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Críticas ordenadas por utilidad
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6,4
1.323
8
3 de diciembre de 2011
3 de diciembre de 2011
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
De entrada, estamos ante una película inabarcable para un solo visionado, al mismo tiempo que es una realización que disfrutas más a posteriori meditando en todas las posibles lecturas que tiene todo su desarrollo. Es imposible tildarla de aburrida, ya que la práctica totalidad de sus escenas y diálogos buscan una intencionalidad, en algunos casos tal sutil que es difícil de ver y seguir. Sorprendentemente, tampoco estamos ante una adaptación fiel de la obra literaria de Johann Wolfgang von Goethe, tal como reza en los créditos iniciales, sino que va más allá. En realidad, Sokurov busca su propia aportación sobre la leyenda, sumándose así a otros a acercamientos ajenos a la visión de Goethe, entre los que podríamos destacar el célebre "Doktor Faustus" de Thomas Mann, versión ésta con la que no deja de tener ciertos puntos en común, principalmente desde el punto de vista de la profundización psicológica de los personajes.
En el plano técnico, es innegable que la película es un prodigio, aunque también es cierto que algunas actuaciones caen en la exageración del histrionismo. Con todo, los personajes principales están soberbios, contando con momentos que logran hipnotizarnos, principalmente en alguno de los encuentros entre los dos protagonistas Fausto y Margarita. Y es que ese hipnotismo sólo es posible gracias al virtuosismo de la cámara de Sokurov que, aunque pueda parecer tópico, nos recuerda inevitablemente al maestro Tarkovski, principalmente por su forma de ver a través de la cámara que se manifiesta en las escenas de interior y de la naturaleza. Por su parte, las secuencias callejeras sobresalen también por su acercamiento a la estética expresionista, óptimamente reforzada en aquellos planos magistrales en los que la cámara deforma la escena, mostrando al diablo en su grotesca realidad. A pesar de lo dicho, la película tampoco busca parecerse u homenajear la versión de Murnau, sino más bien que consigue una gran ambientación del mundo germánico decimonónico como escenario de la película.
Igualmente, Sokurov también se nos muestra como un gran conocedor de la pintura, y así lo traslada a la pantalla. En este sentido, es destacable la escena de las lavanderas que parece sacada de un cuadro de Ingres, al mismo tiempo que la pureza de Margarita se semeja a alguna de las odaliscas del pintor. Podrían hacerse más símiles pictóricos, pero es necesario referirse también al carácter filosófico de la película, lo que nos llevaría nuevamente al mundo Tarkovski. Y es que la película trata sobre las pasiones, los sentimientos, el deseo, el sufrimiento, el bien, el mal, e incluso la necesidad humana de llegar a ser como Dios. En este sentido, la película hace serias reflexiones, mostrándonos como un hombre racional de ciencia (Fausto) puede llegar a sucumbir ante los instintos que le ofrece el torpe y manipulador usurero (Mefistófeles) Sin duda, una película compleja y poética que deberá verse más de una vez para disfrutarla en todo su esplendor.
En el plano técnico, es innegable que la película es un prodigio, aunque también es cierto que algunas actuaciones caen en la exageración del histrionismo. Con todo, los personajes principales están soberbios, contando con momentos que logran hipnotizarnos, principalmente en alguno de los encuentros entre los dos protagonistas Fausto y Margarita. Y es que ese hipnotismo sólo es posible gracias al virtuosismo de la cámara de Sokurov que, aunque pueda parecer tópico, nos recuerda inevitablemente al maestro Tarkovski, principalmente por su forma de ver a través de la cámara que se manifiesta en las escenas de interior y de la naturaleza. Por su parte, las secuencias callejeras sobresalen también por su acercamiento a la estética expresionista, óptimamente reforzada en aquellos planos magistrales en los que la cámara deforma la escena, mostrando al diablo en su grotesca realidad. A pesar de lo dicho, la película tampoco busca parecerse u homenajear la versión de Murnau, sino más bien que consigue una gran ambientación del mundo germánico decimonónico como escenario de la película.
Igualmente, Sokurov también se nos muestra como un gran conocedor de la pintura, y así lo traslada a la pantalla. En este sentido, es destacable la escena de las lavanderas que parece sacada de un cuadro de Ingres, al mismo tiempo que la pureza de Margarita se semeja a alguna de las odaliscas del pintor. Podrían hacerse más símiles pictóricos, pero es necesario referirse también al carácter filosófico de la película, lo que nos llevaría nuevamente al mundo Tarkovski. Y es que la película trata sobre las pasiones, los sentimientos, el deseo, el sufrimiento, el bien, el mal, e incluso la necesidad humana de llegar a ser como Dios. En este sentido, la película hace serias reflexiones, mostrándonos como un hombre racional de ciencia (Fausto) puede llegar a sucumbir ante los instintos que le ofrece el torpe y manipulador usurero (Mefistófeles) Sin duda, una película compleja y poética que deberá verse más de una vez para disfrutarla en todo su esplendor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En “Fausto” no falta de nada, y en esa línea la técnica es uno de sus logros más conseguidos. Podríamos hacer referencia a las diferentes composiciones, planos, encuadres…, pero sería un trabajo arduo y largo. En esta línea, lo que si podemos comentar es la excepcional iluminación de la película, que se cuida en grado sumo en las principales escenas de la película. Dicha iluminación adquiere un carácter simbólico, tal sería el caso de la escena de las lavanderas y de la iglesia, donde la fuerte iluminación en conjunto con el blanco casi inmaculado del escenario nos habla de armonía, limpieza, pureza e incluso cierta inocencia. Por su parte, buena parte de las escenas de interior, pero principalmente la de la taberna, nos muestran ambientes grises y oscuros que nos hacen pensar en la pobreza, la rutina e incluso la suciedad.
Con todo, si tuviésemos que quedarnos con alguna escena en concreto, algo bastante complicado, posiblemente existan dos por perfección de su factura. La primera de ellas sería el encuentro entre Fausto y Margarita en su casa, momento en el que ambos personajes se muestran de forma visual en una especie de éxtasis de amor platónico que deja al espectador estupefacto. Sin duda, un momento mágico que sólo puede calificarse de inefable.
Para acabar, el otro momento mágico de la película no sería otro que la secuencia final, presentándonos aquí ese viaje iniciático al Más Allá emprendido por Fausto y Mefisto que en ningún momento deja claro si es el Cielo o el Infierno. Igualmente, aquí la película se abre a múltiples interpretaciones, pudiendo incluso pensar que el propio Diablo no era sino parte de la propia personalidad de Fausto, mostrándonos como lo entierra en su propio subconsciente dentro de esa especie de inframundo mediante una expléndida hipérbole visual. Sea como fuere, el diálogo final de Fausto con una desconocida “voz en off” es soberbia, ya que nos hace pensar que éste se encuentra en un lugar próximo al Tártaro, buscando en su ambición llegar al Elíseo que es el emplazamiento último al que llegan los hombres virtuosos.
Definitivamente, una película compleja digna del mejor de los debates de “Qué grande es el cine”.
Con todo, si tuviésemos que quedarnos con alguna escena en concreto, algo bastante complicado, posiblemente existan dos por perfección de su factura. La primera de ellas sería el encuentro entre Fausto y Margarita en su casa, momento en el que ambos personajes se muestran de forma visual en una especie de éxtasis de amor platónico que deja al espectador estupefacto. Sin duda, un momento mágico que sólo puede calificarse de inefable.
Para acabar, el otro momento mágico de la película no sería otro que la secuencia final, presentándonos aquí ese viaje iniciático al Más Allá emprendido por Fausto y Mefisto que en ningún momento deja claro si es el Cielo o el Infierno. Igualmente, aquí la película se abre a múltiples interpretaciones, pudiendo incluso pensar que el propio Diablo no era sino parte de la propia personalidad de Fausto, mostrándonos como lo entierra en su propio subconsciente dentro de esa especie de inframundo mediante una expléndida hipérbole visual. Sea como fuere, el diálogo final de Fausto con una desconocida “voz en off” es soberbia, ya que nos hace pensar que éste se encuentra en un lugar próximo al Tártaro, buscando en su ambición llegar al Elíseo que es el emplazamiento último al que llegan los hombres virtuosos.
Definitivamente, una película compleja digna del mejor de los debates de “Qué grande es el cine”.
7
25 de octubre de 2009
25 de octubre de 2009
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda, esta selección de títulos Aardman realizada en 1996 pudo haber sido más afortunada, ya que la antología es un tanto dispar por su calidad artística, aunque no así técnica. Sin ánimo de ser prejuicioso, se nota mucho la mano de los animadores que han asumido la dirección en cada uno de los cortos. Así pues, a un nivel superior encontramos los ejemplos de Nick Park y a Peter Lord. En cuanto a los otros dos directores, dejaremos sus comentarios para más abajo. A continuación, comentaremos por separado cada uno de los 6 cortometrajes:
- "Creature Comforts" (1989): este corto se sitúa entre los grandes clásicos de la compañía, junto con "Los Pantalones Equivocados". Integrante del ciclo de cinco películas titulado "Lip Synch", se trata del primer trabajo en la dirección de NICK PARK. Esta película se mueve en el marco del "pseudo-documental", auténtico sello de identidad de los primeros tiempos de Aardman. Destaca el alto grado de mordacidad que se centra en una serie de entrevistas a los animales de zoológico que se quejan del pésimo clima vivido de las islas. Como dato final, decir que este corto supuso el primer Oscar para sus creadores. Puntuación: 9/10
- "A Close Shave" (1995): también dirigido por NICK PARK, se trata de la tercera aventura de la pareja Wallace & Gromit. Este "afeitado apurado" consigue una calidad inigualable en la animación, momentos de gran tensión, así como un ritmo trepidante a lo largo de todo el mediometraje, algo poco habitual en trabajos tan largos. Ganador de un nuevo oscar para la compañía. Puntuación: 9/10
- "War Story" (1989): corto de la serie "Lip Synch", dirigido en este caso por PETER LORD. Nuevo falso documental de entrevistas que critica el mal estado de las viviendas británicas. Sin llegar a la calidad de los dos anteriores, altamente recomendable en cualquier caso. En cuanto a premios, logró una nominación a los Premios BAFTA de ese mismo año. Puntuación: 7/10
- "Wat's Pig" (1996): ambientado en la Edad Media, este corto se debe a PETER LORD, el último hasta la fecha. Destaca por su alta calidad técnica en consonancia con su esquisito humor británico, junto al uso de la cámara multiplano que nos permite vivir durante la mayor parte del corto la historia de los dos protagonistas -gemelos- de forma paralela. Igualmente nominado a los Premios Oscar. Puntuación: 8/10
- "Not Without my Handbag" (1993): trabajo que podemos considerar como fallido. Destaca por sus homenajes a cintas clásicas de terror y suspense, tales como el subgénero de "zombies" o "muertos vivientes", junto a referencias directas a "La Masa Devoradora" o "Vértigo" (música incluída). La dirección corre a cargo del animador BORIS KOSSMEHL, su único trabajo que no ha sabido rematar. Puntuación: 6/10
- "Pop" (1996): el peor trabajo de la selección que solo se salva por su alto nivel técnico. Como responsable de dirección tenemos a SAN FELL, futuro director de "Ratónpolis". Puntuación: 5/10
Media total: 7'3.
- "Creature Comforts" (1989): este corto se sitúa entre los grandes clásicos de la compañía, junto con "Los Pantalones Equivocados". Integrante del ciclo de cinco películas titulado "Lip Synch", se trata del primer trabajo en la dirección de NICK PARK. Esta película se mueve en el marco del "pseudo-documental", auténtico sello de identidad de los primeros tiempos de Aardman. Destaca el alto grado de mordacidad que se centra en una serie de entrevistas a los animales de zoológico que se quejan del pésimo clima vivido de las islas. Como dato final, decir que este corto supuso el primer Oscar para sus creadores. Puntuación: 9/10
- "A Close Shave" (1995): también dirigido por NICK PARK, se trata de la tercera aventura de la pareja Wallace & Gromit. Este "afeitado apurado" consigue una calidad inigualable en la animación, momentos de gran tensión, así como un ritmo trepidante a lo largo de todo el mediometraje, algo poco habitual en trabajos tan largos. Ganador de un nuevo oscar para la compañía. Puntuación: 9/10
- "War Story" (1989): corto de la serie "Lip Synch", dirigido en este caso por PETER LORD. Nuevo falso documental de entrevistas que critica el mal estado de las viviendas británicas. Sin llegar a la calidad de los dos anteriores, altamente recomendable en cualquier caso. En cuanto a premios, logró una nominación a los Premios BAFTA de ese mismo año. Puntuación: 7/10
- "Wat's Pig" (1996): ambientado en la Edad Media, este corto se debe a PETER LORD, el último hasta la fecha. Destaca por su alta calidad técnica en consonancia con su esquisito humor británico, junto al uso de la cámara multiplano que nos permite vivir durante la mayor parte del corto la historia de los dos protagonistas -gemelos- de forma paralela. Igualmente nominado a los Premios Oscar. Puntuación: 8/10
- "Not Without my Handbag" (1993): trabajo que podemos considerar como fallido. Destaca por sus homenajes a cintas clásicas de terror y suspense, tales como el subgénero de "zombies" o "muertos vivientes", junto a referencias directas a "La Masa Devoradora" o "Vértigo" (música incluída). La dirección corre a cargo del animador BORIS KOSSMEHL, su único trabajo que no ha sabido rematar. Puntuación: 6/10
- "Pop" (1996): el peor trabajo de la selección que solo se salva por su alto nivel técnico. Como responsable de dirección tenemos a SAN FELL, futuro director de "Ratónpolis". Puntuación: 5/10
Media total: 7'3.

7,3
81.783
7
11 de diciembre de 2011
11 de diciembre de 2011
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody ha vuelto a hacerlo. Nos ha deleitado con otra creación digna de su genio. Pero tampoco debemos extrapolar dicha afirmación, puesto que aunque se trata de un gran divertimento, dista bastante de sus obras maestras. Y posiblemente no aspire a tanto, radicando ahí la honestidad y la frescura de esta película que capta al espectador desde el primer viaje nocturno a ese idílico París de los años 20.
Tras ver la película, queda muy claro que nuestro pequeño director adora París. Es más, el prólogo de tres minutos es más que necesario para entenderlo, ya que nos muestra aquellos lugares más emblemáticos de la urbe francesa, acompañados por el tema “Si tu vois ma mère” del compositor Charles Becket. Dicha elección no es gratuita, ya que el propio Becket, músico de Nueva Orleans, se estableció en París los últimos diez años de su vida debido a su amor por la ciudad. Con todo, falta la fuerza de aquel magnífico prólogo de similar duración que abría su obra maestra “Manhattan” (1979), tanto por la fotografía en blanco y negro, como por la inteligente “voz en off” y el acompañamiento musical de la “Rhapsody in Blue” de George Gershwin.
Tal como es habitual, el protagonista Gil (Owen Wilson) es un escritor que asume a la perfección el rol de álter ego del director, mostrando en casi todas las afirmaciones sobre la ciudad la voz del propio Allen. Pero, además, la película es un canto a la nostalgia, a épocas pasadas que se alzan como momentos irrepetibles de la historia. Es aquí donde entra en escena la importante nómina de artistas e intelectuales, entre los que no faltan escritores (Fitzgerald, Hemingway…), pintores (Picasso, Dalí…), artistas surrealistas (Buñuel, Man Ray…). Es aquí donde la película crea sus momentos más inteligentes y divertidos, pero nunca sin caer en la pedantería.
Los propios portagonistas también participan de esta magia, pero Allen se muestra mucho más preocupado por sus personajes femeninos, destacando el papel de Adriana (Marion Cotillard) que irradia luz en su faceta de musa que pudo inspirar a artistas como Modigliani y Picasso. Sería una ofensa olvidarnos también de las grandes secundarias de la película: la guía del museo (Carla Bruni) o la vendedora de discos antiguos (Léa Seydoux), quienes se muestran con gran química en sus breves apariciones.
En resumen, la película habla sutilmente sobre ciertos mitos universales: el arte, el ideal femenino y la muerte, todo ello en la línea del buen humor, nunca buscando reflexiones agudas dignas de un manual filosófico. En un plano más reflexivo, destacar su desmitificación de los grandes artistas, esos dioses creadores de obras maestras cuya vida privada se mueve en la pura frivolidad. Pero no nos olvidemos que la película es un homenaje a París, situándose entre lo mejor de su exilio voluntario en Europa (su olvidable visión de Barcelona y sus desiguales acercamientos a Londres), pero nunca a la altura de las visiones de su idolatrada Nueva York. Próxima parada: Roma.
Tras ver la película, queda muy claro que nuestro pequeño director adora París. Es más, el prólogo de tres minutos es más que necesario para entenderlo, ya que nos muestra aquellos lugares más emblemáticos de la urbe francesa, acompañados por el tema “Si tu vois ma mère” del compositor Charles Becket. Dicha elección no es gratuita, ya que el propio Becket, músico de Nueva Orleans, se estableció en París los últimos diez años de su vida debido a su amor por la ciudad. Con todo, falta la fuerza de aquel magnífico prólogo de similar duración que abría su obra maestra “Manhattan” (1979), tanto por la fotografía en blanco y negro, como por la inteligente “voz en off” y el acompañamiento musical de la “Rhapsody in Blue” de George Gershwin.
Tal como es habitual, el protagonista Gil (Owen Wilson) es un escritor que asume a la perfección el rol de álter ego del director, mostrando en casi todas las afirmaciones sobre la ciudad la voz del propio Allen. Pero, además, la película es un canto a la nostalgia, a épocas pasadas que se alzan como momentos irrepetibles de la historia. Es aquí donde entra en escena la importante nómina de artistas e intelectuales, entre los que no faltan escritores (Fitzgerald, Hemingway…), pintores (Picasso, Dalí…), artistas surrealistas (Buñuel, Man Ray…). Es aquí donde la película crea sus momentos más inteligentes y divertidos, pero nunca sin caer en la pedantería.
Los propios portagonistas también participan de esta magia, pero Allen se muestra mucho más preocupado por sus personajes femeninos, destacando el papel de Adriana (Marion Cotillard) que irradia luz en su faceta de musa que pudo inspirar a artistas como Modigliani y Picasso. Sería una ofensa olvidarnos también de las grandes secundarias de la película: la guía del museo (Carla Bruni) o la vendedora de discos antiguos (Léa Seydoux), quienes se muestran con gran química en sus breves apariciones.
En resumen, la película habla sutilmente sobre ciertos mitos universales: el arte, el ideal femenino y la muerte, todo ello en la línea del buen humor, nunca buscando reflexiones agudas dignas de un manual filosófico. En un plano más reflexivo, destacar su desmitificación de los grandes artistas, esos dioses creadores de obras maestras cuya vida privada se mueve en la pura frivolidad. Pero no nos olvidemos que la película es un homenaje a París, situándose entre lo mejor de su exilio voluntario en Europa (su olvidable visión de Barcelona y sus desiguales acercamientos a Londres), pero nunca a la altura de las visiones de su idolatrada Nueva York. Próxima parada: Roma.

7,7
19.082
9
23 de diciembre de 2011
23 de diciembre de 2011
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La consagración de cine iraní es un hecho constatado desde hace unos años, siendo sin ninguna duda la mejor cinematografía de Oriente Próximo. Y ello es posible gracias a las historias humanas y cercanas que cuentan, algo que se acrecienta aún más teniendo en cuenta el contexto de la sociedad en la que se sumergen dichas narraciones. Esta misma línea es la que imbuye la narración de “Nader y Simin”, una película carente de grandes parafernalias, pero no exenta de una enorme frescura y dinamismo que la hace merecedora del puesto de privilegio que está empezando a tener dentro de la cinematografía del Irán.
De entrada, la película nos habla de una separación entre los dos personajes principales, decisión que parece explicarse en la primera secuencia de la misma. Pero los motivos aquí aducidos no dejan de ser pequeñas excusas para justificar la verdadera realidad que vamos intuyendo a lo largo del metraje. Orgullo, egoísmo, diferentes visiones y necesidades ante la vida, podrían ser algunos de los motivos reales. En definitiva, se nos habla de dos personas que caminan en sentidos casi opuestos, algo que descubrimos muy sutilmente a lo largo del entramado judicial que gobierna la mayor parte de la película.
Pero no nos olvidemos tampoco que la película puede llegar a ser una reflexión sobre ese concepto tan complejo como es la verdad. Pero la verdad entendida como entelequia que existe en uno mismo en contraposición con la realidad. Vemos pues que cada personaje se mueve por su propia verdad, situación que justifica en cada caso el uso de mentiras y omisiones que sólo empeoran la situación. Todo ello hace que surjan otros problemas internos para sus protagonistas como son la moralidad y la religiosidad, situación que cobra más peso en el contexto de esta sociedad tan opresiva como es la iraní.
Sin duda, el pilar fundamental sobre el que se sustenta la película es el guión, dotado de continuos diálogos que se complementan con las sólidas actuaciones de sus protagonistas. Pero tampoco podemos olvidar la enorme veracidad conseguida en la puesta en escena. La cámara destaca por sus encuadres realistas, casi como si se tratase de una cámara subjetiva del espectador que interactúa dentro de la escena. En esta línea, son habituales los planos con mínimos obstáculos (hombro de una persona, marco de una puerta…), elemento que dota a la película de una naturalidad próxima al “cinema verité”.
Asghar Farhadi logra una obra simple y compleja a la vez. Denuncia y critica a una sociedad llena de desigualdades, pero haciendo uso de la cotidianidad más pasmosa y simple. Se configura pues como un nuevo autor a tener en cuenta, destacando por su estilo personal que nada tiene que ver con otros grandes de su país como serían Abbas Kiarostami o Bahman Ghobadi, por poner sólo dos ejemplos. Cine de autor y comprometido para una de las películas del año.
De entrada, la película nos habla de una separación entre los dos personajes principales, decisión que parece explicarse en la primera secuencia de la misma. Pero los motivos aquí aducidos no dejan de ser pequeñas excusas para justificar la verdadera realidad que vamos intuyendo a lo largo del metraje. Orgullo, egoísmo, diferentes visiones y necesidades ante la vida, podrían ser algunos de los motivos reales. En definitiva, se nos habla de dos personas que caminan en sentidos casi opuestos, algo que descubrimos muy sutilmente a lo largo del entramado judicial que gobierna la mayor parte de la película.
Pero no nos olvidemos tampoco que la película puede llegar a ser una reflexión sobre ese concepto tan complejo como es la verdad. Pero la verdad entendida como entelequia que existe en uno mismo en contraposición con la realidad. Vemos pues que cada personaje se mueve por su propia verdad, situación que justifica en cada caso el uso de mentiras y omisiones que sólo empeoran la situación. Todo ello hace que surjan otros problemas internos para sus protagonistas como son la moralidad y la religiosidad, situación que cobra más peso en el contexto de esta sociedad tan opresiva como es la iraní.
Sin duda, el pilar fundamental sobre el que se sustenta la película es el guión, dotado de continuos diálogos que se complementan con las sólidas actuaciones de sus protagonistas. Pero tampoco podemos olvidar la enorme veracidad conseguida en la puesta en escena. La cámara destaca por sus encuadres realistas, casi como si se tratase de una cámara subjetiva del espectador que interactúa dentro de la escena. En esta línea, son habituales los planos con mínimos obstáculos (hombro de una persona, marco de una puerta…), elemento que dota a la película de una naturalidad próxima al “cinema verité”.
Asghar Farhadi logra una obra simple y compleja a la vez. Denuncia y critica a una sociedad llena de desigualdades, pero haciendo uso de la cotidianidad más pasmosa y simple. Se configura pues como un nuevo autor a tener en cuenta, destacando por su estilo personal que nada tiene que ver con otros grandes de su país como serían Abbas Kiarostami o Bahman Ghobadi, por poner sólo dos ejemplos. Cine de autor y comprometido para una de las películas del año.
9
8 de diciembre de 2011
8 de diciembre de 2011
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien dijo que el cine estaba muerto y era incapaz de dar nuevas obras maestras. Pues yo mismo. Es por ello que debo retractarme tras el visionado de “Pina”, ya que Wim Wenders consigue crear una gran película apoyándose en ese universo misterioso y mágico de la gran Pina Bausch. Pero lo mejor de todo es que lo hace valiéndose de los más grandes avances técnicos del séptimo arte, creando la primera película estereoscópica relevante de la Historia del Cine. Por primera vez, esta técnica se pone al servicio del arte gracias a su tratamiento puro y coherente, rompiendo así con los típicos alardes cinéticos del 3D que a día de hoy se sitúan como auténticos clichés visuales. Con todo, aún falta mucho para alcanzar la madurez en este sentido, con lo que Pina sería un logro aislado.
Dicen por ahí que la película es un documental. Sin duda, tal afirmación es decir muy poco sobre ella. Logra trascender y sobrepasar los límites a tal etiqueta: drama, comedia, experimental, cine performativo… Vemos, pues, otro de los grandes logros de la película que es conjugar todos esos elementos para darnos una pieza totalmente hipnótica. Decir que este trabajo nació en su momento como una colaboración entre el tándem Bausch-Wenders, convirtiéndose finalmente en un digno homenaje hacia una de las más grandes coreógrafas del siglo pasado. Y es que la película no dice nada sobre la bailarina, y lo dice todo al mismo tiempo, ya que se recrea en aquellos momentos clave de sus coreografías, fuente directa de conocimiento sobre sus anhelos internos. Viendo la película, conocemos de primera mano sus principales logros: su coreografía para “La consagración de la primavera” (1975), sobre la célebre música de Igor Stravinsky; y el magnífico “Café Müller” (1978), acompañado con algunos de los momentos más mágicos e igualmente trágicos de la música de Henry Purcell. Ambos casos son un buen ejemplo para ver su búsqueda de la perfección del cuerpo humano a través del movimiento, a veces mesurado y cargado de “ethos”, otras veces descontrolado en la búsqueda del “pathos”. Finalmente, lo consigue, eleva la danza a una categoría superior que compite en igualdad con sus contrapuntos musicales, logrando una conjunción y perfección total.
No sería de extrañar que el visionado de la película capte nuevos adeptos al arte de esta señora. A sus facetas artísticas debería sumarse el rol de directora y guionista en el filme “Die Klage der Kaiserin” (1990), fuente de inspiración para momentos puntuales de la película de Wenders. Pero, los amantes del séptimo arte puede que echen de menos más apariciones de la artista en este medio, resumidas a dos únicos casos casi anecdóticos como son el personaje de Lherimia en “E la nave va” (1983) de Fellini; y en “Hable con ella” (2002) de Almodóvar como bailarina del “Café Müller”. Si es así, ahí está esta película para llenar ese pequeño vacío, a día de hoy un clásico moderno e imperecedero del arte cinematográfico.
Dicen por ahí que la película es un documental. Sin duda, tal afirmación es decir muy poco sobre ella. Logra trascender y sobrepasar los límites a tal etiqueta: drama, comedia, experimental, cine performativo… Vemos, pues, otro de los grandes logros de la película que es conjugar todos esos elementos para darnos una pieza totalmente hipnótica. Decir que este trabajo nació en su momento como una colaboración entre el tándem Bausch-Wenders, convirtiéndose finalmente en un digno homenaje hacia una de las más grandes coreógrafas del siglo pasado. Y es que la película no dice nada sobre la bailarina, y lo dice todo al mismo tiempo, ya que se recrea en aquellos momentos clave de sus coreografías, fuente directa de conocimiento sobre sus anhelos internos. Viendo la película, conocemos de primera mano sus principales logros: su coreografía para “La consagración de la primavera” (1975), sobre la célebre música de Igor Stravinsky; y el magnífico “Café Müller” (1978), acompañado con algunos de los momentos más mágicos e igualmente trágicos de la música de Henry Purcell. Ambos casos son un buen ejemplo para ver su búsqueda de la perfección del cuerpo humano a través del movimiento, a veces mesurado y cargado de “ethos”, otras veces descontrolado en la búsqueda del “pathos”. Finalmente, lo consigue, eleva la danza a una categoría superior que compite en igualdad con sus contrapuntos musicales, logrando una conjunción y perfección total.
No sería de extrañar que el visionado de la película capte nuevos adeptos al arte de esta señora. A sus facetas artísticas debería sumarse el rol de directora y guionista en el filme “Die Klage der Kaiserin” (1990), fuente de inspiración para momentos puntuales de la película de Wenders. Pero, los amantes del séptimo arte puede que echen de menos más apariciones de la artista en este medio, resumidas a dos únicos casos casi anecdóticos como son el personaje de Lherimia en “E la nave va” (1983) de Fellini; y en “Hable con ella” (2002) de Almodóvar como bailarina del “Café Müller”. Si es así, ahí está esta película para llenar ese pequeño vacío, a día de hoy un clásico moderno e imperecedero del arte cinematográfico.
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