sino contaminar al género con la desvergüenza de un producto que aprovecha la base argumental del primer Viernes 13 para no molestarse en contar nada, siendo más que una película una sucesión de sketchs, involuntariamente cómicos, en donde el pobre de Jason mata sin piedad a esos pobrecitos y siliconados jóvenes imbéciles que se atreven a pisar las cercanías del ilustre y mortal campamento de Crystal Lake para acabar despedazados por las manitas del marginado psicópata. Jason Voorhees es presentado aquí casi como un superhéroe que corre, salta y mata como si del mismísimo caballero oscuro se tratara, un planteamiento que cansa en su colección inagotable de clichés y esquemas repetitivos, no esperábamos originalidad pero sí, al menos, una pizca de entretenimiento.
Además Nispel viste con el clásico atuendo a nuestro celebre protagonista, mascara de Hockey inclusive, teniendo en cuenta que este no salía así hasta la tercera entrega de la franquicia, con la única excusa del mitómano abnegado, una secuela más que vuelve a poner en entredicho las escasas ideas de los cerebros hollywoodienses, un flaco favor al cine fantástico, al esquema ya agotado de asesinos en serie y al cine en particular, un gazpacho estrepitosamente malo.
LO MEJOR: Pues la verdad y por decir algo el alto contenido voltaico en cuanto a sexo y carne se refiere, destetes variados y silicona power para lo único potable de tan ínfimo subproducto y el larguísimo prologo, algo más de 20 minutos, en donde al menos no se llegan a las cotas de subnormalidad del resto del metraje.
LO PEOR: Todo lo demás, que no es poco y la caradura de vendernos esto como un revival de la inocente pero divertidísima reina de la casquería dirigida hace unos 30 años por Sean S. Cunningham, una obra maestra al lado de bodrios como este.
AUN PEOR: Que sus intenciones sean ahora destrozar la excelente y nada caduca Pesadilla en Elm Street del artesano Wes Craven, temblemos.
Marcus Nispel parece haber dirigido este horrible engendro con los descartes de su anterior revisión de otro clásico del terror moderno, la muy superior La matanza de Texas, un producto bochornoso que utiliza a modo de remezcla las incontables secuelas del psicópata Jason para no menos que destruir la figura de uno de los personajes más icónicos del horror contemporáneo, un batiburrillo sin gracia que no puede sino contaminar al género con la desvergüenza de un producto que aprovecha la base argumental del primer Viernes 13 para no molestarse en contar nada, siendo más que una película una sucesión de sketchs, involuntariamente cómicos, en donde el pobre de Jason mata sin piedad a esos pobrecitos y siliconados jóvenes imbéciles que se atreven a pisar las cercanías del ilustre y mortal campamento de Crystal Lake para acabar despedazados por las manitas del marginado psicópata. Jason Voorhees es presentado aquí casi como un superhéroe que corre, salta y mata como si del mismísimo caballero oscuro se tratara, un planteamiento que cansa en su colección inagotable de clichés y esquemas repetitivos, no esperábamos originalidad pero sí, al menos, una pizca de entretenimiento.
Además Nispel viste con el clásico atuendo a nuestro celebre protagonista, mascara de Hockey inclusive, teniendo en cuenta que este no salía así hasta la tercera entrega de la franquicia, con la única excusa del mitómano abnegado, una secuela más que vuelve a poner en entredicho las escasas ideas de los cerebros hollywoodienses, un flaco favor al cine fantástico, al esquema ya agotado de asesinos en serie y al cine en particular, un gazpacho estrepitosamente malo.
LO MEJOR: Pues la verdad y por decir algo el alto contenido voltaico en cuanto a sexo y carne se refiere, destetes variados y silicona power para lo único potable de tan ínfimo subproducto y el larguísimo prologo, algo más de 20 minutos, en donde al menos no se llegan a las cotas de subnormalidad del resto del metraje.
LO PEOR: Todo lo demás, que no es poco y la caradura de vendernos esto como un revival de la inocente pero divertidísima reina de la casquería dirigida hace unos 30 años por Sean S. Cunningham, una obra maestra al lado de bodrios como este.
AUN PEOR: Que sus intenciones sean ahora destrozar la excelente y nada caduca Pesadilla en Elm Street del artesano Wes Craven, temblemos.

7,0
790
10
9 de febrero de 2009
9 de febrero de 2009
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imposible no amar esta película, ya desde sus inicios y con la hermosísima música de Armando Trovaioli nos transportamos casi sin pestañear al fabuloso mundo de los sueños, Ettore Scola realiza con mágica mirada retrospectiva un homenaje nutrido de detalles al universo del cine, un encantador pliego de emociones que atrapa para no soltarte jamás, Splendor no es solo una película, es arte, es pasión, es VIDA. Es particularmente entrañable como una cinta puede representar de manera tan lograda el sentimiento cinematográfico, el oficio de exhibidores, proyeccionistas y trabajadores de un negocio, una loa sentida al infinito corazón de las salas de cine, que late intenso en su romántico propietario, un fantástico Marcello Mastroianni, en su soñador y cinéfilo proyeccionista, impagable Massimo Troisi, y en su bella y delicada acomodadora, Marina Vlady, ese ángel que eleva con su tenue luz de linterna a miles de espectadores, un triangulo milagroso que tiñe de encanto una de las obras más nostálgicas y geniales que se han podido hacer sobre las gentes del cine, un lugar por el cual vivo enamorado, sintiéndome del todo identificado con Luigi, maravillosa su colección de fotogramas de actrices, gracias a que afortunadamente, he sido participe durante años del buen oficio de operador de cabina, una labor de padres a hijos, como ese pequeño Giordan ayudando a su padre en las proyecciones itinerantes, un trabajo que no se olvida, que se inyecta en vena para fluir en recuerdos inmortales, algo que Cinema Splendor rememora sin problemas.
Splendor es también un ejercicio de cinefilia, repasa durante décadas y siempre con el Splendor como protagonista, numerosos estrenos que marcaron profundamente al séptimo arte, por la blanca pantalla de ese pequeño cine de provincias se pasean La dolce vita, El gatopardo, Playtime, Milagro en Milán, La gran guerra, Escipión el africano, Amarcord, Toro Salvaje, El árbol de los zuecos, Fresas salvajes, Que bello es vivir (atentos al rostro de Mastroianni cuando ve la película, sencillamente indescriptible), cientos de films que nos sirven para evocar tiempos pasados, y experimentar, al igual que sus protagonistas, el cálido ambiente de ese cine ubicado en Sant´Arpino (Ciociaria), un poético pueblecito que irradia el sueño de lo inimaginable, en donde las gentes acuden al cine para poder vivir, aunque solo sea por unos instantes, una vida mejor que les separe de lo real y cotidiano.
Splendor es también un ejercicio de cinefilia, repasa durante décadas y siempre con el Splendor como protagonista, numerosos estrenos que marcaron profundamente al séptimo arte, por la blanca pantalla de ese pequeño cine de provincias se pasean La dolce vita, El gatopardo, Playtime, Milagro en Milán, La gran guerra, Escipión el africano, Amarcord, Toro Salvaje, El árbol de los zuecos, Fresas salvajes, Que bello es vivir (atentos al rostro de Mastroianni cuando ve la película, sencillamente indescriptible), cientos de films que nos sirven para evocar tiempos pasados, y experimentar, al igual que sus protagonistas, el cálido ambiente de ese cine ubicado en Sant´Arpino (Ciociaria), un poético pueblecito que irradia el sueño de lo inimaginable, en donde las gentes acuden al cine para poder vivir, aunque solo sea por unos instantes, una vida mejor que les separe de lo real y cotidiano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cinema Splendor es mucho más que una creación maravillosa, es en su aura de decadencia y melancolía donde sentimos su fuerza y encantos, Scola dirige un verdadero monumento al cinematógrafo, alternando con sabia el insigne blanco y negro con el color nos conduce hechizados a la pasión mágica que solo tiene cabida entre las paredes de un cine, en la luminosa oscuridad de butacas y publico, de placeres fascinantes, de rollos de celuloide, de fotogramas que juntos forman este canto a voces que el cineasta italiano me regala con la única intención del himno cinematográfico, Bravo, Bravísimo.
LO MEJOR: Las frecuentes citas sobre películas de Luigi, un Massimo Troisi que es capaz de seguir proyectando incluso sin ser remunerado por ello, increíble el momento en donde le dice a su jefe que por no cobrar un mes no pasará nada, o cuando repasa su colección de fotogramas de divas del celuloide, o cuando está en la cabina de proyección viendo las películas, un personaje que aúna todo el buen manual del enamorado proyeccionista, una actuación ejemplar. Lo bien que describe Scola el oficio, lo delicado y cuidado de su guión, la banda sonora, un tema desafinado típicamente italiano que no hace sino embellecer aún más si cabe todo lo ocurrido. Su emocionantísimo final, cuando todos los habitantes se concentran en el Splendor para que este no desaparezca, un guiño magnifico a la capriana Que bello es vivir, y la frase final de Luigi, Feliz Navidad, y es que cosas así solo ocurren en navidad, desde luego títulos como este solo nacen muy de vez en cuando, radiante poema de obligado visionado.
LO PEOR: Nada, quizás que sea injustamente comparada con la no menos imprescindible Cinema Paradiso, a pesar de que ambas fueron estrenadas en el mismo año.
LO MEJOR: Las frecuentes citas sobre películas de Luigi, un Massimo Troisi que es capaz de seguir proyectando incluso sin ser remunerado por ello, increíble el momento en donde le dice a su jefe que por no cobrar un mes no pasará nada, o cuando repasa su colección de fotogramas de divas del celuloide, o cuando está en la cabina de proyección viendo las películas, un personaje que aúna todo el buen manual del enamorado proyeccionista, una actuación ejemplar. Lo bien que describe Scola el oficio, lo delicado y cuidado de su guión, la banda sonora, un tema desafinado típicamente italiano que no hace sino embellecer aún más si cabe todo lo ocurrido. Su emocionantísimo final, cuando todos los habitantes se concentran en el Splendor para que este no desaparezca, un guiño magnifico a la capriana Que bello es vivir, y la frase final de Luigi, Feliz Navidad, y es que cosas así solo ocurren en navidad, desde luego títulos como este solo nacen muy de vez en cuando, radiante poema de obligado visionado.
LO PEOR: Nada, quizás que sea injustamente comparada con la no menos imprescindible Cinema Paradiso, a pesar de que ambas fueron estrenadas en el mismo año.

6,3
759
8
16 de diciembre de 2008
16 de diciembre de 2008
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El célebre Alan J. Pakula dio toda una demostración de habilidades con este atractivo drama colindante con el western, una sencilla y profesional cinta que puede considerarse un logro mayor en la filmografía de su director, posiblemente su trabajo más completo en cuanto al fluir armonioso de todos sus elementos, una perfecta unión de sobriedad y talento.
Con la solvencia de su estelar y acertado reparto, Comes a horseman es un grato descubrimiento que se hace respetar a medida que avanzamos en su estudiada colección de personajes, una historia que narra la cruenta lucha de dos ganaderos frente a la acosadora presencia de un poderoso terrateniente, Jason Robards, que no parará hasta hacerse con tan codiciadas tierras, un enfrentamiento que es reutilizado por Pakula para realizar toda una ofrenda al oficio del nostálgico vaquero, unas personas que amaban su modo de vida lejos de la imperante proliferación de explotadores de petróleo, una realidad que poco a poco fue consumiendo la hermosa paisajística de aquellos montes y valles, acotando una época crucial en la historia americana.
Jane Fonda encarna ferozmente a ese jinete libre que nunca debe aminorar su marcha ni bajar la guardia ante sus perseguidores, una mujer férrea y combativa que no difiere en absoluto de los papeles acostumbrados de una actriz comprometida, una declarada activista que borda aquí una incansable ranchera que deberá lidiar con sus enemigos, contará con la ayuda de otro ganadero y ex soldado, James Caan, y un viejo entrañable encarnado por Richard Farnsworth (nominado al Oscar por su emotivo papel, veinte años antes de su brillante Alvin de The straight story) juntos abogarán por su continuidad en unas tierras inhóspitas que les deberán mantener unidos ante la difícil situación.
Otro de los alicientes de esta película es el trabajo académico de su bella fotografía, una radiante combinación de hermosos exteriores y contrastados interiores, que lleva a cabo el genial Gordon Willis (trilogía El padrino), un acabado más de un titulo reivindicable que no tuvo su merecida repercusión en su estreno a finales de los 70.
LO MEJOR: La seriedad y profesionalidad de todo su elenco actoral, la bellísima fotografía, la música de Michael Small, un compositor no muy reconocido que ha dado frutos excelentes, el inmejorable clímax final, y las relaciones entre los personajes.
LO PEOR: Que poca gente haya reparado en un titulo tan recomendable como este obviando en parte su sobrada calidad cinematográfica.
Con la solvencia de su estelar y acertado reparto, Comes a horseman es un grato descubrimiento que se hace respetar a medida que avanzamos en su estudiada colección de personajes, una historia que narra la cruenta lucha de dos ganaderos frente a la acosadora presencia de un poderoso terrateniente, Jason Robards, que no parará hasta hacerse con tan codiciadas tierras, un enfrentamiento que es reutilizado por Pakula para realizar toda una ofrenda al oficio del nostálgico vaquero, unas personas que amaban su modo de vida lejos de la imperante proliferación de explotadores de petróleo, una realidad que poco a poco fue consumiendo la hermosa paisajística de aquellos montes y valles, acotando una época crucial en la historia americana.
Jane Fonda encarna ferozmente a ese jinete libre que nunca debe aminorar su marcha ni bajar la guardia ante sus perseguidores, una mujer férrea y combativa que no difiere en absoluto de los papeles acostumbrados de una actriz comprometida, una declarada activista que borda aquí una incansable ranchera que deberá lidiar con sus enemigos, contará con la ayuda de otro ganadero y ex soldado, James Caan, y un viejo entrañable encarnado por Richard Farnsworth (nominado al Oscar por su emotivo papel, veinte años antes de su brillante Alvin de The straight story) juntos abogarán por su continuidad en unas tierras inhóspitas que les deberán mantener unidos ante la difícil situación.
Otro de los alicientes de esta película es el trabajo académico de su bella fotografía, una radiante combinación de hermosos exteriores y contrastados interiores, que lleva a cabo el genial Gordon Willis (trilogía El padrino), un acabado más de un titulo reivindicable que no tuvo su merecida repercusión en su estreno a finales de los 70.
LO MEJOR: La seriedad y profesionalidad de todo su elenco actoral, la bellísima fotografía, la música de Michael Small, un compositor no muy reconocido que ha dado frutos excelentes, el inmejorable clímax final, y las relaciones entre los personajes.
LO PEOR: Que poca gente haya reparado en un titulo tan recomendable como este obviando en parte su sobrada calidad cinematográfica.
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