La película arroja un secreto al aire y lo deja suspendido ahí. Volando por encima de nuestras cabezas todo el tiempo. Mientras, nos enredamos en la historia entre Pete y Laurie, como se enredan ellos entre la necesidad de tener a alguien, de conocerse mutuamente. El film nos coge de la mano mientras corremos hacia el borde de un precipicio entre imágenes nocturnas del mar embravecido, de fábricas, humo y luces cálidas. De sueños quebrados y visiones desalentadoras de futuro.
Y aquí es dónde la película se detiene en seco, en esa noche para recordar. ¿Salto o no salto? ¿Qué sería más transgresor? Evidentemente, como espectadora me habría gustado que saltara porque la película lo podía hacer, y eso no es fácil. Había encajado las piezas para que dentro de una situación excepcional hubiéramos entendido a los personajes y deseado que cruzaran la línea. Eso hace que te cuestiones qué tipo de persona eres, hasta qué punto te gusta jugar con esa idea perversa y desear que se cumpla. Al final somos simples voayeurs de nuestras propia oscuridad.
Reflexionando, me doy cuenta de que tiene más mérito haberse detenido al borde del precipicio, aquello que pudo ser y no fue. No fue porque tuvo la fuerza suficiente de detenerse. Y aunque me he pasado media película suplicando que la directora no tomara ciertos caminos y se dejara llevar al lado oscuro. Admiro su decisión. Tal vez me hubiera gustado haber visto esa otra película. Pero de igual forma, esa otra mitad se ha quedado clavada en mí, aunque nunca haya existido.

Brillante debut de su directora en su primer film, que nos transmite, que nos hace meternos de lleno en la historia y dudar como los personajes sobre qué es lo mejor. Acertadísimo el personaje de Pete, un retrato de una figura masculina que dentro de su simplicidad y brutalidad nos enternece.