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Críticas ordenadas por utilidad
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6,5
2.581
5
31 de agosto de 2011
31 de agosto de 2011
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya algunos años que sigo con interés la obra cinematográfica de Ken Loach, a lo cual hay que sumar que siempre he pensado de él que es un director al que se le da mucho mejor el cine social de trama contemporánea que el histórico. Películas como Lloviendo Piedras, Riff Raff, Mi nombre es Joe, La Cuadrilla o sobre todo Agenda Oculta creo que son muy meritorias, muchas de ellas sencillas pero entretenidas al tiempo que incitantes a la reflexión, bien construidas y con una puesta en escena más que creíble.
De ahí el chasco que fue para mí Pan y Rosas; la sinopsis inicialmente me hizo pensar que vería algo en la línea de los títulos citados, y desde luego la historia que se cuenta daba para algo así. Sin embargo, por una u otra razón, quizás la osadía de pretender aplicar un estilo tan sumamente realista como el de Loach a un contexto que a diferencia de las demás obras mencionadas en esta ocasión no era el que él vive día a día, o quizás simplemente por culpa de un guión y unas actuaciones poco esmeradas, el caso es que en mi opinión esta película no pasa del aprobado raspadito. Y gracias, porque cuenta una historia que tiene su correlato en la vida real y vale la pena conocer: eso es lo único que la salva. Todo lo demás, especialmente las actuaciones de los protagonistas, me resultan poco o nada creíbles. En fin, pequeña decepción con la faceta más prolífica y de mejor calidad del cine de Loach, la del cine social contemporáneo, afortunadamente corregida en lances posteriores. En cualquier caso un consejo: quienes deseen ver historias del mundo sindical llevadas al cine tienen auténticas joyas por las que empezar, encabezadas por La Sal de la Tierra, que con menos medios logra meter al espectador de lleno en la trama, sin permitirle salir hasta el desenlace. Y es más creíble en todos los aspectos.
De ahí el chasco que fue para mí Pan y Rosas; la sinopsis inicialmente me hizo pensar que vería algo en la línea de los títulos citados, y desde luego la historia que se cuenta daba para algo así. Sin embargo, por una u otra razón, quizás la osadía de pretender aplicar un estilo tan sumamente realista como el de Loach a un contexto que a diferencia de las demás obras mencionadas en esta ocasión no era el que él vive día a día, o quizás simplemente por culpa de un guión y unas actuaciones poco esmeradas, el caso es que en mi opinión esta película no pasa del aprobado raspadito. Y gracias, porque cuenta una historia que tiene su correlato en la vida real y vale la pena conocer: eso es lo único que la salva. Todo lo demás, especialmente las actuaciones de los protagonistas, me resultan poco o nada creíbles. En fin, pequeña decepción con la faceta más prolífica y de mejor calidad del cine de Loach, la del cine social contemporáneo, afortunadamente corregida en lances posteriores. En cualquier caso un consejo: quienes deseen ver historias del mundo sindical llevadas al cine tienen auténticas joyas por las que empezar, encabezadas por La Sal de la Tierra, que con menos medios logra meter al espectador de lleno en la trama, sin permitirle salir hasta el desenlace. Y es más creíble en todos los aspectos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si entramos a hablar de los personajes de Pan y Rosas, hay uno que merece especial atención... Adrien Brody (Sam, en la película) está entre penoso y lamentable, aunque la culpa no es sólo suya (de hecho tampoco quiero cargar las tintas contra él como actor, porque su papel en El Pianista me parece suficiente desagravio). Vale que el papel de sindicalista le cae como a un santo dos pistolas, pero es que además el guionista se cubrió de gloria, preparando para él la función de niñato déclassé, sin nada que perder y dándoselas de guayón cuando lo que está gestionando es el pan de la gente. Y para colmo, liberado sindical de los bien pagados. No, señores. Eso es lo que más credibilidad le quita a la película. Que en la vida real, en el sindicalismo que podemos hacer tú y yo en nuestros tajos, los pelagatos así no son los que consiguen organizar luchas y victorias, sino los que te destrozan cualquier posibilidad de tirar para delante en el más nimio de los conflictos sindicales por su afán de protagonismo y la ignorancia inconsciente reservada en exclusiva a quien no vive en sus propias carnes la misma realidad que aquellos a quienes pretende organizar. Si hemos de hablar de sindicalistas creíbles la ecuación es sencilla: el organizador que de verdad funciona y hace avanzar luchas trascendentes es el que, además de carisma, conocimientos y al menos un poquito de seriedad, se levanta todos los días a las 5 de la mañana.

7,7
24.148
8
4 de noviembre de 2011
4 de noviembre de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quienes dicen que esta película es en realidad un conjunto mal ensamblado de sus partes...
Quienes dicen que no es una película sino un videoclip alargado...
Quienes la consideran un complemento del disco que la originó...
Sí, tenéis todos razón.
Y precisamente por eso:
Quienes dicen que no es una película sino un videoclip alargado...
Quienes la consideran un complemento del disco que la originó...
Sí, tenéis todos razón.
Y precisamente por eso:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Precisamente por eso y a pesar de la controversia, tiene la nota que tiene -y bien merecida-. Porque innova al punto de colocar la imagen al servicio de la banda sonora, contrariando la costumbre, y por incómodo que eso pueda ser no hay otra manera de parir obras que sólo por su originalidad merezcan un interés general.
Todos, defensores y detractores, convendremos que aquí las imágenes, la parte visual del filme, no es más que un apoyo narrativo a la historia que los Pink Floyd ya habían pergeñado con el disco The Wall, album que por cierto no trasvasaron tal cual a la película, sino que fue modificado y reversionado en muchas de sus partes precisamente para dar lugar a un producto nuevo, aunque evidentemente enraizado en el anterior.
El error es ver esta producción esperando encontrar en ella el concepto clásico de película: quien haga eso encontrará sobrados motivos para ponerla a caer de un burro. Pero si se hace el esfuerzo de verla con otros ojos, no se me ocurren razones para negar lo meritorio y original que resulta elaborar un complemento visual de largo metraje para un disco ya de por sí con una fuerte carga emocional, intensificando de esa manera los sentimientos que suscita.
Da la sensación de que los detractores de El Muro basan toda su crítica en la molestia, reconocida o no, que les provoca el hecho de que alguien se permita la herejía imperdonable de invertir la jerarquía habitual cine-música para ponerla patas arriba, todo ello con el agravante del tono semibuñuelesco, surrealista e incluso lisérgico que desprende. Y la verdad, se me antoja un argumento bastante pobre.
Es de esperar que El Muro disguste a quienes disguste la música de Pink Floyd; como es de esperar que disguste a quienes disguste tocar temas que de manera soslayada impregnan toda la película, como las experiencias psicodélicas y su conexión con nuestras obsesiones más profundas... Y sin embargo ahí está, de la mano de un ilustrador brillante (Gerald Scarfe), una mente privilegiada para la creación artística (Roger Waters) y una banda de rock melódico como pocas ha habido, esta mezcla de miedos, ilusiones, paranoias, aspiraciones y recuerdos, este videoclip largo y deslavazado, que a muchos nos resulta más intenso de ver que mil y una de esas películas cortadas por el patrón de lo ortodoxo, lo clásico, y lo que cabe esperar.
OBRA IMPRESCINDIBLE
Todos, defensores y detractores, convendremos que aquí las imágenes, la parte visual del filme, no es más que un apoyo narrativo a la historia que los Pink Floyd ya habían pergeñado con el disco The Wall, album que por cierto no trasvasaron tal cual a la película, sino que fue modificado y reversionado en muchas de sus partes precisamente para dar lugar a un producto nuevo, aunque evidentemente enraizado en el anterior.
El error es ver esta producción esperando encontrar en ella el concepto clásico de película: quien haga eso encontrará sobrados motivos para ponerla a caer de un burro. Pero si se hace el esfuerzo de verla con otros ojos, no se me ocurren razones para negar lo meritorio y original que resulta elaborar un complemento visual de largo metraje para un disco ya de por sí con una fuerte carga emocional, intensificando de esa manera los sentimientos que suscita.
Da la sensación de que los detractores de El Muro basan toda su crítica en la molestia, reconocida o no, que les provoca el hecho de que alguien se permita la herejía imperdonable de invertir la jerarquía habitual cine-música para ponerla patas arriba, todo ello con el agravante del tono semibuñuelesco, surrealista e incluso lisérgico que desprende. Y la verdad, se me antoja un argumento bastante pobre.
Es de esperar que El Muro disguste a quienes disguste la música de Pink Floyd; como es de esperar que disguste a quienes disguste tocar temas que de manera soslayada impregnan toda la película, como las experiencias psicodélicas y su conexión con nuestras obsesiones más profundas... Y sin embargo ahí está, de la mano de un ilustrador brillante (Gerald Scarfe), una mente privilegiada para la creación artística (Roger Waters) y una banda de rock melódico como pocas ha habido, esta mezcla de miedos, ilusiones, paranoias, aspiraciones y recuerdos, este videoclip largo y deslavazado, que a muchos nos resulta más intenso de ver que mil y una de esas películas cortadas por el patrón de lo ortodoxo, lo clásico, y lo que cabe esperar.
OBRA IMPRESCINDIBLE

7,6
36.852
9
4 de noviembre de 2011
4 de noviembre de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin lugar a dudas, la mejor película de Woody Allen y por extensión la obra cumbre de la comedia moderna (al menos de cuanto yo he visto), no sólo por tener un guión sólido, una buena cuota de personajes con gracia y una serie de gags sencillamente memorables, sino por integrar en ella de la mano de una dirección magistral toda una serie de elementos poco convencionales de la sintaxis cinematográfica con el mérito añadido de no hacerlo para exhibir esas rarezas sintácticas como fines en sí mismas, sino con la intención de darles un cometido concreto que cumplir en el conjunto general de la película, usándolas como herramientas y no como piezas de museo intelectualoide.
Cierto que parte de estas rarezas no son ni mucho menos invención propia de Allen: el falso raccord (romper la secuencia temporal lógica entre escena y escena) ya había sido alumbrado décadas antes por Godard, aunque de modo insoportablemente cargante, en Al Final de la Escapada.
Lo que no había hecho nadie, o al menos no de manera tan perfectamente integrada como Woody Allen, era coger estos recursos y darles un sentido que entroncase directamente con la parte discursiva de la película, fundiendo así la parte racional con la emocional, y es que, por seguir con el ejemplo de la técnica del falso raccord y el ritmo atropellado que produce, éste cobra todo el sentido que Godard no le supo dar cuando se aplica a una historia cuyo protagonista es un absoluto manojo de nervios.
También la idea de un argumento lineal y sin embargo seccionado y hasta cierto punto desordenado, a lo cual se suma que en cada segmento se nos presentan distintos alter egos de Harry para facilitar que la atención se mantenga bien fija en la pantalla, merece su particular alabanza.
Y si a todo esto le sumamos unos diálogos de una acidez divertidísima, sólo queda una cosa que decir: para quitarse el sombrero.
-------
-"Lo quiero en el orden correcto, si no no tiene gracia: átame, pégame y hazme un francés".
Cierto que parte de estas rarezas no son ni mucho menos invención propia de Allen: el falso raccord (romper la secuencia temporal lógica entre escena y escena) ya había sido alumbrado décadas antes por Godard, aunque de modo insoportablemente cargante, en Al Final de la Escapada.
Lo que no había hecho nadie, o al menos no de manera tan perfectamente integrada como Woody Allen, era coger estos recursos y darles un sentido que entroncase directamente con la parte discursiva de la película, fundiendo así la parte racional con la emocional, y es que, por seguir con el ejemplo de la técnica del falso raccord y el ritmo atropellado que produce, éste cobra todo el sentido que Godard no le supo dar cuando se aplica a una historia cuyo protagonista es un absoluto manojo de nervios.
También la idea de un argumento lineal y sin embargo seccionado y hasta cierto punto desordenado, a lo cual se suma que en cada segmento se nos presentan distintos alter egos de Harry para facilitar que la atención se mantenga bien fija en la pantalla, merece su particular alabanza.
Y si a todo esto le sumamos unos diálogos de una acidez divertidísima, sólo queda una cosa que decir: para quitarse el sombrero.
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-"Lo quiero en el orden correcto, si no no tiene gracia: átame, pégame y hazme un francés".

8,7
73.443
9
26 de agosto de 2011
26 de agosto de 2011
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una sala de deliberaciones de un jurado. Tabaco, mucho calor y sudor. Doce hombres cabreados (como reza el título original). Y sobre la mesa, la vida de un chaval de dieciocho años que ha sido procesado por asesinato (de su padre, nada menos) y del que saben con certeza, porque así lo avisa el juez, que de hallarlo culpable irá a la silla eléctrica.
Ése es el punto de partida de esta obra de teatro filmada, en cuyo desarrollo vamos descubriendo críticas acendradas a la moral puritana sobre todo, pero también y más en general a la emisión de juicios de valor a la ligera, todas ellas formuladas desde el punto de vista del hombre tranquilo y ponderado que encarna Fonda y que, esforzándose por hacer a un lado sus propias emociones, trata de tomar distancia respecto a los hechos que juzga, observarlos críticamente y obrar desapasionadamente, debiendo fidelidad únicamente a lo que puede y a lo que no puede probarse, sin atender al criterio mayoritario cuando éste no le parece adecuado ni lógico.
Sí, 12 hombres sin piedad es una película contra la pena de muerte, incluso podemos considerarla un ataque duro contra la idiosincrasia del sistema judicial occidental (y más en particular del sistema estadounidense), pero no es un simple panfleto donde se consignan una serie de lemas más o menos justos. Con unos diálogos de verdad elocuentes, esta película constituye en realidad un alegato humanista en favor de la razón sin dogma como más alto valor social: es el perfecto vademecum del pensamiento crítico. No dejes que tus sentimientos intervengan cuando has de objetivar algo, no expongas ninguna idea que no se sustente en razonamientos lógicos o en evidencia consistente, y si pese a verlo claro te encuentras en minoría no te arredres ni pierdas los papeles, trata de hacerte entender con calma y perspicacia, y en último término asume que la Razón Absoluta no existe, ni para tí ni para los demás... Ésa es la moraleja de esta historia. Película de 9,4.
Ése es el punto de partida de esta obra de teatro filmada, en cuyo desarrollo vamos descubriendo críticas acendradas a la moral puritana sobre todo, pero también y más en general a la emisión de juicios de valor a la ligera, todas ellas formuladas desde el punto de vista del hombre tranquilo y ponderado que encarna Fonda y que, esforzándose por hacer a un lado sus propias emociones, trata de tomar distancia respecto a los hechos que juzga, observarlos críticamente y obrar desapasionadamente, debiendo fidelidad únicamente a lo que puede y a lo que no puede probarse, sin atender al criterio mayoritario cuando éste no le parece adecuado ni lógico.
Sí, 12 hombres sin piedad es una película contra la pena de muerte, incluso podemos considerarla un ataque duro contra la idiosincrasia del sistema judicial occidental (y más en particular del sistema estadounidense), pero no es un simple panfleto donde se consignan una serie de lemas más o menos justos. Con unos diálogos de verdad elocuentes, esta película constituye en realidad un alegato humanista en favor de la razón sin dogma como más alto valor social: es el perfecto vademecum del pensamiento crítico. No dejes que tus sentimientos intervengan cuando has de objetivar algo, no expongas ninguna idea que no se sustente en razonamientos lógicos o en evidencia consistente, y si pese a verlo claro te encuentras en minoría no te arredres ni pierdas los papeles, trata de hacerte entender con calma y perspicacia, y en último término asume que la Razón Absoluta no existe, ni para tí ni para los demás... Ésa es la moraleja de esta historia. Película de 9,4.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es muy cierto que el final de la película es previsible desde el minuto 5. No obstante, tampoco es un final sorprendente lo que se busca en este caso. Puedo entender las críticas en este sentido pero no las comparto, ya que lo que importaba aquí eran los diálogos que se producen en el desarrollo de la obra, el proceso que nos muestra cómo un hombre aparentemente arrinconado en sus planteamientos logra “simplemente” con sangre fría, pruebas, lógica y dudas razonables llevar a sus posiciones a los otros once, previamente convencidos de lo contrario.
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