La ilusión por hacer cine, nunca mejor dicho.

“Los ilusos” de Jonás Trueba representa exactamente esas cinco palabras. Es una película de detalles, planos, escenas, minuciosidades… de coger una cámara y grabar simplemente por el placer que produce hacerlo, con cuatro duros, cuatro amigos y Madrid como telón de fondo.

Podría decirse que cuenta las historias de siempre, las historias de la vida. Las que te pasan a ti, a mi, al vecino de enfrente o a la chica que espera contigo junto a un semáforo y con la que probablemente no volverás a cruzarte nunca más. Es real como ella misma, sincera, sin adornos ni florituras. Están los bares, los amigos, los cines, la chica de una noche que nunca más volvió a aparecer, el colega de siempre que te llama para contarte sus penurias, el primer beso que inicia una relación… Pero también está la duda del director, los silencios, las equivocaciones, las claquetas y los “corten”, el “1,2,3 rodando”, el vacío entre escenas.

Está hecha a pedazos, quizás por eso termine resultando algo densa en todo su conjunto, porque cada pedazo merece pararse y reflexionar sobre todo lo que engloba, “observar” el cine más que verlo por lo que, dependiendo del momento, puede resultar cansado. Aún así, las interpretaciones de los actores son creíbles (Aura Garrido tiene esa capacidad de querer a la cámara tanto como la cámara la quiere a ella, y eso el espectador lo nota) y el blanco y negro en el que está rodada hace por la labor.

¿Qué si me gustó? Sí, lo hizo. Pero no me encantó, la disfruté en su justa medida. Me cansé de enlazar piezas del puzzle a la hora. No obstante he de reconocer que es una buena película y que, para mal de muchos y consuelo de algunos pocos, el apellido Trueba en este país, lleve el nombre que lleve, es sinónimo de calidad cinematográfica.