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8,0
48.755
10
15 de diciembre de 2009
15 de diciembre de 2009
36 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno nunca sabe qué película es la que le va a marcar, de la misma forma que nunca se sabe qué libro, qué melodía o qué persona perdurará en nuestra memoria para siempre. Yo nunca imaginaría que la película sobre el famoso Thomas Edward Lawrence, más conocido por Lawrence de Arabia, el coronel inglés del Departamento Árabe que, en plena Primera Guerra Mundial, contactó con los árabes y sus líderes, convenciéndolos de aunar fuerzas para combatir a los turcos, aliados de los alemanes (y sí, a mayor gloria del Imperio Británico); me marcaría de la forma que lo hizo, hasta el punto de considerar que, ya para el resto de mi vida, este filme estaría en un lugar especial, más allá del bien y del mal.
Porque esta película sobrepasa cualquier consideración que se le haga únicamente como "película de aventuras". No, es un error que siempre ha estado ahí. ¿"2001" es solo una "película de ciencia-ficción"?. ¿"El Padrino II" es solo una película de gángsters?. "Lawrence" no es, ni mucho menos, una más de tantas películas de aventuras. "Lawrence de Arabia" es el más brillante ejercicio de análisis del alma de un hombre, cristalizado en el paisaje y el ambiente que le rodea, que yo haya experimentado jamás. Quizá el verdadero T.E. Lawrence no fuera exactamente así. O no. Sospecho que las ardientes arenas del desierto deben de provocar algo más que fascinación cuando no has crecido entre ellas y te empeñas en amarlas y fundirte con ellas. En convertirte en beduino, como intentó Lawrence-O'Toole. David Lean nos advierte del precio que ello conlleva, entre otras muchas cosas. El director se atreve, como nunca antes se había hecho, a dotar de relecturas psicológicas y reflexiones acerca de las transformaciones de personas corrientes en héroes y mitos; y todo ello desde el marco de la más ambiciosa y colosal producción hollywoodiense. Y, amigos, eso es lo más impresionante de Lean, algo que ya nunca volvió a conseguir después ("Doctor Zhivago", obra maestra también, fue masacrada por la crítica de la época, más pendiente por aquel entonces de Godard y sus muchachos).
Algunos habéis mencionado, con razón, cierta debilidad (interesada o no) en la parte política del asunto, así como del retrato que de los árabes hace el filme. No os negaré parte de razón. Pero los derroteros, las intenciones del tándem Bolt-Lean no son las de hacer un retrato político de la Arabia de principios de siglo XX. Si me apuráis, solamente hay dos protagonistas en la película: Lawrence y el desierto. Es lo que a Lean le interesa, cómo el desierto es fiel reflejo, durante las 3 horas y media inolvidables que dura la película, del alma del protagonista: luminosa y romántica al principio del viaje, sucia y casi grotesca hacia el final. La interpretación de Peter O'Toole hace más fácil esta comprensión, el viaje del protagonista desde lo más alto a lo más bajo del espíritu humano.
(Sigo en en el spoiler)
Porque esta película sobrepasa cualquier consideración que se le haga únicamente como "película de aventuras". No, es un error que siempre ha estado ahí. ¿"2001" es solo una "película de ciencia-ficción"?. ¿"El Padrino II" es solo una película de gángsters?. "Lawrence" no es, ni mucho menos, una más de tantas películas de aventuras. "Lawrence de Arabia" es el más brillante ejercicio de análisis del alma de un hombre, cristalizado en el paisaje y el ambiente que le rodea, que yo haya experimentado jamás. Quizá el verdadero T.E. Lawrence no fuera exactamente así. O no. Sospecho que las ardientes arenas del desierto deben de provocar algo más que fascinación cuando no has crecido entre ellas y te empeñas en amarlas y fundirte con ellas. En convertirte en beduino, como intentó Lawrence-O'Toole. David Lean nos advierte del precio que ello conlleva, entre otras muchas cosas. El director se atreve, como nunca antes se había hecho, a dotar de relecturas psicológicas y reflexiones acerca de las transformaciones de personas corrientes en héroes y mitos; y todo ello desde el marco de la más ambiciosa y colosal producción hollywoodiense. Y, amigos, eso es lo más impresionante de Lean, algo que ya nunca volvió a conseguir después ("Doctor Zhivago", obra maestra también, fue masacrada por la crítica de la época, más pendiente por aquel entonces de Godard y sus muchachos).
Algunos habéis mencionado, con razón, cierta debilidad (interesada o no) en la parte política del asunto, así como del retrato que de los árabes hace el filme. No os negaré parte de razón. Pero los derroteros, las intenciones del tándem Bolt-Lean no son las de hacer un retrato político de la Arabia de principios de siglo XX. Si me apuráis, solamente hay dos protagonistas en la película: Lawrence y el desierto. Es lo que a Lean le interesa, cómo el desierto es fiel reflejo, durante las 3 horas y media inolvidables que dura la película, del alma del protagonista: luminosa y romántica al principio del viaje, sucia y casi grotesca hacia el final. La interpretación de Peter O'Toole hace más fácil esta comprensión, el viaje del protagonista desde lo más alto a lo más bajo del espíritu humano.
(Sigo en en el spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y a propósito de lo de los árabes: no he encontrado mejor retrato sutil del carácter árabe que en el desdoblamiento de dos personajes claves en el filme. Feisal (el inteligente, astuto y cultivado príncipe) y Auda (volcánico, apegado a la tierra y a su tribu), dos caras de la misma moneda (encarnadas en dos actores en estado de gracia permanente, Alec Guinness y Anthony Quinn). Y entre ellos, Alí, un personaje que es Arabia personificada, con un pie en la modernidad y en el futuro, y otro en el apegamiento a su tierra y a sus tradiciones. Otra faceta más de la película.
Me dejo la parte política, que aunque certeramente planteada (mucho anglocentrismo de Lean, pero su crítica a las potencias extranjeras que se repartieron el pastel de Arabia en el tratado Sykes-Picot queda ahí), quizá es la menos desarrollada del filme. Repito que es lo de menos. El protagonismo de esta obra de arte en movimiento pertenece al desierto y a su protagonista. Hablar de la fotografía de Freddie Young y de la música de Maurice Jarre supondría escribir una tesis completa de cada una, así que limitaré a apuntar brevemente que, 47 años de efectos especiales y tecnología después, no han logrado nunca igualar la maestría de Young y Jarre. Ni se conseguirá jamás, como no se ha hecho nada parecido a las esculturas de Miguel Ángel o los lienzos de Velázquez. David Lean no tendrá ochenta libros dedicados a su vida y obra como Wilder, Almodóvar o Woody Allen, pero siempre tendrá la humilde convicción de este humilde cinéfilo en que, con "Lawrence de Arabia", el cine alcanzó la mayor altura de su historia.
Me dejo la parte política, que aunque certeramente planteada (mucho anglocentrismo de Lean, pero su crítica a las potencias extranjeras que se repartieron el pastel de Arabia en el tratado Sykes-Picot queda ahí), quizá es la menos desarrollada del filme. Repito que es lo de menos. El protagonismo de esta obra de arte en movimiento pertenece al desierto y a su protagonista. Hablar de la fotografía de Freddie Young y de la música de Maurice Jarre supondría escribir una tesis completa de cada una, así que limitaré a apuntar brevemente que, 47 años de efectos especiales y tecnología después, no han logrado nunca igualar la maestría de Young y Jarre. Ni se conseguirá jamás, como no se ha hecho nada parecido a las esculturas de Miguel Ángel o los lienzos de Velázquez. David Lean no tendrá ochenta libros dedicados a su vida y obra como Wilder, Almodóvar o Woody Allen, pero siempre tendrá la humilde convicción de este humilde cinéfilo en que, con "Lawrence de Arabia", el cine alcanzó la mayor altura de su historia.

7,3
8.558
8
4 de noviembre de 2008
4 de noviembre de 2008
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Menuda la lió el amiguete Branagh hace ahora 12 años, cuando se llevó a Cannes la última criatura que había parido. Echando la vista hacia atrás, aquella época no era demasiado benévola para Branagh, puesto que su anterior obra, la correcta y pelín infravalorada "Frankenstein" fue un fracaso de crítica, y además, se había divorciado de Emma Thompson. Por ello, sospecho que con este "Hamlet" pretendió dos cosas: alcanzar el sueño de su vida de ver representado a su personaje favorito con toda la magnanimidad y lujo que sólo el cine puede conseguir, y despedirse, en cierto modo, de las grandes producciones (de hecho, volvió a su querido teatro, y en el cine solo ha hecho otras dos de Shakespeare, "Trabajos de amor perdidos" y "Como gustéis", que no se estrenó en España, y el remake desafortunado de "La huella"). Con este "Hamlet", Branagh puso toda la carne en el asador, y consiguiendo un casting galáctico que ni el Madrid de Florentino, se lanzó a la que debía de ser la adaptación definitiva de una de las obras más celebres del Bardo. Fiel a su estilo, ambientó la obra en una Dinamarca decimonónica (casi una corte vienesa austro-húngara, más bien), bellamente fotografiada, y con unas localizaciones y unos decorados lujosos y barrocos monumentales. Bueno, huelga decir que la película hay que verla en su versión completa, y atreverse con las 4 horas de rigor, ya que merece la pena. Merece la pena contemplar y escuchar diálogos mil veces oídos ya, pero con las potentes imágenes de un Branagh en plena forma. Se tienen que destacar varias cosas, empezando con los actores. Sé que Branagh ha abusado a veces de su histrionismo (ver su "Frankenstein", sin ir más lejos), pero aquí se ajusta perfectamente a su personaje. Otorga sobriedad y emoción cuando debe, locura e histerismo cuando toca, y gravedad e intensidad en general. El suyo es un Hamlet desquiciado, volcánico, preso de mil y una emociones (donde Olivier ponía sutilidad e hieratismo, Branagh deja que su personaje saque a la superficie toda la gama de torturas y dudas que dominan al príncipe danés), y sí, a veces, incluso, llega a cargar un poco con tanta gesticulación y gritos. Pero se lo perdonamos al verle recitar el "ser o no ser", al verle hablar con la calavera de Yorick o en su duelo final con Laertes. Un digno y buen Hamlet. Los demás actores, monstruos de la interpretación, cumplen perfectamente en sus papeles, que se toman en serio, e interpretan con soltura y ganas: desde un Derek Jacobi magnífico encarnando a un sibilino y humano Claudio, pasando por unas sufridoras Julie Christie y Kate Winslet, y finalmente sorprendidos por un gigante, inconmensurable Charlton Heston, además del no menos grande Billy Crystal en su divertido papel del enterrador. Mencionar también los pequeños papeles de Robin Williams, Gérard Depardieu, Jack Lemmon, Richard Attenborough y Rufus Sewell.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tan enorme (en todos los sentidos) reparto sostiene las 4 horas de pasiones, dudas, celos, traiciones, bajezas y noblezas de toda la galería de personajes que contiene el castillo de Elsinore. Branagh acierta en su empeño de hilar todos los actos y las escenas, y en aunar las pasiones de sus personajes en el marco espectacular que puede ofrecerle el cine (de ahí que nos deleite con escenas nunca vistas antes en una representación de la obra, con infinidad de hombres formando el ejército de Fortinbrás, o con ese monólogo final ("¡mis pensamientos serán sanguinarios!") antes del intermedio, mientras la cámara se eleva). Hay algún que otro momento de decaimiento, qué duda cabe (y algunos personajes, léase Rosencrantz y Guildernstern, o en determinados momentos, Gertrud, no acaban de dar todo lo que podrían dar de sí), pero es imposible mantener el listón tan alto a lo largo de 242 minutos. Cuando la obra acaba, la estatua de Hamlet se derrumba, y el príncipe recibe el merecido homenaje, encontramos que hemos asistido a todo un espectáculo de primer orden, pues la obra más representativa de Shakespeare no merece otro tratamiento, y Branagh no merece otra cosa que nuestro aplauso por tamaño ejercicio de estilo, de esfuerzo y de amor hacia un escritor y su obra.
Miniserie

5,8
2.933
7
26 de noviembre de 2009
26 de noviembre de 2009
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las miniseries televisivas casi siempre me han dado más alegrías que decepciones. Y me refiero a esas producciones de corte histórico o fantástico, con repartos muy estimulantes, que a menudo suelen ofrecer lo que lujosas superproducciones no hacen: un gusto por el diálogo, por el ritmo más pausado, por la recreación histórica (dentro de lo que diga el presupuesto) y por el lucimiento de los intérpretes. Dado que estas miniseries suelen dividirse en dos segmentos de hora y media cada uno, el tiempo para explayarse en los hechos lo tienen asegurado.
Ejemplos los hay en cantidad: "Jasón y los argonautas", "La Odisea", "Shackleton", "La solución final", "Atila el huno"...
La que nos ocupa ahora es de las primeras que tuve ocasión de ver y apreciar, gracias a la insistencia de un buen amigo. Esta miniserie narra la historia que ya ha tenido su reflejo en el cine: Merlín, el bardo, el mentor del Rey Arturo, y figura mítica y clave en la leyenda artúrica. En esta ocasión, se nos muestra su historia desde el principio: su nacimiento, cómo fue adquiriendo sus poderes y cómo empezó a influir en la historia de la Britannia del siglo V. La magia y un ambiente de cuento dominan toda la producción, más allá de cualquier intento de aportar veracidad histórica. Aquellos tiempos nos son bastante desconocidos, pues nos ha llegado muy poco de aquella época oscura, y la verdad histórica y la leyenda se han fusionado hasta tal extremo que se hace complicado investigar dónde acaba una y empieza la otra (sobre todo, gracias a autores como Geoffrey de Monmouth y Thomas Malory, que fueron los que impulsaron y dieron cuerpo a la verdadera leyenda de Arturo y Merlín).
En cualquier caso, las 3 horas de producción se hacen muy amenas, puesto que aparte de unos actores muy en su papel (destacando un perfecto Sam Neill, y unos pérfidos Rutger Hauer y Miranda Richardson, en los papeles de Vortigern y Mab), y unos efectos visuales muy decentes, el diseño de producción es realmente meritorio, recreando bastante adecuadamente la época. La banda sonora de Trevor Jones es muy superior a las que suelen ofrecer para cualquier miniserie. La historia cobra las licencias históricas que se le presumen, y aunque renuncia a cotas más ambiciosas artísticamente hablando (no llega al nivel de "Excalibur", en cuanto a reflexión profunda sobre el mito y sus reflejos freudianos), es un notable relato fantástico y de aventuras. En el debe, quizá haya que mencionar que el personaje del Rey Arturo merecía un actor con mucha más presencia física y actoral, que la que aporta el tal Paul Curran (que al lado de Sam Neill o Miranda Richardson, se diluye bastante). También habría que decir lo mismo de Jason Done y su Mordred.
En definitiva, una leyenda inmortal, la del bardo Merlín (también conocido por sus acepciones celtas y galesas, Myrddin o Emrys), contada aquí de forma muy solvente y atrayente. Y encima, con un final precioso. Recomendable.
Ejemplos los hay en cantidad: "Jasón y los argonautas", "La Odisea", "Shackleton", "La solución final", "Atila el huno"...
La que nos ocupa ahora es de las primeras que tuve ocasión de ver y apreciar, gracias a la insistencia de un buen amigo. Esta miniserie narra la historia que ya ha tenido su reflejo en el cine: Merlín, el bardo, el mentor del Rey Arturo, y figura mítica y clave en la leyenda artúrica. En esta ocasión, se nos muestra su historia desde el principio: su nacimiento, cómo fue adquiriendo sus poderes y cómo empezó a influir en la historia de la Britannia del siglo V. La magia y un ambiente de cuento dominan toda la producción, más allá de cualquier intento de aportar veracidad histórica. Aquellos tiempos nos son bastante desconocidos, pues nos ha llegado muy poco de aquella época oscura, y la verdad histórica y la leyenda se han fusionado hasta tal extremo que se hace complicado investigar dónde acaba una y empieza la otra (sobre todo, gracias a autores como Geoffrey de Monmouth y Thomas Malory, que fueron los que impulsaron y dieron cuerpo a la verdadera leyenda de Arturo y Merlín).
En cualquier caso, las 3 horas de producción se hacen muy amenas, puesto que aparte de unos actores muy en su papel (destacando un perfecto Sam Neill, y unos pérfidos Rutger Hauer y Miranda Richardson, en los papeles de Vortigern y Mab), y unos efectos visuales muy decentes, el diseño de producción es realmente meritorio, recreando bastante adecuadamente la época. La banda sonora de Trevor Jones es muy superior a las que suelen ofrecer para cualquier miniserie. La historia cobra las licencias históricas que se le presumen, y aunque renuncia a cotas más ambiciosas artísticamente hablando (no llega al nivel de "Excalibur", en cuanto a reflexión profunda sobre el mito y sus reflejos freudianos), es un notable relato fantástico y de aventuras. En el debe, quizá haya que mencionar que el personaje del Rey Arturo merecía un actor con mucha más presencia física y actoral, que la que aporta el tal Paul Curran (que al lado de Sam Neill o Miranda Richardson, se diluye bastante). También habría que decir lo mismo de Jason Done y su Mordred.
En definitiva, una leyenda inmortal, la del bardo Merlín (también conocido por sus acepciones celtas y galesas, Myrddin o Emrys), contada aquí de forma muy solvente y atrayente. Y encima, con un final precioso. Recomendable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por cierto, lo de poner al gran John Gielgud como actor principal, cuando dura 30 segundos en pantalla, y solo tiene dos líneas de diálogo es de traca.

5,7
93.939
2
10 de noviembre de 2008
10 de noviembre de 2008
33 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una película es mala, a veces puede suceder que te lo acabes pasando bomba. Puede ser un bodrio y una mierda con mayúsculas, pero por su falta de pretensiones, por su inocencia, porque se nota que el director (al menos) quiere hacer algo medio digno y, por qué no decirlo, por su posible cutrez misma, la acabas perdonando. La ves igual que te tomas un batido y te comes un bollo. Son películas del estilo, qué se yo... "Alien vs. Predator" o "Resident Evil", por ejemplo. Ahora bien, lo que ya no aguanto son las películas malas con pretensiones de grandeza, que toman por un completo gilipollas al espectador (de esas en las que el director y el productor esperan solo que el espectador sea un muñeco que balbucee, babee por la comisura de los labios, y emita exclamaciones con cada nueva explosión en la pantalla), y que no solo se limite a montar tópico tras tópico tras tópico, sino que encima se regodea en ello y saca pecho. "Armageddon" es una de estas películas. Es la película-bandera del tándem Bay-Bruckheimer, aunque hay que decir que no es tan infecta como "Pearl Harbor". "Armageddon" es, principalmente, una broma. Un sketch de Cruz y Raya bastante alargado y con un pastonazo detrás. Porque es imposible (y aunque no lo parezca, por la seriedad con que B & B nos cuentan el tebeo éste) tomársela del todo en serio. Partiendo desde el argumento, en que un grupo de frikis metidos a perforadores petrolíferos se convierten en astronautas tras 12 días de suave entrenamiento, y van a salvar a la Tierra de un pedrusco que va a estrellarse contra su superficie; la película se ríe de cualquier mínimo intento de credulidad y verismo. Todo es fantástico, empezando por las razones por las cuales Liv Tyler (sale muy buenorra, eso sí) se enamora del gilipollas de Ben Affleck (que se despide de ella antes del lanzamiento del cohete... ¡cantando una canción!). El grupo friki tiene su puntito, desde el superjefe, superlíder, padre amantísimo, Bruce Willis; pasando por toda la colección de clichés habidos y por haber, desde el grandullón bonachón (Clarke Duncan), el pasado de rosca porreta (Buscemi), el fiel lugarteniente del jefe (Patton), el graciosete (Owen Wilson), etc. Luego está la coña del patriotismo y del liderazgo americano. En "Independence Day", al menos, te reías, porque se acababa viendo la coña y la guasa que había en esa figura del Presidente pilotando un caza y luchando contra los aliens. Aquí se acaba torciendo un poco el gesto, cuando lo del discurso del Presidente a todo el Planeta; y cuando todo el Planeta, desde el Vaticano a La Meca, desde Bangkok hasta Estambul, desde Villafranca del Bierzo hasta Río de Janeiro; reza a todos los dioses para que los intrépidos frikis americanos nos salven a todos del terruño volador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Después, ya en órbita, empiezas a alucinar un poquito con la coña que los yankis se traen por toda la cara con los rusos, retratando al único cosmonauta ruso (Stormare) como un chalado medio ido, y a la MIR, como poco menos que una chabola intergaláctica, que a la pulsación del primer botón, acaba desmoronándose. Cojonudo. Los efectos especiales, chulos para ser de hace ya 10 años (de ahí esa segunda estrellita que añado a regañadientes), pero el mejor efecto visual es el guión que, cual excavadora Caterpillar, se limita a recoger todo lo casposo, tonto y cursi que puede tener cabida en una historieta como ésta. Ese sacrificio final de Bruce Willis por la Humanidad, por su hija, por su futuro yerno gilipollas, y hasta por mí mismo, casi. Esos bravos militares (a Michael Bay se la pone dura todo lo militar, echad un vistazo a la mitad de sus películas) cumplidores de los deseos de su Presidente. Esa NASA inútil que no sabe resolver nada, y que tiene que ir pidiendo limosna puerta por puerta. Esos frikis que acaban siendo valientes y heróicos tras un entrenamiento de 12 días en el que no faltan putas, cervezas, cachondeo y apuestas en el casino. Ese Ben Affleck gritándole al ruso "Así hacemos las cosas en mi país". Ese Billy Bob Thornton metido a jefe de la NASA. Ese saludo militar final a la hija de Willis ("Pido permiso para estrechar la mano de la hija del hombre más valiente que he conocido". Olé). Ese discurso final de Willis a su hija, con su cara llenando todas las pantallas de TV. Esa boda final en el que todos ríen y ya nadie se acuerda del pobre Willis y su sacrificio... ¿Entretenida?. Y a qué precio. Cualquier episodio de Barrio Sésamo tenía una complejidad argumental y una profundidad narrativa bastante mayor. Ah, y no me vengan con que esta película es con las que uno se relaja y no se pone a pensar. Porque a lo largo de la misma los cabrones de B & B bien que me hicieron pensar en las distintas formas en que los torturaría por haberme insultado, y por no tener un poquito de amor a su profesión, y hacer un producto digno.
P.D.: Por supuesto que "Deep Impact" es mucho mejor que esto. Cualquier episodio de las Supernenas lo es.
P.D.: Por supuesto que "Deep Impact" es mucho mejor que esto. Cualquier episodio de las Supernenas lo es.
2
18 de marzo de 2009
18 de marzo de 2009
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
De todos es sabido los ingleses siempre han tenido una capacidad impresionante para reescribir la Historia a su antojo, a glorificar hasta el hartazgo sus más grandes leyendas, y a correr un tupido velo sobre ciertos episodios vergonzosos de su gloriosa historia. Y en esta tarea, España y los españoles siempre hemos recibido nuestra ración de desprecio y olvido; y el cine no ha sido ajeno a esto, habiendo habido películas de aventuras sobre piratas ingleses buenos y nobles que luchaban por la libertad contra fanáticos y feos españoles. En fin.
Lo más sorprendente es que en pleno siglo XXI, en una Europa moderna, multicultural y abierta (al menos, es lo que nos quieren hacer ver), aun sigamos con éstas. Porque lo que ocurre con la película que nos ocupa no es ni más ni menos que la misma historia (Historia, más bien) contada sesgadamente con el mismo estilo sesgado y maniqueo de siempre. "Elizabeth, la edad de oro" nos lleva a la segunda mitad del siglo XVI, cuando España dominaba con su imperio el mundo y hacía más enemigos que nunca. En Inglaterra reina Isabel Tudor, que reinó durante 44 años, y llevó a su país a un esplendor cultural (que no económico, pues la guerra contra los españoles resultó muy cara). Hasta aquí, la Historia. La película, desvergonzadamente y disimulándolo todo con un fastuoso, grandilocuente y excesivo diseño de producción; borra todo lo anterior y recrea una Guerra de las Galaxias en el siglo XVI: a saber, un malvado imperio donde todos visten de negro, son fanáticos católicos y viven bajo el yugo de un rey diabólico, estúpido, ignorante y cojitranco que quiere acabar con Inglaterra, luz de Occidente y faro de la esperanza para la libertad y el progreso, regida bajo la maternal y sabia mano de la Reina Virgen, Isabel, quien con su inteligencia, atractivo, sabiduría y valentía, encenderá el valor y el ánimo en los corazones de sus súbditos. Dejando la guasa aparte, la película es una tomadura de pelo para quien tenga una mínima noción de Historia, y la verdad es que no se sabe muy bien si hay que tomárselo a coña o cabreándose.
En lo referente a los aspectos formales, la película es lujosa en cuanto a vestuario y decorados, pero esos picados y contrapicados en los parlamentos importantes de los protagonistas, esa música "a lo Vangelis", y esos efectos digitales lastran definitivamente el cotarro. Todo es tan tópico y tan reinterpretado que la alucinación (o el cabreo) no permiten fijarse en los esbozos psicológicos de los personajes, sacados directamente de cualquier película de aventuras de los 40: la Reina sufre porque ama al bravo, intrépido y aventurero pirata Walter Raleigh, que ama a una de sus damas de compañía. Entre amores y amores, los fanáticos y feos españoles se conjuran para sumir a Europa y al mundo en las tinieblas, por lo que la dulce Reina se pone su armadura (menuda escenita la de la arenga a lo William Wallace) y guía a su pueblo a la gloria. Lo demás, es Historia (reescrita)
Lo más sorprendente es que en pleno siglo XXI, en una Europa moderna, multicultural y abierta (al menos, es lo que nos quieren hacer ver), aun sigamos con éstas. Porque lo que ocurre con la película que nos ocupa no es ni más ni menos que la misma historia (Historia, más bien) contada sesgadamente con el mismo estilo sesgado y maniqueo de siempre. "Elizabeth, la edad de oro" nos lleva a la segunda mitad del siglo XVI, cuando España dominaba con su imperio el mundo y hacía más enemigos que nunca. En Inglaterra reina Isabel Tudor, que reinó durante 44 años, y llevó a su país a un esplendor cultural (que no económico, pues la guerra contra los españoles resultó muy cara). Hasta aquí, la Historia. La película, desvergonzadamente y disimulándolo todo con un fastuoso, grandilocuente y excesivo diseño de producción; borra todo lo anterior y recrea una Guerra de las Galaxias en el siglo XVI: a saber, un malvado imperio donde todos visten de negro, son fanáticos católicos y viven bajo el yugo de un rey diabólico, estúpido, ignorante y cojitranco que quiere acabar con Inglaterra, luz de Occidente y faro de la esperanza para la libertad y el progreso, regida bajo la maternal y sabia mano de la Reina Virgen, Isabel, quien con su inteligencia, atractivo, sabiduría y valentía, encenderá el valor y el ánimo en los corazones de sus súbditos. Dejando la guasa aparte, la película es una tomadura de pelo para quien tenga una mínima noción de Historia, y la verdad es que no se sabe muy bien si hay que tomárselo a coña o cabreándose.
En lo referente a los aspectos formales, la película es lujosa en cuanto a vestuario y decorados, pero esos picados y contrapicados en los parlamentos importantes de los protagonistas, esa música "a lo Vangelis", y esos efectos digitales lastran definitivamente el cotarro. Todo es tan tópico y tan reinterpretado que la alucinación (o el cabreo) no permiten fijarse en los esbozos psicológicos de los personajes, sacados directamente de cualquier película de aventuras de los 40: la Reina sufre porque ama al bravo, intrépido y aventurero pirata Walter Raleigh, que ama a una de sus damas de compañía. Entre amores y amores, los fanáticos y feos españoles se conjuran para sumir a Europa y al mundo en las tinieblas, por lo que la dulce Reina se pone su armadura (menuda escenita la de la arenga a lo William Wallace) y guía a su pueblo a la gloria. Lo demás, es Historia (reescrita)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En fin, no da para más este telefilme de lujo, puesto que ni las interpretaciones son destacables (Cate Blanchett siempre está correcta, Geoffrey Rush ídem, Clive Owen está para matarlo con su recreación del pirata Raleigh como si de Errol Flynn se tratase), pero a Jordi Mollà habría que pedirle explicaciones por esa risible interpretación, vocecilla de pito incluída, de Felipe II, a quien convierte en un cruce entre Chiquito de la Calzada y Darth Vader. Carcajeantes escenas, las de ese plano final picado, mostrando a Isabel sobre un inmenso mapa de Europa, mostrando quien era la luz del continente; y también la de la batalla contra la Armada Invencible, que no fue tal en realidad, ya que el mal tiempo hizo zozobrar a la mitad de las naves frente a las costas de Irlanda, por lo que esa batalla espectacular ganada por la valentía y arrojo de los hijos de la Gran Bretaña... ná de ná. En definitiva, alucinante recreación del siglo XVI para quien guste de leer Historia, que en este dichoso país nunca está de moda.
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