De manera reciente, a raíz de algunas vivencias personales, he tenido ocasión de reflexionar largo y tendido acerca de la amistad, de intentar identificar (aunque sea de manera tentativa) esa multiplicidad de factores y dinámicas que hacen que una relación de esta naturaleza se hunda o perdure a lo largo del tiempo. La sensación de alejarse el uno del otro, de perder cualquier territorio común que anteriormente se creyese compartir; estas son cuestiones fundamentales, que esta película aborda del mejor modo posible: sutilmente, sin aspavientos. En un día como hoy, me alegro de que algo así exista.

P.D: mención especial a la fantástica banda sonora de Yo La Tengo.

Sin ser ni mucho menos un apasionado del llamado horror cósmico ni tampoco un lector especialmente devoto de Lovecraft, no siento en absoluto la necesidad de esclarecer hasta qué punto este bufet a todas luces excesivo es fiel o no al espíritu del escritor de Providence (cuya popularidad ha subido como la espuma en los últimos años) o si recrea de manera adecuada su particular universo. Lo que sí sé de primera mano es que, de vez en cuando, no está mal meterse un buen chute de histrionismo cageano para poner las cosas en perspectiva (de modo similar a lo que me ocurrió con Mandy hace ya algunos años).

Tengo que admitir que en gran medida fue un placer reencontrarse con este espléndido elenco de personajes, que llegados a este punto se asemejaban ya a viejos conocidos. Sin embargo, dado que sus dimensiones más interesantes habían sido ya exploradas años atrás (pese a su prematuro fin), no creo que realmente existiesen grandes incentivos para quedarse con ellos durante más tiempo. Si se la contempla a la luz de la complejidad emocional y el rango tópico que la serie ya nos ofreció hace tiempo, no cabe sino una cierta decepción.

Se percibe a la legua la influencia del neoruralismo italiano encarnado por autores de la talla de Franco Piavoli o Michalangelo Frammartino, que sin duda alguna se cuentan entre mis realizadores favoritos. En comparación con la profundidad poética y la variedad tópica que uno puede hallar en la obra de estos cineastas, esta película se antoja algo plana y encorsetada, limitándose a abordar un rango bastante reducido de viñetas de las cuales no llega a extraer todo su potencial cinematográfico. Aun así, para ser una opera prima no está mal, e invita a seguir la trayectoria de este joven director a la espera de propuestas más refinadas.

En cierto modo, diría que esta pieza funciona aún mejor que su predecesora Rehearsals for Retirement, lo cual no es decir poco precisamente. Conocido principalmente por sus colaboraciones con la leyenda del cine experimental Stan Brakhage, Phil Solomon bucea en las entrañas del conocidísimo GTA: San Andreas para extraer de él una serie de entornos e instantáneas que reensambla de manera brillante, articulando una experiencia cinematográfica de carácter marcadamente hipnagógico (es decir, a caballo entre la vigilia y el sueño). De manera conjunta, pues no pueden realmente concebirse la una sin la otra, estas piezas pervivirán sin duda en mi memoria como uno de los usos más creativos que jamás se hayan hecho de un medio externo (en este caso, el videojuego) para construir una película.