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Críticas ordenadas por utilidad
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6,4
28.468
8
6 de junio de 2014
6 de junio de 2014
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
El peor laberinto en el que una persona puede perderse es el de la propia mente. No hay enemigo más hostil que uno mismo. Todos hemos sido víctimas alguna vez de nuestros propios pensamientos. A todos nos ha enredado la paranoia y la confusión alguna vez hasta el punto de creer estar perdiendo la razón. Y es que nadie escapa al boicot autoinfligido. Denis Villeneuve lo plasma muy bien en su nueva película.
Basada en la novela de José Saramago El hombre duplicado, Enemy es un complicado thriller psicológico, de esos en los que al pestañear un segundo, te has perdido un mundo. Una trama retorcida, llena de giros, de simbolismo. Una película que te mantiene pegado a la pantalla de principio a fin. Si esperas que el director te acompañe de la manita hacia el desenlace, olvídate. Si eres de los que se tumba en la butaca a dejarse hacer, mejor elige otra. Aquí hemos venido a entornar los ojos del esfuerzo mental realizado. El director siembra los pedazos y es el espectador el que recoge y construye. Una cinta para los que se frotan las manos cuando el guionista confía en la inteligencia y perspicacia del espectador y no le mastica ni un solo bocado.
Villeneuve, con una cuidada fotografía y un tempo muy sosegado, crea una atmósfera asfixiante que contribuye a que te pierdas todavía más si cabe en la trampa que puede llegar a ser la mente humana. Toda la película está virada a un tono amarillo polución que consigue incluso que respires el mismo aire viciado que el angustiado protagonista. Todo para que la sensación de confusión y desasosiego se vaya apoderando de ti.
La trama es compleja. La película, lenta. Los diálogos son escasos. La atmósfera, claustrofóbica. Y la experiencia, placentera. Quizá soy yo, que disfruto como una enana con este género, tanto que era mi segunda vez, pues ya estuve en el preestreno de la película en el Festival de Sitges de 2013. O quizá son la cantidad de preguntas sin respuesta que me llevé a casa. O tal vez las hipótesis que iba haciendo de camino. O a lo mejor es la afilada banda sonora que me hipnotiza y adormece. El caso es que quedé atrapada en la tela de araña sin remedio. Y si, como yo, eres de los que encuentra belleza en lo delirante, también caerás.
Basada en la novela de José Saramago El hombre duplicado, Enemy es un complicado thriller psicológico, de esos en los que al pestañear un segundo, te has perdido un mundo. Una trama retorcida, llena de giros, de simbolismo. Una película que te mantiene pegado a la pantalla de principio a fin. Si esperas que el director te acompañe de la manita hacia el desenlace, olvídate. Si eres de los que se tumba en la butaca a dejarse hacer, mejor elige otra. Aquí hemos venido a entornar los ojos del esfuerzo mental realizado. El director siembra los pedazos y es el espectador el que recoge y construye. Una cinta para los que se frotan las manos cuando el guionista confía en la inteligencia y perspicacia del espectador y no le mastica ni un solo bocado.
Villeneuve, con una cuidada fotografía y un tempo muy sosegado, crea una atmósfera asfixiante que contribuye a que te pierdas todavía más si cabe en la trampa que puede llegar a ser la mente humana. Toda la película está virada a un tono amarillo polución que consigue incluso que respires el mismo aire viciado que el angustiado protagonista. Todo para que la sensación de confusión y desasosiego se vaya apoderando de ti.
La trama es compleja. La película, lenta. Los diálogos son escasos. La atmósfera, claustrofóbica. Y la experiencia, placentera. Quizá soy yo, que disfruto como una enana con este género, tanto que era mi segunda vez, pues ya estuve en el preestreno de la película en el Festival de Sitges de 2013. O quizá son la cantidad de preguntas sin respuesta que me llevé a casa. O tal vez las hipótesis que iba haciendo de camino. O a lo mejor es la afilada banda sonora que me hipnotiza y adormece. El caso es que quedé atrapada en la tela de araña sin remedio. Y si, como yo, eres de los que encuentra belleza en lo delirante, también caerás.
1
22 de febrero de 2014
22 de febrero de 2014
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había una vez un guionista brillante, tanto como para crear una complicadísima serie de televisión que cautivaría a los espectadores: Fringe. Un buen día, ese mismo autor decidió tirar por la borda su reputación y parir Cuento de invierno, una bazofia de dos horas cuyo mensaje cabalga entre la autoayuda y la evangelización del espectador. Fin del cuento y principio del bodrio.
Estamos ante el clásico planteamiento del bien frente al mal, ángeles y demonios, cuya única originalidad reside en ligar esa manida lucha a la astronomía y dotar al superficial discurso de un aire pseudo científico. Una voz en off nos va dando la plasta a lo largo de todo el film con la típica y recurrente moralina barata made in América. Que si todos somos iguales, que si todos estamos conectados, que si al cumplir nuestro propósito subimos al cielo en forma de estrellas, que si los malos muy malos reciben su merecido, que si el protagonista no es tan malo y que si lo era es que tenía un motivo para serlo… Se me saltaban las lágrimas. De la risa, claro.
Toda la primera parte de la película es de un inverosímil aplastante. Un ladronzuelo se enamora, así de repente, de una damisela en apuros (cómo no, de nuevo marca de fábrica); enferma pero feliz (vaya, qué buen corazón). La familia de ella, forrada, con cuatro preguntas “inteligentes” que el padre le hace al protagonista, ya da por buenas las intenciones de este y acepta al maleante como yerno. Oh, qué bonito, cuánta igualdad. La segunda parte del film es para partirse. Las incoherencias, al igual que las absurdas reacciones de los personajes, se van acumulando. La trama avanza casi por el mismo milagro del que habla la película. Diálogos tan superficiales como la construcción de los personajes que los vomitan. Y un Colin Farrell haciendo de la más patética y lacrimógena versión de sí mismo.
Una película puede ser aburrida, insustancial, estar mal desarrollada… Pero si además de todo esto, contiene mensajes que de subliminales solo tienen las intenciones, entonces mosquea. ¿Por qué permitir que nos metan con calzador la moralidad religiosa y conservadora del otro lado del charco? En definitiva, un desperdicio fílmico que podría haber durado media hora menos. Seguiría siendo de pésima calidad pero, al menos, más corta.
Más críticas en marujeopostmoderno.com
Estamos ante el clásico planteamiento del bien frente al mal, ángeles y demonios, cuya única originalidad reside en ligar esa manida lucha a la astronomía y dotar al superficial discurso de un aire pseudo científico. Una voz en off nos va dando la plasta a lo largo de todo el film con la típica y recurrente moralina barata made in América. Que si todos somos iguales, que si todos estamos conectados, que si al cumplir nuestro propósito subimos al cielo en forma de estrellas, que si los malos muy malos reciben su merecido, que si el protagonista no es tan malo y que si lo era es que tenía un motivo para serlo… Se me saltaban las lágrimas. De la risa, claro.
Toda la primera parte de la película es de un inverosímil aplastante. Un ladronzuelo se enamora, así de repente, de una damisela en apuros (cómo no, de nuevo marca de fábrica); enferma pero feliz (vaya, qué buen corazón). La familia de ella, forrada, con cuatro preguntas “inteligentes” que el padre le hace al protagonista, ya da por buenas las intenciones de este y acepta al maleante como yerno. Oh, qué bonito, cuánta igualdad. La segunda parte del film es para partirse. Las incoherencias, al igual que las absurdas reacciones de los personajes, se van acumulando. La trama avanza casi por el mismo milagro del que habla la película. Diálogos tan superficiales como la construcción de los personajes que los vomitan. Y un Colin Farrell haciendo de la más patética y lacrimógena versión de sí mismo.
Una película puede ser aburrida, insustancial, estar mal desarrollada… Pero si además de todo esto, contiene mensajes que de subliminales solo tienen las intenciones, entonces mosquea. ¿Por qué permitir que nos metan con calzador la moralidad religiosa y conservadora del otro lado del charco? En definitiva, un desperdicio fílmico que podría haber durado media hora menos. Seguiría siendo de pésima calidad pero, al menos, más corta.
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6,6
31.103
5
6 de octubre de 2019
6 de octubre de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arranque magistral. Nudo tedioso. Desenlace lamentable; confuso y poco esclarecedor. La película aparenta una cosa, una cosa bastante interesante y sorprendente, y acaba resultando un bodrio previsible, una amalgama de subtramas mal hiladas. Pierde fuerza, y con ella todo sentido, a medida que avanza. Eso sí, interpretación gloriosa de Collette.

3,6
2.411
2
10 de julio de 2014
10 de julio de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay un género cinematográfico que me gusta ese es el thriller y más aún si se trata de una enrevesada trama psicológica. Especular, tratar de adivinar, creerse más listo que el guionista. Me encanta. Por otro lado, Isabel Coixet ha conseguido conmoverme con la mayoría de sus películas. Cuando vi el tráiler, me removí en mi butaca. Un thriller de la Coixet. ¡Genial!, pensé. Pero no tardaron en llegarme las primeras críticas negativas. La directora catalana es al cine lo que Lucía Etxebarría a la literatura: o despierta pasiones o un tremendo desprecio. Así que no le di mayor importancia a la mala prensa y me fui a verla más contenta que unas castañuelas. Pobre ilusa…
Para hacer un thriller, para inquietar, para trastornar más allá de la pantalla, es necesario dominar el suspense. Hay que saber jugar con las pistas que se dejan. Las sombras, las luces, las miradas, las palabras justas… Para hacer una película de este calibre hay que tener maestría. Y, desde luego, Isabel Coixet en esta demuestra lo contrario. La trama es floja, absurda e infantil. El film se acerca más a mi primer y adolescente intento de novela que a cualquiera de sus películas anteriores. A los personajes les falta trabajo y fuerza. Los diálogos son predecibles y artificiales. La historia es boba. En nada se parece a la profunda y sensible La vida secreta de las palabras o a la desgarradora Mi vida sin mí. En Mi otro yo todo queda dentro de la pantalla, nada la traspasa. La paranoia de la protagonista no llega a perturbarme. El dolor de la madre no me conmueve ni un poquito. La preocupación del padre es falsa. Y el enredo adolescente queda pequeñito y se va volviendo más absurdo a medida que llega el desenlace. En un thriller, cuanto más enmarañes la trama, más tendrás que desenredar después. Si no sabes volver, mejor no vayas tan lejos.
El juego de los dobles y las personalidades duales se ha tocado hasta hartar. Lo menos que se le pide a un tema manido es una perspectiva o un giro original. Desde luego, la película en cuestión no lo tiene. Por momentos me recordó a El cisne negro y en alguna ocasión a Enemy (cuya crítica escribí aquí hace unos meses); pero ni punto de comparación con ninguna de las dos. La primera es una brillante metáfora de la obsesión por la perfección; la segunda, un laberinto simbólico que profundiza en el sentimiento de culpa. En el film de Coixet tan solo vemos un argumento paranoide poco perturbador, mezclado con el terror sobrenatural más pobretón y con un desenlace que no hace sino terminar de hundir la película. Lo único que salva mínimamente la cinta es la excelente fotografía y el look publicitario en el que la directora se mueve como pez en el agua. Lo demás… Coixet, me gustabas más cuando me hacías llorar.
Para hacer un thriller, para inquietar, para trastornar más allá de la pantalla, es necesario dominar el suspense. Hay que saber jugar con las pistas que se dejan. Las sombras, las luces, las miradas, las palabras justas… Para hacer una película de este calibre hay que tener maestría. Y, desde luego, Isabel Coixet en esta demuestra lo contrario. La trama es floja, absurda e infantil. El film se acerca más a mi primer y adolescente intento de novela que a cualquiera de sus películas anteriores. A los personajes les falta trabajo y fuerza. Los diálogos son predecibles y artificiales. La historia es boba. En nada se parece a la profunda y sensible La vida secreta de las palabras o a la desgarradora Mi vida sin mí. En Mi otro yo todo queda dentro de la pantalla, nada la traspasa. La paranoia de la protagonista no llega a perturbarme. El dolor de la madre no me conmueve ni un poquito. La preocupación del padre es falsa. Y el enredo adolescente queda pequeñito y se va volviendo más absurdo a medida que llega el desenlace. En un thriller, cuanto más enmarañes la trama, más tendrás que desenredar después. Si no sabes volver, mejor no vayas tan lejos.
El juego de los dobles y las personalidades duales se ha tocado hasta hartar. Lo menos que se le pide a un tema manido es una perspectiva o un giro original. Desde luego, la película en cuestión no lo tiene. Por momentos me recordó a El cisne negro y en alguna ocasión a Enemy (cuya crítica escribí aquí hace unos meses); pero ni punto de comparación con ninguna de las dos. La primera es una brillante metáfora de la obsesión por la perfección; la segunda, un laberinto simbólico que profundiza en el sentimiento de culpa. En el film de Coixet tan solo vemos un argumento paranoide poco perturbador, mezclado con el terror sobrenatural más pobretón y con un desenlace que no hace sino terminar de hundir la película. Lo único que salva mínimamente la cinta es la excelente fotografía y el look publicitario en el que la directora se mueve como pez en el agua. Lo demás… Coixet, me gustabas más cuando me hacías llorar.
Documental

6,8
1.916
9
6 de junio de 2014
6 de junio de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si volvieras a nacer, ¿qué te gustaría hacer?, ¿quién querrías ser?, ¿qué vida elegirías? Todos nos hemos hecho estas preguntas alguna vez. O alguien nos las ha hecho. Yo siempre respondo lo mismo. Si volviera a nacer, sería estrella de rock. Amo la música. Para mí es vida. Desde que me levanto hasta que me acuesto, ella es mi compañera. Sin embargo, no toco ningún instrumento y no tengo una gran voz. Pero me encantaría. La sensación de subirse a un escenario y arrancar desde lo más profundo de tu ser algo tan bello como es una melodía, ¡guau!, debe de ser increíble. Si alguna vez has sentido este anhelo, no te puedes perderte este sensacional documental.
Vivimos en un mundo en el que lo más importante es la popularidad, ser reconocido, tener un estatus social, dejando a un lado el talento, la verdadera vocación, la pasión… Por eso, hacen falta más documentales como este que muestren lo que significa haber nacido con un propósito. Y no necesariamente el de ser una estrella, sino el de hacer aquello que uno ama. Aquello sin lo cual no podría vivir. Aquello que le da sentido a su vida. Aquello y no otra cosa. De todo esto va A 20 pasos de la fama, la pieza audiovisual que se alzó con el Oscar al mejor largometraje documental (entre otros premios y nominaciones) y que consiguió ponerme la piel de gallina desde el segundo uno y emocionarme y hacerme sonreír de principio a fin.
Morgan Neville ha rodado una película preciosa. Cuenta una historia de sonrisas y lágrimas y lo hace muy de cerca, desde la piel de los personajes, desde sus poros, arrugas y brochazos de maquillaje. Desde el ardiente corazón de los protagonistas y reflejando la personalidad y el estilo de cada uno. Todo para que el espectador descubra la figura de la corista en la música. Para que conozca la importancia que ha tenido en la historia de la música. Y para que comprenda que a todo relato de excitante ascenso, le sigue el de la dramática y obligada caída, tan dura y dolorosa como solo puede ser la que se produce al darse de bruces contra el suelo después de haber tocado el cielo. La película está hecha con emoción, pasión y cariño, el mismo que sienten los protagonistas por su profesión. Tiene la misma belleza, magia y armonía que un grupo de preciosas voces perfectamente empastadas. El documental está lleno de energía, de agradables vibraciones, pero también te deja un regusto agridulce. Por un lado, la pasión y el talento lo invaden todo, llegándote muy adentro; por otro, la más que evidente tiranía de la industria de la música te frustra y te llena de tristeza y decepción.
Pero, sin duda, si amas la música por encima de artistas y géneros, este viaje de melodías e imágenes es para ti.
Vivimos en un mundo en el que lo más importante es la popularidad, ser reconocido, tener un estatus social, dejando a un lado el talento, la verdadera vocación, la pasión… Por eso, hacen falta más documentales como este que muestren lo que significa haber nacido con un propósito. Y no necesariamente el de ser una estrella, sino el de hacer aquello que uno ama. Aquello sin lo cual no podría vivir. Aquello que le da sentido a su vida. Aquello y no otra cosa. De todo esto va A 20 pasos de la fama, la pieza audiovisual que se alzó con el Oscar al mejor largometraje documental (entre otros premios y nominaciones) y que consiguió ponerme la piel de gallina desde el segundo uno y emocionarme y hacerme sonreír de principio a fin.
Morgan Neville ha rodado una película preciosa. Cuenta una historia de sonrisas y lágrimas y lo hace muy de cerca, desde la piel de los personajes, desde sus poros, arrugas y brochazos de maquillaje. Desde el ardiente corazón de los protagonistas y reflejando la personalidad y el estilo de cada uno. Todo para que el espectador descubra la figura de la corista en la música. Para que conozca la importancia que ha tenido en la historia de la música. Y para que comprenda que a todo relato de excitante ascenso, le sigue el de la dramática y obligada caída, tan dura y dolorosa como solo puede ser la que se produce al darse de bruces contra el suelo después de haber tocado el cielo. La película está hecha con emoción, pasión y cariño, el mismo que sienten los protagonistas por su profesión. Tiene la misma belleza, magia y armonía que un grupo de preciosas voces perfectamente empastadas. El documental está lleno de energía, de agradables vibraciones, pero también te deja un regusto agridulce. Por un lado, la pasión y el talento lo invaden todo, llegándote muy adentro; por otro, la más que evidente tiranía de la industria de la música te frustra y te llena de tristeza y decepción.
Pero, sin duda, si amas la música por encima de artistas y géneros, este viaje de melodías e imágenes es para ti.
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