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Críticas ordenadas por utilidad
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7,8
50.928
7
7 de noviembre de 2010
7 de noviembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El puente sobre el río Kwai (57) de David Lean. Resulta sorprendente el estatus mítico de esta película. Sobre todo tras asistir estupefactos en su primera parte a esa lección de patriotismo fanático y trasnochado que para la época sería estupendamente recibido pero en la actualidad suena a alimento de descerebrados. En estos tiempos tampoco se trataba de ir contra el sistema y si había que convertir en mártir al teniente coronel inglés, se convertía.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La excusa: el respetar la Convención de Ginebra. Lo que yo veo: el señor no tenía ganas de rebajarse a trabajar manualmente. Todo esto unido al tufillo tan visto como racista de "mira qué listos somos los ingleses y qué tontos los japos" me hacía preguntarme qué tiene de valioso esta película. ¿Es que a nadie le resulta extraño que un grupo de prisioneros de guerra vivan en un campo de prisioneros como si fueran los dueños?
Por suerte, conforme avanza el film, la cosa se pone más complicada y el patriotismo se convierte en algo más serio. Nicholson empieza a involucrarse en la construcción de "su" puente de una manera obsesiva hasta perder la noción de la función de su obra y casi frustra la voladura del mismo por parte de sus aliados. En su obcecación por participar de algo importante y duradero confunde a su país con sus hombres y a su rey con él. Es lo que tiene querer ser ejemplar. Pierdes toda la perspectiva. Al final la película se salva con notable, gracias a todo lo señalado y a un final antológico de los que no se olvidan jamás. No es moco de pavo.
Por suerte, conforme avanza el film, la cosa se pone más complicada y el patriotismo se convierte en algo más serio. Nicholson empieza a involucrarse en la construcción de "su" puente de una manera obsesiva hasta perder la noción de la función de su obra y casi frustra la voladura del mismo por parte de sus aliados. En su obcecación por participar de algo importante y duradero confunde a su país con sus hombres y a su rey con él. Es lo que tiene querer ser ejemplar. Pierdes toda la perspectiva. Al final la película se salva con notable, gracias a todo lo señalado y a un final antológico de los que no se olvidan jamás. No es moco de pavo.
10
6 de noviembre de 2010
6 de noviembre de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película de talla imponente tiene la madera de superviviente nato de su protagonista. Dreyer fabricó un cuadro impresionante para el destello mate y rotundo de una Renée Jeanne Falconetti sobrecogedora. Su interpretación expresionista y esos primerísimos planos que son pura pornografía psicológica han pasado a la historia del cine como cumbres insuperables. Son dos de los detalles que más impresionan de una película emocional, de rostros y de almas, de una belleza pura y deslumbrante.
La vida del film corre paralela a la historia que cuenta. No fue bien recibido en ciertos sectores (como era de esperar) y fue destruído por el fuego. Por suerte, una copia de buena calidad encontrada en los años 80 hace que podamos acercarnos si no a lo que fue la película, sí a una aproximación poderosa e impactante. Es una suerte que la maestría del rodaje del genial cineasta danés no se haya perdido para siempre. Así podremos gozar una y otra vez de esas lágrimas lacerantes y esa faz expresiva y torturada que es el auténtico reflejo de una Virgen Dolorosa. El sello eterno de una película que no se tira por el lado del nacionalismo (apenas es esbozado) sino por el de la lucha contra la sinrazón, las imposiciones y el fanatismo. Sí, una fe inquebrantable en unas creencias que pueden hacer arder a cualquiera. A cualquiera con un alma propia y una voluntad de acero.
Pero tampoco esta dureza puede explicar la fascinación pictórica de una obra que emana dolor como pocas. Dolor auténtico y frágil, un poema visual inconmesurable con el dolor más punzante que imaginarse pueda, la aceptación de la certeza de enfrentarse a un destino injusto e inexorable. Estas son las claves sobre las que avanza la película. Con la lentitud de una procesión que no por solemne es menos impía.
La vida del film corre paralela a la historia que cuenta. No fue bien recibido en ciertos sectores (como era de esperar) y fue destruído por el fuego. Por suerte, una copia de buena calidad encontrada en los años 80 hace que podamos acercarnos si no a lo que fue la película, sí a una aproximación poderosa e impactante. Es una suerte que la maestría del rodaje del genial cineasta danés no se haya perdido para siempre. Así podremos gozar una y otra vez de esas lágrimas lacerantes y esa faz expresiva y torturada que es el auténtico reflejo de una Virgen Dolorosa. El sello eterno de una película que no se tira por el lado del nacionalismo (apenas es esbozado) sino por el de la lucha contra la sinrazón, las imposiciones y el fanatismo. Sí, una fe inquebrantable en unas creencias que pueden hacer arder a cualquiera. A cualquiera con un alma propia y una voluntad de acero.
Pero tampoco esta dureza puede explicar la fascinación pictórica de una obra que emana dolor como pocas. Dolor auténtico y frágil, un poema visual inconmesurable con el dolor más punzante que imaginarse pueda, la aceptación de la certeza de enfrentarse a un destino injusto e inexorable. Estas son las claves sobre las que avanza la película. Con la lentitud de una procesión que no por solemne es menos impía.

8,2
155.495
9
26 de junio de 2009
26 de junio de 2009
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Varsovia, 1939. Las vidas normales de sus habitantes iban a verse truncadas de golpe por la invasión alemana. Por supuesto los judíos más que nadie sufrirían una caida progresiva, metódica y irrefrenable. De sus vidas apacibles, opulentas o simplemente dignas iban a pasar a la pobreza, la humillación y la despersonalización más abyecta. Nada que no sepamos. Nada que queramos recordar. Pero magistralmente narrado por Polanski.
Lo que más sobrecoge de la película es la normalidad y el silencio que cae a plomo sobre los personajes y las calles del gueto. Normalidad, teniendo en cuenta las circunstancias, tanto la que los nazis querían imponer como la que los judíos trataban de conjurar para reconstruir una dignindad vapuleada a base de humillaciones, vejaciones y masacres indiscriminadas. Y todo esto sobrecoge por lo metódico y calmado en la sucesión de hechos. La caida de Wladyslaw Szpilman y su familia, que es la del resto del pueblo judío, no es meteórica, sino que se va produciendo poco a poco. Medida a medida, ley a ley, acción a acción. Eso sí, es imparable y acaba en un abismo de miseria, hambre y animalización. Lo peor era eso, cómo los judíos eran despojados de su humanidad, de su identidad como seres humanos. Esto, hecho poco a poco, hacía imposible una posible revuelta.
Lo que más sobrecoge de la película es la normalidad y el silencio que cae a plomo sobre los personajes y las calles del gueto. Normalidad, teniendo en cuenta las circunstancias, tanto la que los nazis querían imponer como la que los judíos trataban de conjurar para reconstruir una dignindad vapuleada a base de humillaciones, vejaciones y masacres indiscriminadas. Y todo esto sobrecoge por lo metódico y calmado en la sucesión de hechos. La caida de Wladyslaw Szpilman y su familia, que es la del resto del pueblo judío, no es meteórica, sino que se va produciendo poco a poco. Medida a medida, ley a ley, acción a acción. Eso sí, es imparable y acaba en un abismo de miseria, hambre y animalización. Lo peor era eso, cómo los judíos eran despojados de su humanidad, de su identidad como seres humanos. Esto, hecho poco a poco, hacía imposible una posible revuelta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por supuesto, una vez más nada es imposible, y esta se produjo. Sus resultados, evidentemente, tuvieron escasa repercusión más allá del intento desesperado en medio de la desesperanza más absoluta.
El Pianista es la historia real de Szpilman según la cuenta en sus memorias, aunque narrada a través de Roman Polanski. El director también vivió en un gueto en su infancia (el de Cracovia) y se puede decir que pasó por circunstancias parecidas a las del pianista. Así, la historia de Szpilman y la de Polanski confluyen, se entremezclan y de ese flujo resulta esta película que habla de supervivencia, de horror, de muerte y de triunfo. Sí, la vida de nuevo se abre paso entre los cadáveres.
El Pianista es la historia real de Szpilman según la cuenta en sus memorias, aunque narrada a través de Roman Polanski. El director también vivió en un gueto en su infancia (el de Cracovia) y se puede decir que pasó por circunstancias parecidas a las del pianista. Así, la historia de Szpilman y la de Polanski confluyen, se entremezclan y de ese flujo resulta esta película que habla de supervivencia, de horror, de muerte y de triunfo. Sí, la vida de nuevo se abre paso entre los cadáveres.

8,4
57.873
10
7 de noviembre de 2010
7 de noviembre de 2010
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El patriotismo es el último refugio de los canallas". (Samuel Johnson)
Una de las primeras gemas de Kubrick. Tal vez la primera con mayúsculas, "Senderos de gloria" explota en la tierra de nadie que nadie se había atrevido a cruzar antes". Eso reza el cartel anunciador. Y eso es lo que se desprende tras el sometimiento a sus 86 minutos de gloria.
Esta maravilla absoluta nos sumerge desde el minuto cero en los entresijos villanos y abyectos de una cúpula militar que es como cualquier cúpula dominante. Poco a poco nos va acercando a los límites impensables a los que puede llegar la ambición desmedida del hombre. Una deshumanización maquiavélica del producto humano que se convierte en mercancía, en instrumento barato para alcanzar unos fines nada altruistas que atienden a un interés personal exclusivo y ruin.
Por mucho que un hombre se rebele contra todos estos tejemanejes y trate de sembrar un ápice de cordura la tarea se vuelve inútil. El mundo, las apariencias, la diplomacia, la jerarquía impiden cualquier atisbo de conciencia. Las cartas están echadas y solo se permite algún que otro truco bajo cuerda y que nunca va a servir para salvar lo más sagrado. La vida humana no vale nada cuando se trata de estas altas esferas. Parece increíble y sin embargo lo sabemos demasiado bien. ¡Apabullante!
Una de las primeras gemas de Kubrick. Tal vez la primera con mayúsculas, "Senderos de gloria" explota en la tierra de nadie que nadie se había atrevido a cruzar antes". Eso reza el cartel anunciador. Y eso es lo que se desprende tras el sometimiento a sus 86 minutos de gloria.
Esta maravilla absoluta nos sumerge desde el minuto cero en los entresijos villanos y abyectos de una cúpula militar que es como cualquier cúpula dominante. Poco a poco nos va acercando a los límites impensables a los que puede llegar la ambición desmedida del hombre. Una deshumanización maquiavélica del producto humano que se convierte en mercancía, en instrumento barato para alcanzar unos fines nada altruistas que atienden a un interés personal exclusivo y ruin.
Por mucho que un hombre se rebele contra todos estos tejemanejes y trate de sembrar un ápice de cordura la tarea se vuelve inútil. El mundo, las apariencias, la diplomacia, la jerarquía impiden cualquier atisbo de conciencia. Las cartas están echadas y solo se permite algún que otro truco bajo cuerda y que nunca va a servir para salvar lo más sagrado. La vida humana no vale nada cuando se trata de estas altas esferas. Parece increíble y sin embargo lo sabemos demasiado bien. ¡Apabullante!

8,0
9.665
8
18 de octubre de 2011
18 de octubre de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Las mujeres no podemos hacer otra cosa; solo esperar".
La Calle Mayor comienza siendo el escenario de una rutina benevolente y acogedora para ir bifurcándose en meandros y callejones más sinuosos y tétricos. La vida provinciana se desarrolla sin alteraciones y siguiendo unas costumbres tan rígidas que pueden llegar a hacer daño. La calidez se transforma en frialdad y el aire puro en prisión angosta. La Calle Mayor gira en recodos hasta convertirse en un vórtice sin escapatoria posible. El retrato miniaturizado de una vida que nos es demasiado familiar. Crueldad social sin misericordia. Personas asesinadas por el aburrimiento. La tragedia que supone una elección imposible: morir o matar.
La Calle Mayor comienza siendo el escenario de una rutina benevolente y acogedora para ir bifurcándose en meandros y callejones más sinuosos y tétricos. La vida provinciana se desarrolla sin alteraciones y siguiendo unas costumbres tan rígidas que pueden llegar a hacer daño. La calidez se transforma en frialdad y el aire puro en prisión angosta. La Calle Mayor gira en recodos hasta convertirse en un vórtice sin escapatoria posible. El retrato miniaturizado de una vida que nos es demasiado familiar. Crueldad social sin misericordia. Personas asesinadas por el aburrimiento. La tragedia que supone una elección imposible: morir o matar.
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