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Críticas ordenadas por utilidad
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6,4
8.841
9
30 de diciembre de 2012
30 de diciembre de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede decirse que, después de su espantosa antesesora de 1958 (dirigida por Joseph L. Mankiewicz) la versión fílmica de 2001 hizo justicia con la novela de Graham Greene (por eso, después del atentado a las Torres Gemelas, su estreno se pospuso en poco más de un año).
En primer lugar, a diferencia de su antecesora, la versión de Phillip Noyce cuenta con la excelente actuación de Michael Caine, muy bien acompañado por la actriz vietnamita Do Thi Hai Yen y Brendan Fraser en, hasta el momento, su mejor labor actoral, muy distante de las desempeñadas en películas como La momia, George de la jungla o Al diablo con el diablo.
En primer lugar, a diferencia de su antecesora, la versión de Phillip Noyce cuenta con la excelente actuación de Michael Caine, muy bien acompañado por la actriz vietnamita Do Thi Hai Yen y Brendan Fraser en, hasta el momento, su mejor labor actoral, muy distante de las desempeñadas en películas como La momia, George de la jungla o Al diablo con el diablo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En segundo lugar, le devuelve su contenido ideológico al devolverle al personaje Alden Pyle su rol de agente encubierto, cuya crueldad se manifiesta en imágenes emblemáticas, como cuando, después de haber perpetrado un atentado contra civiles, en medio de las corridas de las personas que intentan socorrer a los heridos, se limpia con un pañuelo la sangre del pantalón. Si bien no es absolutamente fiel al texto original, los agregados (producto de que la película se filmara años después de la finalización de un conflicto, la Guerra de Vietnam, que era previsible en la novela pero que aún no había estallado) hacen que el relato encaje perfectamente en la coyuntura histórica que sobrevino a los hechos narrados por Grahan Greene. Por estas razones, también, resulta inconcevible que se considere esta película como remake de la de 1958: es una nueva y revitalizante lectura de la novela.
Sin lugar a dudas, la última versión puso las cosas en su lugar.
Letraceluloide.
Sin lugar a dudas, la última versión puso las cosas en su lugar.
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8,2
109.841
10
30 de diciembre de 2012
30 de diciembre de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jim Morrison canta “This is the end, beautiful friend/ This is the end my only friend/ The end of our elaborate plans/ The end of ev’rything that stands/ The end” y una escuadra de aviones de los Estados Unidos convierte en un infierno de humo, fuego y napalm el sereno paisaje vietnamita: este es el fin, el apocalipsis es ahora.
Francis Ford Coppola y John Milius realizaron el guión de esta película basándose, fundamentalmente, en la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas, pero también se inspiraron en una serie de ensayos etnográficos de James George Frazer, La rama dorada, y en una investigación de Jessie Weston acerca de las raíces del mito del Santo Grial, Del Ritual al Romance. Además, en algunos diálogos, se filtran versos de los poemas “Los hombres huecos” y “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” de T.S. Eliot y “Si” de Rudyard Kipling y, como si esto fuera poco, durante toda la película, según lo afirmara el mismo Milius, sobrevuela el espíritu de La Odisea. Jorge Luis Borges, refiriéndose a El corazón de las tinieblas, decía que era acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado. Coppola mantiene intacta esa intensidad, conserva el núcleo esencial de la novela de Conrad y la convierte en alegato antibelicista, traslada la acción a la guerra de Vietnam y la satura con el imaginario de una época y la consigna de una generación: sexo, drogas y rock and roll. The Doors, The Rolling Stones pero también Wagner sirve de fondo musical para este viaje. El compositor alemán está estrechamente vinculado al teniente coronel Kilgore, el personaje interpretado por Robert Duvall, que al ritmo de “La cabalgata de las valquirias” dirige ataques de helicópteros contra indefensas aldeas de campesinos. “Me encanta el olor del napalm por la mañana” exclama Kilgore prefigurando la locura general, porque, definitivamente, ese es el destino del viaje. “¿Qué le parecen mis métodos?” pregunta Kurtz, “No veo método” responde Willard. No hay método, se pone en crisis el punto de partida de la filosofía cartesiana, la irracionalidad ha triunfado sobre la razón. Este es el fin. El apocalipsis es ahora.
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Francis Ford Coppola y John Milius realizaron el guión de esta película basándose, fundamentalmente, en la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas, pero también se inspiraron en una serie de ensayos etnográficos de James George Frazer, La rama dorada, y en una investigación de Jessie Weston acerca de las raíces del mito del Santo Grial, Del Ritual al Romance. Además, en algunos diálogos, se filtran versos de los poemas “Los hombres huecos” y “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” de T.S. Eliot y “Si” de Rudyard Kipling y, como si esto fuera poco, durante toda la película, según lo afirmara el mismo Milius, sobrevuela el espíritu de La Odisea. Jorge Luis Borges, refiriéndose a El corazón de las tinieblas, decía que era acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado. Coppola mantiene intacta esa intensidad, conserva el núcleo esencial de la novela de Conrad y la convierte en alegato antibelicista, traslada la acción a la guerra de Vietnam y la satura con el imaginario de una época y la consigna de una generación: sexo, drogas y rock and roll. The Doors, The Rolling Stones pero también Wagner sirve de fondo musical para este viaje. El compositor alemán está estrechamente vinculado al teniente coronel Kilgore, el personaje interpretado por Robert Duvall, que al ritmo de “La cabalgata de las valquirias” dirige ataques de helicópteros contra indefensas aldeas de campesinos. “Me encanta el olor del napalm por la mañana” exclama Kilgore prefigurando la locura general, porque, definitivamente, ese es el destino del viaje. “¿Qué le parecen mis métodos?” pregunta Kurtz, “No veo método” responde Willard. No hay método, se pone en crisis el punto de partida de la filosofía cartesiana, la irracionalidad ha triunfado sobre la razón. Este es el fin. El apocalipsis es ahora.
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30 de diciembre de 2012
30 de diciembre de 2012
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La novela El americano impasible (1955) de Graham Greene, transcurre en Vietnam en 1952 durante la ocupación francesa y prefigura la futura invasión estadounidense. En este texto, el escritor inglés capta como nadie el aire de los tiempos que se están viviendo en ese país y, si bien se trata de una historia de ficción, algunas de sus apreciaciones dicen más que cualquier tratado de teoría política. Sin duda, los dos años que trabajó en el Ministerio de Asuntos Exteriores Británico y el lustro que vivió en Saigón fueron un importante punto de partida para la construcción de la historia y la dotaron de un poder anticipatorio admirable. Sirva como ejemplo el pasaje (recuerdo que fue escrito en 1955) en que uno de los personajes explica el porqué de una futura derrota de los franceses con un argumento que perfectamente podría servir para explicar la derrota de Estados Unidos dos décadas más tarde:
"Una guerra de selvas y montañas y pantanos, arrozales donde uno se hunde hasta los hombros, y el enemigo sencillamente desaparece, entierra las armas, se viste con ropas de campesinos…"
Aunque estrenada cuatro años después del fin del macartismo, la versión fílmica de Joseph L. Mankiewicz parece responder perfectamente a algunos de sus postulados.
En principio, la adaptación se ajusta al texto casi al pie de la letra para apartarse en lo esencial: la misión de Alden Pyle en Vietnam.
"Una guerra de selvas y montañas y pantanos, arrozales donde uno se hunde hasta los hombros, y el enemigo sencillamente desaparece, entierra las armas, se viste con ropas de campesinos…"
Aunque estrenada cuatro años después del fin del macartismo, la versión fílmica de Joseph L. Mankiewicz parece responder perfectamente a algunos de sus postulados.
En principio, la adaptación se ajusta al texto casi al pie de la letra para apartarse en lo esencial: la misión de Alden Pyle en Vietnam.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Este cambio hace que el personaje se convierta en un inocente agente comercial y deje de ser un peligroso espía de la OSS (antecesora de la CIA) tal como lo había concebido Grahan Greene. De esta forma, lo que en la novela es una fuerte crítica al intervencionismo estadounidense en el sudeste asiático pasa a ser en la película un alegato a favor de dicha política. Además, para reforzar el contenido propagandístico del film y empobrecer todavía más su calidad artística, el rol protagónico es desempeñado por Audie Murphy, un deplorable actor cuyo principal mérito consistía en haber sido el soldado estadounidense más condecorado en la Guerra de Corea.
En fin, muy mala.
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En fin, muy mala.
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7,2
88.336
8
30 de diciembre de 2012
30 de diciembre de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El episodio de Babel es referido en el libro del Génesis por un escritor anónimo que luego será llamado yahvista (porque es el primero que llama a Dios Yahvé) y se supone que data de la época del rey Salomón, aproximadamente el año 950 antes de Cristo. Según este relato, la famosa torre era un colosal edificio que habían empezado a construir los primeros pobladores de la humanidad y a la que proyectaban elevar hasta el cielo. Tal acto de soberbia despertó la ira de Dios, quien, ofendido, se les apareció en medio de la construcción de la obra y les aplicó un inexorable y modélico castigo: hizo que aquellos hombres comenzaran a hablar en idiomas distintos, de tal manera que no pudieran entenderse entre sí. Aterrados y confundidos, los malogrados edificadores de la monumental realización se dispersaron cada uno con su propia lengua. Así nacieron los diversos idiomas que existen en el mundo. De esta manera, el relato de la torre de Babel intenta explicar el problema de la ruptura de la unidad humana: la dispersión de los hombres en distintos pueblos, naciones, lenguajes y culturas.
Aferrada a esta idea de ruptura e incomprensión entre los seres humanos, Babel, la película, cierra la trilogía iniciada por Amores perros y 21 gramos y, como en sus antecesoras, el extraordinario binomio formado por el director Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga (ahora, lamentablemente, disuelto) apuesta a una estructura narrativa compleja, fragmentaria, donde varias diacronías convergen en una sincronía dolorosa y trágica.
En su libro Migración, cultura, identidad (Bs As: Amorrortu editores, 1995), Iain Chambers analiza una señal vial que suele aparecer en las autopistas del sur de California, en las cercanías de Tijuana. En ella se ve el dibujo de una familia corriendo: En su desesperación por escapar de un destino de pobreza, la gente corta el alambrado de la frontera o pasa por debajo de él y, esquivando el veloz tránsito de los automóviles, huye precipitadamente por la calzada movida por el impulso de huir del pasado e imbuida por la promesa del Norte.
Esa señal vial aparece en una de las escenas de la película y es significativa no sólo porque una de las protagonistas (Amelia, personaje interpretado por Adriana Barraza) sufre las vicisitudes de todo inmigrante ilegal mexicano en Estados Unidos sino, también, porque para González Iñárritu de eso habla Babel, de las fronteras físicas y de las mentales, de la incomunicación en un mundo global donde, paradójicamente, los sistemas de comunicación son cada vez más sofisticados.
El filme combina varias historias paralelas: la de la esposa que es herida gravemente al ser alcanzada por una bala en una excursión por el norte de África y su marido que, para salvarle la vida, lucha contra la falta de recursos del medio marroquí y contra la desconsideración y falta de solidaridad de sus compañeros de viaje; la de la niñera que cruza la siempre candente frontera mexicano-estadounidense con los hijos de sus patrones para poder asistir al casamiento de su propio hijo; la de los niños pastores marroquíes que disparan desde la montaña y hieren a la turista yanqui y la de la sordomuda adolescente japonesa que busca infructuosamente relacionarse con los hombres.
Aferrada a esta idea de ruptura e incomprensión entre los seres humanos, Babel, la película, cierra la trilogía iniciada por Amores perros y 21 gramos y, como en sus antecesoras, el extraordinario binomio formado por el director Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga (ahora, lamentablemente, disuelto) apuesta a una estructura narrativa compleja, fragmentaria, donde varias diacronías convergen en una sincronía dolorosa y trágica.
En su libro Migración, cultura, identidad (Bs As: Amorrortu editores, 1995), Iain Chambers analiza una señal vial que suele aparecer en las autopistas del sur de California, en las cercanías de Tijuana. En ella se ve el dibujo de una familia corriendo: En su desesperación por escapar de un destino de pobreza, la gente corta el alambrado de la frontera o pasa por debajo de él y, esquivando el veloz tránsito de los automóviles, huye precipitadamente por la calzada movida por el impulso de huir del pasado e imbuida por la promesa del Norte.
Esa señal vial aparece en una de las escenas de la película y es significativa no sólo porque una de las protagonistas (Amelia, personaje interpretado por Adriana Barraza) sufre las vicisitudes de todo inmigrante ilegal mexicano en Estados Unidos sino, también, porque para González Iñárritu de eso habla Babel, de las fronteras físicas y de las mentales, de la incomunicación en un mundo global donde, paradójicamente, los sistemas de comunicación son cada vez más sofisticados.
El filme combina varias historias paralelas: la de la esposa que es herida gravemente al ser alcanzada por una bala en una excursión por el norte de África y su marido que, para salvarle la vida, lucha contra la falta de recursos del medio marroquí y contra la desconsideración y falta de solidaridad de sus compañeros de viaje; la de la niñera que cruza la siempre candente frontera mexicano-estadounidense con los hijos de sus patrones para poder asistir al casamiento de su propio hijo; la de los niños pastores marroquíes que disparan desde la montaña y hieren a la turista yanqui y la de la sordomuda adolescente japonesa que busca infructuosamente relacionarse con los hombres.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A medida que el film avanza la narración va ganando ritmo y solidez argumental y descubre el nexo entre todas esas historias: un rifle Winchester. No es casual que un arma, símbolo de violencia e incomprensión, sea la encargada de dar unidad argumental a un complejo entramado donde se cruzan la muerte, la soledad, el miedo, los prejuicios, el dolor, la desesperación y el desasosiego, etc.
Sentimientos, emociones y situaciones encarnados en un gran elenco, con figuras seleccionadas en todo el mundo, que, mediante una brillante labor actoral, le dan vida a los conflictuados personajes. En este contexto, la música, especialmente compuesta para la película por Gustavo Santaolalla, apuntala los devenires de la trama y, en ocasiones, remarca las transiciones entre una escena y otra.
Filmada en cuatro países y hablada en cuatro lenguas distintas, la película nos remite, temáticamente, al episodio bíblico. Es como si en la primera escena de la película, cuando el pastor abre su bolsa para sacar el rifle y venderlo, abriera también la puerta a la incomprensión humana, desatando la tragedia en tres continentes. Pero es también en estas situaciones límite cuando aparece la solidaridad, manifiesta en el hecho de no aceptar dinero por la asistencia prestada, o cuando detalles minúsculos, como ayudar a orinar al otro, se transforman en un acto de amor.
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Sentimientos, emociones y situaciones encarnados en un gran elenco, con figuras seleccionadas en todo el mundo, que, mediante una brillante labor actoral, le dan vida a los conflictuados personajes. En este contexto, la música, especialmente compuesta para la película por Gustavo Santaolalla, apuntala los devenires de la trama y, en ocasiones, remarca las transiciones entre una escena y otra.
Filmada en cuatro países y hablada en cuatro lenguas distintas, la película nos remite, temáticamente, al episodio bíblico. Es como si en la primera escena de la película, cuando el pastor abre su bolsa para sacar el rifle y venderlo, abriera también la puerta a la incomprensión humana, desatando la tragedia en tres continentes. Pero es también en estas situaciones límite cuando aparece la solidaridad, manifiesta en el hecho de no aceptar dinero por la asistencia prestada, o cuando detalles minúsculos, como ayudar a orinar al otro, se transforman en un acto de amor.
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4,0
4.468
5
31 de diciembre de 2012
31 de diciembre de 2012
Sé el primero en valorar esta crítica
De alguna manera, uno sale decepcionado del cine después de ver Sangriento San Valentín. El filme de Patrick Lussier (director de varias películas de terror, entre ellas Drácula 2000) narra el regreso de Tom Hanniger a su pueblo natal, Harmony, en el aniversario de la masacre de San Valentín, perpetrada diez años antes por Harry Warden, un minero que se cargó a veintidós personas a punta de pico y que amenaza con volver a las andadas. Se trata de un típico producto slasher con todas sus convenciones y, por añadidura, con todas las virtudes y defectos que esto implica y, si bien no propone nada nuevo al respecto, es preciso decir que los amantes de este subgénero estarán satisfechos porque en ese sentido, sólo en ese sentido, la propuesta alcanza su mayor eficacia.
La película cuenta con una buena puesta en escena y por momentos es un buen ejercicio de cine gore con un sinnúmero de imágenes truculentas, bastante violencia explícita, algunos asesinatos muy originales, mutilaciones y mucha sangre, haciendo honor al nombre. Por supuesto, como en todo buen slasher la acción avanza con rapidez y la sensación de amenaza y peligro es constante, sólo interrumpida en contadas oportunidades para dilatar la tensión del espectador. Además, cuenta con la imprescindible dosis de sexo y un psycho killer, ataviado de minero y armado con un pico, corriendo detrás de la sempiterna chica totalmente desnuda. Todo esto potenciado por muy buenos efectos especiales y el impacto visual del efecto 3D, que nos genera la impresión de estar en la escena del crimen en el instante preciso en que la sangre salpica hacia los cuatro costados, de adentrarnos por un túnel hasta el fondo de una mina o de quedar en la mira del asesino cuando avanza hacia la cámara, sin contar las veces que tenemos que avivar nuestros reflejos para esquivar el pico homicida, el tronco de un árbol o el maxilar inferior de una de las víctimas.
La película cuenta con una buena puesta en escena y por momentos es un buen ejercicio de cine gore con un sinnúmero de imágenes truculentas, bastante violencia explícita, algunos asesinatos muy originales, mutilaciones y mucha sangre, haciendo honor al nombre. Por supuesto, como en todo buen slasher la acción avanza con rapidez y la sensación de amenaza y peligro es constante, sólo interrumpida en contadas oportunidades para dilatar la tensión del espectador. Además, cuenta con la imprescindible dosis de sexo y un psycho killer, ataviado de minero y armado con un pico, corriendo detrás de la sempiterna chica totalmente desnuda. Todo esto potenciado por muy buenos efectos especiales y el impacto visual del efecto 3D, que nos genera la impresión de estar en la escena del crimen en el instante preciso en que la sangre salpica hacia los cuatro costados, de adentrarnos por un túnel hasta el fondo de una mina o de quedar en la mira del asesino cuando avanza hacia la cámara, sin contar las veces que tenemos que avivar nuestros reflejos para esquivar el pico homicida, el tronco de un árbol o el maxilar inferior de una de las víctimas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Sin embargo, y al primer párrafo me remito, la decepción es lo que impera sobre el final. ¿Por qué? Porque el guión de la película es limitado. Repasemos la historia. Tras la muerte de su padre, Tom regresa a Harmony para vender la mina familiar, principal recurso de sustentabilidad económica del pueblo, cuestión que despierta el malestar y el odio de todos sus habitantes: en esas circunstancias reaparecen los asesinatos. El espectador ve al asesino pero, como se expresó más arriba, este lleva puesto el traje de minero con la máscara de oxígeno incluida, razón por la cual su identidad permanece desconocida. La intriga así planteada se refuerza con otros condimentos que van aportando las subtramas: enredos sentimentales, un embarazo no deseado, celos, hechos del pasado que necesitan ser aclarados. Hasta aquí la trama es atrapante pero a medida que avanza, la película, va perdiendo solidez argumental, se torna esquemática y, lo que es peor, cada una de las vueltas de tuerca que introducen los guionistas Todd Farmer y Zane Smith se vuelve absolutamente predecible y, por lo tanto, ineficaz. La duda sobre la identidad del asesino se sostiene, solamente, merced a una ingenua trampa narrativa (que no revelaremos en esta reseña) resuelta de una manera burda y desencantadora y que tampoco implica novedad alguna porque ya ha sido utilizada (provocando la misma decepción) en otras películas como Identidad (James Mangold, 2003) o Alta tensión (Alexander Aja, 2003).
En síntesis, una película disfrutable para los seguidores de este subgénero que no exijan mucho más.
Lo mejor: la escena de sexo en el Motel Thunderbird y sus posteriores asesinatos.
Lo peor: la revelación de la identidad del asesino.
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En síntesis, una película disfrutable para los seguidores de este subgénero que no exijan mucho más.
Lo mejor: la escena de sexo en el Motel Thunderbird y sus posteriores asesinatos.
Lo peor: la revelación de la identidad del asesino.
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