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6,2
5.010
6
11 de enero de 2009
11 de enero de 2009
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de 5 bailarinas rusas surca con gracia y levedad el escenario, los movimientos precisos y elegantes, todas con sus tutús blancos. El hombre que tiene a su enamorada en una del grupo, le dice a sus amigos, "es maravillosa...", pero para los demás "son todas iguales". En esta película, que sigue la historia de "Una casa de locos" (o "Piso Compartido" en Argentina), vemos nuevamente a Xavier como eje central, y cómo nuestro sensible amigo evoluciona en su trabajo, en sus decisiones de vida, y se da cuenta que "las proporciones perfectas" que pueden maravillarlo estéticamente, pueden ser una falsa pantalla que no dan la felicidad que a veces nuestra cultura de imágenes nos promete, y que las personas que nos son valiosas en nuestro camino, a veces no nos deslumbran a primera vista.
Es agradable de ver, con momentos inclusive interesantes en la fotografía, nos muestra algunas buenas escenas en Londres, París y San Petersburgo, pero sufre en mi opinión de un montaje dudoso y una duración excesiva, que la hacen floja por momentos en la primera mitad. Transitada ésta, deja luego un saldo favorable.
Es agradable de ver, con momentos inclusive interesantes en la fotografía, nos muestra algunas buenas escenas en Londres, París y San Petersburgo, pero sufre en mi opinión de un montaje dudoso y una duración excesiva, que la hacen floja por momentos en la primera mitad. Transitada ésta, deja luego un saldo favorable.

8,3
12.547
8
7 de septiembre de 2008
7 de septiembre de 2008
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película muy especial. Como una foto vieja, enmohecida, que uno encuentra en un arcón, y que por algún motivo nos cautiva, y ya no nos deja olvidarla. No es perfecta, quizás algo sobreactuada, es lenta, excesivamente larga, pero su mensaje universal y eterno se abre camino ante todas estas dificultades, del mismo modo que el señor Watanabe se abre camino con humildad en el laberinto de la burocracia, para dejar testimonio de que algo puede hacerse si uno se lo propone. En una parte dice: "no puedo odiar a la gente, no me queda tiempo..." Él descubre que ha perdido mucho tiempo, quizás demasiado, pero que aún cuando hayas recorrido ya mucho trecho, si te das cuenta que habías equivocado el camino, vale la pena desandarlo y cambiar; aunque te quede un minuto de vida. La película es larga y aburrirá a quien necesite entretenimiento y no pueda ver y oír con atención y sin apuro. Pero paradójicamente, aquel que, sabiendo que nunca conocemos cuánto tiempo nos queda, se olvide del tiempo y escuche esta historia con atención, difícilmente se arrepienta de su decisión.

8,3
35.929
8
2 de agosto de 2008
2 de agosto de 2008
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una joya del cine en blanco y negro ya muy tardío en el momento en que se filmó. Como una despedida del western clásico, la despedida de un mundo más primitivo, y la llegada de nuevos tiempos, de la mano del ferrocarril, las nuevas ciudades, el fin de la ley del más fuerte, pero de una ley del más fuerte a la luz del día, y el reemplazo de otro tipo de ley del más fuerte, solapada, de los políticos… Oscura como un estanque turbio y, detrás de esa oscuridad, hondos personajes, llenos de pasiones y fuerzas contradictorias. Grandes actuaciones de Wayne, Stewart y Lee Marvin, y divina Vera Miles.
El niño debe morir para que nazca el hombre…Ransom no hubiera llegado a nada si al enfrentar a Valance no hubiese estado totalmente convencido de que iba a morir. Y cada paso, para bien o para mal que produce un cambio en la vida de un pueblo, sólo es posible sobre las espaldas de hombres heroicos, de flores de cactus como Tom, quien estoicamente comprende su destino, lo acepta y lo juega hasta el final...
El niño debe morir para que nazca el hombre…Ransom no hubiera llegado a nada si al enfrentar a Valance no hubiese estado totalmente convencido de que iba a morir. Y cada paso, para bien o para mal que produce un cambio en la vida de un pueblo, sólo es posible sobre las espaldas de hombres heroicos, de flores de cactus como Tom, quien estoicamente comprende su destino, lo acepta y lo juega hasta el final...

7,1
73.292
8
14 de noviembre de 2009
14 de noviembre de 2009
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es Volver de muchas formas. Es para el director un volver a La Mancha de su infancia, y colocar en su lugar algunas piezas de su pasado que no estaban resueltas; es un volver en su carrera a algunos tópicos de comedia, al universo femenino, y a su musa Carmen Maura, sólo que menos desaforado, más maduro, y con la soberbia dirección de actrices de siempre. Volver es también el tango hecho flamenco que nos habla de alguien a quien el pasado ha lastimado, pero que tiene en ese mismo pasado ilusiones que neceista recuperar para seguir viviendo. Y Volver es finalmente el recorrido de ida y vuelta que las mujeres de esta historia deben hacer hacia ese pasado que exige ser escuchado y vivido hasta el final, y que las tomas de los molinos nos sugieren.
En ese pueblito de La Mancha, ruge el viento como un reclamo del pasado. La puesta nos transporta a sus calles empedradas, sus gruesas paredes encaladas, los pesados y antiguos portones de madera, los azulejos, y los hierros del ambiente de la infancia de la protagonista, que lo es también del director. En ese pueblito, de manera surrealista, los muertos están cerca, pueden participar de las vidas de sus gentes, y de algún modo continúan entre ellos. El personaje de Agustina, está dotado por Blanca Portillo con una increíble contención y solidaridad; y hay en él una aceptación y cierta sensación de continuidad después de la muerte; de manera tal que pareciera que Almodóvar, ya más entrado en años, busca encontrar serenidad ante la idea de la muerte que se le hace palpable ahora que recorre su madurez y dejó su etapa de juventud más alocada.
En su visión, el infierno, el purgatorio y el paraíso están aquí, en esta vida, y sus personajes los atraviesan a medida que cierran el círculo.
La gráfica de la película nos muestra a Raimunda, el centro de la historia, atrapada entre imágenes en blanco y negro que son el pasado, los muertos; e imágenes de flores rojas. Pero las primeras laten, están vivas y son actuales y acuciantes; y las últimas son artificiales, y no pueden disimular a las primeras. En los créditos, la cámara va de derecha a izquierda, dando la sensación de una vuelta atrás. Para cerrar esta historia hay que volver.
Es éste un drama que se presenta mezclado con un toque de comedia, algo característico en Almodóvar. Y la película respira cine por todas partes, nos dice muchas cosas con los objetos y sus significados, con los oficios de las protagonistas, con la puesta, con los diferentes encuadres, para hacernos soltar nuestra sensibilidad sin palabras, y llegarnos al corazón. Estos personajes son muchas veces clandestinos, ocultan, mienten…pero se redimen en una inmensa humanidad, comprensión, y ganas de vivir a pesar de todo.
Celebro esta obra y agradezco a Almodóvar por esta película.
En ese pueblito de La Mancha, ruge el viento como un reclamo del pasado. La puesta nos transporta a sus calles empedradas, sus gruesas paredes encaladas, los pesados y antiguos portones de madera, los azulejos, y los hierros del ambiente de la infancia de la protagonista, que lo es también del director. En ese pueblito, de manera surrealista, los muertos están cerca, pueden participar de las vidas de sus gentes, y de algún modo continúan entre ellos. El personaje de Agustina, está dotado por Blanca Portillo con una increíble contención y solidaridad; y hay en él una aceptación y cierta sensación de continuidad después de la muerte; de manera tal que pareciera que Almodóvar, ya más entrado en años, busca encontrar serenidad ante la idea de la muerte que se le hace palpable ahora que recorre su madurez y dejó su etapa de juventud más alocada.
En su visión, el infierno, el purgatorio y el paraíso están aquí, en esta vida, y sus personajes los atraviesan a medida que cierran el círculo.
La gráfica de la película nos muestra a Raimunda, el centro de la historia, atrapada entre imágenes en blanco y negro que son el pasado, los muertos; e imágenes de flores rojas. Pero las primeras laten, están vivas y son actuales y acuciantes; y las últimas son artificiales, y no pueden disimular a las primeras. En los créditos, la cámara va de derecha a izquierda, dando la sensación de una vuelta atrás. Para cerrar esta historia hay que volver.
Es éste un drama que se presenta mezclado con un toque de comedia, algo característico en Almodóvar. Y la película respira cine por todas partes, nos dice muchas cosas con los objetos y sus significados, con los oficios de las protagonistas, con la puesta, con los diferentes encuadres, para hacernos soltar nuestra sensibilidad sin palabras, y llegarnos al corazón. Estos personajes son muchas veces clandestinos, ocultan, mienten…pero se redimen en una inmensa humanidad, comprensión, y ganas de vivir a pesar de todo.
Celebro esta obra y agradezco a Almodóvar por esta película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Raimunda trabaja lavando “trapos sucios”, y tendrá que hacerlo con su madre para reconciliarse con su vida y perdonar. Y en el otro trabajo, parece estar en un aeropuerto, que remite a un viaje, que remite al tiempo, un viaje de ida y vuelta que debe hacer al pasado, y al pueblo donde está ese pasado.
La vuelta de la madre, no es una vuelta totalmente dramática y sobrenatural. El juego de Soledad y cómo oculta a la hermana y a sus clientas la naturaleza de Irene, da lugar a escenas de comedia, alguna de ellas entrañable, como las hijas riendo y el primerísimo plano que hace a la madre, riendo al mismo tiempo que sus hijas sola, sin que la vean, desde su escondite.
Raimunda es una mujer exuberante, apasionada, una fuerza de la naturaleza que es imparable, y paradójicamente, vulnerable a la vez; desborda energía y pasión, y sus faldas y blusas ajustadas, su escote, su porte, sus aros gigantes y su pelo salvaje y aparentemente despeinado son un inconfundible homenaje a las Loren o Magnani del neorrealismo italiano. Parece víctima de su pasión, que es violenta y a la que debe dar la espalda para sobrevivir; ya que está engranada de tal manera de conducirla siempre hacia hombres equivocados. Su madre le dice “los hombres que queremos están para hacernos sufrir”.
Ella representa a las mujeres que afrontan mil dificultades en la vida, y que luchan y se las apañan solas como pueden, ocultando, mintiendo, pero también ayudándose, brindándose, y derrochando calor humano. Esta es una famiia de mujeres y ellas son el sustento, la fuerza vital, y hasta la fuerza física cuando haga falta. Los hombres están ausentes, y el marido de Raimunda es sólo una carga más que ella soporta, y cuando le anuncia que lo han echado del trabajo, la primera reacción de Raimunda es pensar que se deberá buscar ella otro trabajo, además de los que ya tiene, en el día Domingo, su único día libre.
Es inolvidable el plano cenital de Penélope Cruz en la cocina. Madre, ama de casa y femme fatale toda en una, cargando con el peso de todo, y fregando el cuchillo que luego será instrumento del destino.
Finalmente Raimunda se enfrenta con su pasado y con su madre. Es memorable la secuencia de la confesión de la Irene de Maura a su hija Raimunda, y su expresión de pollito mojado que implora perdón desde su escondite debajo de la cama, como las cosas que nos avergüenzan y queremos tapar, cuando enfrenta a Penélope Cruz, en un plano picado donde ella está allá bajo, bien chiquita.
De ahí en más, las heridas empiezan a cerrar. Cuando por fin se han encontrado madre e hija cara a cara, y vuelven del pueblo en el auto rojo de Sole (cuyo conducción siempre asume Raimunda, la que pone el cuerpo a todo, un auto rojo –la vida que escapa a la muerte, el pueblo?), las 4 mujeres juntas, los molinos del camino son mostrados primero con un encuadre oblicuo; y aquí se enderezan y vuelven a ponerse derechos. Los traumas del pasado empiezan a cicatrizar. Ahora se tendrán las una a la otra.
La vuelta de la madre, no es una vuelta totalmente dramática y sobrenatural. El juego de Soledad y cómo oculta a la hermana y a sus clientas la naturaleza de Irene, da lugar a escenas de comedia, alguna de ellas entrañable, como las hijas riendo y el primerísimo plano que hace a la madre, riendo al mismo tiempo que sus hijas sola, sin que la vean, desde su escondite.
Raimunda es una mujer exuberante, apasionada, una fuerza de la naturaleza que es imparable, y paradójicamente, vulnerable a la vez; desborda energía y pasión, y sus faldas y blusas ajustadas, su escote, su porte, sus aros gigantes y su pelo salvaje y aparentemente despeinado son un inconfundible homenaje a las Loren o Magnani del neorrealismo italiano. Parece víctima de su pasión, que es violenta y a la que debe dar la espalda para sobrevivir; ya que está engranada de tal manera de conducirla siempre hacia hombres equivocados. Su madre le dice “los hombres que queremos están para hacernos sufrir”.
Ella representa a las mujeres que afrontan mil dificultades en la vida, y que luchan y se las apañan solas como pueden, ocultando, mintiendo, pero también ayudándose, brindándose, y derrochando calor humano. Esta es una famiia de mujeres y ellas son el sustento, la fuerza vital, y hasta la fuerza física cuando haga falta. Los hombres están ausentes, y el marido de Raimunda es sólo una carga más que ella soporta, y cuando le anuncia que lo han echado del trabajo, la primera reacción de Raimunda es pensar que se deberá buscar ella otro trabajo, además de los que ya tiene, en el día Domingo, su único día libre.
Es inolvidable el plano cenital de Penélope Cruz en la cocina. Madre, ama de casa y femme fatale toda en una, cargando con el peso de todo, y fregando el cuchillo que luego será instrumento del destino.
Finalmente Raimunda se enfrenta con su pasado y con su madre. Es memorable la secuencia de la confesión de la Irene de Maura a su hija Raimunda, y su expresión de pollito mojado que implora perdón desde su escondite debajo de la cama, como las cosas que nos avergüenzan y queremos tapar, cuando enfrenta a Penélope Cruz, en un plano picado donde ella está allá bajo, bien chiquita.
De ahí en más, las heridas empiezan a cerrar. Cuando por fin se han encontrado madre e hija cara a cara, y vuelven del pueblo en el auto rojo de Sole (cuyo conducción siempre asume Raimunda, la que pone el cuerpo a todo, un auto rojo –la vida que escapa a la muerte, el pueblo?), las 4 mujeres juntas, los molinos del camino son mostrados primero con un encuadre oblicuo; y aquí se enderezan y vuelven a ponerse derechos. Los traumas del pasado empiezan a cicatrizar. Ahora se tendrán las una a la otra.
7
14 de octubre de 2010
14 de octubre de 2010
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La dupla Mariano Cohn y Gastón Duprat, luego de una amplia trayectoria como realizadores audiovisuales y experimentos televisivos interesantes, han hecho dos primeros largometrajes en formato documental o de entrevistas, con “Enciclopedia” (1999) y “Yo Presidente” (2006), un documental protagonizado por los ocho presidentes argentinos desde la restauración de la democracia hasta ese momento.
En 2009 hicieron el primer largo con un formato más convencional, “El Artista” (2009).
Y hacia fines de ese mismo año, elaboran “El hombre de al Lado” que nos ocupa, premiada en los festivales de Sundance, Toulouse, Lérida y Mar del Plata.
Está rodada casi íntegramente en interiores en la “casa Curutchet”, -la única diseñada por Le Corbusier en América-, en la ciudad de La Plata, en Argentina. Con fotografía a cargo de los propios directores.
Leonardo es un diseñador exitoso, mundano, refinado, vive en la casa de marras con su mujer e hija adolescente. El film comienza con un suceso inesperado: un vecino, Víctor, irrumpe súbitamente en su vida, rompiendo una medianera que da directamente a su casa para hacer una ventana. “Sólo necesito unos pocos rayitos de luz, que a vos te sobran”, le dice. A partir de esta sencilla historia, los autores plasman un trabajo impecable desde lo formal. Cada plano, cada detalle de la puesta – hasta las remeras que usan los distintos personajes secundarios nos bajan línea -, el manejo de la luz, los colores, texturas y sonidos, nos lo dicen todo. Las tipologías de los personajes son creíbles y fluyen naturalmente; con primerísimos planos sin profundidad de campo, cargados de connotaciones, usando la composición de los cuadros y el montaje, junto con las acciones y diálogos cotidianos, para dar fuerza al arco por el que transita el protagonista, lleno de bajezas, pero con dudas, como cuando desde la casa del vecino, mira por el boquete hacia la suya, como intentando ponerse en el lugar del otro, para bajar la cabeza abrumado, ya que no quiere cambiar. Cohn y Duprat no nos alivian nada de la situación, y la resolución que debe tomar Leonardo, entre ser libre, capaz de comunión con otro ser humano, o aferrarse a su falso pedestal donde no es feliz, donde derrocha egoísmo, será llevada hasta las últimas consecuencias.
Un muy recomendable ejercicio de la expresividad que puede tener el lenguaje del cine.
En 2009 hicieron el primer largo con un formato más convencional, “El Artista” (2009).
Y hacia fines de ese mismo año, elaboran “El hombre de al Lado” que nos ocupa, premiada en los festivales de Sundance, Toulouse, Lérida y Mar del Plata.
Está rodada casi íntegramente en interiores en la “casa Curutchet”, -la única diseñada por Le Corbusier en América-, en la ciudad de La Plata, en Argentina. Con fotografía a cargo de los propios directores.
Leonardo es un diseñador exitoso, mundano, refinado, vive en la casa de marras con su mujer e hija adolescente. El film comienza con un suceso inesperado: un vecino, Víctor, irrumpe súbitamente en su vida, rompiendo una medianera que da directamente a su casa para hacer una ventana. “Sólo necesito unos pocos rayitos de luz, que a vos te sobran”, le dice. A partir de esta sencilla historia, los autores plasman un trabajo impecable desde lo formal. Cada plano, cada detalle de la puesta – hasta las remeras que usan los distintos personajes secundarios nos bajan línea -, el manejo de la luz, los colores, texturas y sonidos, nos lo dicen todo. Las tipologías de los personajes son creíbles y fluyen naturalmente; con primerísimos planos sin profundidad de campo, cargados de connotaciones, usando la composición de los cuadros y el montaje, junto con las acciones y diálogos cotidianos, para dar fuerza al arco por el que transita el protagonista, lleno de bajezas, pero con dudas, como cuando desde la casa del vecino, mira por el boquete hacia la suya, como intentando ponerse en el lugar del otro, para bajar la cabeza abrumado, ya que no quiere cambiar. Cohn y Duprat no nos alivian nada de la situación, y la resolución que debe tomar Leonardo, entre ser libre, capaz de comunión con otro ser humano, o aferrarse a su falso pedestal donde no es feliz, donde derrocha egoísmo, será llevada hasta las últimas consecuencias.
Un muy recomendable ejercicio de la expresividad que puede tener el lenguaje del cine.
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