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6,3
1.155
6
20 de junio de 2011
20 de junio de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sola idea en nuestros días causa polémica: una mujer papa. La historia ha mostrado como la mujer en términos religiosos desde la tradición judeo-cristiana es vista como inferior, maltratada y relegada a la servidumbre. En el año de 800 después de Cristo se dice a modo de mito y creencia de la existencia de una mujer que logró ocupar el cargo más alto de la cristiandad. Por tanto, ver la película que muestra la adaptación del libro de Donna Woolfolk Cross, la historia de Johanna, una Pontífice, resulta más que inquietante.
La historia de una mujer ocupando el trono eclesiástico suele verse como una burla para la institución religiosa. La iglesia se ha resistido a la idea de ubicar mujeres en altos cargos y valga la pena decirlo: es la iglesia la gestora de la promoción de un menosprecio por la mujer, a quien como se ve en la película, se ha considerado antinatural el hecho de educarse, de ponerse en el mismo lugar del hombre. A tal punto que desde la era cristiana hasta nuestros días aunque hay avances son muy ínfimos. El hecho de una mujer papa se ha convertido en leyenda, se dice, que luego de dos años de ocurrido el periodo papal de Johanna la iglesia se encargó de borrar todo rastro de ella. Como quizás es una afrenta la sola mención, a tal punto que es la misma iglesia la quien ha vetado este filme alemán.
Pero Johanna no llegó por ser mujer al trono, lo hizo ocultando su género. Tuvo que soportar a su padre –un cura conservador- quien decía que era una deshonra haber tenido una hija por impedir que ella pudiera darle continuidad a las ideas cristianas, y la particularidad es que fue ella quien pudo hacerlo. La mujer papa fue un travesti de la época, pero no por convicción sino para impedir ser asesinada o torturada. Se hizo pasar por mucho tiempo como hombre, adoptando el de su hermano Johannes Anglicus, con este nombre posicionó una imagen: la de un ser culto, ansioso de conocimiento, deseoso de lo cristiano, gozoso de la sabiduría, el amor por el prójimo y por que el cristianismo fuera servil a las personas y no una burocracia. Johanna no era tan sólo culta, hacía de los principios de su religión algo práctico no un sofisma.
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La historia de una mujer ocupando el trono eclesiástico suele verse como una burla para la institución religiosa. La iglesia se ha resistido a la idea de ubicar mujeres en altos cargos y valga la pena decirlo: es la iglesia la gestora de la promoción de un menosprecio por la mujer, a quien como se ve en la película, se ha considerado antinatural el hecho de educarse, de ponerse en el mismo lugar del hombre. A tal punto que desde la era cristiana hasta nuestros días aunque hay avances son muy ínfimos. El hecho de una mujer papa se ha convertido en leyenda, se dice, que luego de dos años de ocurrido el periodo papal de Johanna la iglesia se encargó de borrar todo rastro de ella. Como quizás es una afrenta la sola mención, a tal punto que es la misma iglesia la quien ha vetado este filme alemán.
Pero Johanna no llegó por ser mujer al trono, lo hizo ocultando su género. Tuvo que soportar a su padre –un cura conservador- quien decía que era una deshonra haber tenido una hija por impedir que ella pudiera darle continuidad a las ideas cristianas, y la particularidad es que fue ella quien pudo hacerlo. La mujer papa fue un travesti de la época, pero no por convicción sino para impedir ser asesinada o torturada. Se hizo pasar por mucho tiempo como hombre, adoptando el de su hermano Johannes Anglicus, con este nombre posicionó una imagen: la de un ser culto, ansioso de conocimiento, deseoso de lo cristiano, gozoso de la sabiduría, el amor por el prójimo y por que el cristianismo fuera servil a las personas y no una burocracia. Johanna no era tan sólo culta, hacía de los principios de su religión algo práctico no un sofisma.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Johanna desde pequeña tuvo inclinaciones por el saber. Un día llegó a la comunidad donde ella vivía un sabio, quien en busca de hijos para estudiar en la escuela de Dios, se topa con Johanna, quien lee y escribe –aprendió gracias a su hermano Mathias, pero ese aprendizaje en una mujer era subversivo para la época- y decide conseguirle a ella un espacio entre la formación cristiana con el obispo. Allí también será sometida a la discriminación. Justo cuando entra al monasterio, sostiene un debate con el monje que luego será su maestro, Johanna muestra su talante. Mientras se desdeña de la participación de la mujer en la religión, Johanna siendo una niña participa del debate diciendo: “Eva mordió la manzana por ganas de conocimiento” y además refirió que la mujer podía ser superior que el hombre. Sus argumentos sólidos y contundentes harían que se ganara el respeto. En especial el de Gerold – el mismo actor que hizo de Faramir, en la trilogía de “El señor de los anillos”-. Johanna consiguió en Gerold un protector pero también una amenaza, al enamorarse de él, el amor será tanto salvador como un puñal.
Johanna no fue capaz de soportar las humillaciones, su sabiduría la llevó a conocer de temas tan diversos como la medicina con plantas, el manejo del griego y otros idiomas, la lectura de filósofos como Platón, para aguantar se quedó como hombre. La película se adentra en la manera cómo esta mujer llega a ser papisa, escalando poco a poco, su actuar generaba molestias, y fingir ser hombre le costó trabajo, sin embargo, tuvo que hacerlo sin renunciar a su condición. Subió al trono, desató furias, provocó apoyo entre los habitantes de Roma.
El mito, la leyenda, la verdad, no se sabe, en todo caso la película de la mujer papa, de la idea de la conversión fingida del sexo de una mujer causa estragos. La película es atractiva, inquieta, algunos detalles cómo saber más de su momento como papa no son claros, así como el de su formación, aunque larga no es extensa, provoca verla más por tratarse de un tema del que casi nada sabemos y que por tabú hablar de mujeres y religión siempre fue vetado.
Johanna no fue capaz de soportar las humillaciones, su sabiduría la llevó a conocer de temas tan diversos como la medicina con plantas, el manejo del griego y otros idiomas, la lectura de filósofos como Platón, para aguantar se quedó como hombre. La película se adentra en la manera cómo esta mujer llega a ser papisa, escalando poco a poco, su actuar generaba molestias, y fingir ser hombre le costó trabajo, sin embargo, tuvo que hacerlo sin renunciar a su condición. Subió al trono, desató furias, provocó apoyo entre los habitantes de Roma.
El mito, la leyenda, la verdad, no se sabe, en todo caso la película de la mujer papa, de la idea de la conversión fingida del sexo de una mujer causa estragos. La película es atractiva, inquieta, algunos detalles cómo saber más de su momento como papa no son claros, así como el de su formación, aunque larga no es extensa, provoca verla más por tratarse de un tema del que casi nada sabemos y que por tabú hablar de mujeres y religión siempre fue vetado.

5,2
163
5
23 de julio de 2012
23 de julio de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente universitario y periodista
Uno ríe, es cierto, pero son chistes muy flojos, uno llega a tensionarse, pero la cuerda pronto se rompe. De modo que la nueva película colombiana, San Andresito, se encuentra a medio camino. Es una propuesta poco trabajada en el cine de Colombia, porque se atreve a pasar de la comedia mediocre de Dago, a un humor negro, ese mismo que pretende hacer una crítica a los principios de una comunidad, como en el caso que nos ocupa, que lo hace al hampa, al amor y a la propia fuerza policial. De ellos nos reímos, pero es tan floja y predecible que pronto termina aburriendo.
Parece que se posicionara sobre el hecho de un lugar que para el comercio de artículos de todo tipo: ropa, tecnología, electrodomésticos, perfumes, y demás, es muy reconocido en Colombia, los famosos San andresitos; existen en casi todas las ciudades del país, y fueron una forma de aglutinar a los vendedores que antes se encontraban en la informalidad. Pero no, ese es apenas su título, por lo cual el foco desde su promoción desvía la atención. Ahora, resulta que es una película, la cual sorprende y genera unas anempatías con los espectadores, de hecho lo hace mientras al inicio se golpea a alguien quien es el actor principal: Andres Parra, y luego nos damos cuenta que es un hombre derrotado, acomodado bajo el verde oliva, integrante de la policía, es un fracasado, de quien se dice es “lo peor que le ha pasado a la institución”. Toda la película gira alrededor de él y si bien la actuación es acertada, las posibilidades de haber explorado y explotado más a otros personajes, decae por darle el peso al policía.
San Andresito, es una película cuyos alcances con el género del humor negro no llega a su cometido. Es un guión que cuenta una historia, la de un policía que cae en la trampa de un hecho que no sabe ni qué ni cómo sucedió y del cual se le acusa, eso la hace atractiva, divertida y novedosa. Ahora, pero el hecho es muy mal contado, si uno ve la caracterización de los personajes se caen por su propio peso, los malhechores no tienen como aparentarlo, y los policías son mostrados todos como unos tontos, el hecho es fuerte y las intenciones geniales, la forma de resolverlo es muy ingenua, el posible misterio queda en pañales y los chistes y alusiones al cine como el de Almodóvar o el de David Finche con su película Se7en (1995) son muy ridículos.
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Docente universitario y periodista
Uno ríe, es cierto, pero son chistes muy flojos, uno llega a tensionarse, pero la cuerda pronto se rompe. De modo que la nueva película colombiana, San Andresito, se encuentra a medio camino. Es una propuesta poco trabajada en el cine de Colombia, porque se atreve a pasar de la comedia mediocre de Dago, a un humor negro, ese mismo que pretende hacer una crítica a los principios de una comunidad, como en el caso que nos ocupa, que lo hace al hampa, al amor y a la propia fuerza policial. De ellos nos reímos, pero es tan floja y predecible que pronto termina aburriendo.
Parece que se posicionara sobre el hecho de un lugar que para el comercio de artículos de todo tipo: ropa, tecnología, electrodomésticos, perfumes, y demás, es muy reconocido en Colombia, los famosos San andresitos; existen en casi todas las ciudades del país, y fueron una forma de aglutinar a los vendedores que antes se encontraban en la informalidad. Pero no, ese es apenas su título, por lo cual el foco desde su promoción desvía la atención. Ahora, resulta que es una película, la cual sorprende y genera unas anempatías con los espectadores, de hecho lo hace mientras al inicio se golpea a alguien quien es el actor principal: Andres Parra, y luego nos damos cuenta que es un hombre derrotado, acomodado bajo el verde oliva, integrante de la policía, es un fracasado, de quien se dice es “lo peor que le ha pasado a la institución”. Toda la película gira alrededor de él y si bien la actuación es acertada, las posibilidades de haber explorado y explotado más a otros personajes, decae por darle el peso al policía.
San Andresito, es una película cuyos alcances con el género del humor negro no llega a su cometido. Es un guión que cuenta una historia, la de un policía que cae en la trampa de un hecho que no sabe ni qué ni cómo sucedió y del cual se le acusa, eso la hace atractiva, divertida y novedosa. Ahora, pero el hecho es muy mal contado, si uno ve la caracterización de los personajes se caen por su propio peso, los malhechores no tienen como aparentarlo, y los policías son mostrados todos como unos tontos, el hecho es fuerte y las intenciones geniales, la forma de resolverlo es muy ingenua, el posible misterio queda en pañales y los chistes y alusiones al cine como el de Almodóvar o el de David Finche con su película Se7en (1995) son muy ridículos.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Atrapa los primeros quince minutos, tiene hechos sobresalientes, de despiste. Sugiere un cinismo con el tema que retrata con audacia una parte de la idiosincrasia de los colombianos. Luego lo demás es carente de verosimilitud. No alcanza sino a provocar unas risas no muy creíbles dentro del público que la ve. Juega con ser policiaca, a la inversa, quienes tienen el mando son lo que infringen la ley, quienes la preservan son tan imbéciles que por todos lados son burlados, incluso, al interior de la propia institución.
El reparto convence, la idea argumental y el género son de destacar. La moraleja es que todo lo barato sale caro, y que lo comprado con desdén, resulta fatídico. De modo que la película, tiene su valor, es importante asumir estos riesgos dentro del cine colombiano porque de ellos se aprende y se deja un precedente. Pero la película queda a medias, el humor negro es más fino, también revienta los valores sin ridiculizarlos, muestra que la ley es muy frágil, pero no absurda.
Es necesario recordar que reír y tensionarse no son suficientes para mantener la atención de los espectadores, menos si se hace sin la constancia y la sutileza necesarias para establecer una relación más profunda con la historia y sus temáticas. La ironía debe ser tratada con astucia, porque de lo contrario cae en la burla y lo que es peor en la ridiculez.
El reparto convence, la idea argumental y el género son de destacar. La moraleja es que todo lo barato sale caro, y que lo comprado con desdén, resulta fatídico. De modo que la película, tiene su valor, es importante asumir estos riesgos dentro del cine colombiano porque de ellos se aprende y se deja un precedente. Pero la película queda a medias, el humor negro es más fino, también revienta los valores sin ridiculizarlos, muestra que la ley es muy frágil, pero no absurda.
Es necesario recordar que reír y tensionarse no son suficientes para mantener la atención de los espectadores, menos si se hace sin la constancia y la sutileza necesarias para establecer una relación más profunda con la historia y sus temáticas. La ironía debe ser tratada con astucia, porque de lo contrario cae en la burla y lo que es peor en la ridiculez.
9
5 de febrero de 2018
5 de febrero de 2018
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
[email protected]
¿Cómo reaccionar ante la negativa y la ausencia de justicia? ¿deberíamos contener nuestra rabia e impulsos o transformarlos creativamente? La trama de la película se nos escurre entre la capacidad de reacción de una madre frente al atroz crimen de su hija, la falta de proceder de las instituciones y los modos como los demás, en sus palcos, tribunas o deambulando, también manifiestan su posición frente a lo que ocurre y va sucediendo. La sociedad del espectáculo, y sus manías, se pone en evidencia, va mutando o adaptándose; aquello aplaudido en las pantallas, es rechazado cuando se pone cerca, cuando ronda por el vecindario. ¿Por qué consideramos significativo y próximo lo de los medios y como lejanos y triviales lo de nuestro entorno?
La puesta en escena es sencilla: una mujer decide poner tres carteles, con mensajes de inquietud, son vallas publicitarias, ahora usadas como una forma de protesta ante la negativa de resultados por la cruenta muerte de su hija. La película no se centra en el dejo, en las amarguras, desaires o todo el vaivén hacia la madre, quien padece un hecho inefable. La estrategia es azarosa: muestra, pero más bien nos deja entrever esos resquicios sociales, comunitarios, donde existen intersticios, cuando se sacude por la invasión más de un hecho, de algo perturbador y los incluye a todos, como si ya la acción pasara por invisible. Entonces, lo mediático, en cualquier formato, apabulla. Y las vicisitudes de un ser compungido por la violencia, son reseñadas en su mirada, en lo que emprende para no dejar a la tormenta llevarse lo poco dejado.
La tensa calma se ve trastocada en un pequeño lugar, no por el crimen, sino por hacer roncha en la moral. La inquietud, la ironía, la sola interlocución, sobre el suceso por medio de tres anuncios, es el hilo que enreda la trama, ata a los lugareños, envuelve con forzada memoria el nombre de la víctima, pone en jaque a las autoridades y nos da vueltas sin saber dónde el nudo nos proporcionará mayores desafíos o nos amarrará más allá de las sillas. En esta película no hay como soltarse, funciona con un golpe infalible, cada escena y su posible desarrollo es como tener la soga en el cuello. Hablo de algo muy genérico, el poderoso tema de fondo son los abusos sexuales en un espejo lleno de horror que no la hace explícito, sino que lo evoca.
El marco es apenas el ideal para obtener la estatuilla del Óscar a mejor película. La madre, representa en el fondo una idea de sujeto norteamericano: como sea se impone, logra -no importa el modo- lo propuesto; más, cada poblador se identifica con las facetas del miedo, de la presión, de la infamia, de no saber qué hacer ante un magno acontecimiento que sin pensarlo los tiene en una cuerda floja. Como ha ocurrido en otros momentos de premiación, las películas no se aíslan del boom mediático, y el tema de los abusos sexuales son predominantes, aunque cuenten con cierto aire de naturalidad. Además, la resolución a la escasez de resultados -nada desconocido en estos temas-, obliga a buscar maneras muy contundentes de consecución de justicia.
Desde hace rato veo premiar películas, un tanto salidas de los esquemas directos de Hollywood, hace un año Moonlight con el tema afro y con sutileza la diversidad sexual, siendo la favorita La la land; en el 2016 fue la poderosa denuncia hacia los cientos de curas pedófilos “Spotlight”, realzando la labor de los periodistas investigadores, siendo la más favorita El renacido; en el 2015 estuvo la muy afable, extraña y querida Birdman; en el 2014 el tema relevante de la historia de un individuo afro condenado a Doce años de esclavitud; en el 2013 predominó la “hidalguía” de un comando gringo rescatando a seis rehenes en Irán, casi lo mismo del 2009 con The Hurt locker. Así, cada de esos premios enaltece ideas sobre el sujeto, de una nación imperial, ofrece marcas de este mundo y teje la aldea global.
La película de Tres carteles, además es tan diciente, su director la hizo de tal modo, que con su narrativa, actuaciones, los giros escalonados, no dejáramos de pensar en esa niña que fue presa de un alguien que la violó, asesinó, y para ponerla como en un oxímoron, la calcinó. No hay terror ni nada de amarillismo en el desarrollo, pero sí: impotencia, ganas presurosas de verdad, una pugna contra las autoridades, un reclamo creativo y airado de quien le tocó perder un ser querido, un enigma permanente, un revolcón de los sentidos y una serie de bofetadas al pensar, y a las decisiones que tomamos.
La astucia y determinación de la película, es la de tomar justicia con elementos tan insidiosos, con un arma letal y poderosa como poner un cartel en un sitio público, una comunicación de taladros a la quietud. Nada más un mensaje, un tanto provocativo, de un alguien molesto, mientras que aquellas invitaciones a la banalidad, al despojarnos de interés por lo público, con gusto por lo frívolo e instantáneo son más recurrentes y sin mayor trascendencia son las predominantes.
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
[email protected]
¿Cómo reaccionar ante la negativa y la ausencia de justicia? ¿deberíamos contener nuestra rabia e impulsos o transformarlos creativamente? La trama de la película se nos escurre entre la capacidad de reacción de una madre frente al atroz crimen de su hija, la falta de proceder de las instituciones y los modos como los demás, en sus palcos, tribunas o deambulando, también manifiestan su posición frente a lo que ocurre y va sucediendo. La sociedad del espectáculo, y sus manías, se pone en evidencia, va mutando o adaptándose; aquello aplaudido en las pantallas, es rechazado cuando se pone cerca, cuando ronda por el vecindario. ¿Por qué consideramos significativo y próximo lo de los medios y como lejanos y triviales lo de nuestro entorno?
La puesta en escena es sencilla: una mujer decide poner tres carteles, con mensajes de inquietud, son vallas publicitarias, ahora usadas como una forma de protesta ante la negativa de resultados por la cruenta muerte de su hija. La película no se centra en el dejo, en las amarguras, desaires o todo el vaivén hacia la madre, quien padece un hecho inefable. La estrategia es azarosa: muestra, pero más bien nos deja entrever esos resquicios sociales, comunitarios, donde existen intersticios, cuando se sacude por la invasión más de un hecho, de algo perturbador y los incluye a todos, como si ya la acción pasara por invisible. Entonces, lo mediático, en cualquier formato, apabulla. Y las vicisitudes de un ser compungido por la violencia, son reseñadas en su mirada, en lo que emprende para no dejar a la tormenta llevarse lo poco dejado.
La tensa calma se ve trastocada en un pequeño lugar, no por el crimen, sino por hacer roncha en la moral. La inquietud, la ironía, la sola interlocución, sobre el suceso por medio de tres anuncios, es el hilo que enreda la trama, ata a los lugareños, envuelve con forzada memoria el nombre de la víctima, pone en jaque a las autoridades y nos da vueltas sin saber dónde el nudo nos proporcionará mayores desafíos o nos amarrará más allá de las sillas. En esta película no hay como soltarse, funciona con un golpe infalible, cada escena y su posible desarrollo es como tener la soga en el cuello. Hablo de algo muy genérico, el poderoso tema de fondo son los abusos sexuales en un espejo lleno de horror que no la hace explícito, sino que lo evoca.
El marco es apenas el ideal para obtener la estatuilla del Óscar a mejor película. La madre, representa en el fondo una idea de sujeto norteamericano: como sea se impone, logra -no importa el modo- lo propuesto; más, cada poblador se identifica con las facetas del miedo, de la presión, de la infamia, de no saber qué hacer ante un magno acontecimiento que sin pensarlo los tiene en una cuerda floja. Como ha ocurrido en otros momentos de premiación, las películas no se aíslan del boom mediático, y el tema de los abusos sexuales son predominantes, aunque cuenten con cierto aire de naturalidad. Además, la resolución a la escasez de resultados -nada desconocido en estos temas-, obliga a buscar maneras muy contundentes de consecución de justicia.
Desde hace rato veo premiar películas, un tanto salidas de los esquemas directos de Hollywood, hace un año Moonlight con el tema afro y con sutileza la diversidad sexual, siendo la favorita La la land; en el 2016 fue la poderosa denuncia hacia los cientos de curas pedófilos “Spotlight”, realzando la labor de los periodistas investigadores, siendo la más favorita El renacido; en el 2015 estuvo la muy afable, extraña y querida Birdman; en el 2014 el tema relevante de la historia de un individuo afro condenado a Doce años de esclavitud; en el 2013 predominó la “hidalguía” de un comando gringo rescatando a seis rehenes en Irán, casi lo mismo del 2009 con The Hurt locker. Así, cada de esos premios enaltece ideas sobre el sujeto, de una nación imperial, ofrece marcas de este mundo y teje la aldea global.
La película de Tres carteles, además es tan diciente, su director la hizo de tal modo, que con su narrativa, actuaciones, los giros escalonados, no dejáramos de pensar en esa niña que fue presa de un alguien que la violó, asesinó, y para ponerla como en un oxímoron, la calcinó. No hay terror ni nada de amarillismo en el desarrollo, pero sí: impotencia, ganas presurosas de verdad, una pugna contra las autoridades, un reclamo creativo y airado de quien le tocó perder un ser querido, un enigma permanente, un revolcón de los sentidos y una serie de bofetadas al pensar, y a las decisiones que tomamos.
La astucia y determinación de la película, es la de tomar justicia con elementos tan insidiosos, con un arma letal y poderosa como poner un cartel en un sitio público, una comunicación de taladros a la quietud. Nada más un mensaje, un tanto provocativo, de un alguien molesto, mientras que aquellas invitaciones a la banalidad, al despojarnos de interés por lo público, con gusto por lo frívolo e instantáneo son más recurrentes y sin mayor trascendencia son las predominantes.
7
19 de julio de 2018
19 de julio de 2018
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera
[email protected]
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
El uso de la tecnología y los dispositivos móviles con acceso a la alfombra mágica, han hecho de cada individuo, un ser con una trazabilidad. Una contradicción se advierte: lo que hagamos queda registrado y a disposición, sin embargo, eso no limita la capacidad de situaciones que podrían ser ilegales. Hoy casi cualquiera puede rastrear a otros y a su vez ser buscado y detectado. En el futuro, las películas nos muestran cómo por medio de cualquier mecanismo, los registros de los seres humanos se encuentran para el control y se establece una sociedad de mayor seguridad. Ese cuento y esa idea, son las que permiten gastar millonadas mensuales, invertir, y generar planes y políticas desde los gobiernos. Usted mismo derrocha cantidad de recursos, tiempo y dinero, en tecnologías móviles y en los tan anhelados y esclavizadores planes de datos. Otra contradicción salta a flote y queda un misterio: se presume y se pretende del anonimato, quizás por el logro de mayor individualidad, o por esa ingenuidad de creerse libre si todo lo puede hacer cada quien, sin embargo lo que se ha conquistado, la presión -aunque algo intangible-, es que hoy, se puede dar con mayor facilidad, con la entidad de las personas.
También es desde esa red de redes, donde de repente la masificación de la información y las prácticas de usuarios y grupos desembocan en una fisura para el sistema. Nadie puede ser anónimo si usa internet o juega desde las reglas del sistema, pero constituye una proeza y una máxima el hecho de ejecutar acciones vigiladas y detectadas desde la misma matriz; en nuestros días se han agenciado grupos y se han ejecutado hechos motivados por resquebrajar las normas creadas por ellos, los dueños de la información. Esa es la narrativa de la película. De repente un día cualquiera, un encargado de mantener el orden -Clive Owen- y descifrar cada episodio de violencia o afrenta contra el sistema, encuentra a un alguien sin identificar, como un error, luego un asesinato no es posible reconstruirlo y dar con el responsable porque, al parecer se transfiguró el vídeo del acontecimiento.
Anon, se convierte en una premonición del futuro que vivimos. Todo se encuentra bajo ordenanza. Desde un ojo, los detectives y agentes de seguridad del estado, pueden saber cómo ocurrió un hecho y quiénes lo efectuaron, ya nos son las grandes pantallas dejando todo grabado, ahora es uno mismo quien reseña por obligación, aquí cabe la sentencia bíblica: “Si no quieres que se sepa, no lo hagas”. No hay nada que no se encuentre sistematizado, las piezas de un rompecabezas no estuvieron tan fáciles de organizar, dado que cada parte se encuentra en un mismo engranaje. En el deambular se puede saber quién es el otro, porque se ofrece el menú de ese individuo y hasta su prontuario. No todos acceden a ese privilegio. Es posible, sin embargo, conseguirlo. El subversivo, el rapsoda futurista -casi presente-, es quien, sin ser registrado, pueda al tiempo, delinear a esos ojos, otro modo de sucesos. Casi que la realidad no es lo que sucede sino lo que se puede capturar de ella, y como es una alternativa -muy escasa y mínima e incluso ilegal- trastocarla, puede haber muchas.
El director nos ha planteado mundos distópicos, por ejemplo, en la película El precio del mañana (2012), la prueba de garantía y disputas es el tiempo; en Gattaca (1997) prima el intercambio genético, en S1mone (2002) es el tema de la simulación; en una donde prima más la acción El señor de la guerra (2005), también existe un juego con la identidad. Hablamos de Andrew Niccol, enfocado en la ciencia ficción y en desarrollar temas e historias disruptivas, con tramas en donde caemos, por lo cautivante y desafiador de lo propuesto: en unas especies de paralelismos, de dimensiones donde el yo se suspende, las identidades se cruzan o confunden, o donde la realidad no es lo que parece. Los espectadores, tienen el papel de ser detectives y participar de una mística rodeada de enigmas, donde la privacidad parece ser resguardada, siendo más pública. Un hecho que lo desarrolló cuando Nicol hizo el guion de The Truman show (1998), en donde un individuo cree vivir feliz y a su albedrío, pero se encuentra encerrado en un plató.
Anon, es un campo de aperturas a lo que ya pasa: ser gobernado por el imperio de la red, donde cada uno va tejiendo y aportando con su hilo un historial y un perfil que lo anuncia y le da una ventana o una cárcel. Si todo es trazable, como sueñan los que ostentan el poder, pueden hacer lo que se les antoje con su red y los usuarios. Como siempre habrá resistencia o quedará un resquicio, ese pequeño eslabón será suficiente para obtener un poco de libertad así sea con todo en contra. David Lloyd, el caricaturista, nos dio un legado: la máscara del anonimato, esa no se puede usar si se transita por la red, aunque sí, porque quienes logran un orificio, pueden ver otras dimensiones y circular sin ser detectados. He ahí lo que vemos en Anon.
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Docente Universidad Tecnológica de Pereira
El uso de la tecnología y los dispositivos móviles con acceso a la alfombra mágica, han hecho de cada individuo, un ser con una trazabilidad. Una contradicción se advierte: lo que hagamos queda registrado y a disposición, sin embargo, eso no limita la capacidad de situaciones que podrían ser ilegales. Hoy casi cualquiera puede rastrear a otros y a su vez ser buscado y detectado. En el futuro, las películas nos muestran cómo por medio de cualquier mecanismo, los registros de los seres humanos se encuentran para el control y se establece una sociedad de mayor seguridad. Ese cuento y esa idea, son las que permiten gastar millonadas mensuales, invertir, y generar planes y políticas desde los gobiernos. Usted mismo derrocha cantidad de recursos, tiempo y dinero, en tecnologías móviles y en los tan anhelados y esclavizadores planes de datos. Otra contradicción salta a flote y queda un misterio: se presume y se pretende del anonimato, quizás por el logro de mayor individualidad, o por esa ingenuidad de creerse libre si todo lo puede hacer cada quien, sin embargo lo que se ha conquistado, la presión -aunque algo intangible-, es que hoy, se puede dar con mayor facilidad, con la entidad de las personas.
También es desde esa red de redes, donde de repente la masificación de la información y las prácticas de usuarios y grupos desembocan en una fisura para el sistema. Nadie puede ser anónimo si usa internet o juega desde las reglas del sistema, pero constituye una proeza y una máxima el hecho de ejecutar acciones vigiladas y detectadas desde la misma matriz; en nuestros días se han agenciado grupos y se han ejecutado hechos motivados por resquebrajar las normas creadas por ellos, los dueños de la información. Esa es la narrativa de la película. De repente un día cualquiera, un encargado de mantener el orden -Clive Owen- y descifrar cada episodio de violencia o afrenta contra el sistema, encuentra a un alguien sin identificar, como un error, luego un asesinato no es posible reconstruirlo y dar con el responsable porque, al parecer se transfiguró el vídeo del acontecimiento.
Anon, se convierte en una premonición del futuro que vivimos. Todo se encuentra bajo ordenanza. Desde un ojo, los detectives y agentes de seguridad del estado, pueden saber cómo ocurrió un hecho y quiénes lo efectuaron, ya nos son las grandes pantallas dejando todo grabado, ahora es uno mismo quien reseña por obligación, aquí cabe la sentencia bíblica: “Si no quieres que se sepa, no lo hagas”. No hay nada que no se encuentre sistematizado, las piezas de un rompecabezas no estuvieron tan fáciles de organizar, dado que cada parte se encuentra en un mismo engranaje. En el deambular se puede saber quién es el otro, porque se ofrece el menú de ese individuo y hasta su prontuario. No todos acceden a ese privilegio. Es posible, sin embargo, conseguirlo. El subversivo, el rapsoda futurista -casi presente-, es quien, sin ser registrado, pueda al tiempo, delinear a esos ojos, otro modo de sucesos. Casi que la realidad no es lo que sucede sino lo que se puede capturar de ella, y como es una alternativa -muy escasa y mínima e incluso ilegal- trastocarla, puede haber muchas.
El director nos ha planteado mundos distópicos, por ejemplo, en la película El precio del mañana (2012), la prueba de garantía y disputas es el tiempo; en Gattaca (1997) prima el intercambio genético, en S1mone (2002) es el tema de la simulación; en una donde prima más la acción El señor de la guerra (2005), también existe un juego con la identidad. Hablamos de Andrew Niccol, enfocado en la ciencia ficción y en desarrollar temas e historias disruptivas, con tramas en donde caemos, por lo cautivante y desafiador de lo propuesto: en unas especies de paralelismos, de dimensiones donde el yo se suspende, las identidades se cruzan o confunden, o donde la realidad no es lo que parece. Los espectadores, tienen el papel de ser detectives y participar de una mística rodeada de enigmas, donde la privacidad parece ser resguardada, siendo más pública. Un hecho que lo desarrolló cuando Nicol hizo el guion de The Truman show (1998), en donde un individuo cree vivir feliz y a su albedrío, pero se encuentra encerrado en un plató.
Anon, es un campo de aperturas a lo que ya pasa: ser gobernado por el imperio de la red, donde cada uno va tejiendo y aportando con su hilo un historial y un perfil que lo anuncia y le da una ventana o una cárcel. Si todo es trazable, como sueñan los que ostentan el poder, pueden hacer lo que se les antoje con su red y los usuarios. Como siempre habrá resistencia o quedará un resquicio, ese pequeño eslabón será suficiente para obtener un poco de libertad así sea con todo en contra. David Lloyd, el caricaturista, nos dio un legado: la máscara del anonimato, esa no se puede usar si se transita por la red, aunque sí, porque quienes logran un orificio, pueden ver otras dimensiones y circular sin ser detectados. He ahí lo que vemos en Anon.
3 de enero de 2013
3 de enero de 2013
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente universitario y periodista
Cuando vemos La Sirga no solo conocemos parte de una región como lo es Nariño, sino que al tiempo nos adentramos en el mundo de los habitantes que circundan la Laguna de La Cocha, y aunque es ficción obtenemos un cuadro de nuestra realidad; el filme aporta desde lo cinematográfico en lo preciosista de la imagen: ritmos pausados, planos largos, sólo música directa y en cuanto a temática: un gran pulso y tensión por un conflicto incesante. Sus protagonistas viven con la zozobra de un hecho que puede llegar, algo abominable los puede desplazar de su territorio, pero también se encuentra la esperanza de que lleguen los turistas para obtener algunos beneficios económicos.
La Sirga se va metiendo entre nosotros los espectadores con un tacto y una prudencia, ya que acudiendo al poder de lo simbólico nos deja ver la intimidad de una mujer que huyó de su lugar de residencia porque le quemaron su casa y no le quedó más que otra que escapar (esa parece ser la consecuencia por la que deben optar muchos de los personajes en el cine colombiano), como además va quedando un lugar bello, poéticamente excelso y frenéticamente azuzado por el conflicto armado.
La estrategia es muy simple, pero a la vez trascendente: el espacio es tan protagonista como los personajes, y cada personaje está bien caracterizado. La producción y el director William Vega tuvieron que pasar una larga temporada en el lugar, un trabajo minucioso y precavido con la comunidad que dieron como resultado la película y que nosotros podamos contar con esa historia como si fuera nuestra. Seguimos el rastro de Alicia, esa mujer que parece embrujada y que quizás requiera de un exorcismo. Alicia no está en el país de las maravillas, pero sí habita un sitio lleno de exuberancia. Alicia es desterrada y nada le queda, ni siquiera su tranquilidad.
Huye de la guerra pero esta la persigue. La película goza de no tener nada de violencia, pero es escabrosa, acecha el conflicto, parece que el fuego que antes consumió en llamas su casa, sigue ahí quemando y lacerando su humanidad, al tiempo la nuestra, nos revuelca desde las butacas generándonos impaciencia.
Es la primera película que se estrenó por internet, con cerca de 60 mil espectadores en línea, pero también es la película inicial sobre esa geografía arrinconada y que paso a paso va centrándose en el cine nacional, gracias a unos jóvenes realizadores, entusiastas por mostrar historias locales, íntimas, gestadas desde unas geografías donde se vive con tensión, como también con humildad y belleza.
sigo en spoiler
Docente universitario y periodista
Cuando vemos La Sirga no solo conocemos parte de una región como lo es Nariño, sino que al tiempo nos adentramos en el mundo de los habitantes que circundan la Laguna de La Cocha, y aunque es ficción obtenemos un cuadro de nuestra realidad; el filme aporta desde lo cinematográfico en lo preciosista de la imagen: ritmos pausados, planos largos, sólo música directa y en cuanto a temática: un gran pulso y tensión por un conflicto incesante. Sus protagonistas viven con la zozobra de un hecho que puede llegar, algo abominable los puede desplazar de su territorio, pero también se encuentra la esperanza de que lleguen los turistas para obtener algunos beneficios económicos.
La Sirga se va metiendo entre nosotros los espectadores con un tacto y una prudencia, ya que acudiendo al poder de lo simbólico nos deja ver la intimidad de una mujer que huyó de su lugar de residencia porque le quemaron su casa y no le quedó más que otra que escapar (esa parece ser la consecuencia por la que deben optar muchos de los personajes en el cine colombiano), como además va quedando un lugar bello, poéticamente excelso y frenéticamente azuzado por el conflicto armado.
La estrategia es muy simple, pero a la vez trascendente: el espacio es tan protagonista como los personajes, y cada personaje está bien caracterizado. La producción y el director William Vega tuvieron que pasar una larga temporada en el lugar, un trabajo minucioso y precavido con la comunidad que dieron como resultado la película y que nosotros podamos contar con esa historia como si fuera nuestra. Seguimos el rastro de Alicia, esa mujer que parece embrujada y que quizás requiera de un exorcismo. Alicia no está en el país de las maravillas, pero sí habita un sitio lleno de exuberancia. Alicia es desterrada y nada le queda, ni siquiera su tranquilidad.
Huye de la guerra pero esta la persigue. La película goza de no tener nada de violencia, pero es escabrosa, acecha el conflicto, parece que el fuego que antes consumió en llamas su casa, sigue ahí quemando y lacerando su humanidad, al tiempo la nuestra, nos revuelca desde las butacas generándonos impaciencia.
Es la primera película que se estrenó por internet, con cerca de 60 mil espectadores en línea, pero también es la película inicial sobre esa geografía arrinconada y que paso a paso va centrándose en el cine nacional, gracias a unos jóvenes realizadores, entusiastas por mostrar historias locales, íntimas, gestadas desde unas geografías donde se vive con tensión, como también con humildad y belleza.
sigo en spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La Sirga es cine regional, cuando la vemos también no dejan de estar presentes (aunque esto es un modo de lectura) otras películas muy sobresalientes del cine colombiano. La estrategia del caracol por ejemplo salta a vista, porque en La Sirga asistimos a la transformación de una casa, esta vez a la inversa, no para despojarla sino para otorgarle un toque de mayor valor para que otros la habiten así sea de paso. Aparece la inolvidable Confesión a Laura, porque cuenta lo esencial desde los personajes. Perder es cuestión de método es otra de las que uno ve, porque asustan y hay todo un misterio con los empalados. Así, van hilándose muchas más: Los colores de la montaña, porque el conflicto se puede mostrar con más fuerza cuando este aparece como invisible. Pero La Sirga es única en su especie, es un cine contado con un ritmo contemplativo, que no aburre, sino que agarra al espectador de un solo tramo para quedar atrapado en ese lugar: La Cocha, una extensa laguna, guarda un misticismo y un poder de belleza inigualables y así es la película.
Sirga significa una cuerda con la que las embarcaciones se llevan desde tierra. Y esa cuerda invisible, subrepticia, simbólica nos ata en una película que quedará como un latente hecho de que el conflicto armado puede ser inacabable y que la angustia y el escape nos vulneran.
Sirga significa una cuerda con la que las embarcaciones se llevan desde tierra. Y esa cuerda invisible, subrepticia, simbólica nos ata en una película que quedará como un latente hecho de que el conflicto armado puede ser inacabable y que la angustia y el escape nos vulneran.
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