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Críticas 117
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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19 de julio de 2015
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1984 se estrenaba una modesta película de ciencia-ficción de serie B titulada “Terminator”, dirigida por James Cameron, que sorprendió a propios y extraños, creando un nuevo icono cinematográfico: el T-800, tejido vivo sobre endosqueleto de metal. Siete años después se estrenó una espectacular secuela, repleta de innovadores efectos especiales, obra de Stan Winston. Estas dos películas crearon un puñado de escenas que han dejado una huella indeleble en la retina del espectador, así como algunas frases que se han convertido en un verdadero soniquete (“Volveré o “sayonara baby”) e, incluso una banda sonora, con algunos pegadizos compases, que todo el mundo sabe tararear.
Luego vendrían otras dos entregas, instantáneamente olvidables, a la que ahora se suma una quinta entrega a la franquicia. “Terminator: Génesis” se sitúa en 2029, año en el que la Resistencia se percata de que las máquinas han lanzado su propia versión de la primera arma táctica de desplazamiento por el tiempo, enviando un Terminator a matar a Sarah Connor antes de que conciba al futuro líder de la resistencia humana. De tal manera que el argumento de “Terminator: Génesis” se ha convertido en una especie de cinta de Moebius rayada, que llega a convertirse en un desbarajuste y producir verdaderas situaciones hilarantes sin pretenderlo con diálogos que rozan la absurdez sobre la conjunción de tres líneas temporales. Salvando las distancias de los efectos especiales, se encuentra más cercana a “Los cronocrímenes” (2007), de Nacho Vigalondo, que a la seminal “Terminator”.
“Terminator: Génesis” se constituye en una infame quinta entrega que arrastra por el lodo toda la saga. Una saga que cinematográficamente se acabó con la segunda entrega. Sobran las tres últimas, pero ya se sabe que la taquilla manda. Incluso los efectos especiales dejan una sensación de “déjà vu”, reincidiendo en los mismos efectos de mercurio líquido de “Terminator 2”. De hecho, lo único que hace “Terminator: Génesis” es revisitar los espacios fílmicos de la primera y segunda entrega. Como no, Arnold Schwarzenegger vuelve a protagonizar el rol del T- 800, al que ya llaman “El abuelo”, y cuya frase estrella ahora es: “Viejo, pero no obsoleto”. Le secundan unos renovados Sarah Connor (encarnada por Emilia Clarke) y John Connor (interpretado por Jason Clarke). El desaguisado está dirigido por Alan Taylor, realizador de algunos capítulos de “Los Soprano”, “Mad Men” o “Juego de tronos”, demostrando que en las superproducciones da igual quien las dirija, ya que son los productores los que toman las decisiones de mayor importancia, que para eso ponen el dinero.
Como curiosidad cabe reseñar que el número total de armas empleadas en este “blockbuster” alcanza la cifra de 500, que varían en función de las líneas temporales. En 1984 el T-800, de quien veremos una musculada réplica en silicona, va armado con una Remington 1100, mientras que en 2017 va pertrechado de Benellis M3 y M4.
De toda esta serie inacabable de precuelas, secuelas y remakes con las que Hollywood nos bombardea en los últimos años solo recuerdo haber visto dos títulos dignos de mención: “Mad Max: furia en la carretera” (2015) y “El origen del planeta de los simios” (2011), con esta última, “Terminator: Génesis” comparte una localización en el Golden Gate de San Francisco. Hasta aquí las coincidencias.
Por todo lo expuesto, “Terminator: Génesis”, tiene el dudoso honor de ser una de las peores filmes estrenados este año en la cartelera española junto a títulos inefables como “50 sombras de Grey”, “Cómo acabar sin tu jefe 2”, “A todo gas 7” o “Cómo sobrevivir a una despedida”. No hay nada en “Terminator: Génesis” que justifique su visionado, ni una frase ni una escena, convirtiéndose en un auténtico descalabro fílmico. Viene a colación una de las moletillas de la segunda entrega: Sayonara baby.
16 de abril de 2017
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película del finés Aki Kaurismäki se convirtió en un acontecimiento en el 17º Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Sus tres pases (en los multicines Monopol y teatro Pérez Galdós) rozaron el lleno. Es de celebrar que un cine tan alejado de los cauces comerciales concite tanta atención.

"El otro lado de la esperanza", que consiguió el premio a la mejor dirección en la última Berlinale, aglutina algunos de los elementos habituales del cine de Kaurismäki con pequeñas variaciones: el minimalismo, la parquedad de diálogos de sus protagonistas (cuyos silencios son más sintomáticos que cualquier perorata), el cromatismo ocasional de algunas secuencias, el humor soterrado o el interés por los más desfavorecidos.

En esta ocasión centra su mirada en un inmigrante ilegal de Siria que busca asilo político en la gélida Finlandia. Gélida no solo por el frío sino por la distancia con que lo trata el gobierno y un grupo de neonazis. Con "El otro lado de la esperanza", Kaurismäki regresa a las intrigas de restaurante de "Nubes pasajeras" y vuelve a contar como personaje principal con un extranjero en apuros como en su anterior filme, "El Havre". El dramatismo de la historia se compensa con el peculiar sentido del humor de Kaurismäki y por los interludios musicales que jalonan el metraje.

Kaurismäki vuelve a contar con Timo Salminen para la fotografía, colaboración que se remonta a 1981. Salminen es el artífice de esa imagen tan característica del cine de Kaurismäki. También vuelve a contar con Kati Outinen, su actriz fetiche, aunque aquí su papel es secundario, ya que el protagonista es Sherwan Haji, un auténtico desconocido por estos lares.

El mensaje del filme es clarividente: todos somos humanos. Filme que está dedicado a la memoria del malogrado Peter von Bagh (1943-2014), historiador de cine y cineasta. En definitiva, el cine de Aki Kaurismäki es único e inclasificable, pero necesario.
6 de noviembre de 2016
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La isla del viento” rinde homenaje a Miguel de Unamuno (1864-1936), exponente de la Generación del 98 y uno de los intelectuales más señeros que ha nacido en España, que estuvo desterrado en Fuerteventura durante cuatro meses en la época de la dictadura de Primo de Rivera. Este hecho histórico es algo que la población majorera luce con orgullo, de tal manera que el hotel en el que vivió hoy es un museo, cuya entrada está flanqueada por una estatua a tamaño natural del artífice de “San Bueno Mártir”. Su estancia en la isla le marcó de tal manera que poco después publicó el libro “De Fuerteventura a París”, en la que dejó escrito: “Fuerteventura es una ultra Castilla”, a lo que habría que añadir que es “pre-África” por la aridez de su geografía.


La Fuerteventura de “La isla del viento” es una isla árida, en la que el agua es un bien anhelado, cuya geografía está repleta de ganado caprino, de molinos de viento y hornos de cal. Y cuyos habitantes son, consecuentemente rudos y adustos. Unamuno se encontró una isla endogámica en la que la pobreza y la ignorancia campaban a sus anchas. En un momento dado del filme, el actor (José Luis Gómez) que lo encarna convincentemente, pronuncia: “La educación es el único arma que tienen para escapar de la pobreza”.
Dirigida por el debutante en el largometraje Manuel Menchón (en su haber cuenta con el documental “Malta Radio”, 2009), ha contado con la producción de Patrick Bencomo, que también figura como ayudante de dirección. Seleccionada en el Festival del Mar del Plata (Argentina) destaca su cuidada dirección artística, que refleja fidedignamente la realidad de Fuerteventura en los años 20 del siglo pasado.
“La isla del viento” solo es la primera de las 130 películas que Insularia proyectará hasta el próximo 9 de octubre. Todas los pases son de acceso libre y todos los filmes están ambientados en una isla del planeta: Japón, Taiwán, Cuba, Haití o Islandia tienen cabida en Insularia. Conectando la islas del planeta.
6 de julio de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La comedia francesa ha legado a la historia de cine el genio de Jacques Tati y la bufonada de Louis de Funès. La comedia “No molestar”, de Patrice Leconte se sitúa justo en el medio de estas dos polaridades.
“No molestar” se fundamenta en un argumento situacional que parte de la simple premisa de un hombre que busca una hora de tranquilidad (literalmente el título original es “Une heure de tranquillité”)una mañana sabatina para escuchar un disco de jazz que hacía tiempo anhelaba prestarle toda su atención (“Me, Myself and I”, de Niel Youart para más señas), pero el mundo entero parece que se ha obstinado en que no consiga su propósito. En apenas 79 minutos veremos desfilar por un escenario, casi único (el edificio donde vive nuestro protagonista) a su esposa (en plena crisis emocional), a su amante (con problemas de conciencia), a un albañil “polaco” indocumentado, a una chacha española con sinusitis (encarnada por la simpar Rosy de Palma), a su hijo “perroflauta”, a un vecino cotilla y hasta un numerosa familia de filipinos.
Cada vez que intenta poner la aguja del gramófono en su vinilo algo le impide disfrutarlo: el timbre de la puerta, el dichoso móvil, un molesto ruido inesperado, una improvisada fiesta vecinal… “No molestar”, basada en una obra teatral de Florian Zeller, es una comedia elegante, refinada, impregnada de una banda sonora ditirámbica, que sin ser una comedia del otro jueves, supera con creces la mediocridad de la reciente “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” (2014), aunque sin superar a divertidos títulos de los últimos años del cine francés como “La cena de los idiotas” (1998), “Después de usted” (2003) o “Tímidos anónimos” (2010).
Es curioso el viraje en la filmografía de Patrice Leconte en los últimos tiempos. Con una dilatada trayectoria a sus espaldas que abarca 28 largometrajes, entre los que se encuentran títulos estimables como “El marido de la peluquera” (1990), “El perfume de Ivonne” (1994), “La viuda de Saint-Pierre” (2000) o “El hombre del tren” (2002). Consagrado en el drama, en 2006 dirige “Mi mejor amigo”, una comedia protagonizada por el inefable Danny Boon, en la que se mofaba de un esnob. Después vendría “Guerra de misses” (2008), que se adentraba en los concursos de belleza con sentido del humor.
El tema de esta simpática comedia que es “No molestar” no es otro que la imposibilidad del silencio en la sociedad contemporánea. Recientemente entrevisté al pintor Cristino de Vera y una frase suya se quedó grabada en mi cerebro: “El silencio absoluto es el paraíso”. Sabias palabras. Desafortunadamente, ese “paraíso” es cada vez más difícil de conseguir, aunque solo sea una hora al día, por culpa de la ubicua tecnología, que ha modificado la manera de comunicarnos. Kristine Billmayer, decana de Educación Continuada de la Universidad de Columbia, arroja luz sobre esta problemática social: “Estamos abrumados de comunicación, pero tenemos elección. Podemos apagar los móviles, apagar el ordenador o la televisión. Hay que recuperar la voluntad de hacer las cosas cuando uno quiere hacerlas”.
24 de noviembre de 2015
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la nómina de directores canadienses contemporáneos de mayor fuste de las últimas décadas, que integran David Cronenberg (“Videodrome”, 1982, Atom Egoyam (“Exótica”, 1994) y Denys Arcand (“Las invasiones bárbaras”, 2003), en los últimos años se les han incorporado Xavier Dolan (“Mommy”, 2014) y Denis Villeneuve.
El cineasta canadiense Denis Villeneuve sorprendió a propios y extraños con su epatante cortometraje “Next Floor” en 2010, un ejercicio de estilo que rememoraba al clásico de Luis Buñuel “El ángel exterminador” (1962). Sin embargo su verdadera eclosión internacional no se produjo hasta el estreno de su cuarto largometraje: “Incendies” (2011), un auténtico fogonazo audiovisual, repleto de imágenes muy potentes. Luego dirigió, “Prisioneros” (2013), que pasó sin pena ni gloria por la cartelera, e inopidamente, “Enemy” (2014), una curiosa versión de la novela de José Saramago, “El hombre duplicado”.
Ahora, presenta “Sicario”, que formó parte de la sección oficial del último Festival de Cannes, un filme correcto ambientado en el mundo del narcotráfico que carece de la potencia visual y la garra de “Incendies”, que se centra en diálogos carentes de interés y en pocas escenas de acción que no llegan a cuajar, de tal manera que llega a caer en el tedio, e incluso en la “narco-lepsia”. Afortunadamente, en el último tramo, la película remonta el vuelo y ofrece una jugosa secuencia en la que se adentran en un túnel, emulando la visión nocturna, mientras un sonido ensordecedor embarga al espectador. Si “Incendies” era un viaje hacia el origen del odio que postulaba por la redención espiritual, “Sicario” es todo lo contrario, aquí el odio se retroalimenta y termina por estallar en la cara del espectador.
En cuanto al reparto, destacan los nombres de Benicio del Toro y Josh Brolin, que se meten en la piel de personajes que conocen a la perfección, pero sin ofrecer lo mejor de su repertorio actoral. No siempre la conjunción de talento produce buenos resultados. Ahí está el caso del largometraje “Historias de Nueva York” (1989), que reunió a Woody Allen, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, tres de los mejores cineastas de la historia del cine, y sin embargó, arrojó como resultado una cinta ramplona.
“Sicario” supone una pequeña decepción, por eso los espectadores que quieran ver un proyecto audiovisual relacionado con el mundo de los narcos de alto copete tienen una cita ineludible con la primera temporada de la serie “Narcos”, de Netflix, que arroja uno de las interpretaciones más convincentes de los últimos tiempos en la figura del intérprete brasileño Wagner Moura, que encarna a un impecable Pablo Escobar, que en una sencilla y elocuente frase resumió la esencia del mundo de los narcos: “plata o plomo”.
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